Investigación en profundidad de la Pirámide «El Castillo» en Chichen Itza»

La pirámide de Kukulkán, conocida también como El Castillo, es el templo principal de la antigua ciudad maya de Chichén Itzá, en Yucatán (México). Se trata de una pirámide escalonada de aproximadamente 30 metros de altura, con una base cuadrangular de ~55 metros por lado. Fue edificada por los mayas itzaes hacia el final del primer milenio d.C., durante el apogeo de Chichén Itzá, incorporando influencias arquitectónicas de Mesoamérica central (estilo maya-tolteca). Dedicada al dios Kukulkán (la “serpiente emplumada”), esta estructura destaca por su diseño simbólico: cuenta con cuatro escalinatas monumentales y nueve niveles terrazados que expresan conceptos calendáricos y astronómicos de la civilización maya.

Construcción y contexto histórico

La construcción de El Castillo se llevó a cabo en fases sucesivas, una práctica habitual en la arquitectura maya de templos piramidales. Investigaciones recientes con tomografía eléctrica revelaron que la pirámide actual es la tercera y última etapa constructiva sobre dos estructuras anteriores más pequeñas. La pirámide original interior data aproximadamente del 550–800 d.C., perteneciente al periodo temprano de ocupación de Chichén Itzá, y muestra un estilo maya “puro”, previo a influencias externas. Posteriormente, entre 800 y 1000 d.C., durante una fase de transición marcada por la llegada de grupos del centro de México, se edificó una segunda subestructura ya con rasgos maya-toltecas. Finalmente, en el último período (1000–1300 d.C.), se erigió la pirámide visible en la actualidad, que corresponde al templo en su forma definitiva. Esta cronología concuerda con el momento de mayor esplendor de Chichén Itzá: hacia finales del siglo X y comienzos del XI la ciudad se había consolidado como potencia regional, reflejando claramente la influencia arquitectónica tolteca en sus monumentos.

Cabe señalar algunas características arquitectónicas de El Castillo resultado de esta evolución: posee cuatro fachadas con escalinatas orientadas a los puntos cardinales y un templo cúbico en la cima. Aún se observan decoraciones talladas, como las cabezas de serpiente emplumada al pie de la escalinata norte, vinculadas al culto de Kukulkán. En el interior se han hallado ofrendas ricas, entre ellas un altar con forma de jaguar rojo con incrustaciones de jade, depositadas en la subestructura previa bajo la pirámide actual. Estos hallazgos confirman que la pirámide no fue construida de una sola vez, sino mediante superposición de templos a lo largo de los siglos, renovando el espacio sagrado sin destruir completamente las etapas anteriores (un procedimiento ritual destinado a preservar la sacralidad del lugar). En suma, las evidencias arqueológicas sitúan la construcción final de la Pirámide de Kukulkán alrededor del siglo XI d.C., sobre fundamentos que se remontan al período Clásico tardío maya.

Propósito del templo (ritual, astronómico y político)

La pirámide de Kukulkán durante un atardecer equinoccial. Los efectos de luz y sombra en el borde de sus terrazas crean la apariencia de un cuerpo serpentario ondulante que desciende por la escalera norte, simbolizando la “bajada” del dios Kukulkán.

Función ritual y astronómica: El Castillo sirvió primordialmente como un templo ceremonial para el culto a Kukulkán, deidad maya asociada al viento, la lluvia y Venus, equivalente al Quetzalcóatl de la tradición centro-mexicana. Como centro de rituales, su cúspide habría sido escenario de ofrendas y posiblemente sacrificios vinculados a pedidos de fertilidad y lluvia. De acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología en México, la orientación y el diseño de la pirámide permiten un fenómeno asombroso durante los equinoccios de primavera y otoño: al atardecer, las aristas de las terrazas proyectan 7 triángulos de luz sobre la balaustrada norte, dibujando la silueta de un serpiente de luz que parece descender por la escalera. Esta ilusión óptica representaría al dios Kukulkán bajando del cielo a la tierra para fertilizarla e inaugurar el ciclo agrícola anual. No es casualidad que la estatua de piedra de una cabeza de serpiente emplumada aguarde al pie de la escalinata, completando la figura divina con la “cabeza” de la serpiente celeste. El templo, por tanto, funcionaba como un marcador astronómico: su alineación exacta hace que este juego de luz y sombra ocurra en fechas clave (equinoccios), indicando cambios de estación relevantes para la agricultura. Además, la estructura incorpora referencias calendáricas; por ejemplo, cada lado de la pirámide tiene 91 escalones, que sumados más la plataforma superior dan 365 escalones, equivalente a los días del año solar, reflejando el calendario Haab maya. Estos elementos sugieren un propósito astronómico intencional, usando la arquitectura para seguir el movimiento del Sol y registrar el paso del tiempo sagrado y agrícola. De hecho, los mayas poseían avanzados conocimientos de astronomía y alinearon sus edificios con precisión; la propia ubicación de las cámaras internas (como la del jaguar rojo) está dispuesta de modo que los rayos solares las iluminan en ciertos momentos, demostrando un dominio pionero de la posición solar y otros astros aplicado a la construcción.

