Historia

https://elpais.com/cultura/2025-02-04/hallada-en-badajoz-una-gran-fortaleza-de-hace-5000-anos-que-fue-asaltada-e-incendiada.html#?prm=copy_link

https://elpais.com/cultura/2024-05-15/operacion-valdecanas-el-embalse-que-ocultaba-un-gigantesco-tesoro-arqueologico-en-peligro.html#?prm=copy_link

https://elpais.com/cultura/2024-01-25/el-trimilenario-tesoro-de-villena-contiene-dos-piezas-hechas-con-hierro-de-fuera-del-planeta-tierra.html#?prm=copy_link

https://elpais.com/cultura/2023-06-15/la-investigacion-sobre-la-enigmatica-cultura-de-el-argar-gana-el-premio-palarq-de-arqueologia.html#?prm=copy_link

https://elpais.com/cultura/2023-05-06/el-argar-la-enigmatica-cultura-que-intercambiaba-mujeres-entre-ciudades.html#?prm=copy_link

Cataluña, sus orígenes y ¿desde cuándo?

Origen del pueblo catalán

Contenido

Preámbulo 3

Parte I 4

13 de agosto de 1521. Cae el Imperio Mexica. 4

Parte II 5

Hernán Cortes 5

La España de la época 10

Parte III 18

Andanzas de Cortes por La Española y Cuba 20

Expediciones organizadas por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez entre 1517 y 1518 21

Parte IV 26

Llegada a Tierra firme. El Imperio Mexica 26

Las claves de la conquista 27

Presagios de la venida de los españoles 28

Intento de rebelión de Tetzcoco 33

Recibimiento a la entrada de Tetzcoco V+B+G+V 46

El principe Ixtlilxochitl recibe a los españoles 50

La marcha hacia el rumbo de Tetzcoco (Antigua versión castellana de un texto indígena) 50

Llegada a la ciudad 51

Ixtlilxóchitl se hace cristiano 51

La reacción de Yacotzin, madre de Ixtlilxúchitl 52

Descripciones y Costumbres de los Mexicas 52

Descripción de Tenoctitlan 78

De Cholulla a Tenochtitlan 113

Encuentro con Moctezuma 132

Entrada em Tenochtitlan. Alojamientos. Primeros discursos. 8/11/1519 134

Destrucción de los idolos 137

Estratégia de los españoles 141

Visita al mercado de Tlateltloco y al Templo Mayor 143

Cortes manda hacer dos bergantines 146

Después de la rebelión 152

En busca de las fuentes del oro 156

Cortes pide tributo a Moctezuma 170

Descubrimiento del tesoro. Una mala noticia 183

Prision de Moctezuma y castigo ejemplar. 185

Moctezuma entrega su hija a Cortes 187

Ultimatum de Moctezuma a Cortes 191

Vida cotidiana 199

Intento de golpe contra Moctezuma 201

Los mexicas acuerdan dar tributo y vasallaje al emperador Carlos 203

Reparto del botin, problemas internos. 206

Problemas en España entre los enviados de Cortes y de Velazquez 206

Velazquez envia una flota mandada por Narvaez para apresar a Cortes 206

Ruego de Cortes a Moctezuma 280

Cortes sale de Tecno para enfrentarse a la flota. Se queda Alvarado como jefe 281

El ejercito de Narvaez se pasa con Cortes, Narvaez es apresado 285

Alvarado organiza la matanza del templo mayor 285

6/20 Cortes regresa a Tecno, por la matanza la rebelión de los mexica esta en marcha. 295

Parte V 335

30/6/20 la Noche triste 335

Batalla de Otumba 717

4/9/20 funda Segura de la Frontera hace la 2 carta de relación 723

Cortes prepara el ataque final. 723

Capitanes de Cortes 724

Pedro de Alvarado 724

Alonso de Ávila 724

Alonso Hernández Portocarrero 724

Diego de Ordás 724

Francisco de Montejo 724

Francisco de Morla 724

Francisco de Saucedo 724

Juan de Escalante 724

Juan Velázquez de León 724

Cristóbal de Olid 724

Gonzalo de Sandoval 724

Obra completa

Indice

Preámbulo

Mi nombre es Gonzalo de Sandoval y os voy a relatar una historia, que para muchos será difícil de creer, pero que os aseguro que es totalmente cierta y que además marcó el futuro de lo que en la época comenzó a conocerse como España.

Como toda historia tuvo varios protagonistas, pero entre ellos destacó uno, Hernán Cortés, personaje con el que tuve la suerte de convivir compartiendo aventuras y desventuras y gozando de su confianza (me nombro uno de sus capitanes), además de que éramos primos y los dos habíamos nacido en Medellín (Extremadura) y a pesar de nuestra diferencia de edad (12 años) mi admiración por él hizo que siempre le siguiera los pasos siendo algo así como mi referente.

Otro de mis amigos, y compañero de batallas, fue Bernal Diaz del Castillo, que también participó con nosotros en la conquista y lo dejo escrito con todo lujo de detalles en su obra “Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España”.

Y hecha esta breve presentación, deciros que me vuelvo a encontrar con Hernán, que a partir de ahora le llamare “Cortés”, en 1518 recién conquistada la isla de Cuba, y a partir de ahí nuestros caminos se juntan hasta 1528 que regresamos en el mismo barco a España para separarnos definitivamente a los pocos meses de la llegada.

Parte I

13 de agosto de 1521. Cae el Imperio Mexica.

Despuntaba un nuevo día, había estado lloviendo toda la noche, las calles por donde iban nuestras tropas llenas estaban llenas de mujeres y niños que se morían literalmente de hambre y sed. La muerte impregnaba el ambiente. Conforme se había ido desarrollando el asedio de la ciudad, las tropas habían tomado calle por calle y casa por casa, destruyendo todo a su paso para crear tierra firme en donde sólo corría agua.

El hedor era insoportable. Se llegó a decir que los indios habían decidido no sepultar a sus muertos para utilizar la putrefacción de los cadáveres y sus fétidos olores como un arma contra los españoles. El aspecto general de la ciudad era lamentable, difícil se hacía la respiración por el aire contaminado, no había suministro de agua potable –el acueducto estaba destruido desde los primeros días del sitio– ni alimentos y en las pocas acequias que todavía corrían por la ciudad en ruinas se combinaban agua y sangre. Aquel 13 de agosto de 1521, Tenochtitlan era prácticamente inhabitable.

Al iniciar el sitio, Cortés había ordenado destruir las construcciones tomadas y arrojar los escombros sobre las acequias para garantizar una rápida retirada, sobre terreno sólido, en caso de que fuera necesario. Ese día Cortés andaba ocupado en la fabricación de una torre de asalto para abatir los reductos aún existentes en Tenochtitlan, mientras nuestros aliados seguían avanzando y no dejando prisioneros. El objetivo era que Alvarado siguiera atacando todo lo que quedaba de tierra empujando a los que resistían hacia la laguna en donde les esperaban nuestros bergantines.

Inconforme con la carnicería diaria que parecía no tener fin, Cortés intentaba una y otra vez persuadir a los indígenas para su rendición, y la respuesta que obtenía eran burlas y el mensaje de que “no querían sino morir”. Intentó varias veces hablar con Cuauhtémoc, obteniendo la misma respuesta.

Los indios que aún peleaban tenían que andar sobre cadáveres y carecían de armas; los niños y las mujeres eran apresados y matados por millares; la crueldad y ferocidad de los aliados tlaxcaltecas contra los mexicas, se había vuelto incontrolable; el hedor de los muertos no se podía soportar y ya no había casas habitables. Al mediodía empezó a correr el rumor que “el señor de la ciudad andaba metido en una canoa con otros jefes”. Entonces les dimos instrucciones a los bergantines para que comenzaran a perseguir por el lago a las canoas.

Al poco tiempo el cambio de estrategia dio sus frutos, García Holguín, capitán de uno de los bergantines que estaban bajo mi mando, logró apresar una piragua que destacaba por sus grandes dimensiones y porque estaba muy ataviada, en la que iban Cuauhtemoc, Coanacoc, Tetlepanquetzal, señores de Tenochtitlan, Tezcoco y Tlacopan, vestían mantas de maguey, muy sucias y sin ningún identificativo.

Entonces ocurrió un hecho muy desagradable, pedí a Garcia Holguin que me entregase a los cautivos y él se negó originándose una discusión entre ambos que al final tuvo que ser resuelta por unos mediadores que Cortés había enviado para resolver el problema.

Los llevaron ante Cortés, que se encontraba en una azotea en el barrio de Amaxac.

Una vez que estuvieron en su presencia, Cortés invito a Cuauhtémoc a sentarse a su lado y le dio seguridades de que sería bien tratado y que no tenía nada que temer.

Cuauhtémoc se dirigió a él y le dijo en su lengua que:

“él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir en aquel estado, que ahora hiciese de él lo que quisiese; y puso la mano en un puñal que Cortés tenía en el cinto, diciéndole que le diese de puñaladas y le matase”.

Acto seguido a Cuauhtémoc le domino la emoción y empezó a sollozar junto con los nobles que estaban con él. Cortés lo consoló, le pidió que se tranquilizase ofreciéndole que el y sus capitanes continuarían mandando en México al igual que antes lo hacían.

Los mexicas que continuaban en combate al observar que su jefe había sido preso pararon la lucha y soltaron las armas. La guerra había finalizado.

Cortés mando llevar a Cuauhtémoc, último señor de Tenochtitlán, a toda su familia y muchos principales a su residencia de Coyoacán en donde había establecido el nuevo gobierno.

Era la tarde del martes 13 de agosto de 1521 último día del Imperio Mexica.

Como si fuera una premonición se desató una tormenta con muchos truenos y relámpagos seguida de un gran aguacero que duró hasta la medianoche.

El sitio de la ciudad había durado 75 días, según las cuentas de Cortés, y habían transcurrido 880 días desde la Batalla de Centla en la que Cortés había tomado posesión de las tierras de Nueva España en nombre de la Corona.

La ciudad de Tenochtitlan fundada casi 200 años antes, capital del Imperio Mexica (y la mayor de toda América en el Siglo XVI), con sus 200.000 habitantes, estaba totalmente destruida.

Pero la Historia que nos ha llevado hasta había empezado 36 años atrás con el nacimiento de nuestro personaje, Hernán Cortés, responsable directo de todo lo que había pasado.

Parte II

1485-1504

La Parte acaba con la salida de Cortes para la Española.

Desde el nacimiento de Cortes en Medellin- Hasta su llegada a La Española

1504, Cortes se embarca para La Española en Sanlucar

Hernán Cortes

Era hijo único de un hidalgo pobre llamado Martín Cortés y de su esposa Catalina Pizarro y Altamirano. Nació en Medellín (Extremadura) a finales de Julio de 1485. En los años de infancia de Cortés, esta villa tenía unos pocos miles de habitantes. Situada en el centro de Extremadura, en las márgenes del río Guadiana la región es fértil en mieses, vides y frutales, pero se encuentra alejada de las rutas comerciales. Las ciudades y pueblos mayores de la región, Mérida, Badajoz, Cáceres y Trujillo, y el famoso monasterio de Guadalupe, distan de Medellín varias jornadas.

A los catorce años (1499) sus padres lo enviaron a estudiar leyes a la Universidad de Salamanca, y en esta ciudad vivió en casa de Francisco Núñez de Valera, que enseñaba latín en la Universidad y estaba casado con Inés de Paz, hermanastra de su padre. Durante dos años aprendió latín y rudimentos legales.

Por enfermedad y escasez de recursos, regreso a Medellín con disgusto de sus padres, que querían que se licenciase y al no conseguirlo procuraron un nuevo destino para su futuro. Como hidalgo pobre, escogió el mar y las armas.

Se le plantearon dos posibilidades: ir a Nápoles con Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, o a las Indias, con Nicolás de Ovando, recién nombrado gobernador de la isla Española, eligió esta última. Cuando estaba por partir en 1502 tuvo un conflicto amoroso que acabo con él en la cama recuperándose de los desperfectos sufridos y perdiendo la oportunidad del viaje.

Después de sanar determinó irse a Italia, pero hizo una escala en Valladolid, que era donde estaba la Corte. Para reponer fondos, estuvo trabajando durante un año con un escribano que sin duda lo contrato para utilizar sus conocimientos de latín aprendidos en Salamanca. Esta experiencia le sirvió después, ya en las Indias, para su trato con hombres cultos y abogados que le facilitaron de alguna manera, su carrera administrativa antes del inicio de su gran aventura.

Finalmente zarpó hacia la isla de La Española. en 1504 en una nao de Alonso de Quintero, vecino de Palos de la Frontera y después de un viaje accidentado llego a Sto. Domingo donde lo recibió un amigo de la familia llamado Medina que era secretario de Ovando.

Desde la perspectiva humana Cortés era un hombre que combinaba el sentido común y el atrevimiento, con una gran ambición, poseía gran resistencia ante la adversidad, valiente, astuto e inteligente, con un liderazgo innato y fuerte entre sus soldados, carismático y con poder de seducción en su oratoria. Su faceta más controvertida quizás fuera la crueldad que aplicaba a sus enemigos (a imagen y semejanza de los usos de la época) junto con la benevolencia y el perdón que a veces hacía gala. Y para finalizar su perfil sólo me queda decir que otra de sus características más acusadas era su atracción por el sexo opuesto, lo que conocemos como mujeriego, tuvo once hijos de seis mujeres diferentes, y no le hacia ascos a la mezcla de razas ya que cuatro de ellas eran indígenas.

En La Española, participó en una campaña contra los caciques haitianos en las regiones de Higuey, Bauruco, Dayguao, Iutagna, Zuaragua y Amguayagua. Como recompensa, el entonces gobernador Nicolás de Ovando le dio tierras y un puesto de escribano público en Azua.1617

En 1511 Diego Velázquez de Cuéllar reclutó a Cortés para la conquista de Cuba, como secretario del tesorero Miguel de Pasamonte,18​ con el fin de administrar el quinto real. Recibió en encomienda a los indios de Manicarao y pudo desarrollar su ganadería y explotar las minas de oro cubanas.192021​ Fue nombrado alcalde de Santiago de Cuba, aunque en 1514 fue encarcelado por el gobernador, acusado de conspirar en su contra.22​ Liberado, se casó con la cuñada del propio Diego Velázquez, de nombre Catalina Juárez.23​ Cortés también fue uno de los secretarios personales de Diego Velázquez, junto con Andrés Duero.22

A finales de 1518 Velázquez le confió el mando de la tercera expedición,23​ tras las de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva, para continuar sus descubrimientos en la costa de Yucatán. Pero Velázquez pronto desconfió de él.24

Hay que tener en cuenta que, aunque de todo hubo, la mayoría de los conquistadores no fueron ni bandidos ni criminales que huyeran de la justicia (lo prohibían las normas de la Real Casa de Contratación de Indias), sino hijos segundones de familias hidalgas, que habían recibido una buena educación. Hernán Cortés por ejemplo, carecía de formación militar, pero había estudiado leyes en la universidad de Salamanca y escribía con excelente estilo literario, como lo demuestran los más de quinientos folios de sus cinco “Cartas de relación” dirigidas al Rey.

Cuando por fin consiguió llegar a La Española, andanza no exenta de peripecias, el Gobernador D. Nicolás de Ovando y Cáceres, que era pariente lejano de su padre, le otorgó el cargo de notario de Azúa en atención a sus estudios, y le entregó veinte leguas de tierra. Esto hubiera colmado las aspiraciones de muchos, pero no de Cortés. Participó en cuantas campañas militares pudo, tanto en La Española como en la vecina Cuba. En pago a sus servicios fue secretario de D. Diego Velázquez de Cuéllar (conquistador de Cuba), alcalde de Baracoa y, por fin, magistrado en Santiago de Cuba. Además hizo fortuna como buscador de oro. Así, antes de cumplir 35 años, gozaba de una brillante posición social y de una más que aceptable economía, que hubieran sido suficientes para cualquiera, pero no para Cortés. Él había ido allí en busca de gloria y no pensaba conformarse hasta conseguir que su fama entrara en el Olimpo de la inmortalidad.

Uno de los compañeros de aventuras de Cortés y amigo íntimo ya desde España, fue Andrés de Tapia. Al final de la campaña mejicana era el cuarto en la cadena de mando. La admiración por el ideal caballeresco, impulsó a don Andrés a fundar una sociedad formada por doce caballeros, cuya finalidad era difundir y mantener vigentes las más nobles tradiciones de la caballería andante, dando ejemplo tanto en el combate como en sus vidas privadas.

La España de la época

Para que entendamos algunas de las cosas que le pasaron a Cortés, es bueno dar un pequeño repaso a como era la España de la época o mejor dicho los reinos que la componían y que fueron gobernados primero por los Reyes Católicos y después por su nieto Carlos V.

El actual territorio español alcanzó su consolidación en la época de los Reyes Católicos. Con su matrimonio se unen, teóricamente, Castilla y Aragón (1479) aunque subsisten fronteras y cada uno conserva sus instituciones, sus leyes y sus monedas.

Los árabes habían ocupado prácticamente toda la península, sustituyendo a los visigodos, en 711 y a partir de ahí, de forma lenta pero constante, los cristianos fueron recuperando territorios hasta 1492 que fue cuando los Reyes Católicos finalizan sus conquistas con la toma del reino de Granada y la incorporación posterior en 1512 del reino de Navarra.

Es en ese momento (1492) cuando los Reyes deciden iniciar otras aventuras y financian la propuesta de Colón que dio lugar al descubrimiento de las Indias Occidentales.

Con respecto a la población, España tenía unos 8 millones de habitantes (cinco en Castilla) que habían sobrevivido a las epidemias y a las constantes guerras, repartidos en ciudades de menos de 50.000 habitantes (unas ocho) y varios cientos de villas con menos de 5000 habitantes. El resto, es decir la mayoría, vivían en el medio rural.

A pesar de esas cifras, España era considerada una potencia media en Europa y con Carlos V paso a ser la dominante, principalmente gracias al oro y la plata que le enviaron desde las Indias.

La Iglesia, la nobleza y la Corona eran los grandes propietarios. Al mismo tiempo, existía una propiedad pequeña y media, y una burguesía rural muy extendida. En general, abundaba la pobreza y el pueblo subsistía con lo básico.

Con este panorama en nuestro país, no es de extrañar que las noticias que traían los barcos de La Española (y después de Cuba) creaban una expectativa de enriquecimiento rápido en las tierras descubiertas y “por descubrir”, por lo que en poco tiempo se transformó el flujo, básicamente de castellanos, que iban a guerrear a Italia y a Flandes por candidatos a indianos que solo pensaban en botines, encomiendas y repartimientos. Este fue mi caso y por supuesto también el de Cortés.

Otro tema que no quiero dejar pasar, por la importancia que tuvo, es el tema de las lecturas de los que nos habíamos embarcado en la aventura de las Indias.

Por supuesto la mayor parte de la población española era analfabeta, pero desde que se instaló en Segovia la primera imprenta en 1472, solo se tardaron diez años en que funcionasen otras similares en 25 ciudades y villas españolas, comenzando a proliferar multitud de libros.

¿Qué leían u oían leer los andaluces, castellanos y extremeños que venían a conquistar las Indias, y que, con señaladas excepciones, no habían ido a las universidades?

Sin duda nuestras lecturas preferidas eran las novelas de caballerías y, además, todos conocíamos partes del Romancero que nos había llegado por transmisión oral.

Los valores de la caballería andante, el idealismo amoroso, el espíritu aventurero y la gloria como fin último, iban infiltrando el ánimo de los que decidían partir a la conquista y colonización. Una estructura narrativa muy amena y un mensaje ideológico comprensible fueron determinantes en el éxito popular de estas novelas.

Los lectores y oidores de las aventuras de los caballeros andantes, pensamos en muchas ocasiones que eran historias reales. Las propias novelas afirman que son acontecimientos verdaderos. En consecuencia, estábamos imbuidos hasta la médula del espíritu caballeresco de la caballería andante. 

Y a todo eso ¿qué opinaban los representantes de la Corona de esas lecturas?

Pues a partir de 1531 prohibió repetidas veces que se llevaran a Indias estos libros “amenos y fantasiosos “, pero sin duda con poco éxito, ya que, a pesar de las prohibiciones, eran los preferidos de los candidatos a conquistador porque exaltaban su imaginación, fascinando a los lectores y haciendo que muchos aprendieran a leer sólo para disfrutarlos y poder repetir sus hazañas sobre el terreno. Quiero pensar que la Iglesia tuvo bastante que ver con esos amagos de censura que no consiguieron su objetivo.

Como comenté anteriormente, la Corona tras promover y financiar los viajes de Descubrimiento de Colón, dejó en manos de particulares la mayoría de las empresas posteriores de exploración y conquista y se limitó a administrarlas y sobre todo a regularlas.

Las noticias de cuanto ocurría en aquellas tierras lejanas eran escasas y confusas. Las Cartas de relación de Cortés, en sus primeras ediciones, fueron quemadas en las plazas públicas de Sevilla, Toledo y Granada, y después prohibidas desde marzo de 1527. Carlos V sólo estaba interesado en los barcos que llegaban cargados de oro y plata con “el quinto real” y quería saber poco o nada de Cortés, hasta el punto de que tan sólo lo recibió en una ocasión.

Las mismas personas que se beneficiaban tanto con aquella conquista, se interesaban mucho más por las menores cosas que ocurrían en Europa que por los grandes sucesos que pasaban en las Indias. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que el Nuevo Mundo recién descubierto crecía por iniciativa particular, sin aportación alguna del erario público.

Y hechas estas pinceladas de la epóca, desde mi punto de vista necesarias, nos vamos al año 1504 que es cuando Cortés llega por segunda vez a La Española.

Parte III

1504-1518

Esta parte explica las andanzas de Cortes en las Islas y finaliza con la salida accidentada de Cortes para Tierra Firme.

Cuando desembarca Cortés en St. Domingo observa que después de casi doce años de la llegada de los españoles la isla no estaba pacificada y continuaban las luchas contra los indios “tainos” que estaban en plena rebelión.

Como recompensa a la ayuda que prestó como soldado en la pacificación de algunas regiones de la isla, sus primeros hechos de armas, el gobernador Ovando le dio algunos indios en encomienda y la escribanía del ayuntamiento de la villa de Azua, donde se estableció como colono. Durante los quince años inmediatos al descubrimiento, es decir hasta 1507, la isla Española o Santo Domingo fue el único país del Nuevo Mundo habitado por españoles. Allí existían ya gobierno, conventos, escuelas y sede episcopal, y de allí salían expediciones para explorar y conquistar, para poblar y evangelizar. 15 El establecimiento de una nueva sociedad se realizaba a costa de la frágil población indígena, exterminada por la crueldad y voracidad de la explotación, y pronto se ideó el recurso de traer de África, como esclavos, hombres más fuertes capaces de realizar trabajos como los de las minas y los ingenios de caña de azúcar. En aquel mundo naciente, donde casi todo parecía permitido o posible, pero que era demasiado pequeño, pasaría Cortés cerca de siete años, los de su primera juventud. Refiere Cervantes de Salazar, como contado por Cortés, que contrastando con las estrecheces en que vivía como escribano en Azua, el villorrio dominicano, una tarde soñó “que súbitamente, desnudo de la antigua pobreza, se vio cubrir de ricos paños y servir de muchas gentes extrañas, llamándole con títulos de grande honra y alabanza”. Comenta el cronista que así ocurriría, pues sería llamado teutl, “que quiere decir dios”, por los señores indios de la Nueva España. Y añade que Cortés, después de su sueño: dibujó una rueda de arcaduces: a los llenos puso una letra, y a los que se vaciaban otra, y a los vacíos otra, y a los que subían otra, fijando un clavo en los altos. Afirman los que vieron el dibujo, por lo que después le acaeció, que con maravilloso aviso y sutil ingenio pintó toda su fortuna y suceso de vida. Hecho esto, dijo a ciertos amigos suyos, con un contento nuevo y no visto, que había de comer con trompetas o morir ahorcado, e que ya iba conociendo su ventura y lo que las estrellas le prometían. 1 6 Pocos años después de este sueño, Nicolás Maquiavelo anotó que “si de la fortuna depende la mitad de nuestros actos, los hombres dirigimos cuando menos la otra mitad”. 17 Creo que Cortés compartía la misma idea. Pero si tenía tan clara la prefiguración de su fortuna, sorprende la paciencia con que esperó, alrededor de diez años, la primera coyuntura favorable. Acaso comprendía que, en aquellos años oscuros de La Española y de Cuba, los únicos cangilones de la noria que podía llenar eran los de ganarse el favor de los poderosos y hacerse de bienes que lo apoyaran; y estar al acecho de su oportunidad. Cortés y doña Marina pintados en la iglesia de San Andrés Ahuahuaztepec, Tlaxcala. En la expedición que organizaron Diego de Nicuesa y Alonso de Hojeda, en noviembre de 1509, para conquistar y colonizar las regiones de Tierra Firme y el Darién, en que Francisco Pizarro fue como soldado, iba a participar también Cortés. Impidióselo un tumor que sufría en el muslo derecho y se extendía hasta la pantorrilla. Según el autor del De rebus gestis, los expedicionarios lo aguardaron tres meses y al fin partieron sin él. 18 EN CUBA El mismo año de 1509, Diego Colón, hijo del descubridor, fue nombrado para sustituir a Ovando en el gobierno de La Española, y recibió el título de virrey almirante, heredado por mayorazgo de su ilustre padre. Y en 1511 don Diego decidió encargar la conquista de la vecina isla de Cuba, que sólo había sido reconocida por Sebastián de Ocampo en 1508, al capitán Diego Velázquez, soldado veterano con larga residencia en La Española. Velázquez era amigo de Cortés y lo persuadió para que lo acompañase en esta empresa. La conquista de Cuba no requirió grandes hazañas; y al vencer las escasas resistencias de los indígenas, Cortés comenzó a distinguirse como el soldado más eficaz y prudente para arreglar cuantos negocios se ofrecían. El obeso capitán Diego Velázquez todo lo ejecutaba por medio de Hernán Cortés, que se había vuelto su más cercano amigo, a quien confiaba los asuntos difíciles. El alcázar de don Diego Colón en Santo Domingo. Al principio de su estancia en Cuba, Cortés fue uno de los secretarios de Velázquez; el otro, refiere Las Casas, era Andrés de Duero, “tamaño como un codo, pero cuerdo y muy callado y escribía bien”. 19 Más tarde, ya pacificada la isla, Cortés se avecindó en Santiago de Baracoa, primera población y capital, de la que fue nombrado alcalde y donde crió vacas, ovejas y yeguas, y organizó la extracción de oro, con lo que obtuvo alguna fortuna. Sobrevino luego, hacia 1514, el primer altercado con Velázquez. Según Las Casas, Cortés se asoció con un grupo de descontentos contra el adelantado, que querían hacer llegar sus quejas a jueces de apelación recién llegados, y escogieron a Cortés como más osado para llevar sus papeles. Súpolo Velázquez, quien hizo prender a Cortés y quería ahorcarlo. Del navío en que lo tenía preso para enviarlo a La Española, se escapó en el batel y fue a refugiarse a la iglesia; pero cuando paseaba fuera del templo, volvieron a apresarlo hasta que Velázquez —tras un gesto de audacia de Cortés, que lo sorprendió en su habitación para sincerarse— lo perdonó, aunque ya no lo tomó por el momento a su servicio. 20 Luis de Cárdenas relató a Carlos V que, por estos días, Cortés fue condenado a recibir cien azotes, lo que no parece haberse efectuado. 21 López de Gómara cuenta otra versión poco verosímil del apresamiento de Cortés. Juan Xuárez, granadino, había llevado a Santo Domingo tres o cuatro hermanas suyas, que eran “bonicas”, y a su madre para que casaran con hombres ricos. Debieron pasar a Cuba. “Por haber allí pocas españolas, las festejaban muchos”. Cortés cortejaba a Catalina y Velázquez a otra Xuárez “que tenía ruin fama” y con la que no se casaría; Cortés no quería cumplir la supuesta promesa de boda con Catalina y Velázquez, empujado además por los malquerientes de Cortés, lo puso preso y lo metió en el cepo del que escapó. 22 Luego, las versiones vuelven a acordarse. Cortés sí casó con Catalina Xuárez, Juárez o Suárez Marcaida, y Velázquez fue su padrino; el adelantado lo nombró alcalde de Santiago de Baracoa y, cuando Cortés tuvo su primera hija, 23 Velázquez fue de nuevo su padrino y ahora compadre. Acerca del matrimonio de Hernán Cortés y Catalina Xuárez, realizado en Cuba hacia 1514 o 1515, poco se sabe. Catalina había pasado de la Española a Cuba como “moza” de María de Cuéllar, mujer con quien casó Diego Velázquez; era pobre, apenas tenía qué vestirse y no aportó ninguna dote ni llegó a tener hijos. Además, como lo dirá el propio Cortés, “no era mujer industriosa ni diligente para entender en su hacienda ni granjearla ni multiplicarla en casa ni fuera de ella, antes era mujer muy delicada y enferma y que no se levantaba de un estrado a la continua”. 24 Con todo, en sus primeros años de casado, Cortés parece haber sido feliz con ella. Las Casas refiere que Cortés le dijo “que estaba tan contento con ella como si fuera una duquesa”; 25 traicionero elogio. Luego, en el torbellino de los acontecimientos que se sucedieron a partir de 1518, el conquistador parece haber olvidado que estaba casado y había dejado mujer en Cuba. Cuando ya se había conquistado la ciudad de México y Cortés era poderoso, en 1522 ella vino a recordárselo, con la mala fortuna que se conoce. El autor del De rebus gestis, que se supone ser López de Gómara, cuenta una anécdota de Cortés que muestra sobre todo su intrepidez personal y su condición de buen nadador, algo rara en esta época. Durante estos años de Cuba, Cortés solía ir de las bocas de Bani a Santiago de Baracoa, para ver a sus indios que trabajaban en la extracción del oro y a los que labraban sus campos y cuidaban sus ganados. En uno de estos viajes, que al parecer hacía solo y en una pequeña barca, lo sorprendió un temporal que estaba arreciando. La fuerza de los vientos lo alejaba de Puerto Escondido, a donde intentaba llegar, y no se atrevía a mudar de rumbo porque la canoa se volcaría. La noche cerraba y vino una marejada cuya fuerza hacía inútiles los remos. Quitose la ropa y aún intentó remar con toda su fuerza para contrarrestar el empuje de las olas. Volcose al fin la canoa y Cortés logró asirse de ella, como una alternativa para salvarse si no pudiera llegar a tierra nadando. El único lugar en que las ásperas rocas de la costa se interrumpían era Macaguanigua, aún distante. Cortés seguía luchando contra las olas, asido a la canoa, y comenzó a dar voces pidiendo auxilio. Oyéronlo unos indios y avivaron el fuego que habían encedido para que, en la oscuridad nocturna, orientara al náufrago. Al fin logró acercarse a un lugar accesible y los indios le ayudaron a salir “cuando estaba ya rendido y casi ahogado, después de haber resistido tres horas el embate de las aguas”. 26

Andanzas de Cortes por La Española y Cuba

1505, Cortes participa en la pacificación de La Española a las órdenes de Ovando donde destaca. Después es nombrado Escribano de Azúa (Costa Sur de La Española) y se le adjudica una Encomienda en la isla, pero al poco tiempo se traslada a vivir a Sto. Domingo para estar más cerca del poder, donde vive hasta 1511.

En este año participa de la conquista de Cuba, junto a Velázquez, que le ha nombrado Tesorero

Aventuras de Cortes en las Islas

Expediciones organizadas por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez entre 1517 y 1518

LAS EXPEDICIONES DE HERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y DE GRIJALVA En 1517 y 1518 partieron de Cuba dos expediciones que confirmaron la existencia de un país extenso y rico al oeste de la isla. La primera, capitaneada por Francisco Hernández de Córdoba y guiada por el piloto Antón de Alaminos, que había sido grumete de Colón, y entre cuyos soldados venía Bernal Díaz del Castillo, descubrió en la península de Yucatán —ya registrada por exploradores previos—27 una ciudad maya, de civilización más avanzada que las encontradas hasta entonces en las Indias. Allí capturaron a dos indios, llamados Julianillo y Melchorejo, que servirían luego como intérpretes del maya. Costeando la península, desembarcaron en busca de agua en Campeche, y en Potonchán o Champotón, que llamarían Costa de la Mala Pelea, los rechazó el cacique Moxcoboc, acaso adiestrado por Gonzalo Guerrero, uno de los españoles que quedaron cautivos en aquellas tierras en una exploración de 1511, quien les infligió una sangrienta derrota. Perecieron unos cincuenta españoles y quedaron heridos todos los demás, incluso Hernández de Córdoba y Bernal Díaz. 28 Al año siguiente de esta expedición, el adelantado Velázquez organizó otra, que puso al mando de su pariente Juan de Grijalva con el propósito de proseguir la exploración de Yucatán. Con él iba el piloto Alaminos y varios futuros conquistadores, Alvarado, Montejo, de nuevo Bernal Díaz, el clérigo Juan Díaz, que escribiría el Itinerario del viaje, y Julianillo, el indio intérprete. Descubrieron la isla de Cozumel, recorrieron la costa este de Yucatán, y volviendo por el litoral norte, tuvieron otro encuentro con los bravos indios de Campeche; llegaron a la Boca de Términos, que el piloto Alaminos consideró que era un estrecho que hacía de Yucatán una isla, y prosiguieron costeando por tierras desconocidas; encontraron las desembocaduras de los ríos Usumacinta y del Tabasco, que llamarían Grijalva, el puerto de Coatzacoalcos y Papaloapan. En el río de Banderas, cerca de San Juan de Ulúa, Grijalva recibió mensajeros de Motecuhzoma con el más valioso regalo hasta entonces visto, 29 y otra vez, como en Tabasco, oyeron los nombres de Colúa o Culúa y México, la tierra poderosa y rica que se encontraba más allá, y de Motecuhzoma, su señor, que enviaba aquellos dones. Llegada de Juan de Grijalva a Chalchicuecan. Códice Durán. Grijalva decidió enviar a Alvarado para que llevase a Cuba los presentes de Motecuhzoma y los soldados heridos. Mientras tanto, el impaciente Velázquez ya había despachado en otra nave a Cristóbal de Olid en busca de aquella expedición tanto tiempo ausente. Los de Grijalva aún siguieron reconociendo hacia el norte la costa del Golfo hasta la región del Pánuco, y luego volvieron a Cuba por la misma ruta. 30 Grijalva fue mal recibido y aun afrentado por Velázquez “porque no había quebrantado su instrucción y mandamiento en poblar la tierra”, comenta Las Casas, quien agrega que habiendo quedado muy pobre, Grijalva se fue a Tierra Firme, donde desgobernaba Pedrarias de Ávila, y éste lo envió a Nicaragua, donde, en el Valle de Ulanché, lo mataron los indios. 31 Mapa de las exploraciones de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva. En Jesús Amaya Topete Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958. LOS NARANJOS DE BERNAL DÍAZ En el párrafo final de su relato de esta expedición de Grijalva, en la que participó, cuenta Bernal Díaz un hecho muy interesante para la historia de la agricultura mexicana, ya que él, hacia 1518, parece haber sido el introductor del cultivo de las naranjas en México. Se refiere a tierras entre Tonalá y Coatzacoalcos, y dice lo siguiente: Cómo yo sembré unas pepitas de naranja junto a otra casa de ídolos, y fue de esta manera: que como había muchos mosquitos en aquel río, fuímonos diez soldados a dormir en una casa alta de ídolos, y junto a aquella casa los sembré, que había traído de Cuba, porque era fama que veníamos a poblar, y nacieron muy bien, porque los papas de aquellos ídolos los beneficiaban y regaban y limpiaban desque vieron que eran plantas diferentes de las suyas; de allí se hicieron de naranjos toda aquella provincia. Bien sé que dirán que no hacen al propósito de mi relación estos cuentos viejos, y dejarlos he. 32 Este párrafo fue tachado por Bernal Díaz al hacer la revisión de su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. ¿Lo hizo sólo para mantener la congruencia de la exposición o tenía otras razones? CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA 1485 Nace Hernán Cortés en Medellín, Extremadura. ¿Fin del mes de julio? 1499 Va a Salamanca a estudiar en la Universidad. Aprende algo de latín y rudimentos legales. 1500/1501 Abandona los estudios y vuelve a Medellín. Ca.1502/1503Va a Valladolid y aprende el oficio de escribano. 1504 Viaja a Santo Domingo en la flota de Alonso Quintero. Soldado en la pacificación de alguna región de la isla. Escribano en la villa de Azua. 1509 Sufre un tumor en el muslo derecho que le impide ir a la expedición a Tierra Firme y el Darién de Diego de Nicuesa y Alonso de Hojeda. 1511 Va con Diego Velázquez a la conquista de Cuba. Secretario de Velázquez. Alcalde de Santiago de Baracoa. Tiene crías de vacas, ovejas y yeguas, y organiza la extracción de oro. 1514 Altercado con Velázquez. Cortés es apresado y escapa. 1514/1515 Casa con Catalina Xuárez Marcaida. Cumple treinta años. 1517 8 de febrero Sale de Santiago de Cuba la expedición de Francisco Hernández de Córdoba que descubre Yucatán, Campeche y Champotón. Después va a la Florida. 1518 18 de abril Sale de Santiago de Cuba la expedición de Juan de Grijalva. Toca Cozumel, Champotón, Boca de Términos (Puerto Deseado); los ríos Grijalva (Tabasco), Tonalá, Coatzacoalcos, Papaloapan y Banderas; San Juan de Ulúa, la sierra de Tuxpan y Cabo Rojo. Vuelve a Santiago de Cuba hacia el 15 de noviembre. 23 de octubre Instrucciones de Velázquez a Cortés, a quien nombra capitán de una nueva expedición para reconocer tierras mexicanas.

Comienza el siglo XVI con los españoles asentados en el Caribe con su principal base en La Española y con varios puntos del continente (desde la boca del Amazonas hasta el Darién) tocados por diferentes expediciones de descubrimiento, de rescate o de ambos, y que casi todas tenían como nexo común encuentros sangrientos con los naturales que lógicamente se alzaban contra la codicia de los visitantes o se defendían de los que pretendían llevárselos como esclavos..

Todo esto obstaculizo poderosamente a los pocos proyectos que pretendían, a diferencia de los anteriores, establecerse en el continente y que acabaron trágicamente.

En paralelo, la situación de La Española no era del agrado de la Corona, escasos resultados para las expectativas planteadas, alarmante despoblación indígena y para redondear: conflictos y gastos inherentes al régimen de factoría que había implantado Colón.

Es a partir de 1501 cuando la Corona quiere poner fin a las expediciones de expolio y trata de esclavos reiteradamente repetidos, y sustituirlos por gobernaciones efectivas en tierra firme que den continuidad a lo iniciado por Colón unos años antes.

Pero este cambio de objetivos tarda años en aplicarse, entre otros motivos porque las expediciones seguían siendo emprendimientos financiados por particulares que querían compensar su inversión y compensar los riesgos que corrían. Si bien es cierto que debían ser previamente autorizados por la Corona que marcaba sus condiciones muchas veces no cumplidas.

Volviendo a la historia que nos ocupa, y con base a las informaciones recibidas de una expedición enviada desde Jamaica que naufrago en Yucatán encontramos en 1517 una expedición de dos barcos organizada por el gobernador de Cuba, Velázquez, y capitaneada por Fco. Hernández de Córdoba con Antón de Alaminos de piloto que zarpa en dirección al Yucatán y luego a Campeche.

Esta expedición se salda, como casi todas las anteriores, con bastantes muertos y sin ningún resultado tangible para los objetivos de conquista definidos por la Corona, pero Diego Velázquez aprovecha la información recibida “de unas tierras prometedoras” (en lo que se refiere a riquezas, por supuesto) y decide que la inversión merece la pena y justifica un nuevo intento. Acto seguido organiza una segunda flota de cuatro barcos nombrando a su pariente Juan de Grijalba como capitán y repitiendo con Antón de Alaminos como piloto.

En esta ocasión, Velázquez quiso guardar las formas, y previamente solicito permiso por partida doble: A los padres Jerónimos de La Española (que habían sustituido a Diego Colón como gobernador en 1516) y sin que ellos lo supieran, directamente a Castilla, a través de un mensajero, en la que se apropiaba de los descubrimientos de Hernández de Córdoba, informando que las tierras que había descubierto “prometían grandes riquezas” y solicitando autorización para conquistarlas y los títulos de “adelantado” y “gobernador” de las mismas.

Al recibir la licencia de los jerónimos, manda partir la expedición el 5/4/1518, siguiendo una ruta similar a la anterior, hasta llegar a la isla de Cozumel.

La expedición de Grijalba fue más afortunada y obtuvo una cantidad apreciable de piezas de oro por lo que decidió despachar una nave con Pedro de Alvarado para informar del viaje a Velázquez y pedir refuerzos. Esta nave partió el 24/6 pero antes de que llegara a Cuba, el gobernador impaciente, ya había mandado otra nave capitaneada por Cristobal de Olid para saber que había ocurrido. Las dos naves se cruzaron sin saberlo.

Con las informaciones de Alvarado y sin esperar al regreso de Grijalba ni de Olid y aún sin tener la autorización de Castilla, que había solicitado hacía meses, Velázquez se pone a organizar una tercera armada, y aquí es donde vuelve a aparecer nuestro protagonista Hernan. Velazquez busca socios para financiar la aventura y uno de ellos lo encuentra en Cortes que en aquel momento era alcalde de Santiago. Lo nombra capitán de la expedición pero meses después no tarda en arrepentirse cuando descubre que Cortes le da una importancia mucho mayor a la aventura alineándose con los objetivos de la Corona de descubrir, poblar y cristianizar y no con los del gobernador que se iban a limitar a reconocer, buscar oro y apresar indios para esclavizarlos.

Si bien es cierto que los Jerónimos habían concedido Capitulaciones delegadas a Cortes como armador-socio de Velázquez pero sólo para descubrimiento y rescate.

Ambos ignoraban que cinco días antes de partir Cortes de Santiago de Cuba, Fonseca, en nombre del rey, había otorgado la capitulación de asiento y conquista a Diego Velázquez y cuando Cortes se aleja definitivamente de la isla desde la Habana (2/1519) hacia el Yucatán, las Capitulaciones aún no habían llegado.

La expedición estaba formada por diez naves de las cuales Cortes ostentaba la propiedad de siete de ellas, siendo en consecuencia, el principal accionista de la expedición.

Resumiendo, cuando Cortes inicia el viaje, sabe que, en ese momento, solo está autorizado legalmente para lo que hizo en los cuatro primeros meses de viaje hasta llegar a San Juan de Ulua (4/1519) pero no para lo quiere hacer: conquistar, poblar y cristianizar y es por eso por lo que busca una solución jurídica que se base en la Jurisdicción originaria.

Tercera expedición[editar]

Un dibujo de una persona

Descripción generada automáticamente con confianza baja

Hernán Cortés.

Un dibujo de una persona

Descripción generada automáticamente con confianza baja

Salida del puerto de Santiago, grabado de Van Beecq.

Sin haber recibido respuesta del nombramiento de adelantado, Diego de Velázquez organizó una tercera expedición. El gobernador consideró que su sobrino había fracasado en su misión43​ y por tanto requería de un nuevo capitán. Después de ponderar sus opciones y a instancias de su secretario,44​ Andrés de Duero, y el contador Amador Lares, optó por Hernán Cortés,45​ quién entonces era alcalde de Santiago.43

Ambos firmaron unas capitulaciones e instrucciones el día 23 de octubre de 1518.46​ En los documentos que fueron redactados por Andrés de Duero, el preámbulo se contrapone a las 24 instrucciones.43​ Tales contradicciones fueron, y han sido a través de los siglos, el motivo principal de la controversia que surgió como resultado de la insurrección de Hernan Cortés. Diego de Velázquez firmó como adjunto del almirante y comandante en jefe Diego Colón y Moniz Perestrello, pues todavía no había recibido nombramiento por parte del rey de España. El gobernador de Cuba temía que desde La Española o Jamaica alguien más se adelantara en una empresa similar.43

Se lograron reunir en total once embarcaciones. Tres aportadas por Diego de Velázquez, tres por Hernán Cortés y el resto por los capitanes que participaron en la expedición. Pero a última hora el gobernador cambió de opinión y decidió destituir a Cortés, enviando a Amador de Lares a la entrevista y por otra parte bloqueando el suministro de insumos. Cortés decidió marcharse de Santiago evadiendo las órdenes y avisando al contador Lares, quien transmitió las noticias al gobernador Velázquez. El día de los hechos este se apersonó en el muelle para inquirir sobre la situación y Cortés, rodeado de sus hombres armados, lo interpeló «Perdonadme, pero todas estas cosas se pensaron antes de ordenarlas. ¿Cuáles son vuestras órdenes ahora?».47​ Ante la evidente insubordinación Velázquez no respondió y los barcos zarparon de Santiago el 18 de noviembre de 1518 con dirección al occidente de la misma isla.43​ Pararon en la banda sur del puerto de la Trinidad, durante casi tres meses se reclutaron soldados,48​ asimismo se abastecieron de alimentos y de pertrechos.49

Los capitanes designados por Cortés fueron: Pedro de AlvaradoAlonso de ÁvilaAlonso Hernández PortocarreroDiego de OrdásFrancisco de MontejoFrancisco de MorlaFrancisco de SaucedoJuan de EscalanteJuan Velázquez de LeónCristóbal de Olid y Gonzalo de Sandoval. Como piloto mayor nombró a Antón de Alaminos quién conocía la zona por haber participado en las expediciones de Hernández de Córdoba en 1517, de Juan de Grijalva en 1518 y de Juan Ponce de León a la Florida en 1513.50

Cortés pudo reunir quinientos cincuenta españoles (de los cuales cincuenta eran marineros) y a dieciséis caballos. Además, según la crónica de Bartolomé de las Casas, llevó doscientos auxiliares, algunos nativos de la isla y otros esclavos negros.51​ Mientras tanto en España, el rey Carlos I había firmado el 13 de noviembre de 1518, el documento que autorizaba a Velázquez a realizar la expedición.52​ En esta expedición viajaron tanto africanos y afrodescendientes esclavos y libres, que participaron en la ocupación de México -Tenochtitlán, «un africano, posiblemente Juan Garrido o Juan Cortés, fue uno de los auxiliares armados que acompañaron los ejércitos de exploración, colonización y conquista de México», como se muestra en un fragmento del Códice Azcatitlán.53

El gobernador de Cuba realizó un segundo intento por detenerlo. Había enviado diversas cartas, una de ellas dirigida al propio Cortés, en la que se le ordenaba esperar.47​ Las otras estaban dirigidas a Juan Velázquez de LeónDiego de Ordás, y al alcalde de la Trinidad Francisco Verdugo y en ellas pedía entretener la salida de la expedición e incluso ordenaba la aprehensión del caudillo.54​ Como último intento, el gobernador envió a Gaspar de Garnica para aprehender a Cortés en La Habana, no obstante lo cual los barcos de Cortés abandonaron las costas de Cuba el 18 de febrero de 1519.55​ Nueve barcos zarparon por la banda sur y dos barcos por la banda norte. La bandera de insignia era de fuegos blancos y azules con una cruz colorada en medio, y alrededor un letrero en latín que decía Amici sequamur crucem, & si nos habuerimus fidem in hoc signo vincemus, que significa: «Hermanos y compañeros: sigamos la señal de la Santa Cruz con fe verdadera, que con ella venceremos».56

El Plan que ha preparado tiene tres momentos, el primero de ellos es la fundación y población de una villa (la Villa Rica de la Veracruz) por parte de los miembros de la expedición (la hueste), nombrando acto seguido alcalde y regidores.

Un segundo momento en el que el Cabildo constituido requieren a Cortes, como jefe de la expedición que muestre sus poderes para poder realizar la fundación y al encontrarlos carentes de vigencia exigen a Cortes que renuncie a su Capitanía cosa que el acepta.

Un tercer y último momento en el que el Cabildo, apoyado por los miembros de la hueste mediante su firma, nombra a Cortés como su capitán y Justicia Mayor.

A partir de ahí Cortés logra una legitimidad que ya no procede del gobernador de Cuba sino de la Comunidad que ante una situación excepcional decide quien ha de regirlos y ejercer justicia. Todo eso, hasta que el rey como instancia suprema, y bajo cuya autoridad se ponen, decida lo que corresponda.

El plan se completa haciendo que sea la Justicia y Regimiento de la Villa de Veracruz quién se dirija al Rey nombrando procuradores que presenten esa relación. Junto a ellos se preparo un regalo para el Rey con todo el oro que hasta ese momento habían podido acumular. Los procuradores Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco de Montejo zarpan para España el 26 de Julio.

Acto seguido Cortés castiga duramente a los partidarios de Velázquez que habían querido desertar, hunde todos sus barcos (menos dos), para que nadie pueda volverse atrás, e inicia la penetración hacia el interior.

y Velazquez considera que Cortes le ha traicionado por lo que intenta por todos los medios a su alcance parar la expedición.

26/03/22

Salida de Cortes de Cuba. Inicio de la conquista

Parte IV

1518- 1521

Llegada a Tierra firme. El Imperio Mexica

2. Aztecas e incas.

2.1. El origen de los aztecas.

El origen de los aztecas no se conoce y se ha rodeado de narraciones míticas con posterioridad, sobre todo por ellos mismos con el objetivo de justificar su expansionismo militar. Su dominio se caracterizó por movimientos demográficos de los que surgieron algunas ciudadesestado, con continuos cambios de alianzas y enfrentamientos entre ellas. Durante este proceso se incorporaron grupos de chichimecas del Norte que fueron aculturados por grupos más avanzados. El valle de México se dividió en dos: Tula controló el Norte y Cholula el Sur. El período chichimeca fue una época de inestabilidad política que duró hasta 1370.

2.2. Los mexicas. Tenochtitlan y Tlatelolco.

Los mexicas (el principal grupo azteca) llegaron al valle de México en 1253 y para asentarse iniciaron una serie de guerras contra los pueblos de la región. Se refugiaron en un islote del lago Texcoco y sobrevivieron mucho tiempo pagando tributos a los pueblos más fuertes, además de emparentarse con la nobleza de Azcapotzalco. Tenochtitlán y Tlatelolco fueron los principales centros mexicas. En un enfrentamiento entre grupos regionales surgió la Triple Alianza en 1426. Estuvo integrada por Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan. En el reinado de Izcóatl se inició la expansión hacia la región de los lagos. A mediados del siglo XV la población era tan abundante que los recursos del valle empezaron a ser insuficientes. Tras desastres naturales y malas cosechas aumentó la escasez. Los aztecas buscaron su solución mediante la expansión militar. Intentaron legitimar su dominación haciéndose pasar por descendientes de los toltecas. Fabricaron una historia mítica que legitimase su derecho a dominar el área. Las grandes campañas militares que les llevaron fuera de Mesoamérica se iniciaron en 1454. El sucesor de Izcóatl, Motecuhzoma Ilhuicamina, expandió el imperio hasta Veracruz, la Mixteca y zonas de Oaxaca.

2.3. La organización social, militar y religiosa del Imperio.

El imperio se dividió en provincias. Todas debían pagar tributo, fuesen gobernadas por la nobleza local o por la nobleza azteca. Los militares tenían un lugar destacado en la escala social. La guerra, además de un objetivo económico, tenía un importante objetivo religioso, ya que permitía obtener esclavos para los sacrificios humanos. El poder azteca descansaba en la agricultura. Los aztecas combinaron todos los métodos y técnicas conocidos en Mesoamérica: tumba y quema en las zonas medias y altas de las montañas, secano en las laderas bajas y regadío en los valles, donde surgieron las chinampas. La sociedad estaba estratificada en forma piramidal. El Tlatoani orador era el principal en la escala social (gobernaba la ciudad y el territorio circundante, con poderes militares, civiles y religiosos). El tlatoani de Tenochtitlán era la cabeza del imperio. La nobleza o pipiltin era el 2º escalón junto a los que integraban el ejército (caballeros jaguar y caballeros águila). Los grupos dominantes recibían tributos de que les permitían consolidar su riqueza y poder. Podían acceder a la propiedad de la tierra y contaban con tribunales y centros de educación especial. Los pochteca eran otro grupo de la nobleza que controlaba el comercio a larga distancia. En la base de la pirámide estaban los campesinos y los artesanos (macehualtin). El La América colonial 11 pueblo tenía una organización nuclear. El calpulli era el grupo de parentesco básico al que se adscribía la tierra para su explotación.

Conquista de las tierras del continente que luego fueron llamadas Nueva España.

Las claves de la conquista

La clave de ambos desarrollos fue el rápido control de los dos focos de civilización amerindia: la confederación azteca y el imperio inca. A pesar del grado de desarrollo cultural, artístico y de organización social americanos, los españoles contaron con una superioridad tecnológica incomparable: los invasores contaban con armas de acero y fuego, armaduras y la capacidad de movimiento y abastecimiento de los barcos. Elementos efectivos por sí mismos, además del impacto psicológico que debieron causar perros y caballos.

Los conquistadores se vieron beneficiados por las rivalidades internas de los indígenas y por la resistencia de algunos pueblos a las exigencias tributarias del centro del poder. Este hecho les permitió contar con aliados entre los pueblos indígenas, lo que se tradujo en una mayor posibilidad de contar con soldados y avituallamientos. Por otra parte, eran sociedades organizadas sobre sistemas político-religiosos muy jerarquizados donde emperadores semidivinos apoyados en una restringida élite nobiliaria y sacerdotal constituían la autoridad central. Una vez que se lograba desplazar a esta cúpula del poder, todo el sistema era fácilmente controlable porque tales organizaciones comportaban un alto grado de subordinación y sumisión del individuo al estado, desarrollando un cierto grado de conformismo social. También el carácter interdependiente de los centros urbanos y las zonas agrícolas que constituían ambas sociedades, excluía la posibilidad de retroceder o huir.

Finalmente, el componente religioso y la mentalidad colectiva jugaron un destacado papel. Su mitología incluía la posibilidad de que aquellos intrusos europeos fueran dioses.

Tras el pillaje de los metales preciosos, allí donde existían organizaciones estatales, los castellanos fueron poco a poco sustituyéndolo, utilizando a su favor la oligarquía nativa y se dispusieron a explotar los recursos económicos, haciendo uso de una población india acostumbrada al trabajo organizado y especializado; por el contrario, en las zonas habitadas por pueblos menos adelantados, la conquista y la ocupación avanzaron con grandes dificultades. Sea como fuere, hacia 1550 la hora de los conquistadores había pasado y los burócratas, juristas y religiosos se encargaron de transformar el Nuevo Mundo e integrarlo en el sistema imperial español.

Presagios de la venida de los españoles

Presagios de la venida de los españoles

Presagios de la venida de los españoles. Cap 1

Los documentos indígenas que se presentan en los trece primeros capítulos de este libro comprenden hechos acaecidos desde poco antes de la llegada de los españoles a las costas del Golfo de México, hasta el cuadro final, México-Tenochtitlan en poder de los conquistadores. Los dos últimos capítulos, el XIV y el XV ofrecen a manera de conclusión, la relación acerca de la Conquista, escrita en 1528 por varios informantes anónimos de Tlatelolco, así como unos cuantos ejemplos de célebres icnocuícatl «cantares tristes» de la Conquista.

Ordenando los varios textos en función de la secuencia cronológica de los hechos y acciones de la Conquista, se dan en algunos casos testimonios que presentan ciertas variantes y divergencias. Sin pretender resolver aquí los problemas históricos que plantean tales variantes, fundamentalmente interesa el valor humano de los textos, que reflejan, más que los hechos históricos mismos, el modo como los vieron e interpretaron los indios nahuas de diversas ciudades y procedencias.

En este primer capítulo transcribimos la versión del náhuatl preparada por el doctor Garibay, de los textos de los informantes indígenas de Sahagún contenidos al principio del libro XII del Códice Florentino, así como una breve sección tomada de la Historia de Tlaxcala de Diego Muñoz Camargo, que como se indicó: en la Introducción General, emparentado con la nobleza indígena de dicho señorío, refleja en sus escritos la opinión de los indios tlaxcaltecas, aliados de Cortés. Ambos documentos, que guardan estrecha semejanza, narran una serie de prodigios y presagios funestos que afirmaron ver los mexicas y de manera especial Motecuhzoma, desde unos diez años antes de la llegada de los españoles. Se transcribe primero el texto de los informantes de Sahagún, de acuerdo con el Códice Florentino y a continuación el testimonio del autor de la Historia de Tlaxcala.

Los presagios, según los informantes de Sahagún

Primer presagio funesto: Diez años antes de venir los españoles primeramente se mostró un funesto presagio en el cielo. Una como espiga de fuego, una como llama de fuego, una como aurora: se mostraba como si estuviera goteando, como si estuviera punzando en el cielo.

Ancha de asiento, angosta de vértice. Bien al medio del cielo, bien al centro del cielo llegaba, bien al cielo estaba alcanzando.

Y de este modo se veía: allá en el oriente se mostraba: de este modo llegaba a la medianoche. Se manifestaba: estaba aún en el amanecer; hasta entonces la hacia desaparecer el Sol.

Y en el tiempo en que estaba apareciendo: por un año venia a mostrarse. Comenzó en el año 12 Casa.

Pues cuando se mostraba había alboroto general: se daban palmadas en los labios las gentes; había un gran azoro; hacían interminables comentarios.

Segundo presagio funesto: que sucedió aquí en México: por su propia cuenta se abrasó en llamas, se prendió en fuego: nadie tal vez le puso fuego, sino por su espontánea acción ardió la casa de Huitzilopochtli. Se llamaba su sitio divino, el sitio denominado » Tlacateccan» («Casa de mando»).

Se mostró: ya arden las columnas. De adentro salen acá las llamas de fuego, las lenguas de fuego, las llamaradas de fuego.

Rápidamente en extremo acabó el fuego todo el maderamen de la casa. Al momento hubo vocerío estruendoso; dicen: «¡Mexicanos, venid de prisa: se apagará! ¡Traed vuestros cántaros!…»Pero cuando le echaban agua, cuando intentaban apagarla, sólo se enardecía flameando más. No pudo apagarse: del todo ardió.

Tercer presagio funesto: Fue herido por un rayo un templo. Sólo de paja era: en donde se llama «Tzummulco».1 El templo de Xiuhtecuhtli. No llovía recio, solo lloviznaba levemente. Así, se tuvo por presagio; decían de este modo: «No más fue golpe de Sol.» Tampoco se oyó el trueno.

Cuarto presagio funesto: Cuando había aún Sol, cayó un fuego. En tres partes dividido: salió de donde el Sol se mete: iba derecho viendo a donde sale el Sol: como si fuera brasa, iba cayendo en lluvia de chispas. Larga se tendió su cauda; lejos llegó su cola. Y cuando visto fue, hubo gran alboroto: como si estuvieran tocando cascabeles.

Quinto presagio funesto: Hirvió el agua: el viento la hizo alborotarse hirviendo. Como si hirviera en furia, como si en pedazos se rompiera al revolverse. Fue su impulso muy lejos, se levanto muy alto. Llegó a los fundamentos de las casas: y derruidas las casas, se anegaron en agua. Eso fue en la laguna que está junto a nosotros.

Sexto presagio funesto: muchas veces se oía: una mujer lloraba; iba gritando por la noche; andaba dando grandes gritos:

-¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos! Y a veces decía:

-Hijitos míos, ¿a dónde os llevaré? 2

Séptimo presagio funesto: Muchas veces se atrapaba, se cogía algo en redes. Los que trabajaban en el agua cogieron cierto pájaro ceniciento como si fuera grulla. Luego lo llevaron a mostrar a Motecuhzoma, en la Casa de lo Negro (casa de estudio mágico) .

Había llegado el Sol a su apogeo: era el medio día. Había uno como espejo en la cabeza del pájaro como rodaja de huso, en espiral y en rejuego: era como si estuviera perforado en su medianía.

Allí se veía el cielo: las estrellas, el Mastelejo. Y Motecuhzoma lo tuvo a muy mal presagio, cuando vio las estrellas y el Mastelejo

Pero cuando vio por segunda vez la cabeza del pájaro, nuevamente vio allá en lontananza; como si algunas personas vinieran de prisa; bien estiradas; dando empellones. Se hacían la guerra unos a otros y los traían a cuestas unos como venados.

Al momento llamó a sus magos, a sus sabios. Les dijo:

-¿No sabéis: qué es lo que he visto? ¡Unas como personas que están en pie y agitándose!…
Pero ellos, queriendo dar la respuesta, se pusieron a ver: desapareció (todo): nada vieron.

Octavo presagio funesto: Muchas veces se mostraban a la gente hombres deformes, personas monstruosas. De dos cabezas pero un solo cuerpo. Las llevaban a la Casa de lo Negro; se las mostraban a Motecuhzoma. Cuando las había visto luego desaparecían. 3

Testimonio de Muñoz Camargo (Historia de Tlaxcala, escrita
en castellano por su autor)4

Diez años antes que los españoles viniesen a esta tierra, hubo una señal que se tuvo por mala abusión, agüero y extraño prodigio, y fue que apareció una columna de fuego muy flamígera, muy encendida, de mucha claridad y resplandor, con unas centellas que centellaba en tanta espesura que parecía polvoreaba centellas, de tal manera, que la claridad que de ellas salía, hacia tan gran resplandor, que parecía la aurora de la mañana. La cual columna parecía estar clavada en el cielo, teniendo su principio desde el suelo de la tierra de do comenzaba de gran anchor, de suerte que desde el pie iba adelgazando, haciendo punta que llegaba a tocar el cielo en figura piramidal. La cual aparecía a la parte del medio día y de media noche para abajo hasta que amanecía, y era de día claro que con la fuerza del Sol y su resplandor y rayos era vencida. La cual señal duró un año, comenzando desde el principio del año que cuentan los naturales de doce casas, que verificada en nuestra cuenta castellana, acaeció el año de 1517.

Y cuando esta abusión y prodigio se veía, hacían los naturales grandes extremos de dolor, dando grandes gritos, voces y alaridos en señal de gran espanto y dándose palmadas en las bocas, como lo suelen hacer. Todos estos llantos y tristeza iban acompañados de sacrificios de sangre y de cuerpos humanos como solían hacer en viéndose en alguna calamidad y tribulación, así como era el tiempo y la ocasión que se les ofrecía, así crecían los géneros de sacrificios y supersticiones

Con esta tan grande alteración y sobresalto, acuitados de tan gran temor y espanto, tenían un continuo cuidado e imaginación de lo que podría significar tan extraña novedad, procuraban saber por adivinos y encantadores qué podrá significar una señal tan extraña en el mundo jamás vista ni oída. Hase de considerar que diez años antes de la venida de los españoles, comenzaron a verse estas señales, mas la cuenta que dicen de doce casas fue el año de 1517, dos años antes que los españoles llegasen a esta tierra.

El segundo prodigio, señal, agüero o abusión que los naturales de México tuvieron, fue que el templo del demonio se abrasó y quemó, el cual le llamaban el templo de Huitzilopuchtli, sin que persona alguna le pegase fuego, que está en el barrio de Tlacateco. Fue tan grande este incendio y tan repentino, que se salían por las puertas de dicho templo llamaradas de fuego que parecía llegaban al cielo, y en un instante se abrasó y ardió todo, sin poderse remediar
cosa alguna «quedó deshecho», lo cual, cundo esto acaeció, no fue sin gran alboroto y alterna gritería, llamando y diciendo las gentes: «¡Ea Mexicanos! venid a gran prisa y con presteza con cántaros de agua a apagar el fuego», y así las más gentes que pudieron acudir al socorro vinieron. Y cuando se acercaban a echar el agua y querer apagar el fuego, que a esto llegó multitud de gentes, entonces se encendía más la llama con gran fuerza, y así, sin ningún remedio, se acabó de quemar todo.

Presagios Funestos (Codice Florentino)

El tercer prodigio y señal fue que un rayo cayó en un templo idolátrico que tenía la techumbre pajiza, que los naturales llamaban Xacal, el cual templo los naturales llamaban Tzonmolco, que era dedicado al ídolo Xiuhtecuhtli, lloviendo una agua menuda como una mullisma cayó del cielo sin trueno ni relámpago alguno sobre el dicho templo. Lo cual asimismo tuvieron por gran abusión, agüero y prodigio de muy mala señal, y se quemó y abrasó todo.

El cuarto prodigio fue, que siendo de día y habiendo sol, salieron cometas del cielo por el aire y de tres en tres por la parte de Occidente «que corrían hasta Oriente», con toda fuerza y violencia, que iban desechando y desapareciendo de sí brasas de fuego o centellas por donde corrían hasta el Oriente, y llevaban tan grandes colas, que tomaban muy gran distancia su largor y grandeza; y al tiempo que estas señales se vieron, hubo alboroto, y asimismo muy gran ruido y gritería y alarido de gentes.

El quinto prodigio y señal fue que se alteró la laguna mexicana sin viento alguno, la cual hervía y rehervía y espumaba en tanta manera que se levantaba y alzaba en gran altura, de tal suerte, que el agua llegaba a bañar a más de la mitad de las casas de México, y muchas de ellas se cayeron y hundieron; y las cubrió y del todo se anegaron.

El sexto prodigio y señal fue que muchas veces y muchas noches, se oía una voz de mujer que a grandes voces lloraba y decía, anegándose con mucho llanto y grandes sollozos y suspiros: ¡Oh hijos míos! del todo nos vamos ya a perder… e otras veces decía: Oh hijos míos ¿a dónde os podré llevar y esconder. . . ?

El séptimo prodigio fue que los laguneros de la laguna mexicana, nautas y piratas o canoístas cazadores, cazaron una ave parda a manera de grulla, la cual incontinente la llevaron a Motecuhzoma para que la viese, el cual estaba en los Palacios de la sala negra habiendo ya declinado el sol hacia el Poniente, que era de día claro, la cual ave era tan extraña y de tan gran admiración, que no se puede imaginar ni encarecer su gran extrañeza, la cual tenía en la cabeza una diadema redonda de la forma de un espejo redondo muy diáfano, claro y transparente, por la que se veía el cielo y los mastelejos «y estrellas» que los astrólogos llaman el signo de Géminis; y cuando esto vio Motecuhzoma le tuvo gran extrañeza y maravilla por gran agüero, prodigio, abusión y mala señal en ver por aquella diadema de aquel pájaro estrellas del cielo.

Y tornando segunda vez Motecuhzoma a ver y admirar por la diadema y cabeza del pájaro vio grande número de gentes, que venían marchando desparcidas y en escuadrones de mucha ordenanza, muy aderezados y a guisa de guerra,y batallando unos contra otros escaramuceando en figura de venados y otros animales, y entonces, como viese tantas visiones y tan disformes, mandó llamar a sus agoreros y adivinos que eran tenidos por sabios. Habiendo venido a su presencia, les dijo la causa de su admiración. Habéis de saber mis queridos sabios amigos, cómo yo he visto grandes y extrañas cosas por una diadema de un pájaro que me han traído por cosa nueva y extraña que jamás otra como ella se ha visto ni cazado, y por la misma diadema que es transparente como un espejo, he visto una manera de unas gentes que vienen en ordenanza, y porque los veáis, vedle vosotros y veréis lo propio que yo he visto.

Y queriendo responder a su señor de lo que les había parecido cosa tan inaudita, para idear sus juicios, adivinanzas y conjeturas o pronósticos, luego de improviso se desapareció el pájaro, y así no pudieron dar ningún juicio ni pronóstico cierto y verdadero.

El octavo prodigio y señal de México, fue que muchas veces se aparecían y veían dos hombres unidos en un cuerpo que los naturales los llaman Tlacantzolli.5 Y otras veían cuerpos, con dos cabezas procedentes de un solo cuerpo, los cuales eran llevados al palacio de la sala negra del gran Motecuhzoma, en donde llegando a ella desaparecían y se hacían invisibles todas estas señales y otras que a los naturales les pronosticaban su fin y acabamiento, porque decían que había de venir el fin y que todo el mundo se había de acabar y consumir, de que habían de ser creadas otras nuevas gentes e venir otros nuevos habitantes del mundo. Y así andaban tan tristes y despavoridos que no sabían que juicio sobre esto habían de hacer sobre cosas tan raras, peregrinas, tan nuevas y nunca vistas y oídas.

Los presagios y señales acaecidos en Tlaxcala

Sin estas señales, hubo otras en esta provincia de Tlaxcala antes de la venida de los españoles, muy poco antes. La primera señal fue que cada mañana se veía una claridad que salía de las partes de Oriente, tres horas antes que el sol saliese, la cual claridad era a manera de una niebla blanca muy clara, la cual subía hasta el cielo, y no sabiéndose que pudiera ser ponía gran espanto y admiración.

También veían otra señal maravillosa, y era que se levantaba un remolino de polvo a manera de una manga, la cual se levantaba desde encima de la Sierra «Matlalcueye» que llaman agora la Sierra de Tlaxcalla, la cual manga subía a tanta altura, que parecía llegaba al cielo. 6 Esta señal se vio muchas y diversas veces más de un año continuo, que asi mismo ponía espanto y admiración, tan contraria a su natural y nación.

No pensaron ni entendieron sino que eran los dioses que habían bajado del cielo, y así con tan extraña novedad, voló la nueva por toda la tierra en poca o en mucha población. Como quiera que fuese, al fin se supo de la llegada de tan extraña y nueva gente, especialmente en México, donde era la cabeza de este imperio y monarquía. 7

Intento de rebelión de Tetzcoco

Intento de rebelion de Tezcoco B+R

 

El señor de Texcoco

En los capítulos pasados, Muy Poderoso Señor, dije cómo al tiempo que yo iba a la grand cibdad de Temyxtitán me había salido al camino un grand señor que venía de parte de Muteeçuma. Y segúnd lo que después dél supe, él era muy cercano deudo del dicho Muteeçuma y tenía su señorío junto al del dicho Muteeçuma cuyo nombre era Haculuacan. Y la cabeza dél es una muy grand cibdad que está junto a esta laguna salada, que hay desde ella yendo en canoas por la dicha laguna hasta la dicha cibdad de Temyxtitán seis leguas y por la tierra diez, y llámase esta cibdad Tescucu y será de hasta treinta mill vecinos. Tienen señor en ella, muy maravillosas casas y mezquitas y oratorios muy grandes y muy bien labrados. Hay muy grandes mercados.

Y demás desta cibdad tiene otras dos, la una a tres leguas désta de Tescucu que se llama Acuruman, y la otra a seis leguas que se dice Otumpa. Terná cada una déstas hasta tres mill o cuatro mill vecinos. Tiene la dicha provincia y señorío [de] Haculuacan otras aldeas y alquerías en mucha cantidad y muy buenas tierras y sus labranzas, y confina todo este señorío por la una parte con la provincia de Tascaltecal de que ya a Vuestra Majestad he dicho.

Rebelion de Cacamacin, señor de Texcoco. Su prision.

Y este señor, que se dice Cacamacin, después de la presión de Muteeçuma se rebelló ansí contra el servicio de Vuestra Alteza, a quien se había ofrescido, como contra el dicho Muteeçuma. Y puesto que por muchas veces fue requerido que veniese a obedescer los reales mandamientos de Vuestra Majestad nunca quiso, aunque demás de lo que yo le inviaba a requerir, el dicho Muteeçuma gelo inviaba a mandar. Antes respondía que si algo le querían, que fuesen a su tierra y que allá verían para cuánto era y el servicio que era obligado a hacer. Y segúnd yo me informé, tenía grand copia de gente de guerra junta y todos para ella bien a punto. Y como por amonestaciones ni requirimientos yo no le pude atraer hablé al dicho Muteeçuma y le pedí su parescer de lo que debíamos facer para que aquél no quedase sin castigo de su rebelión, el cual me respondió que quererle tomar por guerra, que se ofrescía mucho peligro porque él era grand señor y tenía muchas fuerzas y gentes, y que no se podía tomar tan sin peligro que no muriese mucha gente; pero que él tenía en su tierra del dicho Cacamacin muchas personas prencipales que vivían con él y les daba su salario, que él hablaría con ellos para que atrajesen alguna de la gente del dicho Cacamacin a sí, y que atraída y estando seguros, que aquellos favorescerían nuestro partido y se podrían prender seguramente.

Y así fue, que el dicho Muteeçuma fizo sus conciertos de tal manera que aquellas personas atrajeron al dicho Cacamacín a que se juntase con ellos en la dicha cibdad de Tescuco para dar orden en las cosas que convenían a su estado como personas prencipales, y que les dolía que él hiciese cosas por donde se perdiese. Y así se juntaron en una muy gentil casa del dicho Cacamaçin que está junto a la costa de la laguna y es de tal manera edificada que por debajo della navegan las canoas y salen a la dicha laguna.

Allí secretamente tenían adreszadas ciertas canoas con mucha gente apercebida para que si el dicho Cacamaçin quisiese resistir la prísión. Y estando en la consulta, lo tomaron todos aquellos prencipales antes que fuesen sentidos de la gente del dicho Cacamaçin y lo metieron en aquellas canoas y salieron a la laguna y pasaron a la gran cibdad que, como yo dije, está seis leguas de allí. Y llegados, lo pusieron en unas andas como su estado requería o lo acostumbraban y me lo trujeron, al cual yo hice echar unos grillos y poner a mucho recaudo.

Y tomado el parescer de Muteeçuma, puse en nombre de Vuestra Alteza en aquel señorío a un hijo suyo que se decía Cocuzcaçin, al cual hice que todas las comunidades y señores de la dicha provincia le obedesciesen por señor fasta tanto que Vuestra Alteza fuese servido de otra cosa. Y así se hizo, que de allí adelante todos lo tuvieron y lo obedescieron por señor como al dicho Cacamaçin y él fue obidiente en todo lo que yo de parte de Vuestra Majestad le mandaba.

Intento de rebelion em Tezcoco G+

Intento de rebelion de Tezcoco

La poquedad de Moteczuma, o amor que a Cortés y a los otros españoles

tenía, causaba que los suyos no solamente murmurasen, pero que tramasen

novedades y rebelión, especialmente su sobrino Cacamacín, señor de

Tezcuco, mancebo feroz, de ánimo y honra; el cual sintió mucho la prisión

del tío, y como vio que iba muy a la larga, rogole que se soltase y fuese

señor y no esclavo. Y viendo que no quería, amotinose, amenazando de

muerte a los españoles; unos decían que por vengar la deshonra del rey su

tío; otros que por hacerse él señor de México, otros que por matar los españoles;

sea por lo uno o sea por lo otro, o por todo, él se puso luego en

armas, juntó mucha gente suya y de amigos, que no le faltaban entonces,

con estar Moteczuma preso, y para contra españoles, y publica que quiere

ir a sacar de cautiverio a Moteczuma y a echar de la tierra los españoles, o

matarlos y comérselos.

Terrible nueva para los nuestros; pero ni aun por aquellas bravuras no

se acobardó Cortés; antes le quiso hacer luego guerra y cercarlo en su propia

casa y pueblo, sino que Moteczuma se lo estorbó, diciendo que Tezcuco era lugar muy fuerte y dentro en agua, y que Cacama era orgulloso, bullicioso,

y tenía todos los de Culúa, como señor de Culuacán y Otumpa, que eran

muy fuertes fuerzas, y que le parecía mejor llevarlo por otra vía; y así, guió

Cortés el negocio todo a consejo de Moteczuma, y envió a decir a Cacama

que le rogaba mucho se acordase de la amistad que había entre los dos desde

que lo salió a recibir y meter en México, y que siempre era mejor paz que

guerra para hombre que tiene vasallos; y dejase las armas, que al tomar eran

sabrosas al que no las ha probado, porque en esto haría gran placer y servicio

al rey de España. Respondió Cacama que no tenía él amistad con quien

le quitaba la honra y reino, y que la guerra que hacer quería era en provecho

de sus vasallos y defensa de sus tierras y religión; y primero que dejase las

armas, vengaría a su tío y a sus dioses; y que él no sabía quién era el rey de los

españoles, ni lo quería oír, cuanto más saber.

Cortés tornó a le amonestar y requerir otras muchas veces; y como escuchar

no le quisiese, hizo con Moteczuma que le mandase lo que él le rogaba.

Moteczuma le envió a decir que se llegase a México para dar un corte a las

diferencias y enojos entre él y los españoles, y a ser amigo de Cortés. Cacama

le respondió muy agriamente, diciendo que si él tuviera sangre en el ojo, ni

estaría preso ni cautivo de cuatro extranjeros, que con sus buenas palabras

le tenían hechizado y usurpado el reino; ni la religión mexicana y dioses de

Culúa abatidos y hollados de pies de salteadores y embaidores, ni la gloria y

fama de sus antepasados infamada y perdida por su cobardía y apocamiento;

y que para reparar la religión, restituir los dioses, guardar el reino, cobrar

la fama y libertar a él y a México, iría de muy buena gana; mas no las

manos en el seno, sino en la espada, para matar los españoles, que tanta

mengua y afrenta habían hecho a la nación de Culúa.

En grandísimo peligro estaban los nuestros, así de perder a México

como las vidas, si no se atajara esta guerra y motín, porque Cacama era animoso,

grosero, porfiado, y tenía mucha y muy buena gente de guerra; y porque

también andaban en México ganosos de revuelta para cobrar a Moteczuma,

y matar los españoles o echarlos de la ciudad. Mas remediolo muy

bien Moteczuma, que conociendo cómo no aprovechaba guerra ni fuerza,

y que al cabo se había de ensolver todo en él, trató con ciertos capitanes y

señores que estaban en Tezcuco con Cacama, que le prendiesen y se lo entregasen. Ello, o por ser Moteczuma su rey y estar aún vivo, o porque le habían

siempre servido en las guerras, o por dádivas y promesas, prendieron

al Cacama un día estando con él ellos y otros muchos en consejo para consultar

las cosas de la guerra; y en acalles que para ello tenían a punto y armadas,

le metieron, y trajeron a México, sin otras muertes ni escándalos, aunque

fue dentro de su propia casa y palacio, que toca en la laguna; y antes que

le diesen a Moteczuma, le pusieron en unas ricas andas, como acostumbran

los reyes de Tezcuco, que son los mayores y principales señores de toda esta

tierra, después de México.

Moteczuma no le quiso ver, y entregolo a Cortés, que luego le echó grillos

y esposas, y puso a recado y guarda. Y a voluntad y consejo de Moteczuma

hizo señor de Tezcuco y Culuacán a Cucuzca, su hermano menor, que

estaba en México con el tío y huido del hermano. Moteczuma le intituló e

hizo las ceremonias que suelen a los nuevos señores, como en otra parte diremos;

y en Tezcuco le obedecieron luego por mandado suyo, y porque era

más bienquisto que no Cacama, que era recio y cabezudo. De esta manera

se remedió aquel peligro; mas si hubiera muchos Cacamas no sé cómo fuera;

y Cortés hacía reyes y mandaba con tanta autoridad como si ya hubiera

ganado el imperio mexicano. Y a la verdad, siempre tuvo esto desde que

entró en la tierra; porque luego se le encajó que había de ganar a México y

señorear el estado de Moteczuma.

Discurso de MOctezuma a sus nobles

Tras la prisión de Cacamacín hizo Moteczuma llamamiento y cortes, a las

cuales vinieron todos los señores comarcanos que fuera estaban de México.

Y de su albedrío, o por el de Cortés, les hizo delante los españoles el infrascrito

razonamiento:

“Parientes, amigos y criados míos: bien sabéis que ha diez y ocho años

que soy vuestro rey, como lo fueron mis padres y abuelos, y que siempre os

he sido buen señor, y vosotros a mí buenos vasallos y obedientes; y así confío

que lo seréis ahora y todo el tiempo de mi vida. Memoria debéis tener, que a vos lo dijeron vuestros padres, o lo habréis oído a nuestros sabios

adivinos y sacerdotes, como ni somos naturales de esta tierra, ni nuestro

reino es duradero; porque nuestros antepasados vinieron de lejos tierras,

y su rey o caudillo que traían se volvió a su naturaleza, diciendo que enviaría

quien lo rigiese y mandase si él no viniese. Creed por cierto que el rey

que esperamos tantos años ha, es el que ahora envía estos españoles que

aquí veis, pues dicen que somos parientes, y tienen de gran tiempo noticia

de nos. Demos gracias a los dioses, que han venido en nuestros días los

que tanto deseábamos. Hareisme placer que os deis a este capitán por vasallos

del emperador y rey de España, nuestro señor, pues ya yo me he

dado por su servidor y amigo; y ruégoos mucho que desde en adelante le

obedezcáis bien y así como hasta aquí habéis hecho a mí, y le deis y paguéis

los tributos, pechos y servicios que me soléis dar, que no me podéis dar

mayor contentamiento”.

No les pudo más hablar, de lágrimas y sollozos. Lloraba tanto toda la

gente, que por una buena pieza no le pudo responder. Dieron grandes suspiros,

dijeron muchas lástimas, que aun a los nuestros enternecieron el corazón.

En fin, respondieron que harían lo que les mandaba.

Y Moteczuma primero, y luego tras él todos, se dieron por vasallos del

rey de Castilla y prometieron lealtad; y así, se tomó por testimonio con escribano

y testigos, y cada cual se fue a su casa con el corazón que Dios sabe y

vosotros podéis pensar. Fue cosa harto de ver llorar Moteczuma y tantos

señores y caballeros, y ver cómo se mataba cada uno por lo que pasaba. Mas

no pudieron otra cosa hacer, así porque Moteczuma lo quería y mandaba,

como porque tenían pronósticos y señales, según que los sacerdotes publicaban,

de la venida de gente extranjera, blanca, barbuda y oriental, a señorear

a aquella tierra; y también porque entre ellos se platicaba que en Moteczuma

se acababa, no solamente el linaje de los Culúa, mas también el

señorío; y por eso decían algunos no fuera él ni se llamara Moteczuma, que

significa enojado, por su desdicha.

Dicen también que el mismo Moteczuma tenía del oráculo de sus dioses

respuesta muchas veces que se acabarían en él los emperadores mexicanos,

y que no le sucedería en el reino hijo ninguno suyo, y que perdería la

silla a los ocho años de su reinado, y que por esto nunca quiso hacer guerra a los españoles, creyendo que le habían ellos de suceder; bien que por otro

cabo lo tenía por burla, pues había más de diez y siete años que era rey. Fuese

pues por esto, o por la voluntad de Dios, que da y quita los reinos, Moteczuma

hizo aquello, y amaba mucho a Cortés y españoles, y no sabía enojarlos.

Cortés dio a Moteczuma las gracias cuan más cumplidamente pudo, de

parte del emperador y suya, y consololo, que quedó triste de la plática, y

prometió que siempre sería rey y señor, y mandaría como hasta allí y mejor;

y no sólo en sus reinos, más aún también en los que él ganase y atrajese al

servicio del emperador.

Recibimiento a la entrada de Tetzcoco V+B+G+V

Dejando atrás los volcanes, apareció ante los ojos de los expedicionarios castellanos una vista sorprendente e inesperada. Un gran valle con unos hermosos lagos y en el centro, como si fluctuase en el agua, la mayor ciudad que los ojos de ninguno de los españoles presentes habían visto jamás. Miles de casas de diferentes tamaños, de color xxxxxx , una gran plaza en el centro en donde destacaban enormes construcciones, diferentes templos y sobre todo uno de ellos con sus dos torres que se erguían a muchos metros del suelo que luego supimos que era el Templo Mayor. Multitud de personas se movían en todos los sentidos caminando y en miles de pequeñas canoas demostrando una febril actividad.

La ciudad-isla estaba conectada con la tierra firme a través de unas calzadas de una anchura aproximada de unos 15 metros hechas con piedra, arcilla y argamasa y plantadas en el fondo del lago con pilotes de madera. Llamaba la atención ver a las canoas como entraban dentro de la ciudad por infinidad de canales que muchas veces iban paralelos a amplias avenidas de tierra. En algunas de las calzadas existían una serie de puentes de madera móviles y que desgraciadamente al cabo de un tiempo pudimos comprobar en nuestras propias carnes para que se habían pensado.

Esa primera visión de Tenochtitlan nos dejo impresionados. Si ya teníamos serias dudas de cuanto “salvajes” eran aquellos indios, después de ver aquello, nos dimos cuenta que nuestra experiencia de la conquista de las islas nos iba a servir relativamente poco en esta nueva aventura. Para muchos de nuestros aliados esa imagen era conocida y tremendamente odiada por lo que una excitación inusual hizo presa en ellos.

Los capitanes nos mirábamos con cara de sorpresa, como si nuestro objetivo de repente se hubiera convertido en un sueño imposible de conseguir. Observábamos en la lejanía las decenas de miles de hormigas (así nos lo parecía) y volvíamos la cabeza para compararlas con los pocos cientos de locos aventureros que pretendían conquistar todo aquello. No tardo mucho Cortes en darse cuenta de la situación y de que estábamos siendo observados por algunos de los jefes de nuestros aliados totonacas y tlaxcaltecas. Mando acampar, dio instrucciones para pasar la noche en aquel lugar y nos convoco a todos los capitanes para analizar el problema después de que hubiéramos cenado y descansado un poco.

Tengo que saber los nombres de los capitanes que estaban alli mas la Malinche mas el otro lengua y colocar en la boca de algunos de ellos argumentos para dar marcha atrás, y en otros las razones para continuar. Numero de personas y de indios. 400 españoles.

Moctezuma por alguna causa desconocida hasta ese momento no se quiere enfrentar abiertamente. Ha intentado luchar pero timidamente y escondiendose, perdiendo.

Las armas de los indios son tecnológicamente inferiores y sobre todo pensadas para coger prisioneros.