Importancia política y simbólica: Además de su función religiosa, la Gran Pirámide tenía una fuerte carga político-ideológica. Era el edificio más imponente de Chichén Itzá y simbolizaba el poder tanto religioso como secular de la élite gobernante itzá. Fuentes del INAH la describen como una estructura “estelar” que reflejaba la autoridad sagrada de los gobernantes mayas en la península. En la civilización maya, religión y política estaban estrechamente entrelazadas: los templos piramidales servían para exaltar el poder personal del soberano, presentándolo como intermediario entre el pueblo y los dioses. En épocas anteriores, muchas pirámides mayas también albergaron las tumbas de los reyes divinizados, consolidando así un doble significado funerario y ceremonial que legitimaba la continuidad dinástica (por ejemplo, el Templo de las Inscripciones en Palenque guardó el sarcófago del rey Pakal). En el caso de Chichén Itzá, la pirámide de Kukulkán no parece haber sido utilizada como tumba real, pero su construcción monumental en el centro de la plaza mayor habría servido como escenario para rituales públicos masivos (como probablemente observaciones colectivas del descenso de Kukulkán en los equinoccios) que reforzaban la cohesión social y la obediencia al gobierno teocrático. Las crónicas y estelas mayas indican que estos actos ceremoniales proclamaban las victorias militares, los sacrificios de enemigos y otros eventos del reinado, vinculando directamente la gloria del gobernante con la aprobación divina. En resumen, El Castillo funcionaba simultáneamente como templo sagrado y como símbolo estatal: su arquitectura monumental legitimaba la autoridad política de Chichén Itzá y proyectaba un mensaje de orden cósmico y terrenal bajo el mando de los itzáes.

Precedentes en la cultura maya

El Templo de Kukulkán de Chichén Itzá se inscribe en una larga tradición de pirámides mesoamericanas y, en particular, mayas, que tuvo sus orígenes muchos siglos antes. En la civilización maya, desde el período Preclásico y Clásico (siglos III a.C. – IX d.C.), las grandes ciudades erigieron pirámides escalonadas como ejes de su centro ceremonial. Estas construcciones servían típicamente de base elevada para un templo y a menudo tenían una doble función religiosa y funeraria. Por ejemplo, en la ciudad de Tikal (Guatemala), durante el Clásico, se levantaron enormes pirámides-templo como el Templo del Gran Jaguar (Tikal Templo I, ca. 700 d.C.), que alcanzan ~47 m de altura. Dichas pirámides de Tikal poseen empinadas escalinatas que, simbólicamente, conectaban la tierra con el cielo, permitiendo a los sacerdotes ascender a la cúspide para comunicarse con las deidades celestiales. Al mismo tiempo, en su interior o base, era común enterrar a los gobernantes: se ha comprobado que estas estructuras alojaban tumbas reales, lo que les confería un carácter de santuarios funerarios además del culto público. Este es el caso del Templo I de Tikal, que contenía la tumba del gobernante Jasaw Chan K’awiil, o del famoso Templo de las Inscripciones de Palenque, donde en 1952 se descubrió el sarcófago del rey Pakal en una cripta dentro de la pirámide. Estos hallazgos confirmaron el doble significado de las pirámides mayas clásicas: eran a la vez monumentos religiosos dedicados a dioses y escenarios de rituales, y mausoleos que sacralizaban a los reyes difuntos, integrando así la ideología del linaje divino en la arquitectura.