Los caballos les dan pavor, no saben luchar contra ellos

No conocen la polvora y temen sus consecuencias

En contrapartida , por cada español hay cien mil indios, estan organizados, respetan y temen al lider

Al día siguiente levantamos el campamento e iniciamos el descenso de la sierra. Aproximadamente a una legua de la ciudad que se veía mas próxima, Tetzcoco, nos estaban aguardando un amplio número de Mexicas desarmados y vestidos con trajes de finas ropas y con muchos adornos entre los que destacaban las plumas de aves como las que nos había enviado de regalo varias veces Moctezuma. Entre los indios se encontraba un príncipe que luego supimos que era Ixtlilxóchitl, hermano de Cacamatzin, Señor de Tetzcoco.

Ixtlilxóchitl descendió de las parihuelas y se fue directo a Cortes para saludarlo (explicar como es el saludo), contemplando con el máximo detalle el color de su piel y las barbas que lucia el capitán, como casi todos los españoles. Cortes correspondió al saludo y a través de Malinche y Aguilar (los lenguas) acepto el convite que le estaba haciendo de ir a su ciudad para conversar, comer y descansar. Toda la comitiva se puso en movimiento tardando casi una hora en llegar a la ciudad en donde se encontraban las calles por las que iban pasando llenas de gente que observaban y aplaudían a los españoles, poniéndose de rodillas en señal de respeto y adoración.

Entre todos nosotros comenzó a transformarse el miedo y la desconfianza que nos había impregnado en una falsa euforia al ver como estaba reaccionando la gente en nuestra presencia. Mientras tanto iban y venían unos mensajeros, que luego supimos que eran de Moctezuma, intercambiando instrucciones con Ixtlilxóchitl.

Fuimos conducidos al palacio del señor en donde nos alojaron, nos dieron de comer y como era habitual nos obsequiaron con diferentes regalos. A la vista de cómo se iban desarrollando los acontecimientos, Cortes decidió dar un nuevo paso y les hablo de cuanto estaba agradecido por el amor que le estaban dando y quería corresponder explicándoles como el emperador de los cristianos, que adoraban al único y verdadero Dios, le había enviado de tan lejos para que conocieran la ley de Cristo y pudieran salvarse. Les contó el mistério de la creación del hombre y su caída, el misterio de la Trinidad y el de la Encarnación para reparar al hombre, y el de la Pasión y Resurección.

En ese momento sacó un crucifijo y enarbolándole se hincaron los cristianos de rodillas. Ixtlilxúchitl al ver la escena hizo mismo. El resto de indios acompañaron a su jefe. Cortes que se encontraba enfervorizado remato su discurso hablando del bautismo y pidiendo en nombre del emperador Carlos que le reconocieran vasallaje, que así era la voluntad del Papa, representante de Dios en la Tierra.

A pesar que todos los capitanes ya conocíamos de sobras la habilidad de Cortes para convencer con las palabras, en esta ocasión nos dejo impresionados hasta el punto de que el propio Ixtlilxúchitl le respondió llorando y en nombre de sus hermanos que él había entendido muy bien aquellos misterios y daba gracias a Dios que le hubiese alumbrado, que él quería ser cristiano y reconocer a su emperador.

Personalmente pienso que los mexicas no se habían enterado prácticamente de nada de todo lo que habían oído, pero el clima y ambiente creado propiciaba que Ixtlilxúchitl quisiera participar de aquello que parecía tan bueno y junto a él, el resto de notables. Y para que no quedara ninguna duda de su despertada fe pidió a Cortes que lo bautizasen.

Aunque inicialmente se le dijo que precisaba una preparación, insistió y ante sus suplicas, Cortes accedió, siendo su padrino y poniéndole de nombre Hernando. Como no podía ser de otra manera sus hermanos Cohuanacotzin y Tecocoltzin que estaban presentes, también pidieron el bautismo asi como el resto de notables, organizandose sobre la marcha la ceremonia y siendo apadrinados por los castellanos de la expedicion que lês iban transfiriendo sus nombres.

Cuando nos retiramos a descansar no se ocultaba nuestra satisfacción de cómo iban saliendo las cosas, controlábamos la situación o por lo menos nos lo creíamos, se había empezado a cumplir el objetivo formal de la conquista, la cristianización de los salvajes, y todo apuntaba que pronto también conseguiríamos el otro objetivo mas terrenal por el cual estábamos aquí casi todos los españoles, hacernos ricos.

Faltan unas lineas para ir de Texcoco a Iztapalapan

El 6 de Noviembre de 1519 llegamos a la ciudad de Iztapalapan, en donde nos esperaba el tlatoani de la ciudad, Cuitlahuac y el señor de Colhuacan, ciudad próxima a la anterior repitiéndose la escena que ya empezaba a ser familiar, los saludos, la entrega de presentes, esta vez por un valor que debía ser superior a los dos mil pesos en oro y la invitación para ser sus huéspedes en la ciudad. Para mi estaba claro que lo que pretendían los mexicas era impresionarnos, y ciertamente lo habían conseguido, pero la verdad es que mejor que fuera de esta manera. Lo que no sabemos es cuanto tiempo iba a durar esta predisposición de los indios.

Nos aposentaron en un palacio hecho de cantería y madera de cedro y otros árboles olorosos, con grandes patios y estâncias entoldados con paramentos de algodón.

Después nos pasearon por la huerta y el jardín del palacio, que tenía gran cantidad de árboles donde volvían a sorprender los olores, con muchos frutales y rosales alrededor de un estanque de agua dulce al que entraban las canoas directamente desde la laguna.

Durante el paseo nos informaron que Iztapalapan junto con Colhuacan, Huitzilopochco y Mexicaltzinco formaba parte del sistema de poblaciones reales que servían al mismo tiempo como primera línea de defensa a la capital y como fuentes de aprovisionamiento de alimentos y otros productos para Tecnotitlan.

La ciudad se encontraba en una posición estratégica entre las aguas saladas del lago de Texcoco y las dulces de Chalco y Xochimilco. Para separarlas habían construido, hacia 70 años, un dique que salia de la ciudad y atravesaba el lago Texcoco hasta la ciudad de Atzacoalco de unos 15 km. de longitud y unos 7 metros de anchura dejando Tenoctitlan en la parte de aguas dulces. Tremenda obra de ingeniería que ninguno de los presentes habíamos visto construir ni en Castilla ni en Aragón, en donde seguían funcionando lo que hicieron los romanos hacia 1500 años.

Por si esto fuera poco, nos mostraron la calzada que deberíamos de tomar para ir a Tecnotitlan y que estaba construida desde 1423 pasando por la ciudad próxima de Mexicaltzinco y atravesando la laguna hasta llegar al mismo Templo Mayor en el centro de la ciudad, después de recorrer 9 km. La calzada tenia una anchura de 15 m. y se encontraba por encima del nivel de las aguas otros XX m., también estaba construida con piedras y arcilla.

Al amanecer del día 8 de Noviembre de 1519 los españoles y sus aliados salieron de Iztapallapan para continuar su camino a Tenochtitlan. Pasamos por Mexicaltzinco y casi una hora después llegamos a un punto de la calzada, rodeada por agua en ambos lados, llamado Xoloc, aquí se bifurcaba hacia la izquierda en dirección a tierra firme donde estaba Coyocan y hacia la derecha donde estaba nuestro objetivo.

 

El principe Ixtlilxochitl recibe a los españoles

Dejando atrás los volcanes, vinieron a salir los españoles por el rumbo de Tlalmanalco, con el fin de encaminarse luego hacia México-Tenochtitlan. Según el testimonio del Códice Ramírez, poco después de haber bajado de la sierra, salió al encuentro de Cortés el príncipe Ixtlilxóchitl, hermano de Cacamatzin, Señor de Tetzcoco, con acompañamiento de gente y en son de paz.

El Códice Ramírez, que conserva fragmentos de una más antigua relación indígena hoy desaparecida, refiere que gracias al príncipe Ixtlilxóchitl, la gente de Tetzcoco se unió con facilidad a los conquistadores desde ese momento. Y añade que fue precisamente entonces cuando Cortés visitó la ciudad de Tetzcoco. Acerca de este punto existen numerosas divergencias en otras fuentes Ni Bernal Díaz del Castillo, ni los informantes de Sahagún, ni el mismo don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl mencionan esa primera visita a Tetzcoco, sino que tratan únicamente de la marcha de los españoles hacia Iztapala,desde donde marcharon por fin hacia la capital mexica.

De cualquier manera, los datos aportados por el Códice Ramírez ofrecen anécdotas particularmente interesantes, como por ejemplo la violenta reacción de la señora Yacotzin, madre de Ixtlilxóchitl, quien al ser invitada a cambiar de religión, respondió a su hijo que debía haber perdido el juicio, «pues tan presto se había dejado vencer de unos pocos bárbaros que eran los conquistadores».

Entre tanto, en México-Tenochtitlan, enterado Motecuhzoma de la presencia de los conquistadores en las cercanías de Tetzcoco, reúne por última vez a los principales indígenas para tratar sobre si convenía o no recibir pacíficamente a los forasteros. No obstante los presagios funestos de Cuitlahuacatzin, decide Motecuhzoma al fin recibir en son de paz a los españoles.

La marcha hacia el rumbo de Tetzcoco
(Antigua versión castellana de un texto indígena)

Alegres los españoles de ver desde lo alto de la sierra tantas poblaciones, hubo algunos pareceres de que se volviesen a Tlaxcallan hasta que fuesen más en número de los que eran. Pero el Cortés los animó y así comenzaron a marchar la vuelta de Tetzcuco y se quedaron aquella noche en la serranía. Y otro día fueron caminando, y a poco más de una legua llegaron Ixtlilxúchitl 1 y sus hermanos con mucho acompañamiento de gente, de la cual receló al principio Cortés, pero al fin por señas y por intérpretes supo que venían de paz con que se holgó mucho. Y ellos llegaron a los cristianos y como les enseñasen al capitán, Ixtlil- xóchitl se fue a él con un gozo increíble y le saludó conforme a su usanza, y Cortés con la suya, y luego que lo vio quedó admirado de ver a un hombre tan blanco y con barbas, y que en su brío representaba mucha majestad, y el Cortés de verle a él y a sus hermanos, especialmente a Tecocoltzin que no había español más blanco que él.

Y al fin, por lengua de Marina y de Aguilar, le rogaron (los de Tetzcoco) que fuese por Tetzcuco para regalarle y servirle. Cortés agradecido admitió la merced, y que para allá dejaba el tratar la causa de su venida.

Llegada a la ciudad

Y allí, a pedimento de Ixtlilxúchitl, comieron Cortés y los suyos de los regalos que de Tetzcuco les trajeron, y caminaron luego a su ciudad y les salió a recibir toda la gente de ella con grande aplauso.

Hincábanse de rodillas los indios y adorábanlos por hijos del Sol, su dios, y decían que había llegado el tiempo en que su caro emperador Nezahualpitzintli muchas veces había dicho. De esta suerte entraron y los aposentaron en el imperial palacio, y allí se recogieron, en cuyo negocio los dejaremos por tratar de las cosas de México, que por momentos entraban correos y avisos al rey Motecuhzoma, el cual se holgó mucho del recibimiento que sus sobrinos hicieron al Cortés y más de que Cohuanacotzin y Ixtlilxúchitl se hubiesen hablado, porque entendía nacería de aquí el retirar Ixtlilxúchitl la gente de guarnición que tenía en las fronteras; pero de otra suerte lo tenía ordenado Dios.

Agradecido Cortés al amor y gran merced que de Ixtlilxúchitl y hermanos suyos había recibido, quiso en pago, por lengua del intérprete Aguilar, declararles la ley de Dios, y así habiendo juntado a los hermanos y a algunos señores les propuso el caso, diciéndoles como, supuesto que les habían dicho cómo el emperador de los cristianos los había enviado de tan lejos a tratarles de la ley de Cristo la cual les hacían saber qué era.

Declaróles el misterio de la creación del hombre y su caída, el misterio de la Trinidad y el de la Encarnación para reparar al hombre, y el de la Pasión y Resurrección, y sacó un crucifijo y enarbolándole se hincaron los cristianos de rodillas. a lo cual el Ixtlilxúchitl y los demás s hicieron lo propio, y declarándoles luego el misterio del bautismo y rematando su plática les dijo que el emperador Carlos condolido de ellos que se perdían, les envió a sólo esto, y así se lo pedía en su nombre, y les suplicaba que en reconocimiento le reconociesen vasallaje; que asi era voluntad del Papa con cuyo poder venían, y pidiéndoles la respuesta, respondióle Ixtlilxúchitl llorando y en nombre de sus hermanos que él había entendido muy bien aquellos misterios y daba gracias a Dios que le hubiese alumbrado, que él quería ser cristiano y reconocer su emperador.

Ixtlilxóchitl se hace cristiano

Y pidió luego el Cristo y le adoró, y sus hermanos hicieron lo propio con tanto contento de los cristianos que lloraban de placer y pidieron que los bautizasen, y el Cortés y clérigo que allí había le dijeron le instruirían mejor y le darían personas que los instruyesen Y él respondió que mucho de norabuena aunque les suplicaba se le diesen luego, porque él desde luego condenaba la idolatría y decía que había entendido muy bien los misterios de la fe.

Por lo que al oir que hubo muchos pareceres en contrario, se determinó Cortés a que le bautizasen y fue su padrino Cortés y le pusieron por nombre Hernando, porque su señor se llamaba así, lo cual todo se hizo con mucha solemnidad. Y luego vestidos Ixtlilxúchitl y su hermano Cohuanacotzin con sus hábitos reales dio principio a la primicia de la ley evangélica, siendo él el primero y Cortés su padrino, por lo cual le llamó Hernando, como a nuestro rey catolico y el Cohuanacotzin se llamó Pedro por Pedro de Alvarado que fue su padrino, y a Tecocoltzin también le llarnaron Fernando y fue su padrino el Cortés, y así fueron los cristianos apadrinando a todos los demás señores y poniéndoles sus nombres.

La reacción de Yacotzin, madre de Ixtlilxúchitl

Y si fuera posible, aquel día se bautizaran más de veinte mil personas, pero con todo eso se bautizaron muchos, y el Ixtlilxúchitl fue luego a su madre Yacotzin y diciéndole lo que había pasado y que iba por ella para bautizarla.

Ella le respondió que debía de haber perdido el juicio, pues tan presto se habia dejado vencer de unos pocos de bárbaros como eran los cristianos. A lo cual le respondió el don Hernando que si no fuera su madre, la respuesta fuera quitarle la cabeza de los hombros, pero que lo había de hacer, aunque no quisiese, que importaba la vida del alma. A lo cual respondió ella con blandura que la dejase por entonces, que otro día se miraría en ello y vería lo que debía hacer. Y él se salió de palacio y mandó poner fuego a los cuartos donde ella estaba, aunque otros disen que porque la halló en un templo de ídolos.

Finalmente ella salió diciendo que quería ser cristiana y llevándola para esto a Cortés con grande acompañamiento la bautizaron y fue su padrino el Cortés y la llamaron doña María, por ser la primera cristiana. Y lo propio hicieron a las infantas sus hijas que eran cuatro y otras muchas señoras. Y en tres o cuatro días que alli estuvieron, bautizaron gran número de gente como está dicho.

Descripciones y Costumbres de los Mexicas

Descripciones y Costumbres G+B+R

Descripcion de Moctezuma , su entorno y sus costumbres

Era Moteczuma hombre mediano, de pocas carnes, de color muy bazo,

como loro, según son todos los indios. Traía cabello largo, tenía hasta seis

pelillos de barba, negros, largos de un jeme. Era bien acondicionado, aunque

justiciero, afable, bien hablado, gracioso, pero cuerdo y grave, que se

hacía temer y acatar. Moteczuma quiere decir hombre sañudo y grave. A los

nombres propios de reyes, de señores y mujeres, añaden esta sílaba cin, que

es por cortesía o dignidad, como nosotros el don, turcos sultán, y moros

mulei; y así, dicen Moteczumacín. Tenía con los suyos tanta majestad, que

no les dejaba sentar delante de sí, ni traer zapatos ni mirarle a la cara, sino

era a poquísimos y grandes señores. Con los españoles, que se holgaba de su

conversación, o porque los tenía en mucho, no los consentía estar en pie.

Trocaba con ellos sus vestidos si le parecían bien los de España; mudaba

cuatro vestidos al día, y ninguno tornaba a vestir segunda vez. Estas ropas se

guardaban para dar albricias, para hacer presentes, para dar a criados y

mensajeros, y a soldados que pelean y prenden algún enemigo, que es gran

merced y como un privilegio; y de éstas eran aquellas muchas y lindas mantas

que por tantas veces envió a Fernando Cortés.

Andaba Moteczuma muy pulido y limpio a maravilla; y así, se bañaba

dos veces cada día; pocas veces salía fuera de la cámara, si no era a comer;

comía siempre solo, mas solemnemente y en grandísima abundancia; la

mesa era una almohada o un par de cueros de color, la silla un banquillo

bajo; de cuatro pies, hecho de una pieza, cavado el asiento, labrado muybien y pintado; los manteles, pañizuelos y toallas de algodón, muy blancas,

nuevas, flamantes, que no se le ponían más de una vez. Traían la comida

cuatrocientos pajes, caballeros, hijos de señores, y poníanla toda junta en la

sala; salía él, miraba las viandas, y señalaba las que más le agradaban. Luego

ponían debajo de ellas braseros con ascuas, porque ni se enfriasen ni perdiesen

el sabor; y pocas veces comía de otras, si no fuese algún buen guisado

que le loasen los mayordomos. Antes que se sentase venían hasta veinte

mujeres suyas de las más hermosas o favorecidas o semaneras, y servíanle las

fuentes con gran humildad; tras esto se sentaba, y luego llegaba el maestresala,

y echaba una red de palo, que atajaba la gente, que no cargase encima;

y él solo ponía y quitaba los platos; que los pajes no llegaban a la mesa ni

hablaban palabra, ni aun hombre de cuantos allí estaban, entre tanto que el

señor comía, sino fuese truhán, o alguno que le preguntase algo, y todos estaban

y servían descalzos. El beber no era con tanta ceremonia ni pompa;

asistían a la cantina al lado del rey, aunque algo desviados, seis señores ancianos,

a los cuales daba algunos platos del manjar que le sabía bien. Ellos

los tomaban con gran reverencia, y los comían luego allí con mayor respeto,

sin le mirar a la cara, que era la mayor humildad que podían mostrar delante

de él. Tenía música, comiendo, de zampoña, flauta, caracol, hueso y atabales

y otros instrumentos así; que mejores no los alcanzan, ni voces, digo, que

no sabían canto, ni eran buenas. Había siempre al tiempo de la comida enanos,

jibados, contrahechos y otros así, y todos por grandeza o por risa; a los

cuales daban de comer con los truhanes y chocarreros al cabo de la sala, de

los relieves. Lo demás que sobraba comían tres mil de guardia ordinaria,

que estaban en los patios y plaza; y por esto dicen que se traían siempre tres

mil platos de manjar y tres mil jarros de bebida y vino que ellos usan, y que

nunca se cerraba la botillería ni despensa, que era cosa de ver lo que en ellas

había. No dejaban de guisar ni tener cada día de cuanto en la plaza se vendía,

que era, según después diremos, infinito, y más lo que traían cazadores,

renteros y tributarios.

Los platos, escudillas, tazas, jarros, ollas y el demás servicio era todo de

barro y muy bueno, si lo hay en España, y no servía al rey más de una comida.

También tenía vajilla de oro y plata grandísima, pero poco se servía de

ella: dicen que por no servirse dos veces con ella, que parecía bajeza. Loque algunos cuentan, que guisaban niños y los comía Moteczuma, era solamente

de hombres sacrificados, que de otra manera no comía carne humana;

y esto no era de ordinario. Alzados los manteles, llegaban aquellas

mujeres, que aún todavía se estaban en pie, como los hombres, a darle otra

vez agua-manos con el acatamiento que primero, e íbanse a su aposento a

comer con las demás; y así hacían todos, salvo los caballeros y pajes que les

tocaba la guarda.

Quitada la mesa, ida la gente, y estándose aún Moteczuma sentado, entraban

los negociantes descalzos, que todos se descalzaban para entrar en palacio

los que traían zapatos, si no eran los muy grandes señores, como los de

Tezcuco y Tlacopan, y otros pocos sus parientes y amigos. Venían pobremente

vestidos; si eran señores o ricoshombres, y hacía frío, poníanse mantas

viejas o groseras y ruines sobre las finas y nuevas; pero todos hacían tres

o cuatro reverencias. No le miraban al rostro, hablaban humillados y andaban

para atrás. Él les respondía muy mesurado, muy bajo y en poquitas palabras,

y aun no todas veces ni a todos; que otros sus secretarios o consejeros,

que para esto estaban allí respondían; y con tanto se tornaban a salir sin

volver las espaldas al rey.

Tras esto tomaba algún pasatiempo, oyendo música y romances, o truhanes,

de que mucho holgaba, o mirando unos jugadores que hay allá de

pies, como acá de manos; los cuales traen con los pies un palo como un

cuartón, rollizo, parejo y liso, que arrojan en alto y lo recogen, y le dan dos

mil vueltas en el aire tan bien y presto que apenas se ve cómo; y hacen otros

juegos, monerías y gentilezas por gentil concierto y arte, que pone admiración.

A España vinieron después algunos con Cortés que jugaban así de

pies, y muchos los vieron en corte. También hacían matachines, que se subían

tres hombres uno sobre otro de pies llanos en los hombros, y el postrero

hacía maravillas. Algunas veces miraba Moteczuma cómo jugaban al patoliztli,

que parece mucho al juego de las tabas, y que se juega con habas o

frijoles rajados, como dados de harinillas, que dicen patollí; los cuales menean entrambas manos, y los echan sobre una estera o en el suelo, donde

hay ciertas rayas como alquerque, en que señalan con piedras el punto que

cayó arriba, quitando o poniendo china. A esto juegan cuanto tienen, y aun

muchas veces los cuerpos para esclavos, los tahúres y hombres bajos.

El juego de la pelota

Otras veces iba Moteczuma al tlachtli, que es trinquete para pelota. A la

pelota llaman ullamaliztli; la cual se hace de la goma de ulli, que es un árbol

que nace en tierras calientes, y que punzado llora unas gotas gordas y

muy blancas y que muy presto son cuajadas; las cuales juntas, mezcladas y

tratadas, se vuelven negras más que la pez, y no tiznan. De aquella redondean

y hacen pelotas, que, aunque pesadas, y por consiguiente duras para

la mano, botan y saltan muy bien, y mejor que nuestras pelotas de viento.

No juegan a chazas, sino al vencer, como al balón o a la chueca, que es dar

con la pelota en la pared que los contrarios tienen en el puesto, o pasarla

por encima. Pueden darle con cualquier parte del cuerpo que mejor les

viene, pero hay postura que pierde el que lo toca sino con la nalga o cuadril,

que es la gentileza, y por eso se ponen un cuero sobre las nalgas; mas

puédele dar siempre que haga bote, y hace muchos, uno en pos de otro.

Juegan en partida, tantos a tantos y a tantas rayas, una carga de mantas, a

más o menos, como quien son los jugadores. También juegan cosas de oro

y pluma, y aun veces hay a sí mismos, como hacen el patollí, que les es permitido,

como el venderse.

Es este tlachtli o tlachco, una sala baja, larga, estrecha y alta, pero más

ancha de arriba que abajo, y más alta a los lados que a las fronteras; que así

lo hacen de industria, para su jugar. Tiénenlo siempre muy encalado y liso;

ponen en las paredes de los lados unas piedras como de molino, con su

agujero en medio que pasa a la otra parte, por do a mala vez cabe la pelota.

El que emboca por allí la pelota, que por maravilla acontece, porque aun

con la mano hay bien que hacer, gana el juego y son suyas, por costumbre

antigua y ley entre jugadores, las capas de cuantos miran cómo juegan en

aquella pared por cuya piedra y agujero entró la pelota, y en otra, que serían las capas de los medios, que presentes estaban. Mas era obligado hacer

ciertos sacrificios al ídolo del trinquete y piedra por cuyo agujero metió la

pelota. Decían los miradores que aquel tal debía ser ladrón o adúltero, o

que moriría presto.

Cada trinquete es templo, porque ponían dos imágenes del dios del juego

de la pelota encima de las dos paredes más bajas, a la media noche de un

día de buen signo, con ciertas ceremonias y hechicerías, y enmedio del suelo

hacían otras tales, cantando romances y canciones que para ello tenían, y

luego venía un sacerdote del templo mayor, con otros religiosos, a lo bendecir.

Decía ciertas palabras, echaba cuatro veces la pelota por el juego, y con

tanto quedaba consagrado, y podían jugar en él que hasta entonces no en

ninguna manera; y aun el dueño del trinquete, que siempre era señor, no

jugara pelota sin hacer primero no sé qué ceremonias y ofrendas al ídolo:

tanto eran supersticiosos. A este juego llevaba Moteczuma a los españoles,

y mostraba holgarse mucho en verlo jugar, y ni más ni menos de mirarlos a

ellos jugar a los naipes y dados.

Bailes

Otro pasatiempo tenía Moteczuma que regocijaba a los de palacio y aun a

toda la ciudad, porque es muy bueno y largo, y público, el cual, o lo mandaba

él hacer o venían los del pueblo a le hacer en palacio aquel servicio o solaz,

y era de esta manera: que sobre la comida comenzaban un baile, que llaman

netoteliztli, danza de regocijo y placer. Mucho antes de comenzarlo,

tendían una gran estera en el patio de palacio, y encima de ella ponían dos

atabales; uno chico que llaman teponaztli, y que es todo de una pieza, de

palo muy bien labrado por defuera, hueco, y sin cuero ni pergamino; mas

táñese con palillos como los nuestros. El otro es muy grande, alto, redondo

y grueso como un atambor de los de acá, hueco, entallado por fuera, y pintado.

Sobre la boca ponen un parche de venado curtido y bien estirado, y

que apretado sube y flojo baja el tono. Táñese con las manos, sin palos, y es

contrabajo. Estos dos atabales concertados con voces, aunque allá no las

hay buenas, suenan mucho, y no mal; cantan cantares alegres, regocijados ygraciosos, o algún romance en loor de los reyes pasados, recontando en

ellos guerras, victorias, hazañas, y cosas tales; y esto va todo en copla por

sus consonantes, que suenan bien y aplacen. Cuando ya es tiempo de comenzar,

silban ocho o diez hombres muy recio, y luego tocan los atabales

muy bajo, y no tardan a venir los bailadores con ricas mantas blancas, coloradas,

verdes, amarillas, y tejidas de diversísimos colores; y traen en las manos

ramilletes de rosas, o ventalles de pluma, o pluma y oro; y muchos vienen

con sus guirnaldas de flores, que huelen por excelencia, y muchos con

papahígos de pluma o carátulas, hechas como cabezas de águila, tigre, caimán

y animales fieros.

Júntanse a este baile mil bailadores muchas veces, y cuando menos cuatrocientos,

y son todos personas principales, nobles y aun señores; y cuanto

mayor y mejor es cada uno, tanto más junto anda a los atabales. Bailan en

corro trabados de las manos, una orden tras otra; guían dos que son sueltos

y diestros danzantes; todos hacen y dicen lo que aquellos dos guiadores;

que si cantan ellos, responde todo el corro, unas veces mucho, otras veces

poco, según el cantar o romance requiere; que así es acá y donde quiera. El

compás que los dos llevan, siguen todos, sino los de las postreras rengles,

que por estar lejos y ser muchos, hacen dos entre tanto que ellos uno, y cúmpleles

meter más obra; pero a un mismo punto alzan o abajan los brazos o el

cuerpo, o la cabeza sola, y todo con no poca gracia, y con tanto concierto y

sentido, que no discrepa uno de otro; tanto, que se embebecen allí los hombres.

A los principios cantan romances y van despacio; tañen, cantan y bailan

quedo, que parece todo gravedad; mas cuando se encienden, cantan villancicos

y cantares alegres; avívase la danza, y andan recio y aprisa; y como

dura mucho, beben, que escancianos están allí con tazas y jarros. También

algunas veces andan sobresalientes unos truhanes, contrahaciendo a otras

naciones en traje y en lenguaje, y haciendo del borracho, loco o vieja, que

hacen reír y placer a la gente.

Todos los que han visto este baile, dicen que es cosa mucho para ver, y

mejor que la zambra de los moros, que es la mejor danza que por acá sabemos;

y si mujeres la hacen, es muy mejor que la de hombres. Mas en México

no bailaban ellas tal baile públicamente.

Lãs mujeres de MOctezuma y el escudo

Moteczuma tenía muchas casas dentro y fuera de México, así como para recreación

y grandeza, como para morada: no diremos de todas, que será muy

largo. Donde él moraba y residía a la continua, llaman Tepac, que es como

decir palacio; el cual tenía veinte puertas que responden a la plaza y calles

públicas. Tres patios muy grandes, y en el uno una muy hermosa fuente;

había en él muchas salas, cien aposentos de a veinticinco y treinta pies de

largo y hueco; cien baños. El edificio, aunque sin clavazón, todo muy bueno;

las paredes de canto, mármol, jaspe, pórfido, piedra negra, con unas vetas

coloradas como rubí, piedra blanca, y otra que se trasluce; los techos de

madera bien labrada y entallada de cedros, palmas, cipreses, pinos y otros

muchos árboles; las cámaras pintadas, esteradas, y muchas con paramentos

de algodón, de pelo de conejo, de pluma; las camas pobres y malas; porque,

o eran de mantas sobre esteras o sobre heno, o esteras solas. Pocos hombres

dormían dentro de esas casas; mas había mil mujeres, y algunos afirman que

tres mil entre señoras y criadas y esclavas; de las señoras, hijas de señores,

que eran muy muchas, tomaba para sí Moteczuma las que bien le parecía;

las otras daba por mujeres a sus criados y a otros caballeros y señores; y así,

dicen que hubo vez que tuvo ciento y cincuenta preñadas a un tiempo; las

cuales, a persuasión del diablo, movían, tomando cosas para lanzar las criaturas,

o quizá porque sus hijos no habían de heredar. Tenían estas mujeres

muchas viejas por guarda, que ni aun mirarlas no dejaban a hombre; querían

los reyes toda honestidad en palacio.

El escudo de armas que estaba por las puertas de palacio, y que traen

las banderas de Moteczuma y las de sus antecesores, es una águila abatida

a un tigre, las manos y uñas puestas como para hacer presa. Algunos dicen

que es grifo, y no águila, afirmando que en las sierras de Teoacán hay grifos,

y que despoblaron el valle de Auacatlán, comiéndose los hombres, y

traen por argumento que se llaman aquellas sierras Cuitlachtepetl, de cuitlachtli,

que es grifo como león. Ahora creo que no los hay, porque no los

han españoles aún visto. Los indios muestran estos grifos, que llamanquezalcuitlactli, por sus antiguas figuras, y tienen vello y no pluma, y dicen

que quebraban con las uñas y dientes los huesos de hombres y venados;

tiran mucho a león, y parecen águila, porque los pintan con cuatro pies,

con dientes y con vello, que más aína es lana que pluma; con pico, con

uñas, y alas con que vuela; y en todas estas cosas responde la pintura a

nuestras escrituras y pinturas; de manera que ni bien es ave ni bien bestia.

Plinio, por mentira tiene esto de los grifos, aunque hay muchos cuentos

de ellos. También hay otros señores que tienen por armas este grifo, que

va volando con un ciervo en las uñas.

Casa de aves para coger lãs plumas

Tiene Moteczuma otra casa de muchos y buenos aposentos, y con unos

gentiles corredores levantados sobre pilares de jaspe, todos de una pieza,

que cae a una muy grande huerta, en la cual hay diez estanques o más, unos

de agua salada para las aves de mar, y otros de dulce para las de río y laguna,

que muchas veces vacían e hinchen por la limpieza de la pluma. Andan en

ellos tantas de aves, que ni caben dentro ni fuera; y de tan diversas maneras,

plumas y hechura, que ponían admiración a los españoles mirándolas, que

las más de ellas no conocían ni habían visto hasta entonces.

A cada suerte de aves daban el cebo y pasto con que se mantenían en el

campo; si con yerbas, dábanles yerba; si con grano, dábanles centli, frijoles,

habas y otras simientes; si con pescado, peces, de los cuales era el ordinario

de cada día diez arrobas, que pescaban y tomaban en las lagunas de México;

y aun a algunas daban moscas y tales sabandijas, que era su comida. Había

para servicio de estas aves trescientas personas: unos limpian los estanques,

otros pescan, otros les dan de comer; unos son para espulgarlas, otros para

guardar los huevos, otros para echarlas cuando encloquecen, otros las curan

enfermando, otros las pelan, que esto era lo principal, por la pluma, de

que hacen ricas mantas, tapices, rodelas, plumajes, moscadores y otras muchas

cosas, con oro y plata; obra perfectísima.

Casa de aves para caza y zoológico particular

Tiene otra casa con muy cumplidos cuartos y aposento, que llaman casa de

aves, no porque haya en ella más que en la otra, sino porque las hay mayores,

o porque, con ser para caza y de rapiña, las tienen por mejores y más

nobles. Hay en estas casas muchas salas altas, en que están hombres, mujeres

y niños, blancos de nacimiento por todo su cuerpo y pelo, que pocas veces

nacen así, y aquellos los tienen como por milagro. Había también enanos,

corcovados, quebrados, contrahechos y monstruos en gran cantidad,

que los tenían por pasatiempo, aun dicen que de niños los quebraban y enjibaban,

como por una grandeza de rey. Cada manera de estos hombrecillos

estaba por sí en su sala y cuarto.

Había en las salas bajas muchas jaulas de vigas recias; en unas estaban

leones, en otras tigres, en otras onzas, en otras lobos; en fin, no había fiera ni

animal de cuatro pies que allí no estuviese, a solo efecto de decir que los tenía

en su casa el gran señor Moteczumacín, aunque más bravos eran. Dábanles

de comer por raciones, gallipavos, venados, perros, y cosas de caza.

Había asimismo en otras piezas, en grandes tinajas, cántaros y semejantes

vasijas con agua o con tierra, culebras como el muslo, víboras, cocodrilos,

que llaman caimanes o lagartos de agua; lagartos de estos otros, lagartijas, y

otras tales sabandijas y serpientes de tierra y agua, así bravas, ponzoñosas, y

que espantan con sola la vista y su mala catadura; había también a otro cuarto,

y por el patio, en jaulas de palos rollizos y alcándaras, toda suerte y ralea

de aves de rapiña; alcotanes, gavilanes, milanos, buitres, azores, nueve o

diez maneras de halcones, muchos géneros de águilas, entre las cuales había

cincuenta mayores harto que las nuestras caudales, y que de un pasto se

come una de ellas un gallipavo de aquellos de allá, que son mayores que

nuestros pavones; de cada ralea había muchas, y estaban por su cabo, y tenía

de ración para cada día quinientos gallipavos y trescientos hombres de servicio,

sin los cazadores, que son infinitos. Otras muchas aves estaban allí

que los españoles no conocieron; pero decíanles ser todas muy buenas para

caza, y así lo mostraban ellas en el semblante, talle, uñas y presa que tenían.

Daban a las culebras y a sus compañeras la sangre de personas muertas ensacrificio, que chupasen y lamiesen; y aun, como algunos cuentan, les echaban

de la carne, que muy gentilmente la comen los unos lagartos y los otros.

Los españoles no vieron esto, mas vieron el suelo cuajado de sangre

como en matadero, que hedía terriblemente, y que temblaba si metían un

palo; era mucho de ver el bullicio de los hombres que entraban y salían en

esta casa, y que andaban curando de las aves, animales y sierpes, y nuestros

españoles se holgaban de mirar tanta diversidad de aves, tanta braveza de

bestias fieras, y el enconamiento de las ponzoñosas serpientes; mas empero

no podían oír de buena gana los espantosos silbos de las culebras, los temerosos

bramidos de los leones, los aullidos tristes del lobo, ni los fieros gañidos

de las onzas y tigres, ni los gemidos de los otros animales, que daban teniendo

hambre o acordándose que estaban acorralados, y no libres para

ejecutar su saña. Y certísimamente era de noche un traslado del infierno y

morada del diablo; y así era ello, porque en una sala de ciento cincuenta pies

larga, y ancha cincuenta, estaba una capilla chapada de oro y plata de gruesas

planchas, con muchísima cantidad de perlas y piedras, ágatas, cornerinas,

esmeraldas, rubíes, topacios, y otras así; adonde Moteczuma entraba

en oración muchas noches, y el diablo venía a hablarle, y se le aparecía, y

aconsejaba según la petición y ruegos que oía.

Tenía casa para solamente graneros, y donde poner la pluma y mantas

de las rentas y tributos, que era cosa mucho de ver. Sobre las puertas tenían

por armas o señal un conejo. Aquí moraban los mayordomos, tesoreros,

contadores, receptores, y todos los que tenían cargo y oficios en la hacienda

real. Y no había casa de éstas del rey donde no hubiese capillas y oratorios

del demonio, que adoraban por amor de lo que allí estaba; y por tanto, todas

eran grandes y de mucha gente.

Casas de armas

Moteczuma tenía algunas casas de armas, cuyo blasón es un arco y dos aljabas

por cada puerta. De toda suerte de armas que ellos usan había muchas,

y eran arcos, flechas, hondas, lanzas, lanzones, dardos, porras y espadas;

broqueles y rodelas más galanas que fuertes; cascos, grebas y brazalates, pero no en tanta abundancia, y de palo dorado o cubierto de cuero. El palo

de que hacen estas armas es muy recio. Tuéstanlo, y a las puntas hincan pedernal

o huesos del pez libiza, que es enconado, o de otros huesos, que

como se quedan en la herida, la hacen casi incurable y enconan.

Las espadas son de palo, con agudos pedernales engeridos en él y encolados.

El engrudo es de cierta raíz, que llaman zacotl, y de texualli, que es

una arena recia y como de vena de diamantes, que mezclan y amasan con

sangre de murciélagos y no sé qué otras aves; el cual pega, traba y dura por

extremo; tanto, que dando grandes golpes no se deshace. De esto mismo

hacen punzones, que barrenan cualquier madera y piedra, aunque sea un

diamante. Y las espadas cortan lanzas y un pescuezo de caballo a cercén; y

aun entran en el hierro y mellan, que parece imposible. En la ciudad nadie

trae armas; solamente las llevan a la guerra o a la caza o en la guarda.

Jardines

Sin las ya dichas casas, tenían también otras muchas de placer, con

muy buenos jardines de solas yerbas medicinales y olorosas, de flores, de

rosas, de árboles de olor, que son infinitos. Era para alabar al Criador tanta

diversidad, tanta frescura y olores. El artificio y delicadeza con que están

hechos mil personajes de hojas y flores. No consentía Moteczuma que en

estos vergeles hubiese hortaliza ni fruta, diciendo que no era de reyes tener

granjerías ni provechos en lugares de sus deleites; que las huertas eran para

esclavos o mercaderes, aunque con todo esto, tenía huertos con frutales,

pero lejos, y donde poquitas veces iba. Tenía asimismo fuera de México

casas en bosques de gran circuito y cercados de agua, dentro de las cuales

había fuentes, ríos, albercas con peces, conejeras, vivares, riscos y peñoles,

en que andaban ciervos, corzos, liebres, zorras, lobos y otros semejantes

animales para caza, en que mucho y a menudo se ejercitaban los señores

mexicanos. Tantas y tales eran las casas de Moteczumacín, en que pocos

reyes se le igualaban.

Corte y guarda

Tenía cada día seiscientos señores y caballeros a hacer guarda a Moteczuma,

con cada tres o cuatro criados con armas; y alguno traía veinte o más,

según era y lo que tenía; y así, eran tres mil hombres, y aun dicen que muchos

más, los que estaban en palacio guardando al rey. Y todos comían allí

de lo que sobraba del plato, como ya dije, o sus raciones. Los criados ni subían

arriba, ni se iban hasta la noche después de haber cenado. Eran tantos

los de la guarda, que aunque eran grandes los patios y plazas y calles, lo henchían

todo. Pudo ser que entonces por amor de los españoles pusiesen tanta

guarda e hiciesen aquella apariencia y majestad, y que la ordinaria fuese

menos; aunque a la verdad es certísimo que todos los señores que están debajo

el imperio mexicano, que, como dicen, son treinta de a cien mil vasallos,

residían en México por obligación y reconocimiento, en la corte del

gran señor Moteczumacín, cierto tiempo del año. Y cuando iban fuera a sus

tierras y señoríos, era con licencia y voluntad del rey. Y dejaban algún hijo o

hermano por seguridad y porque no se alzasen; y a esta causa tenían todos

casas en la ciudad de México Tenuchtlitán. Tanto fue el estado y casa de

Moteczuma; su corte tan grande, tan generosa, tan noble.

Impuestos

No hay quien no peche algo al señor de México en todos sus reinos y señoríos;

porque los señores y nobles pechan con tributo personal; los labradores,

que llaman maceualtín, con persona y bienes; y esto en dos maneras: o

son renteros o herederos. Los que tienen heredades propias pagan por año

uno de tres que cogen o crían. Perros, gallinas, aves de pluma, conejos, oro,

plata, piedras, sal, cera y miel, mantas, plumajes, algodón, cacao, centli, ají,

camotli, habas, frijoles y todas frutas, hortaliza y semillas de que principalmente

se mantienen. Los renteros pagan por meses o por años lo que se

obligan; y porque es mucho, los llaman esclavos; que aun cuando comen

huevos, les parece que el rey les hace merced. Oí decir que les tasaban lo quehabían de comer, y lo demás les tomaban. Visten a esta causa pobrísimamente.

Y en fin, no alcanzan ni tienen sino una olla para cocer yerbas, y una

piedra o un par para moler su trigo, y una estera para dormir. Y no solamente

daban este pecho los renteros y los herederos, pero aun servían con las

personas todas las veces que el gran señor quería, aunque no quería sino en

tiempos de guerras y caza.

Era tanto el señorío que los reyes de México tenían sobre ellos, que callaban

aunque les tomasen las hijas para lo que quisiesen, y los hijos; y por

esto dicen algunos que de tres hijos que cada labrador y no labrador tenía,

daba uno para sacrificar, lo cual es falso; que si así fuera, no parara hombre

en la tierra, y no estuviera tan poblada como estaba, y porque los señores

no comían hombres sino de los sacrificados, y los sacrificados, por maravilla

eran personas libres, sino esclavos y presos en guerra. Crueles carniceros

eran, y mataban entre año muchos hombres y mujeres y algunos niños;

empero no tantos como dicen, y los que eran después los contaremos por

días y cabezas.

Todas estas rentas traían a México a cuestas los que no podían en barcas,

a lo menos las que menester eran para mantener la casa de Moteczuma.

Las demás gastaban con soldados o trocábanse a oro, plata, piedras, joyas y

otras cosas ricas, que los reyes estiman y guardan en sus recámaras y tesoros.

En México había trojes, graneros, y, como dije, casas en que encerrar

el pan, y un mayordomo mayor con otros menores, que lo recibían y gastaban

por concierto y cuenta en libros de pintura; y en cada pueblo estaba su

cogedor, que eran como alguaciles, y traían varas y ventalles en las manos;

los cuales acudían, y daban cuenta con paga de la cogida y gente, por padrón

que tenían del lugar y provincia de su partido, a los de México. Si

erraban o engañaban, morían por ello, y aun penaban a los de su linaje,

como parientes de traidor al rey. A los labradores, cuando no pagan, prenden;

y si están pobres por enfermedades, espéranlos; si por holgazanes,

aprémianlos. En fin, si no cumplen y pagan a ciertos plazos que les dan,

pueden a los unos y a los otros tomar por esclavos y venderlos para la deuda

y tributos, o sacrificarlos.

También tenía muchas provincias que le tributaban cierta cantidad y

reconocían en algunas cosas de mayoría; pero esto más era honra que provecho. De suerte pues que por esta vía tenía Moteczuma, y aún le sobraba,

para mantener su casa y gente de guerra, y para tener tanta riqueza y aparato,

tanta corte y servicio; y más, que de todo esto no gastaba nada en labrar

cuantas casas quería, porque ya de gran tiempo están diputados muchos

pueblos allí cerca, que no pechan ni contribuyen en otra cosa más de en hacerle

casas, repararlas y tenerlas siempre en pie a costa suya propia; que ponían

su trabajo, pagaban los oficiales y traían a cuestas o arrastrando el canto,

la cal, la madera y agua y todos los otros materiales necesarios a las obras.

Y ni más ni menos proveían, y muy abastadamente, de cuanta leña se quemaba

en las cocinas, cámaras y braseros de palacio, que eran muchos, y habían

menester, a lo que cuentan, quinientas cargas de tamemes, que son mil

arrobas; y muchos días de invierno, aunque no es recio, muchas más. Y para

los braseros y chimeneas del rey traían cortezas de encina y otros árboles,

porque era mejor fuego, o por diferenciar la lumbre, que son grandes aduladores,

o porque más fatiga pasasen.

Tenía Moteczuma cien ciudades grandes con sus provincias, de las cuales

llevaba las rentas, tributos, parias y vasallaje que dije, y donde tenía fuerzas,

guarnición y tesoreros del servicio y pechos, a que eran obligadas. Extendíase

su señorío y mando de la Mar del Norte a la del Sur, y doscientas

leguas por la tierra adentro; bien es verdad que había en medio algunas provincias

y grandes pueblos, como Tlaxcallan, Mechuacán, Pánuco, Tecoantepec,

que eran sus enemigos, y no le pagaban pecho ni servicio; mas valíale

mucho el rescate y trueque que había con ellos cuando quería. Había asimismo

otros muchos señores y reyes como los de Tezcuco y Tlacopan, que

no le debían nada, sino la obediencia y homenaje; los cuales eran de su mismo

linaje, y con quien casaban los reyes de México sus hijas.

Prerogativas de MOctezuma

En lo del servicio de Muteeçuma y de la cosas de admiración que tenía por grandeza y estado hay tanto que escrebir que certifico a Vuestra Alteza que yo no sé por dó comenzar que pueda acabar de decir alguna parte dellas. Porque, como ya he dicho, ¿qué más grandeza puede ser que un señor bárbaro como éste tuviese contrafechas de oro y plata y piedras y plumas todas las cosas que debajo del cielo hay en su señorío tan al natural lo de oro y plata que no hay platero en el mundo que mejor lo hiciese; y lo de las piedras, que no baste juicio [para] comprehender con qué instrumentos se hiciese tan perfeto; y lo de pluma, que ni de cera ni en ningún broslado se podría hacer tan maravillosamente?

El señorío de tierras que este Muteeçuma tenía no se ha podido alcanzar cuánto era, porque a ninguna parte ducientas leguas de un cabo y de otro de aquella su grand cibdad inviaba sus mensajeros que no fuese cumplido su mandado, aunque había algunas provincias en medio de estas tierras con quien él tenía guerra. Pero [por] lo que se alcanzó y yo pude dél comprehender era su señorío tanto casi como España, porque hasta sesenta leguas desa parte de Putunchan, que es el río de Grisalba, invió mensajeros a que se diesen por vasallos de Vuestra Majestad los naturales de una cibdad que se dice Cumantan que había desde la gran cibdad a ella ducientas y veinte leguas, porque las ciento y cincuenta yo he fecho andar y ver a los españoles. Todos los más de los señores destas tierras y provincias, en especial los comarcanos, residían, como ya he dicho, mucho tiempo del año en aquella gran cibdad, y todos o los más tenían sus hijos primogénitos en el servicio del dicho Muteeçuma.

En todos los señoríos destos señores tenía fuerzas fechas y en ellas gente suya y sus gobernadores y cogedores del servicio y renta que de cada provincia le daban. Y había cuenta y razón de lo que cada uno era obligado a dar, porque tienen carateres y figuras escriptas en el papel que facen por donde se entienden. Cada una destas provincias servía con su género de servicio segúnd la calidad de la tierra, por manera que a su poder venía toda suerte de cosas que en las dichas provincias había. Y era tan temido de todos, así presentes como absentes, que nunca príncipe del mundo lo fue más. Tenía así fuera de la cibdad como dentro muchas casas de placer y cada una de su manera de pasatiempo tan bien labradas como se podría decir y cuales requerían ser para un gran príncipe y señor. Tenía dentro de la cibdad sus casas de aposentamiento tales y tan maravillosas que me parescería casi imposible poder decir la bondad y grandeza dellas, y por tanto no me porné a expresar cosa dellas más de que en España no hay su semejable.

Tenía una casa poco menos buena que ésta donde tenía un muy hermoso jardín con ciertos miradores que salían sobre él y los mármoles y losas dellos eran de jaspe muy bien obrados. Había en esta casa aposentamiento para se aposentar dos muy grandes príncipes con todo su servicio. En esta casa tenía diez estanques de agua donde tenía todos los linajes de aves de agua que en estas partes se hallan, que son muchos y diversos, todas domésticas. Y para las aves que se crían en la mar eran los estanques de agua salada y para las de ríos lagunas de agua dulce, la cual agua vaciaban de cierto a cierto tiempo por la limpieza y la tornaban a henchir con sus caños. Y a cada género de aves se daba aquel mantenimiento que era propio a su natural y con que ellas en el campo se mantenían, de forma que a las que comían pescado gelo daban; y a las que gusanos, gusanos; ya las que maíz, maíz; y las que otras semillas más menudas, por consiguiente gelas daban. Y certifico a Vuestra Alteza que a las aves que solamente comían pescado se les daba cada día diez arrobas del que se toma en la laguna salada. Había para tener cargo destas aves trecientos hombres que en ninguna otra cosa entendían. Había otros hombres que solamente entendían en curar las aves que adolecían. Sobre cada alberca y estanques de estas aves había sus corredores y miradores muy gentilmente labrados donde el dicho Muteeçuma se venía a recrear y a las ver.

Tenía en esta casa un cuarto en que tenía hombres y mujeres y niños blancos de su nascimiento en el rostro y cuerpo y cabellos y pestañas y cejas. Tenía otra casa muy hermosa donde tenía un grand patio losado de muy gentiles losas todo él hecho a manera de un juego de ajedrez. Y las casas eran hondas cuanto estado y medio y tan grandes como seis pasos en cuadra, y la mitad de cada una de estas casas era cubierta el soterrado de losas y la mitad que quedaba por cobrir tenía encima una red de palo muy bien hecha. Y en cada una de estas casas había una ave de rapiña, comenzando de cernícalo hasta águila todas cuantas se hallan en España y muchas más raleas que allá no se han visto. Y de cada una destas raleas había mucha cantidad, y en lo cubierto de cada una destas casas había un palo como alcandra y otro fuera debajo de la red, que en el uno estaban de noche y cuando llovía y en el otro se podían salir al sol y al aire a curarse. A todas estas aves daban todos los días de comer gallinas y no otro mantenimiento. Había en esta casa ciertas salas grandes bajas todas llenas de jaulas grandes de muy gruesos maderos muy bien labrados y encajados, y en todas o en las más había leones, tigres, lobos, zorras y gatos de diversas maneras y todos en cantidad, a las cuales daban de comer gallinas cuantas les bastaban, y para estos animales y aves había otros trecientos hombres que tenían cargo dellos.

Tenía otra casa donde tenía muchos hombres y mujeres mostruos, en que había enanos, concorbados y contrechos y otros con otras disformidades, y cada una manera de mostruos en su cuarto por sí, y también había para éstos personas dedicadas para tener cargo dellos. Y las otras casas de placer que tenía en su cibdad dejo de decir por ser muchas y de muchas calidades.

La manera de su servicio era que todos los días luego en amanesciendo eran en su casa más de seiscientos señores y personas prencipales, los cuales se sentaban. Y otros andaban por unas salas y corredores que había en la dicha casa y allí estaban hablando y pasando tiempo sin entrar donde su persona estaba. Y los servidores déstos y personas de quien se acompañaban hinchían dos o tres grandes otros patios y la calle, que era muy grande, y éstos estaban sin salir de allí todo el día hasta la noche. Y al tiempo que traían de comer al dicho Muteeçuma ansimismo lo traían a todos aquellos señores tan complidamente como a su persona, y también a los servidores y gente déstos les daban sus raciones. Había cotidianamente la despensa y botillería abierta para todos aquellos que quisiesen comer y beber. La manera de cómo le daban de comer es que venían trecientos o cuatrocientos mancebos con el manjar, que era sin cuento, porque todas las veces que comía o cenaba le traían de todas las maneras de manjares, ansí de carnes como de pescados y frutas y hierbas que en toda la tierra se podían haber. Y porque la tierra es fría traían debajo de cada plato y escudilla de mansar un braserico con brasa porque no se enfriase. Poníanle todos los manjares juntos en una grand sala en que él comía que casi toda se henchía, la cual estaba toda muy bien esterada y muy limpia, y él estaba sentado en una almohada de cuero pequeña muy bien hecha. Al tiempo que comía estaban allí desviados dél cinco o seis señores ancianos a los cuales él daba de lo que comía. Y estaba en pie uno de aquellos servidores que le ponía y alzaba los manjares y pedía a los otros que estaban más afuera lo que era nescesario para el servicio, y al prencipio y fin de la comida y cena siempre le daban agua a manos, y con la tuvalla que una vez se limpiaba nunca se limpiaba más, ni tampoco los platos y escudillas en que le traían una vez el manjar se los tornaban a traer sino siempre nuevos, y así hacían de los brasericos.

Vestíase todos los días cuatro maneras de vestiduras todas nuevas, y nunca más se las vestía otra vez. Todos los señores que entraban en su casa no entraban calzados, y cuando iban delante dél algunos que él inviaba a llamar llevaban la cabeza y ojos inclinados y el cuerpo muy humillado. Y hablando con él no le miraban a la cara, lo cual hacían por mucho acatamiento y reverencia. Y sé que lo hacían por este respeto porque ciertos señores reprehendían a los españoles diciendo que cuando hablaban conmigo estaban esentos mirándome a la cara, que parescía desacatamiento y poca vergüenza.

Cuando salía fuera el dicho Muteeçuma, que era pocas veces, todos los que iban con él y los que topaba por las calles le volvían el rostro y en ninguna manera le miraban, y todos los demás se prostraban hasta que él pasaba. Llevaba siempre delante de sí un señor de aquellos con tres varas delgadas altas, que creo se hacía porque se supiese que iba allí su persona, y cuando lo descendían de las andas tomaba la una en la mano y llevábala hasta adonde iba. Eran tantas y tan diversas las maneras y cerimonias que este señor tenía en su servicio, que era nescesario más espacio del que yo al presente tengo para las relatar y aun mejor memoria para las retener, porque ninguno de los soldanes ni otro ningúnd señor infiel de los que hasta agora se tiene noticia no creo que tantas ni tales cerimonias en su servicio tengan.

Descripción de Tenoctitlan

Descripcion de Tenoctitlan G+B+R

Tecnoctitlan

Una característica singular de este sistema de lagos era el carácter distinto de sus aguas. Mientras que los lagos de Xochimilco y Chalco estaban formados con aguas dulces, las aguas de Texcoco, Zumpango y Xaltocan eran salobres. De hecho, los antiguos pobladores de las riberas y los islotes de estos tres últimos lagos se dedicaban a la explotación de sal, que obtenían mediante la evaporación del agua del lago. De cualquier modo, el agua de los lagos del valle de México no era provechosa para la vida humana. Las aguas de los lagos de Texcoco, Zumpango y Xaltocan no eran potables por su alta salinidad y las aguas dulces de Xochimilco y Chalco no eran provechosas más que para la agricultura, pues los residuos de las plantas y animales que poblaban los ecosistemas asociados les daban mal sabor. Por ello, los pobladores de México-Tenochtitlan debieron introducir un sistema de abasto de agua potable para importar el líquido de los manantiales aledaños.

Como es Tenochtitlan , de donde viene el nombre

Era México cuando Cortés entró, pueblo de sesenta mil casas. Las del rey y

de los señores y cortesanos son grandes y buenas. Las de los otros chicas y

ruines, sin puertas, sin ventanas; mas por pequeñas que son, pocas veces

dejan de tener dos, tres y diez moradores; y así, hay en ella infinitísima gente. Todo el cuerpo de la ciudad está en agua. Tiene tres maneras de calles anchas

y gentiles. Las unas son de agua sola, con muchísimas puentes; las otras

de sola tierra, y las otras de tierra y agua, digo, la mitad de tierra, por donde

andan los hombres a pie, y la mitad agua, por do andan los barcos. Las calles

de agua, de suyo son limpias; las de tierra barren a menudo.

Casi todas las casas tienen dos puertas, una sobre la calzada y otra sobre

el agua, por donde se mandan con las barcas; y aunque está sobre agua edificada,

no se aprovecha de ella para beber, sino que traen una fuente desde

Chapultepec, que está una legua de allí, de una serrezuela, al pie de la cual

están dos estatuas de bulto entalladas en la peña, con sus rodelas y lanzas, de

Moteczuma y Axayaca, su padre, según dicen. Tráenla por dos caños tan

gordos como un buey cada uno. Cuando está el uno sucio, échanla por el

otro hasta que se ensucia. De esta fuente se bastece la ciudad y se proveen

los estanques y fuentes que hay por muchas casas, y en canoas van vendiendo

de aquella agua, de que pagan ciertos derechos.

Está la ciudad repartida en dos barrios: al uno llaman Tlatelulco, que

quiere decir isleta; y al otro México, donde mora Moteczuma, que quiere

decir manadero, y es el más principal, por ser mayor barrio y morar en él los

reyes: se quedó la ciudad con este nombre, aunque su propio y antiguo

nombre es Tenuchtitlán, que significa fruta de piedra, porque está compuesto

de tetl, que es piedra, y de nuchtli, que es la fruta que en Cuba y Haití

llaman tunas. El árbol, o más propiamente cardo, que lleva esta fruta nuchtli

se llama entre los indios de Culúa, mexicanos, nopal; el cual es casi todo

hojas algo redondas, un palmo anchas, un pie largas, un dedo gordas y dos,

o más o menos, según donde nacen. Tiene muchas espinas dañosas y enconadas.

El color de la hoja es verde, el de la espina pardo. Plántase, y va creciendo

de una hoja en otra, y engordando tanto por el pie que viene a ser

como árbol. Y no solamente produce una hoja a otra por la punta, mas echa

también otras por los lados; mas pues acá los hay, no hay qué decir.

En algunas partes, como de los teuchichimecas, donde es tierra estéril y

falta de aguas, beben el zumo de estas hojas de nopal. La fruta nuchtli es a

manera de higos, que así tiene los granillos y el hollejo delgado. Pero son

más largos y coronados, como níspolas. Es de muchos colores. Hay nuchtli

verde por fuera que dentro es escamada, y sabe bien; hay nuchtli que es amarilla, otra que es blanca, y otra que llaman picadilla, por la mezcla que de

colores tiene. Buenas son las picadillas, mejores las amarillas, pero las perfectas

y sabrosas son las blancas, de las cuales a su tiempo hay muchas. Unas

saben a peras, otras a uvas; son muy frescas; y así, las comen en verano por

camino y con calor los españoles, que se dan más por ellas que los indios.

Cuando esta fruta es más cultivada es mejor; y así, ninguno, si no es muy

pobre, come de las que llaman montesinas o magrillas. Hay también otra

suerte de nuchtli, que es colorada, la cual no es preciada, aunque gustosa. Si

algunos la comen, es porque vienen temprano y las primeras de todas las

tunas. No las dejan de comer por ser malas ni desabridas, sino porque tiñen

mucho los dedos y labios y los vestidos, y es muy mala de quitar la mancha, y

sin esto, porque tiñen la orina en tanta manera que parece pura sangre.

Muchos españoles nuevos en la tierra han desmayado por comer de estos

higos colorados, pensando que con la orina se les iba toda la sangre del

cuerpo, en que hacían reír los compañeros. Asimismo han picado muchos

médicos recién llegados de acá, viendo las orinas de quien había comido

esta fruta colorada; porque engañados por el color, y no sabiendo el secreto,

daban remedios para restañar la sangre del hombre sano, a gran risa de

los oyentes y sabedores de la burla. De aquella fruta nuchtli, y de tetl, que es

piedra, se compone el nombre de Tenuchtitlán, y cuando se comenzó a poblar

fue cerca de una piedra que estaba dentro de la laguna; de la cual nacía

un nopal muy grande, y por eso tiene México por armas y divisa un pie de

nopal nacido entre una piedra, que es muy conforme al nombre.

También dicen algunos que tuvo esta ciudad nombre de su primer fundador,

que fue Tenuch, hijo segundo de Iztacmixcoatl, cuyos hijos y descendientes

poblaron, como después diré, esta tierra de Anauac, que ahora

se dice Nueva-España. Tampoco falta quien piense que se dijo de la grana,

que llaman nuchiztli, la cual sale del mismo cardón nopal y fruta nuchtli, de

que toma el nombre. Los españoles la llaman carmesí por ser color muy subido,

y es de mucho precio. Como quiera pues que ello fue, es cierto que el

lugar y sitio se llama Tenuchtitlán, y el natural y vecino tenuchca. México,

según ya dije arriba, no es toda la ciudad, sino la media y un barrio, aunque

bien suelen decir los indios México Tenuchtitlán todo junto. Y creo que lo

intitulan así en las provisiones reales. Quiere México decir manadero ofuente, según la propiedad del vocablo y lengua; y así, dicen que hay alrededor

de él muchas fuentecillas y ojos de agua, de donde le nombraron los que

primero poblaron allí. También afirman otros que se llama México de los

primeros fundadores, que se dijeron mexiti; que aún ahora se nombran

mexica los de aquel barrio y población; los cuales mexiti tomaron nombre

de su principal dios e ídolo, dicho Mexitli, que es el mismo que Uitcilopuchtli.

Primero que se poblase este barrio México, estaba ya poblado el de

Tlatelulco, que por comenzarlo en una parte alta y enjuta de la laguna le llamaron

así, que quiere decir isleta, y viene de tlatelli, que es isla.

Está México Tenuchtitlán todo cercado de agua dulce, como está en la

laguna. No tiene más de tres entradas por tres calzadas: la una viene de poniente

trecho de media legua, la otra del norte por espacio de una legua.

Hacia levante no hay calzada, sino barcas para entrar. Al mediodía está la

otra calzada dos leguas larga, por la cual entraron Cortés y sus compañeros,

según ya dije. La laguna en que está México asentada, aunque parece toda

una, es dos, y muy diferente una de otra; porque la una es de agua salitral,

amarga, pestífera, y que no consiente ninguna suerte de peces, y la otra de

agua dulce y buena, y que cría peces, aunque pequeños. La salada crece y

mengua; mas según el aire que corre, corre ella. La dulce está más alta; y así,

cae la agua buena en la mala, y no al revés, como algunos pensaron, por seis

o siete ojos bien grandes que tiene la calzada, que las ataja por medio, sobre

los cuales hay puentes de madera muy gentiles. Tiene cinco leguas de ancho

la laguna salada, y ocho o diez de largo, y más de quince de ruedo. Otro tanto

tendrá la dulce en cada cosa; y así, bojará toda la laguna más de treinta leguas,

y tendrá dentro y a la orilla más de cincuenta pueblos, y muchos de

ellos de a cinco mil casas, algunos de diez mil, y pueblo, que es Tezcuco, tan

grande como México. La agua que se recoge a esto hondo que llaman laguna,

viene de una corona de sierras que están a vista de la ciudad y a la redonda

de la laguna, la cual para en tierra salitral, y por eso es salada; que el suelo

y sitio lo causan, y no otra cosa, como piensan muchos. Hácese en ella mucha

sal, de que hay gran trato.

Andan en estas lagunas doscientas mil barquillas, que los naturales llaman

acalles, que quiere decir casas de agua; atl es agua, y calli casa, de que

está el vocablo compuesto. Los españoles las dicen canoas, avezados a la lengua de Cuba y Santo Domingo. Son a manera de artesa, y de una pieza

hechas, grandes o chicas, según el tronco del árbol. Antes me acorto que

alargo en el número de estas acalles para según lo que otros dicen, que en

sólo México hay ordinariamente cincuenta mil de ellas para acarrear bastimentos

y portear gente; y así, las calles están cubiertas de ellas, y muy gran

trecho alrededor de la ciudad, especial[mente en] día de mercado.

Los mercados

Llaman tianquiztli al mercado. Cada barrio y parroquia tiene su plaza para

contratar el mercado. Mas México y Tlatelulco, que son los mayores, las tienen

grandísimas. Especial lo es una de ellas, donde se hace mercado los más

días de la semana, pero de cinco en cinco días es lo ordinario, y creo que la

orden y costumbre de todo el reino y tierras de Moteczuma. La plaza es ancha,

larga, cercada de portales, y tal, en fin, que caben en ella sesenta y aun

cien mil personas, que andan vendiendo y comprando; porque como es la

cabeza de toda la tierra, acuden allí de toda la comarca, y aun lejos. Y más

todos los pueblos de la laguna, a cuya causa hay siempre tantos barcos y tantas

personas como digo, y aún más.

Cada oficio y cada mercadería tiene su lugar señalado, que nadie se lo

puede quitar ni ocupar, que no es poca policía; y porque tanta gente y mercaderías

no caben en la plaza grande, repártenla por las calles más

cerca[nas]; principalmente las cosas engorrosas y de embarazo, como son

piedra, madera, cal, ladrillos, adobes y toda cosa para edificio, tosca y labrada.

Esteras finas, groseras y de muchas maneras; carbón, leña y hornija; loza

y toda suerte de barro pintado, vidriado y muy lindo, de que hacen todo género

de vasijas, desde tinajas hasta saleros; cueros de venados, crudos y curtidos,

con su pelo y sin él, y de muchos colores teñidos, para zapatos, broqueles,

rodelas, cueras, aforros de armas de palo. Y con esto tenían cueros

de otros animales, y aves con su pluma, adobados y llenos de yerba, unas

grandes, otras chicas; cosa para mirar, por los colores y extrañeza.

La más rica mercadería es sal y mantas de algodón, blancas, negras y de

todos colores, unas grandes, otras pequeñas; unas para dama, otras para

capa, otras para colgar, para bragas, camisas, tocas, manteles, pañizuelos y

otras muchas cosas. También hay mantas de hoja de metl y de palma y de

pelo de conejos, que son buenas, preciadas y calientes; pero mejores son las

de pluma. Venden hilado de pelos de conejo, telas de algodón, hilaza y madejas

blancas y teñidas. La cosa más de ver es la volatería que viene al mercado,

que allende que de estas aves comen la carne, visten la pluma y cazan a

otras con ellas, son tantas, que no tienen número, y de tantas raleas y colores

que no lo sé decir; mansas, bravas, de rapiña, de aire, de agua, de tierra. Lo

más lindo de la plaza es las obras de oro y pluma, de que contrahacen cualquier

cosa y color; son los indios tan oficiales de esto, que hacen de pluma

una mariposa, un animal, un árbol, una rosa, las flores, las yerbas y peñas tan

al propio, que parece lo mismo que o está vivo o está natural. Y acontéceles

no comer en todo un día, poniendo, quitando y asentando la pluma y mirando

a una parte y a otra, al sol, a la sombra, a la vislumbre, por ver si dice mejor

a pelo o contrapelo o al través, de la haz o del envés; y en fin, no la dejan de las

manos hasta ponerla en toda perfección. Tanto sufrimiento pocas naciones

le tienen, mayormente donde hay cólera, como en la nuestra.

El oficio más primo y artificioso es platero; y así, sacan al mercado cosas

bien labradas con piedra y fundidas con fuego. Un plato ochavado, el un

cuarto de oro, y el otro de plata, no soldado, sino fundido y en la fundición

pegado; una calderica, que sacan con su asa, como acá una campana, pero

suelta; un pez con una escama de plata y otra de oro, aunque tenga muchas.

Vacían un papagayo que se le ande la lengua, que se le menee la cabeza y las

alas. Funden una mona que juegue pies y cabeza y tenga en las manos un

huso, que parezca que hila, o una manzana, que parezca que come. Esto

tuvieron a mucho nuestros españoles, y los plateros de acá no alcanzan el

primor. Esmaltan asimismo, engastan y labran esmeraldas, turquesas y

otras piedras, y agujeran perlas; pero no tan bien como por acá.

Pues tornando al mercado, hay en él mucha pluma, que vale mucho;

oro, plata, cobre, plomo, latón y estaño, aunque de los tres metales postreros

es poco; perlas y piedras, muchas. Mil maneras de conchas y caracoles

pequeños y grandes. Huesos, chinas, esponjas y menudencias otras. Y cierto

que son muchas y muy diferentes y para reír las bujerías, los melindres y

dijes de estos indios de México. Hay que mirar en las yerbas y raíces, hojas y

simientes que se venden, así para comida como para medicina, que los hombres

y mujeres y niños conocen mucho en yerbas, porque con la pobreza y

necesidad las buscan para comer y guarecer de sus dolencias, que poco gastan

en médicos, aunque los hay, y muchos boticarios, que sacan a la plaza

ungüentos, jarabes, aguas y otras cosillas de enfermos. Casi todos sus males

curan con yerbas; que aun hasta para matar los piojos tienen yerba propia y

conocida. Las cosas que para comer venden no tienen cuento. Pocas cosas

vivas dejan de comer. Culebras sin cola ni cabeza, perrillos que no gañen,

castrados y cebados; topos, lirones, ratones, lombrices, piojos y aun tierra;

porque con redes de malla muy menuda barren en cierto tiempo del año

una cosa molida que se cría sobre la agua de las lagunas de México, y se cuaja,

que ni es yerba ni tierra, sino como cieno. Hay de ello mucho y cogen mucho;

y en eras, como quien hace sal, los vacían, y allí se cuaja y seca. Hácenlo

tortas como ladrillos, y no sólo las venden en el mercado, mas llévanlas también

a otros fuera de la ciudad y lejos. Comen esto como nosotros el queso,

y así tiene un saborcillo de sal, que con chilmolli es sabroso. Y dicen que a

este cebo vienen tantas aves a la laguna, que muchas veces por invierno la

cubren por algunas partes.

Venden venados enteros y a cuartos; gamos, liebres, conejos, tuzas, que

son menores que no ellos; perros, y otros que gañen como ellos y que llaman

cuzatli. En fin, muchos animales de estos así, que crían y cazan. Hay

tanto bodegón y casillas de mal cocinado, que espanta dónde se hunde y

gasta tanta comida guisada y por guisar como había en ellas. Carne y pescado

asado, cocido en pan, pasteles, tortillas de huevos de diferentísimas aves.

No hay número en el mucho pan cocido y en grano y espiga que se vende,

juntamente con habas, frijoles y otras muchas legumbres. No se pueden

contar las muchas y diferentes frutas de las nuestras que aquí se venden

cada mercado, verdes y secas. Pero la más principal y que sirve de moneda

son unas como almendras, que ellos llaman cacauatl, y los nuestros cacao,

como en las islas [de] Cuba y Haití. No es de olvidar la mucha cantidad y

diferencias que venden de colores que acá tenemos, y de otros muchos y

buenos que carecemos, y ellos hacen de hojas de rosas, flores, frutas, raíces,

cortezas, piedras, madera y otras cosas que no se pueden tener en la memoria.

Hay miel de abejas, de centli, que es su trigo, de metl y otros árboles y

cosas, que vale más que arrope. Hay aceite de chian simiente que unos la

comparan a mostaza, y otros a zaragatona, con que untan las pinturas porque

no las dañe el agua. También lo hacen de otras cosas. Guisan con él y

untan, aunque más usan manteca, sain y sebo. Las muchas maneras que de

vino hacen y venden, en otro cabo se dirán.

No acabaría si hubiese de contar todas las cosas que tienen para vender,

y los oficiales que hay en el mercado, como son estuferos, barberos,

cuchilleros y otros, que muchos piensan que no los había entre estos hombres

de nueva manera. Todas estas cosas que digo, y muchas que no sé, y

otras que callo, se venden en cada mercado de estos de México. Los que

venden, pagan algo del asiento al rey, o por alcabala o porque los guarden

de ladrones; y así, andan siempre por la plaza y entre la gente unos como

alguaciles. Y en una casa que todos los ven, están doce hombres ancianos,

como en judicatura, librando pleitos. La venta y compra es trocando una

cosa por otra; ésta da un gallipavo por un haz de maíz; el otro da mantas

por sal o dinero, que es almendras de cacauatl, y que corre por tal por toda

la tierra; y de esta guisa pasa la baratería. Tienen cuenta, porque por una

manta o gallina dan tantos cacaos. Tienen medida de cuerda para cosas

como centli y pluma, y de barro para otras como miel y vino. Si las falsan,

penan al falsario y quiebran las medidas.

Templos

Al templo llaman teucalli, que quiere decir casa de Dios, y está compuesto

de teutl, que es Dios, y de calli, que es casa; vocablo harto propio, si fuera

Dios verdadero. Los españoles que no saben esta lengua llaman cúes a los

templos, y a Uitcilopuchtli Uchilobos. Muchos templos hay en México, por

sus parroquias y barrios, con torres, en que hay capillas con altares, donde

están los ídolos e imágenes de sus dioses; las cuales sirven de enterramientos

para los señores cuyas son, que los demás en el suelo se entierran alrededor

y en los patios. Todos son de una hechura, o casi; y por tanto, con decir

del mayor bastará para entenderse; y así como es general en toda esta tierra,

así es nueva manera de templos, y creo que ni vista ni oída sino aquí.

Tiene este templo su sitio cuadrado. De esquina a esquina hay un tiro

de ballesta. La cerca de piedra con cuatro puertas, que responden a las calles

principales que vienen por las tres calzadas que dije, y por otra parte de

la ciudad que no tiene calzada, sino muy buena calle. En medio de este espacio

está una cepa de tierra y piedra maciza, esquinada como el patio, ancha

de un cantón a otro cincuenta brazas. Como sale de tierra y comienza a crecer

el montón, tiene unos grandes relejes. Cuanto más la obra crece, tanto

más se estrecha la cepa y disminuyen los relejes; de manera que parece pirámide

como las de Egipto, sino que no se remata en punta, sino en llano y en

cuadro de hasta ocho o diez brazas. Por la parte de hacia poniente no lleva

relejes, sino gradas para subir arriba a lo alto, que cada una de ellas alza la

subida un buen palmo. Y eran todas ellas ciento trece o ciento catorce gradas,

que como eran muchas y altas y de gentil piedra, parecía muy bien. Y

era cosa de mirar ver subir y bajar por allí los sacerdotes con alguna ceremonia

o con algún hombre para sacrificar.

En aquello alto hay dos muy grandes altares, desviados uno de otro, y

tan juntos a la orilla y borde de la pared, que no quedaba más espacio de

cuanto un hombre pudiese holgadamente andar por detrás. El uno de estos

altares está a la mano derecha, y el otro a la izquierda. No eran más altos

que cinco palmos. Cada uno de ellos tenía sus paredes de piedra por sí

pintadas de cosas feas y monstruosas. Y su capilla muy linda y bien labrada

de masonería de madera. Y tenía cada capilla tres sobrados, uno encima

de otro, y cada cual bien alto y hecho de artesones; a cuya causa se empinaba

mucho el edificio sobre la pirámide, y quedaba hecha una muy

grande torre y muy vistosa, que se parecía de muy lejos. Y de ella se miraba

y contemplaba muy a placer toda la ciudad y laguna con sus pueblos, que

era la mejor y más hermosa vista del mundo. Y por que la viesen Cortés y

los otros españoles, los subió arriba Moteczuma cuando les mostró el

templo. Del remate de las gradas hasta los altares quedaba una placeta,

que hacía anchura harta a los sacerdotes para celebrar los oficios muy a

placer y sin embarazo.

Todo el pueblo miraba y oraba hacia do sale el sol, que por eso hacen

sus templos mayores así. Y en cada altar de aquellos dos había un ídolo

muy grande. Sin esta torre que se hace con las capillas sobre la pirámide,

había otras cuarenta o más torres pequeñas y grandes en otros teucallis

chicos, que están en el mismo circuito del mayor; los cuales, aunque eran

de la misma hechura, no miran al oriente, sino a otras partes del cielo, por

diferenciar al templo mayor. Unos eran mayores que otros, y cada uno de

diferente dios. Y entre ellos había uno redondo, dedicado al dios del aire,

dicho Quezalcouatl; porque así como el aire anda alrededor del cielo, así

le hacían el templo redondo; la entrada del cual era por una puerta hecha

como boca de serpiente, y pintada endiabladamente. Tenía los colmillos y

dientes de bulto relevados, que asombraba a los que allá entraban, en especial

a los cristianos, que se les representaba el infierno en verla delante.

Otros teucallis o cúes había en la ciudad, que tenían las gradas y subida

por tres partes, y algunos que tenían otros pequeños en cada esquina.

Todos estos templos tenían casas por sí, con todo servicio, y sacerdotes

aparte, y particulares dioses.

A cada puerta de las cuatro del patio del templo mayor hay una sala

grande con sus buenos aposentos alrededor, altos y bajos. Estaban llenos

de armas, porque eran casas públicas y comunes; que las fortalezas y fuerzas

de cada pueblo son los templos, y por eso tienen en ellos la munición y

almacén. Había otras tres salas a la par con sus azoteas encima, altas, grandes,

las paredes de piedras pintadas, el teguillo de madera e imaginería,

con muchas capillas o cámaras de muy chicas puertas y oscuras allá dentro,

donde están infinitísimos ídolos grandes y pequeños, y de muchos

metales y materiales. Están todos bañados en sangre y negros, de como los

untan y rocían con ella cuando sacrifican algún hombre. Y aun las paredes

tienen una costra de sangre dos dedos en alto, y los suelos un palmo.

Hieden pestilencialmente, y con todo esto entran en ellas cada día los sacerdotes;

y no dejan entrar allá sino a grandes personas, y aun han de ofrecer

algún hombre que maten allí. Para lavarse los sayones y ministros del

demonio de la sangre de los sacrificios, y para regar y para servicio de las

cocinas y gallinas, hay un gran estanque, el cual se hinche de un caño que

viene de la fuente principal que beben.

Todo lo demás del sitio grande y cuadrado, que está vacío y descubierto,

es corrales para criar aves, y jardines de yerbas, árboles olorosos, rosales

y flores para los altares. Tal y tan grande y tan extraño templo como dicho es

era éste de México, que para sus falsos dioses tenían los engañados hombres.

Residen en él a la continua cinco mil personas, y todas duermen dentro,

y comen a su costa de él, que es riquísimo; porque tiene muchos pueblos

para su fábrica y reparos, que son obligados a tenerlo siempre en pie; y

que de consejo, cogen y mantienen toda esta gente de pan y frutas y de carne

y pescado, y de leña cuanta es menester, y es menester mucha y harta más

que en palacio. Y aun con toda esta carga, vivían más descansados, y en fin,

como vasallos de los dioses, según ellos decían.

Moteczuma llevó a Cortés a este templo para que los españoles lo viesen,

y por mostrarles su religión y santidad, de la cual hablaremos en otra

parte muy largo, que es la más extraña y cruel que jamás oísteis.

Ídolos

Los dioses de México eran dos mil, a lo que dicen. Pero los principalísimos

se llaman Uitcilopuchtli y Tezcatlipuca; cuyos ídolos estaban en lo alto del

teucalli sobre los dos altares. Eran de piedra, y del gordor, altura y tamaño

de gigante. Estaban cubiertos de nácar, y encima muchas perlas, piedras y

piezas de oro engastadas con engrudo de zacotl, y aves, sierpes, animales,

peces y flores, hechas a lo mosaico, de turquesas, esmeraldas, calcedonias,

amatistas y otras piedrecicas finas que hacían gentiles labores, descubriendo

el nácar. Tenían por cinta sendas culebras de oro gordas, y por collares

cada diez corazones de hombres de oro, y sendas máscaras de oro con ojos

de espejo, y al colodrillo gestos de muerto; todo lo cual tenía sus consideraciones

y entendimiento. Ambos eran hermanos: Tezcatlipuca, dios de la

providencia, y Uitcilopuchtli, de la guerra, que era más adorado y tenido

que todos los otros.

Otro ídolo grandísimo estaba sobre la capilla de aquellos ídolos susodichos,

que, según algunos dicen, era el mayor y mejor de sus dioses, y era hecho

de cuantos géneros de semillas se hallan en la tierra, y que se comen y

aprovechan de algo, molidas y amasadas con sangre de niños inocentes y de

niñas vírgenes sacrificadas, y abiertas por los pechos para ofrecer los corazones

por primicia al ídolo. Consagrábanlo con grandísima pompa y ceremonias los sacerdotes y ministros del templo. Toda la ciudad y tierra se hallaba

presente a la consagración, con regocijo y devoción increíble, y muchas

personas devotas llegaban a tocar el ídolo después de bendecido con la

mano, y a meter en la masa piedras preciosas, tejuelos de oro y otras joyas y

arreos de sus cuerpos. Después de esto ningún seglar podía, ni aun le dejaban

tocar, ni entrar a su capilla, ni tampoco los religiosos, si no eran tlamacaztli,

que es sacerdote. Renovábanlo de tiempo a tiempo, y desmenuzaban

el viejo; y beato el que podía haber un pedazo de él para reliquias y devociones,

especial soldados. También bendecían entonces, juntamente con el

ídolo, cierta vasija de agua con otras muchas ceremonias y palabras y guardábanla

al pie del altar muy religiosamente para consagrar al rey cuando se

coronaba, y para bendecir al capitán general cuando elegían para alguna

guerra, dándole a beber de ella.

El osario

Fuera del templo y en frente de la puerta principal, aunque más de un grande

tiro de piedra, estaba un osar de cabezas de hombres presos en guerra y

sacrificados a cuchillo; el cual era a manera de teatro, más largo que ancho,

de cal y canto, con sus gradas, en que están engeridas entre piedra y piedra

calaveras con los dientes hacia fuera. A la cabeza y pie del teatro había dos

torres hechas solamente de cal y cabezas los dientes afuera; que como no llevaban

piedra ni otra materia, a lo menos que se viese, estaban las paredes

extrañas y vistosas. En lo alto del teatro había setenta o más vigas altas, apartadas

unas de otras cuatro palmos o cinco, y llenas de palos cuanto cabían

de alto a bajo, dejando cierto espacio entre palo y palo. Estos palos hacían

muchas aspas por las vigas, y cada tercio de aspa o palo tenía cinco cabezas

ensartadas por las sienes. Andrés de Tapia, que me lo dijo, y Gonzalo de

Umbría, las contaron un día, y hallaron ciento treinta y seis mil calaveras en

las vigas y gradas. Las de las torres no pudieron contar. Cruel costumbre,

por ser de cabezas de hombres degollados en sacrificio, aunque tiene apariencia

de humanidad por la memoria que pone de la muerte. También hay personas diputadas para que, en cayéndose una calavera, pongan otra en su

lugar, y así nunca faltase aquel número.

Descripcion del imperio Mexica

Pero puede Vuestra Majestad ser cierto que si alguna falta en mi relación hobiere que será antes por corto que por largo, ansí en esto como en todo lo demás de que diere cuenta a Vuestra Alteza, porque me parescia justo a mi príncipe y señor decir muy claramente la verdad sin interpolar cosas que la diminuyan y acrecienten. Antes que comience a relatar las cosas desta grand cibdad e las otras que en este otro capítulo dije, me paresce para que mejor se puedan entender que débese decir la manera de Mésyco, que es donde esta cibdad y algunas de las otras que he fecho relación están fundadas y donde está el señorío prencipal deste Muteeçuma. La cual dicha provincia es redonda y está toda cercada de muy altas y ásperas sierras, y lo llano della terná en torno fasta setenta leguas. Y en el dicho llano hay dos lagunas que casi lo ocupan todo porque tienen ambas en torno más de cincuenta leguas, y la una destas dos lagunas es de agua dulce y la otra, que es mayor, es de agua salada.

Divídelas por una parte una cordillera pequeña de cerros muy altos que están en medio desta llanura, y al cabo se van a juntar las dichas lagunas en un estrecho de llano que entre estos cerros y las sierras altas se hace, el cual estrecho terná un tiro de ballesta. Y por entre la una laguna y la otra y las cibdades y otras poblaciones que están en las dichas lagunas contratan las unas con las otras en sus canoas por el agua sin haber nescesidad de ir por la tierra. Y porque esta laguna salada grande crece y mengua por sus mareas segúnd hace la mar, todas las crecientes corre el agua della a la otra dulce tan recio como si fuese caudal río, y por consiguiente a las menguantes va la dulce a la salada.

Esta grand cibdad de Temixtitán está fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha cibdad por cualquier parte que quisieren entrar a ella hay dos leguas. Tiene cuatro entradas todas de calzada hecha a mano tan ancha como dos lanzas jinetas. Es tan grande la cibdad como Sevilla y Córdoba. Son las calles della, digo las prencipales, muy anchas y muy derechas, y algunas déstas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua por la cual andan en sus canoas. Y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por do atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas, hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas juntas y recias y muy bien labradas, y tales que por muchas dellas pueden pasar diez de caballo juntos a la par.

Y viendo que si los naturales desta cibdad quisiesen hacer alguna traición tenían para ello mucho aparejo, por ser la dicha cibdad edificada de la manera que digo y que quitadas las puentes de las entradas y salidas nos podían dejar morir de hambre sin que pudiésemos salir a la tierra, luego que entré en la dicha cibdad di mucha priesa en hacer cuatro bergantines, y los fice en muy breve tiempo tales que podían echar trecientos hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que quisiésemos.

Tiene esta cibdad muchas plazas donde hay contino mercado y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la plaza de la cibdad de Salamanca toda cercada de portales alderredor donde hay cotidianamente arriba de sesenta mill ánimas comprando y vendiendo, donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras se hallan ansí de mantenimientos como de vestidos, joyas de oro y de plata y de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de conchas, de caracoles, de plumas. Véndese cal, piedra labrada y por labrar, adobes, ladrillo, madera labrada y por labrar de diversas maneras. Hay calle de caza donde venden todos los linajes de aves que hay en la tierra, así como gallinas, perdices, codornices, lavancos, dorales, cerzatas, tórtolas, palomas, pajaritos en cañuela, papagayos, buharros, águilas, falcones, gavilanes y cernícalos. Y de algunas destas aves de rapiña venden los cueros con su pluma y cabezas y pico y uñas. Venden conejos, liebres, venados y perros pequeños que crían para comer, castrados. Hay calle de herbolarios donde hay todas las raíces y hierbas mede cinales que en la tierra se hallan. Hay casas como de boticarios donde se venden las medecinas hechas, ansí potables como ungüentos y emplastos. Hay casas como de barberos donde lavan y rapan las cabezas. Hay casas donde dan de comer y beber por precio. Hay hombres como los que llaman en Castilla ganapanes para traer cargas. Hay mucha leña, carbón, braseros de barro y esteras de muchas maneras para camas y otras más delgadas para asiento y para esteras [de] salas y cámaras. Hay todas las maneras de verduras que se fallan, especialmente cebollas, puerros, ajos, mastuerzo, berros, borrajas, acederas y cardos y tagarninas. Hay frutas de muchas maneras, en que hay cerezas y ciruelas que son semejables a las de España. Venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son tan melosas y dulces como las de azúcar, y miel de unas plantas que llaman en las otras islas maguey que es muy mejor que arrope, y destas plantas facen azúcar y vino que asimismo venden. Haya vender muchas maneras de filados de algodón de todas colores en sus madejicas, que paresce propiamente alcacería de Granada en las sedas, aunque esto otro es en mucha más cantidad. Venden colores para pintores cuantas se pueden hallar en España y de tan excelentes matices cuanto pueden ser. Venden cueros de venado con pelo y sin él, teñidos blancos y de diversas colores. Venden mucha loza en grand manera muy buena. Venden muchas vasijas y tinajas grandes y pequeñas, jarros, ollas, ladrillos y otras infinitas maneras de vasijas, todas de singular barro, todas o las más vidriadas y pintadas. Venden mucho maíz en grano y en pan, lo cual hace mucha ventaja ansí en el grano como en el sabor a todo lo de las otras Islas y Tierra Firme. Venden pasteles de aves y empanadas de pescado. Venden mucho pescado fresco y salado, crudo y guisado. Venden huevos de gallina y de ánsares y de todas las otras aves que he dicho en grand cantidad. Venden tortillas de huevos fechas. Finalmente, que en los dichos mercados se venden todas las cosas cuantas se hallan en toda la tierra, que demás de las que he dicho son tantas y de tantas calidades que por la prolijidad y por no me ocurrír tantas a la memoría y aun por no saber poner los nombres no las expreso.

Cada género de mercaduría se vende en su calle sin que entremetan otra mercaduría ninguna, y en esto tienen mucha orden. Todo se vende por cuenta y medida, exceto que fasta agora no se ha visto vender cosa alguna por peso. Hay en esta grand plaza una grand casa como de abdiencia donde están siempre sentados diez o doce personas que son jueces y libran los casos y cosas que en el dicho mercado acaecen y mandan castigar los delincuentes. Hay en la dicha plaza otras personas que andan contino entre la gente mirando lo que se vende y las medidas con que miden lo que venden, y se ha visto quebrar alguna que estaba falsa.

Hay en esta grand cibdad muchas mesquitas o casas de sus ídolos de muy hermosos edeficios por las collaciones y barrios della. Y en las prencipales della hay personas religiosas de su seta que residen continuamente en ellas, para los cuales demás de las casas donde tienen los ídolos hay buenos aposentos. Todos estos religiosos visten de negro y nunca cortan el cabello ni lo peinan desque entran en la religión hasta que salen, y todos los fijos de los señores prencipales, ansí señores como cibdadanos honrados, están en aquellas religiones y hábito desde edad de siete años u ocho hasta que los sacan para los casar, y esto más acaesce en los primogénitos que han de heredar las casas que en los otros.

No tienen aceso a mujer ni entra ninguna en las dichas casas de religión. Tienen abstinencia en no comer ciertos manjares, y más en algunos tiempos del año que no en los otros.

Templo mayor. Sacrificios

Y entre estas mezquitas hay una que es la prencipal que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza e particularidades della, porque es tan grande que dentro del circuito della, que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien facer una villa de quinientos vecinos. Tiene dentro deste circuito toda a la redonda muy gentiles aposentos en que hay muy grandes salas e corredores donde se aposentan los religiosos que allí están. Hay bien cuarenta torres muy altas y bien obradas, que la mayor tiene cincuenta escalones para sobir al cuerpo de la torre. La más prencipal es más alta que la torre de la iglesia mayor de Sevilla. Son tan bien labradas así de cantería como de madera que no pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte, porque toda la cantería de dentro de las capillas donde tienen los ídolos es de imaginería y zaquizamíes, y el maderamiento es todo de mazonería y muy pintado de cosas de mostruos y otras figuras y labores. Todas estas torres son enterramiento de señores, y las capillas que en ellas tienen son dedicadas cada una a su ídolo a que tienen devoción. Hay tres salas dentro desta grand mesquita donde están los prencipales ídolos de maravillosa grandeza y altura y de muchas labores y figuras esculpidas así en la cantería como en el maderamiento. Y dentro destas salas están otras capillas que las puertas por do entran a ellas son muy pequeñas y ellas asimismo no tienen claridad alguna. Y allí no están sino aquellos religiosos, y no todos, y dentro déstas están los bultos y figuras de los ídolos, aunque, como he dicho, de fuera hay también muchos.

Los más prencipales destos ídolos y en quien ellos más fee y creencia tenían derroqué de sus sillas y los fice echar por las escaleras abajo y fice limpiar aquellas capillas donde los tenían porque todas estaban llenas de sangre que sacrifican, y puse en ella imágenes de Nuestra Señora y de otros santos que no poco el dicho Muteeçuma y los naturales sintieron, los cuales primero me dijeron que no lo hiciese porque si se sabía por las comunidades se levantarían contra mí, porque tenían que aquellos ídolos les daban todos los bienes temporales y que dejándolos maltratar, se enojarían y no les darían nada y les secarían los frutos de la tierra y muriría la gente de hambre.

Yo les hice entender con las lenguas cúan engañados estaban en tener su esperanza en aquellos ídolos que eran hechos por sus manos de cosas no limpias, y que habían de saber que había un solo Dios universal señor de todos, el cual había criado el cielo y la tierra y todas las cosas y que hizo a ellos y a nosotros, y que éste era sin principio e inmortal y que a él habían de adorar y creer, y no a otra criatura ni cosa alguna. Y les dije todo lo demás que yo en este caso supe para los desviar de sus idolatrías y atraer al conoscimiento de Dios Nuestro Señor.

Y todos, en especial el dicho Muteeçuma, me respondieron que ya me habían dicho que ellos no eran naturales desta tierra y que había muchos tiempos que sus predecesores habían venido a ella; y que bien creían que podían estar errados en algo de aquello que tenían por haber tanto tiempo que salieron de su naturaleza, y que yo, como más nuevamente venido sabría las cosas que debían tener y creer mejor que no ellos, que se las dijese e hiciese entender, que ellos harían lo que yo les dijese que era lo mejor. Y el dicho Muteeçuma y muchos de los prencipales de la dicha cibdad estuvieron conmigo hasta quitar los ídolos y limpiar las capillas y poner las imágenes, y todo con alegre semblante.

Y les defendí que no matasen criaturas a los ídolos como acostumbraban, porque demás de ser muy aborrecible a Dios, Vuestra Sacra Majestad por sus leyes lo prohibe y manda que el que matare lo maten. Y de ahí adelante se apartaron dello, y en todo el tiempo que yo estuve en la dicha cibdad nunca se vio matar ni sacrificar alguna criatura.. Los bultos y cuerpos de los ídolos en quien estas gentes creen son de muy mayores estaturas que el cuerpo de un grand hombre. Son hechos de masa de todas las semillas de legumbres que ellos comen molidas y mezcladas unas con otras, y amásanlas con sangre de corazones de cuerpos humanos, los cuales abren por los pechos vivos y les sacan el corazón y de aquella sangre que sale dél amasan aquella harina, y así hacen tanta cantidad cuanta basta para facer aquellas estatuas grandes. Y también, después de hechas, les ofrecían más corazones que ansimesmo les sacrifican y les untan las caras con la sangre.

A cada cosa tienen su ídolo dedicado al uso de los gentiles que antiguamente honraban sus dioses, por manera que para pedir favor para la guerra tienen un ídolo y para sus labranzas otro, y así para cada cosa de las que ellos quieren o desean que se hagan bien tienen sus ídolos a quien honran y sirven.

Hay en esta grand cibdad muchas casas muy buenas y muy grandes. Y la causa de haber tantas casas prencipales es que todos los señores de la tierra vasallos del dicho Muteeçuma tienen sus casas en la dicha cibdad y residen en ella cierto tiempo del año, y demás desto hay en ella muchos cibdadanos ricos que tienen ansimismo muy buenas casas. Todos ellos demás de tener muy grandes y buenos aposentos tienen muy gentiles vergeles de flores de diversas maneras ansí en los aposentamientos altos como bajos.

Por la una calzada que a esta grand cibdad entra vienen dos caños de argamasa tan anchos como dos pasos cada uno y tan altos casi como un estado. Y por el uno dellos viene un golpe de agua dulce muy buena de gordor de un cuerpo de hombre que va a dar al cuerpo de la cibdad, de que se sirven y beben todos. El otro que va vacío es para cuando quieren limpiar el otro caño, porque echan por allí el agua en tanto que se limpia. Y porque el agua ha de pasar por las puentes a causa de las quebradas por do atraviesa el agua salada echan la dulce por unas canales tan gruesas como un buey que son de la longura de las dichas puentes, y ansí se sirve toda la cibdad.

Traen a vender el agua por canoas por todas las calles, y la manera de como la toman del caño es que llegan las canoas debajo de las puentes por do están las canales y de allí hay hombres en lo alto que hinchen las canoas, y les pagan por ello su trabajo. En todas las entradas de la cibdad y en las partes donde descargan las canoas, que es donde viene la más cantidad de los mantenimientos que entran en la cibdad, hay chozas hechas donde están personas por guardas y que resciben certun quid de cada cosa que entra. Esto no sé si lo lleva el señor o si es propio para la cibdad porque hasta agora no lo he alcanzado, pero creo que para el señor, porque en otros mercados de otras provincias se ha visto coger aquel derecho para el señor dellas.

Hay en todos los mercados y lugares públicos de la dicha cibdad todos los días muchas personas, trabajadores y maestros de todos oficios esperando quien los alquile por sus jornales. La gente desta cibdad es de más manera y primor en su vestir y servicio que no la otra destas otras provincias y cibdades, porque como allí estaba siempre este señor Muteeçuma y todos los señores sus vasallos ocurrían siempre a la cibdad había en ella más manera y policía en todas las cosas. Y por no ser más prolijo en la relación de las cosas desta grand cibdad (aunque no acabaría tan aína) no quiero decir más sino que en su servicio y trato de la gente della hay la manera casi de vevir que en España y con tanto concierto y orden como allá, y que considerando esta gente ser bárbara y tan apartada del conoscimiento de Dios y de la comunicación de otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que tienen en todas las cosas.

De Cholulla a Tenochtitlan

De Cholulla a México B+G+G+R

 

Subida al Popocatepec

Está un monte ocho leguas de Chololla, que llaman Popocatepec, que

quiere decir sierra de humo, porque rebosa muchas veces humo y fuego.

Cortés envió allá diez españoles, con muchos vecinos que los guiasen y llevasen

de comer. Era la subida áspera y embarazosa. Llegaron hasta oír el

ruido; mas no osaron subir a lo alto a verlo, porque temblaba la tierra, y había

tanta ceniza, que impedía el camino; y así, se querían tornar. Pero los

dos que debían ser más animosos o curiosos, determinaron de ver el cabo y

misterio de tan admirable y espantoso fuego, y poder dar alguna razón a

quien los enviaba, no los tuviese por medrosos y ruines; y así, aunque los

demás no quisieran, y las guías los atemorizaban, diciendo que nunca jamás

lo habían hollado pies ni visto ojos humanos, subieron allá por medio

de la ceniza y llegaron a lo postrero por debajo de un espeso humo. Miraron un rato y figuróseles que tenía media legua de boca aquella concavidad,

en que retumbaba el ruido, que estremecía la sierra, y poco hondo,

mas como un horno de vidrio cuando más hierve. Era tanto el calor y

humo, que se tornaron presto por las mismas pisadas que fueron, por no

perder el rastro y perderse.

Apenas se hubieron desviado y andado un pedazo, que comenzó a lanzar

ceniza y llama, y luego ascuas; y al cabo muy grandes piedras de fuego

ardientes; y si no hallaran do meterse debajo de una peña, perecieran allí

abrasados; y como trajeron buenas señas, y volvieron vivos y sanos, vinieron

muchos indios a besarles la ropa y a verlos, como por milagro o como a

dioses, dándoles muchos presentillos: tanto se maravillaron de aquel hecho.

Piensan aquellos simples que es una boca de infierno, adonde los señores

que mal gobiernan o tiranizan van, después de muertos, a purgar sus

pecados, y de allí al descanso.

Esta sierra, que llaman Vulcán, por la semejanza que tiene con el de Sicilia,

es alta y redonda, y que jamás le falta nieve. Parece de muy lejos, las

noches, que echa llama. Hay cerca de él muchas ciudades, pero la más cercana

es Huexocinco.

Camino a México, primeras vistas de tierra mexicana

Habida tan buena respuesta como le dieron los embajadores de México,

dio Cortés licencia a los indios amigos que se quisiesen volver a sus casas, y

partiose de Chololla con algunos vecinos que seguirle quisieron, y no quiso

echar por el camino que le mostraban los de Moteczuma, porque era malo y

peligroso, según lo vieron los españoles que fueron al volcán, y porque le

querían saltear en él a lo que cholollanos decían; sino por otro más llano y

más cerca. Reprendidos por ello, respondieron que lo guiaban por allí, aunque

no era buen camino, porque no pasase por tierra de Huexocinco, que

eran sus enemigos.

No caminó aquel día sino cuatro leguas, por dormir en unas aldeas de

Huexocinco, donde fue bien recibido y mantenido, y aun le dieron algunos

esclavos, ropa y oro, aunque poco; que poco tienen y son pobres, a causa de

tenerlos acorralados Moteczuma, por ser de la parcialidad de Tlaxcallan.

Otro día, antes de comer, subió un puerto entre dos sierras nevadas, de dos

leguas de subida. Donde, si los treinta mil soldados que habían venido paratomar los españoles en Chololla esperaran, los tomaban a manos, según la

nieve y frío les hizo en el camino.

Desde aquel puerto se descubría tierra de México, y la laguna con sus

pueblos alrededor, que es la mejor vista del mundo. Cuando Cortés holgó

de verla, tanto temieron algunos de sus compañeros, y aun hubo entre ellos

diversos pareceres si llegarían allá o no, y dieron muestra de motín; pero él,

por su prudencia y disimulación, se los deshizo, y con esfuerzo, esperanza y

buenas palabras que les dio, y con ver que era el primero en los trabajos y

peligros, temieron menos lo que imaginaban. En bajando a lo llano, de la

otra parte halló una casa de placer en el campo, harto grande y buena, y tal,

que cupieron todos los españoles holgadamente, y hasta seis mil indios que

llevaba de Cempoallan, Tlaxcallan, Huexocinco y Chololla, aunque para

los tamemes hicieron los de Moteczuma chozas de paja. Tuvieron buena

cena y grandes fuegos para todos, que criados de Moteczuma proveían copiosamente,

y aun les tenían mujeres.

Continua el camino

En amaneciendo otro día se partió, y fue a

Amaquemecan, dos leguas, que cae en la provincia de Chalco; lugar que,

con las aldeas, tiene veinte mil vecinos. El señor de allí le dio cuarenta esclavas,

tres mil pesos de oro, y de comer dos días abundantemente, y aun de

secreto muchas quejas de Moteczuma. De Amaquemecan fue cuatro leguas

otro día a un pequeño lugar, poblado la mitad en agua de la laguna y la otra

mitad en tierra, al pie de una sierra áspera y pedregosa.

Acompañáronle muy muchos de Moteczuma, que le proveyeron; los

cuales con los del pueblo quisieron pegar con los españoles, y enviaron sus

espías a ver qué hacían la noche. Pero las que Cortés puso, que eran españoles,

mataron de ellas hasta veinte, y allí paró la cosa, y cesaron los tratos de

matar los españoles; y es cosa para reír que a cada triquete quisiesen y tentasen

matarlos, y no fuesen para ello.

Luego a otro día, bien de mañana, ya que se partía el ejército, llegaron

allí doce señores mexicanos; pero el principal era Cacamacín, sobrino de

Moteczuma, señor de Tezcuco, mancebo de veinticinco años, a quien todos

acataban mucho. Venía en andas a hombros, y como le abajaron de

ellas, le limpiaban las piedras y pajas del suelo que pisaba. Éstos venían a

irse compañando a Cortés, y disculparon a Moteczuma, que por enfermo

no venía él mismo a le recibir allí. Todavía porfiaron que se tornasen los españoles

y no llegasen a México, y dieron a entender que les ofenderían allá,

y aun defenderían el paso y entrada: cosa que facilísimamente podían hacer;

mas empero andaban ciegos, o no se atrevían a quebrar la calzada. Cortés

les habló y trató como quien eran, y aun les dio cosas de rescate. Salió de

aquel lugar muy acompañado de personas de cuenta, a quien seguían infinitísimos

otros, que no cabían por los caminos, y también venían muchos de

aquellos mexicanos a ver hombres tan nuevos, tan afamados; y maravillados

de las barbas, vestidos, armas, caballos y tiros, decían: “Éstos son dioses”.

Cortés les avisaba siempre que no atravesasen por entre los españoles

ni caballos, si no querían ser muertos. Lo uno, porque no se desvergonzasen

con las armas a pelear, y lo otro, porque dejasen abierto camino para ir

adelante, que los traían rodeados.

Así pues fue a un lugar de dos mil fuegos, fundado todo dentro en agua,

y que hasta llegar a él anduvo más de una legua por una muy gentil calzada, y ancha más de veinte pies. Tenía muy buenas casas y muchas torres. El señor

de él recibió muy bien a los españoles, y los proveyó honradamente, y

rogó que se quedasen a dormir allí, y tan secretamente se quejó a Cortés de

Moteczuma por muchos agravios y pechos no debidos, y le certificó que

había camino, y bueno, hasta México, aunque por calzada como la que pasara.

Con esto descansó Cortés, que iba con determinación de parar allí y no

hacer barcas o fustas; mas todavía quedó con miedo no le rompiesen las calzadas,

y por eso llevó grandísima advertencia. Cacama y los otros señores le

importunaron que no se quedase allí, sino que se fuese a Iztacpalapan, que

no estaba sino dos leguas adelante, y era de otro sobrino del gran señor. Él

hubo de hacer lo que tanto le rogaban aquellos señores, y porque no le quedaban

sino dos leguas de allí a México, que podría entrar al otro día con

tiempo y a su placer. Fue pues a dormir a Iztacpalapan, y allende que de dos

en dos horas iban y venían mensajeros de Moteczuma, le salieron a recibir

buen trecho Cuetlauac, señor de Iztacpalapan, y el señor de Culuacán, también

pariente suyo. Presentáronle esclavas, ropa, plumajes y hasta cuatro

mil pesos de oro.

Cuetlauac hospedó todos los españoles en su casa, que son unos grandísimos

palacios, de cantería todos y carpintería, y muy bien labrados, con

patios y cuatro bajos y altos, y todo servicio muy cumplido. En los aposentos

muchos paramentos de algodón, ricos a su manera. Tenían frescos jardines

de flores y árboles olorosos, con muchos andenes de red de cañas, cubiertas

de rosas y yerbecitas, y con estanques de agua dulce. Tenían

también una huerta muy hermosa de frutales y hortaliza, con una grande

alberca de cal y canto, que era de cuatrocientos pasos en cuadro, y mil y seiscientos

en torno, y sus escalones hasta el agua, y aun hasta el suelo, por

muchas partes; en la cual había de todas suertes de peces; y acuden a ella

muchas garcetas, labancos, gaviotas y otras aves, que cubren en veces el

agua. Es Iztacpalapan de hasta diez mil casas, y está en la laguna salada, medio

en agua, medio en tierra.

Continua el camino a Tecnotitlan

Mas como Dios haya tenido siempre cuidado de encaminar las reales cosas de Vuestra Sacra Majestad desde su niñez y como yo y los de mi compañía íbamos en su real servicio, nos mostró otro camino aunque algo agro no tan peligroso como aquél por donde nos quería llevar, y fue de esta manera: Que a ocho leguas desta cibdad de Churultecal están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto dellas sino la nieve se paresce. Y de la una que es la más alta sale muchas veces así de día como de noche tan grande bulto de humo como una grand casa, y sube encima de la sierra hasta las nubes tan derecho como una vira, que, segúnd paresce, es tanta la fuerza con que sale que aunque arríba en la sierra anda siempre muy recio viento no lo puede torcer.

Suben al Popocatepel 10 españoles

Y porque yo siempre he deseado de todas las cosas desta tierra poder hacer a Vuestra Alteza muy particular relación quise désta que me paresció algo maravillosa saber el secreto, e invié diez de mis compañeros tales cuales para semejante negocio eran nescesarios y con algunos naturales de la tierra que los guiasen, y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el secreto de aquel humo de dónde y cómo salía. Los cuales fueron y trabajaron lo que fue posible para la subir y jamás pudieron, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay y de muchos torbelinos que de la ceniza que de allí sale andan por la sierra y también porque no pudieron sufrir la grand frialdad que arriba hacía. Pero llegaron muy cerca de lo alto, y tanto que estando arriba comenzó a salir aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpitu y roído que parescía que toda la sierra se caía abajo, y ansí se bajaron y trujeron mucha nieve y carámbalos para que los viésemos, porque nos parescía cosa muy nueva en estas partes a causa de estar en parte tan cálida, segúnd hasta agora ha sido opinión de los pilotos, especialmente que dicen que esta tierra está en veinte grados que es en el paralelo de la isla Española, donde continuamente hace muy grand calor.

Y yendo a ver esta sierra toparon un camino y preguntaron a los naturales de la tierra que iban con ellos que para dó iba, y dijeron que a Culúa, y que aquél era buen camino y que el otro por donde nos querian llevar los de Culúa no era bueno, y los españoles fueron por él hasta encumbrar las sierras por medio de las cuales entre la una y la otra va el camino, y descubrieron los llanos de Culúa y la grand cibdad de Temixtitán y las lagunas que hay en la dicha provincia, de que adelante haré relación a Vuestra Alteza, y vinieron muy alegres por haber descubierto tan buen camino, y Dios sabe cúanto holgué yo dello.

Primeras vistas de Tenoctitlan

Después de venidos estos españoles que fueron a ver la sierra y me haber informado bien ansí dellos como de los naturales de aquel camino que hallaron, hablé a aquellos mensajeros de Muteeçuma que conmigo estaban para me guiar a su tierra y les dije que quería ir por aquel camino y no por el que ellos decían, porque era más cerca o y ellos respondieron que yo decía verdad que era más cerca y más llano, y que la causa porque por allí no me encaminaban era porque habíamos de pasar una jornada por tierra de Guasuçingo que eran sus enemigos, por que por allí no terníamos las cosas nescesarias como por las tierras del dicho Muteeçuma; y que pues yo quería ir por allí, que ellos proveerían cómo por la otra parte saliese bastimento al camino.

Y ansí nos partimos con harto temor de que aquellos quisiesen perseverar en nos hacer alguna burla, pero como ya habíamos publicado ser allá nuestro camino no me paresció fuera bien dejarlo ni volver atrás, porque no creyesen que falta de ánimo lo empidía. Aquel día que de la cibdad de Churultecal me partí fui cuatro leguas a unas aldeas de la cibdad de Guasucingo donde de los naturales fue muy bien rescebido. Y me dieron algunas esclavas y ropa y ciertas pecezuelas de oro que de todo fue bien poco, porque éstos no lo tienen a causa de ser de la liga y parcialidad de los de Tascaltecal y por tenerlos como el dicho Muteeçuma los tiene cercados con su tierra en tal manera que con ningunas provincias tienen contratación más de en su tierra, y a esta causa viven muy pobremente.

Otro día siguiente subí el puerto por entre las dos sierras que he dicho, y a la bajada dél, ya que la tierra del dicho Muteeçuma descubríamos por una provincia della que se dice Chalco, dos leguas antes que llegásemos a las poblaciones hallé un muy buen aposento nuevamente hecho, tal y tan grande que muy complidamente todos los de mi compañia y yo nos aposentamos en él aunque llevaba conmigo más de cuatro mill indios de los naturales destas provincias de Tascaltecal y Guasuçingo y Churultecal y Cempoal, y para todos muy complidamente de comer y en todas las posadas muy grandes fuegos y mucha leña, porque hacia muy grand frío a causa de estar cercado de las dos sierras y ellas con mucha nieve.

Mas emisarios de Moctezuma para que no continuara camino

Aqui me vinieron a hablar ciertas personas que parescían prencipales entre las cuales venía uno que me dijeron que era hermano de Muteeçuma, y me trajeron hasta tres mill pesos de oro y de parte dél me dijeron que él me inviaba aquello. Y me rogaba que me volviese y no curase de ir a su cibdad porque era tierra muy pobre de comida y que para ir allá había muy mal camino y que estaba toda en agua y que no podía entrar a ella sino en canoas, y otros muchos inconvinientes que para la ida me pusieron; y que viese todo lo que quería, que Muteeçuma, su señor, me lo mandaría dar, y que ansimesmo concertarían de me dar en cada un año certum quid el cual me llevarían hasta la mar o donde yo quisiese.

Yo los rescebí muy bien y les di algunas cosas de las de nuestra España de las que ellos tenían en mucho, en especial al que decían que era hermano de Muteeçuma. Y a su embajada le respondí que si en mi mano fuera volverme que yo lo hiciera por facer placer a Muteeçuma, pero que yo había venido en esta tierra por mandado de Vuestra Majestad y que de la prencipal cosa que della me mandó le hiciese relación fue del dicho Muteeçuma y de aquella su grand cibdad, de la cual y dél había mucho tiempo que Vuestra Alteza tenía noticia; y que le dijesen de mi parte que le rogaba que mi ida a le ver tuviese por bien, porque della a su persona ni tierra ningún daño, antes pro, se le había de seguir; y que después que yo le viese, si fuese su voluntad todavía de no me tener en su compañía que yo me volvería, y que mejor daríamos entre él y mi orden en la manera que en el servicio de Vuestra Alteza él había de tener que por terceras personas, puesto que ellos eran tales a quien todo crédito se debía dar. Y con esta respuesta se volvieron.

Continua viaje

En este aposento que he dicho, segúnd las apariencias [que] para ello vimos y el aparejo que en él había, los indios tuvieron pensamiento que nos pudieran ofender aquella noche. Y como gelo sentí, puse tal recaudo que, conociéndolo ellos, mudaron su pensamiento y muy secretamente hicieron ir aquella noche mucha gente que en los montes que estaban junto al aposento tenían junta que por muchas de nuestras velas y escuchas fue vista. Y luego siendo de día me partí a un pueblo que estaba dos leguas de allí que se dice Amaqueruca, que es de la provincia de Chalco, que terná en la prencipal población con las aldeas que haya dos leguas dél más de veinte mill vecinos.

Mas emisarios de MOctezuma

Y en el dicho pueblo nos aposentaron en unas muy buenas casas del señor del lugar, y muchas personas que parescían prencipales me vinieron allí a hablar diciéndome que Muteeçuma su señor los había inviado para que me esperasen allí y me ficiesen proveer de todas las cosas nescesarias. El señor desta provincia y pueblo me dio hasta cuarenta esclavas y tres mill castellanos, y dos días que allí estuve nos proveyó muy complidamente de todo lo nescesario para nuestra comida. Y otro día yendo conmigo aquellos prencipales que de parte de Muteeçuma me dijeron que me esperaban allí, me partí y fui a dormir cuatro leguas de allí a un pueblo pequeño que está junto a una gran laguna y casi la mitad dél sobre el agua della y por la parte de la tierra tiene una sierra muy áspera de piedras y de peñas, donde nos aposentaron muy bien.

Otra trampa

Y ansimismo quisieran allí probar sus fuerzas con nosotros, expceto que, segúnd paresció, quisieran facerlo muy a su salvo y tomarnos de noche descuidados. Y como yo iba tan sobre aviso fallábame delante de sus pensamientos, y aquella noche tuve tal guardia que así de espías que venían por el agua en canoas como de otras que por la sierra abajaban a ver si había aparejo para ejecutar su voluntad amanescieron casi quince o veinte que las nuestras las habían tomado y muerto, por manera que pocas volvieron a dar su respuesta del aviso que venían a tomar. Y con hallarnos siempre tan aprecebidos, acordaron demudar el propósito y llevarnos por bien. .

Mas emisarios

Otro día por la mañana ya que me quería partir de aquel pueblo llegaron fasta diez o doce señores muy prencipales, segúnd después supe, y entre ellos un grand señor mancebo de fasta veinte y cinco años a quien todos mostraban tener mucho acatamiento, y tanto que después de bajado de unas andas en que venía, todos los otros le venían limpiando las piedras y pajas del suelo delante él. Y llegados adonde yo estaba, me dijeron que venía de parte de Muteeçuma, su señor, y que los inviaba para que se fuesen conmigo; y que me rogaba que le perdonase porque no salía su persona a me ver y rescebir, que la causa era estar mal dispuesto, pero que ya su cibdad estaba cerca y que pues yo todavía determinaba ir a ella, que allá nos veríamos y conoscería dél la voluntad que al servicio de Vuestra Alteza tenía; pero que todavía me rogaba que si fuese posible no fuese allá porque padescería mucho trabajo y nescesidad, y que él tenía mucha vergüenza de no me poder allá proveer como él deseaba. Y en esto ahincaron y purfiaron mucho aquellos señores, y tanto que no les quedaba sino decir que me defenderían el camino si todavía porfiase ir. Yo les respondí y satisfice y aplaqué con las mejores palabras que pude haciéndoles entender que de mi ida no les podía venir daño sino mucho provecho, y ansí se despidieron después de les haber dado algunas cosas de las que yo traía.

Y yo me partí luego tras ellos muy acompañado de muchas personas que parescían de mucha cuenta, como después paresció serlo. Y todavía seguía el camino por la costa de aquella grand laguna, y a una legua del aposento donde partí vi dentro en ella, casi dos tiros de ballesta, una cibdad pequeña que podría ser hasta de mill o dos mill vecinos toda armada sobre el agua, sin haber para ella ninguna entrada y muy torreada, segúnd lo que de fuera parescía.

Y otra legua adelante entramos por una calzada tan ancha como una lanza jineta por la laguna adentro de dos tercios de legua, y por ella fuimos a dar en una cibdad la más hermosa aunque pequeña que hasta entonces habíamos visto, ansi de muy bien obradas casas y torres como de la buena orden que en el fundamento della había, por ser armada toda sobre agua. Y en esta cibdad, que será [de] hasta dos mill vecinos, nos rescibieron muy bíen y nos dieron muy bien de comer y allí me viníeron a fablar el señor y los prencipales della y me rogaron que me quedase allí a dormir. Y aquellas personas que conmígo iban de Muteeçuma me dijeron que no parase, síno que me fuese a otra cibdad que está tres leguas de allí que se dice Yztapalapa, que es de un hermano del dicho Muteeçuma, y así lo hice.

Llegada a Yztapalpa

Y la salida desta cibdad donde comimos, cuyo nombre al presente no me ocurre a la memoria, es por otra calzada que tenrá una legua grande fasta llegar a la tierra firme. Y llegado a esta cibdad de Yztapalapa, me salió a rescebir algo fuera della el señor y otro de una gran cibdad que está cerca della – que será obra de tres leguas – que se llama Caluaalcan y otros muchos señores que allí me estaban esperando. Y me dieron fasta tres mill o cuatro mill castellanos y algunas esclavas y ropa y me hicieron muy buen acogimiento.

Terná esta cibdad de Yztapalapa doce o quince mill vecinos, la cual está en la costa de una laguna salada grande, la mitad dentro en el agua y la otra mitad en la tierra firme. Tiene el señor della unas casas nuevas que aún no están acabadas que son tan buenas como las mejores de España – digo, de grandes y bien labradas, ansi de obra de cantería como de carpintería y suelos y complimientos para todo género de servicio de casa, expceto masonerías y otras cosas rícas que en España usan en las casas, [que] acá no las tienen. Tienen muchos cuartos altos y bajos, jardines muy frescos de muchos árboles y flores olorosas, ansimismo albercas de agua dulce muy bien labradas con sus escaleras fasta lo fondo. Tiene una muy grande huerta junto a la casa y sobre ella un mirador de muy hermosos corredores y salas. Y dentro de la huerta una muy grande alberca de agua dulce muy cuadrada, y las paredes della de gentil cantería, y alderredor della un andén de muy buen suelo ladrillado tan ancho que pueden ir por él cuatro paseándose y tiene de cuadra cuatrocientos pasos, que son en torno mill y seiscientos. De la otra parte del andén hacia la pared de la huerta va todo labrado de cañas con unas vergas, y detrás dellas todo de arboledas y de hierbas olorosas. Y de dentro del alberca hay mucho pescado y muchas aves así como lavancos y cercetas y otros géneros de aves de agua, y tantas que muchas veces casi cubren el agua.

Llegada a Tenoctitlan

Otro día después que a esta cibdad llegué me partí, y a media legua andada entré por una calzada que va por medio desta laguna dos leguas fasta llegar a la grand cibdad de Temextitán que está fundada en medio de la dicha laguna, la cual calzada es tan ancha como dos lanzas y muy bien obrada, que pueden ir por toda ella ocho de caballo a la par. Y en estas dos leguas de la una parte y de la otra de la dicha calzada están tres cibdades; y la una dellas, que se dice Mesicalçingo, está fundada la mayor parte della dentro de la dicha laguna, y las otras dos, que se llaman la una Niçiaca y la otra Huchilohuchico, están en la costa della y muchas casas dellas dentro en el agua. La primera cibdad destas terná hasta tres mill vecinos y la segunda más de seis mill y la tercera otros cuatro o cinco mill vecinos, y en todas muy buenos edificios de casas y torres, en especial las casas de los señores y personas prencipales y las de sus mezquitas y oratorios donde ellos tienen sus ídolos.

En estas cibdades hay mucho trato de sal que facen del agua de la dicha laguna y de la superfic[i]e que está en la tierra que baña la laguna, la cual cuecen en cierta manera y hacen panes de la dicha sal que venden para los naturales y para fuera de la comarca. Y así seguí la dicha calzada, y a media legua antes de llegar al cuerpo de la cibdad de Temextitán, a la entrada de otra calzada que viene a dar de la tierra firme a esta otra, está un muy fuerte baluarte con dos torres cercado de muro de dos estados con su petril almenado por toda la cerca que toma con ambas calzadas. Y no tiene más de dos puertas, una por donde entran y otra por donde salen.

Encuentro con Moctezuma

Cuando Moctezuma recibe la noticia de la presencia de los españoles cerca de Tetzcoco, reúne por última vez a sus notables para decidir si presentan batalla abiertamente o les dejan llegar a Tenochtitlán. El Consejo de Notables estaba dividido, su hermano Cuitlahuac no estaba de acuerdo en dejarlos llegar, pero su sobrino Cacama argumento que un gran señor como era Moctezuma no tenia que tener miedo de recibir a unos embajadores de otro gran príncipe como era el que los enviaba y en el peor de los casos ellos eran muy pocos y en cualquier momento podían eliminarlos.

Moctezuma, que desde que tuvo las primeras noticias del desembarco de aquellos dioses/hombres estaba sumido en un mar de dudas no le pareció mal aplazar la decisión de destruirlos y antes de que hablase nadie más dijo: que estaba de acuerdo con los argumentos de Cacama.

Cuitlahuac le contesto diciendo: ruega a nuestros Dioses para que esos que vas a meter en nuestra casa no nos echen de ella y nos quiten el reino.

Moctezuma dio por concluida la reunión con la desaprobación de la mayoría de los notables que murmurando fueron saliendo de la sala. Ordeno a Cuitlahuac que fuera a Iztapalapa a recibirlos.

Desde que salimos de esta ciudad estábamos rodeados de indios por todas partes, unos estaban parados contemplando a esos hombres tan diferentes y a esos grandes venados que parecían unidos a ellos, otros sin dejar de asombrarse por nuestra presencia iban y venían por la calzada, cientos de canoas navegaban acompañando nuestro recorrido. Nos sentíamos los grandes protagonistas de una historia en donde hasta el momento los espectadores solo manifestaban curiosidad y ninguna agresividad.

Nuestra expedición iba encabezada por Cuitlahuac, Ixtlilxóchitl, por el señor de Tacuba y por el señor de Coyocan que se nos habían incorporado en Xoloc. Todos ellos vestían ricas mantas y libreas diferenciadas unos de otros.

Cada vez que aparecía algún notable nuevo buscaba a Cortes y le daban la bienvenida en nombre de Moctezuma, tocaba el suelo con la mano en señal de paz y la besaba.

Relativamente cerca de la ciudad la calzada estaba abierta dejando pasar el agua de un lado a otro con un puente de madera de unos tres metros de anchura que los indios ponían o quitaban cuando les interesaba.

Pasado el puente los príncipes mandaron parar la comitiva y nos dijeron que se iban a encontrar con Moctezuma que ya estaba próximo.

En pocos minutos apareció otra gran comitiva de mas de doscientas personas, todas descalzas, que venia a nuestro encuentro formando dos filas una a cada lado de la calzada y en el centro una parihuela, llevada a hombros por cuatro notables, había un personaje que sin temor a equivocarnos pensamos que era el gran Moctezuma.

Cuando estaba próximo, Moctezuma descendió, y acompañado por dos de sus príncipes que lo sujetaban por los brazos se fue acercando lentamente hasta parar enfrente de Cortes. Grandes plumas verdes con bordados de oro, piedras y joyas abundaban por todas partes. Estaba claro que continuaban con su estrategia de impresionarnos. Por delante de Moctezuma unos indios barrían el suelo por donde iba a pasar y otros colocaban ricas mantas para que no pisase la tierra. Todo el mundo, menos los cuatro notables que sujetaban a Moctezuma, iban con la mirada baja sin atreverse a mirar a su Príncipe.

Cortes se apeo del caballo y le fue a abrazar, pero los notables que rodeaban a Moctezuma se lo impidieron explicándole que eso significaba menosprecio para su emperador.

Tanto Moctezuma como sus acompañantes hicieron la ceremonia de besar la tierra, después, Moctezuma le dio la bienvenida que fue traducida oportunamente por Malinche que estaba al lado de Cortes. Este le contesto agradeciendo el recibimiento y tendiéndole su mano derecha que fue rehusada por Moctezuma. Entonces Cortes saco un collar de piedras de colores que colgaban de unos hilos de oro y se lo coloco en el cuello.

Un servidor suyo, le entrego dos collares de camarones envueltos en un paño que estaban hechos de huesos de caracoles colorados, de cada collar colgaban ocho camarones de oro, entonces se volvió hacia Cortes y se los echó al cuello.

Moctezuma ordeno a sus sobrinos que dieran alojamiento a Cortes y los suyos en la ciudad, dando por finalizado el encuentro. A continuación le dio la espalda y con el mismo ritual con que había aparecido inició el regreso a Tenochtitlan.

Con todo este ceremonial Moctezuma había conseguido demostrarnos como su pueblo le reverenciaba y que estábamos allí por su gran benevolencia y no por miedo, dándonos un trato que solo estaba reservado a los grandes acontecimientos.

Con respecto a nuestros aliados que nos acompañaban, en número cercano a seis mil, enemigos declarados de los mexicas, en ningún momento observe ningún gesto de desconfianza ni agresividad con ellos. Estaba claro que no les infundían ningún temor en la medida que estaban centrados en nuestra presencia y que para ellos poco contaban.

Entrada em Tenochtitlan. Alojamientos. Primeros discursos. 8/11/1519

Entramos en la ciudad cada vez rodeados de mas indios que desde las calles, barcas y las azoteas de las casas nos miraban. Al llegar cerca de la plaza del Templo Mayor nos desviamos hacia el Este quedandonos con la curiosidad de ver los grandes templos que desde varias leguas habiamos visto cuando descendiamos de las montañas.

Nos alojaron en un conjunto de edificios que formaban parte del antiguo palacio del padre de Moctezuma, Axayacatl que estaba proximo al Nuevo palacio de Moctezuma.

Posteriormente nos enteramos que habian elegido este lugar por dos motivos, en primer lugar porque hasta ese momento para Moctezuma podiamos ser Teules o sea dioses y el recinto estaba lleno de ellos y en segundo porque cabia toda nuestra comitiva, lo que nos demostraba que los mexicas no improvisaban.

Habian preparado grandes estrados y salas con grandes entoldados para Cortes y todos nosotros, las camas eran de estera con unos toldillos. Todo estaba muy limpio y decorado. El recinto disponia de un gran patio que nos permitio situar estratégicamente la artilleria y la caballeria. Distribuimos los aposentos por capitanias y cuando estuvo todo organizado nos dispusimos a comer unos alimentos que nos habian preparado como ellos acostumbraban.

Cuando Moctezuma supo que habiamos acabado de comer se presento en nuestros aposentos con su corte de notables y todo el ceremonial que ya conociamos. Cortes salio a recibirlo y Moctezuma lo tomo de la mano y se sentaron en dos sillas labradas en oro que los sirvientes habian colocado en uno de los estrados. Todos nosotros quedamos en pie contemplando el espectaculo y dispuestos a escuchar lo que se tenian que decir.

Moctezuma comenzó diciendo que estaba muy contento de tener en su casa y en su reino a unos caballeros tan importantes. Que hacia dos años habia tenido noticias de otro capitan que habia llegado a sus tierras,y que el año anterior tambien le habian informado de otro capitan que habia venido con cuatro barcos y que siempre nos deseo conocer y si hasta aquí os rogaba que no viniesemos hasta aqui, era porque los míos tenían mucho miedo de veros; porque espantabais a la gente con vuestras barbas y con vuestros animales que tragaban los hombres, y que como veníais del cielo, traiais rayos, relámpagos y truenos, con que hacíais temblar la tierra, y heríais al que os enojaba o alque os antojaba; mas como ya ahora conozco que sois hombres mortales,

honrados, y no hacéis daño alguno, y he visto los caballos, que son como ciervos, y los tiros, que parecen cerbatanas, tengo por burla y mentira lo que me decían, y aun a vosotros por parientes, porque según mi padre me dijo, que lo oyó también al suyo, nuestros antepasados y reyes de quien yo desciendo no fueron naturales de esta tierra, sino advenedizos, los cuales vinieron con un gran señor, que volvio a su tierra y que al cabo al cabo de muchos años volvio para llevarselos; mas no quisieron ir, por haber poblado aquí, y tener ya hijos y mujeres y mucho mando en la tierra. Él se volvió muy descontento de ellos, y les dijo a la partida que enviaría sus hijos a que los gobernasen y mantuviesen en paz y justicia, y en las antiguas leyes y religión de sus padres.

Por este motivo hemos siempre esperado y creído que algún día vendrían sus descendientes a nos sujetar y mandar, y pienso yo que sois vosotros, según de donde venís, y la noticia que decís que ese vuestro gran rey emperador que os envía.

Así que, señor capitán, sed cierto que os obedeceremos, si ya no traéis algún engaño o cautela, y dividiremos con vos y los vuestros lo que tuviéremos.

Y aunque esto no fuera asi, por sola vuestra virtud, fama y obras de esforzados caballeros, lo haría muy de buena gana; que bien sé lo que hicisteis en Tabasco, Teoacacinco y Chololla y otras partes, venciendo tan pocos a tantos.

Y si pensais que yo tambien soy dios, y que las paredes y tejados de mi casa, con todo el demás servicio, son de oro fino, como sé que os han informado los de Cempoallan, Tlaxcallan y Huexocinco y otros, os quiero desengañar, aunque os tengo por gente que no lo creéis, y conocéis que con vuestra venida se me han rebelado, y de vasallos se han vuelto enemigos mortales; pero esas alas yo se las quebraré.

Tocad pues mi cuerpo, que carne y hueso es; hombre soy como los otros, mortal, no dios, no; bien que, como rey, me tengo en más por la dignidad y preeminencia.

Las casas ya las veis, son de barro y palo, y cuando mucho de canto: ¿veis cómo os mintieron?En cuanto a los demás, es verdad que tengo plata, oro, pluma, armas y otras joyas y riquezas que eran el tesoro de mis padres y abuelos, guardados desde hace tiempo en esta tierra, como es costumbre de reyes. Lo cual todo vos y vuestros compañeros tendréis siempre que lo quisiereis; entre tanto descansar, que vendréis cansados”.

Cruze unas miradas con Sandoval y Narvaez y adivine que estaban pensando lo mismo que yo, hasta hoy Moctezuma habia intentando de diferentes maneras de que nos volviesemos por donde habiamos venido e incluso de que nos quedasemos para siempre pero sepultados bajo tierra, y ahora nos enteramos que realmente lo que queria era demostrarnos su gran amor.

Cortes, con la diplomacia y sagacidad que le caracteriza le dijo que, confiado de su clemencia y bondad, había insistido en verle y hablarle, y que conocía ser todo mentira y maldad lo que de él le habían dicho aquellos que le deseaban mal, como él también veía por sus mismos ojos las cosas que de los españoles le contaran; y que tuviese la seguridad que el emperador, rey de España, era el señor a quien esperaba, cabeza del mundo y descendiente de sus antepasados;

Nuestro emperador Carlos al tener noticias de la existencia de un gran señor llamado Moctezuma nos habia enviado para pedirle que tambien fuera vasallo de el y adorase a nuestro Dios verdadero como lo adoraba el propio emperador y todos sus vasallos, que esto seria muy bueno para el y toda su gente porque salvarian sus almas, y sobre su ofrecimiento de dividir el tesoro que no esperaba menos de un gran señor como él.

Tras esto preguntó Moteczuma a Cortés si aquellos de las barbas eran todos vasallos o esclavos

suyos, para tratar a cada uno como le correspondia. Él le explico que todos eran sus hermanos, amigos y compañeros, y algunos que eran sus criados;

Acabado el discurso y para no perder la costumbre, Moctezuma nos obsequio a Cortes y todos sus capitanes con unas joyas de oro y unas preciosas mantas de plumas de aves. Esta vez tambien repartieron ricas mantas para todos los soldados dejando a la tropa toda contenta.

Antes de irse Moctezuma habia dado instrucciones que nos dieran todo tipo de alimentos de los que estabamos acostumbrados, maiz, frutas, gallinas, etc. sin olvidarse de hierba para los caballos.

Lo despedimos en el patio y acordamos reunirnos un poco mas tarde para reflexionar sobre el intenso dia que habiamos tenido.

Destrucción de los idolos

Destruccion de los ídolos G+

Cortes empieza a destruir ídolos

Cuando Moteczuma iba al templo, era las más veces a pie, arrimado a uno, o

entre dos, que lo llevaban de los brazos, y un señor delante con tres varas en

la mano, delgadas y altas, como que mostraban ir allí la persona del rey, o en

señal de justicia y castigo. Si iba en andas, tomaba una de aquellas varas en

su mano en bajando de ellas; y si a pie, creo que la llevaba siempre, como

cetro. Era muy ceremonioso en todas sus cosas y servicio; pero lo más sustancial

ya está dicho desde que Cortés entró en México hasta aquí. Los primeros

días que los españoles llegaron, y siempre que Moteczuma iba al

templo, mataban hombres en sacrificio, y porque no hiciesen tal crueldad y

pecado en presencia de españoles que tenían de ir allá con él, avisó Cortés a

Moteczuma que mandase a los sacerdotes no sacrificasen cuerpo humano,

si quería que no le asolase el templo y la ciudad; y aun le previno cómo quería

derribar los ídolos delante de él y de todo el pueblo. Mas él le dijo que no

curase de ello; que se alborotarían y tomarían armas en defensa y guarda de

su antigua religión y dioses buenos, que les daban agua, pan, salud y claridad,

y todo lo necesario.

Fueron pues Cortés y los españoles con Moteczuma la primera vez que

después de preso salió al templo; y él por una parte y ellos por otra, comenzaron

en entrando a derrocar los ídolos de las sillas y altares en que estaban,

por las capillas y cámaras. Moteczuma se turbó reciamente, y se azoraron

los suyos muy mucho, con ánimo de tomar armas y matarlos allí. Mas empero

Moteczuma les mandó estar quedos, y rogó a Cortés que se dejase de

aquel atrevimiento. Él lo dejó, porque le pareció que aún no era sazón ni

tenía el aparejo necesario para salir con lo intentado; pero díjoles así con los

intérpretes.

Discurso de cortes a los mexicanos por los ídolos

“Todos los hombres del mundo, muy soberano rey, y nobles caballeros y

religiosos, ora vosotros aquí, ora nosotros allá en España, ora en cualquier

parte, que vivan de él, tienen un mismo principio y fin de vida, y traen su

comienzo y linaje de Dios, casi con el mismo Dios. Todos somos hechos de

una manera de cuerpo, de una igualdad de ánima y de sentidos; y así, todos

somos, no sólo semejantes en el cuerpo y alma, más aún también parientes

en sangre; empero acontece, por la providencia de aquel mismo Dios, que

unos nazcan hermosos y otros feos; unos sean sabios y discretos, otros necios,

sin entendimiento, sin juicio ni virtud; por donde es justo, santo y

muy conforme a razón y a voluntad de Dios, que los prudentes y virtuosos

enseñen y doctrinen a los ignorantes, y guíen a los ciegos y que andan errados,

y los metan en el camino de salvación por la vereda de la verdadera religión.

Yo pues, y mis compañeros, vos deseamos y procuramos también

tanto bien y mejoría, cuanto más el parentesco, amistad y el ser vuestros

huéspedes; cosas que a quien quiera y donde quiera, obligan, nos fuerzan

y constriñen. En tres cosas, como ya sabréis, consiste el hombre y su vida:

en cuerpo, alma y bienes. De vuestra hacienda, que es lo menos, ni queremos

nada, ni hemos tomado sino lo que nos habéis dado. A vuestras personas

ni a las de vuestros hijos ni mujeres, no habemos tocado, ni aun queremos;

el alma solamente buscamos para su salvación; a la cual ahora

pretendemos aquí mostrar y dar noticia entera del verdadero Dios. Ninguno

que natural juicio tenga, negará que hay Dios; mas empero por ignorancia

dirá que hay muchos dioses, o no atinará al que verdaderamente es

Dios. Mas yo digo y certifico que no hay otro Dios sino el nuestro de cristianos;

el cual es uno, eterno, sin principio, sin fin, criador y gobernador

de lo criado. Él solo hizo el cielo, el Sol, la Luna y estrellas, que vosotros

adoráis; él mismo crió la mar con los peces, y la tierra con los animales,

aves, plantas, piedras, metales, y cosas semejantes, que ciegamente vosotros

tenéis por dioses. Él asimismo, con sus propias manos, ya después de

todas las cosas criadas, formó un hombre y una mujer; y formado, le puso el alma con el soplo, y le entregó el mundo, y le mostró el paraíso, la gloria

y a sí mismo. De aquel hombre pues y de aquella mujer venimos todos,

como al principio dije; y así, somos parientes, y hechura de Dios; y aun hijos;

y si queremos tornar al Padre, es menester que seamos buenos, humanos,

piadosos, inocentes y corregibles; lo que no podéis vosotros ser si

adoráis estatuas y matáis hombres. ¿Hay hombres de vosotros que querría

le matasen? No por cierto. Pues ¿por qué matáis a otros tan cruelmente?

Donde no podéis meter alma, ¿para qué la sacáis? Nadie hay de vosotros

que pueda hacer ánimas ni sepa forjar cuerpos de carne y hueso; que si

pudiese, no estaría ninguno sin hijos, y todos tendrían cuantos quisiesen y

como los quisiesen, grandes, hermosos, buenos y virtuosos; empero,

como los da este nuestro Dios del cielo que digo, dalos como quiere y a

quien quiere; que por eso es Dios, y por eso le habéis de tomar, tener y adorar

por tal, y porque llueve, serena y hace sol, con que la tierra produzca

pan, fruta, yerbas, aves y animales para vuestro mantenimiento. No os dan

estas cosas, no las duras piedras, no los maderos secos, ni los fríos metales

ni las menudas semillas de que vuestros mozos y esclavos hacen con sus

manos sucias estas imágenes y estatuas feas y espantosas, que vanamente

adoráis. ¡Oh qué gentiles dioses, y qué donosos religiosos! Adoráis lo que

hacen manos que no comeréis lo que guisan o tocan. ¿Creéis que son dioses

lo que se pudre, carcome, envejece y sentido ninguno tiene? ¿Lo que ni

sana ni mata? Así que no hay para qué tener más aquí estos ídolos, ni se

hagan más muertes ni oraciones delante de ellos, que son sordos, mudos y

ciegos. ¿Queréis conocer quién es Dios, y saber dónde está? Alzad los ojos

al cielo, y luego entenderéis que está allá arriba alguna deidad que mueve

el cielo, que rige el curso del sol, que gobierna la tierra, que bastece la mar,

que provee al hombre y aun a los animales de agua y pan. A este Dios pues,

que ahora imagináis allá dentro en vuestros corazones, a ése servid y adorad,

no con muerte de hombres ni con sangre de sacrificios abominables,

sino con sola devoción y palabras, como los cristianos hacemos; y sabed

que para enseñaros esto venimos acá”.

Con este razonamiento aplacó Cortés la ira de los sacerdotes y ciudadanos;

y con haber ya derribado los ídolos, antuviándose, acabó con ellos;

otorgando a Moteczuma que no tornasen a los poner, y que barriesen y limpiasen la sangre hedionda de las capillas, y que no sacrificasen más hombres,

y que le consintiesen poner un crucifijo y una imagen de Santa María

en los altares de la capilla mayor, adonde suben por las ciento y catorce gradas

que dije. Moteczuma y los suyos prometieron de no matar a nadie en

sacrificio, y de tener la cruz e imagen de nuestra Señora, si les dejaban los

ídolos de sus dioses que aún estaban en pie; y así lo hizo él, y lo cumplieron

ellos, porque nunca después sacrificaron hombre, a lo menos en público ni

de manera que españoles lo supiesen; y pusieron cruces e imágenes de nuestra

Señora y de otros sus santos entre sus ídolos. Pero quedoles un odio y

rencor mortal con ellos por esto, que no pudieron disimular mucho tiempo.

Más honra y prez ganó Cortés con esta hazaña cristiana que si los venciera

en batalla.

Estratégia de los españoles

Serian lãs nueve de la noche cuando nos reunimos todos los capitanes en la misma sala donde se habia efectuado el encuentro con Moctezuma y sus nobles.

Cortes dijo como todos habeis visto parece que hemos conseguido unos nuevos vasallos para nuestro rey Carlos y ademas estan dispuestos a compartir con nosotros sus tesoros, pero debeis de estar alerta porque yo no me creo casi nada de lo que Moctezuma nos dijo.

De sus palabras hay unas cuantas cosas que me han quedado claras. En primer lugar el miedo que inicialmente tenian de que fueramos dioses esta desapareciendo rapidamente. Ya saben que somos mortales, como ellos y esto es preocupante. Creo que hay algo de verdad cuando dice que su gente no queria que llegasemos hasta aquí y que de alguna manera el hecho de dejarnos entrar en la ciudad y que nos hayan alojado en este palacio todos juntos responde a una estrategia para podernos eliminar con mas facilidad.

Tambien esta claro que saben que somos unos enemigos complicados, no estan acostumbrados a luchar con los caballos ni con las armas de fuego, ademas como habeis podido comprobar hasta ahora, en sus luchas ellos intentan coger a los enemigos vivos para poder sacrificarlos después a sus dioses y con nosotros hasta ahora eso les ha dado un mal resultado.

Me preocupa lo que nos ha dicho de que somos pocos, eso significa que este tema lo tienen muy presente y que para ellos nuestros aliados no les producen ningun temor.

Pedro de Alvarado interrumpio el monologo para decir

Cortes, los soldados estan intranquilos y desconfiados, y los txaltecas dicen que en cualquier momento nos van a matar a todos yo soy partidario de hacer cuanto antes un ataque sorpresa y matar a Moctezuma y a todos sus principes antes de que sea tarde.

Los hermanos de Alvarado y algunos de los capitanes se mostraron partidarios de lo que Pedro decia, entonces Jaume se dirigio a Cortes,

Capitan, me parece que hacer lo que dice Alvarado seria un suicidio garantizado, por cada uno de nosotros ellos son mil y realmente en este palacio estamos a su merced, no tenemos alimentos ni agua, los pocos caballos que disponemos poco pueden hacer, tenemos poca polvora, en cualquier momento nos pueden cercar y si quieren pegar fuego al recinto sin dejarnos salir, estamos realmente atrapados y lo mejor de todo es que nos hemos metido aquí voluntariamente. Mi propuesta es que salgamos lo antes posible, sin lucha ninguna, hagamos creer a Moctezuma que nos ha convencido y que vamos a explicarle a nuestro rey sus buenas intenciones, y una vez fuera volvamos a Tlaxcala y organicemos un plan de ataque, con la ayuda de nuestros aliados, empezando primero por conquistar uno a uno los estados vasallos de Moctezuma y cuando seamos mas fuertes y numerosos que ellos destruyamos lo que quede del imperio mexica.

Olid, Sandoval y el resto de capitanes estuvieron de acuerdo con mis palabras comenzando a discutir con los partidarios de Alvarado.

Cortes interrumpio a todo el mundo

Me gustaria hacer lo que Alvarado ha dicho pero realmente el riesgo es grande y creo que de momento los mexicas no nos van a atacar, pero por si acaso vamos a hacer varias cosas, por una parte nos interesa conocer esta ciudad, como estan organizados cuales son sus costumbres, de que armas disponen y para ello mando a todos vosotros que intenteis relacionaros con los principes para conseguir información y que os muestren cosas. Ellos seguro que tambien quieren saber cosas de nosotros, aprovechar y contarles lo bueno que es nuestro Dios y lo malo que son sus dioses, hablarles de lo poderoso que es nuestro rey Carlos y no olvidaros que para ellos somos todos descendientes de sus antecesores que se fueron por donde se pone el Sol y que estamos aquí de nuevo para tomar pose de lo que es nuestro pero contando con ellos no contra ellos. No demostrar miedo ninguno pero tampoco ninguna soberbia ni superioridad.

En segundo lugar, como forma de garantizar nuestra supervivencia vamos a tomar preso a Moctezuma. Tenemos que pensar la mejor forma para que eso no produzca una crisis y el inicio inmediato de las hostilidades.

Dentro de un tiempo decidimos nuestra salida y probablemente haremos lo que ha planteado Jaume.

Despues de pedir no contar para nadie lo que se habia hablado, Cortes dio por finalizada la reunion.

Visita al mercado de Tlateltloco y al Templo Mayor

Los primeros cuatro dias nos dedicamos a organizarnos para poder defendernos por si tuviesemos alguna sorpresa desagradable. En este tiempo Moctezuma nos mostro algunas de sus costumbres, casas y jardines, me imagino que para impresionarnos un poco mas.

Su comida era todo un ritual, solia ser una diaria y sus cocineros le preparaban unos treinta tipos de guisados diferentes: gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices, codornices, patos, venados, puercos, etc. y según decian, algunos pedazos de carne elegidos de muchachos de corta edad recien sacrificados. Escogia lo que queria comer y se sentaba en una silla baja y blanda delante de una mesa, tambien baja, adornada con unos manteles blancos, cuatro mujeres muy hermosas le daban agua para lavar las manos antes y después de comer. Cuando empezaba la comida le colocaban enfrente un biombo para que nadie le viera mientras comia. A sus lados estaban cuatro ancianos en pie que contestaban a las preguntas que les hacia Moctezuma mientras comia. Cuando le parecia les daba alguno de los platos de la comida que le habian preparado, ellos comian en pie, siempre sin mirarle a la cara. Nadie en las proximidades podia hablar alto.

Bebia un liquido espumoso hecho con el cacao. A veces acompañaban su comida unos personajes jorobados que contaban cosas, otras veces eran musicos o danzarines, lo que me recordaba mucho las costumbres de las cortes del viejo mundo. Despues que el habia acabado era el turno de comer para todas las personas de su guardia y del servicio.

Tambien nos mostro dos recintos llenos con sus armas para la lucha, todas decoradas con oro y pedrerias, escudos grandes y pequeños, macanas (mazas grandes), una especie de espadas con piedras de obsidiana incustradas (no conocían los metales), lanzas, mas largas que las nuestras, arcos y flechas, lanzaderas, hondas, petos de algodón adornados con plumas, cascos de madera y hueso, etc.

Tenia otros locales solo para todo tipo de aves vivas, aguilas , quezales, papagayos, cigueñas y separado otro para fieras, tigres, leones, jaguares, zorros, etc que cuidaban y alimentaban solo por el placer de poder contemplarlas de cerca sin peligro o de poder utilizar sus plumas en el caso de las aves.

Jardines y huertas con todo tipo de arboles olorosos, frutales, hierbas medicinales, estanques y canales de agua dulce, baños y retretes por todas partes, todo para el disfrute del gran señor que nos habian dicho que era “salvaje”.

Llegados a este punto Cortes considero que ya era el momento de conocer la ciudad y para que Moctezuma no se lo tomara a mal envio a sus lenguas a informarle. Moctezuma, como era de esperar, no le gusto demasiado la idea pero no lo manifestó sino que envio junto con nosotros a un grupo de notables para que nos fueran explicando lo que ibamos a ver.

Su sobrino Cacama se me aproximo y a partir de aquel dia lo tuve siempre conmigo contestando mis preguntas y satisfaciendo a su vez su curiosidad, que era algo mas que curiosidad. Llegue a la conclusión que ellos estaban haciendo lo mismo que nosotros pero al reves, intentar conocernos mejor. Para entendernos, por lo menos al principio, utilizabamos a un txalcalteca que comenzaba a hablar bastantes palabras en castellano, no era una maravilla pero daba para comprender lo que cada uno le queria decir al otro.

La primera visita que hicimos fue al mercado de Tlatelolco que estaba en una gran plaza cercada de portales y cuando llegamos habian mas de 60.000 personas.

Cacama me conto que tiempos atras los mexicas controlaban el poder ideologico, politico y economico y los tlatelolcas el comercio. En 1473 hubo una guerra entre ambos pueblos y el padre de Moctezuma, Axayacatl vencio subordinando al pueblo tlatelolca. En 1515 Cuauhtemoc, hermano de Moctezuma, fue elegido la maxima autoridad de Tlatelolco.

Los pochtecas eran los individuos especializados en el comercio que se hacia por trueque directo, y cuando era de gran valor se intercambiaba por semillas de cacao, oro en polvo (en canutos), cobre o ciertos textiles que funcionaban como una especie de moneda. Para resolver sus diferencias tenian un tribunal en la misma plaza formado por ancianos que resolvia los conflictos. Habia una especie de alguaciles armados que caminaban entre la muchedumbre.

Los vendedores se situaban perfectamente alineados en lugares fijos según el oficio y la mercancia, los productos mas pesados y de mayor volumen, como material de construccion , las cosas de piedra, las de madera , etc. se situaban en las calles adyacentes.

Se vendian animales vivos como xoloizcuintles, o perros de los antiguos mexicanos, conejos, mapaches, armadillos, tejones y tortugas; mientras que otros vendían pájaros con plumajes de gran colorido; allí también podían obtenerse aves de rapiña, serpientes y carne de venado, siempre presente en los banquetes de la nobleza.

En otra sección del mercado estaban los puestos de comida preparada, donde se preparaban las tortillas que acompañaban los guisos de frijoles y chile.

Entre las mercancias mas cotizadas estaba la sal y las mantas de algodón. Los plateros tenian un lugar destacado con productos fundidos al fuego que incorporaban piedras preciosas. Esmaltaban, engastaban y labraban esmeraldas, turquesas y otras piedras.

El area dedicada a las hierbas, raices, hojas y simientes era muy importante. Habia muchos productos preparados para curar enfermedades.

Me sorprendio que tambien se comerciaba con esclavos, los traian atados en unas grandes maderas por el cuello vendiendose como cualquier otro producto. Todo el mundo sabia que la mayoria de ellos iban a ser comprados para el sacrificio.

De las ferias que conocia de Castilla, Aragon e Italia, ninguna, ni la de Medina del Campo podia compararse ni en la cantidad ni en la variedad con lo que acababamos de ver.

Despues de caminar varias horas con Cacama por el mercado le pedi que me mostrara el Gran Templo Mayor de Tlatelolco que se encontraba en el centro ceremonial contiguo a la gran plaza. El resto del grupo se incorporó a la visita.

Para llegar a el pàsamos por varios patios cercados empedrados de losas blancas y lisas, todo muy limpio. El templo estaba en lo alto de un tronco de piramide al que se llegaba por 114 escalones, unos 30 metros de altura. Moctezuma se encontraba en lo alto haciendo sacrificios. Cuando percibio nuestra presencia envio seis sacerdotes y otros dos principes para que nos acompañaran en la subida,

Arriba se encontraban dos grandes piedras en donde colocaban al que iba a ser sacrificado sujeto por cuatro sacerdotes y con una incisión rapida en el pecho arrancaba el corazon y lo mostraba a los asistentes al acto. Unos idolos rodeaban las piedras y todo se encontraba lleno de sangre. En una pequeña torre que habia en lo alto se encontraban dos de sus principales dioses, Uichilobo, dios de la guerra y Tezcatepuca, dios de los infiernos enfrente de ellos unos braseros quemaban varios corazones de los indios sacrificados hoy. El olor era insoportable.

Cacama percibio mi repugnancia y me dijo que esa era su religión y siempre habia sido asi y que queria que le contara como haciamos los cristianos para adorar a nuestro Dios. Le conte la historia de Jesus, el hijo de Dios hombre y su sacrificio en la cruz y como lo adorabamos a el y a la virgen Maria. Mientras conversabamos habiamos descendido del templo y estabamos cruzando de nuevo los patios cuando observe en uno de ellos otra pequeña torre que tenia en la puerta una gran cabeza de piedra con unos grandes colmillos y la boca abierta. Nos acercamos y en su interior me quede horrorizado, habia unos grandes calderos en donde se cocinaban los restos de los sacrificados previamente descuartizados como si un matadero de ganado estuviesemos contemplando. Cacama me explico que esa era la comida habitual de los sacerdotes.

En ese mismo patio habia diferentes casas en donde vivian los sacerdotes que cuidaban de los idolos y de los sacrificios y otros dos pequeños templos. Uno de ellos era en donde se enterraban a los grandes señores mexicanos y a su lado el otro presentaba un contenido mucho mas macabro. Contenia, colgados de lanzas y perfectamente alineadas, las cabezas de innumerables sacrificados.

Despues de todas estas emociones Cacama nos acompaño hasta nuestros alojamientos y nos despedimos hasta el dia siguiente.

Cortes manda hacer dos bergantines

Cortes manda hacer dos bergantines B+

Después de la rebelión

Despues de la rebelion, Moctezuma a sus nobles B+R

Reunion de nobles y discurso de Moctezuma.

Pasados algunos pocos días después de la presión deste Cacamacin, el dicho Muteeçuma fizo llamamiento y congregación de todos los señores de las cibdades y tierras allí comarcanas. Y juntos, me invió a decir que subiese adonde él estaba con ellos. Y llegado yo, les habló en esta manera: «Hermanos y amigos míos, ya sabéis que de mucho tiempo acá vosotros y vuestros padres y abuelos habéis sido y sois súbditos y vasallos de mis antecesores y míos. Y siempre dellos habéis sido muy bien tratados y honrados, y vosotros ansimismo habéis hecho lo que buenos y leales vasallos son obligados a sus naturales señores. Y también creo que de vuestros antecesores ternéis memoria cómo nosotros no somos naturales desta tierra, y que vinieron a ella de muy lejos tierra y los trajo un señor que en ella los dejó cuyos vasallos todos eran. El cual volvió dende a mucho tiempo y halló que nuestros abuelos estaban ya poblados y asentados en esta tierra y casados con las mujeres desta tierra y tenían mucha multiplicación de fijos, por manera que no quisieron volverse con él ni menos lo quisieron rescebir por señor de la tierra, y se volvió y dejó dicho que tornaría o inviaría con tal poder que los pudiese costriñir y atraer a su servicio. Y bien sabéis que siempre lo hemos esperado, y segúnd las cosas que el capitán nos ha dicho de aquel rey y señor que le invió acá y segúnd la parte de donde él dice que viene, tengo por cierto, y ansí lo debéis vosotros tener, que aquéste es el señor que esperábamos, en especial que nos dice que allá tenía noticia de nosotros. Y pues nuestros predecesores no hicieron lo que a su señor eran obligados, hagámoslo nosotros y demos gracias a nuestros dioses, porque en nuestros tiempos vino lo que tanto aquéllos esperaban. Y mucho os ruego, pues a todos os es notorio todo esto, que así como hasta aquí a mí me habéis tenido y obedescido por señor vuestro, de aquí adelante tengáis y obedezcáis a este grand rey pues él es vuestro natural señor, y en su lugar tengáis a éste su capitán. Y todos los atributos y servicios que fasta aquí a mí me hacíades los haced y dad a él, porque yo ansimismo tengo de contribuir y servir con todo lo que me mandare, y demás de facer lo que debéis y sois obligados, a mí me haréis en ello mucho placer». Lo cual todo les dijo llorando con las mayores lágrimas y sospiros que un hombre podía magnifestar, y ansimismo todos aquellos señores que le estaban oyendo lloraban tanto que en grand rato no le pudieron responder.

Y certifico a Vuestra Sacra Majestad que no había tal de los españoles que oyesen el razonamiento que no hobiese mucha compasión. Y después de algo sosegadas sus lágrimas, respondieron que ellos lo tenían por su señor y habían prometido de hacer todo lo que les mandase, y que por esto y por la razón que para ello les daba, que eran muy contentos de lo hacer, y que desde entonces para siempre ellos se daban por vasallos de Vuestra Alteza. Y desde allí todos juntos y cada uno por sí prometían y prometieron de hacer y cumplir todo aquello que con el real nombre de Vuestra Majestad les fuese mandado, como buenos y leales vasallos lo deben facer, y de acudir con todos los tributos y servicios que antes al dicho Muteeçuma hacían y eran obligados y con todo lo demás que les fuese mandado en nombre de Vuestra Alteza.

Lo cual todo pasó ante un escribano público y lo asentó por abto en forma y yo lo pedí ansí por testimonio en presencia de muchos españoles.

En busca de las fuentes del oro

Buscando lãs fuentes Del oro R+G+B

Procurando las minas de oro

Después que yo conoscí dél muy por entero tener mucho deseo al servicio de Vuestra Alteza, le rogué que porque más enteramente yo pudiese hacer relación a Vuestra Majestad de las cosas desta tierra, que me mostrase las minas de donde se sacaba el oro. El cual con muy alegre voluntad, segúnd mostró, dijo que le placía, y luego hizo venir ciertos servidores suyos y de dos en dos repartió para cuatro provincias donde dijo que se sacaba. Y pidióme que le diese españoles que fuesen con ellos para que lo viesen sacar, y asimismo yo le di a cada dos de los suyos otros dos españoles. Y los unos fueron a una provincia que se dice Çuçula, que es ochenta leguas de la grand cibdad de Temixtitán y los naturales de aquella provincia son vasallos del dicho Muteeçuma, y allí les mostraron tres ríos y de todos me trajeron muestra de oro y muy buena, aunque sacado con poco aparejo porque no tenían otros instrumentos más de aquél con que los indios lo sacan. Y en el camino pasaron tres provincias, segúnd los españoles dijeron, de muy hermosa tierra y de muchas villas y cibdades y otras poblaciones en mucha cantidad, y de tales y tan buenos edeficios que dicen que en España no podrían ser mejores.

En especial me dijeron que habían visto una casa de aposentamiento y fortaleza que es mayor y más fuerte y mejor edificada que el castillo de Burgos. Y la gente de una destas provincias que se llama Tamayulapa era más vestida que estotra que habemos visto y, segúnd a ellos les paresció, de mucha razón. Los otros fueron a una provincia que se llama Malinaltebeque, que es otras setenta leguas de la dicha grand cibdad, que es más hacia la costa de la mar, y ansimesmo me trajeron muestra de oro de un río grande que por allí pasa. Y los otros fueron a una tierra que está este río arríba que es de una gente diferente de la lengua de Culúa a la cual llaman Tenis. Y el señor de aquella tierrra se llama Coatelicamat, y por tener su tierra en unas sierras muy altas y ásperas no es subjeto al dicho Muteeçuma, y también porque la gente de aquella provincia es gente muy guerrera y pelean con lanzas de veinte y cinco y treinta palmos. Y por no ser estos vasallos del dicho Muteeçuma los mensajeros que con los españoles iban no osaron entrar en la tierra sin lo hacer saber prímero al señor della y pedir para ello licencia, diciéndole que iban con aquellos españoles a ver las minas del oro que tenían en su tierra y que le rogaban de mi parte y del dicho Muteeçuma, su señor, que lo hobiesen por bien.

El cual dicho Coatelicamat respondió que los españoles, que él era muy contento que entrasen en su tierra y viesen las minas y todo lo demás que ellos quisiesen, pero que los de Culúa, que son los de Muteeçuma, no habían de entrar en su tierra porque eran sus enemigos. Algo estuvieron los españoles perplejos en si irían solos o no, porque los que con ellos iban les dijeron que no fuesen que les matarían, y que por los matar no consentían que los de Culúa entrasen con ellos. Y al fin se determinaron a entrar solos, y fueron del dicho señor y de los de su tierra muy bien rescebidos. Y les mostraron siete u ocho ríos de donde dijeron que ellos sacaban el oro, y en su presencia lo sacaron los indios.

Y ellos me trajeron muestra de todos, y con los dichos españoles me invió el dicho Coatelicamat ciertos mensajeros suyos con los cuales me invió a ofrecer su persona y tierra al servicio de Vuestra Sacra Majestad, y me invió ciertas joyas de oro y ropa de la que ellos tienen. Los otros fueron a otra provincia que se dice Tuchitebeque, que es casi en el mismo derecho hacia la mar doce leguas de la provincia de Malinaltebeque donde ya he dicho que se halló oro, y allí les mostraron otros dos ríos de donde ansimismo sacaron muestra de oro. Y porque allí, segúnd los españoles que allá fueron me informaron, hay mucho aparejo para facer estancias y para sacar oro, rogué al dicho Muteeçuma que en aquella provincia de Malinaltebeque, porque era para ello más aparejada, ficiese hacer una estancia para Vuestra Majestad.

Y puso en ello tanta deligencia que dende en dos meses que yo se lo dije estaban sembradas sesenta hanegas de maíz y diez de frisoles y dos mill pies de cacap, que es una fruta como almendras que ellos venden molida y tiénenla en tanto que se trata por moneda en toda la tierra y con ella se compran todas las cosas nescesarias en los mercados y otras partes, y había hechas cuatro casas muy buenas en que en la una demás de los aposentamientos hicieron un estanque de agua y en él pusieron quinientos patos, que acá tienen en mucho porque se aprovechan de la pluma dellos y los pelan cada año y facen sus ropas con ella, y pusieron fasta mill y quinientas gallinas sin otros adreszos de granjerías que muchas veces, juzgadas por los españoles que la vieron, la apreciaban en veinte mill pesos de oro.

Procurando un puerto en el mar para los barcos

Ansimismo le rogué al dicho Muteeçuma que me dijese si en la costa de la mar había algúnd río o ancón en que los navíos que viniesen pudiesen entrar y estar seguros, el cual me respondió que no lo sabía, pero que él me faría pintar toda la costa y ancones y ríos della, y que inviase yo españoles a los ver y que él me daría quién los guiase y fuese con ellos. Y ansí lo hizo, y otro día me trujeron figurada en un paño toda la costa, y en ella parescía un río que salía a la mar más abierto, segúnd la figura, que los otros, el cual parescía estar entre las sierras que dicen San Martín, y son tanto en un ancón por donde los pilotos hasta entonces creían que se partía la tierra en una provincia que se dice Maçamalco. Y me dijo que viese yo a quién quería inviar y que él proveería cómo se viese y supiese todo, y luego señalé diez hombres y entre ellos algunos pilotos y personas que sabían de la mar, y con el recaudo que él dio se partieron y fueron por toda la costa desde el puerto de Calchilmeca que dicen de San Juan, donde yo desembarqué, y anduvieron por ella sesenta y tantas leguas que en ninguna parte hallaron río ni ancón donde pudiesen entrar navíos ningunos, puesto que en la dicha costa había muchos y muy grandes y todos los sondaron con canoas.

Y así llegaron a la dicha provincia de Quacalcalco donde el dicho río está, y el señor de aquella provincia que se dice Tuchintecla los rescibió muy bien y les dio canoas para mirar el río, y hallaron en la entrada dél dos brazas y media largas en lo más bajo de bajar y subieron por el dicho río arriba doce leguas y lo más bajo que en él hallaron fueron cinco o seis brazas. Y segúnd lo que dél vieron, se cree que sube más de treinta leguas de aquella hondura y en la ribera dél hay muchas y grandes poblaciones, y toda la provincia es muy llana y muy fuerte y abundosa de todas las cosas de la tierra y de mucha y casi innumerablemente gente. Y los desta provincia no son vasallos ni súbditos a Muteeçuma, antes sus enemigos, y ansimesmo el señor della al tiempo que los españoles llegaron les invió a decir que los de Culúa no entrasen en su tierra porque eran sus enemigos, y cuando se volvieron los españoles a mí con esta relación invió con ellos ciertos mensajeros con los cuales me invió ciertas joyas de oro y cueros de tigres y plumajes y piedras y ropa.

Y ellos me dijeron de su parte que había muchos días que Tuchintecla, su señor, tenía noticia de mí porque los de Puchunchan, que es el río de Grijalba, que son sus amigos, le habían hecho saber cómo yo había pasado por allí y había peleado con ellos porque no me dejaban entrar en su pueblo, y cómo después quedamos amigos y ellos por vasallos de Vuestra Majestad; y que él asimismo se ofrecía a su real servicio con toda su tierra y me rogaba que le tuviese por amigo con tal condición que los de Culúa no entrasen en su tierra, y que yo viese las cosas que en ella había de que se quisiese servir Vuestra Alteza y que él daría dellas las que yo señalase en cada un año. Como de los españoles que vinieron desta provincia me informé ser ella aparejada para poblar y del puerto que en ella habían hallado folgué mucho, porque después que en esta tierra salté siempre he trabajado de buscar puerto en la costa della tal que estuviese a propósito de poblar y jamás lo había hallado ni lo hay en toda la costa del río San Antón, que es junto al de Grisalba, fasta el de Pánuco, que es la costa abajo, adonde ciertos españoles por mandado de Francisco de Garay fueron a poblar, de que adelante a Vuestra Alteza haré relación.

Y para más me certificar de las cosas de aquella provincia y puerto y de la voluntad de los naturales della y de las otras cosas nescesarias a la población, torné a inviar ciertas personas de las de mi compañía que tenían alguna espiriencia para alcanzar lo susodicho, los cuales fueron con los mensajeros que aquel señor Tuchintecla me había inviado y con algunas cosas que yo les di para él. Y llegados, fueron dél bien rescebidos y tornaron a ver y sondar el puerto y río y ver los asientos que había en él para hacer el pueblo, y de todo me trajeron verdadera y larga relación y dijeron que había todo lo nescesario para poblar y que el señor de la provincia estaba muy contento y con mucho deseo de servir a Vuestra Alteza.

Y venidos con esta relación, luego despaché un capitán con ciento y cincuenta hombres para que fuesen a trazar y formar el pueblo y facer una fortaleza, porque el señor de aquella provincia se me había ofrescido de la facer y ansímismo todas las cosas que fuesen menester y le mandasen y aun hizo seis en el asiento que para el pueblo le señalaron y dijo que era muy contento que fuésemos allí a poblar y estar en su tierra.

Busca de lãs fuentes Del oro y reconocimiento de la costa este

Tenía Cortés mucha gana de saber cuán lejos llegaba el señorío y mando de

Moteczuma, y cómo se habían con él los reyes y señores comarcanos, y allegar

alguna buena suma de oro para enviar a España del quinto al Emperador,

con entera relación de la tierra y gente y cosas hechas; y por tanto, rogo a Moteczuma le dijese y mostrase las minas de donde él y los suyos habían el

oro y plata. Él dijo que le placía, y luego nombró ocho indios, los cuatro plateros

y conocedores del minero, y los cuatro que sabían la tierra a do los

quería enviar; y mandoles que de dos en dos fuesen a cuatro provincias, que

son Zuzolla, Malinaltepec, Tenich, Tututepec, con otros ocho españoles

que Cortés dio, a saber los ríos y mineros de oro y traer muestra de ello.

Partiéronse aquellos ocho españoles y ocho indios con señas de Moteczuma.

A los que fueron a Zuzolla que está ochenta leguas de México y son

vasallos suyos, les mostraron tres ríos con oro, y de todos les dieron muestra

de ello, mas poca, porque sacan poco, a falta de aparejos e industria o codicia.

Éstos, para ir y volver, pasaron por tres provincias muy pobladas, y de

buenos edificios y tierra fértil; y la gente de la una, que se llama Tlamacolapán,

es de mucha razón y más bien vestida que la mexicana. Los que fueron

a Malinaltepec, setenta leguas lejos, trajeron también muestra de oro que

los naturales sacan de un gran río que atraviesa por aquella provincia. A los

que fueron a Tenich, que está el río arriba de Malinaltepec, y es de otro diferente

lenguaje, no dejaba entrar ni tomar razón de lo que buscaban, el señor

de ella, que dicen Coatelicamatl, porque ni reconoce a Moteczuma ni es su

amigo, y pensaba que iban por espías. Mas como le informaron quién eran

los españoles, dijo que se fuesen los mexicanos fuera de su tierra, y los españoles

que hiciesen el mando a que venían, para que llevasen recado a su capitán.

Como esto vieron los de México, pusieron mal corazón a los españoles,

diciendo que era malo aquel señor y cruel, y que los mataría. Algo

dudaron los nuestros de hablar a Coatelicamatl, aunque ya tenían licencia,

con lo que sus compañeros decían, y porque andaban los de la tierra armados

y con unas lanzas de veinticinco palmos, y aun algunos con de a treinta.

Mas al cabo entraron, porque fuera cobardía no lo hacer y dar que sospechar

de sí, y que los mataran. Coatelicamatl los recibió muy bien, hízoles

mostrar luego siete u ocho ríos, de los cuales sacaron oro en su presencia y

les dieron la muestra para traer, y envió embajadores a Cortés ofreciéndole

su tierra y persona, y ciertas mantas y algunas joyas de oro.

Cortés se holgó más de la embajada que del presente, por ver que los

contrarios de Moteczuma deseaban su amistad. A Moteczuma y los suyos

no les placía mucho, porque Coatelicamatl, aunque no es gran señor, tiene gente guerrera y tierra áspera de sierras. Los otros que fueron a Tututepec,

que está cerca del mar y doce leguas de Malinaltepec, volvieron con la

muestra del oro de dos ríos que anduvieron, y con nuevas de ser aquella tierra

aparejada para hacer en ella estancias y sacarlo; por lo cual rogó Cortés a

Moteczuma que le hiciese allí una a nombre del Emperador. El mandó luego

ir allá oficiales y trabajadores, y dentro de dos meses estaba hecha una

casa grande, con otras tres chicas alrededor, para servicio, y en ella un estanque

de peces con quinientos patos para pluma, que pelan muchas veces por

año para mantas; mil y quinientos gallipavos, y tanto ajuar y aderezos de

entre casa en todas ellas, que valía veinte mil castellanos. Había asimismo

sesenta fanegas de centli sembradas, diez de frijoles, y dos mil pies de cacauatl

o cacao, que nace por allí muy bien. Comenzóse esta granjería, mas

no se acabó, con la venida de Pánfilo de Narváez y con la revuelta de México,

que siguieron luego.

Rogole también que le dijese si en la costa de su tierra, que está a esta

mar, había algún buen puerto en que las naves de España pudiesen estar

seguras. Dijo que no lo sabía, mas que lo preguntaría o lo enviaría a saber.

Y así, hizo luego pintar en lienzo de algodón toda aquella costa, con cuantos

ríos, bahías, ancones y cabos había en lo que suyo era; y en todo lo pintado

y trazado no parecía puerto ni cala, ni cosa segura, sino un grande ancón

que está entre las sierras que ahora llaman de San Martín y San Antón,

en la provincia de Coazacoalco, y aun los pilotos españoles pensaron que

era estrecho para ir a los Malucos y Especiería. Mas empero estaban muy

engañados, y creían lo que deseaban. Cortés nombró diez españoles, todos

pilotos y gente de mar, que fuesen, con los que Moteczuma daba, pues hacía

tan bien la costa del camino. Partiéronse pues los diez españoles con los

criados de Moteczuma, y fueron a dar a Chalchicoeca, donde habían desembarcado,

que ahora se dice San Juan de Ulúa. Anduvieron setenta leguas

de costa sin hallar ancón ni río, aunque toparon muchos, que fuese

hondable y bueno para naos.