En el caso de la zona maya noroccidental (Península de Yucatán), existen claros precedentes arquitectónicos que anticipan a El Castillo de Chichén Itzá. La ciudad de Uxmal (en el actual estado de Yucatán), floreciente entre los siglos VII–X d.C., erigió su propia pirámide principal conocida como la Pirámide del Adivino (o del Hechicero). Esta estructura presenta cinco niveles superpuestos de distintos períodos, evidencia de reconstrucciones sucesivas similares a las de Chichén Itzá. Los registros epigráficos indican que la Pirámide del Adivino comenzó a construirse en el siglo VI d.C. y alcanzó su forma final en el siglo X d.C., tras varias ampliaciones. Al igual que en El Castillo, en Uxmal cada etapa sepultó a la anterior sin demolerla completamente, preservando así la continuidad sagrada. Uxmal y Chichén Itzá comparten además elementos estilísticos comunes del estilo Puuc y maya-tolteca, como la presencia de mascarones del dios de la lluvia Chaac en Uxmal y de serpientes emplumadas en Chichén. Esto sugiere intercambios culturales en la región. Sin embargo, también existen diferencias: la pirámide de Uxmal tiene una base ovalada inusual y sus escalinatas no están alineadas exactamente a los puntos cardinales como las de Chichén Itzá, reflejando variaciones locales en la tradición piramidal maya.

En síntesis, El Castillo tuvo numerosos precedentes en la arquitectura maya. Desde ciudades del Clásico Temprano y Tardío como Tikal, Palenque, Copán o Calakmul, hasta centros del Clásico Terminal como Uxmal o Edzná, la construcción de pirámides fue una constante. Todas ellas compartían la idea esencial de elevar un templo sobre una plataforma piramidal, marcando el centro ceremonial de la urbe. Esta continuidad cultural facilitó que los itzáes de Chichén Itzá adoptaran y adaptaran el modelo tradicional: El Castillo se inspira en ese legado (plataforma con templo, escalera ritual, decoración simbólica) y lo enriquece con innovaciones (por ejemplo, la integración explícita de la cosmología calendárica en su número de escalones y su alineación astronómica). De hecho, los elementos conceptuales de Kukulkán (serpiente emplumada descendente) tienen paralelos en la mitología mesoamericana más antigua, aunque su manifestación arquitectónica a través de luz y sombra es única. En conclusión, la pirámide de Chichén Itzá es heredera de siglos de desarrollo de las pirámides mayas –desde las tumbas-templos del Petén hasta las plataformas puuc– y al mismo tiempo constituye la culminación innovadora de esa tradición en el periodo Posclásico.

Comparación con otras pirámides en Eurasia (Egipto, Mesopotamia, Asia)

La forma piramidal ha aparecido en distintas civilizaciones a lo largo de la historia, pero de manera independiente y con propósitos variados. Al comparar las pirámides mesoamericanas, como la de Kukulkán, con las pirámides de Eurasia, se observan tanto similitudes superficiales como marcadas diferencias estructurales, funcionales y simbólicas. En términos generales, las pirámides del Viejo Mundo tienden a ser mucho más antiguas y estaban dedicadas principalmente a fines funerarios o conmemorativos, mientras que las pirámides mesoamericanas son posteriores y tenían un papel esencialmente ritual.

Egipto: Las pirámides egipcias (por ejemplo, las de la meseta de Giza, construidas ca. 2600–2500 a.C.) son monumentos de mayor tamaño y antigüedad que cualquiera de Mesoamérica. Fueron concebidas como tumbas monumentales para los faraones y no como basamentos para templos accesibles al público. Esto implica diferencias clave: su estructura maciza y cerrada albergaba cámaras sepulcrales interiores llenas de ajuares y el cuerpo momificado del gobernante, enfatizando un culto funerario y la exaltación del difunto en su viaje al más allá. La función principal de una pirámide egipcia era, por tanto, servir de sepulcro y símbolo de la divinidad del faraón difunto, no un espacio para ceremonias periódicas de la comunidad. Arquitectónicamente, las pirámides egipcias carecen de escalinatas exteriores y terminan en un vértice apuntado, en contraposición a las mesoamericanas que presentan una cúspide plana. Especialistas en arqueología han señalado que “los egipcios no compartían ni la forma ni la vocación esencial” de las pirámides americanas, dado que en Egipto eran monumentos funerarios cerrados, mientras que en las culturas prehispánicas de México eran plataformas para el culto público abierto. Por ejemplo, la Gran Pirámide de Keops (Khufu) de Giza, con ~147 m de altura, superaba con creces en escala a El Castillo (~30 m), pero su cima inaccesible jamás alojó rituales públicos; en cambio, la pirámide maya, de menor tamaño, estaba coronada por un templo donde oficiaban ceremonias ante la vista de la población. En resumen, aunque ambas civilizaciones emplearon la forma piramidal y requirieron avanzados conocimientos de ingeniería, matemáticas y astronomía para sus construcciones, sus propósitos fueron distintos: los egipcios las erigieron como tumbas sagradas para asegurar la vida eterna del faraón, mientras que los mayas las construyeron como escenarios de culto y observatorios cósmicos que integraban a la sociedad en rituales periódicos.