Llegaron a Coazacoalco y el señor de aquel río y provincia, llamado

Tuchintlec, aunque enemigo de Moteczuma, recibió los españoles porque

ya sabía de ellos desde cuando estuvieron en Potonchán, y dioles barcas

para mirar y sondar el río. Ellos lo midieron, y hallaron seis brazas donde más hondo. Subieron por él arriba doce leguas. Es la ribera de él de grandes

poblaciones, y fértil a lo que parecía. Sin esto, Tuchintlec envió a Cortés

con aquellos españoles algunas cosas de oro, piedras, ropas de algodón,

de pluma, de cuero, y tigres, y a decir que quería ser su amigo y tributario

del emperador de un tanto cada año, con tal que los de Culúa no entrasen

en su tierra.

Mucho placer tuvo Cortés con esta mensajería y de que se hubiese hallado

aquel río; porque decían marineros que del río de Grijalva hasta el de

Pánuco no había río bueno; mas creo que también se engañaron. Tornó a

enviar allá de aquellos españoles con cosas de España para el Tuchintlec, y a

que supiesen mejor su voluntad, y la comodidad de la tierra y del puerto

bien por entero. Fueron y volvieron muy contentos y ciertos de todo; y así,

despachó luego Cortés allá a Juan Velázquez de León por capitán de ciento

cincuenta españoles, para que poblase e hiciese una fortaleza.

Cortes pide tributo a Moctezuma

Cortes pide tributo a Moctezuma B+R+G

Primeros tributos para los españoles

Pasados algunos días después que Moteczuma y los suyos dieron la obediencia,

le dijo Cortés los muchos gastos que el emperador tenía en guerras

y obras que hacía, y que sería bien contribuyesen todos y comenzasen a servir

en algo; por ende que convenía enviar por todos sus reinos a cobrar los

tributos en oro, y a ver qué hacían y daban los nuevos vasallos, que diese

también él algo si tenía.

Moteczuma dijo que le placía, y que fuesen algunos españoles con unos

criados suyos a la casa de las aves. Fueron allá muchos, vieron asaz oro en

planchas, tejuelos, joyas y piezas labradas, que estaban en una sala y dos cámaras

que les abrieron; y espantados de tanta riqueza no quisieron o no osaron

tocarla sin que primero Cortés la viese; y así, lo llamaron, y él fue allá,

tomolo y llevolo todo a su aposento. Dio asimismo, sin esto, muchas y ricas

ropas de algodón y pluma, tejidas a maravilla; no tenían par en colores y figuras,

y nunca los españoles tan buenas las habían visto; dio más doce cerbatanas

de fusta y plata con que solía él tirar; las unas pintadas y matizadas

de aves, animales, rosas, flores y árboles; y todo tan perfecta y menudamente,

que bien tenían qué mirar los ojos y qué notar el ingenio. Las otras eran

vaciadas y cinceladas con más primor y sutileza que la pintura. La red para

bodoques y turquesas eran de oro, y algunas de plata.

Envió también criados de dos en dos y de cinco en cinco, con un español

por compañía a sus provincias, y a tierras de señores, ochenta y cien le guas de México, a coger oro por los tributos acostumbrados, o por nuevo

servicio para el emperador. Cada señor y provincia dio la medida y cantidad

que Moteczuma señaló y pidió, en hojas de oro y plata, en tejuelos y joyas, y

en piedras y perlas.

Vinieron todos los mensajeros, aunque tardaron hartos días, y recogió

Cortés y los tesoreros todo lo que trajeron; fundiéronlo, y sacaron de oro

fino y puro ciento sesenta mil pesos, y aún más, y de plata más de quinientos

marcos; repartiose por cabezas entre los españoles; no se dio todo, sino señalose

a cada uno según era. Al de caballo, doblado que al peón, y a los oficiales

y personas de cargo o cuenta se dio ventaja; y pagósele a Cortés de

montón lo que le prometieron en la Veracruz; cupo al rey de su quinto más

de treinta y dos mil pesos de oro, y cien marcos de plata; de la cual se labraron

platos, tazas, jarros, salserillas y otras piezas, a la manera que indios

usan, para enviar al emperador.

Valía allende de esto cien mil ducados lo que Cortés apartó de toda la

gruesa, antes de la fundición, para enviar por presente con el quinto, en perlas,

piedras, ropa, pluma, oro y pluma, piedras y pluma, pluma y plata, y

otras muchas joyas, como las cerbatanas, que, fuera del valor, eran extrañas

y lindas, porque eran peces, aves, sierpes, animales, árboles y cosas así, contrahechas

muy al natural de oro o plata, o piedras con pluma, que no tenían

par; mas no se envió, y todo o lo más se perdió, con lo de todos, cuando el

desbarate de México, según que después muy por entero diremos.

Cortes pide tributo a Moctezuma y sus nobles

Pasado este abto y ofrecimiento que estos señores hicieron al real servicio de Vuestra Majestad, hablé un día al dicho Muteeçuma y le dije que Vuestra Alteza tenía nescesidad de oro para ciertas obras que mandaba hacer, que le rogaba que inviase algunas personas de los suyos y que yo inviaría asimismo algunos españoles por las tierras y casas de aquellos señores que allí se habían ofrescido a les rogar que de lo que ellos tenían serviesen a Vuestra Majestad con alguna parte, porque demás de la nescesidad que Vuestra Alteza tenía, parescería que ellos comenzaban a servir y Vuestra Alteza temía más conceto de las voluntades que a su servicio mostraban, y que él ansimesmo me diese de lo que tenía porque lo quería inviar como el oro y como las otras cosas que había inviado a Vuestra Majestad con los pasajeros. Y luego mandó que le diese los españoles que quería inviar, y de dos en dos y de cinco en cinco los repartió para muchas provincias y cibdades cuyos nombres por se haber perdido las escripturas no me acuerdo, porque son muchos y diversos, más de que algunas dellas están a ochenta y a cient leguas de la dicha grand cibdad de Temixtitán. Y con ellos invió de los suyos y les mandó que fuesen a los señores de aquellas provincias y cibdades y les dijesen cómo yo mandaba que cada uno dellos diese cierta medida de oro que les dio. Y así se hizo, que todos aquellos señores a que él invió dieron muy complidamente lo que se les pidió, ansí en joyas como en tejuelos y hojas de oro y plata y otras cosas de las que ellos tenían, que fundido todo lo que era para fundir cupo a Vuestra Majestad del quinto treinta y dos mill y cuatrocientos y tantos pesos de oro sin todas las joyas de oro y plata y plumaje y piedras y otras muchas cosas de valor que para Vuestra Sacra Majestad yo asigné y aparté, que podrían valer cient mil ducados y más suma, las cuales, demás de su valor eran tales y tan maravillosas que consideradas por su novedad y extrañeza no ternían precio ni es de creer que alguno de todos los príncipes del mundo de quien se tiene noticia las pudiese tener tales y de tal calidad.

Y no le parezca a Vuestra Alteza fabuloso lo que dígo, pues es verdad que todas las cosas críadas ansí en la tierra como en la mar de que el dicho Muteeçuma pudiese tener conoscimiento tenía contrahechas muy al natural así de oro y de plata como de pedrería y de plumas en tanta perfición que casi ellas mesmas parescían, de las cuales todas me dio para Vuestra Alteza mucha parte sin otras que yo le di figuradas y él las mandó hacer de oro, así como imágenes, crucifijos, medallas, joyeles y collares y otras muchas cosas de las nuestras que le hice contrahacer. Cupieron ansimismo a Vuestra Alteza del quinto de la plata que se hobo ciento y tantos marcos, los cuales hice labrar a los naturales de platos grandes y pequeños y escudillas y tazas y cuchares, y lo labraron tan perfeto como gelo podíamos dar a entender. Demás desto me dio el dicho Muteeçuma mucha ropa de la suya, que era tal, que considerada ser toda de algodón y sin seda, en todo el mundo no se podia hacer ni tejer otra tal ni de tantas ni tan diversas y naturales colores ni labores, en que había ropas de hombres y de mujeres muy maravillosas.

Y había paramentos para camas que hechos de seda no se podían comparar, y había otros paños como de tapicería que podían servir en salas y en iglesias. Había colchas y cobertores de camas ansí de pluma como de algodón de diversas colores ansimesmo muy maravillosas, y otras muchas cosas que por ser tantas y tales no las sé significar a Vuestra Majestad. También me dio una docena de cerbatanas de las con que él tiraba que tampoco no sabré decir a Vuestra Alteza su perfición, porque eran todas pintadas de muy excelentes pinturas y perfetos matices, en que había figuradas muchas maneras de avecicas y animales y árboles y flores y otras diversas cosas, y tenían los brocales y puntería tan grandes como un geme de oro, y en el medio otro tanto muy labrado. Dióme para con ellas un camiel de red de oro para los bodoques que también me dijo que me había de dar de oro, y dióme unas turquesas de oro y otras muchas cosas cuyo número es casi infinito. Porque para dar cuenta, Muy Poderoso Señor, a Vuestra Real Excelencia de la grandeza, estrañas y maravillosas cosas desta grand cibdad de Temixtitán y del señorío y servicio deste Muteeçuma, señor della, y de los rítos y costumbres que esta gente tiene y de la orden que en la gobernación así desta cibdad como de las otras que eran deste señor hay, sería menester mucho tiempo y ser muchos relatores y muy expertos, no podré yo decir de cient partes una de las que dellas se podrían decir, mas como pudiere diré algunas cosas de las que vi que, aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos no las podemos con el entendimiento comprehender.

Descubrimiento del tesoro. Una mala noticia

Al dia siguiente Cortes pidio a Moctezuma que puesto que hasta ahora el nos habia repetido que eramos los descendientes de sus antepasados y nosotros eramos los representantes del verdadero Dios que nos dejara colocar la cruz y la imagen de la Virgen, en lo alto del Templo Mayor que habiamos visitado el dia anterior.

Moctezuma considero la petición como una ofensa porque aquello era la casa de sus dioses y el nos queria mucho, pero ellos adoraban a esos dioses y no habia lugar para otros. Con la respuesta dejo claro donde estaban los limites de su hospitalidad.

Pasaron varios dias y continuaron los paseos por la ciudad y las visitas a otros templos. Cortes queria tener su altar y se le ocurrio que se podria montar en el palacio en donde estaban alojados. Con esta propuesta envio a Aguilar y a Malinche para que pidieran permiso a Moctezuma. Este consulto a sus sacerdotes y después de una discusión interna, que me conto Cacama, autorizo su construccion siempre que fuera en el interior y para nuestro uso.

Nos pusimos a buscar el lugar adecuado y por casualidad uno de nuestros soldados que era carpintero, Alonso Yañez, descubrio en una de las salas una pared que estaba recien encalada. La curiosidad hizo que levantasemos la cal y descubrimos una puerta que habia sido tapiada. Con nuestro descubrimiento informamos a Cortes .

Estaba claro que los mexicas cuando decidieron donde nos iban a alojar, por algun motivo, que pronto ibamos a descubrir, no querian que tuviesemos acceso a lo que habia en su interior.

Cortes mando abrir un agujero para que pudieramos entrar. Nuestra sorpresa fue grande, habia diferente estancias con innumerables joyas de oro y piedras preciosas, planchas de oro, idolos, plumas, y mucha plata. Un tesoro que ninguno de los presentes nunca habia visto junto. Nuestro descubrimiento confirmaba lo que decian nuestros aliados txalcatecas de que Axayacatl el padre de Moctezuma poseia un gran tesoro. Sin duda estabamos ante el.

Todos los capitanes y soldados que habiamos participado del descubrimiento acordamos guardar secreto para que no llegase a los oidos de Moctezuma y pudiese alterar nuestros planes. Yañez con dos ayudantes trabajo duro esa noche y lo dejo en la situación original.

Aun no nos habiamos repuesto de tantas emociones cuando dos txalcatecas que venian con unas cartas de la Villa Rica nos trajeron malas noticias. Nuestro compañero y amigo personal de Cortes, Juan de Escalante junto con siete castellanos, un caballo y varios cientos de totonacas, nuestros aliados. Habian muerto como consecuencia de un enfrentamiento con mexicas que seguían instrucciones de Moctezuma.

Escalante se habia quedado como alguacil mayor de la Villa Rica y tenia como encargo el cuidar de unos treinta pueblos todos confederados de Cempoal que cuando prendimos a los recaudadores de Moctezuma se habian rebelado contra los mexicas y formaban parte de nuestros aliados.

Parece que una de las guarniciones de los mexicas que tienen cerca de Tuzapan les habia pedido tributos de indias e indios y abastecimientos y ellos se negaron a darselos porque Cortes les habia dicho que no se los diesen. Los jefes mexicas les amenazaron diciendo que si no se los daban destruirían sus pueblos y los llevarian todos cautivos que esas eran las instrucciones de Moctezuma. Escalante les presento batalla en un pueblo llamado Nauhtla y cuando las cosas se pusieron difíciles los aliados totonacas huyeron dejando solos a los españoles que salieron todos malheridos capturando vivo a un soldado llamado Arguello que era natural de Leon.

A los pocos dias Escalante y el resto de castellanos murieron como consecuencia de las heridas y Arguello tambien. Los mexicas enviaron a Moctezuma la noticia de la victoria junto con la cabeza de Arguello. Moctezuma mando que la ofrecieran a algun Dios pero fuera de Tecnotitlan porque no queria que nos enterasemos.

Cortes nos informo del contenido de la carta y todos nosotros quedamos muy dolidos porque Escalante era una persona muy querida. Referente a la traicion de Moctezuma no nos pillo de sorpresa porque eramos conscientes que nuestra situación era muy delicada, las noticias que nos llegaban a traves de los txaltatecas que estaban con nosotros en el palacio era que los mexicas estaban preparados para eliminarnos en cualquier momento y solo aguardaban la orden de Moctezuma.

En ese momento Cortes decidio utilizar la muerte de Escalante para justificar la prision de Moctezuma como seguridad para que no nos atacasen y comenzamos a preparar la operación de inmediato.

Prision de Moctezuma y castigo ejemplar.

La situación estaba muy complicada, y la mayoria de los capitanes pasaron la noche rezando y encomendandose a la Virgen Maria. Todos eramos conscientes que teniamos mas probabilidad de una reaccion violenta que de otra cosa pero no se nos ocurria otra salida como medida de autoprotección. La verdad es que habiamos llegado muy lejos y que solo un milagro nos podia salvar pero hasta ahora continuabamos vivos.

Cortes mando, como solia hacer siempre, dos emisarios, a informar a Moctezuma de nuestra visita para que no se alarmase y pareciese una visita mas. Eramos un total de ocho personas (Cortes, Velazquez, Pedro de Alvarado, Sandoval, Francisco de Lugo, Alonso de Avila y yo), todos armadas a excepcion de los lenguas Malinche y Aguilar.

Cuando estuvimos en la presencia de Moctezuma y después de los saludos acostumbrados, nos dimos cuenta de que Moctezuma estaba nervioso, despues confirmamos que estaba esperando alguna reaccion nuestra por el incidente de Nauhtla.

Cortes, sin alterarse, le dijo que hasta ese momento lo tenia como amigo y mas que amigo como hermano pero que después de saber que su gente habia atacado a los españoles en Nauhtla y habia matado a uno de ellos, a un caballo y herido al resto (no quiso comentar la muerte de Escalante y los otros españoles porque Moctezuma aun no lo sabia), y de haber visto personalmente como su gente nos habia atacado en Cholulla y de enterarse que sus principes nos querian atacar en nuestros aposentos para matarnos habia llegado a la conclusión de que era un traidor y que no se merecia el amor que todos nosotros le estabamos dispensando.

Moctezuma, visiblemente alterado, se defendio diciendo que el no habia dado esas ordenes y quitandose de su brazo y de la muñeca el sello y la señal del dios Uichilobos, dijo que los responsables lo pagarian y mando a sus principes que trajeran los responsables a su presencia. Cortes le dijo que ya no podia confiar en el y que sin producir alboroto nos acompañase a nuestro palacio porque a partir de ahora iba a residir alli junto con nosotros.

Moctezuma le dijo que no era su voluntad hacer eso que le estaba pidiendo, y comenzaron a intercambiarse él y Cortes razones y contra razones para hacer lo que nosotros queriamos. Despues de media hora sin llegar a ninguna parte, Velazquez muy nervioso le dijo a Cortes en voz alta que si no aceptaba voluntariamente ser preso que no perdiesemos mas tiempo y que lo matasemos alli mismo.

Moctezuma pidio a Malinche que le tradujera y ella tradujo y le aconsejo que aceptara voluntariamente porque estaban decididos a matarle en aquel momento. Cortes para darle razones ante su gente intervino y le dijo que lo podia explicar como que habia hablado con su Dios Uichilobos y habia consultado con los sacerdotes y que le habian aconsejado que por el bien de todos se fuera con los españoles.

Antes de aceptar definitivamente la prision, todavía Moctezuma hizo otro intento ofreciendo a un hijo y dos hijas legitimos como rehenes , Cortes con dureza lo rechazo y le pidio que se decidiera haciendonos un gesto a todos nosotros para que estuviesemos preparados para empuñar las armas. Moctezuma intercambio unas palabras con sus principes que hasta ese momento no habian participado de la conversación estando en silencio. Aquellos momentos se hicieron interminables para todos. Al fin Moctezuma nos dijo que nos acompañaria y mando preparar las parihuelas.

Salimos todos juntos en una comitiva de varios cientos de personas hasta nuestro palacio, alli bajo nuestra vigilancia sus servidores le prepararon todo un sector que no estaba ocupado para que pudiera continuar su vida normal.

En los dias siguientes recibio multitud de visitas de todos los nobles que le pedian explicaciones y el les contaba la historia que se le habia ocurrido a Cortes, intentaba calmarles y de una forma cada vez menos simulada le pedian que diera la orden para matarnos.

Por nuestra parte Cortes intento que la prision solo fuera formal y que no le afectara en su vida cotidiana pero la situación era cada vez mas comprometida porque su gente no acababa de entender porque Huichilobos le pedia que se humillase hasta ese punto.

Pasados unos dias llegaron presos los capitanes Cualpopoca, Coate, Quiavit y otro que habian participado en los hechos de Nauhtla manteniendo una reunion con Moctezuma sin la presencia de ninguno de nosotros. Despues Moctezuma se los envio a Cortes para que hiciera lo que tuviera que hacer con ellos.

Cortes los interrogo y ellos confirmaron que habian actuado siguiendo instrucciones de Moctezuma, lo que no supimos ni quisimos saber si esas ordenes se las habia dado antes de nuestra entrada en Mejico o después. Cortes los condeno a morir en la hoguera de forma inmediata.

Aprovechando de que Moctezuma al aceptar la prision de forma voluntaria estaba atrapado entre nosotros y su gente que no entendia su comportamiento, Cortes mando poner grilletes a Moctezuma, lo que produjo una gran tension dentro del palacio y preparar las hogueras en un lugar publico enfrente del palacio de Moctezuma.

Los capitanes de Moctezuma fueron quemados vivos ante la presencia de varios miles de mexicas y custodiados por mas de la mitad de nuestras fuerzas porque nos temiamos lo peor. Milagrosamente no paso nada, nadie dio la orden para que el pueblo nos atacara porque realmente nadie estaba entendiendo que es lo que realmente estaba pasando.

La noticia del castigo corrio rapidamente por todo el imperio y los pueblos de la costa que habian vuelto bajo el dominio mexica rapidamente volvieron a cambiar de bando y pasaron a ser de nuevo vasallos del emperador Carlos.

Pasadas unas horas del ajusticiamiento, Cortes personalmente quiso quitarle los grilletes a Moctezuma y le dijo que para nuestro señor Carlos la justicia ya habia sido hecha y que no lo queria como prisionero sino como gran señor de estas tierras. Moctezuma estaba entre aterrorizado y desorientado, por una parte el atrevimiento de los extranjeros le daba un tremendo miedo y por la otra veia que cada dia que pasaba perdia un poco del control que habia tenido con su gente.

En los siguientes dias la vida volvio a la normalidad, la tension bajo de nivel y toda nuestra gente se tranquilizo dentro de un orden

Moctezuma entrega su hija a Cortes

Moctezuma entrega su hija a Cortes B+

Ultimatum de Moctezuma a Cortes

Ultimatum de Moctezuma a Cortes B+G+

Ultimatum de MOctezuma a Cortes

En tres cosas empleaba Cortés el pensamiento, como se veía rico y pujante.

Una era enviar a Santo Domingo y otras islas, dineros y nuevas de la tierra y

su prosperidad, para traer gente, armas y caballos; que los suyos eran pocos

para tan gran reino. La otra era tomar todo el estado de Moteczuma, pues lo

tenía a él preso, y tenía a su devoción a los de Tlaxcallán, a Coatelicamatlh y

Tuchintlec, y sabía que los de Pánuco y Tecoantepec y los de Mechuacán

eran enemicísimos de mexicanos, y le ayudarían si menester los hubiese. Era la tercera hacer cristianos todos aquellos indios, lo cual comenzó luego,

como mejor y más principal. Que dado que no asoló los ídolos por las ya

dichas causas, vedó matar hombres sacrificándolos, puso cruces e imágenes

de nuestra Señora y de otros santos por los templos, y hacía a los clérigos

y frailes que dijesen misa cada día, y bautizasen; aunque pocos se bautizaron,

o porque los indios tenían recio en su envejecida religión, o porque los

nuestros atendían a otras cosas, esperando tiempo para esto que mejor fuese.

Él oía misa todos los días, y mandaba que todos los españoles la oyesen

también, pues siempre se celebraba en casa.

Mas regaláronsele por entonces estos sus pensamientos, porque Moteczuma

volvía la hoja, o a lo menos quiso, y porque vino Pánfilo Narváez

contra él, y porque tras esto le echaron los indios de México. Todas estas

tres cosas, que son muy notables, contaremos por su orden. La vuelta de

Moteczuma, como algunos quieren, fue decir a Cortés que se fuese de su

tierra, si quería que no le matasen con los demás españoles. Tres razones o

causas le movieron a ello, de las cuales las dos eran públicas. Una fue el combate

grande y continuo que los suyos siempre le daban a que saliese de prisión,

y echase de allí los españoles o los matase, diciendo cómo era grande

afrenta y mengua suya y de todos ellos, estar así preso y abatido y que los

mandasen a coces aquellos poquitos extranjeros, que les quitaban la honra

y robaban la hacienda, cohechando todo el oro y riqueza de los pueblos y

señores para sí y para su rey, que debía ser pobre; y que si él quería, bien; si

no, aunque no quisiese; que pues no quería ser su señor, tampoco ellos sus

vasallos; y que no esperase mejor fin que Cualpopoca y Cacama, su sobrino,

aunque mejores palabras y halagos le hiciesen.

Otra fue que el diablo, como se le aparecía, puso muchas veces en [el]

corazón a Moteczuma que matase los españoles o los echase de allí, diciendo

que si no lo hacía, se iría, y no le hablaría más, por cuanto le atormentaban

y daban enojo las misas, el evangelio, la cruz y el bautismo de los cristianos.

Él le decía que no era bueno matarlos siendo sus amigos y hombres

de bien; pero que les rogaría que se fuesen, y cuando no quisiesen, que entonces

los mataría. A esto replicó el diablo que lo hiciese así, y que le haría

grandísimo placer, que o se tenía de ir él o los españoles, pues sembraban la fe cristiana, muy contraria religión a la suya, que no se compadecían juntas

entrambas.

La tercera razón, y que no se publicaba, era, según sospecha de muchos,

que como son los hombres mudables y nunca permanecen en un ser y

voluntad, así Moteczuma se arrepintió de lo que había hecho, y le pesaba de

la prisión de Cacamacín, que algún tiempo quiso mucho, y que a falta de sus

hijos, le había de heredar, y porque conocía ser como le decían los suyos, y

porque le dijo el diablo que no podía hacer mayor servicio, ni sacrificio más

aceptado a los dioses, que matar y echar de su tierra los cristianos; y echándolos,

que ni se acabaría en él la casta de los reyes de Culúa, antes se alargaría,

ni dejarían de reinar sus hijos tras él; y que no creyese en agüeros, pues

era ya pasado el octavo año, y andaba en el dieciocheno de su reinado.

Por estas causas pues, o por ventura por otras que no sabemos, Moteczuma

apercibió cien mil hombres tan secretamente que Cortés no lo supo,

para que si los españoles no se fuesen, diciéndoselo, los prendiesen y matasen.

Así que, con esto, determinó hablar a Cortés. Y un día saliose disimuladamente

al patio con muchos de sus caballeros, a quien debía dar parte, y envió

llamar a Cortés. Cortés dijo: “No me agrada esta novedad; alega a Dios

sea por bien”. Tomó doce españoles, que más a mano halló, y fue a ver qué le

quería o para qué le llamaba, que no lo solía hacer. Moteczuma se levantó a

él, tomolo de la mano, metiolo en una sala, mandó traer asientos para entrambos,

y díjole: “Ruégoos que os vayáis de esta mi ciudad y tierra, que mis

dioses están de mí mal enojados porque os tengo aquí; pedidme lo que quisiereis,

y dároslo he, porque mucho os amo; y no penséis que os digo esto

burlando, sino muy de veras. Por ende que así se haga en todo caso”. Cortés

cayó luego en la cuenta, que no le pareció que le recibía con el talante que

otras veces, puesto que usó con él todas aquellas ceremonias y buena crianza;

y antes que el faraute acabase de declararle la voluntad de Moteczuma,

dijo a un español que los doce que fuesen a avisar a los compañeros que se

aparejasen, por cuanto se trataba con él de sus vidas. Entonces se acordaron

los nuestros de lo que les habían dicho en Tlaxcallan, y todos vieron que era

menester gracia de Dios y buen corazón para salir de aquella afrenta.

Como acabó el intérprete, respondió Cortés: “Entendido he lo que decís,

y agradézcoslo mucho; ved cuándo mandáis que nos vayamos, y así se hará”. Replicó Moteczuma: “No quiero que os vayáis sino cuando quisiereis,

y tomad el término que os parezca; que para entonces os daré a vos dos

cargas de oro, y una a cada uno de los vuestros”. Entonces le dijo Cortés:

“Ya, Señor, sabéis cómo eché al través mis naos luego que a vuestra tierra

llegamos: y así, tenemos ahora necesidad de otras para nos volver a la nuestra;

por tanto, querría que llamaseis vuestros carpinteros para cortar y labrar

madera; que yo tengo quien haga naos; y hechas, nos iremos si nos dais

lo que prometido habéis, y decidlo así a vuestros dioses y a vuestros vasallos”.

Contentamiento grande mostró de esto Moteczuma, y dijo: “Sea así”.

Y luego hizo llamar muchos carpinteros. Cortés proveyó de maestros a ciertos

españoles y marineros; fueron a unos pinares, cortaron muchos y grandes

árboles, y comenzaron a labrarlos.

Moteczuma, que no debía ser muy malicioso, creyolo; empero Cortés

habló con sus españoles, y dijo a los que enviaba: “Moteczuma quiere que

nos vayamos de aquí porque sus vasallos y el diablo le andan al oído; cumple

que se hagan navíos; id con estos indios por vuestra fe, y córtese madera

harta; que entre tanto Dios nuestro Señor, cuyo negocio tratamos, proveerá

de gente y socorro y remedio, que no perdamos esta buena tierra; y

conviene mucho que pongáis toda dilación, pareciendo que hacéis algo,

no sospechen ésos mal, para que los engañemos así, y hagamos acá lo que

nos cumple. Vais con Dios, y avisadme siempre cómo estáis allá, y qué hacen

o dicen ésos”.

Vida cotidiana

Cortes nombro para sustituir a Escalante como alguacil de la Villa Rica a Gonzalo de Sandoval , de fidelidad probada, pero mando a un soldado llamado Alonso de Grado para que lo sustituyera durante un tiempo porque no queria desprenderse de Gonzalo hasta que la situación en Tenochtitlan se definiera mejor.

Esta decision me sorprendio mucho porque Alonso se habia significado ya anteriormente en Tlaxcala opinando en contra de la idea de Cortes de llegar hasta Tenochtitlan. Después los hechos me dieron la razon.

Cuando Alonso llego a la Villa Rica asumio el papel de gran señor y comenzo a tomar decisiones que iban en contra de la prudencia y sensatez que hasta el momento Cortes habia aplicado en sus relaciones con los aliados. Exigio tributos e indias a los nuevos vasallos que eran mas de treinta pueblos, dedicando su tiempo a rodearse de lujos y lo que era mas grave a intrigar para facilitar que Diego Velazquez viniera a estas tierras y tomara pose de ellas.

En pocos dias fuimos informados de las actividades de Alonso, Cortes monto en colera, reconoció su error y mando a Gonzalo junto con otro soldado de confianza Pedro de Ircio a resolver el problema. Aprovechando el viaje le pidió que mandase lo antes posible dos herreros con dos grandes cadenas de hierro de los barcos que habiamos encallado y todos los aparejos necesarios para construir dos bergantines que queria botar en la laguna de Texcoco para nuestro servicio.

En pocos dias Gonzalo resolvió el problema y mando preso en un cepo a Alonso junto con un grupo de tlaxcaltecas, los herreros y todo lo que le habia pedido Cortes a Tenochtitlan.

Volviendo a la prision de Moctezuma, este le pidio que le dejara para su servicio a un paje llamado Orteguilla que empezaba a dominar el Nautla. Cortés accedió con lo que Moctezuma quedo muy contento porque a partir de ese momento iba a tener información de primera mano de los españoles sin depender de los lenguas acostumbrados, Malinche y Aguilar. Por supuesto colmo de regalos a Orteguilla para tenerlo de su parte, con lo que todo el mundo se quedo feliz.

Lo cierto es que yo tambien me aproveche de esta situación y a traves de Orteguilla le hice llegar una petición a Moctezuma que el rapidamente hizo cuestion de atenderla. Resulta que desde que sali de Cuba, en donde mi vida sexual la tenia resuelta, solo habia tenido unas pocas relaciones con alguna india en la epoca que estuvimos en Tlaxcala y cada dia me ponia mas alterado cuando presenciaba la belleza de las mujeres que el propio Moctezuma tenia para su servicio. Total que me decidi y le pedi que me diera una mujer.

Moctezuma, encantado de congraciarse conmigo y sabiendo que era uno de los capitanes de Cortes me entrego a una de las hijas de uno de los nobles que solia aparecer en los Consejos. Era una verdadera belleza, virgen, tenia dieciocho años y la estaban reservando para que fuera una de las esposas del señor de Tizapan. Loco de contento, agradeci con unas cuantas palabras y un monton de reverencias el detalle de Moctezuma y sin perder mas tiempo nos retiramos yendo directos a mi alojamiento.

Se llamaba Xochitl, que en castellano significa “Reina de las flores”, y parecia tan feliz como yo, de pertenecer a uno de esos teules que habian venido de donde sale el sol. Cuando entramos en mi habitación lo primero que hizo fue quitarme mis ropas y después las suyas, y antes de que pudiera abalanzarme sobre ella me cubrio con una manta y medio por señas, medio a empujones me fue llevando hasta un lugar que yo sabia que Moctezuma visitaba como minimo dos veces al dia.

Era un cuarto de piedra, prácticamente sin ventilación que tenia por fuera como un brasero que calentaba las piedras de una de las paredes. Me hizo sentar y comenzo a arrojar agua contra la pared caliente. Con la temperatura el agua se evaporaba al instante provocando una atmosfera sofocante y cada vez mas caliente que hacia que los cuerpos sudaran copiosamente produciendo una sensación de relajo y de bienestar que llego a limites desconocidos para mi cuando se puso a frotarme todas las partes de mi cuerpo ,sin excepcion, con un paño pèrfumado impregnado de una sustancia jabonosa.

Al cabo de unos minutos de notar las manos de Xochitl deslizarse por mi cuerpo y de escuchar su voz susurrandome cosas al oido que no entendia nada, la situación se hizo insoportable y me abalance sobre ella al mas puro estilo catalan que habia aprendido en los prostíbulos de Barcelona. Ni la dureza de las piedras ni el calor sofocante podia parar el deseo acumulado en los ultimos meses y por las exclamaciones de Xochitl tampoco para ella esos eran requisitos que no pudieran superarse.

Despues de ese primer encuentro intimo tuvimos muchisimos mas, por supuesto la mayoria en lugares mas comodos, pero el baño de vapor previo era un ritual que Xochitl nunca me perdono porque decia que todos los españoles eramos muy sucios porque no tomabamos baño y estaba en lo cierto, difícilmente en las casas de Castilla y Aragon existian baños.

La privación de libertad que tenia Moctezuma era absolutamente atipica, Cortes le permitia realizar las mismas actividades y con las mismas personas como si estuviera en su palacio, tenia sus servidores, sus mujeres, sus comidas, despachaba los asuntos de su reino como antes y sin ningun tipo de interferencia. Realizabamos un control de sus actividades pero siempre manteniendo el maximo respeto, como era el descubrirnos a su paso o no acercarnos demasiado, lo unico que tenia restringido era la salida al exterior.

Un dia solicito a Cortes que queria ir al templo de Uichilobos a visitar a su Dios, lo convencio con los argumentos de aparentar la normalidad que le aconsejaba el propio Cortes. Organizaron su cortejo, como siempre, la comitiva esta vez estaba formada por sus principe y por 150 españoles entre los cuales me encontraba yo, Alvarado, Velazquez, Alonso de Avila y Fernando de Lugo. Cuando llegamos al templo que ya conociamos descendio de las parihuelas y ascendio hasta el templo, alli le tenian preparado los sacrificios correspondientes que fueron realizados como si nada hubiera acontecido y en contra de la opinión de todos nosotros, pero nos parecio prudente mantener la boca cerrada y evitar males mayores. Al regreso Moctezuma estaba feliz porque pensaba que habia demostrado a su gente que el estaba con los castellanos de forma voluntaria.

Intento de golpe contra Moctezuma

Con que ya tenia todo lo que necesitaba para construir los dos bergantines, Cortes se fue a informar a Moctezuma de su intencion, continuando con su politica de buenas relaciones y le pidio que fueran con sus maestros constructores carpinteros mexicas para cortar las maderas que se iban a emplear. Moctezuma complacio el pedido y parecio interesado en lo que queria hacer Cortes. Los mexicas no sabian hacer barcos de esa envergadura, lo mas que habian conseguido era hacer embarcaciones para poco mas de una decena de hombres.

Con la ayuda de los muchos carpinteros mexicas, los dos bergantines quedaron listos en pocas semanas y fueron botados en la laguna de Texcoco.

Moctezuma le pidio a Cortes que queria ir en uno de los barcos a cazar a un pequeño islote que tenian acotado solo para el. Cortes monto la expedición dedicando cuatro capitanes y 200 soldados como guardia especial para evitar sorpresas. Por su parte Moctezuma se hizo acompañar por parte de su nobleza ocupando los dos barcos y observando todo lo que hacian los marinos españoles. Varios cientos de canoas acompañaban la comitiva pero en pocos minutos con la fuerza del viento los bergantines dejaron atrás las canoas a pesar del esfuerzo de los remeros que no conseguían dar alcance a los barcos.

Fue un dia feliz para Moctezuma, navego por la laguna con uno de los inventos de los españoles, cazó a voluntad y continuó dando muestras de normalidad ante su gente asistiendo ademas como invitado principal a un espectaculo de disparos con los dos cañones que habiamos montado en su bergantín y que habiamos preparado para impresionar un poco mas.

Pero nuestra tranquilidad duro poco. Cacama no se conformaba con la prision de su tio por mucho que Moctezuma intentara permanentemente aparentar normalidad. Para el estaba claro que los invasores eramos nosotros, ya sabian que eramos mortales como ellos y se daba cuenta mejor que nadie que cada dia que pasaba ibamos tomando pequeñas parcelas de poder. Se habia enterado, con sus espias, que habiamos descubierto el tesoro de su abuelo y que no lo habiamos tocado, señal que considerabamos que era nuestro y que no teniamos intencion de marcharnos.

Consideraba que su tio no estaba actuando con valentia y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para cambiar la situación, incluso habian llegado a plantearse, después de liberar a Moctezuma, sustituirlo por él mismo o por el señor de Matalcingo que tambien poseia derechos para ser el nuevo emperador de los mexicas. En cualquier caso si no saliamos en pocos dias de Tenochtitlan estaban dispuestos con o sin el consentimiento de Moctezuma en presentarnos batalla.

Todas estas reflexiones y las diferentes reuniones que se estaban produciendo entre los principes mexicas llegaron a los oidos de Moctezuma quien confirmo los rumores y monto en colera, mandó llamar a Cortes y lo puso en antecedentes de la situación.

Lo primero que se le ocurrió a Cortes fue pedirle a Moctezuma gente para ir junto con los españoles a luchar contra Cacama y sus aliados, destruir Tezcoco y prender a todos los rebeldes.

A Moctezuma no le gusto nada la idea por lo que Cortes envio mensajeros para decirle a Cacama que lo queria como amigo y no como enemigo a lo que Cacama le contesto que no se fiaba de sus palabaras que con engaños y mentiras habia hecho preso a su tio y que lo que tenian que hacer los españoles es liberar a Moctezuma e irse por el mismo lugar que habian venido.

Ante la gravedad de la situación, Cortes pidio de nuevo ayuda a Moctezuma para que mandara prenderlo y traerlo a su presencia, esta idea le agrado mas, siempre que le respetaramos su vida, pero antes le mando unos mensajeros para que viniera voluntariamente a su presencia para hablar con los españoles de paz y no de guerra.

Cacama se enfurecio aun mas y mando decir a Moctezuma que su corazon se habia ablandado y que habia perdido todo su valor por lo que él junto con sus aliados iba a resolver la situación y a matar a todos los españoles. Despues de esta respuesta Moctezuma entrego el sello de Huichilobos a seis de sus capitanes y mando que contactaran con nobles y parientes de Cacama que no tenian una buena relacion para que lo detuvieran y lo trajeran a su presencia.

Dos dias después aparecio una gran piragua con sus toldos en la que Cacama lo traian preso respetandole su dignidad de gran principe. Al desembarcar subio a las parihuelas correspondientes hasta estar en la presencia de Moctezuma. No conseguimos saber con detalle la conversación que tuvieron tio y sobrino pero todos pudimos observar que Moctezuma enfurecido envio Cacama a Cortes para que lo encarcelase. Para no crear un vacio de poder, Moctezuma nombro a un hermano de Cacama como nuevo señor de Tezcoco.

En dias posteriores, pensando en como se habia resuelto esta crisis, comentabamos entre los capitanes lo cerca que habiamos estado de que se iniciase el conflicto que iba a tener, probablemente, consecuencias funestas para nosotros. Todos coincidimos que aunque costase reconocerlo, de momento, le debiamos a Moctezuma el seguir vivos.

Alvarado fue una de las pocas voces que no compartia esta reflexion, porque pensaba de que a pesar de que reconocia que eramos pocos seguia creyendo que con el apoyo de Nuestro Señor Jesucristo, de la Virgen Maria y de nuestras armas y caballos, muy superiores a las de ellos, los podriamos vencer.

Cortes, como muestra de afecto a Moctezuma, le dijo que ya le habia demostrado suficientemente su amistad y que a pesar de que sus capitanes no estaban de acuerdo él lo liberaba y que podia volver a su palacio cuando quisiera.

Moctezuma, que no se esperaba esta reaccion de Cortes, estuvo reflexionando y llego a la conclusión que si volvia a su palacio no podria contener a sus principes y tendria que entrar en guerra con los españoles o le quitarian el poder y lo sustituirían por otro principe que quisiera expulsar a los invasores, por lo que su respuesta fue la de permanecer como estaba para ver como se iban desarrollando los acontecimientos.

Los mexicas acuerdan dar tributo y vasallaje al emperador Carlos

En los ocho dias siguientes a la prision de Cacama tambien fueron presos por orden de Moctezuma los señores de Coyoacan, Iztapalapa y Tacoba, aliados de Cacama y tambien sobrinos de Moctezuma.

Despues de todos estos acontecimientos y siguiendo su estrategia de ir tomando parcelas de poder, Cortes pensó que era el momento de solicitar a todos los señores vasallos de Moctezuma la obediencia y el tributo para el emperador Carlos.

Ante este planteamiento Moctezuma vio que no tenia muchas alternativas y convoco a todos los señores de sus reinos vasallos. Tan solo uno de ellos, el que se candidataba para sustituir a Moctezuma, junto con Cacama, se nego a venir y cuando lo fueron a buscar se escondio en algun lugar de su territorio.

Cuando los tuvo reunidos, sin estar ninguno de nosotros presentes, les dijo:

Todos sabeis que en nuestros libros de memorias esta escrito que de donde sale el sol habran de venir unas gentes, descendientes de nuestros antepasados, para señorear estas tierras, y acabaran con el señorio y el reino de los mexicas. Tengo entendido, porque nuestros dioses me lo han dicho, que son los castellanos.

Nuestros sacerdotes continuan preguntando a Uichilobos y haciendo los sacrificios como siempre, pero no nos quiere contestar, dando a entender que lo que ya nos dijo otras veces es lo cierto.

Os ruego y mando que mientras no tengamos otra indicacion de Uichilobos deis alguna señal de vasallaje a los españoles. Yo continuare estando atento para hacer lo que mas nos interesare en cada momento.

Todos aceptaron las ordenes de Moctezuma y confirmaron que harian lo que les estaba pidiendo.

Al dia siguiente se repitio la reunion, pero esta vez con presencia nuestra , de Cortes, de su secretario Pero Hernandez y de muchos soldados, dando todos los principes la obediencia a Su Majestad Carlos que les habiamos pedido.

El siguiente paso que dio Cortes fue querer averiguar donde estaban las fuentes del oro que en definitiva era quizas el tema mas importante que nos habia traido aquí. Ni que decir tiene que Cortes cada vez se sentia mas tranquilo y esta aparente calma hacia que nos olvidasemos una y otra vez de cual era nuestra verdadera situación.

Preguntó a Moctezuma y él sin ningun problema contesto que se lo traian de tres lugares, uno de ellos en la costa del mar por donde se pone el Sol, hacia el Sur, de un lugar llamado Zacatula que esta a 10 o 12 dias de Tenochtitlan, otro de un lugar cerca de donde desembarcamos llamado Tustepeque y un tercer sitio, que realmente son dos, situados proximos y cerca del anterior (Zapotecas y Chinantecas), pero que estan en territorio enemigo de los mexicas llamado Zapotecas.

Moctezuma sabia de nuestro gran interes por el oro pero ellos no le daban la importancia que nosotros le damos y procuraba complacernos dandonos continuamente regalos de ese metal o como en este caso informandonos de donde venia.

Cortes aprovecho la información y envio dos expediciones para comprobar lo que le habia contado Moctezuma, una al Suroeste capitaneada por un piloto llamado Gonzalo de Umbria con dos soldados mineros y otra al Noreste con un tal Pizarro de responsable y otros cuatro mineros.

Despues Cortes se centro en conocer como era el imperio mexica y sus limites, sobre todo los que lindaban con el mar que nos habia traido a estas tierras. De las dos expediciones anteriores ya teniamos alguna información pero, una vez mas, Moctezuma nos presto su valiosa colaboración. Nos entrego un paño de henequen pintado donde estaban 140 leguas del litoral que conociamos en parte y donde pudimos confirmar lo que Grijalva y xxxxxxxxxx habian informado. Aquí tambien Cortes quiso enviar un grupo capitaneado por Diego de Ordaz para estudiar un nuevo rio, el de Guazaqualco, que no conociamos pero que decian que era ancho y profundo. El grupo fue formado con dos soldados y unos cuantos nobles mexicas.

La primera expedición en regresar fue la de Gonzalo de Umbria, habian visto como obtenian el oro del rio y les habian dado unas joyas con piedras y oro para el emperador Carlos. Venian contentos del trato recibido y de lo que habian visto.

Los siguientes en regresar fueron el grupo de Diego de Ordaz. Antes de salir Moctezuma les advirtió que la desembocadura del rio quedaba fuera de sus dominios y que la gente que habitaba esas tierras eran sus enemigos. Cuando Ordaz llego a las ultimas guarniciones de los mexicas ya habian recibido multiples quejas de los vasallos de Moctezuma de los alrededores que se quejaban de los continuos robos y violaciones a que estaban sometidos por los soldados mexicas. Ordaz reunio a los capitanes mexicas y con una autoridad que no tenia les aviso de que o cambiaban su actitud o Moctezuma les castigaria como se habia hecho con Cualpopoca, noticia que habia corrido rapidamente por todo el Imperio.

Cuando llegaron al rio Guazaqualco fueron recibidos por los enemigos de los mexicas encabezados por su cacique Tochel con una actitud totalmente amigable. Conocian de nuestra existencia y les habian llegado noticias de todas nuestras aventuras, querian ser nuestros amigos, actitud que nos parecio inteligente. Por lo contrario manifestaban un odio mortal contra Moctezuma y estaban dispuestos a ayudarnos en lo que fuera necesario. Sondaron el rio desde la desembocadura hasta unas leguas adentro. Comprobaron que podian entrar grandes barcos e incluso que un poblado habitado por indios podia hacer de puerto para carracas.

Todo esto eran buenas noticias para Cortes que poco a poco iba tomando cuenta de la situación. La tercera expedición mandada por Pizarro, que era la mas numerosa, fue la unica que su regreso no fue como las anteriores.

Aparecio Pizarro con solo uno de los soldados, porque con los otros tres decidio que se quedaran en las tierras proximas a las fuentes del oro para que hicieran una plantación de cacao, maiz, algodón y cria de aves.

El viaje habia cumplido sus objetivos, habian encontrado donde se encontraba el oro, habian sido recibidos muy bien por los enemigos de los mexicas, que habian prohibido el paso a los nobles de Moctezuma e incluso junto con Pizarro habian vuelto dos caciques a prestar vasallaje al emperador Carlos, ademas de traer unos regalos de oro de mucho valor, pero para Cortes se habia cometido un acto de desobediencia que no lo podia permitir. Nuestro capitan reprendio a Pizarro en privado y mando el regreso inmediato de los soldados que alli se habian quedado.

Reparto del botin, problemas internos.

Problemas en España entre los enviados de Cortes y de Velazquez

Velazquez envia una flota mandada por Narvaez para apresar a Cortes

La armada de Velazquez com Narvaez al frente. Lucha y Victoria de Cortes B+R+G

Noticias de Narvaez

Y tras estos dichos indios vino otro natural de la isla Fernandina, el cual me trajo una carta de un español que yo tenía puesto en la costa para que si navíos viniesen les diese razón de mí y de aquella villa que allí estaba cerca de aquel puerto, porque no se perdiesen. En la cual dicha carta se contenía que en tal día había asomado un navío frontero del dicho puerto de Sant Juan solo, y que había mirado por toda la costa de la mar cuanto su vista podía comprehender y que no había visto otro, y que creía que era la nao que yo había inviado a Vuestra Sacra Majestad porque ya era tiempo que viniese, y que para más certificarse él quedaba esperando que la dicha nao llegase al puerto para se informar della, y que luego vernía a me traer la relación.

Vista esta carta, despaché dos españoles, uno por un camino y otro por otro porque no errasen algúnd mensajero si de la nao viniese, a los cuales dije que llegasen hasta el dicho puerto y supiesen cuántos navíos eran llegados y de dónde eran y lo que traían, y se volviesen a la más priesa que fuese posible a me lo hacer saber. Y ansimismo despaché otro a la villa de la Vera Cruz a les decir lo que de aquellos navíos había sabido para que de allá ansimesmo se informasen y me lo hiciesen saber, y otro al capitán que con los ciento y cincuenta hombres inviaba a hacer el pueblo de la provincia y pueblo de Quacucalco, al cual escrebí que doquiera que el dicho mensajero le alcanzase se estuviese y no pasase adelante hasta que yo segunda vez le escribiese, porque tenía nueva que eran llegados al puerto ciertos navíos.

El cual, según después paresció, ya cuando llegó mi carta sabía de la venida de los dichos navíos. E inviados estos dichos mensajeros, se pasaron quince días que ninguna cosa supe ni hobe respuesta de ninguno dellos, de que no estaba poco espantado. Y pasados estos quince días vinieron otros indios, asimesmo vasallos del dicho Muteeçuma, de los cuales supe que los dichos navíos estaban ya surtos en el dicho puerto de Sant Juan y la gente desembarcada, y traían por copia que había ochenta caballos y ochocientos hombres y diez o doce tiros de fuego, lo cual todo traían figurado en un papel de la tierra para lo mostrar al dicho Muteeçuma y dijéronme cómo el español que yo tenía puesto en la costa y los otros mensajeros que yo había inviado estaban con la dicha gente, y que les habían dicho a estos indios que el capitán de aquella gente no los dejaban venir y que me lo dijesen.

Y sabido esto, acordé de inviar un religioso que yo traje en mi compañía con una carta mía y otra de alcaldes y regidores de la villa de la Vera Cruz que estaban conmigo en la dicha cibdad, las cuales iban derigidas al capitán y gente que a aquel puerto había llegado haciéndole saber muy por estenso lo que en esta tierra me había suscedido y cómo tenía muchas cibdades y villas y fortalezs ganadas y conquistadas y pacíficas y subjetas al real servicio de Vuestra Majestad y preso al señor prencipal de todas estas partes, y cómo estaba en aquella gran cibdad e la calidad della y el oro y joyas que para Vuestra Alteza tenía y cómo había inviado relación desta tierra a Vuestra Majestad; y que les pedía por merced me ficiesen saber quién eran, y si eran vasallos naturales de los reinos y señoríos de Vuestra Alteza me escribiesen si venían a esta tierra por su real mandado o a poblar y estar en ella o si pasaban adelante o habían de volver atrás o si traían alguna nescesidad, que yo les haría proveer de todo lo que a mí posible fuese; y que si eran de fuera de los reinos de Vuestra Alteza ansimesmo me hiciese saber si traían alguna nescesidad porque también lo remediaría, pudiendo; donde no, les requería de parte de Vuestra Majestad que luego se fuesen de sus tierras y no saltasen en ellas, con aprecibimiento que si ansí no lo hiciesen iría contra ellos con todo el poder que yo tuviese ansí de españoles como de naturales de la tierra, y los prendería o mataría como a estranjeros que se querían entremeter en los reinos y señoríos de mi rey y señor.

Y partido el dicho religioso con el dicho despacho, dende en cinco días llegaron a la cibdad de Temixtitán veinte españoles de los que en la villa de la Vera Cruz tenía, los cuales me traían un clérigo y otros dos legos que habían tomado en la dicha villa. De los cuales supe cómo el armada y gente que en el dicho puerto estaba era de Diego Velázquez, que venía por su mandado y que venía por capitán della un Pánfilo de Narváez vecino de la isla Fernandina, y que traían ochenta de caballo y muchos tiros de pólvora y ochocientos peones, entre los cuales dijeron que había ochenta escopeteros y ciento y veinte ballesteros; y que venía y se nombraba por capitán general y teniente de gobernador de todas estas partes por el dicho Diego Velázquez y que para ello traía provisiones de Vuestra Majestad, y que los mensajeros que yo había inviado y el hombre que en la costa tenía estaban con el dicho Pánfilo de Narváez y no los dejaban venir.

El cual se había informado dellos de cómo yo tenía poblado allí aquella villa doce leguas del dicho puerto y de la gente que en ella estaba y ansimismo de la gente que yo inviaba a Quacucalco, y cómo estaban en una provincia treinta leguas del dicho puerto que se dice Tuchitebeque y de todas las cosas que yo en la tierra había fecho en servicio de Vuestra Alteza y las cibdades y villas que yo tenía conquistadas y pacíficas y de aquella gran cibdad de Temixtitán y del oro y joyas que en la tierra se había habido, y se había informado dellos de todas las otras cosas que me habían suscedido; y que a ellos les habia inviado el dicho Narváez a la dicha villa de la Vera Cruz a que si pudiesen, hablasen de su parte a los que en ella estaban y los atrajesen a su propósito y se levantasen contra mí.

Y con ellos me trajeron más de cient cartas que el dicho Narváez y los que con él estaban inviaban a los de la dicha villa, diciendo que diesen crédito a lo que aquel clérigo y los otros que iban con él de su parte les dijesen y prometiéndoles que si ansí lo ficiesen, que por parte del dicho Diego Velázquez y dél en su nombre les serían fechas muchas mercedes, y los que lo contrarío ficiesen habían de ser muy mal tratados, y otras muchas cosas que en las dichas cartas se contenían y el dicho clérigo y los que con él venian dijeron. Y casi junto con éstos vino un español de los que iban a Quacucalco con cartas del capitán que era un Juan Velázquez de León, el cual me hacia saber cómo la gente que había llegado al puerto era Pánfilo de Narváez, que venía en nombre de Diego Velázquez, con la gente que traían. Y me invió una carta que el dicho Narváez le había inviado con un indio como a pariente del dicho Diego Velázquez y cuñado del dicho Narváez, en que por ella le decía cómo de aquellos mensajeros míos había sabido que estaba allí con aquella gente, que luego se fuese con ella a él porque en ello haría lo que complía y lo que era obligado a sus deudos, y que bien creía que yo le tenía por fuerza y otras cosas que el dicho Narváez le escribía.

El cual dicho capitán, como más obligado al servicio de Vuestra Majestad, no sólo dejó de aceptar lo que el dicho Narváez por su letra le decía, mas aun luego se partió después de me haber inviado la carta para se venir a juntar con toda la gente que tenía conmigo. Y después de me haber informado de aquel clérigo y de los otros dos que con él venían de muchas cosas y de la intención de los del dicho Diego Velázquez y Narváez y de cómo se habían movido con aquella armada y gente contra mí porque yo había inviado la relación y cosas desta tierra a Vuestra Majestad y no al dicho Diego Velázquez, y cómo venían con dañada voluntad para me matar a mí y a muchos de mi compañía que ya desde allá traían señalados.

Y supe ansimesmo cómo el licenciado Figueroa, juez de residencia en la isla Española, y los jueces y oficiales de Vuestra Alteza que en ella residen, sabido por ellos cómo el dicho Diego Velázquez facía la dicha armada y la voluntad con que la hacía, constándoles el daño y deservicio que de su venida a Vuestra Majestad podía redundar, inviaron al licenciado Lucas Vázquez de Aylón, uno de los dichos jueces, con su poder a requerir y mandar al dicho Diego Velázquez no inviase la dicha armada. El cual vino y halló al dicho Diego Velázquez con toda la gente armada en la punta de la dicha isla Fernandina ya que quería pasar, y que allí le requeríó a él y a todos los que en la dicha armada venían que no viniesen porque dello Vuestra Alteza era muy deservido, y sobre ello les impuso muchas penas, las cuales no ostante ni todo lo por el dicho licenciado requerido ni mandado, todavía había inviado la dicha armada; y que el dicho licenciado Aylón estaba en el dicho puerto, que había venido juntamente con ella pensando de evitar el daño que de la venida de la dicha armada se siguía, porque a él y a todos era notorío el mal propósito y voluntad con que la dicha armada venía.

Envié al dicho clérigo con una carta mía para el dicho Narváez por la cual le decía cómo yo había sabido del dicho clérigo y de los que con él habían venido cómo él era el capitán de la gente que aquella armada traía, y que holgaba que fuese él, porque tenía otro pensamiento veyendo que los mensajeros que yo había inviado no venían; pero que pues él sabía que yo estaba en esta tierra en servicio de Vuestra Alteza, me maravillaba no me escribiese o enviase mensajero faciéndome saber de su venida, pues sabía que yo había de holgar con ella así por él ser mi amigo mucho tiempo había como porque creía que él venía a servir a Vuestra Alteza, que era lo que yo más deseaba; e inviar como había inviado sobornadores y carta de inducimiento a las personas que yo tenía en mi compañía en servicio de Vuestra Majestad para que se levantasen contra mí y se pasasen a él, como si fuéramos los unos infieles y los otros cristianos o los unos vasallos de Vuestra Alteza y los otros sus deservidores; y que le pedía por merced que de allí adelante no tuviese aquellas formas, antes me ficiese saber la causa de su venida; y que me habían dicho que se intitulaba capitán general y teniente de gobernador por Diego Velázquez y que por tal se había fecho pregonar en la tierra, y que había hecho alcaldes y regidores y ejecutado justicia, lo cual era en mucho deservicio de Vuestra Alteza y contra todas sus leyes, porque siendo esta tierra de Vuestra Majestad y estando poblada de sus vasallos y habiendo en ella justicia y cabildo, que no se debía intitular de los dichos oficios ni usar dellos sin ser primero a ellos recibido puesto que para los ejercer trujese provisiones de Vuestra Majestad; las cuales, si traía, le pedía por merced y le requería las presentase ante mí y ante el cabildo de la Vera Cruz, y que dél y de mí serían obedescidos como cartas y provisiones de nuestro rey y señor natural, y complidas en cuanto al real servicio de Vuestra Majestad conviniese, porque yo estaba en aquella cibdad y en ella tenía preso a aquel señor y tenía mucha suma de oro y joyas así de lo de Vuestra Alteza como de los de mi compañía y mío, lo cual yo no osaba dejar con temor que salido yo de la dicha cibdad, la gente se rebellase y perdiese tanta cantidad de oro y joyas y tal cibdad, mayormente que perdida aquélla, era perdida toda la tierra.

Y ansimismo di al dicho clérígo una carta para el dicho licenciado Aylón, el cual, según después yo supe, al tiempo que el dicho clérigo llegó había prendido el dicho Narváez e inviado preso con dos navíos. El día que el dicho clérigo se partió me llegó un mensajero de los que estaban en la villa de la Vera Cruz por el cual me hacían saber que toda la gente de los naturales de la tierra estaban levantados y hechos con el dicho Narváez, en especial los de la cibdad de Cempoal y su partido; y que ninguno dellos quería venir a servir a la dicha villa así en la fortaleza como en las otras cosas en que solían servir porque decían que Narváez les había dicho que yo era malo y que me venía a prender a mí y a todos los de mi compañía y llevarnos presos y dejar la tierra, y que la gente que el dicho Narváez traía era mucha y la que yo traía poca, y que él traía muchos caballos y muchos tiros e que yo tenía pocos, y que querían ser a viva quien vence; y que también me hacían saber que eran informados de los dichos indios que el dicho Narváez se venia a aposentar a la dicha cibdad de Cempoal y que ya sabía cuán cerca estaba de aquella villa, y que creían, segúnd eran informados, del mal propósito que el dicho Narváez contra todos traía, que desde allí vernía sobre ellos y teniendo de su parte los indios de la dicha cibdad, y por tanto me hacían saber que ellos dejaban la villa sola por no pelear con ellos, y por evitar escándalo se sobían a la sierra a casa de un señor vasallo de Vuestra Alteza y amigo nuestro, y que allí pensaban estar hasta que yo les inviase a mandar lo que hiciesen.

Y como yo vi el grand daño que se comenzaba a revolver y cómo la tierra se levantaba a causa del dicho Narváez, parescióme que con ir yo donde él estaba se apaciguaría mucho porque viéndome los indios presente no se osarían levantar, y también porque pensaba dar orden con el dicho Narváez cómo tan gran mal como se comenzaba cesase. Y así me partí aquel mesmo día dejando la fortaleza muy bien bastecida de maíz y de agua y quinientos hombres dentro en ella y algunos tiros de pólvora. Y con la otra gente que allí tenía, que serían hasta setenta hombres, seguí mi camino con algunas personas prencipales de los del dicho Muteeçuma, al cual yo antes que me partiese hice muchos razonamientos diciéndole que mirase que él era vasallo de Vuestra Alteza y que agora había de recebir mercedes de Vuestra Majestad por los servicios que le había hecho; y que aquellos españoles le dejaba encomendados con todo aquel oro y joyas que él me había dado y mandó dar para Vuestra Alteza, porque yo iba a aquella gente que allí había venido a saber qué gente era, porque hasta entonces no lo había sabido y creía que que debía de ser alguna mala gente y no vasallos de Vuestra Alteza.

Y él me prometió de los hacer proveer todo lo nescesario y guardar mucho todo lo que allí dejaba puesto para Vuestra Majestad, y que aquellos suyos que iban conmigo me llevarían por camino que no saliese de su tierra y me harían proveer en él de todo lo que hubiese menester; y que me rogaba si aquella fuese gente mala que se lo hiciese saber, porque luego proveería de mucha gente de guerra para que fuese a pelear con ellos y echarlos fuera de la tierra. Lo cual todo yo le agradescí y certifiqué que por ello Vuestra Alteza le mandaría facer muchas mercedes, y le di muchas joyas y ropas a él y a un hijo suyo y a muchos señores que estaban con él a la sazón.

Cortes va al encuentro de Narvaez

Y en una cibdad que se dice Churultecal topé a Juan Velázquez, capitán que, como he dicho, inviaba a Quacucalco, que con toda la gente se venía. Y sacados algunos que venían mal dispuestos, que invié a la cibdad con él y con los demás, seguí mi camino. Y quince leguas adelante desta cibdad de Churultecal topé a aquel padre religioso de mi compañía que yo había inviado al puerto a saber qué gente era la del armada que allí había venido, el cual me trajo una carta del dicho Narváez en que me decía que él traía ciertas provisiones para tener esta tierra por Diego Velázquez, que luego fuese donde él estaba a las obedescer y cumplir, y que él tenía hecha una villa y alcaldes y regidores. Y del dicho religioso supe cómo habían prendido al dicho licenciado Aylón y a su escríbano y alguacil y los habían inviado en dos navíos; y cómo allá le habían acometido con partidos para que él atrajese algunos de los de mi compañía y se pasasen al dicho Narváez, y cómo habían hecho alarde delante dél y de ciertos indios que con él iban de toda la gente ansí de pie como de caballo y soltar el artillería que estaba en los navíos y la que tenían en tierra a fin de atemorizarlos, porque le dijeron al dícho religíoso: «mírad cómo os podéis defender de nosotros si no hacéis lo que quisiéremos».

Y también me dijo cómo había hallado con el dicho Narváez un señor natural desta tierra vasallo del dicho Muteeçuma y que le tenía por gobernador suyo en toda su tierra, de los puertos hasta la costa de la mar, y que supo que el dicho Narváez le había fablado de parte del dicho Muteeçuma y dádole ciertas joyas de oro, y el dicho Narváez le había dado también a él ciertas cosillas; y que supo que había despachado de allí ciertos mensajerosq para el dicho Muteeçuma y enviado a le decir que él le soltaría; y que venía a prenderme a mí y a los de mi compañía e irse luego y dejar la tierra, y que él no quería oro, sino, preso yo y los que conmigo estaban, volverse y dejar la tierra y sus naturales della en su libertad; finalmente, que supe que su intención era de se aposisionar en la tierra por su abtorídad, sin pedir que fuese rescebido de ninguna persona; y no queriendo yo ni los de mi compañía tenerle por capitán y justicia en nombre del dicho Diego Velázquez, venía contra nosotros a tomarnos por guerra, y que para ello estaba confederado con los naturales de la tierra, en especial con el dicho Muteeçuma por sus mensajeros, y como yo viese tan magnifiesto el daño y deservicio que a Vuestra Majestad de lo susodicho se podía seguir, puesto que me dijeron el grand poder que traía y aunque traía mandado de Diego Velázquez que a mí y a ciertos de los de mi compañía que venían señalados que luego que nos pudiese haber nos ahorcase, no dejé de me acercar más a él, creyendo por bien hacerle conoscer el gran deservicio que a Vuestra Alteza hacía y poderle apartar del mal propósito y dañada voluntad que traía.

Y así siguí mi camino, y quince leguas antes de llegar a la ciudad de Cempoal, donde el dicho Narváez estaba aposentado, llegaron a mí el clérigo dellos que los de la Vera Cruz habían inviado y con quien yo al dicho Narváez y al licenciado Aylón había escripto y otro clérigo y un Andrés de Duero, vecino de la isla Fernandina, que ansimismo vino con el dicho Narváez. Los cuales en respuesta de mi carta me dijeron de parte del dicho Narváez que yo todavía le fuese a obedescer y tener por capitán y le entregase la tierra, porque de otra manera me sería hecho mucho daño porque el dicho Narváez traía grand poder y yo tenía poco, y demás de la mucha gente de españoles que traía, que los más de los naturales eran en su favor; y que si yo le quisiese dar la tierra, que me daría de los navíos y mantenimientos que él traía los que yo quisiese y me dejaría ir en ellos a mí y a los que conmigo quisiesen ir con todo lo que quisiésemos llevar sin nos poner impedimento en cosa alguna.

Y el uno de los clérígos me dijo que así venía capitulado del dicho Diego Velázquez que hiciesen conmigo el dicho partido y para ello había dado su poder al dicho Narváez y a los dichos dos clérígos juntamente, y que acerca desto me harían todo el partido que yo quisiese. Yo les respondí que no venía provisión de Vuestra Alteza por donde le debiese entregar la tierra, y que si alguna traía, que la presentase ante mí y ante el cabildo de la villa de la Vera Cruz segúnd orden y costumbre de España, y que yo estaba presto de la obedescer y cumplir; y que hasta tanto por ningúnd interese ni partido haría lo que él decía, antes yo y los que conmigo estaban moreríamos en defensa de la tierra, pues la habíamos ganado y tenido por Vuestra Majestad pacífica y segura y por no ser traidores y desleales a nuestro rey. Otros muchos partidos me movieron por me atraer a su propósito y ninguno quise aceptar sin ver provisión de Vuestra Alteza por donde lo debiese hacer, la cual nunca me quiso mostrar. Y en conclusión, estos clérígos y el dicho Andrés de Duero y yo quedamos concertados que el dicho Narváez con diez personas y yo con otras tantas nos viésemos con seguridad de ambas las partes y que allí me notificase las provisiones si algunas traía, y que yo respondiese.

Y yo de mi parte envié el seguro firmado y él ansimesmo me invió otro firmado de su nombre, el cual, segúnd me paresció, no tenía pensamiento de guardar, antes concertó que en la vista se tuviese forma cómo de presto me matasen, y para ello se señalaron dos de los diez que con él habían de venir y que los demás peleasen con los que conmigo habían de ir. Porque decían que muerto yo era su fecho acabado, como de verdad lo fuera si Dios, que en semejantes casos remedia, no remediara con cierto aviso que de los mismos que eran en la traición me vino juntamente con el seguro que me inviaban. Lo cual sabido, escribí una carta al dicho Narváez y otra a los terceros diciéndoles cómo yo había sabido su mala intención y que no quería ir de aquella manera que ellos tenían concertado, y luego les invié ciertos requirimientos y mandamientos por el cual requiría al dicho Narváez que si algunas provisiones de Vuestra Alteza tenía, me las notificase, y que fasta tanto no se nombrase capitán ni justicia ni se entremetiese en cosa alguna de los dichos oficios so cierta pena que para ello le impuse.

Y ansimesmo mandaba y mandé por el dicho mandamiento a todas las personas que con el dicho Narváez estaban que no tuviesen ni obedescieen al dicho Narváez por tal capitán ni justicia, antes dentro de cierto término que en dicho mandamiento señalé paresciesen ante mí para que yo les dijese lo que debían facer en servicio de Vuestra Alteza, con protestación que lo contrario haciendo, procedería contra ellos como contra traidores y aleves y malos vasallos que se rebellaban contra su rey y quieren usurpar sus tierras y señoríos y darlas y aposesionar dellas a quien no pertenescían ni dellas ha abción ni derecho competente; y que para la ejecución desto, no paresciendo ante mí ni haciendo lo contenido en el dicho mi mandamiento, iría contra ellos a los prender y castigar conforme a justicia. Y la respuesta que desto hobe del dicho Narváez fue prender al escribano y a la persona que con mi poder les fueron a notificar el dicho mandamiento y tomarles ciertos indios que llevaban, los cuales estuvieron detenidos hasta que llegó otro mensajero que yo invié a saber dellos, ante los cuales tornaron a hacer alarde de toda la gente y a amenazar a ellos y a mí si la tierra no les entregásemos.

Y visto que por ninguna vía yo podía escusar tan grand daño y mal y que la gente naturales de la tierra se alborotaban y levantaban a más andar, encomendándome a Dios y pospuesto todo el temor del daño que se me podía seguir, considerando que morir en servicio de mi rey y por defender y amparar sus tierras y no las dejar usurpar a mí y a los de mi compañía se nos seguía farta gloria, di mi mandamiento a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, para prender al dicho Narváez y a los que se llamaban alcaldes y regidores, al cual di ochenta hombres y les mandé que fuesen con él a los prender, y yo con otros ciento y setenta, que por todos éramos ducientos y cincuenta hombres, sin tiro de pólvora ni caballo sino a pie siguí al dicho alguacil mayor para le ayudar si el dicho Narváez y los otros quisiesen resistir su prisión.

Y el día que el dicho alguacil mayor y la gente y yo llegamos a la cibdad de Cempoal, donde el dicho Narváez y gente estaba aposentada, supo denuestra ida y salió al campo con ochenta de caballo y cuatrocientos peones sin los demás que dejó en su aposento, que era la mesquita mayor de aquella cibdad asaz fuerte, y llegó casi una legua de donde yo estaba. Y como lo que de mi ida sabía era por lengua de los indios y no me halló creyó que le burlaban, y volvióse a su aposento, teniendo aprecebida toda su gente, y puso dos espías casi una legua de la dicha cibdad. Y como yo deseaba evitar todo escándalo parescióme que sería el menos yo ir de noche sin ser sentido, si fuese posible, e ir derecho al aposento del dicho Narváez, que yo y todos los de mi compañía sabíamos muy bien, y prenderlo, porque preso él, creí que no hobiera escándalo, porque los demás querían obedescer a la justicia, en especial que los demás dellos venían por fuerza que el dicho Diego Velázquez les hizo y por temor que no les quitase los indios que en la isla Fernandina tenían.

Lucha con Narvaez

Y así fue que el día de Pascua de Espírítu Santo poco más de media noche yo di en el dicho aposento. Y antes topé las dichas espías que el dicho Narváez tenía puestas, y las que yo delante llevaba prendieron a la una dellas y la otra se escapó, de quien me informé de la manera que estaban. Y porque la espía que se había escapado no llegase antes que yo y diese mandado de mi venida me di la mayor príesa que pude, aunque no pude tanta que la dicha espía no llegase primero casi media hora, y cuando llegué al dicho Narváez ya todos los de su compañía estaban armados y ensillados sus caballos y muy a punto, y velaban cada cuarto ducientos hombres. Y llegamos tan sin ruido que cuando fuimos sentidos y ellos tocaron alarma entraba yo por el patio de su aposento, en el cual estaba toda la gente aposentada y junta. Y tenían tomadas tres o cuatro torres que en él había y todos los demás aposentos fuertes. Y en la una de las dichas torres donde el dicho Narváez estaba aposentado tenía a la entrada della hasta diez y nueve tiros de fuslera, y dimos tanta priesa a subir la dicha torre que no tuvieron lugar de poner fuego más de a un tiro, el cual quiso Dios que no salió ni fizo daño ninguno.

Y así se subió la torre fasta donde el dicho Narváez tenía su cámara, donde él y hasta cincuenta hombres que con él estaban pelearon con el dicho alguacil mayor y con los que con él subieron. Puesto que muchas veces le requirió que se diese a presión por Vuestra Alteza, nunca quisieron fasta que se les puso fuego y con él se dieron. Y en tanto que el dicho alguacil mayor prendía al dicho Narváez, yo con los que conmigo quedaron defendía la subida de la torre a la demás gente que en su socorro venía y fice tomar toda la artillería y me fortalecí con ella, por manera que sin muertes de hombres más de dos que un tiro mató, en una hora eran presos todos los que se habían de prender. Y tomadas las armas a todos los demás y ellos prometido ser obidientes a la justicia de Vuestra Majestad, diciendo que fasta allí habían sido engañados porque les habían dicho que traían provisiones de Vuestra Alteza y que yo estaba alzado con la tierra y que era traidor a Vuestra Majestad y les habían hecho entender otras muchas cosas, y como todos conoscieron la verdad y la mala intención y dañada voluntad del dicho Diego Velázquez y del dicho Narváez y cómo se habían movido con mal propósito, todos fueron muy alegres porque así Dios lo había fecho y proveído.

Porque certifico a Vuestra Majestad que si Dios mistiriosamente esto no proveyera y la vitoria fuera del dicho Narváez fuera el mayor daño que de mucho tiempo acá en españoles tantos por tantos se ha hecho, porque él ejecutara el propósito que traía y lo que por Diego Velázquez le era mandado, que era ahorcarme a mí y a muchos de los de mi compañía porque no hobiese quien del fecho diese razón. Y segúnd de los indios yo me informé, tenían acordado que si a mí el dicho Narváez prendiese, como él les había dicho, que no podría ser tan sin daño suyo y de su gente que muchos dellos y de los de mi compañía no muriesen, y que entre tanto ellos matarían a los que yo en la cibdad dejaba, como lo acometieron, y después se juntarían y darían sobre los que acá quedasen en manera que ellos y su tierra quedasen libres y de los españoles no quedase memoria.

Y puede Vuestra Alteza ser muy cierto que si ansí lo ficieran y salieran con su propósito, de hoy en veinte años no se tornara a ganar y a pacificar la tierra que estaba ganada y pacífica. Dos días después de preso el dicho Narváez, porque en aquella cíbdad no se podía sostener tanta gente junta – mayormente que ya estaba casi destruida, porque los que con el dicho Narváez estaban en ella la habían robado y los vecinos della estaban absentes y sus casas solas – despaché dos capitanes con cada ducientos hombres, el uno para que fuese a hacer el pueblo en el puerto de Qucicacalco que, como a Vuestra Alteza he dicho, de antes inviaba a hacer, y el otro a aquel río que los navíos de Francisco de Garay dijeron que habían visto, porque ya lo tenía seguro.

Noticia de la llegada de Narvaez

Ocho días después que fueron a cortar madera, llegaron a la costa de Chalchicoeca

quince navíos. Las personas que por allí estaban en gobernación y

atalaya avisaron a Moteczuma de ello con mensajeros, que en cuatro días

caminaron ochenta leguas. Temió Moteczuma, de que lo supo, y llamó a

Cortés, que no temía menos, recelándose siempre de algún furor del pueblo

y antojo del rey. Cuando le dijeron a Cortés que Moteczuma salía al patio,

creyó, si daba en los españoles, que todos eran perdidos, y díjoles: “Señores y amigos, Moteczuma me llama; no es buena señal, habiendo pasado lo del

otro día; yo voy a ver qué quiere; estad alerta, y la barba en la cebadera, por si

algo intentaren estos indios; encomendaos mucho a Dios, acordaos quién

sois, y quién son estos infieles hombres, aborrecidos de Dios, amigos de

diablo, con pocas armas y no buen uso de guerra; si hubiéramos de pelear,

las manos de cada uno de nosotros han de mostrar con obra y por la propia

espada el valor de su ánimo; y así, aunque muramos quedaremos vencedores,

pues habremos cumplido con el oficio que traemos, y con lo que debemos

al servicio de Dios como cristianos, y al de nuestro rey como españoles,

y en honra de nuestra España y defensa de nuestras vidas”.

Respondiéronle: “Haremos nuestro deber hasta morir, sin que temor

ni peligro lo estorben, que menos estimamos la muerte que nuestro honor”.

Con esto se fue Cortés a Moteczuma, el cual le dijo: “Señor capitán, sabed

que ya tenéis naves en que poderos ir; por eso, de aquí adelante cuando

mandareis”. Respondiole Cortés: “Señor muy poderoso, en teniéndolos

hechos yo me iré”. “Once navíos, dice Moteczuma, están en la playa a par

de Cempoallan, y presto tendré aviso si los que en ellos vienen han salido a

tierra, y entonces sabremos qué gente es y cuánta”. “¡Bendito sea Jesucristo,

dijo Cortés, y doy muchas gracias a Dios por las mercedes que nos hace a

mí y a todos estos hidalgos de mi compañía!”.

Un español saltó a decirlo a los compañeros, y todos ellos cobraron esfuerzo.

Alabaron a Dios, y abrazáronse unos a otros con muy gran placer de

aquella nueva. Estando así Cortés y Moteczuma, llegó otro correo de a pie,

y dijo cómo estaban ya en tierra ochenta de caballo y ochocientos infantes y

doce tiros de fuego; de todo lo cual mostró la figura, en que venían pintados

hombres, caballos, tiros y naos. Levantose Moteczuma entonces, abrazó a

Cortés, y díjole; “Ahora os amo más que nunca, y quiérome ir a comer con

vos”. Cortés le dio las gracias por lo uno y por lo otro. Tomáronse por las

manos, y fuéronse al aposento de Cortés, el cual dijo a los españoles no mostrasen

alteración, sino que todos estuviesen juntos y sobre aviso, y diesen

gracias al Señor con tales nuevas.

Moteczuma y Cortés comieron solos, con gran regocijo de todos; unos

pensando quedar y sojuzgar el reino y gente, otros creyendo que se irían

los que no podían ver en su tierra. A Moteczuma le pesaba, según dicen,

aunque no lo mostraba; y un su capitán, viendo esto, le aconsejaba que

matase los españoles de Cortés, pues eran pocos, y así tendría menos que

matar en los que venían, y no dejase juntar unos con otros; y porque aquellos

no osarían llegar, muertos éstos. Con esto llamó Moteczuma a consejo

muchos señores y capitanes; propuso el caso, y el parecer de aquel capitán.

Diversos votos hubo en ello; pero al cabo concluyose que dejasen llegar a

los españoles que venían, pensando que cuantos más moros más ganancia,

y que así matarían más y a todos juntos, diciendo que si mataban los que

estaban en la ciudad, se tornarían los otros a las naos, y no podrían hacer el

sacrificio de ellos que sus dioses querían. Con esta determinación pasaba

Moteczuma cada día con quinientos caballeros y señores a ver a Cortés, y

mandaba servir y regalar a los españoles mejor que hasta entonces, pues

habían de durar poco.

Expedicion de Velazquez-Narvaez contra Cortes

Estaba Diego Velázquez muy enojado de Fernando Cortés, no tanto por el

gasto, que poco o ninguno había hecho, cuando por el interés de lo presente

y por la honra, formando muy recias quejas de él porque no le había dado

cuenta ni parte, como a teniente de gobernador de Cuba, de lo que había

hecho y descubierto, sino enviádola a España al rey, como si aquello fuera

mal hecho o traición; y donde primero mostró la saña, fue en sabiendo que

Cortés enviaba el quinto y presente, y las relaciones de lo que tenía descubierto

y hecho, al rey y a su consejo, con Francisco de Montejo y con Alonso

Fernández Portocarrero en una nao; que luego armó una o dos carabelas, y

las despachó corriendo a tomar la de Cortés y lo que llevaba; y en una de

ellas fue Gonzalo de Guzmán, que después fue teniente de gobernador en

Cuba por su muerte; mas como se detuvieron mucho en aprestarla, ni la tomaron

ni vieron, y después, como cuanto más prósperas nuevas y hazañas

oyese de Cortés, tanto más le crecía la saña y mal querencia, no hacía sino

pensar cómo deshacer y destruirle. Estando pues en este pensamiento, avino que llegó a Santiago de Cuba

Benito Martín, su capellán, que le trajo cartas del emperador y el título de

adelantado, y cédula de la gobernación de todo lo que hubiese descubierto,

poblado y conquistado en tierra y costa de Yucatán, con lo cual se holgó

mucho, y tanto por echar de México a Cortés, cuanto por el dictado y favores

que el rey le daba; y así, trazó luego esta armada, que fue de once naos y

siete bergantines, y de novecientos españoles, con ochenta caballos, y se

concertó con Pánfilo de Narváez que viniese capitán general de ella y su teniente

de gobernador; y porque más presto partiese, anduvo él mismo por

la isla, y llegó a Guaniguanico, que es lo postrero de ella al poniente, donde

estando ya para partirse Diego Velázquez a Santiago y Pánfilo de Narváez a

México, llegó el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, oidor de Santo Domingo,

en nombre de aquella chancillería y de los frailes jerónimos que gobernaban,

y del licenciado Rodrigo de Figueroa, juez de residencia y visitador

de la audiencia, a requerir, so graves penas, a Diego Velázquez que no

enviase, y Pánfilo que no fuese contra Cortés, porque sería causa de muertes,

guerras civiles, y otros muchos males entre españoles, y se perdería

México, con todo lo demás que estaba ganado y pacífico para el rey.

Díjoles que si enojo tenía con él y diferencia sobre hacienda o sobre

puntos de honra, que al emperador pertenecía conocer y sentenciar la causa,

y no que él mismo hiciese justicia en su propio pleito, haciendo fuerza al

contrario. Rogoles, si querían servir al rey y a Dios primeramente, y ganar

honra y provecho, que fuesen a conquistar nuevas tierras, pues había hartas

descubiertas sin la de Cortés, y tenían tan buena gente y armada.

No bastó este requerimiento ni la autoridad y persona del licenciado

Ayllón, para que Diego Velázquez y Narváez dejasen de proseguir su viaje

contra Cortés. Viendo pues tanta obstinación en ellos y tan poca reverencia

a la justicia, acordó irse con Narváez en la nao que vino desde Santo Domingo,

para estorbar daños, pensando que lo acabaría mejor allá con él solo que

no estando presente Diego Velázquez, y también por tratar entre Cortés y

Narváez si rompiesen. Embarcose con tanto Pánfilo en Guaniguanico, y

fue a surgir con su flota acerca de la Veracruz, y como supo que estaban allí

ciento y cincuenta españoles de los de Cortés, envió allá a un clérigo, a Juan

Ruiz de Guevara y Alonso de Vergara a los requerir que le tuviesen por capitán y gobernador; pero no quisieron escucharle los de dentro, antes los

prendieron y los enviaron a México a Cortés para que se informase de ellos.

Sacó luego a tierra la gente, caballos, armas y artillería, y fuese a Cempoallan.

Los indios comarcanos, así amigos de Cortés como vasallos de Moteczuma,

le dieron oro, mantas y comida, pensando que era Cortés.

Carta de Cortes a Narvaez

Más que nadie piensa dio qué pensar esta nueva y grande armada a Cortés,

antes que supiese cuya era. Por una parte holgaba que viniesen españoles,

por otra le pesaba de tantos. Si venían a le ayudar, tenía por ganada la tierra;

si contra él, por perdida. Si venían de España, creía que le traían buen despacho;

si de Cuba, temía guerra civil con ellos. Parecíale que de España no

podían venir tanta gente, y sospechaba que era de las islas, y que debía de

venir allí Diego Velázquez, y después de sabido, tuvo otro tanto que pensar,

porque le cortaban el hilo de su prosperidad y le atajaban los pasos que traía

en calar los secretos de la tierra, las minas, la riqueza, las fuerzas, los que

eran amigos de Moteczuma o enemigos; estorbábanle de poblar los lugares

que comenzado tenía, de ganar amigos, de cristianar los indios, que era y

debía ser lo principal, y cesaban otras muchas cosas tocantes al servicio de

Dios y del rey y a provecho de nuestra nación.

Temía que por desviar un inconveniente se le podían seguir muchos; si

dejaba llegar a México a Pánfilo de Narváez, capitán que venía de aquella

flota por Diego Velázquez, estaba cierta su perdición; si salía contra él, la

revuelta de la ciudad y la libertad de Moteczuma, y ponía en condición su

vida, su honra, sus trabajos, y por no venir a estos extremos, arrimose a los

medios. Lo primero que hizo fue despachar dos hombres, uno a Juan Velázquez

de León, que iba a poblar a Coazacoalco, para que luego, en viendo

su carta, se tornase a México, y diole noticia de la venida de Narváez, y de la

necesidad que había de él y de los ciento y cincuenta españoles que consigo

llevaba; el otro a la Veracruz, a traerle razón enteramente y cierta de la llegada

de Pánfilo, y qué buscaba y qué decía. El Juan Velázquez hizo lo que

Cortés le escribió, y no lo que Narváez, que como a cuñado suyo, y deudo de Diego Velázquez, le rogaba se pasase a él, por lo cual Cortés lo honró

mucho de allí adelante.

De la Veracruz fueron a México veinte españoles con aviso de lo que

Narváez publicaba, y llevaron presos un clérigo y a Alonso de Vergara y a

Juan Ruiz de Guevara, que habían ido a la villa por amotinar la gente de

Cortés, so color que iban a requerirla con cédula del rey. Lo segundo fue,

que envió a fray Bartolomé de Olmedo, de la Merced, con otros dos españoles,

a ofrecer su amistad a Narváez, y si no la quería, a requerirle de parte del

rey, y en nombre suyo, como justicia mayor de aquella tierra y de la de los

alcaldes y regidores de la Veracruz, que estaban en México, que entrase callado

si traía provisiones del rey o su consejo, y sin hacer daño en la tierra; no

escandalizase ni causase males, ni estorbase la buena ventura que allí tenían

los españoles, ni el servicio del emperador, ni la conversión de los indios; y

si no las traía, que se tornase y dejase en paz la tierra y la gente. Mas poco

aprovechó este requerimiento ni las cartas de Cortés y regimiento. Soltó al

clérigo que trajeron preso los de la Veracruz, y enviole luego tras el fraile a

Narváez con ciertos collares de oro muy ricos y otras joyas, y una carta que

en suma contenía cómo se holgaba mucho que viniese él en aquella flota

antes que otro ninguno, por el conocimiento viejo que entre ellos había, y

que se viesen solos si mandaba, para dar orden cómo no hubiese guerra ni

muertes ni enojo entre españoles y hermanos, porque si traía provisiones

del rey y se las mostraba a él o al cabildo de la Veracruz, que se obedecerían,

como era justo, y si no, que tomarían otro buen asiento. Narváez, como venía

tan pujante, nada o muy poco curaba de aquellas cartas ni ofertas ni requerimientos

de Cortés, y porque Diego Velázquez, que le enviaba, estaba

mal enojado e indignado.