Mesopotamia: En el Antiguo Oriente Próximo, las estructuras piramidales más conocidas son los zigurat de Mesopotamia (Sumeria, Babilonia, etc., desde ca. 2100 a.C. en adelante). Los zigurats eran torres escalonadas con templetes en la cima, dedicadas a deidades locales, como el zigurat de Ur dedicado al dios Luna. Al igual que las pirámides mayas, su función principal era soportar un santuario en lo alto, elevándolo sobre el nivel del suelo. De hecho, un zigurat mesopotámico comparte más similitud funcional con una pirámide maya que con una egipcia: ambos son templos sobre plataformas piramidales a los que se asciende mediante rampas o escaleras exteriores, simbolizando la conexión entre el cielo y la tierra en contextos rituales. Sin embargo, existían diferencias contextuales: los zigurats, construidos en adobe y ladrillo, formaban parte de recintos urbanos sumerios y tenían dimensiones más modestas que las pirámides de piedra mesoamericanas o egipcias. Además, las culturas mesopotámicas utilizaban el zigurat exclusivamente para la casta sacerdotal; el templo en la cima era pequeño y solo accesible a sacerdotes, a diferencia de las pirámides mayas cuyo templo superior era escenario de ceremonias estatales presenciadas por la comunidad desde la plaza. En síntesis, Mesopotamia desarrolló independientemente sus pirámides escalonadas (zigurats) con un fin netamente ceremonial – “una montaña sagrada” para acercar a sus dioses –, convergiendo en función con las pirámides mesoamericanas aunque sin relación histórica directa entre ambas tradiciones.

Asia Oriental: También en otras partes de Asia se encuentran estructuras piramidales o similares. Un caso notable son los grandes túmulos funerarios de la antigua China. El Mausoleo del emperador Qin Shi Huang (China, siglo III a.C.) se halla bajo un enorme montículo de tierra de 76 m de alto con forma de pirámide truncada. Este montículo piramidal cubre la tumba imperial y estaba concebido como parte de un complejo mortuorio (famoso por su Ejército de Terracota). Al igual que las pirámides de Egipto, estos mausoleos chinos fueron estructuras funerarias destinadas a honrar a un soberano en la otra vida, no plataformas de culto público. Su semejanza en forma (planta cuadrada, alzados inclinados) con las pirámides americanas es fortuita, resultado de la solución estructural de apilar tierra para crear un monumento perdurable, pero desarrollada de manera independiente en contexto cultural distinto. En Asia meridional y oriental existen otros ejemplos de construcciones piramidales independientes: por ejemplo, las estupas budistas (como Borobudur en Java, siglo VIII-IX d.C.) tienen bases escalonadas y simbolismo sagrado, o ciertos templos de Angkor (Camboya) con forma de montaña, aunque éstos responden a concepciones religioso-cosmológicas particulares de cada región.

En conclusión, no existe evidencia de conexión directa entre las pirámides mesoamericanas y las de Egipto, Mesopotamia o Asia; su similitud de forma obedece a convergencias en las necesidades de construir alto y estable, y a expresar ideas de elevación espiritual. Cada civilización dotó a sus pirámides de un contenido propio: tumba solar en Egipto, templo celeste en Mesopotamia, mausoleo imperial en China, templo-calendario en Yucatán, etc. Las pirámides mayas como la de Kukulkán se distinguen por integrar en una sola estructura la observación astronómica, el calendario, el ritual religioso público y la legitimación política – una combinación exclusiva de Mesoamérica. Las pirámides de Eurasia, por su parte, aportan otros legados (la precisión geométrica extraordinaria en Egipto, la antigüedad e influencia perdurable, la monumentalidad simbólica funeraria) pero responden a motivaciones diferentes. Así, el estudio comparativo resalta tanto la genialidad universal de la forma piramidal como la diversidad cultural de sus usos.

Tiempo de uso y abandono de la pirámide

La Pirámide de Kukulkán estuvo en uso activo durante el período de hegemonía de Chichén Itzá en la península de Yucatán. Los datos arqueológicos y crónicas mayas sugieren que Chichén Itzá se consolidó como ciudad dominante entre finales del siglo X y el siglo XII de nuestra era. De acuerdo con el INAH, la urbe fue capital regional aproximadamente desde 987 hasta 1200 d.C., lapso en el que habría albergado hasta 50 mil habitantes y desarrollado intensa actividad constructiva y ceremonial. Es en ese período (ca. 1000–1200) cuando El Castillo funcionó plenamente como centro de ceremonias religiosas y escenario de poder político, probablemente con rituales estacionales cada año (equinoccios, solsticios) y festividades dedicadas a Kukulkán y otras deidades mayas.

Hacia el siglo XIII, sin embargo, Chichén Itzá entró en declive y la pirámide dejó de utilizarse con su propósito original. Evidencia arqueológica indica que la ciudad perdió su papel como capital regional ya hacia el año 1100 d.C., antes del auge de la ciudad de Mayapán que llegó a sustituirla como nuevo centro de poder en Yucatán. La caída de Chichén Itzá no fue súbita sino un proceso multifactorial. Por un lado, las fuentes históricas y los estudios modernos señalan conflictos internos y guerras entre linajes mayas: es posible que hacia mediados del siglo XII d.C. grupos rivales (los cocomés de Mayapán, según la tradición) se rebelaran contra la élite itzá, provocando la fractura del Estado. Hay indicios de que Chichén Itzá fue atacada y saqueada en esa época, aunque el tema sigue en debate. Por otro lado, investigaciones paleoclimáticas sugieren que severas sequías afectaron al norte de Yucatán en el siglo XI, lo que pudo desestabilizar la producción de alimentos y generar tensiones sociales. Un estudio científico reciente vincula los periodos de sequía prolongada con un aumento de conflictos civiles y el colapso político en ciudades mayas, patrón observado en el caso de Mayapán siglos más tarde. Es plausible que la falta de lluvias y crisis agrícolas contribuyeran al abandono de Chichén Itzá, al minar la legitimidad de la clase gobernante (cuyos rituales debían asegurar la fertilidad) y catalizar rebeliones. En cualquier caso, para el 1200 d.C. Chichén Itzá había cesado sus grandes construcciones y ceremonias; la élite itzá emigró o fue asimilada en la confederación de Mayapán, marcando el fin del uso ceremonial de El Castillo.

Tras el colapso político, la ciudad no quedó completamente desierta de inmediato. Estudios arqueológicos muestran evidencia de ocupación dispersa en la zona aún en el Posclásico Tardío. Cuando llegaron los conquistadores españoles en el siglo XVI, encontraron poblaciones mayas viviendo en los alrededores de Chichén Itzá. Según las crónicas, aunque el antiguo centro urbano ya estaba en ruinas, el Cenote Sagrado de Chichén Itzá se mantenía como lugar de peregrinación para los mayas de la región – lo que indica que la memoria sagrada del sitio perduró. Sin embargo, la pirámide misma ya no se utilizaba para rituales formales desde hacía varios siglos. En 1533, el adelantado español Francisco de Montejo estableció brevemente su campamento en las ruinas (bautizándolas Ciudad Real), pero enfrentó la resistencia maya y terminó abandonándolas en 1534. Posteriormente Chichén Itzá quedó en el olvido para el mundo occidental, cubierta por la vegetación, hasta su “redescubrimiento” por viajeros en el siglo XIX.

En síntesis, El Castillo tuvo un periodo de uso pleno de unos 200 a 300 años, aproximadamente entre ca. 1000 y 1300 d.C., durante el cual sirvió de epicentro ceremonial y político de los mayas itzaes. Se dejó de utilizar debido al colapso de la ciudad que la sustentaba, colapso ocasionado por la combinación de guerras civiles, reorganización del poder en Yucatán (traslado de la capital a Mayapán) y posiblemente factores ambientales (sequías) que precipitaron la decadencia. Para el momento de la conquista española, la pirámide de Kukulkán ya era un monumento abandonado en cuanto a funciones originales, aunque conservado en la memoria religiosa local (el culto maya popular continuó en torno al cenote cercano). Tras siglos de abandono, la estructura fue consumida parcialmente por la selva hasta las primeras excavaciones arqueológicas en los años 1930, que revelaron de nuevo su majestuosidad. Hoy en día El Castillo se ha convertido en un emblema del patrimonio mundial, admirado por millones de visitantes, pero ya como vestigio histórico. Su uso ceremonial cesó hace mucho, legándonos no obstante un testimonio perdurable de la visión cósmica y el genio constructivo de los antiguos mayas.

Referencias: Las afirmaciones vertidas en este informe se respaldan en fuentes arqueológicas y académicas. Se han utilizado publicaciones especializadas (p. ej., Arqueología Mexicana), datos divulgados por instituciones reconocidas como el INAH y UNESCO, así como estudios científicos recientes. En conjunto, el cuadro histórico-arqueológico presentado proporciona una visión completa y fundamentada de cuándo, cómo y por qué se erigió este monumento, qué significado tuvo para los mayas y cuál fue su destino a través del tiempo.