Lo que contesto Narvaez a Cortes

Pánfilo de Narváez dijo a los indios que estaban engañados, por cuanto él

era el capitán y señor; que Cortés no, sino un malo, y los que con él estaban

en México, que eran sus mozos, y que él venía a cortarle la cabeza y a casti garlos y echarlos de la tierra, y luego irse y dejársela libre. Ellos se lo creyeron

con verle con tantos barbudos y caballos, creo que de ligeros o medrosos;

con esto le servían y acompañaban, y dejaban a los de la Veracruz. También

se congració con Moteczuma, diciéndole que Cortés estaba allí contra

la voluntad de su rey; que era hombre bandolero y codicioso, que le robaba

su tierra y le quería matar para alzarse con el reino, y que él iba a soltarle y a

le restituir cuanto aquellos malos le habían tomado; y porque a otros no hiciesen

semejantes daños y mal tratamiento, que los prendería y mataría o

echaría en prisión; por eso, que estuviese alegre, pues presto se verían, y no

había de hacer más de restituirle en su reino y tornarse a su tierra.

Eran estos tratos tan malos y tan feos, e injuriosas las palabras y cosas

que Pánfilo decía públicamente de Cortés y los españoles de su compañía,

que parecían muy mal a los de su ejército; y muchos no las pudieron sufrir

sin afeárselas, especial Bernaldino de Santa Clara, que viendo la tierra tan

pacífica y tan bien contenta de Cortés, le dio una buena reprensión, y asimismo

le hizo uno y muchos requerimientos el licenciado Ayllón, y le mandó,

so gravísimas penas de muerte y perdimiento de bienes, que no dijese

aquello ni fuese a México; que sería grandísimo escándalo para los indios y

desasosiego para los españoles, de servicio del emperador y estorbo del

bautismo. Enojado de ello Pánfilo, prendió al licenciado Ayllón, oidor del

rey, y a un secretario de la audiencia y a un alguacil. Metiolos en otra nao, y

enviolos a Diego Velázquez; mas él se supo dar tan buena maña, que, o sobornando

los marineros o atemorizándolos con la justicia del rey, se volvió

libremente a su chancillería, donde contó cuanto le aviniera con Narváez, a

sus compañeros y gobernadores, que no poco dañó los negocios de Diego

Velázquez y mejoró los de Cortés.

Como prendió Narváez al licenciado, luego pregonó guerra a fuego,

como dicen, y a sangre, contra Cortés; prometió ciertos marcos de oro al

que prendiese o matase a Cortés y a Pedro de Alvarado y a Gonzalo de Sandoval,

y a otras principales personas de su compañía, y repartió los dineros

y ropa a los suyos, haciendo mercedes de lo ajeno. Tres cosas fueron estas

harto livianas y fanfarronas. Muchos españoles de Narváez se amotinaban

por los mandamientos del licenciado Ayllón, o por la fama de la riqueza y

franqueza de Cortés; y así, Pedro de Villalobos y un portugués y otros seis o siete se pasaron al Cortés, y otros le escribieron, a lo que algunos dicen,

ofreciéndosele si venía para ellos; y que Cortés leyó las cartas, callando la

firma y nombre de cuyas eran, a los suyos; en las cuales los llamaba sus mozos,

traidores, salteadores, y los amenazaba de muerte y a quitarles la hacienda

y tierra.

Unos cuentan que ellos se amotinaron, y otros que Cortés los sobornó

con cartas, ofertas y una carga de collares y tejuelos de oro que envió de secreto

al real de Pánfilo de Narváez con su criado, y que publicaba tener en

Cempoallan doscientos españoles. Todo pudo ser, que el uno era tibio y

descuidado y el otro era cuidadoso y ardid en los negocios. Narváez respondió

a Cortés con el fraile de la Merced, y lo sustancial de la carta era, que fuese

luego, vista la presente, adonde él estaba, que traía y le quería mostrar

unas provisiones del emperador para tomar y tener aquella tierra por Diego

Velázquez, y que ya tenía hecha una villa de hombres solamente con alcaldes

y regidores. Tras esta carta envió a Bernaldino de Quesada y a Alonso de

Mata a le requerir que saliese de la tierra, so pena de muerte, y notificarle las

provisiones; mas no se las notificaron, o porque no las llevaban, que fuera

poco sabio si de nadie las confiara, o porque no les dieron lugar; antes Cortés

hizo prender al Pedro de Mata porque se llamaba escribano del rey no

siéndolo o no mostrando el título.

Lo que dijo Cortes a su gente

Viendo pues Cortés que hacían poco fruto las cartas y mensajeros, aunque

cada día iban y venían de Narváez a él y de él a Narváez, y que nunca se habían

visto ni mostrado las provisiones del rey, acordó verse con él, que barba

a barba, como dicen, honra se cata, y por llevar el negocio por bien y buenos

medios, si posible fuese; y para esto despachó a Rodrigo Álvarez Chico,

veedor, y a Juan Velázquez y Juan del Río, que tratasen con Narváez muchas

cosas. Pero tres fueron las principales: que se viesen solos o tantos a

tantos; que Narváez dejase a Cortés en México, y él se fuese con los que

traía, a conquistar a Pánuco, que estaba en paz, con personas de allá muy

principales que tenía, o a otros reinos; y Cortés, que pagaría los gastos y socorrería los españoles que traía, o que se estuviese Narváez en México, y

diese a Cortés cuatrocientos españoles de la armada, para que con ellos y

con los suyos él se pasase adelante a conquistar otras tierras. La otra era que

le mostrase las provisiones que del rey traía, y que las obedecería.

Narváez no vino a ningún partido, sino tan solamente al concierto de

que se viesen con cada diez hidalgos sobre seguro y con juramento, y firmáronlo

de sus nombres; mas no se efectuó, porque Rodrigo Álvarez Chico

avisó a Cortés de la trama que Narváez urdía para le prender o matar en las

vistas. Como entendía en el negocio, entendió la maña y engaño, o quizá se

lo dijo alguno que no quería mal a Cortés.

Deshechos los conciertos, determina Cortés ir a él con decir: “Algo

será”. Primero que se fuese habló con sus españoles, trayéndoles a la memoria

cuánto él por ellos y ellos por él habían hecho desde que comenzó

aquella jornada hasta entonces; dijo cómo Diego Velázquez, en lugar de les

dar las gracias, los enviaba a destruir y matar con Pánfilo de Narváez, que

era hombre recio y cabezudo, por lo que habían hecho en servicio de Dios y

del emperador, y porque acudieron al rey como buenos vasallos, y no a él,

no siendo obligados, y que Narváez les tenía ya confiscados sus bienes, y

hechas mercedes de ellos a otros, y los cuerpos condenados a la horca y las

famas puestas al tablero, no sin muchas injurias y befas que de todos hacía;

cosas ciertamente no de cristiano, ni que ellos, siendo tales y tan buenos,

querrían disimular y dejar sin el castigo que merecían, y aun que la venganza

él y ellos la debían dejar a Dios, que da el pago a los soberbios y envidiosos,

que le parecía no dejasen a lo menos gozar de sus trabajos y sudores a

otros, que con sus manos lavadas venían a comer la sangre del prójimo, y

que descaradamente iban contra otros españoles, levantando los indios que

les servían como amigos, y urdiendo guerras muy peores que las civiles de

Mario y Sila, ni que las de César y Pompeyo, que turbaron el imperio romano;

y que él determinaba salirle al camino y no dejarle llegar a México, pues

era mejor Dios os salve que no quién está allá; y que si eran muchos, que

valía más a quien Dios ayuda que no quien mucho madruga, y que buen

corazón quebranta mala ventura, como el suyo de ellos, que estaba pasado

por el crisol, después que con él seguían las armas y guerra; asimismo que

de los de Narváez había muchos que se pasarían a él, por eso que les daba cuenta de lo que pensaba y hacía, para que los que quisieren ir con él, que se

apercibiesen, y los que no, que quedasen mucho en buen hora a guardar a

México y a Moteczuma, que tanto montaba. Hízoles también muchos ofrecimientos

si con victoria tornaba. Los españoles dijeron que como él ordenase

así lo harían. Mucho les indignó con esta plática, y a la verdad temían la

soberbia y ceguedad de Pánfilo de Narváez, y por otra parte a los indios,

que ya tomaban alas con ver disensión entre españoles, y que los de la costa

estaban con los otros.

Ruego de Cortes a Moctezuma

Ruego de Cortes a Moctezuma antes de salir contra Narvaez G+

Ruegos de Cortes a Moctezuma

Tras esto, como los halló amigos y ganosos de lo que él mismo deseaba, habló

a Moteczuma, por ir sin menos cuidado y por saber lo que había en él, y

díjole semejantes razones que estas:

“Señor, conocido tenéis el amor que os tengo y el deseo de serviros, y la

esperanza de que a mí y a mis compañeros haréis, cuando nos vamos, muy

crecidas mercedes. Pues ahora os suplico me las hagáis en estaros siempre

aquí, y miréis por estos españoles que con vos dejo, y que os encomiendo,

con el oro y joyas que les queda y que vos nos disteis; porque yo me parto a

decir a aquellos que poco ha llegaron en la flota, cómo vuestra alteza manda

que yo me vaya, y que no hagan daño ni enojo a vuestros súbditos y vasallos,

ni entren en vuestras tierras, sino que se estén en la costa hasta que nosotros

estemos para poder embarcar y nos ir, como es la vuestra voluntad y merced;

y si entre tanto que voy y vuelvo, algún vuestro, de mal criado o necio o

atrevido, quisiere enojar a los míos que en vuestra guarda quedan, mandareisles

que estén quedos”.

Moteczuma prometió de hacerlo así; y le dijo que si aquellos eran malos

y no hacían lo que les mandase, que se lo avisase, y él le enviaría gente de

guerra para que los castigase y echase fuera de su tierra; y si quería, le daría

guías que le llevasen hasta la mar siempre por sus tierras, y mandaría que le

sirviesen por el camino y mantuviesen. Cortés le besó las manos por ello.

Agradecióselo mucho, y dio un vestido de España y ciertas joyas a un hijo

suyo, y muchas cosas de rescate a otros señores que estaban allí a la plática. Mas no conoció de lo que entendía, o porque aún no le habían dicho nada

de parte de Narváez, o porque disimuló gentilmente, holgando que unos

cristianos a otros se matasen, y creyendo que por allí tenía más cierta su libertad,

y se aplacarían sus dioses.

Cortes sale de Tecno para enfrentarse a la flota. Se queda Alvarado como jefe

Guerra y prision de Narvaez

Estaba tan bienquisto de aquellos sus españoles Cortés, que todos querían

ir con él; y así, pudo escoger a los que quiso llevar, que fueron doscientos y

cincuenta, con los que tomó el camino a Juan Velázquez de León. Dejó a los

demás, que serían otros doscientos, en guarda de Moteczuma y de la ciudad;

dioles por capitán a Pedro de Alvarado. Dejoles la artillería y cuatro

fustas que había hecho para señorear la laguna, y rogoles que atendiesen

solamente a que Moteczuma no se les fuese a Narváez, y a no salir del real y

casa fuerte.

Partiose pues con aquellos pocos españoles y con ocho o nueve caballos

que tenía, y muchos indios de servicio. Pasando por Chololla y Tlaxcallan

fue bien recibido y hospedado. Quince leguas, o poco menos, antes de

llegar a Cempoallan, donde Narváez estaba, topó dos clérigos y a Andrés de

Duero, su conocido y amigo, a quien debía dineros, que le prestó para acabar

de fornir la flota, que venían a decirle fuese a obedecer al general y teniente

de gobernador Pánfilo de Narváez, y entregarle la tierra y fuerzas de

ella; donde no, que procedería contra él como contra enemigo y rebelde,

hasta ejecución de muerte; y si lo hacía, que le daría sus naos para irse, y le

dejaría ir libre y seguramente con las personas que quisiese. A esto respondió

Cortés que antes moriría que dejarle la tierra que había él ganado y pacificado

por sus puños e industria, sin mandamiento del emperador; y si a

gran tuerto le quería hacer guerra, que se sabría defender; y si vencía, como

esperaba en Dios y en su razón, que no había menester sus naves, y si moría,

mucho menos. Por eso, que le mostrase las provisiones y recaudo que del

rey traía; porque, hasta primero verlas y leerlas no aceptaría partido ninguno;

y pues no se las había mostrado ni mostraba, que era señal como no las

traía ni tenía; y siendo así, que le rogaba, requería y mandaba se tornase com Dios a Cuba, si no, que le prendería y enviaría a España con grillos, al emperador,

que lo castigase como merecían sus alborotos; y así, con esto despidió

al Andrés de Duero, y envió un escribano y otros muchos con poderes y

mandamiento suyo, a requerirle que se embarcase y no escandalizase más

los hombres y tierra, que a más andar se levantaban, y se fuese antes que más

muertes o males se recreciesen; donde no, que para el día de pascua de Espíritu

Santo, que era de allí a tres días, sería con él.

Pánfilo hizo burla de aquel mandamiento, prendió al que llevaba el

poder, y mofó reciamente de Cortés, que con tan poca gente venía haciendo

fieros. Hizo alarde de su gente delante de Juan Velázquez de León, y Juan

del Río y los otros de Cortés que andaban y estaban con él en los tratos y

conciertos. Halló ochenta escopeteros, ciento y veinte ballesteros, seiscientos

infantes, ochenta de caballo; y aun díjoles: “¿Cómo os defenderéis de

nosotros, si no hacéis lo que queremos?”. Prometió dineros a quien le trajese

preso o muerto a Cortés, y lo mismo hizo Cortés contra Pánfilo. Hizo un

caracol con los infantes, escaramuzó con los caballos, y jugó la artillería,

para atemorizar los indios; por el cual temor el gobernador que allí cerca

tenía Moteczuma le dio un presente de mantas y joyas de oro, en nombre del

gran señor, y se le ofreció mucho. Narváez envió, como dicen, de nuevo

otro mensaje a Moteczuma y a los caballeros de México, con los indios que

llevaban el alarde pintado; y porque le decían que Cortés venía cerca, salía a

correr el campo, y el día de Pascua sacó todos sus ochenta caballos y quinientos

peones, y fue una legua de donde ya Cortés llegaba. Mas, como no

lo halló, pensó que las lenguas que por espía traía, le burlaban, y tornose a

su real casi ya de noche, y durmiose. Mas, por si los enemigos viniesen, puso

por centinelas en el camino, casi una legua de Cempoallan, a Gonzalo de

Carrasco y Alonso Hurtado.

Cortés anduvo el día de Pascua más de diez leguas a gran trabajo de los

suyos. Poco antes de llegar dio su mandamiento por escrito a Gonzalo de

Sandoval, su alguacil mayor, para que prendiese a Narváez, o lo matase si se

defendiese, y a los alcaldes y regidores, y diole ochenta españoles de compañía

con que lo hiciese. Los corredores de Cortés, que iban siempre buen

rato delante, dieron en las escuchas de Narváez. Tomaron al Gonzalo de

Carrasco, que les dijo cómo tenía repartido Pánfilo de Narváez el aposento, gente y artillería. El Alonso Hurtado escapóseles, y fue a más correr, y entró

por el patio del aposento de Narváez, diciendo a voces: “Arma, arma, que

viene Cortés”. A este ruido despertaron los dormidos, y muchos no lo

creían. Cortés dejó los caballos en el monte, hizo algunas picas que faltaban

para que todos los suyos llevasen sendas, y entró él delantero en la ciudad y

en el real de los contrarios a media noche, que, por descuidarlos y no ser visto,

aguardó aquella hora.

Mas por bien que caminó, ya se sabía su venida por la centinela, que llegó

media hora primero, y estaban ya todos los caballos ensillados, y muchos

enfrenados, y todos los hombres armados. Entró tan sin ruido, que primero

dijo, “Cierra y a ellos”, que fuese visto, aunque tocaban al arma. Andaban

muchos cocuyos, y pensaron que eran mechas de arcabuz. Si un tiro soltaran,

huyeran. Dijeron a Narváez, estando poniéndose una cota: “Catad, señor,

que entra Cortés”. Respondió: “Dejadle venir; que me viene a ver”.

Tenía Narváez su gente en cuatro torrecillas con sus salas y aposentos, y él

estaba en la una con hasta cien españoles, y a la puerta trece tiros, o según

otros dicen, diecisiete, todos de fruslera. Hizo Cortés subir arriba a Gonzalo

de Sandoval con cuarenta o cincuenta compañeros, y él quedose a la

puerta para defender la entrada con veinte; los demás cercaron las torres; y

así no se pudieron socorrer los unos a los otros. Narváez, como sintió el ruido

cabe sí, quiso pelear, por más que le fue requerido y rogado; y al salir de

su cámara le dieron un picazo los de Cortés, que le sacaron un ojo. Echáronle

luego mano, y arrastrando le llevaron las escaleras abajo. Cuando se

vio delante de Cortés dijo:

“Señor Cortés, tened en mucho la ventura de tener mi persona presa”.

Él le respondió: “Lo menos que yo he hecho en esta tierra es haberos prendido”.

Luego le hizo aprisionar y llevar a la Villarrica, y le tuvo algunos años

preso. Duró el combate asaz poco, que dentro de una hora estaba preso

Pánfilo y los más principales de su hueste, y quitadas las armas a los demás.

Murieron diez y seis de la parte de Narváez, y de la de Cortés dos solamente,

que mató un tiro. No tuvieron tiempo ni lugar de poner fuego a la artillería,

con la priesa que Cortés les dio, si no fue un tiro, con que mataron aquellos

dos. Teníanlos atapados con cera por la mucha agua. De aquí tomaron ocasión

los vencidos para decir que Cortés tenía sobornado el artillero y a otros. Mucha templanza tuvo aquí Cortés, que aun de palabra no injurió a

ninguno de los presos y rendidos, ni a Narváez, que tanto mal había dicho

de él, estando muchos de los suyos con gana de vengarse; y Pedro de Malvenda,

criado de Diego Velázquez, que venía por mayordomo de Narváez,

recogió y guardó los navíos y toda la ropa y hacienda de entrambos, sin que

Cortés se lo impidiese. ¿Cuánta ventaja hace un hombre a otro? ¿Qué hizo,

dijo, pensó cada capitán de estos dos? Pocas veces, o nunca por ventura, tan

pocos vencieron a tantos de una misma nación; especial estando los muchos

en lugar fuerte, descansados y bien armados.

Primera epidemia de viruela

Costó esta guerra muchos dineros a Diego Velázquez, la honra y un ojo a

Pánfilo de Narváez, y muchas vidas de indios que murieron, no a hierro,

sino de dolencia; y fue que, como la gente de Narváez salió a tierra, salió

también un negro con viruelas; el cual las pegó en la casa que lo tenían en

Cempoallan, y luego un indio a otro; y como eran muchos, y dormían y comían

juntos, cundieron tanto en breve que por toda aquella tierra anduvieron

matando. En las más casas morían todos, y en muchos pueblos la mitad,

que como era nueva enfermedad para ellos, y acostumbraban bañarse a todos

males, bañábanse con ellas, y tullíanse; y aun tienen por costumbre o

vicio entrar en baños fríos saliendo de calientes, y por maravilla escapaba

hombre que las tuviese; y los que vivos quedaron, quedaban de tal suerte,

por haberse rascado, que espantaban a los otros con los muchos y grandes

hoyos que se les hicieron en las caras, manos y cuerpo.

Sobrevínoles hambre, y no tanto de pan como de harina; porque, como

ni tienen molinos ni tahonas, no hacen otro las mujeres sino moler su grano

de centli entre dos piedras, y cocer. Cayeron pues malas de las viruelas, y faltó

el pan, y perecían muchos de hambre. Hedían tanto los cuerpos muertos,

que nadie los quería enterrar, y con esto estaban llenas las calles; y porque

no los echasen en ellas, diz que derribaba la justicia las casas sobre los muertos.

Llamaron los indios a este mal huizautl, que suena la gran lepra. De la

cual, como de cosa muy señalada, contaban después ellos sus años. Paréceme que pagaron aquí las bubas que pegaron a los nuestros, según en otro

capítulo tengo dicho.

El ejercito de Narvaez se pasa con Cortes, Narvaez es apresado

Alvarado organiza la matanza del templo mayor

La matanza del templo mayor em la fiesta de Toxcatl V+G

La matanza del templo mayor em la fiesta de Toxcatl

Establecidos ya los españoles en México-Tenochtitlan Motecuhzoma se convirtió prácticamente en prisionero de Cortés. Varios textos indígenas como el Códice Ramírez, la XIII relación de Ixtlilxóchitl, el Códice Aubin, etcétera, se refieren de manera directa a la matanza preparada por don Pedro de Alvarado, durante la fiesta de Tóxcatl, 1 celebrada por los nahuas en honor de Huitzilopochtli.

Hernán Cortés se había ausentado de la ciudad para ir a combatir a Pánfilo de Narváez, quien había venido a aprehender al conquistador por orden de Diego Velázquez, gobernador de Cuba. Alvarado «el Sol», como lo llamaban los mexicas, alevosamente llevó al cabo la matanza, cuando la fiesta alcanzaba su mayor esplendor.

Aquí se ofrecen dos testimonios, conservados en náhuatl y que pintan con un realismo comparable al de los grandes poemas épicos de la antiguedad clásica, los más dramáticos detalles de la traición urdida por Alvarado.

Primeramente oiremos el testimonio de los informantes indígenas de Sahagún, que nos narran los preparativos de la fiesta, el modo como hacían los mexicas con masa de bledos la figura de Huitzilopochtli y por fin, cómo en medio de la fiesta, de pronto los españoles atacaron a traición a los mexicas. Los informantes nos hablan en seguida de la reacción de los nativos, del sitio que pusieron a los españoles refugiados en las casas reales de Motecuhzoma. El cuadro se cierra, cuando llega la noticia de que vuelve Cortés. Los mexicas «se pusieron de acuerdo en que no se dejarían ver, que permanecerían ocultos, estarían escondidos . . . como si reinara la profunda noche . . .»

Después de transcribir el texto de los informantes de Sahagún, se ofrecerá también en este capítulo la breve pintura que de la misma matanza de la fiesta de Tóxcatl nos da el autor indígena del Códice Aubin. Se trata de un pequeño cuadro acerca del cual Garibay ha escrito: «Literariamente hablando, a ninguna literatura le viene mal tal forma de narración, en que vemos, viviendo y padeciendo, al pueblo de Tenochtitlan ante la acometida del Tonatiuh (Alvarado), tan bello como malvado».

Los preparativos de la fiesta de Tóxcatl

Luego pidieron (los mexicas) la fiesta de Huitzilopochtli. Y quiso ver el español cómo era la fiesta, quiso admirar y ver en qué forma se festejaba.

Luego dio orden Motecuhzoma: unos entraron a la casa del jefe, fueron a dejarle la petición.

Y cuando vino la licencia a donde estaba Motecuhzoma encerrado, luego ya se ponen a moler la semilla de chicalote, 2 las mujeres que ayunaban durante el año, y eso lo hacen allá en el patio del templo.

Salieron los españoles, mucho se juntaron con sus armas de guerra. Estaban aderezados, estaban armados. Pasan entre ellas, se ponen junto a ellas, las rodean, las están viendo una por una, les ven la cara a las que están moliendo. Y después que las vieron, luego se metieron a la gran Casa Real: como se supo luego dizque ya en este tiempo tenían la intención de matar a la gente, si salían por allí los varones.

Hacen la figura de Huitzilopochtli

Y cuando hubo llegado la fiesta de Tóxcatl, al caer la tarde, comenzaron a dar cuerpo, a hacer en forma humana el cuerpo de Huitzilopochtli, con su semblante humano, con toda la apariencia de hombre.

Y esto lo hacían en forma de cuerpo humano solamente con semilla de bledos: con semilla de bledos de chicalote. Lo ponían sobre un armazón de varas y lo fijaban con espinas, le daban sus puntas para afirmarlo.

Cuando ya estaba formado en esta figura, luego lo emplumaban y le hacían en la cara su propio embijamiento, es decir, rayas que atravesaban su rostro por cerca de los ojos. Le ponían sus orejas de mosaico de turquesa, en figura de serpientes, y de sus orejeras de turquesa está pendiente el anillo de espinas. Es de oro, tiene forma de dedos del pie, está elaborado como dedos del pie.

La insignia de la nariz hecha de oro, con piedras engastadas; a manera de flecha de oro incrustada de piedras finas. También de esta nariguera colgaba un anillo de espinas, de rayas transversales era de color azul y de color amarillo. Sobre la cabeza, le ponían el tocado mágico de plumas de colibrí. También luego le ponían el llamado anecúyotl.3 Es de plumas finas, de forma cilíndrica, pero hacia la parte del remate es aguzado, de forma cónica.

Luego le ponían al cuello un aderezo de plumas de papagayo amarillo, del cual está pendiente un fleco escalonado de semejanza de los mechones de cabello que traen los muchachos. También su manta de forma de hojas de ortiga, con tintura negra: tiene en cinco lugares mechones de pluma fina de águila.

Lo envuelven todo él también con su manto de abajo, que tiene pintadas calaveras y huesos. Y arriba le visten su chalequillo, y éste está pintado con miembros humanos despedazados: todo él está pintado de cráneos, orejas, corazones, intestinos, tóraces, teas, manos, pies.

También su maxtle. 4 Este maxtle es muy precioso y su adorno también es de miembros rotos, y su fleco es de puro papel es decir, de papel de amate, de ancho una cuarta, de largo veinte Su pintura es de rayas verticales de color azul claro.

A la espalda lleva colocada como una carga su bandera color de sangre. Esta bandera color de sangre es de puro papel. Está teñida de rojo, como teñida de sangre. Tiene un pedernal de sacrificio como coronamiento, y ése es solamente de hechura de papel. Igualmente está rayado con rojo color de sangre.

Porta su escudo: es de hechura de bambú, hecho de bambú. Por cuatro partes está adornado con un mechón de plumas finas de águila: está salpicado de plumas finas; se le denomina tehuehuelli. Y la banderola del escudo igualmente está pintada de color de sangre, como la bandera de la espalda. Tenía cuatro flechas unidas al escudo.

Su banda a manera de pulsera está en su brazo; bandas de piel de coyote y de éstas penden papeles cortados en tiras cortas.

El principio de la fiesta

Pues cuando hubo amanecido, ya en su fiesta, muy de mañana, le descubrieron la cara los que habían hecho voto de hacerlo. Se colocaron en fila delante del dios, lo comenzaron a incensar, y ante él colocaron todo género de ofrendas: comida de ayuno (o acaso comida de carne humana) y rodajas de semilla de bledos apelmazada.

Y estando así las cosas, ya no lo subieron, ya no lo llevaron a su pirámide.

Y todos los hombres, los guerreros jóvenes, estaban como dispuestos totalmente, con todo su corazón iban a celebrar la fiesta, a conmemorar la fiesta, para con ella mostrar y hacer ver y admirar a los españoles y ponerles las cosas delante.

Se emprende la marcha, es la carrera: todos van en dirección del patio del templo para allí bailar el baile del culebreo. Y cuando todo el mundo estuvo reunido, se dio principio, se comenzó el canto, y la danza del culebreo.

Y los que habían ayunado una veintena y los que habían ayunado un año, andaban al frente de la gente: mantenían en fila a la gente con su bastón de pino. Al que quisiera salir lo amenazaban con su bastón de pino.

Y si alguno deseaba orinar, deponía su ropa de la cadera y su penacho partido de plumas de garza.

Pero al que no más se mostraba desobediente, al que no seguía a la gente en su debido orden, y veía como quiera las cosas, luego por ello lo golpeaban en la cadera, lo golpeaban en la pierna, lo golpeaban en el hombro. Fuera de l recinto lo arrojaban, violentamente lo echaban, le daban tales empellones que caía de bruces, iba a dar con la cara en tierra, le tiraban con fuerza de las orejas: nadie en mano ajena chistaba palabra.

Eran muy dignos de veneración aquellos que por un año habían ayunado; se les temía; por título propio y exclusivo tenían el de «hermanos de Huitzilopochtli».

Ahora bien, iban al frente de la danza guiando a la gente los grandes capitanes, los grandes valientes. Pasaban en seguida los ya jovenzuelos, aunque sin pegarse a aquéllos. Los que tienen el mechón que caracteriza a los que no han hecho cautivo, los mechudos, y los que llevaban el tocado como un cántaro: los que han hecho prisioneros con ayuda ajena.

Los bisoños, los que se llamaban guerreros jóvenes, los que ya hicieron un cautivo, los que ya cogieron a uno o dos cautivos, también los iban cercando. A ellos les decían:

-¡Fuera allí, amigotes, mostradlo a la gente (vuestro valor), en vosotros se ve!

Los españoles atacan a los mexicas

Pues así las cosas mientras se está gozando de la fiesta, ya es el baile, ya es el canto, ya se enlaza un canto con otro, y los cantos son como un estruendo de olas, en ese preciso momento los españoles toman la determinación de matar a la gente. Luego vienen hacia acá, todos vienen en armas de guerra.

Vienen a cerrar las salidas, los pasos, las entradas: la Entrada del Águila, en el palacio menor; la de Acatl iyacapan (Punta de la Caña), la de Tezcacoac (Serpiente de espejos) . Y luego que hubieron cerrado, en todas ellas se apostaron: ya nadie pudo salir.

Dispuestas así las cosas, inmediatamente entran al Patio Sagrado para matar a la gente. Van a pie, llevan sus escudos de madera, y algunos los llevan de metal y sus espadas.

Inmediatamente cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza cercenada.

Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su cabeza.

Pero a otros les dieron tajos en los hombros: hechos grietas, desgarrados quedaron sus cuerpos. A aquéllos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de más allá en pleno abdomen. Todas las entrañas cayeron por tierra Y había algunos que aún en vano corrían: iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse en salvo, no hallaban a donde dirigirse.

La matanza del Templo Mayor (Códice Florentino)

Pues algunos intentaban salir: allí en la entrada los herían, los apuñalaban. Otros escalaban los muros; pero no pudieron salvarse. Otros se metieron en la casa común: allí sí se pusieron en salvo Otros se entremetieron entre los muertos, se fingieron muertos para escapar. Aparentando ser muertos, se salvaron. Pero si entonces alguno se ponía en pie, lo veían y lo acuchillaban.

La sangre de los guerreros cual si fuera agua corría: como agua que se ha encharcado y el hedor de la sangre se alzaba al aire, y de las entrañas que parecían arrastrarse.

Y los españoles andaban por doquiera en busca de las casas de la comunidad: por doquiera lanzaban estocadas, buscaban cosas: por si alguno estaba oculto allí; por doquiera anduvieron, todo lo escudriñaron. En las casas comunales por todas partes rebuscaron.

La reacción de los mexicas

Y cuando se supo fuera, empezó una gritería:

-Capitanes, mexicanos . . . venid acá . ¡Qué todos armados vengan: sus insignias, escudos, dardos! . . . ¡Venid acá de prisa, corred: muertos son los capitanes, han muerto nuestros guerreros . . . Han sido aniquilados, oh capitanes mexicanos.

Entonces se oyó el estruendo, se alzaron gritos, y el ulular de la gente que se golpeaba los labios. Al momento fue el agruparse, todos los capitanes, cual si hubieran sido citados: traen sur dardos, sus escudos.

Entonces la batalla empieza: dardean con venablos, con saetas y aun con jabalinas, con harpones de cazar aves. Y sus jabalinas furiosos y apresurados lanzan. Cual si fuera capa aurilla, las cañas sobre los españoles se tienden.

Los españoles se refugian en las casas reales

 

Por su parte los españoles inmediatamente se acuartelaron. Y ellos también comenzaron a flechar a los mexicanos, con sus dardos de hierro. Y dispararon el cañón y el arcabuz.

Inmediatamente echaron grillos a Motecuhzoma.

Por su parte, los capitanes mexicanos fueron sacados uno en pos de otro, de los que habían sucumbido en la matanza. Eran llevados, eran sacados, se hacían pesquisas para reconocer quién era cada uno.

El llanto por los muertos

Y los padres y las madres de familia alzaban el llanto. Fueron llorados, se hizo la lamentación de los muertos. A cada uno lo llevan a su casa, pero después los trajeron al Patio Sagrado: allí reunieron a los muertos; allí a todos juntos los quemaron, en un sitio definido, el que se nombra Cuauhxicalco (Urna del Águila). Pero a otros los quemaron sólo en la Casa de los Jóvenes.

El mensaje de Motecuhzoma

Y cuando el Sol iba a ocultarse, cuando apenas había un poco de sol, vino a dar pregón Itzcuauhtzin, desde la azotea gritó y dijo:

-Mexicanos, tenochas, tlatelolcas: os habla el rey vuestro, el señor, Motecuhzoma: os manda decir: que lo oigan los mexicanos:

-Pues no somos competentes para igualarlos, que no luchen los mexicanos. Que se deje en paz el escudo y la flecha.

Los que sufren son los viejos, las viejas, dignas de lástima. Y el pueblo de clase humilde. Y los que no tienen discreción aún: los que apenas intentan ponerse en pie, los que andan a gatas. Los que están en la cuna y en su camita de palo: los que aún de nada se dan cuenta.

Por esta razón dice vuestro rey:

-«Pues no somos competentes para hacerles frente, que se deje de luchar.» A él lo han cargado de hierros, le han puesto grillos a los pies.

Cuando hubo acabado de hablar Itzcuauhtzin le hicieron una gran grita, le dijeron oprobios. Se enojaron en extremo los mexicanos, rabiosos se llenaron de cólera y le dijeron:

-¿Qué es lo que dice ese ruin de Motecuhzoma? ¡Ya no somos sus vasallos!

Luego se alzó el estruendo de guerra, fue creciendo rápidamente el clamor guerrero. Y también inmediatamente cayeron flechas en la azotea. Al momento los españoles cubrieron con sus escudos a Motecuhzoma y a Itzcuauhtzin, no fuera a ser que dieran contra ellos las flechas de los mexicanos.

La razón de haberse irritado tanto los mexicanos fue el que hubieran matado a los guerreros, sin que ellos siquiera se dieran cuenta del ataque, el haber matado alevosamente a sus capitanes. No se iban, ni desistían.
La versión de la matanza según el Códice Aubin

 

En Tóxcatl subían arriba al dios. Mataron a los cantores cuando comenzaba el baile. No más lo vio Motecuhzoma y dijo a Malintzin:

-Favor de que oiga el dios: ha llegado la fiesta de nuestro dios: es de ahora a diez días. Pues a ver si lo subimos. Harán incensaciones y solamente bailaremos cuando se suban los panes de bledos. Aunque haya un poco de ruido, eso será todo.

Dijo entonces el capitán:

-Está bien. -¿Que lo hagan. Ya lo oí.

Luego partieron, fueron a encontrar a otros españoles que llegaban. Sólo El Sol se quedó aquí.

Y cuando llegó la hora en la cuenta de los días, luego dijo Motecuhzoma a éste:

-Favor de oír: aquí estáis vosotros. Pronto es la fiesta del dios; se ha aproximado la fiesta en que debemos festejar a nuestro dios.

Dijo aquél:

¡Qué‚ lo hagan: de algún modo ahora estaremos!

Luego dijeron los capitanes:

-Favor de llamar a nuestros hermanos mayores.

Y hablaron los hermanos mayores:

Cuando éstos hubieron venido, luego les dan órdenes; les dicen:

-Mucho en esto se ponga empeño para que se haga bien.

Y dijeron los hermanos mayores:

-Que con fuerte impulso se haga.

Entonces dijo Tecatzin, el jefe de la armería:

-Favor de hacerlo saber al señor que está ante nosotros. ¡Así se hizo en Cholula: no más los encerraron en una casa! También ahora a nosotros se nos han puesto difíciles las cosas. ¡Qué en cada pared están escondidos nuestros escudos!

Dijo entonces Motecuhzoma:

¿Es que estamos acaso en guerra? ¡Haya confianza!

Luego dijo el jefe de armas:

-Está bien.

Luego comienza el canto y el baile. Va guiando a la gente un joven capitán; tiene su bezote ya puesto: su nombre, Cuatlázol, de Tolnáhuac. Apenas ha comenzado el canto, uno a uno van saliendo los cristianos; van pasando entre la gente, y luego de cuatro en cuatro fueron a apostarse en las entradas.

Entonces van a dar un golpe al que está guiando la danza. Uno de los españoles le da un golpe en la nariz a la imagen del dios. Entonces abofetean a los que estaban tañendo los atabales. Dos tocaban el tamboril, y uno de Atempan tañía el atabal. Entonces fue el alboroto general, con lo cual sobrevino completa ruina.

En este momento un sacerdote de Acatl iyacapan 6 vino a dar gritos apresurado; decía a grandes voces:

-Mexicanos, ¿no que no en guerra? ¡Quién tiene confianza! ¡Quién en su mano tiene escudos de los cautivos!

Entonces atacan solamente con palos de abeto. Pero cuando ven, ya están hechos trizas por las espadas.

sEntonces los españoles se acogieron a las casas en donde están alojados. 7

Causas de la rebelion

Cortés quiso por entero saber la causa del levantamiento de los indios mexicanos.

Preguntolo a todos juntos. Unos decían que por lo que Narváez les

enviara a decir, otros que por echarlos de México para que se fuesen, como

estaba concertado, en teniendo navíos, pues peleando les voceaban: “Íos,

íos de aquí”; otros que por libertar a Moteczuma, que en los combates decían:

“Soltad nuestro dios y rey si no queréis ser muertos”; quién decía que

por robarles el oro, plata y joyas que tenían, y que valían más de setecientos

mil ducados; pues oían a los que llegaban cerca: “Aquí dejaréis el oro que

nos habéis tomado”; quién por no ver allí a los tlaxcaltecas y otros que sus

enemigos mortales eran; muchos, en fin, creían que por haberles derribado

los ídolos de sus dioses, y por decírselo el diablo. Cada cual de estas causas era bastante a que se rebelasen, cuanto más

todas juntas. Pero la principal fue porque pocos días después de ido Cortés

a Narváez, vino cierta fiesta solemne que los mexicanos celebraban, y quisiéronla

celebrar como solían, y para ello pidieron licencia a Pedro de Alvarado,

que quedó alcaide y teniente por Cortés, porque no pensase, a lo que

ellos decían, que se juntaban para matar los españoles. Alvarado se la dio,

con tal que en el sacrificio no interviniese muerte de hombres ni llevasen

armas. Juntáronse más de seiscientos caballeros y principales personas, y

aun algunos señores, en el templo mayor; otros dicen más de mil. Hicieron

grandísimo ruido aquella noche con atabales, caracoles, cornetas, huesos

hendidos, con que silban muy recio. Hicieron su fiesta, y desnudos, empero

cubiertos de piedra y perlas, collares, cintas, brazaletes y otras muchas

joyas de oro, plata y aljófar, y con muy richos penachos en las cabezas, bailaron

el baile que llaman mazeualiztli, que quiere decir merecimiento con

trabajo, y así dicen mazeuali por labrador. Este baile es como el netoteliztli,

que dije, porque ponen esteras en los patios de los templos, y encima de

ellas los atabales. Danzan en coro, trabados de las manos y por renglera;

bailan al son de los que cantan, y responden bailando. Los cantares son

santos, y no profanos, en alabanza del dios cuya es la fiesta, porque les dé

agua o grano, salud, victoria, o porque les dio paz, hijos, sanidad y otras

cosas así, y dicen los prácticos de esta lengua y ritos ceremoniales, que

cuando bailan así en los templos, que hacen otras muy diferentes mudanzas

que al netoteliztli, así con la voz como con meneos del cuerpo, cabeza,

brazos y pies, en que manifestaban sus conceptos, malos o buenos, sucios o

loables. A este baile llaman los españoles areito, que es vocablo de las islas

de Cuba y Santo Domingo.

Estando pues bailando aquellos caballeros mexicanos en el patio del

templo de Uitcilopuchtli, fue allá Pedro de Alvarado. Si fue de su cabeza o

por acuerdo de todos no lo sabría decir; más de que unos dicen que fue avisado

que aquellos indios, como principales de la ciudad, se habían juntado

allí a concertar el motín y rebelión que después hicieron; otros, que al principio

fueron a verlos bailar baile tan loado y famoso, y viéndolos tan ricos,

que se acodiciaron al oro que traían a cuestas, y así tomó las puertas con

cada diez o doce españoles, y entró él dentro con más de cincuenta, y sin duelo ni piedad cristiana los acuchilló y mató, y quitó lo que tenían encima.

Cortés, aunque le debió pesar, disimuló por no enojar a los que lo hicieron;

que estaba en tiempo que los había menester, o para contra los indios o porque

no hubiese novedad entre los suyos.

6/20 Cortes regresa a Tecno, por la matanza la rebelión de los mexica esta en marcha. Moctezuma es muerto

Noticias de Tecnotitlan. COmienza la rebelion. Regreso de Cortes. Guerra hasta la noche triste R+G+V+B

Noticias de Tecnotitlan, empieza la rebelion

Y ansimismo invié otros ducientos hombres a la villa de la Vera Cruz, donde fice que los navíos que el dicho Narváez traía viniesen. y con la gente demás me quedé en la dicha cibdad para proveer lo que al servicio de Vuestra Majestad convenía. Y despaché un mensajero a la cibdad de Temixtitán y con él hice saber a los españoles que allí había dejado lo que me había subcedido, el cual dicho mensajero volvió de ahí a doce días y me trajo cartas del alcalde que allí había quedado en que me hacía saber cómo los indios les habían combatido la fortaleza por todas las partes della y puéstoles fuego por muchas partes y hecho ciertas minas, y que se habían visto en mucho trabajo y peligro y todavía los mataran si el dicho Muteeçuma no mandara cesar la guerra, y que aún los tenía cercados puesto que no los combatían, sin dejar salir ninguno dellos dos pasos fuera de la fortaleza; y que les habían tomado en el combate mucha parte del bastimento que yo les había dejado y que les habían quemado los cuatro bergantines que yo allí tenía, y que estaban en muy estrema nescesidad y que por amor de Dios los socorríese a mucha príesa. Y vista la nescesidad en que estos españoles estaban, y quesi no los socorría demás de los matar los indios y perderse todo el oro y plata y joyas que en la tierra se habían habido así de Vuestra Alteza como de españoles y mío y se perdia la más noble y mejor cibdad de todo lo nuevamente descubierto del mundo, y ella perdida, se perdía todo lo que estaba ganado por ser la cabeza de todo y a quien todos obedescían, y luego despaché mensajeros a los capitanes que había inviado con la gente haciéndoles saber lo que me habían escripto de la grand cibdad, para que luego dondequiera que los alcanzasen volviesen y por el camino prencipal y más cercano se fuesen a la provincia de Tascaltecal, donde yo con la gente estaba en mi compañía, y con toda la artillería que pude y con setenta de caballo me fui a juntar con ellos.

Regreso a Tecnotitlan

Y allí juntos y hecho alarde, se hallaron los dichos setenta de caballo y quinientos peones, y con ellos a la mayor príesa que pude me partí para la dicha cibdad, y en todo el camino nunca me salió a rescebir ninguna persona del dicho Muteeçuma como antes lo solían facer. Y toda la tierra estaba alborotada y casi despoblada, de que concebí mala sospecha, creyendo que los españoles que en la dicha cibdad habían quedado eran muertos y que toda la gente de la tierra estaba junta esperándome en algún paso o parte donde ellos se podrían aprovechar mejor de mí. Y con este temor fui al mejor recabdo que pude hasta que llegué a la cibdad de Tesuacan, que, como ya he hecho relación a Vuestra Majestad, está en la costa de aquella grand laguna.

Y allí pregunté a algunos de los naturales della por los españoles que en la grand cibdad habían quedado, los cuales me dijeron que eran vivos. Y yo les dije que me trujesen una canoa porque quería inviar un español a lo saber, y en tanto que aquél iba había de quedar conmigo un natural de aquella cibdad que parescía algo prencipal, porque los señores y prencipales della de quien yo tenía noticia no parescía ninguno. Y él mandó traer la canoa e invió ciertos indios con el español que yo inviaba y se quedó conmigo. Y estándose embarcando este español para ir a la dicha ciudad de Temixtitán vio venir por la mar otra canoa y esperó a que llegase al puerto, y en ella venía uno de los españoles que habían quedado en la dicha cibdad de quien supe que eran vivos todos expceto cinco o seis que los indios habían muerto, y que los demás estaban todavía cercados y que no les dejaban salir de la fortaleza ni les proveían de cosas que habían menester sino por mucha copia de rescate, aunque después que de mi ida habían sabido lo hacían algo mejor con ellos, y que el dicho Muteeçuma decía que no esperaba sino a que yo fuese para que luego tornasen a andar por la cibdad como antes solían.

Y con el dicho español me invió el dicho Muteeçuma un mensajero suyo en que me decía que ya creía que debía saber lo que en aquella cibdad había acaescido, y que él tenía pensamiento que por ello yo venía enojado y traía voluntad de le hacer algúnd daño, que me rogaba perdiese el enojo porque a él le había pesado tanto cuanto a mí y que ninguna cosa se había hecho por su voluntad y consentimiento. Y me invió a decir otras cosas para me aplacar la ira que el creía que yo traía por lo acaescido y que me fuese a la cibdad a aposentar como antes estaba, porque no menos se haría en ella lo que yo mandase que antes se solía facer. Yo le invié a decir que no traía enojo ninguno dél porque bien sabía su buena voluntad, y que ansí como él lo decía lo haría yo. Y otro día siguiente, que fue víspra de San Juan Baptista, me partí, y dormí en el camino a tres leguas de la dicha grand cibdad. Y el día de Sant Juan después de haber oído misa me partí, y entré en ella casi a mediodía y vi poca gente por la cibdad y algunas puertas de las incrucijadas y traviesas de las calles quitadas que no me paresció bien, aunque pensé que lo hacían de temor de lo que habían fecho y que entrando yo los aseguraría, y con esto me fue a la fortaleza, en la cual y en aquella mesquita mayor que estaba junto a ella se aposentó toda la gente que conmigo venía.

Y los que estaban en la fortaleza nos rescibieron con tanta alegría como si nuevamente les diéramos las vidas, que ya ellos estimaban perdidas, y con mucho placer estuvimos aquel día y noche creyendo que ya todo estaba pacífico. Y otro día después de misa inviaba un mensajero a la villa de la Vera Cruz por les dar buenas nuevas de cómo los cristianos eran vivos y yo había entrado en la cibdad y estaba segura, el cual mensajero volvió dende a media hora todo descalabrado y herido dando voces que todos los indios de la cibdad venían de guerra y que tenían todas las puentes alzadas, y junto tras él da sobre nosotros tanta multitud de gente por todas partes que ni las calles ni azoteas se parescían con gente, la cual venía con los mayores allaridos y grita más espantable que en el mundo se puede pensar. Y eran tantas las piedras que nos echaban con hondas dentro en la fortaleza que no parescía sino que el cielo las llovía, y las flechas y tiraderas eran tantas que todas las paredes y patios estaban llenos y casi no podíamos andar con ellas. Y yo salí fuera a ellos por dos o tres partes y pelearon con nosotros muy reciamente, aunque por la una parte salió un capitán con ducientos hombres y antes que se pudiese recoger le mataron cuatro e hiriéronle a él y a muchos de los otros, y por la parte que yo andaba me hirieron a mí y a muchos de los españoles.

Y nosotros matamos pocos dellos porque se nos acogían de la otra parte de las puentes, y de las azoteas y tejados nos hacían daño con las piedras, de las cuales ganamos algunas y quemamos, pero eran tantas y tan fuertes y de tanta gente pobladas y tan bastecidas de piedras y otros géneros de armas que no bastábamos para gelas tomar todos ni defendemos que ellos no nos ofendiesen a su placer. En la fortaleza daban tan recio combate que por muchas partes nos pusieron fuego, y por la una se quemó mucha parte della sin la poder remediar hasta que la atajamos cortando las paredes y derrocando un pedazo que mató el fuego. Y si no fuera por la mucha guarda que allí puse de escopeteros y ballesteros y otros tiros de pólvora nos entraran a escala vista sin los poder resistir. Ansí estuvimos peleando todo aquel día hasta que fue la noche bien entrada, y aun en ella no nos dejaron sin grita y rebato hasta el día. Y aquella noche hice reparar los portillos de aquello quemado y todo lo demás que me paresció que en la fortaleza había flaco, y concerté las estancias y gente que en ellas había de estar y la que otro día habíamos de salir a pelear fuera e hice curar los heridos, que eran más de ochenta.

Y luego que fue de día ya la gente de los enemigos nos comenzaba a combatir muy más reciamente que el día pasado, porque estaban en tanta cantidad dellos que los artilleros no tenían nescesidad de puntería, sino asestar en los escuadrones de los indios. Y puesto que la artillería hacía mucho daño, porque jugaban trece falconetes sin las escopetas y ballestas, hacían tan poca mella que ni se parescía que no lo sentían, porque por donde llevaba el tiro diez o doce hombres se cerraba luego de gente, que no parescía que hacían daño ninguno. Y dejado en la fortaleza el recabdo que convenía y se podía dejar, yo torné a salir y les gané algunas de las puentes y quemé algunas casas. Y matamos muchos en ellas que las defendían, y eran tantos que aunque más daño se hiciera hacíamos muy poquita mella. Y a nosotros convenía pelear todo el día y ellos peleaban por horas, que se remudaban y aun les sobraba gente. También hirieron aquel día otros cincuenta o sesenta españoles, aunque no murió ninguno. Y peleamos hasta que fue noche, que de cansados nos retrujimos a la fortaleza. Y viendo el grande daño que los enemigos nos hacian y cómo nos herían y mataban a su salvo, y que puesto que nosotros hacíamos daño en ellos por ser tantos no se parescía, toda aquella noche y otro día gastamos en hacer tres ingenios de madera.

Y cada uno llevaba veinte hombres, los cuales iban dentro porque con las piedras que nos tiraban de las azoteas no los pudiesen ofender, porque iban los ingenios cubiertos de tablas y los que iban dentro eran ballesteros y escopeteros y los demás llevaban picos y azadones y barras de hierro para horadarles las casas y derrocar las albaradas que tenían fechas en las calles. Y en tanto que estos arteficios se hacían no cesaba el combate de los contrarios, en tanta manera que como no salíamos fuera de la fortaleza se querían ellos entrar dentro, a los cuales resistimos con harto trabajo.

Muerte de MOctezuma

Y el dicho Muteeçuma, que todavía estaba preso y un hijo suyo con otros muchos señores que al prencipio se habían tomado, dijo que le sacasen a las azoteas de la fortaleza y que él hablaría a los capitanes de aquella gente y les haría que cesase la guerra. Y yo lo hice sacar, y en llegando a un petril que salía fuera de la fortaleza, queriendo hablar a la gente que por allí combatía le dieron una pedrada los suyos en la cabeza tan grande que dende a tres días murió. Y yo lo fice sacar así muerto a dos indios que estaban presos, y a cuestas lo llevaron a la gente. Y no sé lo que dél se hicieron, salvo que no por eso cesó la guerra, y muy más recia y muy cruda de cada día.

Parlamento con los indios

Y este día llamaron por aquella parte por donde habían herido al dicho Muteeçuma diciendo que me allegase yo allí, que me querían hablar ciertos capitanes, y ansí lo hice. Y pasamos entre ellos y mí muchas razones, rogándoles que no peleasen conmigo pues ninguna razón para ello tenían, y que mirasen las buenas obras que de mí habían rescebido y cómo habían sido muy bien tratados de mí. La respuesta suya era que me fuese y que les dejase la tierra y que luego dejarían la guerra, y que de otra manera que creyese que habían de morir todos o dar fin de nosotros. Lo cual, segúnd paresció, hacían porque yo me saliese de la fortaleza para me tomar a su placer al salir de la cibdad entre las puentes. Y yo les respondí que no pensasen que les rogaba con la paz por temor que les tenía sino porque me pesaba del daño que les facía y del que les había de facer y por no destruir tan buena cibdad como aquélla era, y todavía respondían que no cesarían de me dar guerra fasta que saliese de la ciudad.

Continua la guerra

Después de acabados aquellos ingenios, luego otro día salí para les ganar ciertas azoteas y puentes, y yendo los ingenios delante y tras ellos cuatro tiros de fuego y otra mucha gente de ballesteros y rodeleros y más de tres mill indios de los naturales de Tescaltecal que habían venido conmigo y servían a los españoles. Y llegados a una puente, posimos los ingenios arrimados a las paredes de unas azoteas y ciertas escalas que llevábamos para las subir. Y era tanta la gente que estaba en defensa de la dicha puente y azoteas y tantas las piedras que de arriba tiraban y tan grandes que nos desconcertaron los ingenios y nos mataron un español e hirieron otros muchos sin les poder ganar ni aun un paso aunque puñábamos mucho por ello, porque peleamos desde la mañana fasta mediodía que nos volvimos con harta tristeza a la fortaleza, de donde cobraron tanto ánimo que casi a las puertas nos llegaban. Y tomaron aquella mesquita grande y en la torre más alta y más prencipal della se subieron fasta quinientos indios que, segúnd paresció, eran personas prencipales, y en ella subieron mucho mantenimiento de pan y agua y otras cosas de comer y muchas piedras. Y todos los más tenían lanzas muy largas con unos hierros de perdenal más anchos que los de las nuestras y no menos agudos, y de allí hacían mucho daño a la gente de la fortaleza porque estaba muy cerca della, la cual dicha torre combatieron los españoles dos o tres veces y la acometieron a sobir, y como era muy alta y tenía la subida agra, porque tiene ciento y tantos escalones y los de arriba estaban bien pertrechados de piedras y otras armas y favorescidos a cabsa de no les haber podido ganar las otras azoteas, ninguna vez los españoles comenzaban a subir que no volvían rodando, y herían mucha gente y los que de las otras partes los vían cobraban tanto ánimo que se nos venían hasta la fortaleza sin ningúnd temor.

Toma de la torre

Y yo viendo que si aquellos salían con tener aquella torre demás de nos hacer della mucho daño cobraban esfuerzo para nos ofender, salí fuera de la fortaleza aunque manco de la mano izquierda de una herida que el primero día me habían dado, y liada la rodela en el brazo fui a la torre con algunos españoles que me siguieron e hícela cercar toda por bajo porque se podía muy bien hacer, aunque los cercadores no estaban de balde, que por todas partes peleaban con los contrarios, de los cuales por favorescer a los suyos se rescrecieron muchos. Y yo comencé a subir por la escalera de la dicha torre y tras mí ciertos españoles, y puesto que nos defendían la subida muy reciamente, y tanto que derrocaron tres o cuatro españoles, con ayuda de Dios y de su gloriosa madre, por cuya casa aquella torre se había señalado y puesto en ella su imagen, les subimos la dicha torre. Y arriba peleamos con ellos tanto que les fue forzado saltar della abajo a unas azoteas que tenían alderredor tan anchas como un paso – y déstas tenía la dicha torre tres o cuatro, tan altas la una de la otra como tres estados – y algunos cayeron abajo del todo, que demás del daño que rescebían de la caída los españoles que estaban abajo alderredor de la torre los mataban. Y los que en aquellas azoteas quedaron pelearon desde allí tan reciamente que estuvimos más de tres horas en los acabar de matar por manera que murieron todos, que ninguno escapó.

Y crea Vuestra Sacra Majestad que fue tanto ganalles esta torre que si Dios no les quebrara las alas bastaban veinte dellos para resistir la subida a mill hombres, comoquiera que pelearon muy valientemente hasta que murieron. E fice poner fuego a la torre y a las otras que en la mesquita había, los cuales habían ya quitado y llevado las imágenes que en ellas teníamos. Algo perdieron del orgullo con haberles tomado esta fuerza, y tanto que por todas partes aflojaron en mucha manera.

Nuevo parlamento con los indios

Y luego torné a aquella azotea y hablé a los capitanes que antes habían hablado conmigo, que estaban algo desmayados por lo que habían visto. Los cuales luego llegaron, y les dije que mirasen que no se podian amparar y que les hacíamos cada día mucho daño y que murian muchos dellos y quemábamos y destruíamos su cibdad, y que no había de parar fasta no dejar della ni dellos cosa alguna. Los cuales me respondieron que bien vían que recebían de nos mucho daño y que murian muchos dellos, pero que ellos estaban ya determinados de morir todos por nos acabar; y que mirase yo por todas aquellas calles y plazas y azoteas cuán llenas de gente estaban, y que tenían hecha cuenta que a morir veinticinco mill dellos y uno de los nuestros nos acabaríamos nosotros primero, porque éramos pocos y ellos muchos; y que me hacían saber que todas las calzadas de las entradas de la cibdad eran deshechas – como de hecho pasaba, que todas las habían deshecho excepto una – y que ninguna parte teníamos por do salir sino por el agua, y que bien sabían que teníamos pocos mantenimientos y poca agua dulce, que no podíamos durar mucho que de hambre no nos muriésemos aunque ellos no nos matasen.

Continua la guerra

Y de verdad que ellos tenían mucha razón, que aunque no tuviéramos otra guerra sino la hambre y nescesidad de mantenimientos bastaba para morir todos en breve tiempo. Y pasamos otras muchas razones, favoresciendo cada uno sus partidos. Ya que fue de noche salí con ciertos españoles, y como los tomé descuidados ganámosles una calle donde les quemamos más de trecientas casas, y luego volví por otra ya que allí acudía la gente y ansimesmo quemé muchas casas della, en especial ciertas azoteas que estaban junto a la fortaleza de donde nos hacían mucho daño. Y con lo que aquella noche se les hizo rescibieron mucho temor, y en esta mesma noche hice tornar a adreszar los ingenios que el día antes nos habían desconcertado. Y por seguir la vitoria que Dios nos daba salí en amanesciendo por aquella calle donde el día antes nos habían desbaratado, donde no menos defensa hallamos que primero. Pero como nos iban las vidas y la honra, porque por aquella calle estaba sana la calzada que iba hasta la tierra firme aunque hasta llegar a ella había ocho puentes muy grandes y hondas y toda la calle de muchas y altas azoteas y torres, pusimos tanta determinación y ánimo que, ayudándonos Nuestro Señor, les ganamos aquel día las cuatro.

Y se quemaron todas las azoteas y casas y torres que había hasta la postrera dellas, aunque por lo de la noche pasada tenían en todas las puentes hechas muchas y muy fuertes albarradas de adobes y barro en manera que los tiros y ballestas no les podían hacer daño, las cuales dichas cuatro puentes cegamos con los adobes y tierra de las albarradas y con mucha piedra y madera de las casas quemadas, aunque todo no fuera tan sin peligro que no hiriesen a los españoles. Aquella noche puse mucho recabdo en guardar aquellas puentes porque no las tomasen a ganar. Y otro día de mañana torné a salir, y Dios nos dio ansimesmo tan buena dicha y vitoria que aunque era innumerable gente que defendía las otras puentes y albarradas y ojos que aquella noche habían hecho, se las ganamos todas y las cegamos. Ansimesmo fueron ciertos de caballo siguiendo el alcance y vitoria hasta la tierra firme. Y estando yo reparando aquellas puentes y haciéndolas cegar viniéronme a llamar a mucha priesa, diciendo que los indios que combatían la fortaleza pedían paces y me estaban esperando allí ciertos señores capitanes dellos.

Y dejando allí toda la gente y ciertos tiros me fui solo con dos de caballo a ver lo que aquellos prencipales querían, los cuales me dijeron que si yo les aseguraba que por lo hecho no serían punidos, que ellos harían alzar el cerco y tomar a poner los puentes y hacer las calzadas y servirían a Vuestra Majestad como antes lo facían. Y rogáronme que ficiese traer allí uno como religioso de los suyos que yo tenía preso, el cual era como general de aquella relisión, el cual vino y les habló y dio concierto entre ellos y mí, y luego paresció que inviaban mensajeros, según ellos dijeron, a los capitanes y a la gente que tenían en las estancias a decir que cesasen el combate que daban a la fortaleza y toda la otra guerra, y con esto nos despedimos.

Engañan a Cortes

Y yo metíme a la fortaleza a comer, y en comenzando, vinieron a mucha priesa a me decir que los indios habían tomado a ganar las puentes que aquel día les habíamos ganado y que habían muerto ciertos españoles, de que Dios sabe cuánta alteración rescebí, porque yo no pensé que había más de hacer con tener ganada la salida. Y cabalgué a la mayor priesa que pude y corrí por toda la calle adelante con algunos de caballo que me siguieron, y sin detenerme en alguna parte torné a romper por los dichos indios y les torné a ganar las puentes y fui en alcance dellos hasta la tierra firme.

Y como los peones estaban cansados y heridos y atemorizados y vi al presente el grandísimo peligro ninguno me siguió, a cuya causa, después de pasadas yo las puentes, ya que me quise volver las hallé tomadas y ahondadas mucho de lo que habíamos cegado, y por la una parte y por la otra de la calzada llena de gente ansí en la tierra como en el agua en canoas, la cual nos garrochaba y apedreaba en tanta manera que si Dios mistiriosamente no nos quisiera salvar era imposible escapar de allí, y aun ya era público entre los que quedaban en la cibdad que yo era muerto. Y cuando llegué a la postrera puente de hacia la cibdad hallé a todos los de caballo que conmigo iban caídos en ella y un caballo suelto, por manera que yo no pude pasar y me fue forzado de revolver solo contra los enemigos. Y con aquello fice algúnd tanto de lugar para que los caballos pudiesen pasar, y yo fallé la puente desembarazada y pasé aunque con harto trabajo, porque había de la una parte a la otra casi un estado de saltar con el caballo. Y allí me dieron muchas pedradas, las cuales por ir yo y él bien armados no nos hirieron más de atormentar el cuerpo. Y así quedaron aquella noche con vitoria y ganadas las dichas cuatro puentes, y yo dejé en las otras cuatro buen recabdo y fui a la fortaleza e hice hacer una puente de madera que levaba cuarenta hombres.

Rebelion em Tecnotitlan, regreso de Cortes

Conocía Cortés casi a todos aquellos que venían con Narváez. Habloles cortésmente.

Rogoles que olvidasen lo pasado, que así haría él, y que tuviesen

por bien de ser sus amigos, e irse con él a México, que era el más rico pueblo

de indios. Volvioles sus armas, que las habían perdido muchos, y a muy pocos

dejó presos con Narváez. Los de caballo se salieron al campo con ánimo

de pelear, mas luego se dieron por lo que les dijo y prometió. En fin, todos

ellos, que no venían sino a gozar la tierra, holgaron de ello, y lo siguieron y

sirvieron. Rehízo la guarnición de la Veracruz, y envió allí los navíos de la flota.

Despachó doscientos españoles al río de Garay, y tornó a enviar a Juan

Velázquez de León con otros doscientos a poblar en Coazacoalco.

Envió delante un español con la nueva de la victoria, y él partiose luego

a México, no sin cuidado de los suyos que allá estaban, a causa de los mensajeros

de Narváez a Moteczuma. El español que fue con las nuevas, en lugar

de albricias, hubo heridas que le dieron los indios alzados. Mas, aunque llagado,

tornó a decir a Cortés cómo los de México estaban rebelados y con

armas, y que habían quemado las cuatro fustas, combatido la casa y fuerte

de los españoles, derribado una pared, minado otra, puesto fuego a las municiones,

quitádoles las vituallas, y llegado a tanto aprieto, que mataran o

prendieran los españoles si Moteczuma no les mandara dejar el combate, y

aun con todo eso, no dejaron las armas ni el cerco; solamente aflojaron por

complacer a su señor.

Estas nuevas fueron muy tristes para Cortés, que le volvieron su gozo

en cuidado, y le hicieron apresurar el camino para socorrer a sus amigos y

compañeros; y si un poco más tardara, no los hallara vivos, sino muertos o

para sacrificar. La mayor esperanza que tuvo de no perderlos y perderse,

fue no haberse ido Moteczuma. Hizo reseña en Tlaxcallan de los españoles

que llevaba, y eran mil peones y ciento de caballo, porque llamó a los que

enviara a poblar. No paró hasta Tezcuco, donde no vio los caballeros que conocía, ni le recibieron como otras veces, ni por el camino tampoco; antes

halló la tierra despoblada o alborotada. A Tezcuco le vino un español que

Alvarado le enviaba a le llamar y certificar de lo arriba dicho, y que entrase

presto, porque con su ida aflojaría la ira. Vino asimismo con el español un

indio de parte de Moteczuma, que le dijo cómo de lo pasado él estaba sin

culpa, y que si traía enojo de él, que lo perdiese, y se fuese al aposento do

primero, donde él se estaba, y los españoles también vivos y sanos, como se

los dejó. Con esto descansaron él y los demás españoles aquella noche, y

otro día, que fue San Juan Bautista, entró por México a hora de comer, con

ciento de caballo y mil españoles, y muchedumbre de los amigos de Tlaxcallan,

Huexocinco y Chololla. Vio poca gente por las calles, no recibimiento,

algunos puentes desbaratados y otras ruines señales. Llegó a su aposento, y

los que no cupieron en el, fuéronse al templo mayor.

Moteczuma salió al patio a recibirle, penado, a lo que mostraba, de lo

que los suyos habían hecho. Disculpose, y entrose cada uno en su cámara.

Pedro de Alvarado y los otros españoles no se veían de placer con su llegada

y la de tantos, que les daban las vidas, que tenían medio perdidas. Saludáronse

unos a otros, y preguntáronse cómo estaban y venían, y cuanto los

unos contaban de bueno, tanto los otros de malo.

Los mexicas sitian a los españoles

Estaban sitiando la casa real; mantenían vigilancia, no fuera a ser que alguien entrara a hurtadillas y en secreto les llevara alimentos. También desde luego terminó todo aportamiento de víveres: nada en absoluto se les entregaba, como para que los mataran de hambre.

Pero aquéllos que aún en vano trataban de comunicarse con ellos, les daban algún aviso; intentaban congraciarse con ellos dando en secreto algunos alimentos, si eran vistos, si se les descubría, allí mismo los mataban, allí acababan con ellos o les quebraban la cerviz, o a pedradas los mataban.

Cierta vez fueron vistos unos mexicanos que introducían pieles de conejo. Ellos dejaron escaparse la palabra de que con ellos entraban otros a escondidas. Por esto se dio estricta orden de que se vigilara, se cuidara con esmero por todos los caminos y por todas las acequias. Había grande vigilancia, había guardas cuidadosos.

Ahora bien, los que introducían pieles de conejo eran trabajadores enviados de los mayordomos de los de Ayotzintepec y Chinantlan. Allí no más rindieron el aliento, allí se acabó su oficio: en una acequia los acogotaron con horquillas de palo. Aún contra sí mismos se lanzaron los tenochcas: sin razón alguna aprisionaban a los trabajadores. Decían: -«¡Éste es!» Y luego lo mataban. Y si por ventura veían a alguno que llevara su bezote de cristal, luego lo atrapaban rápidamente y lo mataban. Decían:

-Éste es el que anda entrando, el que le está llevando de comer a Motecuhzoma.

Y si veían a alguno cubierto con el ayate propio de los trabajadores, también lo cogían rápidamente. Decían:

-También éste es un desgraciado, que trae noticias infaustas: entra a ver a Motecuhzoma.

Y el que en vano pretendía salvarse, les suplicaba diciendo:

-¿Qué es lo que hacéis, mexicanos? ¡Yo no soy! Le decían ellos:

-¡Sí, tú, infeliz! . . . ¿No eres acaso un criado? Inmediatamentle allí lo mataban.

De este modo estaban fiscalizando a las personas, andaban cuidadosos de todos: no más examinaban su cara, su oficio: no más estaban vigilando a las personas los mexicanos. Y a muchos por fingido delito los ajusticiaron, alevosamente los mataron: pagaron un crimen que no habían cometido.

Pero los demás trabajadores se escondieron, se ocultaron. Ya no se daban a ver a la gente, ya no se presentaban ante la gente, ya no iban a casa de nadie: estaban muy temerosos, miedo y vergüenza los dominaba y no querían caer en manos de los otros.

Cuando hubieron acorralado a los españoles en las casas reales, por espacio de siete días les estuvieron dando batalla. Y los tuvieron en jaque durante veintitrés días.

Durante estos días las acequias fueron desenzolvadas; se abrieron, se ensancharon, se les puso maderos, ahondaron sus cavidades. Y se hizo difícil el paso por todas partes, se pusieron obstáculos dentro de las acequias.

Y en cuanto a los caminos, se les pusieron cercos, se puso pared de impedimento, se cerraron los caminos. Todos los caminos y calles fueron obstruccionados. 5

Comentários de guerreros índios y españoles de la batalla

Sabida la causa de la rebelión, preguntoles Cortés cómo peleaban los enemigos.

Ellos dijeron que luego como tomaron armas cargaron con furia

muy grande, pelearon y combatieron la casa diez días arreo, en las cuales

habían hecho los daños que ya sabía, y que por no dar lugar que Moteczuma

se saliese y se fuese a Narváez, como algunos decían, no habían ellos osado

salir de casa a pelear por las calles, sino defenderse solamente y guardar a

Moteczuma, como se lo dejara encargado; y que como eran pocos, y los indios

muchos, y que de credo a credo se remudaban, que no sólo se cansaban,

mas que desmayaban, y si a los primeros rebatos no subía Moteczuma

a una azotea y mandaba a los suyos que estuviesen quedos, si lo querían

vivo, ya estuvieran todos muertos, que luego en viéndole cesaban. Dijeron

también que como vino la nueva de la victoria contra Pánfilo, Moteczuma

les mandó, y ellos quisieron aflojar y no pelear; no, según era fama, de miedo,

sino porque llegado él, los matasen a todos juntos; mas empero que

arrepentidos, tendrían más que hacer, volvieron a las armas y batería como

de primero, y aun con más gana y denuedo; de donde coligieron algunos

que no era con voluntad de Moteczuma.

Contaron asimismo muchos milagros: que como les faltase agua de beber,

cavaron en el patio de su aposento hasta la rodilla o poco más, y salió

agua dulce, siendo el suelo salobral; que muchas veces se ensayaron los indios

a quitar la imagen de Nuestra Señora gloriosísima del altar donde Cortés

la puso, y en tocándola se les pegaba la mano a lo que tocaban, y en buen

rato no se les despegaba, y despegada, quedaba con señal; y así, la dejaron

estar; que cargaron un día de recio combate con el mayor tiro, y cuando le

pusieron fuego para arredrar los enemigos no quiso salir; los cuales, como vieron esto, arremetieron muy denodadamente con terrible grita, con palos,

flechas, lanzas y piedras, que cubrían la casa y calle, diciendo: ahora redimiremos

nuestro rey, libertaremos nuestras casas y nos vengaremos; mas

al mejor hervor del combate soltó el tiro, sin lo cebar más ni ponerle de nuevo

fuego, con espantoso sonido; y como era grande y tenía perdigones con

la pelota, escupió muy recio, mató muchos y asombrolos a todos; y así, atónitos

se retiraron; que andaban peleando por los españoles Santa María y

Santiago en un caballo blanco, y decían los indios que el caballo hería y

mataba tantos con la boca y con los pies y manos como el caballero con la

espada, y que la mujer del altar les echaba polvo por las caras y los cegaba; y

así, no viendo a pelear, se iban a sus casas pensando estar ciegos, y allá se hallaron

buenos; y cuando volvían a combatir la casa, decían: “Si no tuviésemos

miedo a una mujer y al del caballo blanco, ya estaría derribada vuestra

casa, vosotros cocidos, aunque no comidos, porque no sois buenos de comer;

que el otro día lo probamos y amargáis; mas echaros hemos a las águilas,

leones, tigres y culebras, que os traguen por nosotros; pero con todo

esto, si no soltáis a Moteczumacín y os vais luego, presto seréis muertos santamente,

cocidos con chilmolli y comidos de brutos animales, pues no sois

buenos para estómagos de hombres; porque siendo Moteczumacín nuestro

señor y el dios que nos da mantenimiento, le osasteis prender y tocar con

vuestras robadoras manos, y a vosotros, que tomáis lo ajeno, ¿cómo os sufre

la tierra, que no os traga vivos? Pero andar; que nuestros dioses, cuya religión

profanasteis, os darán vuestro merecido; y si no lo hacen presto, nosotros

vos mataremos y despojaremos luego, y a esos hi de ruines y apocados

de Tlaxcallan, vuestros esclavos, que no se irán sin castigo ni alabando que

toman las mujeres de sus señores y piden tributo a quien pechaban”.

Estas y tales cosas braveaban y baladreaban aquellos mexicanos; y los

nuestros, que de puro miedo estaban ciscados, los reprendían de semejantes

boberías que se dejaban decir cerca de Moteczuma, diciéndoles que era

hombre mortal, y no mejor ni diferente de ellos; que sus dioses eran vanos y

su religión falsa, y la nuestra cierta y buena; nuestro Dios justo, verdadero

criador de todas las cosas, y la mujer que peleaba era madre de Cristo, dios

de los cristianos, y el del caballo blanco era apóstol del mismo Cristo, venido

del cielo a defender aquellos poquitos españoles y a matar tantos indios.

Continua la batalla

En oír esto, en mirar la casa y proveer lo necesario se pasó aquella noche, y

luego por la mañana, para saber de qué intención estaban los indios con su

llegada, dijo Cortés que hiciesen mercado, como solían, de todas las cosas, y

ellos estar quedos. Entonces le dijo Alvarado que hiciese del enojado con él,

y como que le quería prender y castigar por lo que hizo, porque le remordía

la conciencia, pensando que así Moteczuma y los suyos se aplacarían y aun

rogarían por él.

Cortés no curó de aquello, antes muy enojado, dijo, a lo que dicen, que

eran unos perros, y que con ellos no había necesidad de cumplimiento, y

mandó luego a un principal caballero mexicano que allí estaba que en todas

maneras hiciesen mercado. El indio conoció que hablaban mal de ellos, teniéndolos

en poco más que bestias, y enojose también él, y desdeñado, fue

como que a cumplir lo que Cortés mandaba, y no fue sino a pedir libertad y

a publicar las palabras injuriosas que oyera, y en poco tiempo revolvió la

feria, porque unos quebraban las puentes, otros llamaban los vecinos, y todos

a una dieron sobre los españoles y cercáronles la casa con tanta grita,

que no se oían. Tiraban tantas piedras, que parecía pedrisco; tantas flechas

y dardos, que henchían paredes y patio a no poder andar por él.

Salió Cortés por una parte y otro capitán por otra, con cada doscientos

españoles, y pelearon con ellos los indios reciamente, y les mataron cuatro

españoles, hirieron a otros muchos de los nuestros, y no murieron de ellos

sino pocos, por tener la guarida cerca o en las casas, o tras las puentes y albarradas.

Si arremetían los nuestros por las calles, luego les atajaban las puentes;

si a las casas, recibían mucho daño de las azoteas, con los cantos y piedras

que de ellas arrojaban. Al retirar los persiguieron terriblemente.

Pusieron fuego a la casa por muchas partes, y por una se quemó un buen

pedazo sin poderlo amatar, hasta derribar sobre él unas cámaras y paredes,

por donde entraran a escala vista ni no fuera por la artillería, ballestas y escopetas

que se pusieron allí. Duró la pelea y combate todo el día, hasta ser

de noche, y aun entonces no los dejaban, con grita y rebates. No durmieron mucho aquella noche, sino reparar los portillos de lo quemado y flaco, curar

los heridos, que eran más de ochenta, concertar las estancias, ordenar la

gente para pelear otro día, si menester fuese.

Como fue día, fueron sobre ellos más indios y más recio que el día antes;

tanto, que los artilleros sin asestar jugaban con los tiros. Ninguna mella hacían

en ellos ballestas ni escopetas, ni trece falconetes que siempre disparaban,

porque aunque llevaba el tiro diez y quince y aun veinte indios, luego

cerraban por allí, que parecía no haber hecho daño. Salió Cortés con otros

tantos, como el día de atrás; ganó algunas puentes, quemó algunas casas, y

mató en ellas muchos que dentro se defendían; mas eran tantos los indios,

que ni se descubría el daño ni se sentía; y eran pocos los nuestros, que con

pelear todas las horas del día, no bastaban a defenderse, cuanto más a ofender.

No fue muerto español ninguno; mas quedaron heridos sesenta, de

piedra o saeta, que tuvieron que curar aquella noche. Para remediar que de

las casas y azoteas no recibiesen daño ni heridas, como hasta allí, hicieron

tres ingenios de madera, cuadrados, cubiertos y con sus ruedas, para llevarlos

mejor. Cabía en cada uno veinte hombres con picas, escopetas y ballestas,

y un tiro. Detrás de ellos habían de ir azadoneros para derrocar casas y

albarradas, o para regir y ayudar a ir el ingenio.

Muerte de MOctezuma

Entre tanto que se hacían estos ingenios no salían los nuestros a pelear, ocupados

en la obra; solamente resistían; mas los enemigos, pensando que todos

estaban muy mal heridos, combatíanlos a más no poder, y aun les decían

denuestos y palabras injuriosas, y amenazábanlos que si no les daban a

Moteczuma, que les darían la más cruda muerte, que jamás hombres llevaron.

Cargaban tanto y porfiaban a entrar la casa, que rogó Cortés a Moteczuma

se subiese a un azotea alta y mandase a los suyos cesar e irse. Subió,

púsose al pretil para hablarles, y en comenzando, tiraron tantas piedras de

abajo y de las casas fronteras, que de una que le acertó en las sienes le derribaron

y mataron sus propios vasallos. Y no lo quisieran hacer más que sacarse

los ojos; ni lo vieron, como le tenía un español cubierto y amparado con una rodela, no le diese en la cara alguna pedrada, que tiraban muchas;

ni creyeron que estaba allí, por más señas y voces que les daban.

Luego Cortés publicó la herida y peligro de Moteczuma; mas unos lo

creían, y otros no; empero todos peleaban a porfía. Tres días estuvo Moteczuma

con dolor de cabeza, y al cabo muriose. Cortés, porque los indios viesen

que moría de la pedrada que ellos le habían dado, y no de mal que él le

hubiese hecho, lo hizo sacar a cuestas a dos caballeros mexicanos y presos,

que dijeron la verdad a los ciudadanos, los cuales a la sazón estaban combatiendo

la casa; mas ni por eso dejaron el combate ni la guerra, como muchos

de los nuestros pensaban; antes la hicieron mayor y sin ningún respeto. Al

retirar hicieron muy gran llanto para enterrar al rey en Chapultepec. De

esta manera murió Moteczumacín, que de los indios era por dios tenido, y

que tan gran rey como dicho es era. Pidió el bautismo, según dicen, por

Carnestolendas; y no se lo dieron entonces por dárselo la Pascua con la solemnidad

que requería tan alto sacramento y tan poderoso príncipe, aunque

mejor fuera no alargarlo; mas como vino primero Pánfilo de Narváez,

no se pudo hacer, y después de herido olvidose, con la priesa del pelear.

Afirman que nunca Moteczuma, aunque de muchos fue requerido, consintió

en muerte de español ni en daño de Cortés, a quien mucho amaba. También

hay quien lo contrario diga. Todos dan buenas razones; mas empero

no pudieron saber la verdad nuestros españoles, porque ni entonces entendían

el lenguaje, ni después hallaron vivo a ninguno con quien Moteczuma

hubiese comunicado esta puridad. Una cosa sé decir, que nunca dijo mal de

españoles, que no poco enojo y descontento era para los suyos.

Dicen los indios que fue el mejor de su linaje y el mayor rey de México.

Y es gran cosa que cuando los reinos más florecen y más encumbrados están,

entonces se caen y pierden o truecan señor, según historias cuentan, y

como la habernos visto en este Moteczuma y en Atabaliba. Más perdieron

nuestros españoles con la muerte de Moteczuma que los indios, si bien consideraseis

las muertes y destrozo que luego se siguió a los unos, y el contentamiento

y descanso de los otros; porque muerto él, se quedaron en sus casas

y tomaron nuevo rey.

Fue Moteczuma reglado en el comer; no vicioso, como otros indios,

aunque tenía muchas mujeres. Fue dadivoso y muy franco con los espa ñoles, y creo que también con los suyos; porque si fuera por arte, y no por

natura, fácilmente se le conociera al dar en el semblante; que los que dan de

mala gana, mucho descubren el corazón. Cuentan que fue sabio: a mi parecer,

o fue muy sabio, pues pasaba por las cosas así, o muy necio, que no las

sentía. Fue tan religioso como belicoso, aunque tuvo muchas guerras, en

que se halló presente. Dicen que venció nueve batallas y otros nueve campos

en desafío, uno a uno. Reinó diecisiete años y algunos meses.

Cortes pide paz y continua la lucha

Muerto que fue Moteczuma, envió a decir Cortés a sus sobrinos y a los otros

señores y capitanes que sustentaban la guerra, que les quería hablar. Vinieron

y él les dijo desde aquella misma azotea que le mataran, que pues era

muerto Moteczuma, dejasen las armas y atendiesen a elegir otro rey y enterrar

el difunto; que se quería hallar a las honras como amigo. Y que supiesen

cómo por amor de Moteczuma, que se lo rogaba, no les había ya derribado

y asolado la ciudad, como rebelde y obstinada. Mas pues ya no tenía a

quien tener respeto, les quemaría las casas y los castigaría si no cesaba la

guerra y eran sus amigos. Ellos respondieron que no dejarían las armas hasta

verse libres y vengados; y que sin su consejo sabrían tomar el rey que por

derecho les venía, pues los dioses les habían llevado a su querido Moteczuma.

Que del cuerpo harían lo que de otros reyes muertos. Y si él quería ir a

morar con los dioses y tener compañía a su amigo, que saliese, y lo matarían.

Y que más querían guerra que paz, si había de estar en la ciudad. Y si se enojaba,

que tendría dos males; porque ellos no eran como otros, que se rendían

a palabras. Que también ellos, pues muriera su señor, por cuya reverencia

no les tenían quemadas las casas y a ellos asados y comidos, le

matarían si no se iba. Y una vez por una que saliese fuera, y que después tratarían

de amistad.

Cortés, como los halló duros, conoció que iba malo su partido, y que le

decían que se fuese para tomarlo entre puentes. Tanto les rogaba por el

daño que recibía como por el que hacía. Así que, viendo cómo las vidas y el

mandar consistían en los puños y tener buen corazón, salió una mañana con los tres ingenios, con cuatro tiros, con más de quinientos españoles y

con tres mil tlaxcaltecas, a pelear con los enemigos, a derribar y quemar las

casas. Arrimaron los ingenios a unas grandes casas que cabe una puente estaban.

Echaron escalas para subir a las azoteas, que estaban llenas de gente,

y comenzaron a combatirlas; mas presto se tornaron al fuerte sin hacer cosa

que dañase mucho los contrarios, y con un español muerto y otros muchos

heridos, y con los ingenios quebrados. Fueron tantos los indios que al ruido

cargaron, y apretaron en tanta manera a los nuestros, que no les dieron lugar

ni vagar de soltar los tiros. Y los de aquella casa tiraron tantas piedras y

tan grandes de las azoteas, que desbarataron los ingenios y los ingenieros. Y

los hicieron volver más de a paso en poco tiempo.

Como los hubieron encerrado, cobraron todas las casas y calles perdidas

y el templo mayor, en cuya torre se encastillaron quinientos principales

hombres. Metieron muchos bastimentos, muchas piedras, muchas lanzas

largas y con hierros de pedernal, anchos y agudos. Y a la verdad con ninguna

arma hacían tanto daño como con piedras, ni tan a su salvo. Era fuerte

aquella torre y alta, según ya dije, y estaba tan cerca del fuerte de los nuestros,

que les hacía muy gran daño. Cortés, aunque con harta tristeza, animaba

siempre a los suyos, y siempre iba delante a las afrentas y peligros. Y por

no estar acorralado, que no lo sufría su corazón, toma trescientos españoles,

y va a combatir aquella torre. Acometiola tres o cuatro veces y otros tantos

días; mas nunca la pudo subir, como era alta y había muchos defensores

con buenas piedras y armas, con que por detrás le fatigaban mucho. Antes

siempre venían rodando las gradas abajo heridos y huyendo, de que orgullosos

los indios, seguían los nuestros hasta las puertas del real. Y los españoles

iban de cada hora desmayando más, y muchos murmurando. Estaba

su corazón con estas cosas cual pensar podéis.

Y porque los indios, con tener la torre y victorias, andaban más bravos

que nunca, así por obras como de palabras, determina Cortés salir, y no tornar

sin ganarla. Atose la rodela al brazo que tenía herido; fue, cercó y combatió

la torre con muchos españoles, tlaxcaltecas y amigos; y aunque los de

arriba la defendieron recio y mucho, y derribaron tres o cuatro españoles

por las escaleras, y vinieron muchos a socorrerla, la subió y ganó. Pelearon

allá arriba con los indios hasta que los hicieron saltar a unos pretiles o ande nes que tenía la torre alrededor, un paso anchos o más; los cuales eran tres,

y uno más alto que otro dos estados, o conforme a los sobrados de las capillas.

Algunos indios cayeron al suelo por saltar de uno en otro, que allende

del golpe llevaban muchas estocadas de los nuestros, que abajo quedaron.

Españoles hubo que, abrazados con los enemigos, se arrojaban a los pretiles

y aun de uno en otro, por matarlos o echar al suelo; y así, no dejaron a

ninguno vivo. Pelearon tres horas allá arriba; que como eran muchos indios,

ni los podían vencer ni acabar de matar. En fin, murieron todos quinientos

indios como valientes hombres. Y si tuvieran armas iguales, más

mataran que murieran, según el lugar y corazón tenían. No se halló la imagen

de nuestra Señora, que al principio de la rebelión no podían quitar; y

Cortés puso fuego a las capillas y otras tres torres, en que se quemaron muchos

ídolos. No perdieron coraje aunque perdieron la torre; con lo cual, y

por quema de sus dioses, que al alma les llegó, hacían muchas arremetidas a

la casa fuerte de los nuestros.

No aceptan tréguas y continua la lucha

Cortés, considerando la multitud de los enemigos, el ánimo, la porfía y que

ya los suyos estaban hartos de pelear, y aun ganosos de irse, si los indios los

dejaran, tornó a requerir con la paz y a rogar a los mexicanos por treguas,

diciéndoles que morían muchos y no mataban ninguno, y que las demandaba

para que conociesen su daño y mal consejo. Ellos, más endurecidos

que nunca, le respondieron que no querían paz con quien tanto mal les

había hecho, matándoles sus hombres y quemándoles sus dioses, ni menos

querían treguas, pues no tenían agua ni pan ni salud; y que si morían, que

también mataban y herían; que no eran dioses ni hombres inmortales, para

no morir como ellos; y que mirase cuánta gente parecía por las azoteas, torres

y calles, sin otra tanta que estaba en las casas, y hallaría que más presto

se acabarían sus españoles muriendo uno a uno, que los vecinos de mil a

mil ni de diez en diez mil; porque, acabados aquellos que veía, vendrían

luego otros tantos, y tras aquellos, otros y otros; mas, acabado él y los suyos, que no vendrían más españoles, y ya que ellos no los matasen con armas, se

morirían de heridas y de sed y de hambre; y aunque ya quisiesen irse, no podrían,

por estar deshechas las puentes, rompidas las calzadas, no teniendo

barcas para ir por agua.

En estas razones, que le dieron bien qué pensar y temer, les tomó la noche;

y cierto la hambre sola, el trabajo y cuidado, los consumía, y consumiera

sin otra guerra. Aquella noche se armaron los medios españoles, y

muy tarde salieron, y como los contrarios no peleaban a tales horas, quemaron

fácilmente trescientas casas en una calle. Entraron en algunas, y

mataron los que dentro hallaron: quemáronse entre ellas tres azoteas cerca

del fuerte, que les hacían daño. Los otros medio españoles adobaban los

ingenios y reparaban la casa. Como les sucedió bien la salida, tornaron en

amaneciendo a la calle y puente, do les desbarataron los ingenios; y aunque

hallaron muy gran resistencia, como les iba la vida, que de la honra ya no

hacían tanto caudal, ganaron muchas casas con azoteas y torres, que quemaron;

ganando asimismo, de ocho puentes que tiene, las cuatro, aunque

estaban tan fuertes con albarradas de lodo y adobes, que apenas los tiros

derribarlas podían. Cegáronlas con los mismos adobes y con la tierra, piedras

y madera de lo derrocado; quedó guarda en lo ganado, y volviéronse

al real con hartas heridas, cansancio y tristeza, porque más sangre y ánimo

perdían que tierra ganaban.

Luego otro día, por tener paso a tierra, salieron, ganaron y cegaron las

otras cuatro puentes de aquella misma calle, y fueron veinte de caballo corriendo

hasta tierra firme, tras los enemigos que huían; y estando Cortés

cegando y allanando las puentes y malos pasos para los caballos, llegaron a

le decir cómo estaban esperando muchos señores y capitanes que querían

paz; por eso que fuese allá; y llevase un tlamacazque, que era de los sacerdotes

principales, y estaba preso, para entender en los conciertos de ella.

Cortés fue y lo llevó; tratose de la paz, y el tlamacazque fue a que dejasen las

armas y el cerco del real; empero no tornó. Todo era fingido y por ver qué

ánimo tenían los nuestros, o por cobrar el religioso, o por descuidarlos.

Con tanto, se fueron todos a comer, que era ya hora; mas no fue bien sentado

Cortés a la mesa, cuando entraron ciertos de Tlaxcallan dando voces

que los enemigos andaban con armas por la calle, y habían cobrado lãs puentes perdidas, y muerto los más españoles que las guardaban. Salió

luego a la hora con los de a caballo que más a punto estaban, y algunos de a

pie; rompió el cuerpo de los adversarios, que muchos eran, y siguiolos hasta

tierra. A la vuelta, como los españoles de pie estaban heridos y cansados

de pelear y guardar la calle, no pudieron sostener el ímpetu y el golpe de

los muchos contrarios que sobre ellos cargaron, y que hincheron tanto la

calle, que aína no pudieron tornar a su aposento; y no sólo estaba llena la

calle de gente, mas aun había por agua muchas canoas, y los unos y otros

apedrearon y agarrocharon los nuestros bravísimamente, e hirieron a

Cortés muy mal en la rodilla, de dos pedradas, y luego anduvo la fama por

toda la ciudad que le habían muerto, que no poco entristeció a los nuestros

y alegró a los indios; mas él, aunque herido, animaba a los suyos y daba

en los enemigos. A la postrera puente cayeron dos caballos, y el uno se soltó,

y embarazaron el paso a los que venían detrás. Revolvió Cortés sobre

los indios, e hizo algún tanto de lugar; y así, pasaron todos los de caballo, y

el que fue postrero hubo de saltar con su caballo a muy gran trabajo y peligro,

y fue maravilla que no le prendieran; diéronle con todo de pedradas;

con que se recogió al real ya bien tarde. En cenando, envió algunos españoles

a guardar la calle y ciertos puentes de ella, porque no las recobrasen

los indios ni le fatigasen en casa la noche, que quedaban muy ufanos con el

buen suceso del día; aunque no acostumbran ellos, según de antes dije,

pelear de noche.

Habiendo vencido Cortés a Pánfilo de Narváez, regresó con mayor número de soldados a México-Tenochtitlan. Los informantes de Sahagún relatan el modo cómo fue recibido. Los mexicas se pusieron de acuerdo en no dejarse ver. Estaban en acecho para dar principio a la batalla.

Según los mencionados informantes, Cortés hizo disparar los cañones, al entrar en las casas reales de Motecuhzoma. Esta fue la señal que dio principio a la guerra. Durante cuatro días se luchó con denuedo.

Fue por entonces cuando los españoles arrojaron a la orilla del agua los cadáveres de Motecuhzoma y de Itzcuauhtzin. Como escribe don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, a punto fijo no se supo cómo murió Motecuhzoma: «Dicen que uno de los indios le tiró una pedrada de lo cual murió; aunque dicen los vasallos que los mismos españoles lo mataron y por las partes bajas le metieron la espada.»

El texto indígena pinta las exequias de Motecuhzoma y el duro juicio que acerca de sus actuación pública formularon algunos mexicas. Pasados siete días los españoles se aprestaron para abandonar por la noche a México-Tenochtitlan.

Entonces tuvo lugar el desquite de los guerreros mexicas, que se conoce como la »Noche Triste». Los nahuas nos pintan la forma en que tuvo lugar el asedio a los españoles que huían por la Calzada de Tacuba. Quienes lograron escapar, fueron a refugiarse por el rumbo de Teocalhueyacan, en donde fueron recibidos en son de paz.

El texto de los informantes que aquí se transcribe concluye narrando lo que pasaba entre tanto en México-Tenochtitlan, donde los guerreros mexicas victoriosos se repartían el botín de guerra quitado a los españoles.

En forma de pequeño apéndice a este capítulo se transcribe la breve noticia que acerca de estos hechos nos conserva don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl en su ya mencionada XIII relación.

La relación de Alva Ixtlilxóchitl

Cortés dio la vuelta para México, y entró por la ciudad de Tezcoco, en donde le recibieron algunos caballeros, porque a los hijos del rey Nazahualpiltzintli, los legítimos, los tenían escondidos sus vasallos y los otros en México los tenían en rehenes. Entró en México con todo el ejército de españoles y amigos de Tlaxcala y otras partes el día de San Juan Bautista, sin que nadie se lo estorbase.

Los mexicanos y los demás aunque les daban todo lo necesario, con todo esto, viendo que los españoles, ni se querían ir de su ciudad, ni querían soltar a sus reyes, juntaron sus soldados, y comenzaron a dar guerra a los españoles otro día después de que Cortés entró en México y duró siete días.

El tercero de ellos Motecuhzoma viendo la determinación de sus vasallos, se puso en una parte alta, y reprendióles; los cuales le trataron mal de palabras llamándole de cobarde, y enemigo de su patria, y aun amenazándole con las armas, en donde dicen que uno de ellos le tiró una pedrada de lo cual murió, aunque dicen sus vasallos que los mismos españoles lo mataron, y por las partes bajas le metieron la espada.

Al cabo de los siete días, después de haber sucedido grandes cosas, los españoles con sus amigos los tlaxcaltecas, huexotzincas y demás naciones, desampararon la ciudad y salieron huyendo por la calzada que va a Tlacopan, y antes de salir de la ciudad mataron al rey Cacamatzin, y a tres hermanas suyas, y dos hermanos que hasta entonces no estaban muertos, según don Alonso Axayácatl, y algunas relaciones de los naturales que se hallaron personalmente en estas dos ocasiones, los cuales al tiempo que se retiraron dieron muerte a muchos españoles y amigos hasta un cerro que está adelante de Tlacopan, y desde aquí dieron la vuelta para Tlaxcala. 5

Allí vino a darles la bienvenida el jefe de los de Teocalhueyacan.

El señor se llamaba con nombre propio de nobleza El Otomí. Este fue a encontrarlos y allí les fue a entregar comida: tortillas blancas, gallinas, guisados y asados de gallina, huevos y algunas gallinas vivas y también algunas tunas: todo lo pusieron delante del capitán.

Les dijeron:

-Señores nuestros, os habéis fatigado, habéis pasado angustias. Que los dioses reposen. En tierra asentaos, tomad aliento.

Entonces les respondió Malintzin, les dijo:

-Señores míos, dice el capitán:

¿De dónde venís? ¿Dónde es vuestra casa?

Dijeron ellos:

-Óigalo nuestro señor: Venimos de su casa de Teocalhueyacan. Somos gente de este lugar.

Dijo Malintzin:

-Bien está. Os estamos agradecidos. Allá de donde venís mañana o pasado iremos a pernoctar.

Allí vino a darles la bienvenida el jefe de los de Teocalhueyacan.

El señor se llamaba con nombre propio de nobleza El Otomí. Este fue a encontrarlos y allí les fue a entregar comida: tortillas blancas, gallinas, guisados y asados de gallina, huevos y algunas gallinas vivas y también algunas tunas: todo lo pusieron delante del capitán.

Les dijeron:

-Señores nuestros, os habéis fatigado, habéis pasado angustias. Que los dioses reposen. En tierra asentaos, tomad aliento.

Entonces les respondió Malintzin, les dijo:

-Señores míos, dice el capitán:

¿De dónde venís? ¿Dónde es vuestra casa?

Dijeron ellos:

-Óigalo nuestro señor: Venimos de su casa de Teocalhueyacan. Somos gente de este lugar.

Dijo Malintzin:

-Bien está. Os estamos agradecidos. Allá de donde venís mañana o pasado iremos a pernoctar.

Allí vino a darles la bienvenida el jefe de los de Teocalhueyacan.

El señor se llamaba con nombre propio de nobleza El Otomí. Este fue a encontrarlos y allí les fue a entregar comida: tortillas blancas, gallinas, guisados y asados de gallina, huevos y algunas gallinas vivas y también algunas tunas: todo lo pusieron delante del capitán.

Les dijeron:

-Señores nuestros, os habéis fatigado, habéis pasado angustias. Que los dioses reposen. En tierra asentaos, tomad aliento.

Entonces les respondió Malintzin, les dijo:

-Señores míos, dice el capitán:

¿De dónde venís? ¿Dónde es vuestra casa?

Dijeron ellos:

-Óigalo nuestro señor: Venimos de su casa de Teocalhueyacan. Somos gente de este lugar.

Dijo Malintzin:

-Bien está. Os estamos agradecidos. Allá de donde venís mañana o pasado iremos a pernoctar.

Allí vino a darles la bienvenida el jefe de los de Teocalhueyacan.

El señor se llamaba con nombre propio de nobleza El Otomí. Este fue a encontrarlos y allí les fue a entregar comida: tortillas blancas, gallinas, guisados y asados de gallina, huevos y algunas gallinas vivas y también algunas tunas: todo lo pusieron delante del capitán.

Les dijeron:

-Señores nuestros, os habéis fatigado, habéis pasado angustias. Que los dioses reposen. En tierra asentaos, tomad aliento.

Entonces les respondió Malintzin, les dijo:

-Señores míos, dice el capitán:

¿De dónde venís? ¿Dónde es vuestra casa?

Dijeron ellos:

-Óigalo nuestro señor: Venimos de su casa de Teocalhueyacan. Somos gente de este lugar.

Dijo Malintzin:

-Bien está. Os estamos agradecidos. Allá de donde venís mañana o pasado iremos a pernoctar.

Allí vino a darles la bienvenida el jefe de los de Teocalhueyacan.

El señor se llamaba con nombre propio de nobleza El Otomí. Este fue a encontrarlos y allí les fue a entregar comida: tortillas blancas, gallinas, guisados y asados de gallina, huevos y algunas gallinas vivas y también algunas tunas: todo lo pusieron delante del capitán.

Les dijeron:

-Señores nuestros, os habéis fatigado, habéis pasado angustias. Que los dioses reposen. En tierra asentaos, tomad aliento.

Entonces les respondió Malintzin, les dijo:

-Señores míos, dice el capitán:

¿De dónde venís? ¿Dónde es vuestra casa?

Dijeron ellos:

-Óigalo nuestro señor: Venimos de su casa de Teocalhueyacan. Somos gente de este lugar.

Dijo Malintzin:

-Bien está. Os estamos agradecidos. Allá de donde venís mañana o pasado iremos a pernoctar.

Parte V

30/6/20 la Noche triste, Cortes y los suyos escapan de Tecno

Noche triste-Batalla de Otumba-Toma de Tecnotitlan B+R+G

Decision de salir de Tecnotictlan

Y viendo el grand peligro que en que estábamos y el mucho daño que los indios cada día nos hacían, y temiendo que también desficiesen aquella calzada como las otras, y desfecha, era forzado morir todos, y porque de todos los de mi compañía fui requerido muchas veces que me saliese, y porque todos o los más estaban heridos y tan mal que no podían pelear, acordé de lo facer aquella noche, Y tomé todo el oro y joyas de Vuestra Majestad que se podían sacar y púselo en una sala y allí lo entregué en ciertos líos a los oficiales de Vuestra Alteza que yo en su real nombre tenía señalados, y a los alcaldes y regidores y a toda la otra gente que allí estaba les rogué y requerí que me ayudasen a lo sacar y salvar, y di una yegua mía para ello en la cual se cargó tanta parte cuanta yo podía llevar, y señalé ciertos españoles, así criados míos como de los otros, que viniesen con el dicho oro y yegua, y lo demás los dichos oficiales y alcaldes y regidores y yo lo dimos y repartimos por los españoles para que lo sacasen.

Y desamparada la fortaleza con mucha riqueza ansí de Vuestra Alteza como de los españoles y mía, me salí lo más secreto que yo pude sacando conmigo un hijo y dos hijas del dicho Muteeçuma y a Cacamacin, señor de Aculmacán, y al otro su hermano que yo había puesto en su lugar y a otros señores de provincias y cibdades que allí tenía presos.

Y llegando a las puentes que los indios tenían quitadas, a la primera dellas se echó la puente que yo traía hecha con poco trabajo, porque no hobo quien la resistiese exceto ciertas velas que en ellas estaban, las cuales apellidaban tan recio que antes de llegar a la segunda estaba infinita gente de los contrarios sobre nosotros combatiéndonos por todas partes, así desde el agua como de la tierra. Y yo pasé presto con cinco de caballo y con cient peones, con los cuales pasé a nado todas las puentes y las gané hasta la tierra firme.

Y dejando aquella gente en la delantera torné a la rezaga, donde hallé que peleaban reciamente y que eran sin comparación el daño que los nuestros rescebían, ansí los españoles como los indios de Tascaltecal que con nosotros estaban, y así a todos los mataron, y a muchos naturales de los españoles, y asimismo habían muerto muchos españoles y caballos, y perdido todo el oro y joyas y ropa y otras muchas cosas que sacábamos y toda el artillería.

Y recogidos los que estaban vivos, eché los delante, y yo con tres o cuatro de caballo y fasta veinte peones que osaron quedar conmigo me fui en la rezaga peleando con los indios fasta llegar a una cibdad que se dice Tacuba que está fuera de la calzada, de que Dios sabe cúanto trabajo y peligro rescebí, porque todas las veces que volvía sobre los contrarios salía lleno de flechas y varas y apedreado, porque como era agua de la una parte y de la otra herían a su salvo sin temor. Y los que salían a tierra luego volvíamos sobre ellos y saltaban al agua, así que rescebían muy poco daño si no eran algunos que con los muchos entropezaban unos con otros y caían, y aquellos morían. Y con este trabajo y fatiga llevé toda la gente fasta la dicha cibdad de Tacuba sin me matar ni herir ningúnd español ni indio si no fue uno de los de caballo que iba conmigo en la rezaga, y no menos peleaban ansí en la delantera como por los lados, aunque la mayor fuerza era en las espaldas, por do venía la gente de la gran cibdad.

Y llegado a la dicha cibdad de Tacuba, hallé toda la gente remolinada en una plaza que no sabían donde ir, a los cuales yo di príesa que se saliesen al campo antes que se recreciese más gente en la dicha cibdad y tomasen las azoteas, porque nos harían dellas mucho daño. Y los que llevaban la delantera dijeron que no sabían por dónde habían de salir, y yo los hice quedar en la rezaga y tomé la delantera hasta los sacar fuera de la dicha cibdad, y esperé en unas labranzas. Y cuando llegó la rezaga supe que habían rescebido algún daño y que habían muerto algunos españoles ……………. tenían se había ido con los de Culúa al tiempo que por allí los habíamos corrido creyendo que no paráramos hasta su pueblo, y que muchos días había que ellos quisieran mi amistad y haberse venido a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad, sino que aquel señor no los dejaba ni había querido puesto que ellos muchas veces gelo habían requerido y dicho; y que agora ellos querían servir a Vuestra Alteza y que allí había quedado un hermano del dicho señor, el cual siempre había sido de su opinión y propósito y agora ansimesmo lo era; y que me rogaban que tuviese por bien que aquél suscediese en el señorío, que aunque el otro volviese que no consintiese que por señor fuese rescebido, y que ellos tampoco lo rescebirían.

Y yo les dije que por haber sido fasta allí de la liga y parcialidad de los de Culúa y se haber rebelado contra el servicio de Vuestra Majestad eran dinos de mucha pena y que ansí tenía pensado de la ejecutar en sus personas y haciendas, pero que pues habían venido y decían que la causa de su rebellión y alzamiento había sido aquel señor que tenían, que yo en nombre de Vuestra Majestad les perdonaba el yerro pasado y los rescibía y admitía a su real servicio; y que les apercebía que si otra vez semejante yerro cometiesen serían punidos y castigados, y que si leales vasallos de Vuestra Alteza fuesen serían de mí en su real nombre muy favorescidos y ayudados. Y ansí lo prometieron.

Esta cibdad de Guacachulla está asentada en un llano arrimada por la una parte a unos muy altos y ásperos cerros, y por la otra todo el llano la cercan dos ríos dos tiros de ballesta el uno del otro que cada uno tiene muy altos y grandes barrancos, y tanto que para la cibdad hay por ellos muy pocas entradas, y las que hay son ásperas de bajar y subir, que apenas las pueden bajar y subir cabalgando. Y toda la cibdad está cercada de muy fuerte muro de cal y canto tan alto como cuatro estados por de fuera de la cibdad y por de dentro está casi igual con el suelo, y por toda la muralla va su petril tan alto como medio estado para pelear. Tiene cuatro entradas tan anchas como uno puede entrar a caballo, y hay en cada entrada tres o cuatro vueltas de la cerca que encabalga el un lienzo en el otro, y hacia aquellas vueltas hay también encima de la muralla su petril para pelear. En toda la cerca tienen mucha cantidad de piedras grandes y pequeñas y de todas maneras con que pelean. Será esta cibdad de hasta cinco o seis mill vecinos, y terná de aldeas a ella subjectas otros tantos y más.

Tiene muy grand sitio, porque de dentro della hay muchas huertas y frutas y olores a su costumbre. Y después de haber reposado en esta dicha cibdad tres dias, fuemos a otra cibdad que se dice Yzçucan que esta cuatro leguas désta de Buacachula, porque fui informado que en ella ansimismo había mucha gente de los de Culúa en guarnición, y que los de la dicha cibdad y otras villas y lugares sus sufraganos eran y se mostraban muy parciales de los de Culúa porque el señor della era su natural y aun pariente de Muteeçuma. E iba en mi compañía tanta gente de los naturales de la tierra, vasallos de Vuestra Majestad, que casi cubrían los campos y sierras que podíamos alcanzar a ver, y de verdad había más de ciento veinte mill hombres.

YzÇucan

Y llegamos sobre la dicha cibdad de Yzçucan a hora de las diez, y estaba despoblada de mujeres y gente menuda y había en ella hasta cinco o seis mill hombresde guerra muy bien adreszados. Y como los españoles llegamos delante comenzaron algo a defender su cibdad, pero en poco rato la desampararon, porque por la parte que fuimos guiados para entrar en ella estaba razonable entrada. Y seguimoslos por toda la cibdad hasta que los hecimos saltar por cima de los adarves a un río que por la otra parte la cerca toda, del cual tenían quebradas las puentes. Y nos detuvimos algo en pasar y seguimos el alcance hasta legua y media más, en que creo se escaparon pocos de aquellos que allí quedaron. Y vueltos a la cibdad, invié dos de los naturales della que estaban presos a que hablasen a las personas prencipales de la dicha cibdad, porque el señor della se había también ido con los de Culúa que estaban allí en guarnición, para que los hiciesen volver a su cibdad, y que yo les prometía en nombre de Vuestra Majestad que siendo ellos leales vasallos de Vuestra Alteza de allí adelante serían de mí muy bien tratados y perdonados de rebelión y yerro pasado. Y los dichos naturales fueron, y de ahí a tres días vinieron algunas personas prencipales y pidieron perdón de su yerro diciendo que no habían podido más porque habían hecho lo que su señor les mandó, y que ellos prometían de ahí en delante, pues que su señor era ido y dejádolos, de servir a Vuestra Majestad muy bien y lealmente. Y yo les aseguré y dije que se viniesen a sus casas y trajesen a sus mujeres e hijos, que estaban en otros lugares y villas de su parcialidad. Y les dije que hablasen ansimesmo a los naturales dellas para que viniesen a mí y que yo les perdonaba lo pasado, y que no quisiesen que yo hobiese de ir sobre ellos porque rescibirían mucho daño, de lo cual me pesaría mucho. Y así fue fecho. De ahí a tres días se tornó a poblar la dicha cibdad de Yzçucan y todos los sufraganos della vinieron a se ofrecer por vasallos de Vuestra Alteza, y quedó toda aquella provincia muy segura y por nuestros amigos y confederados con los de Buacachula. Porque hobo cierta diferencia sobre a quien pertenescía el señorío de aquella cibdad y provincia de Yzçucan por absencia del que se había ido a Mésyco, y puesto que hobo algunas contradiciones y parcialidades entre un hijo bastardo del señor natural de la tierra, que había sido muerto por Muteeçuma, y puesto el que a la sazón era y casádole con una sobrina suya, y entre un nieto del dicho señor natural hijo de su hija legítima, la cual estaba casada con el señor de Buacachula y había habido aquel hijo, nieto del dicho señor natural de Yzçucan, se acordó entre ellos que heredase el dicho señorío aquel hijo del señor de Buacachula, que venía de legítima línea de los señores de allí; y puesto que el otro fuese hijo, que por ser bastardo no debía de ser señor. Y así quedó, y obedescieron en mi presencia aquel mochacho que es de edad de hasta diez años y que por no ser de edad para gobernar, que aquel su tío bastardo y otros tres prencipales, uno de la cibdad de Buacachula y los dos de la de Yzçucan, fuesen gobernadores de la tierra y tuviesen el mochacho en su poder hasta tanto que fuese de edad para gobernar.

Esta cibdad de Yzçucan será de hasta tres o cuatro mill vecinos. Es muy concertada en sus calles y trato. Tenía cient casas de mesquitas y oratorios muy fuertes con sus torres, las cuales todas se quemaron. Está en un llano a la halda de un cerro mediano donde tiene una muy buena fortaleza, y por la otra parte de hacia el llano está cercada de un hondo río que pasa junto a la cerca. Y está cercada de la barranca del río que es muy alta, y sobre la barranca hecho un petril toda la cibdad en torno tan alto como un estado. Tenía por toda esta cerca muchas piedras. Tiene un valle redondo muy fértil de frutas y algodón, que en ninguna parte de los puertos arriba se hace por la gran frialdad. Y allí es tierra caliente, y cáusalo que está muy bien abrigada de sierras. Todo este valle se riega por muy buenas acequias, que tienen muy bien sacadas y concertadas. En esta cibdad estuve hasta la dejar muy poblada y pacífica.

Y a ella vinieron ansimesmo a se ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad el señor de una cibdad que se dice Buagocingo y el señor de otra cibdad que está que está a diez leguas désta de Yzçucan y son fronteros de la tierra de Mésyco. También vinieron de ocho pueblos de la provincia de Coastoaca, que es una de que en los capítulos antes déste hice minción que habían visto los españoles que yo invié a buscar oro a la provincia de Zuzula, donde – y en la de Tanlazula, porque está junto a ella – dije que había muy grandes poblaciones y casas muy bien obradas de mejor cantería que en ninguna destas partes se había visto, la cual dicha provincia de Coastoaca está cuarenta leguas de allí de Yzçucan. Y los naturales de los dichos ocho pueblos se ofrecieron ansimesmo por vasallos de Vuestra Alteza y dijeron que otros cuatro que restaban en la dicha provincia vernían muy presto, y me dijeron que les perdonase porque antes no habían venido, que la causa había sido no osar por temor de los de Culúa, porque ellos nunca habían tomado armas contra mí ni habían sido en muerte de ningúnd español, y que siempre después que al servicio de Vuestra Alteza se habían ofrescido habían sido buenos y leales vasallos suyos en sus voluntades, pero que no las habían osado magnifestar por temor a los de Culúa.

De manera que puede Vuestra Alteza ser muy cierto que siendo Nuestro Señor servido en su real ventura, en muy breve tiempo se tornará a ganar lo perdido o mucha parte dello, porque de cada día se vienen a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad de muchas provincias y cibdades que antes eran subjetas a Muteeçuma, viendo que los que ansí lo hacen son de mí muy bien rescibidos y tratados, y los que al contrario, de cada día destruidos.

Noticias de Tenoctitlan

De los que en la cibdad de Buacachula se prendieron, en especial de aquel herido, supe muy por extenso las cosas de la grand cibdad de Timixtitán, y cómo después de la muerte de Muteeçuma había subscedido en el señorío un hermano suyo señor de la cibdad de Yztapalapa que se llamaba Cuetravaçin, el cual suscedió en el señorío porque murió en las puentes el hijo de Muteeçuma que heredaba el señorío.

Y otros dos hijos suyos que quedaron vivos, el uno dizque es loco y el otro perlático, y a esta causa decían aquellos que había heredado aquel hermano suyo, y también porque él nos había hecho la guerra y porque lo tenían por valiente hombre muy prudente. Supe ansimesmo como se fortalecía ansí en la cibdad como en todas las otras de su señorío y hacía muchas cercas y cavas y fosados y muchos géneros de armas, en especial supe que hacían lanzas largas como picas para los caballos, y aun ya habemos visto algunas dellas porque en esta provincia de Tepeaca se hallaron algunas con que pelearon, y en los ranchos y aposentos en que la gente de Culúa estaba en Buacachula se hallaron ansimesmo muchas dellas.

Otras muchas cosas supe que por no dar a Vuestra Alteza importunidad dejo. Yo invío a la isla Española cuatro navíos para que luego vuelvan cargados de caballos y gente para nuestro socorro. Y ansimesmo invío a comprar otros cuatro para que desde la dicha Española y cibdad de Santo Domingo trayan caballos y armas y ballestas y pólvora porque esto es lo que en estas partes es más nescesario, porque peones rodelleros aprovechan muy poco solos, por ser tanta cantidad de gente y tener tan fuertes y grandes cibdades y fortalezas.

Y escribo al licenciado Rodrigo de Figueroa y a los oficiales de Vuestra Alteza que residen en la dicha isla que den para ello todo el favor y ayuda que ser pudiere porque así conviene mucho al servicio de Vuestra Alteza y a la seguridad de nuestras personas, porque veniendo esta ayuda y socorro pienso volver sobre aquella grand cibdad y su tierra. Y creo, como ya a Vuestra Majestad he dicho, que en muy breve tomará al estado en que antes yo la tenía y se restaurarán las pérdidas pasadas. Y en tanto, yo quedo haciendo doce bergantines para entrar por la laguna, y estánse labrando ya la tablazón y piezas dellos porque ansí se han de llevar por tierra, porque en llegando se liguen y acaben en poco tiempo. Y ansimesmo se hace clavazón para ellos, y está aparejada pez y estopa y velas y remos y las otras cosas para ello nescesarias.

Y certifico a Vuestra Majestad que hasta consiguir este fin no pienso tener descanso ni cesar para ello todas las formas y maneras a mí posibles, posponiendo para ello todo el peligro y trabajo y costa que se me puede ofrescer. Habrá dos o tres días que por carta del teniente que en mi lugar está en la villa de la Vera Cruz supe cómo al puerto de la dicha villa había llegado una carabela pequeña con hasta treinta hombres de mar y tierra, que diz que venían a buscar a la gente que Francisco de Garay había inviado a esta tierra, de que ya a Vuestra Alteza he hecho relación, y cómo había llegado con mucha nescesidad de bastimentos, y tanta, que si no hobieran hallado allí socorro se murieran de sed y hambre. Y supe dellos cómo habían llegado al río de Pánuco y estado en él días surtos y no habían visto gente en todo el río y tierra, de donde se cree que a cabsa de lo que allí suscedió se ha despoblado aquella tierra. Y asimismo dijo la gente de la dicha carabela que luego tras ellos habían de venir otros dos navíos del dicho Francisco de Garay con gente y caballos, y que creían que eran ya pasados la costa abajo. Y parescióme que cumplía al servicio de Vuestra Alteza porque aquellos navíos y gente que en ellos iban no se pierda y yendo desproveídos del aviso de las cosas de la tierra los naturales no hiciesen en ellos más daño de lo que a los primeros hicieron, inviar la dicha carabela en busca de los dos navíos para que los avisen de lo pasado y se viniesen al puerto de la dicha villa donde el capitán que invió el dicho Francisco de Garay primero estaba esperándolos.

Plega a Dios que los halle y a tiempo que no hayan salido en tierra, porque segúnd los naturales ya están sobre aviso y los españoles sin él temo rescebirán mucho daño. Y dello Dios Nuestro Señor y Vuestra Alteza serán muy deservidos, porque sería encarnar más aquellos perros de lo que están encarnados y darles más ánimo y osadía para acometer a los que adelante fueren. En un capítulo antes déstos he dicho cómo había sabido que por muerte de Muteeçuma habían alzado por señor a su hermano que se dice Cuetravaçin, el cual aparejaba muchos géneros de armas y se fortalecía en la gran cibdad y en otras cibdades cerca de la laguna. Y agora de poco acá he asimesmo sabido que el dicho Cuetravacin ha inviado sus mensajeros por todas las tierras y provincias y cibdades subjetas a aquel señorío a decir y certificar a sus vasallos que él les hace gracia por un año de todos los tributos y servicios que son obligados a le hacer, y que no le den ni paguen cosa alguna con tanto que por todas las maneras que pudiesen hiciesen muy cruel guerra a todos los cristianos hasta los matar o echar de toda la tierra, y que asimesmo la hiciesen a todos los naturales que fuesen nuestros amigos y aliados.

Y aunque tengo esperanza en Nuestro Señor que en ninguna cosa saldrá con su intención y propósito, hállome en muy extrema nescesidad para socorrer y ayudar a los indios nuestros amigos, porque cada día vienen de muchas cibdades y villas y poblaciones a pedir socorro contra los indios de Culúa, sus enemigos y nuestros, que les hacen guerra cuanta pueden a causa de tener nuestra amistad y alianza, y yo no puedo socorrer a todas partes como querría. Pero, como digo, placerá a Nuestro Señor, suplirá nuestras pocas fuerzas e inviará presto el socorro, ansí el suyo como el que yo invío a pedir a la Española. Por lo que yo he visto y comprehendido cerca de la similitud que toda esta tierra tiene a España, ansí en la fertelidad como en la grandeza y fríos que en ella hace y en otras muchas cosas que la equiparan a ella, me paresció que el más conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del Mar Océano, y ansí en nombre de Vuestra Majestad se le puso aqueste nombre.

Humillmente suplico a Vuestra Alteza lo tenga por bien y mande que se nombre ansí Yo he escrípto a Vuestra Majestad, aunque mal dicho, la verdad de todo lo suscedido en estas partes y aquello de que más nescesidad hay de hacer saber a Vuestra Alteza. Y por otra mía que va con la presente invío a suplicar a Vuestra Real Exelencia mande inviar una persona de confianza que haga inquisición y pesquisa de todo e informe a Vuestra Sacra Majestad dello. También en ésta lo torno humillmente a suplicar, porque en tan señalada merced lo terné como en dar entero crédito a lo que escribo.

Muy Alto y Muy Exelentísimo Príncipe: Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de Vuestra Sacra Majestad conserve y abmente por muy largos tiempos, con acrecentamiento de muy mayores reinos y señoríos como su real corazón desea. – De la villa Segura de la Frontera desta Nueva España, a de 30 otobre de 1520 años. De Vuestra Sacra Majestad muy humill siervo y vasallo, que los muy reales pies y manos de Vuestra Alteza besa. [Fernando Cortés]

[Después désta, en el mes de marzo primero que pasó vinieron nuevas de la dicha Nueva España cómo los españoles habían tomado por fuerza la grande ciudad de Temixtitán, en la cual murieron más indios que en Jerusalén judíos en la destruición que hizo Vespasiano, y en ella asimesmo había más número de gente que en la dicha cibdad santa. Hallaron poco tesoro a causa que los naturales lo habían echado y sumido en las lagunas. Solos ducientos mill pesos tomaron. Y quedaron muy fortalecidos en la dicha cibdad los españoles, de los cuales hay al presente en ella mill y quinientos peones y quinientos de caballo. Y tiene[n] más de cient mill de los naturales de la tierra en el campo en su favor. Son cosas grandes y estrañas y es otro mundo sin duda, que de sólo verlo tenemos harta cobdicia los que a los confines dél estamos. Estas nuevas son hasta prencipio de abril de 1522 años, las que acá tenemos dignas de fee.]

La noche triste Del 10 de Julio de 1520

Cortés, viendo perdido el negocio, habló a los españoles para que se fuesen,

y todos ellos holgaron mucho de oírlo; que no había casi ninguno que herido

no fuese. Tenían miedo de morir, aunque ánimo para morir; porque

eran tantos indios, que aunque no hicieran sino degollarlos como a carneros,

no bastaban. No tenían tanto pan, que se osasen hartar; no tenían pólvora

ni pelotas ni almacén ninguno; estaba aportillada la casa, que no pocos

se ocupaban en la guardar. Todas eran bastantes estas causas para desamparar

a México y amparar sus vidas; aunque, por otra parte, les parecía mal

caso volver la cara al enemigo; que las piedras se levantan contra el que

huye. Especialmente temían el pasar los ojos de la calzada por do entraron,

que tenían quitadas las puentes; así que por un cabo los cercaban duelos y

por otro quebrantos.

Acordose pues entre todos que se fuesen, y luego, aquella noche, que

era la de Botello; el cual presumía de astrólogo, o, como lo llamaban, de nigromántico,

y que dijera muchos días antes que si se salían de México a cierta

hora señalada de noche, que era ésta, se salvarían, y si no, que no. Ora lo

creyesen, ora no, todos, en fin, acordaron de irse aquella noche; y para pasar

los ojos de la calzada hicieron una puente de madera, que pusiesen y quitasen.

Esto es muy de creer, que todos se concertasen, y no lo que algunos dicen,

que Cortés se partió los cencerros atapados, y que se quedaron más de

doscientos españoles en el mismo patio y real, sin saber de la partida; a

quien después mataron, sacrificaron y comieron los de México; pues de la

ciudad no se pudieron salir, cuánto más de una misma casa. Cortés dice que

se lo requirieron.

Llamó Cortés a Juan de Guzmán, su camarero, que abriese una sala do

tenía el oro, plata, joyas, piedras, plumas y mantas ricas, para que delante los

alcaldes y regidores tomasen el quinto del rey sus tesoreros y oficiales, y dioles

una yegua suya y hombres que lo llevasen y guardasen; dijo asimismo

que cada uno tomase lo que quisiese o pudiese del tesoro, que él se lo daba.

Los de Narváez, hambrientos de aquello, cargaron de cuanto pudieron;

mas caro les costó, porque a la salida, con la carga, no podían pelear ni andar;

y así, los indios mataron muchos de ellos, arrastraron y comieron. También

los de caballo tomaron de ello a las ancas; y en fin, todos llevaron algo,

que más había de setecientos mil ducados; sino que, como estaban en joyas

y piezas grandes, hacían gran volumen. El que menos tomó, libró mejor,

porque fue sin embarazo y salvose, y aunque algunos digan que se quedó

allí mucha cantidad de oro y cosas, creo que no, porque los tlaxcaltecas y los

otros indios dieron saco y se lo tomaron todo.

Dio cargo Cortés a ciertos españoles que llevasen a recado a un hijo y

dos hijas de Moteczuma, a Cacama y otro su hermano y a otros muchos señores

grandes que tenía presos. Mandó a otros cuarenta que llevasen el

pontón, y a los indios amigos la artillería y un poco de centli que había.

Puso delante a Gonzalo de Sandoval y Antonio de Quiñones; dio la rezaga

a Pedro de Alvarado, y él acudía a todas partes hasta con cien españoles; y

así, con esta orden salieron de casa a media noche en punto, y con gran

niebla, y muy callandito, por no ser sentidos, y encomendándose a Dios

que los sacase con vida de aquel peligro y de la ciudad. Echó Cortés por la

calzada de Tlacopan, que habían entrado, y todos le siguieron; pasaron el

primer ojo con la puente que llevaban echiza. Las centinelas de los enemigos

y las guardas del templo y ciudad sonaron luego sus caracoles, y dieron

voces que se iban los cristianos; y en un salto, como no tienen armas ni

vestidos que echar encima y los impidan, salió toda la gente tras ellos a los

mayores gritos del mundo, diciendo: “¡Mueran los malos, muera quien

tanto mal nos ha hecho!”. Y así, cuando Cortés llegó a echar el pontón sobre

el ojo segundo de la calzada, llegaron muchos indios que se lo defendían

peleando; pero, en fin, hizo tanto, que los echó y pasó con cinco de

caballo y cien peones españoles, y con ellos aguijó hasta la tierra, pasando

a nado los canales y quebradas de la calzada, que su puente de madera ya

era perdida. Dejó los peones en tierra con Juan Jaramillo, y tornó con los

cinco de caballo a llevar a los demás, y a darles prisa que caminasen; pero

cuando llegó a ellos, aunque algunos peleaban reciamente, halló muchos

muertos. Perdió el oro, el fardaje, los tiros, los prisioneros; y en fin, no halló

hombre con hombre ni cosa con cosa de como lo dejó y sacó del real.

Recogió los que pudo, echolos delante, y siguió tras ellos, y dejó a Pedro

de Alvarado a esforzar y recoger los que quedaban; mas Alvarado no pudiendo

resistir ni sufrir la carga que los enemigos daban, y mirando la

mortandad de sus compañeros, vio que no podía él escapar si atendía, y

siguió tras Cortés con la lanza en la mano, pasando sobre españoles muertos

y caídos, y oyendo muchas lástimas. Llegó a la puente cabera, y saltó de

la otra parte sobre la lanza; de este salto quedaron los indios espantados y

aun españoles, que era grandísimo y que otros no pudieron hacer, aunque

lo probaron, y se ahogaron.

Cortés a esto se paró, y aun se sentó, y no a descansar, sino a hacer duelo

sobre los muertos y que vivos quedaban, y pensar y decir el baque que la

fortuna le daba con perder tantos amigos, tanto tesoro, tanto mando, tan

grande ciudad y reino; y no solamente lloraba la desventura presente, mas

temía la venidera, por estar todos heridos, por no saber a dónde ir, y por no

tener cierta la guarida y amistad de Tlaxcallan; y ¿quién no llorara viendo la

muerte y estrago de aquellos que con tanto triunfo, pompa y regocijo entrado

habían? Empero, porque no acabasen de perecer allí los que quedaban,

caminando y peleando llegó a Tlacopan, que está en tierra, fuera ya de la

calzada. Murieron en el desbarate de esta triste noche, que fue a 10 de julio

del año de 20 sobre 1.500, cuatrocientos y cincuenta españoles, cuatro mil

indios amigos, cuarenta y seis caballos, y creo que todos los prisioneros.

Quién dice más, quién menos; pero esto es lo más cierto.

Si esta cosa fuera de día, por ventura no murieran tantos ni hubiera

tanto ruido; mas, como pasó de noche oscura y con niebla, fue de muchos

gritos, llantos, alaridos y espanto, que los indios, como vencedores, voceaban

victoria, invocaban sus dioses, ultrajaban los caídos y mataban los que

en pie se defendían. Los nuestros, como vencidos, maldecían su desastrada

suerte, la hora y quién allí los trajo. Unos llamaban a Dios, otros a Santa

María, otros decían: “Ayuda, ayuda; que me ahogo”. No sabría decir si

murieron tantos en agua como en tierra, por querer echarse a nado o saltar

las quebradas y ojos de la calzada, y porque los arrojaban a ella los indios,

no pudiendo apear con ellos de otra manera; y dicen que en cayendo el

español en agua, era con él el indio, y como nadan bien, los llevaban a las

barcas y donde querían, o lo desbarrigaban. También andaban muchas

acalles a raíz de la calzada, peleando; que, como tiraban a bulto, daban a

todos, aunque algo divisaban el vestido de los suyos, que parecía encamisada,

y eran tantos los de la calzada, que se derribaban unos a otros en agua

y a tierra; y así, ellos se hicieron a sí mismos más daño que los nuestros, y si

no se detuvieran en despojar los españoles caídos, pocos o ninguno dejaran

vivos. De los nuestros tanto más morían, cuanto más cargados iban de

ropa y de oro y joyas, porque no se salvaron sino los que menos oro llevaban

y los que fueron delante o sin miedo; por manera que los mató el oro y

murieron ricos.

Acabada que fue de pasar la calzada, no siguieron los indios nuestros

españoles, o porque se contentaron con lo hecho, o porque no osaron pelear

en lugar anchuroso, o por se poner a llorar los hijos de Moteczuma, que

aún hasta entonces nunca los habían conocido ni sabido que fuesen muertos. Grandes llantos y plañidos hicieron sobre ellos, mesándose las cabezas

por los haber ellos muerto.

La batalla de Otumpa

No sabían en Tlacopan, cuando los españoles llegaron, cuán rotos y huyendo

iban, y los nuestros se remolinaron en la plaza por no saber qué hacer ni

adonde ir. Cortés, que venía detrás para llevar todos los suyos delante, les

dio prisa que saliesen al campo a lo llano, antes que los del pueblo se armasen

y juntasen con más de cuarenta mil mexicanos que, acabado el llanto,

venían ya picándole. Tomó la delantera, echó delante los indios amigos que

le quedaron, y caminó por unas labradas. Peleó hasta llegar a un cerro alto,

donde estaba una torre y templo, que ahora llaman por eso Nuestra Señora

de los Remedios. Matáronle algunos españoles rezagados y muchos indios

primero que arriba subiese; perdió mucho oro de lo que había quedado, y

fue harto librarse de la muchedumbre de enemigos, porque ni los veinticuatro

caballos que le quedaron podían correr, de cansados y hambrientos,

ni los españoles alzar los brazos ni pies del suelo, de sed, hambre, cansancio

y pelear, que en todo el día y la noche no habían parado ni comido.

En aquel templo, que tenía razonable aposento, se fortaleció. Bebieron,

pero no cenaron nada o muy poco, y estuvieron a ver qué harían tantos

indios que por alrededor estaban como en cerco, gritando y arremetiendo,

y porque no tenían de comer; guerra peor que la de los enemigos.

Hicieron muchos fuegos de la leña del sacrificio, y hacia la media noche,

que sentidos no fuesen, se partieron. Mas como no sabían el camino, iban

a tiento, sino que un tlaxcalteca los guió y dijo que llevaría a su tierra si no

lo impedían los de México; y con tanto comenzaron a caminar. Cortés ordenó

su gente, puso los heridos y ropa que había, en medio; los sanos y

caballos repartió en vanguardia y retaguardia. No pudieron ir tan quedos,

que no los sintieran los escuchas que cerca estaban; los cuales apellidaron

luego y vino mucha gente, que los siguió solamente hasta el día. Cinco de

caballo, que iban delante a descubrir, dieron con ciertos escuadrones de

indios que los aguardaban para robar, y que en viéndolos cuidaron venir allí todos los españoles, y huyeron. Mas reconociendo el poco número,

pararon y juntáronse con los que atrás venían, y peleando los siguieron

tres leguas, hasta que tomaron los nuestros una cuesta en que estaba otro

templo con una buena torre y aposento, do se pudieron albergar aquella

noche, mas no cenar. Al alba les dieron los indios un mal rebato; empero

fue más el temor que el daño.

Partieron de allí y fueron a un pueblo grande por fragoso camino, por el

cual hicieron poco mal los caballos en los enemigos, y ellos no mucho en los

nuestros. Los del lugar huyeron a otro, de miedo; y así, pudieron estar allí

aquella noche y otra siguiente, descansar y curar los hombres y bestias; mataron

la hambre, y llevaron provisión, aunque no mucha, que no había

quién. Partidos de allí, los persiguieron infinidad de contrarios, que los

acometían recio y fatigaban. Y como el indio de Tlaxcallan que guiaba no

sabía bien el camino, iban fuera de él. Al cabo llegaron a una aldea de pocas

casas, donde aquella noche durmieron. A la mañana prosiguieron su camino,

y tras ellos siempre los enemigos, que los fatigaron todo el día. Hirieron

a Cortés con honda tan mal, que se le pasmó la cabeza, o porque no le curaron

bien sacándole cascos, o por el demasiado trabajo que pasó. Entrose a

curar en un lugar yermo, y luego, porque no le cercasen, sacó de él su gente;

y caminando, cargó tanta muchedumbre sobre él, y peleó tan recio, que hirieron

cinco españoles y cuatro caballos, uno de los cuales murió, y le comieron

sin dejar, como dicen, pelo ni hueso. Tuviéronla por buena cena,

aunque no tuvieron harto para entre tantos. No había español que de hambre

no pereciese. Dejo aparte el trabajo y heridas; cosas que cada una bastaba

para los acabar; empero la nación nuestra española sufre más hambre

que otra ninguna, y estos de Cortés más que todos, que tiempo aún no tenían

para coger yerbas de que comer basto.

Luego otro día con la mañana se partieron de aquellas casas; y porque

tenía temor de la mucha gente que parecía, mandó Cortés que los de caballo

tomasen a las ancas los más dolientes y heridos, y los no tanto, que de las

colas y estribos se asiesen, o hiciesen muletas y otros remedios para ayudarse

y poder andar si no querían quedarse a dar buena cena a los enemigos.

Valió mucho este aviso para lo que les avino, y aun tal español hubo que llevó

a otro a cuestas, y lo salvó así. A una legua andada, en un llano salieron tantos indios a ellos, que cubrían

el campo y que los cercaron a la redonda. Acosaron reciamente, y

pelearon de tal suerte, que creyeron los nuestros ser aquel día el último de

su vida; porque muchos indios hubo que osaron tomarse con los españoles

brazo a brazo y pie con pie; y aunque gentilmente se los llevaban arrastrando,

ora fuese por sobra de ánimo suyo, ora por falta en los nuestros,

con los muchos trabajos, hambre y heridas, lástima era muy grande ver de

aquella manera llevar a los españoles y oír las cosas que iban diciendo.

Cortés, que andaba a una y otra parte confortando los suyos, y que muy

bien veía lo que pasaba, encomendose a Dios, llamó a San Pedro, su abogado,

arremetió con su caballo por medio los enemigos, rompiolos, llegó

al que traía el estandarte real de México, que era capitán general, y diole

dos lanzadas, de que cayó y murió. En cayendo el hombre y pendón, abatieron

las banderas en tierra, y no quedó indio con indio, sino que luego se

derramaron cada uno por do mejor pudo, y huyeron, que tal costumbre

en guerra tienen, muerto su general y abatido el pendón. Cobraron los

nuestros coraje, siguiéronlos a caballo, y mataron infinitos de ellos; tantos

dicen, que no los oso contar. Los indios eran doscientos mil, según afirman,

y en el campo do esta batalla fue se dice de Otumpan. No ha habido

más notable hazaña ni victoria en Indias después que se descubrieron; y

cuantos españoles vieron pelear este día a Fernando Cortés afirman que

nunca hombre peleó como él, ni los suyos así acaudilló, y que él solo por

su persona los libró a todos.

Acogimiento em Tlaxacalla

Habida la victoria, y cansados de matar indios, se fueron Cortés y sus españoles

a dormir a una casa puesta en llano, de la cual se parecían ciertas sierras

de Tlaxcallan, que no poco los alegraron, aunque por parte les puso en

cuidado si les serían amigos en tal tiempo hombres tan guerreros como los

de allí; porque el desdichado, el vencido que huye, ninguna cosa halla en su

favor; todo le sale mal o al revés lo que piensa y ha menester. Cortés aquella noche fue atalaya de los suyos; y no tanto por estar más sano o descansado

que los compañeros, sino porque siempre quería que fuese igual el trabajo a

todos, como era común el daño y pérdida. Siendo de día caminaron por tierra

llana derecho a las sierras y provincia de Tlaxcallan.

Pasaron por una fuente muy buena, do se refrescaron, que según los indios

amigos dijeron, partía términos entre mexicanos y tlaxcaltecas. Fueron

a Huacilipan, lugar de Tlaxcallan y de cuatro mil vecinos, donde muy bien

recibidos fueron, y proveídos tres días que en él estuvieron descansando y

curándose. Algunos del pueblo no quisieron darles nada sin que se lo pagasen;

empero los más muy bien lo hicieron con ellos. Aquí vinieron Maxixca,

Xicotencatl, Acxotecatl, y otros muchos señores de Tlaxcallan y Huexoxinco,

con cincuenta mil hombres de guerra, los cuales iban a México a socorrer

los españoles, sabiendo las revueltas, y no la salida, daño y pérdida que

llevaban. Otros dicen que sabiendo cómo venían destrozados y huyendo,

los salieron a consolar y a convidar a su pueblo, de parte de la república. En

fin, ellos mostraron pena de verlos así, y placer por hallarlos allí. Lloraban y

decían: “Bien os lo dijimos y avisamos, que mexicanos eran malos y traidores,

y no lo creisteis; pésanos de vuestro mal y desastre. Si queréis, vamos

allá, y venguemos esta injuria y las pasadas, y las muertes de vuestros cristianos

y de nuestros ciudadanos; y si no, idos con nosotros, que en nuestras

casas os curaremos”. Cortés se alegró grandemente de hallar aquel amparo y

amistad en tan buenos hombres de guerra: lo que venía dudando.

Agradecioles, como era razón, su venida y voluntad; dioles de las joyas

que quedaron, algunas; díjoles que tiempo habría para emplearlos contra

los de México, y que al presente era necesario curar los enfermos. Aquellos

señores le rogaron que, pues no quería tornar a México, les dejase salir a

combatirse con los de Culúa, que aún andaban muchos por allí, dicen que

más por robar que por otra cosa. Él les dio algunos españoles que sanos o

poco heridos estaban; con que fueron, pelearon, y mataron muchos de

ellos, y de ahí adelante no parecieron más los enemigos. Luego se partieron

muy alegres y victoriosos a su ciudad, y tras ellos los nuestros.

Sacáronles al camino de comer, a lo que dicen, veinte mil hombres y

mujeres, pienso que los más salieron por verlos; tanto era el amor y afición

que les tenían; o por saber de los suyos que habían ido a México, mas poços tornaban. En Tlaxcallan fueron bien recibidos y tratados, que Maxixca dio

su casa y cama a Cortés, y a los demás españoles hospedaron los caballeros y

principales personas de la ciudad, y les hicieron mil regalos; de los cuales

tanto más gozaron, cuanto más destrozados venían; y creo que no habían

dormido en camas quince días atrás. Mucho se debe a los de Tlaxcallan por

su lealtad y ayuda, especialmente a Maxixca, que arrojó por las gradas abajo

del templo mayor a Xicotencatl, porque aconsejó al pueblo que matasen los

españoles para reconciliarse con los mexicanos; e hizo dos oraciones, una a

los hombres y otra a las mujeres, diciendo que no habían comido sal ni vestido

algodón en muchos años, sino después que ellos eran sus amigos. También

se preciaban mucho ellos mismos de aquesto, y de la resistencia y batalla

que dieron a Cortés de Teoacacinco; y así, cuando hacen fiestas o reciben

algún virrey, salen al campo sesenta o setenta mil de ellos a escaramuzar, y

pelean como pelearon con él.

Requerimiento de los soldados a Cortes

Había Cortés dejado allí en Tlaxcallan, al tiempo que se partió a México a

verse con Moteczuma, veinte mil pesos de oro, y aun más que, después de

sacado y enviado el quinto al rey con Montejo y Portocarrero, se quedaron

sin repartir, con las cortesías que hubo entre él y los compañeros. Dejó también

las mantas y cosas de pluma, por no llevar aquel embarazo y carga

adonde no era menester, y dejolo allí por ver cuán amigos y buenos hombres

eran aquéllos; y a efecto que, si en México no le faltasen dineros, de

enviarlos a la Veracruz a repartir entre los españoles que allí quedaban por

guarda y pobladores, pues era razón darles parte de lo que hubiesen. Cuando

después tornó con la victoria de Narváez, escribió al capitán que enviase

por aquella ropa y oro, y la repartiese entre sus vecinos, a cada uno como

merecía. El capitán envió por ello cincuenta españoles con cinco caballos,

los cuales a la vuelta fueron presos con todo el oro y ropa, y muertos a manos

de gente de Culúa, que con la venida y palabras del Pánfilo anduvieron

levantados y robando muchos días.

Mucho sintió Cortés, cuando lo supo, tanta pérdida de españoles y de

oro. Y temiendo no les hubiese entrevenido algún semejante mal o guerra

a los españoles de Veracruz, envió luego allá un mensajero, el cual, como

volvió, dijo que todos estaban sanos y buenos, y los comarcanos seguros y

pacíficos; de que muy gran contentamiento tuvo Cortés, y aun los demás,

que deseaban ir allá, y él no les dejaba; por lo cual todos bramaban y murmuraban

de él diciendo: “¿Qué piensa Cortés? ¿Qué quiere hacer de nosotros?

¿Por qué nos quiere tener aquí, donde muramos mala muerte?

¿Qué le merecemos para que nos deje ir? Estamos descalabrados, tenemos

los cuerpos llenos de heridas, podridos, con llagas, sin sangre, sin

fuerza, sin vestidos; vémonos en tierra ajena, pobres, flacos, enfermos,

cercados de enemigos, y sin esperanza ninguna de subir donde caímos.

Harto locos sandios seríamos si nos dejásemos meter en otro semejante

peligro como el pasado. No queremos morir locamente como él, que en la

insaciable sed de gloria y mando tiene, no estima su muerte, cuanto más la

nuestra, y no mira que le faltan hombres, artillería, armas y caballos, que

hacen la guerra en esta tierra, y que le faltará la comida, que es lo principal.

Yerra, y de verdad mucho lo yerra, en confiarse de estos de Tlaxcallan,

gente, como todos los indios son, liviana, mudable, de novedades

amiga, y que querrá más a los de Culúa que a los de España; y que si bien

ahora disimulan y temporizan con él, en viendo ejército de mexicanos sobre

sí, nos entregarán vivos a que nos coman y sacrifiquen, que cierto es

que nunca pega bien ni dura amistad entre personas de diferente religión,

traje y lenguaje”.

Tras estas quejas, hicieron un requerimiento a Cortés en forma, de

parte del rey y en nombre de todos, que sin poner excusa ni dilación saliese

luego de allí, y se fuese a la Veracruz antes que los enemigos atajasen los

caminos, tomasen los puertos, alzasen las vituallas, y se quedasen ellos allí

aislados y vendidos; pues que muy mejor aparejo podía tener allá para rehacerse

si quería tornar sobre México, o para embarcarse si necesario fuese.

Algo turbado y confuso se halló Cortés con este requerimiento, y con

la determinación que tenían conoció que todo era por sacarlo de allí, y

después hacer de él lo que quisiesen; y como iba muy fuera de su propósito,

respondioles así.

Respuesta de Cortes

“Yo, señores, haría lo que me rogáis y mandáis, si os cumpliese, porque

no hay ninguno de vosotros, cuanto más todos juntos, por quien no ponga

mi hacienda y vida si lo ha menester, pues a ello me obligan cosas que, si

no soy ingrato, jamás las olvidaré. Y no penséis que no haciendo esto que

ahincadamente pedís, disminuyo o desprecio vuestra autoridad, pues

muy cierto es que con hacer al contrario la engrandezco y le doy mayor reputación;

porque yéndonos se acabaría, y quedando, no sólo se conserva,

mas se acrecienta. ¿Qué nación de las que mandaron el mundo no fue

vencida alguna vez? ¿Qué capitán, de los famosos digo, se volvió a su casa

porque perdiese una batalla o le echasen de algún lugar? Ninguno ciertamente;

que si no perseverara, no saliera vencedor ni triunfara. El que se

retira, huyendo parece que va, y todos le chiflan y persiguen; al que hace

rostro, muestra ánimo y está quedo, todos le favorecen o temen. Si nos salimos

de aquí pensarán estos nuestros amigos que de cobardes lo hacemos,

y no querrán más nuestra amistad; y nuestros enemigos, que de medrosos;

y así, no nos temerán, que sería harto menoscabo de nuestra

estimación. ¿Hay alguno de nosotros que no tuviese por afrenta si le dijesen

que huyó? Pues cuantos más somos tanta mayor vergüenza sería. Maravíllome

de la grandeza de vuestro invencible corazón en batallar, que

soléis ser codiciosos de guerra cuando no la tenéis, y bulliciosos teniéndola;

y ahora que se os ofrece tal y tan justa y tan loable, la rehusáis y teméis;

cosa muy ajena de españoles y muy fuera de vuestra condición. ¿Por ventura

la dejáis porque a ella os llama y convida quien mucho blasona del

arnés y nunca se le viste? Nunca hasta aquí se vio en estas Indias y Nuevo-

Mundo, que españoles atrás un pie tornasen por miedo, ni aun por hambre

ni heridas que tuviesen, y ¿queréis que digan: ‘Cortés y los suyos se

tornaron estando seguros, hartos y sin peligro?’. Nunca Dios tal permita.

Las guerras mucho consisten en la fama; pues ¿qué mayor que estar aquí

en Tlaxcallan, a despecho de vuestros enemigos, y publicando guerra

contra ellos, y que no osen venir a enojaros? Por donde podéis conocer cómo estás aquí más seguros y fuertes que fuera de aquí. Por manera que

en Tlaxcallan tenéis seguridad, fortaleza y honra; y sin esto, todo buen

aparejo de medicinas necesarias y convenientes a vuestra cura y salud, y

otros muchos regalos con que cada día vais de mejoría, que callo, y que

donde nacisteis no los tendríais tales. Yo llamaré a los de Coazacoalco y

Almería, y así seremos muchos españoles; y aunque no viniesen, somos

hartos; que menos éramos cuando por esta tierra entramos, y ningún amigo

teníamos; y como bien sabéis, no pelea el número, sino el ánimo; no

vencen los muchos, sino los valientes. Y yo he visto que uno de esta compañía

ha desbaratado un ejército entero como hizo Jonatás, y muchos,

que cada uno por sí ha vencido mil y diez mil indios, según David contra

los filisteos. Caballos presto me vendrán de las islas; armas y artillería luego

traeremos de la Veracruz, que hay harta y está cerca. De las vituallas

perded temor y cuidado, que yo proveeré abundantísimamente; cuanto

más que siempre siguen ellas al vencedor y que señorea el campo, como

haremos nosotros con los caballos. Por los de esta ciudad, yo soy fiador

que os sean leales, buenos y perpetuos amigos, que así me lo prometen y

juran. Y si otra cosa quisiesen, ¿cuándo mejor tiempo tendrán que han

tenido estos días, que yacíamos dolientes en sus camas y propias casas,

solos, mancos y, como decís, podridos; los cuales no solamente os ayudarán

como amigos, empero también os servirán como criados, que más

quieren ser vuestros esclavos que súbditos de mexicanos: tanto odio les

tienen, y a vosotros tanto amor? Y porque veáis ser esto y todo lo que dicho

tengo, así quiero probarlos y probaros contra los de Tepeacac, que

mataron los otros días doce españoles; y si mal nos sucediere la ida, haré lo

que pedís; y si bien, haréis lo que os ruego”.

Con esta plática y respuesta perdieron el antojo que de irse de Tlaxcallan

a la Veracruz tenían, y dijeron que harían cuanto mandase. La causa de

ello debió ser aquella esperanza que les puso para después de la guerra de

Tepeacac; o mejor diciendo, porque nunca el español dice a la guerra de no,

que lo tiene por deshonra y caso de menos valer.

Guerra de Tepeacac

Quedó Cortés muy descansado con esto, y libre de aquel cuidado que tanto

le fatigaba; y verdaderamente, si él hiciera lo que los compañeros querían,

nunca recobrara a México, y ellos fueran muertos por el camino, que tenían

malos pasos de pasar, y ya que pasaran, tampoco repararan en la Veracruz,

sino fuéranse, como tenían la intención, a las islas; y así México se perdiera

de veras, y Cortés quedara destruido y con poca reputación. Mas él, que

muy bien lo entendió, tuvo el esfuerzo y cordura que contado habernos.

Cortés curó de sus heridas y los compañeros también de las suyas. Algunos

españoles murieron por no haber curado a los principios las llagas, dejándolas

sucias o sin atar, y de flaqueza y trabajo, según cirujanos decían. Otros

quedaron cojos, otros mancos, que no chica lástima y pérdida era. Los más,

en fin, guarecieron y sanaron muy bien; y así, pasados veinte días que allí llegaron,

ordenó Cortés de hacer guerra a los de Tepeaca o Tepeacac, pueblo

grande y no lejos, porque habían muerto doce españoles que venían de la

Veracruz a México, y porque siendo de la liga de Culúa, les ayudaban mexicanos

y hacían daño en tierra de Tlaxcallan, como decía Xicotencatl.

Rogó a Maxixca y a otros señores de aquellos, que se fuesen con él.

Ellos lo comunicaron con la república, y a consejo y voluntad de todos, les

dieron más de cuarenta mil hombres de pelea, y muchos tamemes para cargar,

y con bastimentos y otras provisiones. Fue pues con aquel ejército y con

los caballos y españoles que pudieron caminar. Requirióles que, en satisfacción

de los doce españoles, fuesen sus amigos, obedeciesen al emperador, y

no acogiesen más en sus casas y tierra mexicano ninguno ni hombre de

Culúa. Ellos respondieron que si mataron españoles fue con justa razón,

pues en tiempo de guerra quisieron pasar por su tierra por fuerza y sin demandar

licencia, y que los de Culúa y México eran sus amigos y señores, y

no dejarían de tenerlos en sus casas siempre que a ellas venir quisiesen, y

que no querían su amistad ni obedecer a quien no conocían; por tanto, que

se tornase luego a Tlaxcallan si no deseaba la muerte.

Cortés les convidó con la paz otras muchas veces, y como no la quisieron,

dioles guerra muy de veras. Los de Tepeacac, con los de Culúa, que tenían en su favor, estaban muy bravos. Tomaron los pasos fuertes y defendieron

la entrada, y como eran muchos, y entre ellos había valientes hombres,

pelearon muy bien y muchas veces. Mas al cabo fueron vencidos y

muertos sin matar español, aunque mataron muchos tlaxcaltecas.

Los señores y república de Tepeacac, viendo que sus fuerzas ni las de

mexicanos no bastaban a resistir los españoles, se dieron a Cortés por vasallos

del emperador, a partido que echarían de toda su tierra a los de Culúa, y

le dejarían castigar como quisiese a los que mataron [a] los españoles; por lo

cual Cortés, y porque estuvieron muy rebeldes, hizo esclavos a los pueblos

que se hallaron en la muerte de aquellos doce españoles, y de ellos sacó el

quinto para el rey. Otros dicen que sin partido los tomó a todos, y castigó así

aquellos en venganza, y por no haber obedecido sus requerimientos, por

putos, por idólatras, porque comen carne humana, por rebeldía que tuvieron,

porque temiesen otros, y porque eran muchos, y porque, si así no los

tratara, luego se rebelaran. Como quiera que ello fue, él los tomó por esclavos,

y a poco más de veinte días que la guerra duró, domó y pacificó aquella

provincia, que es muy grande. Echó de ella a los de Culúa, derribó los ídolos,

obedeciéronle los señores, y por mayor seguridad fundó una villa, que

llamó Segura de la Frontera, y nombró cabildo que la guardase, para que,

pues el camino de la Veracruz a México es por allí, fuesen y viniesen seguros

los españoles e indios. Ayudaron en esta guerra como amigos verdaderos

los de Tlaxcallan, Huexocinco y Chololla, y dijeron que así harían contra

México, y aun mejor. Con esta victoria cobraron ánimo los españoles y muy

gran fama por toda aquella comarca, que los tenía por muertos.

Huacacholla contra Culua

Estando Cortés en Segura, le vinieron unos mensajeros del señor de Huacacholla

secretamente a decirle que se le daría con todos sus vasallos si los

libraba de la servidumbre de los de Culúa, que no sólo les comían sus haciendas,

mas les tomaban sus mujeres y les hacían otras fuerzas y demasías; y que en la ciudad estaban aposentados los capitanes con muchos otros

soldados, y por las aldeas y comarca. Y en Mexinca, que cerca era, había

otros treinta mil para defenderle la entrada a tierra de México, y si mandaba

que fuese o enviase españoles, que podría con su ayuda tomar a manos

aquellos capitanes.

Muy mucho se alegró Cortés con tal mensajería; y cierto, era cosa de

alegrar, porque comenzaban a ganar tierra y reputación más de lo que pensaban

poco antes los suyos. Loó al Señor, honró los mensajeros, dioles más

de trescientos españoles, trece de caballo, treinta mil tlaxcaltecas y de los

otros indios amigos que tenía en su ejército, y enviolos. Ellos fueron a Chololla,

que está ocho leguas de Segura, y luego, caminando por tierra de

Huexocinco, dijo uno de allí a los españoles que iban vendidos, porque

era trato doble entre Huacacholla y Huexocinco, llevarlos así para matarlos

allá en su lugar, que era fuerte, por contentar a los de Culúa, con quien

estaban recién confederados y amigos. Andrés de Tapia, Diego de Ordaz y

Cristóbal de Olid, que eran los capitanes, o por miedo, o por mejor entender

el caso, prendieron los mensajeros de Huacacholla y los capitanes y

personas principales de Huexocinco que iban con él, y volviéronse a Chololla,

y de allí enviaron los presos a Cortés con Domingo García de Albuquerque,

y una carta en que le avisaban del negocio, de cuán atemorizados

quedaban todos.

Cortés, como leyó la carta, habló y examinó los prisioneros, y averiguó

que sus capitanes habían mal entendido; porque, como era de concierto

que aquellos mensajeros tenían de meter los nuestros sin ser sentidos en

Huacacholla y matar a los de Culúa, entendieron que querían matar a los

españoles, o los engañó quien se los dijo. Soltó y satisfizo los capitanes y

mensajeros que estaban quejosos, y fuese con ellos, porque no aconteciese

algún desastre en sus compañeros, y porque se lo rogaron. El primer día fue

a Chololla y el segundo a Huexocinco. Allí concertó con los mensajeros el

cómo y el por dónde había de entrar en Huacacholla, y que los de la ciudad

cerrasen las puertas del aposento de los capitanes, para que mejor y más

presto los prendiesen o matasen. Ellos se partieron aquella noche, e hicieron

lo prometido, que engañaron las centinelas, cercaron a los capitanes y

pelearon con los demás. Cortés se partió una hora primero que amaneciese, y a las diez del día ya estaba sobre los enemigos, y poco antes de entrar en la

ciudad salieron a él muchos vecinos con más de cuarenta prisioneros de

Culúa, en señal que habían cumplido su palabra, y lleváronlo a una gran

casa donde estaban encerrados los capitanes, y peleando con tres mil del

pueblo que los tenían cercados y en aprieto. Con su llegada cargaron unos y

otros sobre ellos con tanta furia y muchedumbre, que ni él ni los españoles

estorbar pudieron que no los matasen casi todos. De los otros murieron

muchos antes que Cortés llegase, y llegado, huyeron hacia los otros de su

guarnición, que ya venían treinta mil de ellos a socorrer sus capitanes; los

cuales llegaron a poner fuego a la ciudad al tiempo que los vecinos estaban

ocupados y embebecidos en combatir y matar enemigos. Como Cortés lo

supo, salió a ellos con los españoles. Rompiolos con los caballos, y retrájolos

a una bien alta y grande cuesta; en la cual, cuando de subir acabaron, ni

ellos ni los nuestros se podían rodear; y así, estancaron dos caballos, y el uno

murió, y muchos de los enemigos cayeron en el suelo de puro cansados y sin

herida ninguna, y se ahogaron de calor; y como luego sobrevinieron nuestros

amigos, y comenzaron de refresco a pelear, en chico rato estaba el campo

vacío de vivos y lleno de muertos.

Tras esta matanza, los de Culúa desampararon sus estancias, y los nuestros

fueron allá y las quemaron y saquearon. Fue de ver el aparato y vituallas

que en ellas tenían, y cuán aderezados ellos andaban de oro, plata y plumajes.

Traían lanzas mayores que picas, pensando con ellas matar los caballos;

y a la verdad, si lo supieran hacer, bien pudieran. Tuvo Cortés este día en

campo más de cien mil hombres con armas, y tanto era de maravillar la brevedad

con que se juntaron, cuanto la muchedumbre.

Huacacholla es lugar de cinco mil y más vecinos. Está en llano y entre

dos ríos, que, con las muchas y hondas barrancas que tienen, hacen pocas

entradas al lugar, y aquellas tan malas, que apenas se puede subir a caballo.

La cerca es de cal y canto, ancha, alta cuatro estados, con su pretil para pelear,

y con solas cuatro puertas estrechas, largas y de tres vueltas de pared.

Muchas piedras por todo para tirar; así que con poca defensa la guardaran

los de Culúa si aviso tuvieran. A la una parte tiene muchos cerros harto ásperos,

y a la otra gran llanura y labranza. En el término y jurisdicción hará

otra tanta vecindad. Tres días estuvo Cortés en Huacacholla y allí le envia ron ciertos mensajeros de Ocopaxuin, que está a cuatro leguas y junto al

volcán que llaman Popocatepec, a dársele, y a decir cómo su señor se había

ido con los de Culúa, y le rogaban que tuviese por bien lo fuese un su hermano

que le era muy aficionado, y amigo de españoles. Él los recibió en nombre

del emperador, y les dejó tomar al que pedían por señor, y partiose.

La toma de Izcuzan

Estando en Huacacholla Cortés, le dijeron cómo en Izcuzan, cuatro leguas

de allí, había gente de Culúa que lo amenazaba y que hacía daño a sus amigos;

fue allá, entró por fuerza, lanzó fuera los enemigos, unos por las puertas,

otros saltando por los adarves. Siguiolos legua y media; prendió muchos,

y en fin, de seis mil que eran los que guardaban el pueblo, pocos

escaparon de sus manos y de un río que cerca de la ciudad pasa, en el cual se

ahogaren muchos, por haberle cortado la puente para su seguridad y fortaleza.

De los nuestros, los de caballo pasaron presto, mas los otros mucho se

detuvieron. Ya Cortés entonces tenía ciento y veinte mil combatientes y

más, que con la fama y victoria concurrían a su ejército de muchas ciudades

y provincias.

Izcuzan es lugar de trato, especial de fruta y algodón. Tiene tres mil casas,

buenas calles, cien templos con cien torres, y una fortaleza en un cerrillo;

lo demás está en llano. Pasa por allí un río que la cerca de grandes barrancos;

en los cuales, y alrededor, hay una pared de piedra con su pretil, en

que tenían muchos ruejos. Está cerca un valle, redondo, fértil y que se riega

con acequias hechas a mano. El pueblo quedó desierto de gente y ropa, que

pensando defenderlo, se habían ido todos a lo alto y espeso de la sierra que

junto está. Los indios amigos de Cortés tomaron lo que hallaron, y él quemó

los ídolos y aun las torres.

Soltó dos presos que fuesen a llamar al señor y vecino, dándoles su fe de

no les hacer mal. Por este seguro y porque todos deseaban volver a sus casas,

pues españoles no hacían enojo a quien se les daba, vinieron al tercer

día ciertos principales del pueblo a darse y a pedir perdón por todo. Cortés

los perdonó y recibió; y así, dentro de dos días estaba Izcuzan tan poblada como antes, y los presos sueltos; salvo que el señor no quiso venir, de temor

o por ser pariente del señor de México; y a esta causa hubo debate entre los

de Izcuzan y de Huacacholla sobre quién sería señor, que los de Izcuzan

querían que lo fuese un hijo bastardo de un señor que Moteczuma matara.

Los otros decían que fuese un nieto del ausentado, porque era hijo del señor

de Huacacholla. En fin, Cortés interpuso su autoridad, y acordaron

que fuese éste, y no el bastardo, por ser legítimo y pariente muy cercano de

Moteczuma por vía de mujer; que, como en otro lugar se dirá, es de costumbre

en esta tierra que hereden al padre los hijos que tiene en parientas de los

reyes de México, aunque tenga otros mayores; y como era un niño de diez

años, mandó Cortés que lo tuviesen y criasen y gobernasen dos caballeros

de Izcuzan y uno de Huacacholla.

Estando apaciguando esta diferencia y tierra, vinieron embajadores de

ocho pueblos de la provincia de Claoxtomacan, que está lejos de allí cuarenta

leguas, a ofrecer gente a Cortés y a dársele, diciendo que no habían

muerto español ninguno, ni tomado armas contra él. Era tanta su nombradía,

que corría por muchas tierras, y todos lo tenían por más que hombre; y

así, le venían a porfía de muchas partidas embajadas; mas, porque no fueron

de tan aparte como ésta, no se cuentan.

Comienzan los preparativos para el ataque

Hechas todas estas cosas, se tornó Cortés a Segura, y cada indio a su casa,

sino los que sacó de Tlaxcallan; y de allí, por no perder tiempo para la guerra

de México ni ocasión en las demás, pues le sucedían tan prósperamente,

despachó un criado suyo a la Veracruz, que con cuatro navíos que allí estaban

de la flota de Pánfilo, fuese a Santo Domingo por gente, caballos, espadas,

ballestas, artillería, pólvora y munición; por paño, lienzo, zapatos y

otras muchas cosas. Escribió al licenciado Rodrigo de Figueroa sobre ello y

a la Audiencia, dándole cuenta de sí y de lo que había hecho después que

echado fue de México, y pidiéndole favor y ayuda para que aquel su criado

trajese buen recado y presto. Envió asimismo veinte de caballo y doscientos españoles y mucha gente

de amigos a Zacatami y Xalacinco, tierras sujetas a mexicanos, y en camino

para venir de la Veracruz, que estaban días había en armas, y habían

muerto ciertos españoles pasando por allí. Ellos fueron allá, hicieron sus

protestas y amonestaciones, pelearon, y aunque se templaron, hubo muertes,

fuego y saco. Algunos señores y muchos principales hombres de aquellos

pueblos vinieron a Cortés, tanto por fuerza como por ruegos, a dársele,

pidiendo perdón, y prometiendo de no tomar otra vez armas contra españoles.

Él los perdonó y envió amigos; y así, se volvió el ejército. Cortés, por

tener la Navidad, que era de ahí a doce días, en Tlaxcallan, dejó un capitán

con sesenta españoles en aquella nueva villa de Segura de la Frontera, a

guardar el paso. Y por amedrentar los pueblos comarcanos envió delante

todo su ejército, y él fuese con veinte de caballo a dormir a Colunán, ciudad

amiga y que tenía deseo de verlo y hacer con su autoridad muchos señores y

capitanes en lugar de los que habían muerto de viruelas. Estuvo en ella tres

días, en los cuales se declararon los nuevos señores, que después le fueron

muy amigos. Al otro día llegó a Tlaxcallan, que hay seis leguas, donde fue

triunfalmente recibido.

Y cierto él hizo entonces una jornada dignísima de triunfo. Era ya fallecido

su gran amigo Maxixca con las viruelas del negro de Pánfilo de

Narváez, de que hizo sentimiento con luto, a fuer de España. Dejó hijos, y

al mayor, que sería de doce años, nombró por señor del estado del padre,

a ruego también de la república, que dijo pertenecerle. No pequeña gloria

es suya dar y quitar señoríos, y que tanto respeto le tuviesen o temor, que

nadie osase sin su licencia y voluntad aceptar la herencia y estado de los

padres. Entendió Cortés en que las armas de todos se aderezasen muy

bien. Dio prisa en hacer bergantines, que ya la madera estaba cortada de

antes que fuese a Tepeacac. Envió a la Veracruz por velas, jarcia, clavazón,

sogas y las otras cosas necesarias que allá había de los navíos que

echó al través. Y porque faltaba pez, y en aquella tierra ni la conocen ni

usan, mandó a ciertos españoles marineros que la hiciesen en una sierra

que cerca de la ciudad está.

Era tanta la fama de la prosperidad y riqueza de Cortés al tiempo que tenía

en su poder a Moteczuma, y con la victoria de Pánfilo de Narváez, que todos

los españoles de Cuba, Santo Domingo y las otras islas se iban a él de

veinte en veinte y como podían, aunque muchos fueron que les costó la

vida, que en el camino mataron hombres de Tepeacac y Xalacinco, según

dicho queda, y otros, que por verlos venir en pequeñas cuadrillas y estar

Cortés lanzado de México, se les atrevían. Todavía llegaron a Tlaxcallan

tantos, que se rehízo mucho su ejército, y que le dieron ánimos de apresurar

la guerra.

No podía Cortés tener espías en México, que luego conocían allá a los

tlaxcaltecas en los bezos y orejas y en otras señales; y tenían mucha guarda y

pesquisa sobre ello; y así no sabía las cosas de aquella ciudad tan por entero

como deseaba para proveerse de lo necesario. Solamente le había dicho un

capitán de Culúa, que fue preso en Huacachola, cómo por muerte de Moteczuma,

era señor de México su sobrino Cuetlauac, señor de Iztacpalapan,

hombre astuto y valiente, y el que le había hecho la guerra y echado de

México; el cual se fortalecía con cavas y albarradas y de muchas maneras de

armas, especial de lanzas muy largas como las que se hallaron en los ranchos

de la guarnición de Culúa, que estaba en lo de Huacacholla y Tepeacac,

para ofensa de los caballos; y que soltaba los tributos y todo pecho por un

año, y por más el tiempo que la guerra durase, a todos los señores y pueblos

 

que ganó mucho crédito entre sus vasallos, y que les puso ánimo de resistir

y aun ofender a los españoles. Y no fue mal aviso el de las lanzas, si los que

las habían de traer en la guerra tuvieran destreza para esperar y herir con

ellas a los caballos.

Todo era verdad lo que el cautivo dijo, sino que Cuetlauac era ya fallecido

de viruelas, y reinaba Cuahutimoccín, sobrino, y no hermano, como algunos

dicen, de Moteczuma; hombre muy valiente y guerrero, según después

diremos, y que envió sus mensajeros por toda la tierra, unos a quitar los tributos a sus vasallos, y otros a dar y prometer grandes cosas a los que

no lo eran, diciendo cuán más justo era seguir y favorecer a él que no a Cortés,

ayudar a los naturales que a los extranjeros, y defender su antigua religión

que acoger la de los cristianos, hombres que se querían hacer señores

de lo ajeno; y tales, que si no les defendían luego la tierra, no se contentarían

con la ganar toda, mas que tomarían la gente por esclavos, y la matarían; que

así le estaba certificado. Mucho animó Cuahutimoccín los indios contra españoles

con estas mensajerías; y así, unos le enviaron ayuda, y otros se pusieron

en armas; empero muchos de ellos no curaron de aquello; y o acostaban

a los nuestros y a Tlaxcallan, o estaban quedos, por miedo o por fama

de Cortés, o por odio que a mexicanos tenían.

Viendo pues esto, acuerda Cortés de comenzar luego la guerra y camino

de México, antes que se resfriasen los indios que le seguían, o los españoles,

que con el buen suceso en las guerras pasadas de Tepeacac y las otras

provincias no se acordaban de las islas: tanto puede una bienandanza. Hizo

alarde de los suyos segundo día de Navidad. Halló cuarenta de caballo y

quinientos y cuarenta de a pie, los ochenta con ballestas o escopetas, y nueve

tiros con no mucha pólvora. De los caballos hizo cuatro escuadras, a diez

cada una, y de los peones nueve cuadrillas, a sesenta compañeros por una.

Nombró capitanes y oficiales del ejército, y a todos juntos les habló así.

Discurso de Cortes a los suyos

“Muchas gracias doy a Jesucristo, hermanos míos, que os veo ya sanos de

vuestras heridas y libres de enfermedad. Pláceme mucho de veros así armados

y ganosos de revolver sobre México a vengar la muerte de nuestros

compañeros y a cobrar aquella gran ciudad; lo cual espero en Dios haréis

en breve tiempo, por ser de nuestra parte Tlaxcallan y otras muchas provincias,

por ser vosotros quien sois, y los enemigos los que suelen, y por la

fe cristiana que hemos a publicar. Los de Tlaxcallan y los otros que nos han

siempre seguido están prestos y armados para esta guerra, y con tanta gana

de vencer y sujetar a los mexicanos como nosotros, que en ello no sólo les

va la honra, mas la libertad y aun la vida también; porque si no venciésemos, ellos quedaban perdidos y esclavos; que los de Culúa peor los quieren que

a nosotros, por nos haber recogido en su tierra, a cuya causa jamás nos desampararán,

y con tino procurarán de servirnos y proveernos, y aun de

atraer sus vecinos a nuestro favor. Y ciertamente lo hacen tan bien y cumplido

como al principio me lo prometieron y yo os lo certifiqué; porque tienen

a punto de guerra cien mil hombres para enviar con nosotros, y gran

número de tamemes, que nos lleven de comer, la artillería y fardaje. Vosotros

pues los mismos sois que siempre fuisteis; y que siendo yo vuestro capitán,

habéis vencido muchas batallas, peleando con ciento y con doscientos

mil enemigos, ganado por fuerza muchas y fuertes ciudades, y sujetado

grandes provincias, no siendo tantos como ahora estáis. Y aun cuando en

esta tierra entramos no éramos más, ni al presente somos más menester por

los muchos amigos que tenemos, y ya que no los tuviésemos, sois tales, que

sin ellos conquistaríais toda esta tierra, dándoos Dios salud; que los españoles

al mayor temor osan, pelear tienen por gloria y vencer por costumbre.

Vuestros enemigos ni son más ni mejores que hasta aquí, según lo mostraron

en Tepeacac y Huacacholla, Izcuzan y Xalacinco, aunque tienen otro

señor y capitán; el cual, por más que ha hecho, no ha podido quitarnos la

parte y pueblos de esta tierra que le tenemos; antes allá en México, donde

está, teme nuestra ida y nuestra ventura; que, como todos los suyos piensan,

hemos de ser señores de aquella gran ciudad de Tenuchtitlan. Y mal

contada nos sería la muerte de nuestro amigo Moteczuma si Cuahutimoc

quedase con el reino. Y poco nos haría al caso, para lo que pretendemos,

todo lo demás si a México no ganamos; y nuestras victorias serían tristes si

no vengamos a nuestros compañeros y amigos. La causa principal a que

venimos a estas partes es por ensalzar y predicar la fe de Cristo, aunque juntamente

con ella se nos sigue honra y provecho, que pocas veces caben en

un saco. Derrocamos los ídolos, estorbamos que no sacrificasen ni comiesen

hombres, y comenzamos a convertir indios aquellos pocos días que estuvimos

en México. No es razón que dejemos tanto bien comenzado, sino

que vamos a do nos llaman la fe y los pecados de nuestros enemigos, que

merecen un gran azote y castigo; que si bien os acordáis, los de aquella ciudad,

no contentos de matar infinidad de hombres, mujeres y niños delante

las estatuas en sus sacrificios por honra de sus dioses, y mejor hablando, diablos, se los comen sacrificados; cosa inhumana y que mucho Dios aborrece

y castiga, y que todos los hombres de bien, especialmente cristianos,

abominan, defienden y castigan. Allende de esto, cometen sin pena ni vergüenza

el maldito pecado por que fueron quemadas y asoladas aquellas

cinco ciudades con Sodoma. Pues ¿qué mayor ni mejor premio desearía

nadie acá en el suelo que arrancar estos males y plantar entre estos crueles

hombres la fe, publicando el santo Evangelio? Que, pues vamos ya, sirvamos

a Dios, honremos nuestra nación, engrandezcamos nuestro rey, y enriquezcamos

nosotros; que para todo es la empresa de México. Mañana,

Dios mediante, comenzaremos”.

Todos los españoles respondieron a una con muy grande alegría que

fuese mucho en buen hora; que ellos no le faltarían. Y tanto hervor tenían,

que luego se quisieran partir, o porque son españoles de tal condición, o

arregostados al mando y riquezas de aquella ciudad, de que gozaron ocho

meses.

Hizo luego tras esto pregonar ciertas ordenanzas de guerra, tocantes a

la buena gobernación y orden del ejército, que tenía escritas, entre las cuales

eran éstas:

Que ninguno blasfemase el santo nombre de Dios.

Que no riñese un español con otro.

Que no jugasen armas ni caballo.

Que no forzasen mujeres.

Que nadie tomase ropa ni cautivase indios, ni hiciese correrías, ni saquease

sin licencia suya y acuerdo del cabildo.

Que no injuriasen a los indios de guerra, amigos, ni diesen a los de carga.

Puso, sin esto, tasa en el herraje y vestidos, por los excesivos precios en

que estaban.

Discurso de Cortes a Tlaxcallan

Otro día siguiente llamó Cortés a todos los señores, capitanes y personas

principales de Tlaxcallan, Huexocinco, Chololla, Chalco y de otros pueblos

que allí estaban, y por sus farautes les dijo:

“Señores y amigos míos, ya sabéis la jornada y camino que hago. Mañana,

placiendo a Dios, me tengo de partir a la guerra y cerco de México, y

entrar por tierra de mis enemigos y vuestros. Lo que os ruego delante todos

es que estéis ciertos y constantes en la amistad y concierto que entre

nosotros está hecho, como hasta aquí habéis estado, y como de vosotros

publico y confío; y porque no podría yo acabar tan presto esta guerra, según

mis deseños ni según vuestro deseo, sin tener estos bergantines que

aquí se están haciendo, puestos sobre la laguna de México, os pido por

merced que tratéis a los españoles que dejo labrándolos con el amor que

soléis, dándoles todo lo que para sí y para la obra pidieren; que yo prometo

quitar de sobre vuestras cervices el yugo de servidumbre que vos tienen

puesto los de Culúa, y hacer con el emperador que os haga muchas y muy

crecidas mercedes”.

Todos los indios que presentes estaban hicieron semblante y señas que

les placía, y en pocas palabras respondieron los señores que no sólo harían

lo que les rogaba, pero que acabados los bergantines, los llevarían a México

y se irían todos con él a la guerra.

Camino de la batalla final. Toma de Tezcoco. Intento de motin

Día de los Inocentes partió Cortés de Tlaxcallan con sus españoles muy en

orden. Fue la salida muy de ver, porque salieron con él más de ochenta mil

hombres, y los más de ellos con armas y plumajes que daban gran lustre al

ejército; pero no quiso llevarlos consigo todos, sino que esperasen hasta ser

hechos los bergantines y estar cercado México, y aun también por amor de

las vituallas; que tenía por dificultoso mantener tanta muchedumbre de

gente por camino y en tierra de enemigos. Todavía llevó veinte mil de ellos,

y más de los que fueron menester para tirar la artillería y para llevar la comida

y fardaje, y aquella noche fue a dormir a Tezmoluca, que está seis leguas,

y es lugar de Huexocinco, donde los señores de aquella provincia le acogieron

muy bien. Otro día durmió a cuatro leguas de allí en tierra de México, y

en una sierra que, si no fuera por la mucha leña, perecerían de frío los indios;

y aun con ella, pasaron trabajo ellos y los españoles. En siendo de día comenzó a subir el puerto, y envió delante cuatro peones y cuatro de caballo

a descubrir; los cuales hallaron el camino lleno de árboles recién cortados

y atravesados. Mas pensando que adelante no estaría así, y por traer

buena relación, anduvieron hasta que no pudieron pasar, y volvieron a decir

cómo estaba el camino atajado con muchos y gruesos pinos, cipreses y

otros árboles, y que en ninguna manera podrían pasar los caballos por él.

Cortés les preguntó si habían visto gente, y como dijeron que no, adelantose

con todos los de caballo y con algunos españoles de pie, y mandó a los

demás que con todo el ejército y artillería caminasen apriesa, y que le siguiesen

mil indios, con los cuales comenzó a quitar los árboles del camino; y

como iban viniendo los otros, iban apartando las ramas y troncos; y así limpiaron

y desembarazaron el camino, y pasó la artillería y caballos sin peligro

ni daño, aunque con trabajo de todos, y cierto si los enemigos estuvieran allí

no pasaran, y si pasaran, fuera con mucha pérdida de gente y caballos, por

ser aquello fragoso y de muy espeso monte. Mas ellos, pensando que no iría

por aquella parte nuestro ejército, contentáronse con cegar el camino y pusiéronse

en otros pasos más llanos; que tres caminos hay para ir de Tlaxcallan

a México, y Cortés escogió el más áspero, pensando lo que fue, o porque

alguno le avisó que los enemigos no estaban en él.

En pasando aquel mal paso, descubrieron las lagunas; dieron gracias a

Dios, prometieron de no tornar atrás sin ganar primero a México o perder

las vidas. Repararon un rato para que todos fuesen juntos al bajar a lo llano

y raso, porque ya los enemigos hacían muchas ahumadas, y comenzaban a

darles grita y apellidar toda la tierra, y habían llamado a los que guardaban

los otros caminos, y querían tomarlos entre unas puentes que por allí hay; y

así, se puso en ellas un buen escuadrón; mas Cortés les echó veinte de caballo,

que los alancearon y rompieron. Llegaron luego los demás españoles, y

mataron algunos, desocuparon el camino, y sin recibir daño llegaron a Cuahutepec,

que es jurisdicción de Tezcuco, do aquella noche durmieron. En

el lugar no había persona, pero cerca de él estaban más de cien mil hombres

de guerra, y aún más, de los de Culúa, que enviaban los señores de México y

Tezcuco contra los nuestros, por lo cual Cortés hizo ronda y vela de prima

con diez de caballo. Apercibió su gente y estuvo alerta; pero los contrarios

estuvieron quedos. Otro día por la mañana salió de allí para Tezcuco, que está a tres leguas,

y no anduvo mucho, cuando vinieron a él cuatro indios del pueblo, hombres

principales, con una banderilla en una barra de oro de hasta cuatro

marcos, que es señal de paz, y le dijeron cómo Coacnacoyocín, su señor, los

enviaba a rogarle que no hiciese daño en su tierra, y a ofrecérsele, a que se

fuese con todo su ejército a aposentarse a la ciudad; que allá sería muy bien

hospedado. Cortés holgó con la embajada, aunque le pareció fingida. Saludó

al uno de ellos, que lo conocía, y respondioles que no venía para hacer

mal, sino bien, y que él recibiría y tendría por amigo al señor y a todos ellos

con tal que le volviesen lo que habían tomado a cuarenta y cinco españoles y

trescientos tlaxcaltecas que mataran días había, y que las muertes, pues no

tenían remedio, les perdonaba. Ellos dijeron que Moteczuma los mandara

matar, y se había tomado el despojo, y que la ciudad no era culpante de

aquello; y con esto se tornaron.

Cortés se fue a Cuahutichán y Huaxuta, que son como arrabales de

Tezcuco, donde fueron él y todos los suyos bien proveídos. Derribó los ídolos;

fuese luego a la ciudad, y posó en unas grandes casas, en que cupieron

todos los españoles y muchos de sus amigos; y porque al entrar no había visto

mujeres ni muchachos, sospechose de traición. Apercibiose, y mandó

pregonar que nadie, so pena de la vida, saliese fuera. Comenzaron los españoles

a repartir y aderezar sus aposentos, y a la tarde subieron ciertos de

ellos a las azoteas a mirar la ciudad, que es tan grande como México, y vieron

cómo la desamparaban los vecinos y se iban con sus hatos, unos caminos

de los montes, y otros por agua, que era cosa harto de ver el bullicio de

veinte mil o más barquillas que andaban sacando gente y ropa. Quiso Cortés

remediarlo; pero sobrevino la noche y no pudo, y aun quisiera prender

al señor; mas él fue el primero que se salió a México. Cortés entonces llamó

a muchos de Tezcuco, y díjoles cómo don Fernando era hijo de Nezaualpilcintli,

su amado señor, y que le hacía su rey, pues Coacnacoyocín estaba con

los enemigos, y había muerto malamente a Cucuzca, su hermano y señor,

por codicia de reinar y a persuasión de Cuahutimoccín, enemigo mortal de

españoles. Los de Tezcuco comenzaron de venir a ver su nuevo señor y a

poblar la ciudad, y en breve estuvo tan poblada como antes; y como no recibían

daño de los españoles, servían en cuanto les era mandado, y el don Fernando fue siempre amigo de españoles. Aprendió nuestra lengua; tomó

aquel nombre por Cortés, que fue su padrino de pila.

De allí a pocos días, vinieron los de Cuahutichán, Huaxuta y Autenco a

darse, pidiendo perdón si en algo habían errado. Cortés los recibió, perdonó,

y acabó con ellos que se tornasen a sus casas con hijos, mujeres y haciendas;

que también ellos se eran idos a la sierra y a México. Cuahutimoc, Coanacoyo

y los otros señores de Culúa enviaron a reñir y reprender a estos tres

pueblos porque se habían dado a los cristianos. Ellos prendieron y trajeron

los mensajeros a Cortés, y él se informó de ellos de las cosas de México, y los

envió a rogar a sus señores con la paz y amistad; mas poco le aprovechó,

porque estaban muy determinados en la guerra.

Anduvieron entonces ciertos amigos de Diego Velázquez por amotinar

la gente para volverse a Cuba y deshacer a Cortés. Él lo supo, y los prendió

y tomó sus dichos. Por la confesión que hicieron condenó a muerte a

Antonio de Villasaña, natural de Zamora, por amotinador, y ejecutó la sentencia.

Con lo cual cesó el castigo y el motín.

La noche triste

Los españoles abandonan de noche la ciudad

Cuando hubo anochecido, cuando llegó la medianoche, salieron los españoles en compacta formación y también los tlaxcaltecas todos. Los españoles iban delante y los tlaxcaltecas los iban siguiendo, iban pegados a sus espaldas. Cual si fueran un muro se estrechaban con aquéllos.

Llevaban consigo puentes portátiles de madera: los fueron poniendo sobre los canales: sobre ellos iban pasando.

En aquella sazón estaba lloviendo, ligeramente como rocío, eran gotas ligeras, como cuando se riega, era una lluvia muy menuda.

Aun pudieron pasar los canales de Tecpantzinco, Tzapotlan, Atenchicalco. Pero cuando llegaron al de Mixcoatechialtitlan, que es el canal que se halla en cuarto lugar, fueron vistos: ya se van fuera. 1

Se descubre su huída

Una mujer que sacaba agua los vio y al momento alzó el grito y dijo:

-Mexicanos . . . ¡Andad hacia acá: ya se van, ya van traspasando los canales vuestros enemigos! . . . ¡Se van a escondidas!…

Entonces gritó un hombre sobre el templo de Huitzilopochtli. Bien se difundió su grito sobre la gente, todo mundo oía su grito:

-Guerreros, capitanes, mexicanos . . . ¡Se van vuestros enemigos! Venid a perseguirlos. Con barcas defendidas con escudos . . . con todo el cuerpo en el camino.

Comienza la batalla

Y cuando esto se oyó, luego un rumor se alza. Luego se ponen en plan de combate los que tienen barcas defendidas. Siguen, reman afanosos, azotan sus barcas, van dando fuertes remos a sus barcas. Se dirigen hacia Mictlantonco, hacia Macuiltlapilco.

Las barcas defendidas por escudos, por un lado y otro vienen a encontrarlos. Se lanzan contra ellos. Eran barcas guarnicionales de los de Tenochtitlan, eran barcas guarnicionales de los de Tlatelolco.

Otros también fueron a pie, se dirigieron rectamente a Nonohualco, encaminando hacia Tlacopan. Intentaban cortales la retirada.

Entonces los que tripulaban las barcas defendidas por escudos, lanzaron sus dardos contra los españoles. De uno y de otro lado los dardos caían.

Pero los españoles también tiraban a los mexicanos. Lanzaban pasadores, 2 y también tiros de arcabuz. De un lado y de otro había muertos. Eran tocados por las flechas los españoles, y eran tocados los tlaxcaltecas. Pero también eran tocados por los proyectiles los mexicanos.

La matanza del canal de los toltecas 3

Pues cuando los españoles hubieron llegado a Tlaltecayohuacan, en donde es el canal de los toltecas, fue como si se derrumbaran, como si desde un cerro se despeñaran. Todos allí se arrojaron, se dejaron ir al precipicio. Los de Tlaxcala, los de Tliliuhquitepec, y los españoles, y los de a caballo y algunas mujeres.

Pronto con ellos el canal quedó lleno, con ellos cegado quedó. Y aquellos que iban siguiendo, sobre los hombres, sobre los cuerpos, pasaron y salieron a la otra orilla.

Pero al llegar a Petlacalco en donde hay otro canal, en paz y quietamente lo pasaron sobre el puente portátil de madera.

Huida de los españoles y sus aliados por la calzada de Tlacopac [Tacuba]
(Códice Florentino)

Allí tomaron reposo, allí cobraron aliento, allí se sintieron hombres.

Y cuando hubieron llegado a Popotla amaneció, esclareció el cielo: allí, refrigerados ya, a lo lejos tenían combate.

Pero allí llegaron dando alaridos, hechos una bola en torno de ellos los mexicanos. Llegan a coger presos tlaxcaltecas y aún van matando españoles.

Pero también mexicanos mueren: gente de Tlatelolco. De una y de otra parte hubo muertos.

Hasta Tlacopan (Tacuba), los persiguen, hasta Tlacopan los echaron.

Pues en el tiempo en que los echaron, en Tlilyuhcan en Xócotl iyohuican, que es lo mismo que Xoxocotla, allí murió en la guerra Chimalpopoca el hijo de Motecuhzoma. Quedó traspasado, sobre él vino un tiro de ballesta.

También allí fue herido y en ese sitio murió Tlaltecatzin, príncipe tepaneca.

Era el que guiaba, el que dirigía, el que iba señalando y marcando los caminos a los españoles.

Los españoles se refugian en Teocalhueyacan

Luego de ahí vadearon el Tepzólatl, que es un riachuelo; pasaron al otro lado, vadearon el Tepzólatl y luego se remontaron al Acueco. Fueron a detenerse en Otoncalpulco. Su patio estaba defendido por una muralla de madera, tenían un muro de madera. Allí se refrigeraron, allí tomaron descanso, allí restauraron sus fuerzas y recobraron el aliento.

 

El botín recogido por los mexicas en Tenochtitlan

Luego que se alzó la aurora, cuando la luz relució, cuando estuvo claro el día, fueron acarreados los tlaxcaltecas todos, y los de Cempoala y los españoles que se habían despeñado en el canal de los toltecas, allá en Petlacalco o en Mictonco.

Fueron siendo llevados en canoas; entre los tules, allá en donde están los tules blancos los fueron a echar: no más los arrojaban, allá quedaron tendidos.

También arrojaron por allá a las mujeres (muertas): estaban desnudas enteramente, estaban amarillas; amarillas, pintadas de amarillo, estaban las mujeres.

A todos éstos desnudaron, les quitaron cuanto tenían: los echaron allá sin miramiento, los dejaron totalmente abandonados y desprovistos.

Pero a los españoles, en un lugar aparte los colocaron, los pusieron en hileras. Cual los blancos brotes de las cañas, como los brotes del maguey, como las espigas blancas de las cañas, así de blancos eran sus cuerpos.

También sacaron a los «ciervos» que soportan encima a los hombres: los dichos caballos.

Y cuanto ellos llevaban, cuanto era su carga, todo se hizo un montón, de todo se hicieron dueños. Si alguien en una cosa ponía los ojos, luego al momento la arrebataba. La hacía cosa propia, se la llevaba a cuestas, la conducía a su casa.

Allí en donde precisamente fue la mortandad, todo cuanto pudo hallarse se lo apropiaron, lo que en su miedo abandonaron (los españoles). También todas las armas de guerra allí fueron recogidas. Cañones, arcabuces, espadas y cuanto en el hondo se había precipitado, lo que allí había caído. Arcabuces, espadas, lanzas, albardas, arcos de metal, saetas de hierro.

También allí se lograron cascos de hierro, cotas y corazas de hierro; escudos de cuero, escudos metálicos, escudos de madera.

Y allí se logró oro en barras, discos de oro, y oro en polvo y collares de chalchihuites con dijes de oro.

Todo esto era sacado, era recogido de entre el agua, era rebuscado cuidadosamente. Unos buscaban con las manos, otros buscaban con los pies. Y los que iban por delante bien pudieron escapar, pero los que iban atrás todos cayeron al agua. 4

Comienza el asedio de Tenochtitlan

Varios son los testimonios indígenas que nos hablan acerca del asedio de la gran capital mexica. Rehechos los españoles, gracias principalmente a la ayuda prestada por sus aliados tlaxcaltecas, reaparecieron al fin, para atacar de todas las maneras posibles a México-Tenochtitlan.

El texto que aquí se transcribe, debido a los informantes de Sahagún, comienza mostrando la persuasión abrigada por los mexicas de que los españoles ya no regresarían. Las fiestas volvieron a celebrarse como en los tiempos antiguos. Cuitláhuac fue electo gran tlahtoani o rey, para suceder al trágicamente muerto Motecuhzoma.

Sin embargo, el primer presagio funesto se hizo sentir bien pronto. Se extendió entre la población una gran peste, la llamada hueyzáhuatl, o hueycocoliztli, que por lo general se piensa fue una epidemia de viruela, enfermedad desconocida hasta entonces por los mesoamericanos. Una de las víctimas de este mal iba a ser precisamente el tlahtoani Cuitláhuac.

Fue entonces cuando reaparecieron los españoles por el rumbo de Tetzcoco, para venir a situarse en Tlacopan. El testimonio indígena nos refiere con numerosos detalles la manera como comenzaron a atacar los españoles desde sus bergantines. Trata también el texto indígena del desembarco de la gente de Cortés, de la reacción defensiva de los mexicas, del modo cómo fueron penetrando los españoles al interior de la ciudad. En vista del asedio implacable de la gran capital, la gente tenóchca fue a refugiarse a Tlatelolco. Allí se iba a concentrar al fin la lucha. El texto que aquí se transcribe concluye trazando un magnífico retrato de la fisonomía del capitán mexícatl Tzilacatzin, que fue uno de los que jamás retrocedieron, al ser atacado por los españoles.

La actitud de los mexicas después de idos los españoles

Cuando se hubieron ido los españoles se pensó que la vuelta. Por tanto, otra vez se aderezó, se compuso. Que nunca jamás regresarían, nunca jamás darían la vuelta. Por tanto, otra vez se aderezó, se compuso la casa del dios. Fue bien barrida, se recogió bien la basura, se sacó la tierra.

Ahora bien, llego Huey Tecuilhuitl 1
.
Una vez más, otra vez la festejaron los mexicanos en esta veintena. 2

A todos los representantes, a todos los sustitutos 3 de los dioses otra vez los adornaron, les pusieron sus ropas y sus plumajes de quetzal. Les pusieron sus collares, les pusieron sus máscaras de turquesas y les resistieron sus ropas divinas: ropa de pluma de quetzal, ropa de pluma de papagayo amarillo, ropa de pluma de águila. Todas estas ropas que se requieren, las guardaban los grandes príncipes . . .

La peste azota a los mexicas

Cuando se fueron los españoles de México y aún no se preparaban los españoles contra nosotros, primero se difundió entre nosotros una gran peste, una enfermedad general. Comenzó en Tepeílhuitl. 4 Sobre nosotros se extendió: gran destruidora de gente. Algunos bien los cubrió, por todas partes (de su cuerpo) se extendió. En la cara, en la cabeza, en el pecho.

Era muy destructora enfermedad. Muchas gentes murieron de ella. Ya nadie podía andar, no más estaban acostados, tendidos en su cama. No podía nadie moverse, no podía volver el cuello, no podía hacer movimientos de cuerpo; no podía acostarse cara abajo, ni acostarse sobre la espalda, ni moverse de un lado a otro. Y cuando se movían algo, daban de gritos. A muchos dio la muerte la pegajosa, apelmazada, dura enfermedad de granos.

Muchos murieron de ella, pero muchos solamente de hambre murieron: hubo muertos por el hambre: ya nadie tenía cuidado de nadie, nadie de otros se preocupaba.

A algunos les prendieron los granos de lejos: esos no mucho sufrieron, no murieron muchos de eso.

Pero a muchos con esto se les echó a perder la cara, quedaron cacarañados, quedaron cacarizos. Unos quedaron ciegos, perdieron la vista.

El tiempo que estuvo en fuerza esta peste duró sesenta días, sesenta días funestos. Comenzó en Cuatlan: cuando se dieron cuenta, estaba bien desarrollada. Hacia Chalco se fue la peste. Y con esto mucho amenguó, pero no cesó del todo.

Vino a establecerse en la fiesta de Teotleco y vino a tener su término en la fiesta de Panquetzaliztli. Fue cuando quedaron limpios de la cara los guerreros mexicanos.

Reaparición de los españoles

Pero ahora, así las cosas, ya vienen los españoles, ya se ponen en marcha hacia acá por allá por Tetzcoco, del lado de Cuauhtitlan: vienen a establecer su real, a colocarse en Tlacopan. Desde allí después se reparten, desde ahí se distribuyen.

A Pedro de Alvarado se le asignó como su campo propio el camino que va a Tlatelolco. Pero el marqués tomó el rumbo de Coyohuacan. Y era su campo propio el que va por Acachinanco hacia Tenochtitlan.

Sabedor era el marqués de que era muy valiente el capitán de Tenochtitlan.

Y en el cenicero de Tlatelolco, o en la Punta de los Alisos, fue en donde primero comenzó la guerra.

De ahí se fue a dar a Nonohualco: los persiguieron los guerreros, y no murió ni un mexicano.

Luego se vuelven los españoles y los guerreros en barcas atacan. Llevan sus barcas bien guarnecidas. Lanzan dardos: sus dardos llueven sobre los españoles. Luego se metieron.

Pero el marqués se lanza luego hacia los tenochcas, va siguiendo el camino que conduce hacia Acachinanco. Luego se traslada el marqués al sitio de Acachinanco. Con muchos batalla allí y los mexicanos le hacen frente.

Los españoles atacan con bergantines

Y entonces vienen los barcos desde Tetzcoco. Son por todos doce. Todos ellos se juntaron allá en Acachinanco. Luego se muda el marqués hasta Acachinanco.

Después anda revisando dónde se entra, donde se sale en los barcos. Dónde es buena la entrada en las acequias, si están lejos; si no están lejos; no vaya a ser que encallen en algún lugar.

Y por las acequias, retorcidas, no derechas, no pudieron meter por allí a los barcos. Dos barcos metieron solamente, los hicieron pasar por el camino de Xoloco: van a ir derechamente.

Y hasta entonces resolvieron unos con otros, se dieron la palabra de que iban a destruir a los mexicanos y a acabar con ellos.

Se pusieron en fila, entonces, llevando los cañones. Los precede el gran estandarte de lienzo. No van de prisa, no se alteran. Van tañendo sus tambores, van tocando sus trompetas. Tocan sus flautas, sus chirimías y sus silbatos.

Dos bergantines lentamente vienen bogando: solamente de un lado del canal van pasando. Del otro lado no viene barco alguno, por haber casas.

Luego hay marcha, luego hay combate. De un lado y otro hay muertos, de un lado y otro hay cautivos.

Cuando vieron a los tenochcas, los habitantes de Zoquiapan, emprendieron la fuga, echaron a correr llenos de miedo. Son llevados los niñitos al lado de otras personas. Van por el agua, sin rumbo ni tino, los de la clase baja. Hay llanto general.

Y los dueños de barcas, en las barcas colocaron a sus niñitos, los llevan remando, los conducían remando afanados. Nada tomaron consigo: por el miedo dejaron abandonado todo lo suyo; su pequeña propiedad la dejaron perder.


Asedio de la ciudad desde los bergantines (Códice Florentino)

Pero nuestros enemigos se apoderaron de las cosas, haciendo fardo con ellas, van tomando cuanto hallan por donde van pasando todo lo que sale a su paso. Toman y arrebatan las mantas, las capas, las frazadas, o las insignias de guerra, los tambores, los tamboriles.

Y los tlatelolcas les hicieron resistencia allí en Zoquiapan desde sus barcas.

Cuando llegaron los españoles a Xoloco, en donde hay un muro, que por medio del camino cierra el paso, con el cañón grande lo atacaron.

Aun no se derrumbó al caer el primer tiro, pero al segundo, se partió y al tercero, por fin, se abatió en tierra. Ya al cuarto tiro totalmente quedó derruido.

Dos barcos vinieron a encontrar a los que tienen barcas defendidas por escudos. Se da batalla sobre el agua. Los cañones estaban colocados en la proa y hacia donde estaban aglomeradas las barcas, en donde se cerraban unas con otras, allá lanzaban sus tiros. Mucha gente murió, y se hundieron en el agua, se sumergieron y quedaron en lo profundo violentamente.

De modo igual las flechas de hierro, aquel a quien daban en el blanco, ya no escapaba: moría al momento, exhalaba su aliento final.

La reacción defensiva de los mexicas

Pero los mexicanos cuando vieron, cuando se dieron cuenta de que los tiros de cañón o de arcabuz iban derecho, ya no caminaban en línea recta, sino que iban de un rumbo a otro haciendo zigzag; se hacían a un lado y a otro, huían del frente.

Y cuando veían que iba a dispararse un cañón, se echaban por tierra, se tendían, se apretaban a la tierra.

Pero los guerreros se meten rápidamente entre las casas, por los trechos que están entre ellas: limpio queda el camino, despejado, como si fuera región despoblada.

Pero luego llegaron hasta Huitzilan. Ahí estaba enhiesta otra muralla. Y muchos junto a ella estaban replegados, se refugiaban y protegían con aquel muro.

Desembarco de los españoles

Un poco cerca de ella anclan, se detienen sus bergantines; un poquito allí se detienen en tanto que disponen los cañones.

Vinieron siguiendo a los que andaban en barcas. Cuando llegaron cerca de ellos, luego se dejaron ir en su contra, se acercaron a todas las casas.

Cuando hubieron preparado los cañones, lanzaron tiros a la muralla. Al golpe la muralla quedó llena de grietas. Luego se desgarró, por detrás se abrió. Y al segundo tiro, luego cayó por tierra: se abrió a un lado y otro, se partió, quedó agujerada.

Quedó el camino entonces totalmente limpio. Y los guerreros que estaban colocados junto a la muralla al punto se desbandaron. Hubo dispersión de todos, de miedo huyeron.

Pero la gente toda llenó el canal; luego de prisa lo cegó y aplanó, con piedras, con adobes, y aun con algunos palos para impedir el paso del agua.

Cuando estuvo cegado el canal, luego pasaron por allí los de a caballo. Eran tal vez diez. Dieron vueltas, hicieron giros, se volvieron a un lado y a otro. Y en seguida otra partida de gente de a caballo vino por el mismo camino. Iban en pos de los que pasaron primero.

Y algunos de los tlatelolcas que habían entrado de prisa al palacio, la casa que fue de Motecuhzoma, salieron con gran espanto: dieron de improviso con los de a caballo. Uno de éstos dio de estocadas a los de Tlatelolco.

Pero el que había sido herido, aún pudo agarrar la lanza. Luego vinieron sus amigos a quitar la lanza al soldado español. Lo hicieron caer de espaldas, lo echaron sobre su dorso, y cuando hubo caído en tierra, al momento le dieron de golpes, le cortaron la cabeza, allí muerto quedó.

Luego se ponen en marcha unidos, se mueven en un conjunto los españoles. Llegaron de esta manera a la Puerta del Águila. Llevaban consigo los cañones grandes. Los colocaron en la Puerta del Águila.

La razón de llamarse este sitio Puerta del Águila es que en él había un águila hecha de piedra tajada. Era muy grande, tan alta y tan corpulenta en extremo. Y le hicieron como comparte y consorte un tigre. Y en la otra parte estaba un oso mielero, también de piedra labrado.

Y estas cosas así hechas, los guerreros mexicanos se recataron en vano detrás de las columnas. Porque había dos hileras de columnas en aquel sitio.

Y sobre la azotea de la casa comunal también estaban colocados los guerreros, estaban subidos sobre la azotea. Ya ninguno de ellos daba la cara abiertamente.

Por su parte los españoles no estaban ciertamente ociosos. Cuando hubieron disparado los cañones, se oscureció mucho como de noche, se difundió el humo. Y los que estaban recatados tras las columnas huyeron: hubo desbandada general. Y los que estaban en la azotea se echaron abajo: todos huyeron lejos.

Avanzan los españoles al interior de la ciudad

Luego llevaron los españoles el cañón y lo colocaron sobre la piedra del sacrificio gladiatorio.

Los mexicanos, entre tanto, sobre el templo de Huitzilopochtli aun en vano se estaban atalayando. Percutían sus atabales, con todo ímpetu tocaban los atabales.

Y al momento subieron allá dos españoles, les dieron de golpes, y después de haberlos golpeado, los echaron para abajo, los precipitaron.

Y los grandes capitanes y los guerreros todos que combatían en barcas al momento se vinieron, vinieron a desembarcar a tierra seca. Y los que remaban eran los muchachos: eran ellos los que conducían las barcas.

Hecho esto, se pusieron a inspeccionar las calles: iban recorriendo por ellas, gritaban y decían:

¡Guerreros, venid a seguir la cosa! . . .

Y cuando los españoles vieron que ya iban contra de ellos, que ya los vienen persiguiendo, luego se replegaron y empuñaron las espadas.

Hubo gran tropel, carrera general. De un lado y otro caían flechas sobre ellos. De un lado y otro venían a estrecharlos. Hasta Xoloco fueron a remediarse, fueron a tomar aliento. Desde allí fue el regreso (de los mexicas).

También por parte de los españoles hubo regreso. Fueron a colocarse en Acachinanco. Pero el cañón que habían colocado sobre la piedra del sacrificio gladiatorio, lo dejaron abandonado.

Lo cogieron luego los guerreros mexicanos, lo arrastraron furiosos, lo echaron en el agua. En el Sapo de Piedra (Tetamazolco) fue donde lo echaron.

La gente mexica se refugia en Tlatelolco

En este tiempo los mexicas-tenochcas vinieron a refugiarse a Tlatelolco.

Era general el llanto, lloraban con grandes gritos. Lágrimas y llanto escurren de los ojos mujeriles.

Muchos maridos buscaban a sus mujeres. Unos llevan en los hombros a sus hijos pequeñitos.

El tiempo que abandonaron la ciudad fue un solo día. Pero los de Tlatelolco se encaminaron a Tenochtitlan para seguir la batalla.

Fue cuando Pedro de Alvarado se lanzó contra Iliacac (Punta de alisos) que es el rumbo de Nonohualco, pero nada pudo hacer.

Era como si se arrojaran contra una roca: porque los de Tlatelolco eran hombres muy valientes.

Hubo batalla en ambos lados: en el campo seco de las calles y en el agua con lanchas que tenían sus escudos de defensa.

Alvarado quedó, rendido y se volvió. Fue a acampar en Tlacopan.

Pero al siguiente día, cuando llegaron allá los dos bergantines que primero habían arribado, se juntaron todos en la orilla de las casas de Nonohualco, allí se fueron a situar.

Luego saltaron a tierra y siguieron por los caminos secos, los caminos entre el agua. Luego fueron a dar al centro de los poblados, a donde estaban las casas, llegaron hasta el centro.

Donde llegaban los españoles, todo quedaba desolado. Ni un solo hombre salía afuera.

El capitán mexica Tzilacatzin

Tzilacatzin gran capitán, muy macho, llega luego. Trae consigo bien sostenidas tres piedras: tres grandes piedras, redondas, piedras con que se hacen muros o sea piedras de blanca roca.

Una en la mano la lleva, las otras dos en sus escudos. Luego con ellas ataca, las lanza a los españoles: ellos iban en el agua, estaban dentro del agua y luego se repliegan.

Y este Tzilacatzin era de grado otomí. 5 Era de este grado y por eso se trasquilaba el pelo a manera de otomíes. Por eso no tenía en cuenta al enemigo, quien bien fuera, aunque fueran españoles: en nada los estimaba sino que a todos llenaba de pavor.

Cuando veían a Tzilacatzin nuestros enemigos luego se amedrentaban y procuraban con esfuerzo ver en qué forma lo mataban, ya fuera con una espada, o ya fuera con tiro de arcabuz.

Pero Tzilacatzin solamente se disfrazaba para que no lo reconocieran.

Tomaba a veces sus insignias: su bezote que se ponía y sus orejeras de oro; también se ponía un collar de cuentas de caracol. Solamente estaba descubierta su cabeza, mostrando ser otomí.

Pero otras veces solamente llevaba puesta su armadura de algodón; con un paño delgadito envolvía su cabeza.

Otras veces se disfrazaba en esta forma: se ponía un casco de plumas, con un rapacejo abajo, con su colgajo del Águila que le colgaba al cogote. Era el atavío con que se aderezaba el que iba a echar víctimas al fuego.

Salía, pues, como un echador de víctimas al fuego, como el que va a arrojar al fuego los hombres vivos: tenía sus ajorcas de oro en el brazo; de un lado y de otro las llevaba atadas en sus brazos, y estas ajorcas eran sumamente relucientes.

También llevaba en las piernas sus bandas de oro ceñidas, que no dejaban de brillar.

Y al día siguiente una vez más vinieron. Fueron llevando sus barcas al rumbo de Nonohualco, hasta junto a la Casa de la Niebla (Ayauhcalco). También vinieron los que andan a pie y todos los de Tlaxcala y los otomíes. Con grande ardor se arrojaron contra los mexicanos los españoles.

Cuando llegaron a Nonohualco luego se trabó el combate. Fue la batalla y se endureció y persistió el ataque y la guerra. Había muertos de un bando y de otro. Los enemigos eran flechados todos. También todos los mexicanos. De un lado y de otro hubo gran pena. De este modo todo el día, toda la noche duró la batalla.

Sólo hubo tres capitanes que nunca retrocedieron. Nada les importaban los enemigos; ningún aprecio tenían de sus propios cuerpos.

El nombre de uno es Tzoyectzin, el del segundo es Temoctzin y el tercero es el mentado Tzilacatzin.

Pero cuando los españoles se cansaron, cuando nada podían hacer a los mexicanos, ya no podían romper las filas de los mexicanos, luego se fueron, se metieron a sus cuarteles, fueron a tomar reposo.

Siguiéndoles las espaldas fueron también sus aliados. 6

Batalla de Iztacpalapam y otras

Ocho días estuvo Cortés sin salir de Tezcuco, fortaleciendo la casa en que

posaba, que toda la ciudad, por ser grandísima, no podía, y basteciéndose

por si le cercasen los enemigos; y después, como no lo acometían, tomó

quince de caballo, doscientos españoles, en que había diez escopetas y

treinta ballestas, y hasta cinco mil amigos, y fuese la orilla adelante de la laguna

de Iztacpalapan derecho, que está cinco leguas de allí. Los de la ciudad

fueron avisados por los de la guarnición de Culúa, con humos que hicieron

de las atalayas, cómo iban sobre ellos españoles, y metieron su ropa y

las mujeres y niños en las casas que están dentro en la agua; enviaron gran

flota de acalles, y salieron al camino, dos leguas, muchos y a su manera bien

armados y hechos escuadrones. No pelearon a hecho, sino tornáronse al

pueblo escaramuzado, con pensamiento de meter y matar allá los enemigos.

Los españoles se metieron a revueltas dentro, que era lo que querían, y pelearon

reciamente hasta echar los vecinos a la agua, donde muchos de ellos se ahogaron; mas como son nadadores, y no les daba sino a los pechos, y tenían

muchas barcas que los recogían, no murieron tantos como se pensaba.

Todavía mataron los de Tlaxcallan más de seis mil, y si la noche no los despartiera,

mataran hartos más.

Los españoles hubieron algún despojo, pusieron fuego a muchas casas

y comenzáronse de aposentar; mas Cortés les mandó salir fuera a más andar,

aunque era muy noche, porque no se ahogasen, que los de la ciudad

habían abierto la calzada y entraba tanta agua que lo cubría todo; y cierto si

aquella noche se quedaran allí, no escapaba hombre de su compañía, y aun

con toda la priesa que se dio, eran las nueve de la noche cuando acabaron de

salir. Pasaron el agua a volapié, perdiose todo el despojo y ahogáronse algunos

de Tlaxcallan. Tras este peligro tuvieron muy mala noche de frío, como

estaban mojados, y de comida, como no pudieron sacarla. Los de México,

que todo esto sabían, dieron sobre ellos a la mañana, y fueles forzado irse a

Tezcuco, peleando con los enemigos que los apretaban recio por tierra, y

con otros que salían del agua; y ni podían dañar a éstos, que se acogían luego

a sus barquillos, ni osaban meterse entre los otros, que eran muchos; y

así, llegaron a Tezcuco con grandísimo trabajo y hambre. Murieron muchos

indios de nuestros amigos y un español, que creo fue el primero que

murió peleando en el campo.

Cortés estuvo triste aquella noche, pensando que con la jornada pasada

dejaba mucho ánimo a los enemigos, y miedo a otros, que no se le diesen;

mas luego a la mañana vinieron mensajeros de Otompan, donde fue la nombrada

batalla que Cortés venció, según atrás se dijo, y de otras cuatro ciudades,

que están cinco o seis leguas de Tezcuco, a pedir perdón por las guerras

pasadas y ofrecerse a su servicio, y a rogarle los amparase de los de Culúa,

que los amenazaban y maltrataban, como hacían a todos los que se le daban.

Cortés, aunque les loó y agradeció aquello, dijo que si no le traían a todos

los mensajeros de México, ni los perdonaría ni los recibiría. Tras éstos de

Otompan, avisaron a Cortés cómo querían los de la provincia de Chalco ser

sus amigos, y venir a dársele, sino que no les dejaba la guarnición de Culúa,

que estaba allí en su tierra. Él despachó luego a Gonzalo de Sandoval con

veinte caballos y doscientos peones españoles, que fuese a tomar a los de

Chalco y echar a los de Culúa. Envió también a la Veracruz cartas, que había mucho que no sabía de

los españoles que allá estaban, por tener los enemigos atajado el camino.

Fue pues Sandoval con su compañía. Lo primero procuró de poner en salvo

las cartas y mensajeros de Cortés, y encaminar a muchos tlaxcaltecas que

fuesen seguros a sus casas con la ropa que llevaban ganada, y luego juntarse

con los de Chalco; mas como de ellos se apartó, los acometieron enemigos,

mataron algunos y robáronles buena parte del despojo. Tuvo aviso de ello

Sandoval, acudió presto allá, y remedió mucho daño, desbaratando y siguiendo

los contrarios, y así pudieron ir a Tlaxcallan y a la Veracruz.

Juntose luego con los de Chalco que, sabiendo su venida, estaban en

armas y aguardándole. Dieron todos juntos sobre los de Culúa, que pelearon

mucho y muy bien; mas al cabo fueron vencidos, y muchos de ellos

muertos. Quemáronles los ranchos y saqueáronselos. Volviose con tanto

Sandoval a Tezcuco; vinieron con él unos hijos del señor de Chalco; trajeron

a Cortés hasta cuatrocientos pesos de oro en piezas, y llorando se disculparon,

y dijeron cómo su padre cuando murió les mandó que se diesen a

él. Cortés los consoló, agradecioles su deseo, confirmoles el estado, y dioles

al mismo Sandoval que los acompañase hasta su casa.

Que ocurrio a unos españoles que fueron sacrificados em Texcoco

Iba Cortés ganando de cada día fuerzas y reputación, y acudían a él todos

los que no eran de la parcialidad de Culúa y muchos que lo eran; y así, a dos

días de como hizo señor de Tezcuco a don Fernando, vinieron los señores

de Huaxuta y Cuahutichan, que ya eran amigos, a decirle que venía sobre

ellos todo el poder de los mexicanos; que si llevarían sus hijos y hacienda a

la sierra, o los traerían a do él estaba: tanto era su temor. Él los esforzó, y

rogó que se estuviesen quedos en sus casas, y no tuviesen miedo, sino apercibimiento

y espías; que de que los enemigos viniesen holgaba él; por eso,

que le avisasen, y verían cómo los castigaba.

Los enemigos no fueron a Huaxuta, como se pensaba, sino a los tamemes

de Tlaxcallan, que andaban proveyendo a los españoles. Salió a ellos

Cortés con dos tiros, con doce de caballo y doscientos infantes y muchos tlaxcaltecas. Peleó y mató pocos, porque se acogían a la agua; quemó algunos

pueblos do se recogían los de México, y tornose a Tezcuco. Al otro día

vinieron tres pueblos de los más principales de aquella comarca a le pedir

perdón, y a rogarle no los destruyese, y que no acogerían más a hombre de

Culúa. Por esta embajada hicieron castigo en ellos los de México, y muchos

parecieron después descalabrados delante de Cortés para que los vengase.

También enviaron los de Chalco por socorro, que los destruían mexicanos;

mas él, como querían enviar por los bergantines, no se los podía dar de españoles,

sino remitirlos a los de Tlaxcallan, Huexocinco, Chololla, Huacacholla

y a otros amigos, y darles esperanza que presto iría él. No estaban

ellos nada contentos con la ayuda de aquellas provincias, sin españoles;

pero todavía pidieron cartas para que lo hiciesen. Estando en esto, llegaron

hombres de Tlaxcallan a decir a Cortés cómo estaban acabados los bergantines,

y si había menester gente, porque de poco acá habían visto más ahumadas

y señales de guerra que nunca. Él entonces los puso con los de Chalco,

y les rogó dijesen de su parte a los señores y capitanes que olvidasen lo

pasado y fuesen sus amigos, y les ayudasen contra los mexicanos, que en

ello le harían muy gran placer; y de allí adelante fueron muy buenos amigos,

y se ayudaron unos a otros.

Vino asimismo de la Veracruz un español con nueva que habían desembarcado

treinta españoles, sin los marineros de la nao, y ocho caballos, y

que traían mucha pólvora y ballestas y escopetas. Por lo cual hicieron alegrías

los nuestros, y luego envió Cortés a Tlaxcallan por los bergantines a

Sandoval con doscientos españoles y con quince de caballo. Mandole que

de camino destruyese el lugar que prendió trescientos tlaxcaltecas y cuarenta

y cinco españoles con cinco caballos, cuando estaba México cercado;

el cual lugar es de Tezcuco y alinda con tierra de Tlaxcallan. Bien quisiera

castigar sobre el mismo caso a los de Tezcuco, sino que no estaba en

tiempo ni convenía por entonces, que mayor pena merecían que los otros

porque los sacrificaron y comieron, y derramaron la sangre por las paredes,

haciendo señales con ella misma cómo era de españoles. Desollaron

también los caballos, curtieron los cueros con sus pelos, y colgáronlos con

las herraduras que tenían, en el templo mayor, y cabe ellos los vestidos de

España por memoria. Sandoval fue allá determinado de combatir y asolar aquel lugar, así porque

se lo mandó Cortés, como porque halló antes un poco de llegar a él, escrito

de carbón en una casa: “Aquí estuvo preso el sin ventura de Juan Juste”;

que era un hidalgo de los cinco de caballo. Los de aquel lugar, aunque

eran muchos, lo dejaron, y huyeron en viendo españoles sobre sí. Ellos les

fueron detrás siguiendo; mataron y prendieron muchos, especial niños y

mujeres, que no podían andar, y que se daban por esclavos y a misericordia.

Viendo pues tan poca resistencia, y que lloraban las mujeres por sus maridos,

y los hijos por sus padres, hubieron compasión los españoles, y ni mataron

la gente ni destruyeron el pueblo; antes llamaron los hombres y perdonáronlos,

con juramento que hicieron de servirlos y serles leales; y así se

vengó la muerte de aquellos cuarenta y cinco españoles. Preguntados cómo

tomaron tantos cristianos sin que se defendiesen ni escapase hombre de todos

ellos, dijeron que se habían puesto en celada muchos delante un mal

paso una cuesta arriba, que tenía estrecho el camino, donde por detrás los

acometieron; y como iban uno a uno y los caballos del diestro, y no se podían

rodear ni aprovechar de las espadas, los prendieron ligeramente a todos,

y los enviaron a Tezcuco, donde, como arriba dije, fueron sacrificados

en venganza de la prisión de Cacama.

Trasladan los bergantines de Tlaxcala a Texcoco

Reducidos y castigados los que prendieron a los españoles, caminó Sandoval

para Tlaxcallan, y a la raya de aquella provincia topó con los bergantines; la

tablazón y clavazón de los cuales traían ocho mil hombres a cuestas. Venían

en su guarda veinte mil soldados, y otros dos mil con vituallas y para servicio

de todos. Como Sandoval llegó, dijeron los carpinteros españoles que pues

entraban ya en tierra de enemigos, y no sabían lo que les podría acontecer,

que fuese delante la ligazón y atrás la tablazón, por ser cosa de más peso y

embarazo. Todos dijeron que era bien, y que se hiciese así, salvo es Chichimecatetl,

señor muy principal, hombre esforzado, y capitán de diez mil que

llevaban la delantera y cargo de la tablazón; el cual tenía por afrenta que le echasen atrás, yendo él delantero. Sobre esto dijo buenas cosas; mas en fin se

hubo de mudar y quedar en retaguardia. Teutipil y Teutecatl y los otros capitanes,

señores también principales, tomaron la vanguardia con otros diez

mil. Pusiéronse en medio los tamemes y los que llevaban la fusta y aparejo de

los bergantines. Delante de estos dos capitanes iban cien españoles y ocho de

caballo, y tras de toda la gente Sandoval con los otros españoles y siete caballos;

y si Chichimecatetl estuvo recio de primero, más lo estuvo porque no

quedasen con él los españoles, diciendo que o no le tenían por valiente o por

leal. Concertados pues los escuadrones de la manera que oísteis, caminaron

para Tezcuco a las mayores voces, chiflos y relinchos del mundo, y gritando:

“¡Cristianos, cristianos, Tlaxcallan, Tlaxcallan y España!”. Al cuarto día

entraron en Tezcuco por ordenanza al son de muchos atabales, caracoles y

otros tales instrumentos de música. Pusiéronse para entrar penachos y mantas

limpias, y ciertamente fue gentil entrada; que como era lucida gente, pareció

bien, y como eran muchos, tardaron seis horas a entrar, sin quebrar el

hilo; tomaban dos leguas de camino. Cortés les salió a recibir, dio las gracias

a los señores y aposentó toda la gente muy bien.

Incursiones de los españoles em la ciudad sitiada

Los testimonios indígenas conservan la descripción de numerosas escenas de vivo realismo acerca de lo que ocurrió en México-Tenochtitlan, durante el largo sitio impuesto por los conquistadores. Los textos de los informantes de Sahagún que aquí se transcriben se refieren a los combates que a cada momento tenían lugar en los alrededores y aun en el interior mismo de la ciudad.

En una de las primeras embestidas de los conquistadores, los mexicas hicieron prisioneros a quince españoles, que fueron sacrificados luego, a la vista de sus compatriotas, que miraban desde los bergantines cómo les daban muerte. Trata asimismo el texto acerca de la trágica situación de los sitiados, del modo como penetraron los españoles al mercado de Tlatelolco, del incendio del templo y de la forma como rechazaban los mexicas con valentía increíble a quienes trataban de adueñarse de su ciudad.

Más adelante se describe el modo cómo los españoles colocaron un trabuco o catapulta sobre el templete que había en la plaza del mercado de Tlatelolco para atacar con él a los mexicas. Y tratando ya del final del sitio, se recuerda el último esfuerzo hecho para salvar a la ciudad. Cuauhtémoc, que había sucedido en el mando Supremo de los mexicas a Cuitláhuac, muerto a consecuencia de la epidemia, determinó entonces revestir a un capitán de nombre Opochtzin con las insignias del rey Ahuízotl. Esos atavíos que convertían a aquel hombre en Tecolote de Quetzal, le daban asimismo fuerza invencible. Se decía que en esas insignias estaba colocada la voluntad de Huitzilopochtli. Se creía que lanzando el dardo del dios, «la serpiente de fuego», si lograba ésta alcanzar a uno o dos de los enemigos, era posible aún la victoria. El documento indígena refiere que los españoles mostraron espanto al contemplar la figura del Tecolote de Quetzal.

Así acabó la batalla, hubo un momento de calma que presagiaba el desenlace fatal. Como se ver en el capítulo siguiente, apareció por ese tiempo una como gran llama que parecía venir del Sol. Era como un remolino que andaba haciendo espirales: era el último presagio de la ruina final de México-Tenochtitlan.

Quince españoles son apresados y sacrificados

Comienza luego el estruendo, empiezan a tañerse flautas. Golpean y blanden los escudos, los que están para afrontar la guerra. Persiguen a los españoles, los acosan, los atemorizan: luego atraparon a quince españoles. Los llevaron y sus barcas retrocedieron y fueron a colocarlas en medio de la laguna .

Y cuando completaron dieciocho cautivos, tenían que ser sacrificados allá en Tlacochcalco (Casa del Arsenal) . Al momento los despojan, les quitan sus armaduras, sus cotas de algodón y todo cuanto tenían puesto. Del todo los dejaron desnudos. Luego así ya convertidos en víctimas, los sacrifican. Y sus congéneres estaban mirando, desde las aguas, en qué forma les daban muerte.

Otra vez introdujeron dos bergantines en Xocotitlan. Cuando allí hubieron anclado, se fueron hacia las casas de los que habitaban allí. Pero Tzilacatzin y algunos otros guerreros cuando vieron a los españoles, se arrojaron contra ellos, los vinieron acosando, los estrecharon tanto que los precipitaron al agua.

También en otra ocasión llevaron sus bergantines al rumbo de Coyonacazco para dar batalla y atacar. Y cuando hubieron llegado allá salieron algunos españoles. Venían guiando a aquella gente Castañeda y Xicoténcatl. Éste venía trayendo su penacho de plumas de quetzal.

Tiraron con la ballesta y uno fue herido en la frente, con lo cual murió al momento.

El que tiró la ballesta era Castañeda. Se arrojaron sobre él los guerreros mexicanos y a todos los acosaron, los hicieron ir por el agua y a pedradas los abrumaron. Hubiera muerto allí Castañeda, pero se quedó cogido de la barca y fue a salir a Xocotitlan.

Había puesto otro bergantín en la espalda de la muralla, donde la muralla da vuelta, y otro estaba en Teotlecco, donde el camino va recto hacia el Peñón (Tepetzinco). Estaban como en resguardo de la laguna.

Por la noche se los llevaron. Y hasta pasados algunos días otra vez contra nosotros vinieron.

Vinieron a resultar por el rumbo de Cuahuecatitlan, en el camino se colaron. Y los de Tlaxcala, Acolhuacan, Chalco luego llenaron el canal, y de esta manera prepararon camino. Echaron allí adobes, maderamento de las casas: los dinteles, las jambas, los pilares, las columnas de madera. Y las cañas que cercaban, también al agua las arrojaron.

Nuevo ataque español

Cuando así se hubo cegado el canal, ya marchan los españoles, cautelosaumente van caminando: por delante va el pendón; van tañendo sus chirimías, van tocando sus tambores.

A su espalda van en fila los tlaxcaltecas todos, y todos los de los pueblos (aliados de los españoles) . Los tlaxcaltecas se hacen muy valientes, mueven altivos sus cabezas, se dan palmadas sobre el pecho.

Van cantando ellos, pero también cantando están los mexicanos. De un lado y de otro se oyen cantos. Entonan los cantares que acaso recuerdan, y con sus cantos se envalentonan.

Cuando llegan a tierra seca, los guerreros mexicanos se agazapan, se pliegan a la tierra, se esconden y se hacen pequeños. Están en acecho esperando a qué horas alzarse deben, a qué horas han de oír el grito, el pregón de ponerse en pie.

Y se oyó el grito:

­¡Mexicanos, ahora es cuando! . . .

Luego viene a ver las cosas el tlapaneca otomí Hecatzin; se lanza contra ellos y dice:

­¡Guerreros de Tlatelolco, ahora es cuando! ¿Quiénes son esos salvajes? ¡Que se dejen venir acá! . . .

Y al momento derribó a un español, lo azotó contra el suelo. Y éste se arrojó contra él y también lo echó por tierra. Hizo lo que con él había aquél hecho primero. Pero (Hecatzin) lo volvió a derribar y luego vinieron otros a arrastrar a aquel español.

Hecho esto, los guerreros mexicanos vinieron a arrojarlo por allá. Los que habían estado recatados junto a la tierra, se fueron persiguiendo a los españoles por las calles.

Y los españoles, cuando los vieron, estaban meramente como si se hubieran embriagado.

Al momento comenzó la contienda para atrapar hombres. Fueron hechos prisioneros muchos de Tlaxcala, Acolhuacan, Chalco, Xochimilco. Hubo gran cosecha de cautivos, hubo gran cosecha de muertos.

Fueron persiguiendo por el agua a los españoles y a toda la gente (aliada suya).

Pues el camino se puso resbaloso, ya no se podía caminar por él; solamente se resbalaba uno, se deslizaba sobre el lodo. Los cautivos eran llevados a rastras.

Allí precisamente fue donde el pendón fue capturado, allí fue arrebatado. Los que lo ganaron fueron los de Tlatelolco. El sitio preciso en que lo capturaron fue en donde hoy se nombra San Martín. Pero no lo tuvieron en estima, ningún caso hicieron de él.

Otros (de los españoles) se pusieron en salvo. Fueron a retraerse y reposar allá por la costa de rumbo de Colhuacan, en la orilla del canal. Allá fueron a colocarse.

Cincuenta y tres españoles sacrificados

Pues ahora ya llevan los mexicanos a sus cautivos al rumbo de Yacacolco. Se va a toda carrera, y ellos resguardan a sus cautivos. Unos van llorando, otros van cantando, otros se van dando palmadas en la boca, como es costumbre en la guerra.

Cuando llegaron a Yacacolco, se les pone en hilera, en filas fueron puestos: uno a uno van subiendo al templete: allí se hace el sacrificio.

Fueron delante los españoles, ellos hicieron el principio. Y en seguida van en pos de ellos, los siguen todos los de los pueblos (aliados de ellos).


Cabezas de españoles y caballos sacrificados
(Códice Florentino)

Cuando acabó el sacrificio de éstos, luego ensartaron en picas las cabezas de los españoles; también ensartaron las cabezas de los caballos. Pusieron éstas abajo, y sobre ellas las cabezas de los españoles. Las cabezas ensartadas están con la cara al sol.

Pero las cabezas de los pueblos aliados, no las ensartaron, ni las cabezas de gente de lejos.

Ahora bien, los españoles cautivados fueron cincuenta y tres y cuatro caballos.

Por todas partes estaban en guardia, había combates, y no se dejaba de vigilar. Por todos los rumbos nos cercaban los de Xochimilco en sus barcas. De un lado y de otro se hacían cautivos, de un lado y otro había muertos.

La situación de los sitiados

Y todo el pueblo estaba plenamente angustiado, padecía hambre, desfallecía de hambre. No bebían agua potable, agua limpia, sino que bebían agua de salitre. Muchos hombres murieron, murieron de resultas de la disentería.

Todo lo que se comía eran lagartijas, golondrinas, la envoltura de las mazorcas, la grama salitrosa. Andaban masticando semillas de colorín y andaban masticando lirios acuáticos, y relleno de construcción, y cuero y piel de venado. Lo asaban, lo requemaban, lo tostaban, lo chamuscaban y lo comían. Algunas yerbas ásperas y aun barro.

Nada hay como este tormento: tremendo es estar sitiado. Dominó totalmente el hambre.

Poco a poco nos fueron repegando a las paredes, poco a poco nos fueron haciendo ir retrocediendo.

Los españoles entran al mercado de Tlatelolco

Y sucedió una vez que otros de a caballo entraron al mercado. Y después de haber entrado, recorrieron su circuito, fueron caminando al lado del muro que cierra el cercado. Iban dando estocadas a los guerreros mexicanos, de modo que muchos murieron. Atropellaron todo el mercado. Fue la primera vez que vinieron a dar al mercado. Luego se fueron, retrocedieron.

Los guerreros mexicanos echaron a correr tras ellos, fueron en su seguimiento. Pues la primera vez que entraron al mercado los españoles fue de improviso, sin que se dieran cuenta de ello (los mexicanos) .

El incendio del templo

Fue en este mismo tiempo cuando pusieron fuego al templo, lo quemaron. Y cuando se le hubo puesto fuego, inmediatamente ardió: altas se alzaban las llamas, muy lejos las llamaradas subían. Hacían al arder estruendo y reverberaban mucho.

Cuando ven arder el templo, se alza el clamor y el llanto, entre lloros uno a otro hablaban los mexicanos. Se pensaba que después el templo iba a ser saqueado.

Largo tiempo se batalló en el mercado, en sus bordes se estableció el combate: apenas dejaban libre el muro por el rumbo en que la cal se vende. Pero por donde se vende el incienso, y en donde estaban los caracoles del agua, y en la casa de las flores, y en todos los reductos que quedan entre las casas, iban entrando.

Sobre el muro se mantenían los guerreros mexicanos y de todas las casas de los habitantes de Quecholan, que están al entrar al mercado se hizo como un solo muro. Sobre de las azoteas estaban muchos colocados. Desde allí arrojaban piedras desde allí lanzaban dardos. Y todas aquellas casas de los de Quecholan fueron perforadas por detrás, se les hizo un hueco no grande, para que al ser perseguidos por los de a caballo, cuando iban a lancearlos, o estaban para atropellarlos, y trataban de cerrarles el paso, los mexicanos por esos huecos se metieran.

Otra incursión de los españoles

Sucedió en una ocasión que llegaron los españoles hasta Atliyacapan. Desde luego saquearon y atraparon a las gentes para llevárselas, pero cuando los vieron los guerreros mexicanos, luego los persiguieron, les hicieron disparos de flechas los mexicanos.

Iba andando por ahí un jefe cuáchic 1llamado Axoquentzin. Acosó a los enemigos, les hizo soltar su presa, los hizo retroceder: ese jefe allí murió: le dieron una estocada: le atravesaron el pecho: en el corazón le entró el estoque. De ambas partes cogido, quedó allí muerto.

Entonces los enemigos se replegaron y en el suelo se tendieron. También allá en Yacacolco hubo batallas. Los españoles lanzaban sus pasadores.2 En fila bien colocados iban dándoles ayuda, iban dándoles consejos aquellos cuatro reyes: ellos les cerraban el paso.

Pero los guerreros mexicanos se pusieron en acecho, para entrar por la retaguardia, cuando el sol hubiera declinado.

Pero, hecho esto, llegaron algunos de los enemigos y treparon a las azoteas, y desde allí, luego gritaron:

-Ea, gente de Tlaxcala: venid a juntaros acá . ¡Aquí están vuestros enemigos!

Entonces lanzaron dardos contra los emboscados: éstos se entregaron a general desbandada.

Con toda calma llegaron aquéllos hasta Yacacolco: allí se trabó el combate. Pero allí nada más hallaron resistencia no pudieron abrir las columnas de los tlatelolcas: éstos apostados en la ribera opuesta lanzaban contra aquéllos, dardos, lanzaban piedras a los mexicas.

Ya no pudieron los españoles seguir pasando los vados, ya no tomaron puente ninguno . . .

Colocación de la catapulta en el mercado de Tlatelolco

En este tiempo colocaron los españoles en el templete una catapulta hecha de madera, para arrojar piedras a los mexicanos.

Cuando ya la habían acabado, cuando estaba para tirar, la rodearon muchos a ella, la señalaban con el dedo, la admiraban unos con otros los mexicas que estaban reunidos en Amáxac.

Todos los del pueblo bajo estaban allí mirando. Los españoles manejan para tirar en contra de ellos. Van a lanzarles un tiro como si fuera una honda.

En seguida le dan vueltas, dan vueltas en espiral, y dejan enhiesto luego el maderamiento de aquella máquina de palo que tiene forma de honda.

Pero no cayó la piedra sobre los naturales, sino que pasó a caer tras ellos en un rincón del mercado. Por esto se pelearon unos con otros, según pareció, los españoles. Señalaban con las manos hacia los mexicas y hacían gran alboroto.

Pero el artificio aquél de madera iba dando vuelta y vuelta, sin tener dirección fija, sólo con gran lentitud iba enderezando su tiro. Luego se dejó ver qué era: en su punta había una honda, la cuerda era muy gruesa. Y por tener esa cuerda se le dio el nombre de «honda de palo».

Una vez más se replegaron a una los españoles y todos los de Tlaxcala. Otra vez se ponen en hileras en Yacacolco, en Tecpancaltitlan y en donde se vende el incienso. Y allá en Acocolecan dirigía (su jefe) a los que nos acosaban, lentamente iba pasando por la tierra.

Contraataque de los mexicas

Por su parte, los guerreros mexicanos vienen a ponerse en pie de defensa, en hileras. Muy fuertes se sienten, muy viriles se muestran. Ninguno se siente tímido, nadie muestra ser femenil. Dicen:

-Caminad hacia acá, guerreros, ¿quiénes son esos salvajillos? ¡Son gentuza del sur de Anáhuac!

Los guerreros mexicanos no van en una dirección, van y vienen por doquiera. Nadie se para en directo, nadie va por línea recta.

Ahora bien, los españoles muchas veces se disfrazaban: no se mostraban lo que eran. Como se aderezan los de acá , así se aderezaban ellos. Se ponían insignias de guerra, se cubrían arriba con una tilma, para engañar a la gente, iban del todo encubiertos, de este modo hacían caer en error.

Cuando a alguno habían flechado los españoles, la gente se replegaba contra la tierra, había desbandada. Estaban muy atentos. Fijaban la mirada para ver por cual rumbo venía a salir el tiro. Estaban muy en guardia, se recataban muy bien los guerreros de Tlatelolco.

Pero los españoles paso a paso iban entrando a su terreno, contra las casas se estrechaban. Y en donde se vende el incienso, en el camino hacia Amáxac, estaban muy pegados a nosotros sus escudos y venían a dar contra sus lanzas.

La acción del «Tecolote de Quetzal»

Por su parte, el rey Cuauhtémoc y con él los capitanes Coyohuehuetzin, Temilotzin, Topantemoctzin, Ahuelitoctzin, Mixcoatlailotlactzin, Tlacuhtzin y Petlauhtzin tomaron a un gran capitán de nombre Opochtzin, tintorero de oficio. En seguida lo revistieron, le pusieron el ropaje de «tecolote de quetzal», que era insignia del rey Ahuizotzin.

Le dijo Cuauhtémoc:

-Esta insignia era la propia del gran capitán, que fue mi padre Ahuizotzin. Llévela éste, póngasela y con ella muera. Que con ella espante, que con ella aniquile a nuestros enemigos. Véanla nuestros enemigos y queden asombrados.

Y se la pusieron. Muy espantoso, muy digno de asombro apareció. Y dispusieron que cuatro capitanes fueran en su compañía, le sirvieran de resguardo. Le dieron aquello en que consistía la dicha insignia de mago. Era esto:

Era un largo dardo colocado en vara, que tenía en la punta un pedernal.

Y con esto lo dispusieron tal que pudiera contarse entre los príncipes de México.

Dijo el cihuacóatl Tlacutzin:

-Mexicanos tlatelolcas:

¡Nada es aquello con que ha existido México! ¡Con que ha estado perdurando la nación mexicana! ¡Se dice que en esta insignia está colocada la voluntad de Huitzilopochtli: la arroja sobre la gente, pues es nada menos que la Serpiente de fuego (Xiuhcóatl), el Perforador del fuego (Mamalhuaztli)! ¡La ha venido arrojando contra nuestros enemigos!

Ya tomáis, mexicanos, la voluntad de Huitzilopochtli, la flecha. Immediatamente la haréis ver por el rumbo de nuestros enemigos. No la arrojaréis como quiera a la tierra, mucho la tenéis que lanzar contra nuestros enemigos. Y si acaso a uno, a dos hiere este dardo, y si alcanza a uno, a dos, de nuestros enemigos, aún tenemos cuenta de vida, aún un poco de tiempo tendremos escapatoria. Ahora, ¡como sea la voluntad de nuestro señor! . . .

Ya va en seguida el tecolote de quetzal. Las plumas de quetzal parecian irse abriendo. Pues cuando lo vieron nuestros enemigos, fue como si se derrumbara un cerro. Mucho se espantaron todos los españoles: los llenó de pavor: como si sobre la insignia vieran alguna otra cosa.

Subió a la azotea el tecolote de quetzal. Y cuando lo vieron algunos de nuestros enemigos, luego regresaron, se dispusieron a atacarlo. Pero otra vez los hizo retroceder, los persiguió el tecolote de quetzal. Entonces tomó las plumas, el oro y bajó inmediatamente de la azotea. No murió él ni se llevaron (oro y plumas) nuestros enemigos. Y también quedaron prisioneros tres de nuestros enemigos.

De golpe acabó la batalla, todo quedó en calma y nada más sucedió. Se fueron luego nuestros enemigos y todo quedó en calma. Nada aconteció durante la noche.

Y al día siguiente, nada en absoluto pasó. Nadie hablaba siquiera. Los mexicas estaban replegados en defensa. Y los españoles nada obraban. Sólo estaban en sus posiciones, veían constantemente a los mexicas. Nada se dispuso, no hacían más que estar a la expectativa unos y otros . . . 3

Primeras escaramuzas alrededor de Mexico

Reposaron cuatro días, y luego mandó Cortés a los maestros que armasen y

clavasen los bergantines apriesa, y que se hiciese una zanja entre tanto para

los echar por ella a la laguna sin peligro de quebrarse primero; y porque

traían gran gana de toparse con los de México, salió con ellos y con veinticinco

caballos y trescientos españoles, en que había cincuenta escopeteros

y ballesteros: llevó también seis tiros. A cuatro leguas de allí topó con un

gran escuadrón de enemigos, en el cual rompieron los de caballo; acudieron

luego los de pie y desbaratáronlo; fueron en el alcance los tlaxcaltecas y

mataron cuantos pudieron. Los españoles, como era tarde, no fueron sino

asentaron su real en el campo, y durmieron aquella noche con cuidado y

aviso, porque había por allí muchos de Culúa. Como fue de día echaron camino

de Xaltoca; y Cortés no dijo dónde iba, que se recelaba de muchos de

Tezcuco que venían con él, no avisasen a los enemigos. Llegaron a Xaltoca, lugar puesto en la laguna, y que por la tierra tiene

muchas acequias anchas, hondas y llenas de agua, a no poder pasar los caballos.

Los del pueblo les daban grita, y se burlaban de verlos andar por aquellos

arroyos; tirábanles flechas y piedras. Los españoles de pie, saltando y

como mejor pudieron, pasaron las acequias, combatieron el lugar, entraron,

aunque con mucho trabajo, echaron fuera los vecinos a cuchilladas, y

quemaron buena parte de las casas. No pararon allí, sino fuéronse a dormir

una legua adelante: tiene Xaltoca por armas un sapo. Otra noche durmieron

en Huatullán lugar grande, mas despoblado, de miedo. Pasaron otro

día por Tenanioacan y Azcapulzalco sin resistencia, y llegaron a Tlacopan,

que estaba fuerte de gente y de fosos con agua; mas, aunque algo se defendió,

entraron dentro, mataron muchos y lanzaron fuera a todos; y como sobrevino

la noche, recogiéronse con tiempo a una muy gran casa, y en amaneciendo

se saqueó el lugar y se quemó casi todo, en pago del daño y muerte

de algunos españoles que hicieron cuando salían huyendo de México. Seis

días estuvieron los nuestros allí, que ninguno pasó sin escaramuzar con los

enemigos, y muchos con gran rebato, y con tanta grita, según lo han de costumbre,

que espantaba oírlos.

Los de Tlaxcallan, que se querían mejor con los de Culúa, hacían maravillas

peleando, y como los contrarios eran valientes, había que ver; especial

cuando se desafiaban uno a uno o tantos a tantos. Pasaban entre ellos grandes

razones, amenazas e injurias, que quien los entendía moría de risa. Salían

de México por la calzada a pelear, y por coger en ella los españoles, fingían

huir. Otras veces los convidaban a la ciudad, diciendo: “Entrad,

hombres a holgaros”. Unos decían: “Aquí moriréis como antaño”; otros,

“Íos a vuestra tierra; que no hay otro Moteczuma que haga a vuestro sabor”.

Llegose Cortés un día entre semejantes pláticas a una puente que estaba

alzada; hizo señas de habla, y dijo: “Si está ahí el señor, quiérole hablar”.

Respondieron: “Todos los que veis son señores; decid lo que queréis”; y

como no estaba, calló, y ellos lo deshonraron. Tras esto, les dijo un español

que los tenían cercados y se morirían de hambre; que se diesen. Replicaron

que no tenían falta de pan; pero que cuando la tuviesen, comerían de los

españoles y tlaxcaltecas que matasen; y arrojaron luego ciertas tortas de centli,

diciendo: “Comed vosotros si tenéis hambre; que nosotros ninguna, gracias a nuestros dioses; y tiraos de ahí, si no moriréis”; y luego comenzaron

a gritar y a pelear.

Cortés, como no pudo hablar con Guahutimoccín, y porque todos los

lugares estaban sin gente, tornose para Tezcuco casi por el camino que

vino. Los enemigos, que le vieron volver así, creyeron que de miedo, y juntáronse

infinitos de ellos a darle carga, y diéronsela bien cumplidamente. Él

quiso un día castigar su locura, y envió delante todo el ejército y la infantería

española, con cinco de caballo; hizo a otros seis de a caballo ponerse en celada

al un lado del camino y cinco al otro, y tres en otra parte, y él escondiose

con los demás entre unos árboles. Los enemigos, como no vieron caballos,

arremeten desmandados a nuestro escuadrón. Salió Cortés, y en pasando y

diciendo: “Santiago y a ellos, San Pedro y a ellos”; que era la señal para los

de a caballo, y como los tomaron de través y por las espaldas, alanceáronlos

a placer. Desbaratáronlos a los primeros golpes, siguiéronlos dos leguas

por un buen llano, y mataron muy muchos; y con tal victoria entraron y durmieron

en Alcolman, dos leguas de Tezcuno. Los enemigos quedaron tan

hostigados de aquella emboscada, que no parecieron en hartos días; y aquellos

señores de Tlaxcallan tomaron licencia para tornarse, y fuéronse muy

ufanos y victoriosos, y los suyos ricos, cargados de sal y ropa que habían

habido en la vuelta de la laguna.

Control del camino de Mejico a Veracruz

Viendo los mexicanos que les iba mal con los españoles, habíanlas con los

de Chalco, que era tierra muy importante y en el camino para Tlaxcallan y a

la Veracruz. Los de Chalco llamaron a los de Huexocinco y Huacacholla

que les ayudasen; y pidieron a Cortés españoles. Él les envió trescientos

peones y quince caballos, con Gonzalo de Sandoval; el cual fue, y en llegando

concertó de ir a Huaztepec, donde estaba la guarnición de Culúa, que

hacía el mal. Antes que allá llegasen les salieron al encuentro aquellos de la

guarnición, y pelearon. Mas no pudiendo resistir la furia de los caballos ni

las cuchilladas, se metieron en el lugar, y los nuestros tras ellos; los cuales

mataron allá dentro muchos, y a los demás vecinos echaron fuera, que como no tenían allí mujeres ni hacienda que defender, no reparaban. Los

españoles comieron, y dieron de comer a los caballos, y los amigos buscaban

ropa por las casas. Estando así oyeron el ruido y grita que traían los contrarios

por las calles y plaza del pueblo. Salieron a ellos, pelearon y a puras

lanzadas los echaron otra vez fuera y los siguieron una gran legua, donde

hicieron gran matanza.

Dos días estuvieron allí los nuestros, y luego fueron a Accapichtlan, do

también había gente de México. Requiriéronles con la paz; mas ellos, como

estaban en lugar alto y fuerte, y malo para caballos, no escucharon; antes tiraban

piedras y saetas, amenazando a los de Chalco. Los indios nuestros

amigos, aunque eran muchos, no osaban acometer. Los españoles arremetieron

llamando Santiago, y subieron al lugar y tomáronlo, por más fuerte y

defendido que fue. Es verdad que quedaron muchos de ellos heridos de

piedras y varas. Entraron tras ellos los de Chalco y sus aliados, e hicieron

grandísima carnicería de los de Culúa y vecinos. Otros muchos se despeñaron

a un río que por allí pasa. En fin, pocos escaparon de la muerte; y así, fue

señalada victoria esta de Accapichtlan. Los nuestros padecieron este día

muy gran sed, así del calor y trabajo del pelear, como porque aquel río estuvo

tinto en sangre; y no pudieron beber de él por un buen espacio de tiempo,

y no había otra agua.

Sandoval se volvió a Tezcuco, y los otros cada uno a su casa. Mucho sintieron

en México la pérdida de tantos hombres y tan fuerte lugar, y tornaron

a enviar sobre Chalco nuevo ejército, mandándole diese batalla antes

que españoles lo supiesen. Aquel ejército se dio tanta prisa en hacer lo que

Cuahutimoccín le mandara, que no dio lugar a sus enemigos de esperar socorro

de Cortés, como lo pedían y esperaban. Mas los de Chalco se juntaron

todos, aguardaron la batalla, y gentilmente la vencieron con ayuda de vecinos.

Mataron muchos mexicanos, y prendieron cuarenta, entre los cuales

fue un capitán, y lanzaron de su tierra los enemigos. Tanto por mayor se

tuvo esta victoria, cuanto menos se pensaba. Gonzalo de Sandoval tornó

con los mismos españoles que primero a Chalco. Diose prisa por llegar antes

que la batalla se diese; mas cuando llegó, ya era dada y vencida; y así se

volvió luego con los cuarenta prisioneros. Con estas victorias de Chalco

quedó libre y seguro el camino de México a la Veracruz, y luego vinieron a Tezcuco los españoles y caballos que arriba dije; y trajeron muchas ballestas,

pólvora y pelotas, y otras cosas de España, de que nuestro ejército recibió

tanto placer cuanta necesidad tenía; y dijeron cómo habían llegado

otras tres naos con alguna gente y caballos.

Ontinuan las escaramuzas

Cortés se informó de aquellos cuarenta presos que trajo Sandoval, de las

cosas de México y de Cuahutimoc, y entendió de ellos la determinación que

tenían para defenderse y no ser amigos de cristianos; y pareciéndole larga y

dificultosa guerra, quisiera con ellos antes paz que enemistad; y por descansar,

y no andar cada día en peligro, rogoles que fuesen a México a tratar paces

con Cuahutimoc, pues él no los quería matar ni destruir, pudiéndolo

hacer. Ellos no osaban ir con tal mensaje, sabiendo la enemiga que su señor

le tenía. Mas tanto les dijo, que acabó con dos que fuesen; los cuales le pidieron

cartas, no porque allá las habían de entender, sino para crédito y seguro.

Él se las dio, y cinco de caballo que los pusieron en salvo. Mas poco

aprovechó, que nunca tuvo respuesta; antes cuanto él más pedía paz, más la

rehusaban ellos, pensando que de flaqueza lo hacía; y por tomarle las espaldas

fueron más de cincuenta mil a Chalco.

Los de aquella provincia avisaron de ello a Cortés pidiéndole socorro

de españoles, y enviáronle un paño de algodón pintado de los pueblos y

gente que sobre ellos venía, y los caminos que traían. Él les dijo que iría en

persona de allí a diez días; que antes no podía, por ser Viernes Santo y luego

la Pascua de su Dios. De esta respuesta quedaron tristes, pero aguardaron.

Al tercero día de Pascua vinieron otros mensajeros a dar prisa por

socorro, que entraban ya por su tierra los enemigos. En este medio tiempo

se dieron los pueblos de Accapán, Mixcalcinco, Nautla y otros sus vecinos.

Dijeron que nunca habían muerto español, y trajeron por presente

ropa de algodón. Cortés los recibió, trató y despidió alegremente y en breve,

porque estaba de partida para Chalco, y luego se partió con treinta de

caballo y trescientos compañeros, de que hizo capitán a Gonzalo Sandoval. Llevó asimismo veinte mil amigos de Tlaxcallan y Tezcuco. Fue a dormir

a Tlalmanalco, donde, por ser frontera de México, tenían su guarnición

los de Chalco.

Al otro día se le juntaron más de otros cuarenta mil, y al siguiente supo

cómo los enemigos le esperaban en el campo. Oyó misa, fue para ellos, y dos

horas después de mediodía llegó a un peñol muy alto y agro, en cuya cumbre

estaban infinitas mujeres y niños, y a las haldas mucha gente de guerra,

que en descubriendo el ejército de españoles, hicieron de lo alto ahumadas,

y dieron tantos alaridos las mujeres, que fue cosa maravillosa, y los hombres,

que más bajo estaban, comenzaron a tirar varas, piedras y flechas, con

que luego hicieron daño en los que cerca llegaron, y descalabrados, se hicieron

atrás. Combatir tan fuerte cosa era locura, retirarse parecía cobardía; y

por no mostrar poco ánimo, y por ver si de miedo o hambre se darían, acometieron

el peñol por tres partes.

Cristóbal del Corral, alférez de setenta españoles de la guarda de Cortés,

subió por lo más agro; Juan Rodríguez de Villafuerte con cincuenta,

por otra, y Francisco Verdugo con otros cincuenta por otra. Todos éstos

llevaban espadas y ballestas o escopetas. De allí a un rato hizo señal una

trompeta, y siguieron a los primeros Andrés de Monjaraz y Martín de Hircio,

con cada cuarenta españoles, de que también eran capitanes, y Cortés

con los demás. Ganaron dos vueltas del peñón, y bajáronse hechos pedazos,

que no se podían tener con las manos y pies, cuanto más pelear y subir,

tanto era de áspera la subida. Murieron dos españoles y quedaron heridos

más de veinte; y todo fue con piedras y pedazos de los cantos que de arriba

arrojaban y se quebraban; y aun si los indios tuvieran algún ingenio, no dejaran

español sano.

Cuando los nuestros dejaron el peñol y se remolinaron para hacerse

fuertes, habían venido tantos indios en socorro de los cercados que cubrían

el campo, y tenían semblante de pelear; por lo cual Cortés y los de

caballo, que estaban a pie, cabalgaron y arremetieron a ellos en lo llano, y

a lanzadas los echaron de él. Mataron allí y en el alcance, que duró hora y

media, muchos. Los de caballo, que más los siguieron, vieron otro peñol

no tan fuerte ni con tanta gente, aunque con muchos lugares alrededor.

Cortés se fue con todos los suyos a dormir allá aquella noche, pensando cobrar la reputación que al día perdió, y por beber; que no habían hallado

agua aquella jornada. Los del peñol hicieron la noche muy gran ruido con

bocinas, atabales y gritería.

A la mañana miraron los españoles lo flaco y fuerte del peñol, y era todo

él harto recio de combatir y tomar; pero tenía dos padrastros cerca, en que

estaban hombres con armas. Cortés dijo que le siguiesen todos, que quería

tentar los padrastros; y comenzó a subir la sierra. Los que los guardaban los

dejaron, y se fueron al peñol, pensando que los españoles iban a combatirlo,

por socorrerlo; y como él vio el desconcierto, mandó a un capitán que

fuese con cincuenta compañeros y tomasen el más agro y cercano padrastro;

y él con los demás arremetió al peñol; ganole una vuelta, y subió bien

alto; y un capitán puso su bandera en lo más alto del cerro y disparó las ballestas

y escopetas que llevaba, con que hizo más miedo que daño, porque

los indios se maravillaron, y soltaron luego las armas en el suelo, que es señal

de rendirse, y diéronse. Cortés les mostró alegre rostro, y mandó que no

se les hiciese mal ni enojo. Ellos, viendo tanta humanidad, enviaron a decir

a los del otro peñol que se diesen a los españoles, que eran buenos, y tenían

alas para subir donde querían. Por estas razones, o por la falta que de agua

tenían, o por irse seguros a sus casas, vinieron luego a darse a Cortés y a pedir

perdón por los dos españoles que mataran. Él los perdonó de grado, y

holgó mucho que se le diesen aquellos que con victoria estaban, porque era

ganar mucha fama con los de aquella tierra.

Estuvo allí dos días, envió los heridos a Tezcuco, y partiose para Huaxtepec,

que tenía mucha gente de Culúa en guarnición. Durmió con todo su

ejército en una casa de placer y huerta que tiene una legua, y está de piedra

muy bien cercada, que la atraviesa por medio un gentil río. Los del lugar

huyeron como fue día, y los nuestros corrieron tras ellos hasta Xilotepec,

que estaba descuidado de aquel sobresalto. Entraron, mataron algunos y

tomaron muchas mujeres, muchachos y viejos que huir no pudieron. Esperó

Cortés dos días a ver si venía el señor; y como no vino, puso fuego al lugar; estando allí se le dieron los de Yautepec; de Xilotepec fue a Coahunauac,

lugar fuerte y grande, cercado de barrancas hondas; no tiene entrada

para caballos sino por dos partes, y aquellas con puentes levadizos; por el

camino que los nuestros fueron, no podían entrar a caballo sin rodear legua

y media, que era muy gran trabajo y peligro.

Estaban tan cerca, que hablaban con los del lugar, y tirábanse unos a

otros piedras y saetas. Cortés les requirió de paz; ellos respondieron de

guerra. Entre estas pláticas pasó el barranco un tlaxcalteca sin ser visto,

por un paso muy peligroso, pero muy secreto; pasaron tras él cuatro españoles,

y luego otros muchos, siguiendo todos las pisadas del primero; entraron

en el lugar, llegaron adonde estaban los vecinos peleando con Cortés,

y a cuchilladas los hicieron huir. Atónitos de ver que les habían

entrado, que lo tenían por imposible, huyeron con esto a la sierra, y ya

cuando el ejército entró estaba quemado lo más del lugar. A la tarde vino

el señor con algunos principales a darse, ofreciendo su persona y hacienda

contra mexicanos.

De Coahunauac fue Cortés a dormir, siete leguas, a unas estancias por

tierra despoblada y sin agua. Pasó mal día el ejército, de sed y trabajo; al otro

día llegó a Xochimilco, ciudad muy gentil y sobre la laguna dulce; los vecinos

y otra mucha gente de México alzaron los puentes, rompieron las acequias,

y pusiéronse a defenderla, creyendo que podrían, por ser ellos muchos

y el lugar fuerte. Cortés ordenó su hueste, hizo apear los de caballo,

llegó con ciertos compañeros a probar si ganaría la primera albarrada; y tanta

priesa dio a los enemigos con escopetas y ballestas, que aunque muchos

eran, la desampararon y se fueron mal heridos. Como ellos la dejaron, se

arrojaron españoles al agua; pasaron, y en media hora que pelearon, habían

ganado la principal y más fuerte puente de la ciudad. Los que la defendían

se recogieron al agua en barcas, y pelearon hasta la noche, unos demandando

paz, otros guerra, y todo era ardid para entre tanto alzar su ropilla y que

les viniese socorro de México, que no estaba de allí a más de cuatro leguas, y

quebrar la calzada por do los nuestros entraron. Cortés no podía pensar al

principio por qué unos pedían paz y otros no, pero luego cayó en la cuenta;

y con los caballos dio en los que rompían la calzada, desbaratándolos, huyeron,

salió tras ellos al campo, y alanceó muchos. Eran tan valientes, que pusieron en aprieto a los nuestros; porque muchos

de ellos esperaban un caballo con sola espada y rodela, y peleaban con

el caballero; y si no [fuese] por un tlaxcalteca, prendían aquel día a Cortés,

que cayó su caballo, de cansado, como había gran pieza que peleaba. Llegó

en esto la infantería española, y huyeron los enemigos. En la ciudad mataron

dos españoles que se desmandaron solos a robar. No siguieron el alcance,

sino tornáronse luego al lugar a descansar y cerrar lo roto de la calzada

con piedras y adobes.

Como en México se supo esto, envió Cuahutimoc un gran batallón de

gente por tierra, y dos mil barcas por agua, con doce mil hombres dentro,

pensando tomar los españoles a manos en Xochimilco. Cortés se subió a

una torre para ver la gente, y con qué orden venía, y por dónde combatirían

la ciudad; maravillose de tanto barco y gente, que cubrían agua y tierra.

Repartió los españoles a la guarda y defensa del pueblo y calzada, y él

salió a los enemigos con la caballería y con seiscientos tlaxcaltecas, que

partió en tres partes, a los cuales mandó que, rompido el escuadrón de los

contrarios, se recogiesen a un cerro que les mostró, media legua lejos.

Venían los capitanes de México delante con espadas de hierro, esgrimiendo

por el aire, y diciendo: “Aquí os mataremos, españoles, con vuestras

propias armas”. Otros decían: “Ya murió Moteczuma; no tenemos a

quién temer para no comeros vivos”. Otros amenazaban a los de Tlaxcallan;

y en fin, todos decían muchas injurias a los nuestros, y apellidando,

“México, México, Tenuchtitlan, Tenuchtitlan”, andaban apriesa. Cortés

arremetió a ellos con sus caballos, y cada cuadrilla de los de Tlaxcallan

por su parte, y a puras lanzadas los desbarató; mas luego se ordenaron.

Como vio su concierto y ánimo, y que eran muchos, rompió por ellos otra

vez, mató algunos, y recogiose hacia el cerro que concertó; mas porque lo

tenían ya tomado los contrarios, mandó a parte de los suyos que subiesen

por detrás, y él rodeó lo llano. Los que arriba estaban huyeron de los que

subían, y dieron en los caballos, a cuyos pies murieron en poco rato quinientos

de ellos.

Descansó Cortés allí un poco, envió por cien españoles, y como vinieron,

peleó con otro gran escuadrón de mexicanos que venía detrás; desbaratolo

también, y metiose en el lugar, porque lo combatían por tierra y agua reciamente, y con su llegada se retiraron. Los españoles que lo defendían

mataron muchos contrarios, y tomaron dos espadas de las nuestras;

viéronse en peligro, porque los apretaron mucho aquellos capitanes mexicanos,

y porque se les acabaron las saetas y almacén. Apenas se habían ido,

cuando entraron otros por la calzada con los mayores gritos del mundo.

Fueron a ellos los nuestros, y como hallaron muchos indios y mucho miedo,

entraron por medio de ellos con los caballos, y echaron infinitos al

agua, y a los demás fuera de la calzada, y así se pasó aquel día. Cortés hizo

quemar la ciudad, excepto donde posaban los suyos; estuvo allí tres días

que ninguno dejó de pelear; partiose al cuarto, y fue a Culuacán, que está a

dos leguas; saliéronle al camino los de Xochimilco, mas él los castigó. Estaba

Culuacán despoblada, como otros muchos lugares de la laguna; y porque

pensaba poner por allí cerco a México, que hay legua y media de calzada,

estuvo dos días derrocando ídolos, y mirando el sitio para el real, y

dónde poner los bergantines, que tuviesen buena guarida; dio vista a

México con doscientos españoles y cinco de a caballo; combatió una albarrada,

y aunque se la defendieron reciamente, la ganó; mas hiriéronle muchos

españoles. Tornose, con tanto, para Tezcuco, porque ya había dado

vuelta a la laguna y visto la disposición de la tierra. Otros encuentros tuvo

con los de Culúa, donde murieron muchos indios de una y de otra parte;

pero lo dicho es lo principal.

Preparacion final para el ataque

Cuando Cortés a Tezcuco llegó, halló muchos españoles nuevamente venidos

a seguirle en aquella guerra, que con grandísima fama comenzaba; los

cuales habían traído muchas armas y caballos, y decían cómo todos los

otros que en las islas estaban, morían por venir a servirle, mas que Diego

Velázquez lo impedía a muchos. Cortés les hacía todo placer, y les daba de

lo que tenía. Venían asimismo de muchos pueblos a ofrecerse, unos por

miedo de no ser destruidos, otros por odio que a mexicanos tenían; y de esta

manera tenía Cortés buen número de españoles y grandísima abundancia

de indios. El capitán de Segura de la Frontera envió a Cortés una carta que

había recibido de un español; la cual en suma contenía:

“Nobles señores, dos o tres veces os he escrito, y no he habido respuesta;

creo ni de esta la tendré. Los de Culúa andan por esta tierra haciendo

guerra y mal; hannos acometido, hémoslos vencido; esta provincia desea

ver a Cortés y dársela; tiene necesidad de españoles; enviadle treinta”.

No le envió Cortés los treinta españoles que pedía, porque luego quería

poner cerco a México; mas respondió dándole gracias y esperanza que

presto se verían. Era aquel español uno de los que Cortés enviara a Chinanta

desde México un año había, a calar los secretos de la tierra, y a descubrir

oro y hacer granjerías; a quien el señor de aquella provincia hiciera capitán

contra los de Culúa, sus enemigos, que le daban guerra por tener españoles

consigo, desde que Moteczuma murió; empero él quedaba siempre vencedor

por industria y esfuerzo de este español; el cual, como supo que había

españoles en Tepeacac, escribió las veces que la carta dice, mas ninguna se

dio sino ésta. Mucho se alegraron los nuestros por estar vivos aquellos españoles,

y Chinanta de su parte, y alababan a Dios de las mercedes que les hacía;

no hablaban sino en cómo habían escapado estos españoles, pues cuando

fueron echados de México por fuerza, habían matado los indios a todos

los otros que en granjerías y minas estaban.

Apresuraba Cortés el cerco, forneciéndose de lo necesario para él, haciendo

pertrechos para escalar y combatir, y acarreando vituallas; dio muy

gran priesa en clavar y acabar los bergantines, y una zanja para los echar a la

laguna. Era la zanja larga cuanto media legua, ancha doce pies y más, y dos

estados honda donde menos; que tanto fondo era menester para igualar

con el peso del agua de la laguna, y tanto ancho para caber los bergantines.

Iba toda ella chapada de estacas, y encima su valladar. Guiose por una acequia

de regadío que los indios tenían; tardose en hacer cincuenta días; hiciéronla

cuatrocientos mil hombres, que cada día de estos cincuenta, trabajaban

en ella ocho mil indios de Tezcuco y su tierra; obra digna de

memoria. Los bergantines se calafatearon con estopa y algodón, y a falta de

sebo y aceite, que pez ya dije cómo la hicieron, los brearon, según algunos,

con saín de hombre; no que para esto los matasen, sino de los que en tiempo

de guerra mataran; inhumana cosa y ajena de españoles. Indios, que acostumbrados de sus sacrificios, son crueles, abrían el cuerpo muerto y le

sacaban el saín.

Como los bergantines estuvieran en agua, hizo Cortés alarde, y halló

novecientos españoles, los ochenta y seis con caballos, los ciento diez y

ocho con ballestas y escopetas, y los demás con picas y rodelas o alabardas,

sin las espadas y puñales que cada uno traía. También llevaban algunos coseletes,

y muchos corazas y jacos. Halló asimismo tres tiros gruesos de hierro

colado, y quince pequeños de bronce, con diez quintales de pólvora y

muchas pelotas. Tanta fue la gente, armas y munición de España con que

Cortés cercó a México, el más grande y fuerte lugar de las Indias y Nuevo-

Mundo. Puso en cada bergantín un tirillo, y los otros fueron para el ejército.

Hizo pregonar de nuevo las ordenanzas de guerra, rogando a todos que las

guardasen y cumpliesen, y díjoles, mostrando con el dedo los bergantines

que estaban en la zanja metidos:

“Hermanos y compañeros míos, ya veis acabados y puestos a punto

aquellos bergantines, y bien sabéis cuánto trabajo nos cuesta, y cuánta

costa y sudor a nuestros amigos hasta haberlos puesto allí; muy gran parte

de la esperanza que tengo de tomar en breve a México está en ellos; porque

con ellos, o quemaremos presto todas las barcas de la ciudad, o las

acorralaremos allá dentro en las calles, con lo cual haremos tanto daño a

los enemigos cuanto con el ejército de tierra, que menos pueden vivir sin

ellas que sin comer; cien mil amigos tengo para sitiar a México, que son,

según ya conocéis, los más diestros y valientes hombres de estas partes;

para que no os falte la comida está proveído cumplidísimamente. Lo que a

vosotros toca es pelear como soléis, y rogar a Dios por salud y victoria,

pues es suya la guerra”.

Organizacion del ejercito, corte del agua, reparacion de accesos

Hizo luego al siguiente día mensajeros a las provincias de Tlaxcallan,

Huexocinco, Chololla, Chalco y otros pueblos, para que todos viniesen

dentro de diez días a Tezcuco con sus armas y los otros aparejos necesarios

al cerco de México, pues los bergantines eran acabados ya, y estaba todo lo demás a punto, y los españoles tan ganosos de verse sobre aquella ciudad,

que no esperarían una hora más de aquel tiempo que de plazo les daba.

Ellos, porque no se pusiese el cerco en su ausencia, vinieron luego como les

fue mandado, y entraron por ordenanza más de sesenta mil hombres, la más

lucida y armada gente que podía ser, según el uso de aquellas partes. Cortés

les salió a ver y recibir, y los aposentó muy bien.

El segundo día de pascua del Espíritu Santo salieron todos los españoles

a la plaza, y Cortés hizo tres capitanes como maestres de campo, entre los

cuales repartió todo el ejército. A Pedro de Alvarado, que fue uno, dio

treinta de caballo, ciento y setenta peones, dos tiros de artillería y más de

treinta mil indios, con los cuales pusiese real en Tlacopan. Dio a Cristóbal

de Olid, que era el otro capitán, treinta y tres españoles a caballo, ciento y

ochenta peones, dos tiros y cerca de treinta mil indios, con que estuviese en

Culuacán. A Gonzalo de Sandoval, que fue el otro maestre de campo, dio

veintitrés caballos, ciento y sesenta peones, dos tiros y más de cuarenta mil

hombres de Chalco, Chololla, Huexocinco y otras partes, con que fuese a

Iztacpalapan, y luego a tomar asiento do mejor le pareciese para real.

En cada bergantín puso un tiro, seis escopetas o ballestas, y veintitrés

españoles, hombres casi los más diestros en mar. Nombró capitanes y veedores

de ellos y él quiso ser el general de la flota, de lo cual algunos principales

de su compañía que iban por tierra murmuraron, pensando que corrían

ellos mayor peligro; y así, le requirieron que se fuese con el ejército y no en la

armada. No curó Cortés de tal requerimiento; porque, allende de ser más

peligroso pelear por agua, convenía poner mayor cuidado en los bergantines

y batalla naval, que no habían visto, que en la de tierra, pues se habían

hallado en muchas.

Y así, se partieron Alvarado y Cristóbal de Olid a 10 de mayo, y fueron

a dormir a Acolman, donde tuvieron entrambos gran diferencia sobre el

aposento; y si Cortés no enviara luego aquella noche una persona que los

apaciguó, hubiera mucho escándalo y aun muertes. Durmieron el otro día

en Xilotepec, que estaba desploblada. Al tercero entraron bien temprano

en Tlacopan, que también estaba, como todos los pueblos de la costa de la

laguna, desierto. Aposentáronse en las casas del señor, y los de Tlaxcallan

dieron vista a México por la calzada, y pelearon con los enemigos hasta que

la noche los despartió.

Otro día, que se contaron 13 de mayo, fue Cristóbal de Olid a Chapultepec,

quebró los caños de la fuente y quitó el agua a México, como Cortés

se lo mandara, a pesar de los contrarios que reciamente se lo defendían peleando

por agua y tierra. Muy gran daño recibieron en quitarles esta fuente,

que, como en otro lugar dije, abastecía la ciudad. Pedro de Alvarado entendió

en adobar los malos pasos para caballos, aderezando puentes y tapando

acequias; y como había mucho que hacer en esto, gastaron allí tres días, y

como peleaban con muchos, quedaron heridos algunos españoles y muertos

hartos indios amigos, aunque ganaron ciertos puentes y albarradas.

Quedose Alvarado en Tlacopan con su guarnición y Cristóbal de Olid fuese

a Culuacán con la suya, conforme a la instrucción que de Cortés llevaban.

Hiciéronse fuertes en las casas de los señores de aquellas ciudades, y cada

día, o escaramuzaban con los enemigos, o se juntaban a correr el campo y a

traer a sus reales centli, fruta y otras provisiones de los pueblos de la sierra, y

en esto pasaron toda una semana.

Comienza el ataque por agua y tierra

El rey Cuahutimoc, luego que supo cómo Cortés tenía ya sus bergantines

en agua y tan gran ejército para sitiarle a México, juntó a los señores y capitanes

de su reino a tratar del remedio. Unos le incitaban a la guerra, confiados

en la mucha gente y fortaleza de la ciudad; otros, que deseaban la salud

y bien público, y que fueron de parecer que no sacrificasen los españoles

cautivos, sino que los guardasen para hacer las amistades, aconsejaban la

paz. Otros dijeron que preguntasen a los dioses lo que querían. El rey, que

se inclinaba más a la paz que a la guerra, dijo que habría su acuerdo y plática

con sus ídolos, y les avisaría de lo que consultase con ellos; y a la verdad él

quisiera tomar algún buen asiento con Cortés, temiendo lo que después le

vino; empero, como vio los suyos tan determinados, sacrificó cuatro españoles

que aún tenían vivos y enjaulados a los dioses de la guerra, y cuatro mil personas, según dicen algunos: yo bien creo que fueron muchas, mas no

tantas. Habló con el diablo en figura de Uitcilopuchtli; el cual le dijo que no

temiese a los españoles, pues eran pocos, ni a los otros que con ellos venían,

por cuanto no perseverarían en el cerco; y que saliese a ellos y los esperase

sin miedo alguno, que él ayudaría y mataría sus enemigos.

Con esta palabra que el diablo tuvo, mandó Cuahutimoccín quitar luego

los puentes, hacer baluartes, velar la ciudad y armar cinco mil barcas, y

con esta determinación y aparejo estaba, cuando llegaron Cristóbal de Olid

y Pedro de Alvarado a combatir los puentes y a quitar el agua a México; y no

los temía mucho, antes los amenazaban de la ciudad, diciendo que contentarían

los dioses con su sacrificio, y hartarían con la sangre las culebras, y

con la carne los tigres, que ya estaban cebados con cristianos. Decían también

a los de Tlaxcallan: “Ah cornudos, esclavos, traidores a vuestros dioses

y rey: no os queréis arrepentir de lo que hacéis contra vuestros señores;

pues aquí moriréis mala muerte; porque os matará el hambre o nuestros

cuchillos, o os prenderemos y comeremos, haciendo de vosotros el mayor

sacrificio y banquete que jamás en esta tierra se hizo; en señal y voto de lo

cual os arrojamos allá esos brazos y piernas de hombres propios vuestros,

que por alcanzar victoria sacrificamos; y después iremos a vuestra tierra,

asolaremos vuestras casas, y no dejaremos casta de vuestro linaje!”.

Los tlaxcaltecas burlaban mucho de tales fieros, y respondían que les

valdría más darse que resistir a Cortés, pelear que bravear, callar que injuriar

a otros mejores; y si querían algo que saliesen al campo; y que tuviesen

por muy cierto ser llegado el fin de sus bellaquerías y señorío, y aun de sus

vidas. Era mucho de ver éstas y semejantes hablas y desafíos que pasaban

entre los unos indios y los otros. Cortés, que tenía aviso de esto y de lo que

cada día pasaba, envió delante a Gonzalo de Sandoval a tomar a Iztacpalapan,

y él embarcose para ir también allá. Sandoval comenzó a combatir

aquel lugar por una parte, y los vecinos, con temor o por meterse en México,

a salirse por otra y a recogerse a las barcas. Entraron los nuestros y pusiéronle

fuego.

Llegó Cortés a la sazón a un peñol grande, fuerte, metido en agua, y con

mucha gente de Culúa, que en viendo venir los bergantines a la vela hizo

ahumadas; y en teniéndolos cerca les dio grita y les tiró muchas flechas y piedras. Saltó Cortés en él con hasta ciento y cincuenta compañeros; combatiolo,

ganole las albarradas, que para mejor defensa tenían hechas. Subió a

lo alto, pero con mucha dificultad, y peleó arriba de tal suerte, que no dejó

hombre a vida, excepto mujeres y niños. Fue una muy hermosa victoria,

aunque fueron heridos veinticinco españoles, por la matanza que hubo,

por el espanto que a los enemigos puso y por la fortaleza del lugar. Ya en

esto había tantos humos y fuegos alrededor de la laguna y por la sierra, que

parecía arderse todo. Y los de México, entendiendo que los bergantines

venían, salieron en sus barcas, y ciertos caballeros tomaron quinientas de

las mejores y adelantáronse para pelear con ellos, pensando vencer, y si no,

tentar a lo menos qué cosa eran navíos de tanta fama.

Cortés se embarcó con el despojo, y mandó a los suyos estar quedos y

juntos, por mejor resistir, y porque los contrarios pensasen que de miedo,

para que sin orden ni concierto acometiesen y se perdiesen. Los de las quinientas

barcas caminaron a mucha priesa; mas repararon a tiro de arcabuz

de los bergantines a esperar la flota; que les pareció no dar batalla con tan

pocas y cansadas. Llegáronse poco a poco tantas canoas, que henchían la

laguna. Daban tantas voces, hacían tanto ruido con atabales, caracoles y

otras bocinas, que no se entendían unos a otros; y decían tantas villanías y

amenazas, como dicho habían a los otros españoles y tlaxcaltecas. Estando

pues así, las dos armadas con semblante de pelear, sobrevino un viento terral

por popa de los bergantines, tan favorable y a tiempo, que pareció milagro.

Cortés entonces, alabando a Dios, dijo a los capitanes que arremetiesen

juntos y a una, y no parasen hasta encerrar los enemigos en México, pues

era nuestro Señor servido darles aquel viento para haber victoria, y que mirasen

cuánto les iba en que la primera vez ganasen la batalla, y las barcas

cobrasen miedo a los bergantines del primer encuentro. En diciendo esto

embistieron en las canoas, que con el tiempo contrario ya comenzaban a

huir. Con el ímpetu que llevaban, a unas quebraban, a otras echaban a fondo;

y a los que alzaban y se defendían, mataban. No hallaron tanta resistencia

como al principio pensaban; y así, las desbarataron presto. Siguiéronlas

dos leguas, y acorraláronlas dentro de la ciudad. Prendieron algunos señores,

muchos caballeros y otra gente. No se pudo saber cuántos fueron los

muertos, más de que la laguna parecía de sangre.

Fue señalada victoria y estuvo en ella la llave de aquella guerra, porque

los nuestros quedaron señores de la laguna, y los enemigos con gran miedo

y pérdida. No se perdieran así, sino por ser tantas, que se estorbaban unas o

otras; ni tan presto, sino por el tiempo. Alvarado y Cristóbal de Olid, como

vieron la rota, estrago y alcance que Cortés hacía con los bergantines en las

barcas, entraron por la calzada con sus haces. Combatieron y tomaron ciertos

puentes y albarradas, por más recio que se defendían; y con el favor de

los bergantines que les llegó corrieron los enemigos una legua, haciéndolos

saltar en la laguna a la otra parte, que no había fustas. Tornáronse con esto,

mas Cortés pasó adelante; y como no parecían canoas saltó en la calzada,

que va a Iztacpalapan, con treinta españoles, combatió dos torres pequeñas

de ídolos con sus cercas bajas de cal y canto, a do le recibió Moteczuma.

Ganolas, aunque con harto peligro y trabajo, porque los que dentro estaban

eran muchos y las defendían bien. Hizo luego sacar tres tiros para ojear

los enemigos, que cubrían la calzada y estaban muy reacios y recios de

echar. Tiraron una vez e hicieron mucho daño, mas como se quemó la pólvora

por descuido del artillero, y por ser ya la puesta del Sol, cesaron de pelear

los unos y los otros. Cortés, aunque otra cosa tenía pensada y acordada

con sus capitanes, se quedó allí aquella noche. Envió luego por pólvora al

real de Gonzalo de Sandoval, y por cincuenta peones de su guarda y por la

mitad de la gente de Culuacán.

Estuvo Cortés aquella noche a tan gran peligro como temor, porque no tenía

más de cien compañeros, que los otros en los bergantines eran menester,

y porque hacia la media noche cargaron sobre él mucha cantidad de

enemigos en barcas y por la calzada, con terrible grita y flechería; pero más

fue el ruido que las nueces, aunque fue novedad, porque no acostumbraban

pelear a tal hora. Dicen algunos que por el daño que recibían con los

tiros de los bergantines se volvieron; a la que amanecía llegaron a Cortés

ocho de caballo, y hasta ochenta peones de los de Cristóbal de Olid, y los de

México comenzaron luego a combatir las torres por agua y tierra, con tan tos gritos y alaridos como suelen; salió Cortés a ellos, corriolos la calzada

adelante, y ganoles un puente con su baluarte, e hízoles tanto daño con los

tiros y caballos, que los encerró y siguió hasta las primeras casas de la ciudad;

y porque recibía daño y le herían muchos desde las canoas, rompió un

pedazo de la calzada por junto a su real para que pasasen cuatro bergantines

de la otra parte; los cuales, a pocas arremetidas, acorralaron las canoas a las

casas, y así quedó señor de ambas lagunas.

Otro día partió Gonzalo de Sandoval de Iztacpalapan para Culuacán,

y de camino tomó y destruyó una pequeña ciudad que está en la laguna,

porque salieron a pelear con él. Cortés le envió dos bergantines para que

por ellos, como puente, pasase el ojo de la calzada, que habían rompido los

enemigos; dejó Sandoval su gente con Cristóbal de Olid, y fuese para Cortés

con diez de caballo; hallole revuelto con los de México, apeose a pelear,

y atravesáronle un pie con una vara. Otros muchos españoles quedaron

aquel día heridos, mas bien se lo pagaron sus enemigos, que de tal manera

los trataron, que de allí adelante mostraban más miedo y menos orgullo

que solían.

Con lo que hasta aquí había hecho, pudo Cortés muy a su placer asentar

y ordenar su gente y real en los lugares que mejor le pareció, y proveerse de

pan y de otras muchas cosas necesarias; tardó en ello seis días, que ninguno

pasó sin escaramuza, y los bergantines hallaron canales para navegar alrededor

de la ciudad, que fue cosa muy provechosa; entraron muy adentro de

México, y quemaron muchas casas por los arrabales. Cercose México por

cuatro partes, aunque al principio se determinó por tres; Cortés estuvo entre

dos torres de la calzada que ataja las lagunas. Pedro de Alvarado en

Tlacopan, Cristóbal de Olid en Culuacán, y Gonzalo de Sandoval creo que

en Xaltoca, porque Alvarado y otros dijeron que por aquel cabo se saldrían

los de México viéndose en aprieto, si no guardaban una calzadilla que iba

por allí. No le pesara a Cortés dejar salir al enemigo, en especial de lugar tan

fuerte, sino porque no se aprovechase de la tierra, metiendo por allí pan,

armas y gente; porque pensaba él aprovecharse mejor de los contrarios en

tierra que en agua, y en cualquiera otro pueblo que no en aquel, y porque

dicen: “A tu enemigo, si huye, hazle la puente de plata”.

Primera entrada por las calles de Mexico

Quiso Cortés un día entrar en México por la calzada y ganar cuanto pudiese

de la ciudad, y ver qué ánimo ponían los vecinos; mandó decir a Pedro de

Alvarado y a Gonzalo de Sandoval que cada uno acometiese por su estancia,

y a Cristóbal de Olid que le enviase ciertos peones y algunos de caballo,

y que con los demás guardase la entrada de la calzada, de Culuacán de los de

Xochimilco, Culuacán, Iztacpalapan, Uitcilopuchtli, Mexicalcinco, Cuitlauac,

y otras ciudades allí alrededor, aliadas y sujetas; no le entrasen por

detrás; mandó asimismo que los bergantines fuesen a raíz de la calzada, haciéndole

espaldas por entrambos lados. Salió pues de su real muy de mañana

con más de doscientos españoles y hasta ochenta mil amigos, y a poco

trecho halló los enemigos bien armados y puestos en defensa de lo que tenían

quebrado de la calzada, que sería cuanto una lanza en largo y otra en

hondo. Peleó con ellos, y defendiéronse muy gran pieza detrás de un baluarte;

al fin les ganó aquello y los siguió hasta la entrada de la ciudad, donde

había una torre, y al pie de ella una puente muy grande alzada, con muy

buena albarrada; por debajo de la cual corría gran cantidad de agua. Era tan

fuerte de combatir y tan temeroso de pasar, que la vista sola espantaba, y tiraban

tantas piedras y flechas, que no dejaban llegar a los nuestros; todavía

lo combatió, y como hizo llegar junto los bergantines por la una parte y por

la otra, lo ganó con menor trabajo y peligro que pensaba; lo cual fuera imposible

sin ayuda de ellos. Como los contrarios comenzaron a dejar la albarrada,

saltaron en tierra los de los bergantines, y luego pasó por ellos y a nado el

ejército. Los de Tlaxcallan, Huexocinco, Chololla y Tezcuco cegaron con

piedra y adobes aquella puente.

Los españoles pasaron adelante y ganaron otra albarrada que estaba

en la principal y más ancha calle de la ciudad; y como no tenía agua, pasaron

fácilmente; siguieron los enemigos hasta otra puente, la cual estaba alzada

y no tenía más de una sola viga; los contrarios, no pudiendo pasar todos

por ella, pasaron por el agua a más andar, por ponerse en salvo.

Quitaron la viga y pusiéronse a la defensa; llegaron los nuestros y estancaron,

como no podían pasar sin echarse al agua, lo cual era muy peligroso sin tener bergantines; y como desde la calle, baluarte y azoteas peleaban

con mucho corazón y les hacían daño, hizo Cortés asestar dos tiros a la calle,

que tirasen a menudo las ballestas y escopetas. Recibían con esto mucho

daño los de la ciudad, y aflojaban algo de la valentía que al principio

tenían; los nuestros lo conocieron, y arrojáronse ciertos españoles al agua,

y pasáronla; como los enemigos vieron que pasaban, desampararon las

azoteas y albarrada que habían defendido dos horas, y huyeron. Pasó el

ejército, y luego hizo Cortés a sus indios cegar aquella puente con los materiales

de la albarrada y con otras cosas; los españoles con algunos amigos

prosiguieron el alcance, y a dos tiros de ballesta hallaron otra puente, pero

sin albarrada, que estaba junto a una de las principales plazas de la ciudad;

asentaron allí un tiro con que hacían mucho mal a los de la plaza; no osaban

entrar dentro, por los muchos que en ella había; mas al cabo, como no

tenían agua que pasar, determinaron de entrar. Viendo los enemigos la determinación

puesta en obra, vuelven las espaldas, y cada uno echó por su

parte, aunque los más fueron al templo mayor; los españoles y sus amigos

corrieron en pos de ellos. Entraron dentro, y a pocas vueltas los lanzaron

fuera, que con el miedo no sabían de sí. Subieron a las torres, derribaron

muchos ídolos y anduvieron un rato por el patio.

Cuahutimoc reprendió mucho a los suyos porque así huyeron; ellos

tornaron en sí, reconocieron su cobardía; y como no había caballos, revolvieron

sobre los españoles, y por fuerza los echaron de las torres y de todo

el circuito del templo, y les hicieron huir gentilmente. Cortés y otros capitanes

los detuvieron y les hicieron hacer rostro debajo los portales del patio,

diciendo cuánta vergüenza les era huir. Mas en fin, no pudieron esperar

viendo el peligro y aprieto en que estaban, porque los aquejaban reciamente.

Retirose a la plaza, donde quisieron rehacerse: mas también fueron

echados de allí; desampararon el tiro que poco antes dije, no pudiendo sufrir

la furia y fuerza del enemigo. Llegaron a esta sazón tres de caballo, y

entraron por la plaza alanceando indios; como los vecinos viesen caballos,

comenzaron a huir y los nuestros a cobrar ánimo, y a revolver sobre ellos

con tanto ímpetu que les tornaron a ganar el templo grande, y cinco españoles

subieron las gradas y entraron en las capillas, mataron diez o doce

mexicanos que se hacían fuertes allí, y tornáronse a salir. Vinieron luego otros seis de caballo, juntáronse con los tres, y ordenaron

todos una celada, en que mataron más de treinta mexicanos. Cortés entonces,

como era tarde y estaban los suyos cansados, hizo señal de recoger.

Cargó tanta multitud de contrarios a la retirada, que si por los caballos no

fuera, peligraran hartos españoles, porque arremetían como perros rabiosos

sin temor ninguno, y los caballos no aprovecharan si Cortés no tuviera

aviso de allanar los malos pasos de la calle y calzada. Todos huyeron y pelearon

muy bien; que la guerra lo lleva. Los nuestros quemaron algunas casas

de aquella calle, porque cuando otra vez entrasen no recibiesen tanto daño

con piedras que de las azoteas les tiraban. Gonzalo de Sandoval y Pedro de

Alvarado pelearon muy bien por sus cuarteles.

Se pasan com Cortes muchos indios, control de suministros a la ciudad

Andaba en este tiempo don Fernando de Tezcuco por su tierra visitando y

atrayendo sus vasallos al servicio y amistad de Cortés, que para esto se quedó;

y con su maña, o porque a los españoles les iba prósperamente, atrajo

casi toda la provincia de Culuacán, que señorea Tezcuco, y seis o siete hermanos

suyos, que más no pudo, aunque tenía más de ciento según después

se dirá; y a uno de ellos que llamaban Iztlixuchilh, mancebo esforzado y de

hasta veinticuatro años, hizo capitán, y enviole al cerco con obra de cincuenta

mil combatientes muy bien aderezados y armados. Cortés lo recibió

alegremente, agradeciéndole su voluntad y obra. Tomó para su real treinta

mil de ellos, y repartió los otros por las guarniciones. Mucho sintieron en

México este socorro y favor que don Fernando enviaba a Cortés, porque lo

quitaba a ellos, y porque venían allí parientes y hermanos, y aun padres de

muchos que dentro de la ciudad estaban con Cuahutimoccín.

Dos días después que Iztlixuchilh llegó, vinieron los de Xochimilco y

ciertos serranos de la lengua que llaman otomitlh, a darse a Cortés, rogando

que les perdonase la tardanza, y ofreciendo gente y vitualla para el cerco.

Él holgó mucho con su venida y ofrecimiento, porque siendo aquellos

sus amigos, estaban seguros los del real de Culuacán. Trató muy bien los

embajadores, díjoles cómo de allí a tres días quería combatir la ciudad; por tanto, que todos viniesen para entonces con armas, y que en aquello conocería

si eran sus amigos; y así los despidió. Ellos prometieron de venir y

cumpliéronlo. Envió tras esto tres bergantines a Sandoval y otros tres a

Pedro de Alvarado, para estorbar que los de México no se aprovechasen

de la tierra, metiendo en canoas agua, frutas, centli y otras vituallas por

aquella parte, y para hacer espaldas y socorrer a los españoles todas las veces

que entrasen por la calzada a combatir la ciudad, que él tenía muy bien

conocido de cuánto provecho eran aquellos navíos estando cerca de los

puentes. Los capitanes de ellos corrían noche y día toda la costa y pueblos

de la laguna por allí; hacían grandes saltos, tomaban muchas barcas a los

enemigos, cargadas de gente y mantenimiento, y no dejaban a ninguna entrar

ni salir.

El día que aplazó los enemigos al combate oyó Cortés misa, informó los

capitanes de lo que habían de hacer, y salió de su real con veinte caballos y

trescientos españoles, y gran muchedumbre de amigos, y dos o tres piezas

de artillería. Encontró luego con los enemigos, que como en tres o cuatro

días atrás no habían tenido combates, habían abierto muy a su placer lo que

los nuestros cegaron, y hecho mejores baluartes que primero, y estaban esperando

con los alaridos acostumbrados. Mas como vieron bergantines

por la una parte y por la otra de la calzada, aflojaron la defensa. Conocieron

luego los nuestros el daño que hacían: saltan de los bergantines en tierra y

ganan el albarrada y puente; pasó luego el ejército, y dio en pos de los enemigos,

los cuales a poco trecho se guarnecieron en otra puente. Mas presto,

aunque con harto trabajo, se la ganaron los nuestros, y los siguieron hasta

otra; y así, peleando de puente en puente, los echaron de la calzada y de la

calle, y aun de la plaza.

Cortés anduvo con hasta diez mil indios, cegando con adobes, piedra y

madera todos los caños de agua, y allanando los malos pasos; y fue tanto de

hacer, que se ocuparon en sólo ello todos aquellos diez mil indios hasta

hora de vísperas. Los españoles y amigos escaramuzaron todo este tiempo

con los de la ciudad, de los cuales mataron muchos en las celadas que les

echaron. También anduvieron un rato por las calles que no tenían agua ni

puentes los de a caballo alanceando ciudadanos, y de esta manera los tuvieron

cerrados en las casas y templos. Era cosa notable lo que nuestros indios hacían y decían aquel día a los

de la ciudad: unas veces los desafiaban, otras los convidaban a cena, mostrándoles

piernas y brazos y otros pedazos de hombres, y decían: “Esta carne

es de la vuestra, y esta noche la cenaremos y mañana la almorzaremos, y

después vendremos por más: por eso no huyáis, que sois valientes, y más os

vale morir peleando que de hambre”; y luego tras esto apellidaron cada uno

su ciudad y ponían fuego a las casas. Mucho pesar tomaban mexicanos de

verse así afligidos por los españoles; empero más les pesaba en verse ultrajar

de sus vasallos, y en oír a sus puertas, victoria, victoria, Tlaxcallan, Chalco,

Tezcuco, Xochimilco y otros pueblos así, que del comer carne no hacían

caso, porque también ellos se comían los que mataban.

Cortés viendo los de México tan endurecidos y porfiados en defenderse

o morir, coligió dos cosas: una, que habría poca o ninguna de las riquezas

que en vida de Moteczuma vio y tuvo; otra, que le daban ocasión y

le forzaban a los destruir totalmente. De entrambas le pesaba, pero más

de la postrera, y pensaba qué forma tendría por atemorizarlos y hacerles

venir en conocimiento de su yerro y del mal que podían recibir; y por eso

derribó muchas torres y quemó los ídolos; quemó asimismo las casas

grandes en que la otra vez posó, y la casa de las aves, que cerca estaba. No

había español, mayormente de los que antes las vieron, que no sintiese

pena de ver arder tan magníficos edificios; mas porque a los ciudadanos

les pesaba mucho, los dejaron quemar. Y nunca mexicanos ni hombre de

aquella tierra pensó que fuerza humana, cuanto más de aquellos pocos

españoles, bastara entrar en México a su pesar, y poner fuego a lo principal

de la ciudad. Entre tanto que ardía el fuego recogió Cortés su gente y

volvióse para su real.

Los enemigos quisieran remediar aquella quema, mas no pudieron; y

como vieron ir a los contrarios, diéronles grandísima carga y grita, y mataron

algunos contrarios que, de cargados con el despojo, iban rezagados.

Los de caballo, que podían muy bien correr por la calle y calzada, los detenían

a lanzadas; y así, antes que anocheciese estaban los nuestros en su fuerte

y los enemigos en sus casas, los unos tristes y los otros cansados. Mucha

fue la matanza de este día, pero más fue la quema que de casas se hizo; porque

sin las ya dichas, quemaron otras muchas los bergantines por las callesdonde entraron. También entraron por su parte los otros capitanes; mas

como era solamente para divertir a los enemigos, no hay mucho que contar.

Otro día siguiente muy de mañana, y después de haber oído misa, tornó

Cortés a la ciudad con la misma gente y orden, porque los contrarios no tuviesen

lugar de limpiar las puentes ni hacer baluartes. Mas por bien que

madrugó, fue tarde, que no se durmieron en la ciudad; sino luego que tuvieron

fuera al enemigo tomaron palas y picos y abrieron lo cegado, y con lo

que sacaban hacían albarradas; y así se fortificaron como estaban primero.

Muchos desmayaban, y hartos perecían en la obra, del sueño y hambre que

sobre cansados pasaban. Mas no podían otra cosa hacer, porque Cuahutimoc

andaba presente. Cortés combatió dos puentes con sus albarradas; y

aunque fueron recias de tomar, las ganó. Duró el combate de ellas de las

ocho a la una después de mediodía; y como había grandísimo calor y mucho

trabajo, padecieron infinito. Gastose toda la pólvora y pelotas de las escopetas,

y todas las saetas y almacén que los ballesteros llevaban. Harto tuvieron

que hacer en ganar y cegar estas dos puentes aquel día.

Al retirar recibieron algún daño, porque cargaron los enemigos como

si los nuestros fueran huyendo. Venían tan ciegos y engolosinados, que no

advertían las celadas que les ponían los de caballo, en las cuales morían muchos,

y los delanteros, que debían ser los más esforzados, y aun con todo

este daño no cesaban hasta verlos fuera de la ciudad. Pedro de Alvarado

ganó también este día dos puentes de su calzada, y quemó algunas casas con

ayuda de los tres bergantines, y mató hartos enemigos.

Algunos españoles culpaban a Cortés porque no iba mudando su real

como iba ganando tierra; y las causas que para ello había eran grandes, porque

cada día tenía un mismo trabajo, y aun siempre mayor, en ganar de nuevo

y cegar otra vez los puentes y caños de agua. El peligro que pasaban en

ello era grande y notorio, porque les era forzado echarse a nado todas las

veces que ganaban puentes, y unos no sabían nadar, otros no osaban y otros

no querían, porque los enemigos no les dejaban salir, a cuchilladas y botes

de lanza; y así, se tornaban heridos o se ahogaban. Otros decían que ya que

no pasaba el real adelante, debía sostener las puentes, poniendo en ellas

gente que las guardase. Mas él, aunque muy bien conocía esto, no lo quería

hacer por mejor; que cierto estaba, si pasara el real a la plaza, que les podían

cercar los contrarios, por ser grande la ciudad y muchos los vecinos; y así el

cercador quedara cercado, y cada hora del día y de la noche tuviera rebates

y fuera reciamente combatido, y ni pudiera resistir ni tuviera qué comer si la

calzada perdía; pues sustentar las puentes era imposible, a lo menos dudoso,

por dos razones: la una, porque eran pocos españoles, y quedando cansados

el día no podían pelear la noche; la otra, que si las encomendaba a indios

era incierta la defensa y cierta la pérdida o desbarate, de que se podría

seguir gran mal. Así que por esto, como porque se confiaba en el buen corazón

de los españoles, que cayendo o levantando habían de hacer como él,

seguía su parecer y no el ajeno.

Los pueblos de la laguna se pasan com Cortes, hacen casas para los esp y sus amigos

Eran los de Chalco tan leales amigos de españoles, o tan enemigos de mexicanos,

que convocaron muchos pueblos y hicieron guerra a los de Iztacpalapan,

Mexicalcinco, Cluitlauac, Uitcilopuchtli, Culacan y otros lugares de

la laguna dulce, que no estaban declarados por amigos de Cortés, aunque

nunca después que sitió a México le habían enojado. A esta causa, y por ver

que [los] españoles llevaban de vencida a los mexicanos, vinieron embajadores

de todos aquellos pueblos a encomendarse a Cortés, y a rogarle los

perdonase de lo pasado, y que mandase a los de Chalco no les hiciesen más

daño. Él los recibió en su amparo, y les dijo que no les sería hecho más mal;

y que nunca de ellos tuvo enojo, sino de los de México y que por ver si era

cierta o fingida su embajada, les hacía saber cómo no levantaría el cerco hasta

tomar aquella ciudad de paz o de guerra. Por eso, que les rogaba le ayudasen

con acalles, pues tenían muchos, y con la más gente que pudiesen armar

en ellos, y le diesen algunos hombres que hiciesen casas a los españoles que

no las tenían, y era tiempo de recias aguas.

Ellos prometieron de lo cumplir; y así, vinieron muchos hombres de

aquellos lugares, y hicieron tantas casillas en la calzada, de torre a torre,

donde era el real, que muy a placer cabían en ellas los españoles y otros

dos mil indios que los servían; que los demás en Culuacán dormían siempre,

que no estaba más de una legua y media. También proveyeron estos el

real de algún pan y pescado y de infinitas cerezas; de las cuales hay tantas

por allí, que pueden bastecer doblada gente que entonces había en toda

aquella tierra. Duran seis meses del año y son algo diferentes de las nuestras.

No quedaba ya pueblo que algo montase en toda aquella comarca

por darse a Cortés, y entraban y salían libremente entre españoles. Veníanse

todos a sus reales, unos por ayudar, otros por comer, otros por robar,

y muchos por mirar; y así, pienso que había sobre México doscientos

mil hombres; y aunque es mucho ser capitán de tan grande ejército, fue

mucho más la destreza y gracia de Cortés en tratar y regirlo tanto tiempo

sin motín ni riña.

Deseaba Cortés ganar y allanar la calle y calzada que va de Tlacopan,

que es muy principal y tiene siete puentes, para que libremente se comunicase

con Pedro de Alvarado, que con esto pensaba tener hecho todo lo más;

y para hacerlo llamó la gente y barcos de Iztacpalapan y de los otros pueblos

de la laguna dulce, y luego vinieron tres mil; y mil y quinientos de los cuales

echó con cuatro bergantines en la una laguna, y los otros mil y quinientos en

la otra con los tres bergantines, para que corriesen la ciudad, quemasen casas,

e hiciesen todo el más daño que pudiesen. Mandó a cada guarnición

que entrase por su cuartel y calle matando, prendiendo y destruyendo lo

posible, y él metiose por la calle de Tlacopan con ochenta mil hombres.

Ganó tres puentes de ella, y cegolas; las otras dejó para otro día, y volviose a

su puesto. Tornó luego al siguiente día por la misma calle con la gente y orden

pasada. Ganó muy gran parte de la ciudad, y nunca Cuahutimoc dio

señal de paz; de que mucho se maravillaba Cortés, y aun le pesaba, así por el

mal que recibía como por el que hacía.

La iniciativa de Alvarado

Quiso Pedro de Alvarado pasar su real a la plaza de Tlatelulco, porque pasaba

trabajo y peligro en sustentar las puentes que ganaba con españoles a

pie y a caballo, teniendo su fuerte lejos de ellos tres cuartos de legua, y por

aventajarse tanto como su capitán, y porque le importunaban los de su

compañía diciendo que les sería afrenta si Cortés ni otro alguno ganase

aquella plaza antes que ellos, pues la tenían más cerca que ninguno; y así,

determinó ganar las puentes de su calzada que le faltaban y pasarse a la plaza.

Fue pues con toda la gente de su guarnición, llegó a una puente quebrada,

que tenía de largo sesenta pasos, que porque los nuestros no pasasen la

habían alargado y ahondado dos estados en agua.

Combatiolo, y con ayuda de los tres bergantines pasó el agua y la ganó.

Dejó dicho a unos que la cegasen, y siguió el alcance con hasta cincuenta

españoles. Como los de la ciudad no vieron más de aquellos pocos, que no

podían pasar los de caballo, revolvieron sobre él tan de súbito y con tanto

denuedo, que le hicieron volver las espaldas y echarse al agua, sin ver

cómo. Mataron muchos de nuestros indios y prendieron cuatro españoles,

que luego allí, para que todos los viesen, los sacrificaron y comieron. Alvarado

cayó de su locura por no creer a Cortés, que siempre le decía no pasase

adelante sin dejar primero el camino llano. Los que le aconsejaron pagaron

con las vidas, y Cortés sintió la pena; y otro tanto le pudiera entrevenir

a él si creyera a los que decían que se pasase al mismo mercado; mas él lo

consideraba mejor, porque cada casa estaba ya hecha isla, las calzadas por

muchas partes rompidas, y las azoteas llenas de cantos; que de estos y otros

tales ardides muchos tuvo Cuahutimoc. Cortés fue a ver dónde había mudado

su real Pedro de Alvarado, y a le reprender por lo sucedido, y avisarle

de lo que tenía que hacer. Y como le halló tan metido dentro la ciudad, y

consideró los muchos y malos pasos que había ganado, no sólo no le culpó,

mas loole. Platicó con él muchas cosas tocantes a la conclusión del cerco, y

volviose a su real.

Batalla perdida por Cortes

Dilataba Cortés de poner su real en la plaza, aunque cada día entraba o

mandaba entrar a la ciudad a pelear con los vecinos, por las razones poco

antes dichas, y por ver si Cuahutimoc se daría, y aun también porque no

podía ser la entrada sin mucho peligro y daño, por cuanto los enemigos estaban

muy juntos y fuertes. Todos los españoles, juntamente con el tesorero

del rey, viendo su determinación y el daño pasado, le rogaron y requirieron

que se metiese en la plaza. Él les dijo que hablaban como valientes, pero

convenía primero mirarlo muy bien, porque los enemigos estaban fuertes y

determinadísimos de morir defendiéndose. Tanto replicaron, que al cabo

otorgó lo que pedían, y publicó la entrada para el día siguiente. Escribió

con dos criados suyos a Gonzalo de Sandoval y a Pedro de Alvarado la instrucción

de lo que hacer debían; la cual en suma era que Sandoval hiciese

alzar todo el fardaje de su guarnición, como que levantaba real, y que pusiese

diez de caballo en la calzada, tras unas casas, porque si de la ciudad saliesen

creyendo que huían, los alanceasen, y que él se viniese adonde Pedro de

Alvarado estaba, con diez a caballo y cien peones y con los bergantines; y

dejando allí la gente, tomase los otros tres bergantines, y fuese a ganar el

paso do fueron desbaratados los de Alvarado; y si lo ganaba, que lo cegase

muy bien antes de ir adelante; y que si fuese, no se alejase, ni ganase paso que

no lo dejase ciego y bien aderezado; y Alvarado, que entrase cuanto pudiese

a la ciudad, y que le enviasen ochenta españoles.

Ordenó asimismo que los otros siete bergantines guiasen las tres mil

barcas, como la otra vez por entrambas lagunas. Repartió la gente de su real

en tres compañías, porque para ir a la plaza había tres calles. Por la una entraron

el tesorero y contador con setenta españoles, veinte mil indios, ocho

caballos, doce azadoneros y muchos gastadores para cegar los caños de

agua, allanar las puentes y derribar casas. Por la otra calle envió a Jorge de

Alvarado y Andrés de Tapia con ochenta españoles y más de diez mil indios.

Quedaron a la boca de esta calle dos tiros y ocho de caballo. Cortés fue por

la otra con gran número de amigos y cien españoles a pie, de los cuales eran

veinticinco ballesteros y escopeteros. Mandó a ocho de caballo que llevaba,

quedarse, y que no fuesen tras él sin se los enviar a decir.

De esta manera entraron todos a un tiempo y cada cuadrilla por su

cabo, e hicieron maravillas, derrocando hombres y albarradas y ganando

puentes. Llegaron cerca del tianquiztli; cargaron tantos indios de nuestros

amigos, que entraron por las casas a escala vista y las robaron; y según iba

la cosa, parecía que todo se ganaba aquel día. Cortés les decía que no se pasasen

más adelante, que bastaba lo hecho, no recibiesen algún revés, y que

mirasen si dejaban bien cegadas las puentes ganadas, en que estaba todo el

peligro o victoria. Los que iban con el tesorero siguiendo victoria y alcance

dejaron una quebrada falsamente ciega, que sería doce pasos en anchura

y dos estados en hondura. Fue allá Cortés, como se lo dijeron, a remediar

aquel mal recado; mas tan presto como llegó vio venir huyendo los

suyos y arrojarse al agua por miedo de los muchos y asecutivos enemigos

que venían detrás, los cuales se echaban tras ellos por matarlos. Venían

también por agua barcas, que tomaban vivos muchos de nuestros amigos y

aun españoles. No sirvió entonces Cortés y otros quince que allí estaban

sino de dar las manos a los caídos; unos salían heridos, otros medio ahogados,

y muchos sin armas. Cargó tanta gente enemiga, que los cercó. Cortés

y sus quince compañeros, embebecidos en socorrer a los del agua, y ocupados

con los socorridos, no se dieron cata del peligro en que estaban; y

así, echaron mano de él ciertos mexicanos, y lleváranselo sino por Francisco

de Olea, criado suyo, que cortó las manos al que le tenía asido, de una

cuchillada; al cual mataron luego allí los contrarios; y así, murió por dar la

vida a su amo.

Llegó en esto Antonio de Quiñones, capitán de la guarda; trabó del

brazo a Cortés, sacole por fuerza de entre los enemigos, con quien fuertemente

peleaba. Ya entonces, a la fama que Cortés era preso, acudían españoles

a la brega, y uno de caballo hizo algún tanto de lugar; mas luego le dieron

una lanzada por la garganta, que le hicieron dar la vuelta. Estancó un

poco la pelea, y Cortés cabalgó en un caballo que le trajeron; y porque no se

podía pelear allí bien a caballo, recogió los españoles, dejó aquel mal paso, y

saliose a la calle de Tlacopan, que es ancha y buena. Murió allí Guzmán, camarero

de Cortés, por querer darle un caballo; cuya muerte dio mucha tristeza a todos, porque era honrado y valiente. Anduvo tan revuelta la cosa

que cayeron al agua dos yeguas; la una se remedió, la otra mataron indios,

como hicieron al caballo de Guzmán.

Estando combatiendo una albarrada el tesorero y sus compañeros, les

echaron de una casa tres cabezas de españoles, diciendo que otro tanto harían

de ellos si no alzaban el cerco. Viendo esto y entendiendo el estrago que

digo, se retrajeron poco a poco. Los sacerdotes se subieron a unas torres del

Tlatelulco, encendieron braseros, pusieron sahumerios de coupalli en señal

de victoria; desnudaron los españoles cautivos, que serían hasta cuarenta,

abriéronlos por el pecho, sacáronles los corazones para ofrecer a sus ídolos

y rociaron el aire con la sangre. Quisieran los nuestros ir allá y vengar aquella

crueldad, ya que estorbar no la podían; más bien tuvieron qué hacer en

ponerse en cobro, según la carga y priesa que les dieron los enemigos, no

temiendo a caballos ni a espadas.

Fueron este día cuarenta españoles presos y sacrificados. Quedó herido

Cortés en una pierna, y más de otros treinta. Perdiose un tiro y tres o cuatro

caballos. Murieron cerca de dos mil indios amigos nuestros. Muchas de

nuestras canoas se perdieron, y los bergantines estuvieron para ello. El capitán

y maestre de uno de ellos salieron heridos, y el capitán murió de la herida

de allí a ocho días. También murieron peleando este mismo día cuatro

españoles del real de Alvarado.

Fue aciago el día, y la noche triste y llorosa para nuestros españoles y

amigos. Regocijaron aquella tarde y noche los de México con grandes fuegos,

con muchas bocinas y atabales, con bailes, banquetes y borracheras.

Abrieron las calles y puentes como antes las tenían. Pusieron velas en las

torres, y centinelas cerca de los reales; y luego por la mañana envió el rey dos

cabezas de cristianos y otras dos de caballos por toda la comarca, en señal de

la victoria habida, rogándoles que dejasen la amistad de españoles, y prometiendo

que presto acabaría los que quedaban, y libraría toda la tierra de

guerra; lo cual fue causa que algunas provincias tomasen ánimo y armas

contra los amigos y aliados de Cortés, como hicieron Malinalco y Cuixco

contra Coahunauac. Sonose luego esto por muchas partes, y temían los

nuestros rebelión en los pueblos amigos y motín en el ejército; mas quiso Dios que no lo hubiese. Cortés salió con su gente otro día a pelear, por no

mostrar flaqueza, y tornose de la primera puente.

Conquista de Malinalco y Matalcinco

A dos días del desbarato vinieron al real de Cortés los de Coahunauac, que

ya de muchos días eran sus amigos, a decirle cómo los de Malinalco y Cuixco

les daban guerra y les destruían los panes y frutas, y le amenazaban a él

para después que los hubiese a ellos vencido; por tanto, que les diese alguna

ayuda de españoles. Cortés, aunque tenía más necesidad de ser socorrido

que de socorrer, les prometió españoles, tanto por no perder crédito, cuanto

por la instancia con que los pedían; lo cual contradijeron algunos españoles,

que no les parecía bien sacar gente del ejército.

Dioles ochenta peones españoles y diez de caballo, y por capitán a Andrés

de Tapia, a quien encargó mucho la guerra y la brevedad. Diole diez

días de plazo para ir y venir. Andrés de Tapia fue allá, juntose con los de

Coahunauac, halló los enemigos en una aldea cerca de Malinalco, peleó con

ellos en campo raso, desbaratolos y siguió hasta la ciudad, que es un pueblo

grande, abundante de agua y asentado en un cerro muy alto, donde los caballos

no podían subir. Taló lo llano, y tornose. Hizo tanto fruto esta salida,

que libró los amigos y atemorizó los enemigos, que tomaban alas pensando

que iban muy de caída los españoles.

Al segundo día que Andrés de Tapia llegó de Coahunauac vinieron

diez y seis mensajeros de lengua otomilh, quejándose de los señores de la

provincia de Matalcinco, sus vecinos, que les hacían cruda guerra y que les

habían destruido la tierra, quemado un lugar y llevado la gente; y que venían

hacia México con propósito de pelear con los españoles, para que saliesen

entonces de la ciudad y los matasen o echasen del cerco; y que proveyese

presto de remedio, porque no estaban de allí más de doce leguas, y

eran muchos. Cortés creyó ser así, porque los días atrás, cuando andaban

peleando, le amenazaban mexicanos con Matalcinco. Envió allá a Gonzalo

de Sandoval con diez y ocho caballos y cien peones y con muchos de aquella serranía que estaban días había en el cerco. Tanto hizo Cortés esto por

no mostrar flaqueza a los amigos y enemigos, como por socorrer aquéllos;

que bien sabía en cuánto peligro andaban los que iban y los que quedaban,

y que se quejaban los suyos. Sandoval se partió, durmió dos noches en tierra

de Otomitlh, que estaba destruida; llegó después a un río que pasaban

los enemigos, los cuales llevaban gran presa de un lugar que acababan de

quemar; y como vieron españoles y hombres a caballo, huyeron, dejando

buena parte del despojo. Pasaron otro río y repararon en un llano. Sandoval

los siguió. Halló en el camino fardeles de ropa, cargas de centli y niños

asados. Arremetió a ellos con los caballos. Llegaron luego los de a pie, y

desbaratolos. Huyeron; siguiolos hasta cerrarlos en Matalcinco, que estaba

a tres leguas. Murieron en el alcance dos mil. La ciudad se puso en defensa

para que entre tanto se fuesen mujeres y muchachos, y llevasen la

ropa a un cerro muy alto, do había una como fortaleza. Acabaron en esto de

llegar nuestros amigos, que serían hasta setenta mil. Entraron dentro,

echaron fuera los vecinos, saquearon el pueblo y luego quemáronlo, y en

esto se pasó la noche. Los vencidos se recogieron al cerro que digo. Tuvieron

grandes llantos y alaridos y un estruendo increíble de atabales y bocinas

hasta media noche; que después todos se fueron de allí. Sandoval sacó

todo su ejército luego por la mañana. Fue al cerro, y no halló nadie ni rastro

de los enemigos. Dio sobre un lugar que estaba de guerra; mas el señor dejó

las armas, abrió las puertas, diose y prometió de traer de paz a los de Matalcinco,

Malinalco y Cuixco. Y cumpliolo, porque luego les habló y los llevó

a Cortés. Él los perdonó, y ellos le sirvieron muy bien en el cerco, de que

mucho pesó al rey Cuahutimoc.

Victoria de Cortes en la plaza

Chichimecatl, señor tlaxcalteca, que trajo la tablazón de los bergantines, y

que estaba con Pedro de Alvarado del principio de la guerra, viendo que ya

no peleaban los españoles como solían, entró con solos los de su provincia,

cosa que no se había hecho, a combatir la ciudad. Acometió una puente con

mucha grita, y apellidando su linaje y ciudad, la ganó. Dejó allí cuatro cientos flecheros, y siguió los enemigos, que de industria para cogerle a la

vuelta huían. Revolvieron sobre él, y trabose una muy gentil escaramuza,

porque unos y otros pelearon reciamente y a la igual. Pasaron grandes razones.

Hubo muchos heridos y muertos de una y otra parte, con que todos cenaron

muy bien. Diéronle carga, y pensaron asirle al paso del agua; mas él lo

pasó seguramente con el favor de los cuatrocientos flecheros, que detuvieron

los contrarios y les hicieron perder la soberbia.

Quedaron los de México corridos de aquella entrada y espantados de la

osadía de tlaxcaltecas, y aun los españoles se maravillaron del ardid y destreza.

Como no combatían los nuestros según solían, pensaban en México

que de cobardes o enfermos, o por ventura de hambrientos; y un día al cuarto

del alba dieron en el real de Alvarado un buen rebato. Sintiéronlo las velas,

tocaron al arma, salieron los de dentro a pie y a caballo, y a lanzadas les

hicieron huir. Muchos de ellos se ahogaron, muchos fueron heridos y todos

escarmentaron. Dijeron tras esto los de México que querían hablar a Cortés.

Él se llegó a una puente alzada a ver qué decían. Ellos una vez pedían

treguas y otra paz, y siempre ahincaban que los españoles se fuesen de toda

su tierra. Era esto para descubrir qué corazón tenían los nuestros y para tomar

algunos días de treguas a fin de abastecer; que su voluntad siempre fue

de morir defendiendo su patria y religión. Cortés les respondió que las treguas

ni a él ni a ellos convenían; mas que la paz, pues en todo tiempo era

buena, no se perdería por él, aunque era el cercador y tenía mucho qué comer.

Que mirasen ellos cómo la querían, antes que se les acabase el pan; no

se muriesen de hambre. Estando así platicando con el faraute, se puso en el

baluarte un viejo anciano, y a vista de todos sacó muy de su espacio de una

mochila pan y otras cosas, que comió, dando a entender que no tenían necesidad;

y con tanto se feneció la plática.

Muy largo se le hacía a Cortés el cerco, porque en cerca de cincuenta

días no había podido ganar a México; y maravillábase que los enemigos

durasen tanto tiempo en las escaramuzas y combates, y de que no quisiesen

paz ni concordia, sabiendo cuántos millares de ellos eran muertos a manos

de los contrarios, y cuántos de hambre y dolencia. Rogábales fuesen sus

amigos; si no, que los mataría a todos y los tendría cercados por agua y tierra,

para que no les entrasen fruta ni pan ni agua, y se comiesen unos a otros. Ellos decían que primero se morirían los españoles; y cuanto más

miedo les ponían, más esfuerzo mostraban, y más reparos y ardides hacían,

que hincheron la plaza y muchas calles de piedras grandes, para que no

pudiesen correr los caballos; y atajaron otras calles a piedra seca, para que

no entrasen los españoles.

Cortés, aunque no quisiera destruir tan hermosa ciudad, determinó

derribar por el suelo todas las casas de las calles que ganase, y con ellas cegar

muy bien las canales de agua. Comunicolo con sus capitanes, y a todos les

pareció bueno, aunque trabajoso y largo. Díjolo también a los señores del

ejército, los cuales se holgaron con aquella nueva, y luego hicieron venir

muchos labradores con huictles de palo, que sirven de pala y azada. En esto

se pasaron cuatro días. Cortés, como tuvo gastadores, apercibió su gente y

comenzó a combatir la calle que va a la plaza mayor. Los de la ciudad demandaron

paz fingidamente. Cortés se detuvo y preguntó por el rey. Respondieron

que le habían ido a llamar. Esperó una hora, y al cabo tiráronle

muchas piedras, flechas y varas, deshonrándole. Arremetieron entonces los

españoles, ganaron una gran albarrada y entraron en la plaza. Quitaron las

piedras que daban estorbo a los caballos, cegaron el agua de aquella calle de

tal manera, que nunca más se abrió; derrocaron todas las casas, y dejando la

entrada llana y abierta, se volvieron al real.

Seis días a la continua hicieron los nuestros otro tanto como aquel, sin

recibir mucho daño, salvo que al postrero les hirieron dos caballos. Cortés

les hizo luego al siguiente día una emboscada. Llamó a Gonzalo de Sandoval

que viniese con treinta caballos suyos y de Alvarado para juntar con

otros veinticinco que él tenía. Envió los bergantines delante y toda la gente,

y él metiose con treinta caballos en unas casas grandes de la plaza. Pelearon

en muchas partes con los de la ciudad, y retiráronse. Al pasar de aquella

casa soltaron una escopeta, que era la señal de salir la celada. Venían con

tanto hervor y grita los contrarios ejecutando el alcance, que pasaron bien

adelante de la zalagarda. Salió Cortés con sus treinta caballeros, diciendo:

“San Pedro y a ellos, Santiago y a ellos”; e hizo gran estrago, matando a

unos, derrocando a otros, y atajando a muchos, que luego allí prendían los

indios amigos. En esta celada, sin los de los combates, murieron quinientos

mexicanos y quedaron presos otros muchos. Tuvieron bien qué cenar aquella noche los indios nuestros amigos. No se les podía quitar el comer

carne de hombres.

Ciertos españoles subieron a una torre de ídolos, abrieron una sepultura,

y hallaron hasta mil y quinientos castellanos en cosas de oro.

De esta hecha cobraron en México tanto temor, que ni gritaban ni amenazaban

como antes, ni osaron de allí adelante esperar en la plaza vez que

los nuestros se retirasen, por miedo de otra. Y en fin, esto fue causa para

más presto ganarse México.

Informaciones de Tecnotitlan embestida casi final

Dos mexicanos, hombres de poca manera, se salieron de noche, de puro

hambrientos, y se vinieron al real de Cortés, los cuales dijeron cómo sus vecinos

estaban muy amedrentados, muertos de hambre y dolencias, y que

amontonaban los muertos en las casas por encubrirlos, y que salían las noches

a pescar entre las casas y adonde no los tomasen los bergantines, y a

buscar leña y coger yerbas y raíces que comer. Cortés quiso saber aquello

más por entero. Hizo que los bergantines rodeasen la ciudad, y él con hasta

quince de caballo y cien peones españoles, y muchos otros amigos, fue antes

que amaneciese, metiose tras unas casas, y puso espías que le avisasen con

cierta señal cuando hubiese gente. Como fue día, comenzó de salir mucha

gente a buscar de comer. Salió Cortés, por la seña que tuvo, e hizo gran matanza

en ellos, como los más eran mujeres y muchachos, y los hombres iban

casi desarmados. Murieron allí ochocientos. Los bergantines tomaron también

muchos hombres y barcos pescando. Sintieron el ruido las velas de la

ciudad; mas los vecinos, espantados de ver andar por allí españoles a hora

desacostumbrada, temiéronse de otra zalagarda, y no pelearon.

El día siguiente, que fue víspera de Santiago, patrón de España, entró

Cortés a combatir como solía la ciudad. Acabó de ganar la calle de Tlacopan,

y quemó las casas de Cuahutimoc, que eran grandes y fuertes y cercadas

de agua. Ya con esto estaban, de cuatro partes de México, ganadas las

tres, y se podía ir seguramente del real de Cortés al de Alvarado. Como se derribaban o quemaban todas las casas de lo ganado, decían aquellos mexicanos

a los de Tlaxcallan y de los otros pueblos: “Así, así, daos prisa; quemad

y asolad bien esas casas; que vosotros las tornaréis a hacer, mal que os

pese, a vuestra costa y trabajo; porque si somos vencedores, hareislas para

nosotros, y si vencidos, para españoles”.

De allí a cuatro días entró Cortés por su parte y Alvarado por la suya; el

cual trabajó lo posible por ganar dos torres del Tlatelulco, para estrechar

los enemigos por su estancia, como hacía su capitán; hizo, en fin, tanto, que

las ganó, aunque perdió tres caballos. Al otro día se paseaban los de caballo

por la plaza, y los enemigos mirando de las azoteas. Andando por la ciudad

hallaron montones de cuerpos por las casas y calles y en agua, y muchas cortezas

y raíces de árboles roídos, y los hombres tan flacos y amarillos que hicieron

lástima a nuestros españoles. Cortés les movió partido. Ellos, aunque

flacos de cuerpo, estaban recios de corazón, y respondiéronle que no

hablase de amistad ni esperase despojo ninguno de ellos, porque habían de

quemar todo lo que tenían, o echarlo al agua, do nunca pareciese, y que uno

solo que de ellos quedase, había de morir peleando.

Faltaba ya la pólvora, bien que sobraban las saetas y picas; como se hacían

cada día; y para dañar, o a lo menos espantar los enemigos, se hizo un

trabuco y se puso en el teatro de la plaza, con el cual nuestros indios amenazaban

mucho a los de la ciudad. No lo acertaron [a] hacer los carpinteros, y

así no aprovechó; los españoles disimularon con que no querían hacer más

daño de lo hecho. Como habían estado cuatro días ocupados en hacer el

trabuco, no habían entrado a combatir la ciudad, y cuando después entraron,

hallaron llenas las calles de mujeres, niños, viejos y otros hombres

mezquinos que se traspasaban de hambre y enfermedad. Mandó Cortés a

los suyos no hiciesen mal a personas tan miserables. La gente principal y

sana estaba en las azoteas sin armas y con mantas, cosa nueva y que puso

admiración. Creo que guardaban fiesta. Requirioles con la paz; respondieron

con disimulación.

Otro día dijo Cortés a Pedro de Alvarado que combatiese un barrio de

hasta mil casas, que estaba por ganar, y que él le ayudaría por la otra parte.

Los vecinos se defendieron muy bien un gran rato; mas al cabo huyeron, no

pudiendo sufrir la furia y priesa de los contrarios. Los nuestros ganaron todo aquel barrio, y mataron doce mil ciudadanos. Hubo tanta mortandad

porque anduvieron tan crueles y encarnizados los indios nuestros amigos,

que a ningún mexicano daban vida, por más reprehendidos que fueron.

Quedaron tan arrinconados en perdiendo este barrio, que apenas cabían

de pies en las casas que tenían, y estaban las calles tan llenas de muertos y

enfermos, que no podían pisar sino en cuerpos. Cortés quiso ver lo que tenía

por ganar de la ciudad; subiose a una torre, miró, y pareciole que una

parte de ocho. Otro día siguiente tornó a combatir lo que quedaba. Mandó

a todos los suyos que no matasen sino al que se defendiese.

Los de México, llorando su desventura, rogaban a los españoles que los

acabasen de matar, y ciertos caballeros llamaron a Cortés a mucha priesa. Él

fue corriendo allá, con pensar que era para tratar algún concierto. Púsose

orilla de una puente, y dijéronle: “¡Ah capitán Cortés! pues eres hijo del

Sol, ¿por qué no acabas con él que nos acabe? ¡Oh Sol! que puedes dar

vuelta al mundo en tan breve espacio de tiempo como es un día con su noche,

mátanos ya, y sácanos de tanto y tan largo penar; que deseamos la

muerte por ir a descansar con Quetzalcouatlh, que nos está esperando”.

Tras esto lloraban y llamaban sus dioses a grandes voces. Cortés les respondió

lo que le pareció, mas no pudo convencerlos. Gran compasión les tenían

nuestros españoles.

Rendicion de Tecnotitlan

Tres son las fuentes indígenas de las que provienen los textos aducidos en este capítulo, acerca de la rendición de la gran capital mexica. El primer testimonio, de los informantes indígenas de Sahagún, menciona un último presagio que pareció anunciar la ruina inminente de los mexicas. Según este texto indígena, fue Cuauhtémoc quien por su propia voluntad se entregó a los españoles. La tragedia que acompañó a la toma de la ciudad, nos la describe a continuación el documento indígena de manera elocuente.

El segundo testimonio aducido proviene de la ya varias veces citada XIII relación de Alva Ixtlilxóchitl. Es en este texto donde se relata cuáles fueron las palabras que dijo Cuauhtémoc a Cortés, cuando hecho ya prisionero, tomando la daga que traía el conquistador, le rogó pusiera fin a su vida, como había puesto ya fin a su imperio. Es interesante notar las palabras textuales de Ixtlilxóchitl, que afirma que durante el sitio de México-Tenochtitlan murió «casi toda la nobleza mexicana, pues que apenas quedaron algunos señores y caballeros y, los más, niños y de poca edad».

El tercero y último texto que se presenta en este capítulo, proviene de la VII relación de Chimalpain, y en él se describe la forma como Cortés requirió por todas partes y aún sometió a tormento a los señores mexicas para obtener de ellos el oro y los demás tesoros que poseían ellos desde tiempos antiguos.

En la Relación de 1528 , debida a un indígena anónimo de Tlatelolco, de la cual se publica íntegra la sección referente a la Conquista, en el capítulo XIV de este libro, se ofrece uno de los cuadros mis patéticos en el que se pinta el éxodo de los vencidos y las vejaciones sin número de que fueron objeto, al ser sometida la capital mexícatl.

El último presagio de la derrota

Y se vino a aparecer una como grande llama. Cuando anocheció; llovía, era cual rocío la lluvia. En este tiempo se mostró aquel fuego. Se dejó ver, apareció cual si viniera del cielo. Era como un remolino; se movía haciendo giros, andaba haciendo espirales. Iba como echando chispas, cual si restallaran brasas. Unas grandes, otras chicas, otras como leve chispa. Como si un tubo de metal estuviera al fuego, muchos ruidos hacía, retumbaba, chisporroteaba. Rodeó la muralla cercana al agua y en Coyonacazco 1 fue a parar. Desde allí fue luego a medio lago, allá fue a terminar. Nadie hizo alarde de miedo, nadie chistó una palabra.

Pues al siguiente día nada tampoco sucedió. No hacían más que estar tendidos, tendidos estaban en sus posiciones nuestros enemigos.

Y el capitán (Cortés), estaba viendo constantemente hacia acá parado en la azotea. Era en la azotea de casa de Aztautzin, que está cercana a Amáxac. Estaba bajo un doselete. Era un doselete de varios colores.

Los españoles lo rodeaban y hablaban unos con otros.

La decisión final de Cuauhtémoc y los mexicas

Por su parte (los mexicas) se reunieron en Tolmayecan y deliberaron cómo se haría, qué tendríamos que dar como tributo, y en qué forma nos someteríamos a ellos. Los que tal hicieron eran:

Cuauhtémoc y los demás príncipes mexicanos . . .

Luego traen a Cuauhtémoc en una barca. Dos, solamente dos lo acompañan, van con él. El capitán Teputztitóloc y su criado, Iaztachímal. Y uno que iba remando tenía por nombre Cenyáutl.

Y cuando llevan a Cuauhtémoc, luego el pueblo todo le llora. Decían:

­¡Ya va el príncipe más joven, Cuauhtémoc, ya va entregarse a los españoles! ¡Ya va a entregarse a los «dioses»!

La prisión de Cuauhtémoc

Y cuando lo hubieron llevado hasta allá, cuando lo hubieron desembarcado, luego vinieron a verlo los españoles. Lo tomaron, lo tomaron de la mano los españoles. Luego lo subieron arriba de la azotea, lo colocaron frente al capitán, su jefe de guerra.

Y cuando lo hubieron colocado frente al capitán, éste se pone a verlo, lo ve detenidamente, le acaricia el cabello a Cuauhtémoc. Luego lo sentaron frente al capitán.

Dispararon los cañones, pero a nadie tocaron ya. Únicamente, dispararon, los tiros pasaban sobre las cabezas de los mexicas.

Luego tomaron un cañón, lo pusieron en una barca, lo llevaron a la casa de Coyohuehuetzin, y cuando allá hubieron llegado, lo subieron a la azotea.

La huida general

Luego otra vez matan gente; muchos en esta ocasión murieron. Pero se empieza la huida, con esto va a acabar la guerra. Entonces gritaban y decían:

­¡Es bastante! . . . ¡Salgamos! . . . ¡Vamos a comer hierbas! . . .

Y cuando tal cosa oyeron, luego empezó la huida general.

Unos van por agua, otros van por el camino grande. Aun allí matan a algunos; están irritados los españoles porque aún llevan algunos su macana y su escudo.

Los que habitaban en las casas de la ciudad van derecho hacia Amáxac, rectamente hacia el bifurcamiento del camino. Allí se desbandan los pobres. Todos van al rumbo del Tepeyácac, todos van al rumbo de Xoxohuiltitlan, todos van al rumbo de Nonohualco. Pero al rumbo de Xóloc o al de Mazatzintamalco, nadie va.

Pero todos los que habitan en barcas y los que habitan sobre las armazones de madera enclavadas en el lago, y los habitantes de Tolmayecan, se fueron puramente por el agua. A unos les daba hasta el pecho, a otros les daba el agua hasta el cuello. Y aun algunos se ahogaron en el agua más profunda.

Los pequeñitos son llevados a cuestas. El llanto es general. Pero algunos van alegres, van divirtiéndose, al ir entrelazados en el camino.

Los dueños de barca, todos los que tenían barcas, de noche salieron, y aun en el día salieron algunos. Al irse, casi se atropellan unos con otros.

Los españoles se adueñan de todo

Por su parte, los españoles, al borde de los caminos, están requisionando a las gentes. Buscan oro. Nada les importan los jades, las plumas de quetzal y las turquesas.

Las mujercitas lo llevan en su seno, en su faldellin, y los hombres lo llevamos en la boca, o en el maxtle.

Y también se apoderan, escogen entre las mujeres, las blancas, las de piel trigueña, las de trigueño cuerpo. Y algunas mujeres a la hora del saqueo, se untaron de lodo la cara y se pusieron como ropa andrajos. Hilachas por faldellin, hilachas como camisa. Todo era harapos lo que se vistieron.

También fueron separados algunos varones. Los valientes y los fuertes, los de corazón viril. Y también jovenzuelos, que fueran sus servidores, los que tenían que llamar sus mandaderos.

A algunos desde luego les marcaron con fuego junto a la boca. A unos en la mejilla, a otros en los labios.

Cuando se bajó el escudo, con lo cual quedamos derrotados, fue:

Signo del año: 3-Casa. Día del calendario mágico: 1-Serpiente.

Después de que Cuauhtémoc fue entregado lo llevaron a Acachinanco ya de noche. Pero al siguiente día, cuando había ya un poco de sol, nuevamente vinieron muchos españoles. También era su final. Iban armados de guerra, con cotas y con cascos de metal; pero ninguno con espada, ninguno con su escudo.

Todos van tapando su nariz con pañuelos blancos: sienten náuseas de los muertos, ya hieden, ya apestan sus cuerpos. Y todos vienen a pie.

Vienen cogiendo del manto a Cuauhtémoc, a Coanacotzin, a Tetlepanquetzaltzin. Los tres vienen en fila . . .

Cortés exige que se le entregue el oro

Cuando hubo cesado la guerra se puso (Cortés) a pedirles el oro. El que habían dejado abandonado en el canal de los toltecas, cuando salieron y huyeron de México.

Entonces el capitán convoca a los reyes y les dice:

-¿Dónde está el oro que se guardaba en México?

Entonces vienen a sacar de una barca todo el oro. Barras de oro, diademas de oro, ajorcas de oro para los brazos, bandas de oro para las piernas, capacetes de oro, discos de oro. Todo lo pusieron delante del capitán. Los españoles vinieron a sacarlo.

Luego dice el capitán:

-¿No más ése es el oro que se guardaba en México? Tenéis que presentar aquí todo. Busquen los principales.

Entonces habla Tlacotzin:

-Oiga, por favor, nuestro señor el dios: todo cuanto a nuestro palacio llegaba nosotros lo encerrábamos bajo pared. ¿No es acaso que todo se lo llevaron nuestros señores?

Entonces Malintzin le dice lo que el capitán decía:

-Sí, es verdad, todo lo tomamos; todo se juntó en una masa y todo se marcó con sello, pero todo nos lo quitaron allá en el canal de los toltecas; todo nos lo hicieron dejar caer en el agua. Todo lo tenéis que presentar.

Entonces le responde el Cihuacóatl Tlacotzin:

-Oiga por favor el dios, el capitán:

La gente de Tenochtitlan no suele pelear en barcas: no es cosa que hagan ellos. Eso es cosa exclusiva de los de Tlatelolco. Ellos en barcas combatieron, se defendieron de los ataques de vosotros, señores nuestros. ¿No será que acaso ellos de veras hayan tomado todo (el oro), la gente de Tlatelolco?


Rendición de los mexicas
(Lienzo de Tlaxcala)

Entonces habla Cuauhtémoc, le dice al Cihuacóatl:

-¿Qué es lo que dices, Cihuacóatl? Bien pudiera ser que lo hubieran tomado los tlatelolcas . . . ¿Acaso no ya por esto han sido llevados presos los que lo hayan merecido? ¿No todo lo mostraron? ¿No se ha juntado en Texopan? ¿Y lo que tomaron nuestros señores, no es esto que está aquí?

Y señaló con el dedo Cuauhtémoc aquel oro.

Entonces Malintzin le dice lo que decía el capitán:

-¿No más ése es?

Luego habló el Cihuacóatl:

-Puede ser que alguno del pueblo lo haya sacado . . . ¿Por qué no se ha de indagar? ¿No lo ha de hacer ver el capitán?

Otra vez dijo Malintzin lo que decía el capitán:

-Tenéis que presentar doscientas barras de oro de este tamaño…

Y señalaba la medida abriendo una mano contra la otra.

Otra vez respondió el Cihuacóatl y dijo:

-Puede ser que alguna mujercita se lo haya enredado en el faldellin. ¿No se ha de indagar? ¿No se ha de hacer ver?

Entonces habla por allá Ahuelítoc, el Mixcoatlailótlac. Dijo:

Oiga por favor el señor, el amo, el capitán: Aun en tiempo de Motecuhzoma cuando se hacía conquista en alguna región, se ponían en acción unidos mexicanos, tlatelolcas, tepanecas y acolhuas. Todos los de Acolhuacan y todos los de la región de las Chinampas.

Todos íbamos juntos, hacíamos la conquista de aquel pueblo, y cuando estaba sometido, luego era el regreso: cada grupo de gente se iba a su propia población.

Y después iban viniendo los habitantes de aquellos pueblos, los conquistados; venían a entregar su tributo, su propia hacienda que tenían que dar acá : jades, oro, plumas de quetzal, y otra clase de piedras preciosas, turquesas y aves de pluma fina, como el azulejo, el pájaro de cuello rojo, venían a darlo a Motecuhzoma.

Todo venía a dar acá, todo de donde quiera que viniera, en conjunto llegaba a Tenochtitlan: todo el tributo 2

La relación de Alva Ixtlilxóchitl

Hiciéronse este día (cuando fue tomada la ciudad), una de las mayores crueldades que sobre los desventurados mexicanos se han hecho en esta tierra. Era tanto el llanto de las mujeres y niños que quebraban los corazones de los hombres. Los tlaxcaltecas y otras naciones que no estaban bien con los mexicanos, se vengaban de ellos muy cruelmente de lo pasado, y les saquearon cuanto tenían.

Ixtlilxóchitl (de Tetzcoco y aliado de Cortés) y los suyos, al fin como eran de su patria, y muchos de sus deudos, se compadecían de ellos, y estorbaban a los demás que tratasen a las mujeres y niños con tanta crueldad, que lo mismo hacía Cortés con sus españoles. Ya que se acercaba la noche se retiraron a su real, y en este concertaron Cortés e Ixtlilxóchitl y los demás señores capitanes, del día siguiente acabar de ganar lo que quedaba.

En dicho día, que era de San Hipólito Mártir, fueron hacia el rincón de los enemigos. Cortés por las calles, y Ixtlilxóchitl con Sandoval, que era el capitán de los bergantines, por agua, hacia una laguna pequeña, que tenía aviso Ixtlilxóchitl cómo el rey (Cuauhtémoc) estaba allí con mucha gente en las barcas. Fuéronse llegando hacia ellos.

Era cosa admirable ver a los mexicanos. La gente de guerra confusa y triste, arrimados a las paredes de las azoteas mirando su perdición; y los niños, viejos y mujeres llorando. Los señores y la gente noble, en las canoas con su rey, todos confusos.

La prisión de Cuauhtémoc

Hecha la seña, los nuestros embistieron todos a un tiempo al rincón de los enemigos, y diéronse tanta prisa, que dentro de pocas horas le ganaron, sin que quedase cosa que fuese de parte de los enemigos; y los bergantines y canoas embistieron con las de éstos, y como no pudieron resistir a nuestros soldados echaron todas a huir por donde mejor pudieron, y los nuestros tras ellos. García de Olguín, capitán de un bergantín que tuvo aviso por un mexicano que tenía preso, de cómo la canoa que seguía era donde iba el rey, dio, tras ella hasta alcanzarla.

El rey Cuauhtémoc viendo que ya los enemigos los tenía cerca, mandó a los remeros llevasen la canoa hacia ellos para pelear; viéndose de esta manera, tomó su rodela y macana, y quiso embestir; mas viendo que era mucha la fuerza de los enemigos, que le amenazaban con sus ballestas y escopetas, se rindió.

Cuauhtémoc frente a Cortés

García de Olguín lo llevó a Cortés, el cual lo recibió con mucha cortesía, al fin como a rey, y él echó mano al puñal de Cortés, y le dijo: ­¡Ah capitán! ya yo he hecho todo mi poder para defender mi reino, y librarlo de vuestras manos; y pues no ha sido mi fortuna favorable, quitadme la vida, que será muy justo, y con esto acabaréis el reino mexicano, pues a mi ciudad y vasallos tenéis destruidos y muertos . . . Con otras razones muy lastimosas, que se enternecieron cuantos allí estaban, de ver a este príncipe en este lance.

Cortés le consoló, y le rogó que mandase a los suyos se rindiesen, el cual así lo hizo, y se subió por una torre alta, y les dijo a voces que se rindieran, pues ya estaban en poder de los enemigos. La gente de guerra, que sería hasta sesenta mil de ellos los que habían quedado, de los trescientos mil que eran de la parte de México, viendo a su rey dejaron las armas, y la gente más ilustre llegó a consolar a su rey.

Ixtlilxóchitl, que procuró harto de prender por su mano a Cuauhtémoc, y no pudo hacerlo solo, por andar en canoa, y no tan ligera como un bergantín, pudo sin embargo alcanzar dos, en donde iban algunos príncipes y señores, como eran Tetlepanquetzaltzin, heredero del reino de Tlacopan, y Tlacahuepantzin, hijo de Motecuhzoma su heredero y otros muchos, y en la otra iban la reina Papantzin Oxómoc, mujer que fue del rey Cuitláhuac, con muchas señoras.

Ixtlilxóchitl los prendió, y llevó consigo a estos señores hacia donde estaba Cortés: a la reina y demás señoras las mandó llevar a la ciudad de Tezcoco con mucha guarda, y que allá las tuviesen.

La duración del sitio

Duró el cerco de México, según las historias, pinturas y relaciones, especialmente la de don Alonso Axayaca, ochenta días cabalmente. Murieron de la parte de Ixtlilxóchitl y reino de Tezcoco, más de treinta mil hombres, de más de doscientos mil que fueron de la parte de los españoles, como se ha visto; de los mexicanos murieron más de doscientos cuarenta mil, y entre ellos casi toda la nobleza mexicana, pues que apenas quedaron algunos señores y caballeros, y los más niños, y de poca edad.

Este día, después de haber saqueado la ciudad, tomaron los españoles para sí el oro y plata, y los señores la pedrería y plumas y los soldados las mantas y demás cosas, y estuvieron después de estos otros cuatro en enterrar los muertos, haciendo grandes fiestas y alegrías. 3

La relación de Chimalpain: lo que siguió a la toma de la ciudad

Y después que fueron depuestos los atavíos de guerra, después que descansó la espada y el escudo, fueron reunidos los señores en Acachinanco. El primero Cuauhtémoc, señor de Tenochtitlan, el segundo Tlacotzin, el Cihuacóatl, el tercero Oquiztzin, señor de Azcapotzalco Mexicapan, el cuarto Panitzin, señor de Ecatépec, el quinto de nombre Motelhuihtzin, mayordomo real, éste no era príncipe, pero era un gran capitán de la guerra.

A estos cinco hizo descender el capitán Hernán Cortés. Los ataron y los llevaron a Coyoacan. Tan sólo Panitzin no fue atado. Allá en Coyoacan fueron encerrados, fueron conservados prisioneros.

Allá se les quemaron los pies. Además a los sacerdotes Cuauhcóhuatl y Cohuayhuitl, Tecohuentzin y Tetlanmécatl se les inquirió acerca del oro que se había perdido en el canal de los Toltecas (cuando huyeron los españoles por la Calzada de Tacuba, perseguidos por los mexicas). Se les preguntó por el oro que había sido reunido en el palacio, en forma de ocho barras y que había quedado al cuidado de Ocuitécatl, que era mayordomo real. Cuando murió éste -lo mató la epidemia de viruela- sólo quedó su hijo, y de las ocho barras tan sólo aparecieron cuatro. El hijo huyó en seguida.

Y salieron entonces de la prisión quienes habían sido llevados a Coyoacan. El capitán Hernán Cortés (les habló a ) aquellos cinco mexicas a quienes había combatido, los señores mexicas, Cuauhtémoc, Tlacotzin, el Cihuacóatl, Oquiztzin, Panitzin, Motelhuihtzin; a éstos les habló el capitán Cortés allá en Coyoacan, se dirigió a ellos por medio de los intérpretes Jerónimo de Aguilar y Malintzin. Les dijo el señor capitán:

-Quiero ver cuáles eran los dominios de México, cuáles los de los tepanecas, los dominios de Aculhuacan, de Xochimilco, de Chalco.

Y aquellos señores de México en seguida entre sí deliberaron. El Cihuacóatl Tlacotzin luego respondió:

-Oh, príncipe mío, oiga el dios esto poco que voy a decir. Yo el mexícatl, no tenía tierras, no tenía sementeras, cuando vine acá en medio de los tepanecas y de los de Xochimilco, de los de Aculhuacan y de los de Chalco; ellos si tenían sementeras, si tenían tierras. Y con flechas y con escudos me hice señor de los otros, me adueñé de sementeras y tierras.

Igual que tú, que has venido con flechas y con escudos para adueñarte de todas las ciudades. Y como tú has venido acá, de igual modo también yo, el mexícatl, vine para apoderarme de la tierra con flechas y con escudos.

Y cuando oyó esto el capitán Cortés, dijo con imperio a los tepanecas, a los acolhuas, a los de Xochimilco y de Chalco, así les habló:

-Venid acá, el mexícatl con flechas y con escudos se apoderó de vuestra tierra, de vuestra pertenencia, allí donde vosotros le servíais, Pero ahora, de nuevo con flechas y con escudos, os dejo libres, ya nadie allí tendrá que servir al mexícatl. Recobrad vuestra tierra . . .4

Batalla final, Cuathemoc preso

Cortés, que los vio en tan estrecho y males, quiso probar si se darían. Habló

con un tío de don Fernando de Tezcuco, que tres días antes había tomado

preso, y aún estaba herido, y rogole que fuese a tratar de paz con su rey. El

caballero rehusó al principio, sabiendo la determinación de Cuahutimoc;

pero al fin dijo que iría, por ser cosa de honra y bondad. Así que Cortés entró

otro día con su gente y envió aquel caballero delante con ciertos españoles;

los que guardaban la calle lo recibieron y saludaron con el acatamiento

que tal persona merecía; fue luego al rey, y díjole su embajada. Cuahutimoc

se enojó y le mandó sacrificar. La respuesta que dio fueron flechazos, pedradas,

lanzadas y alaridos, y que querían morir, y no paz. Pelearon recio aquel día; hirieron y mataron muchos hombres, y un caballo con un dalle

que traía un mexicano hecho de una espada española; pero si muchos mataron,

muchos murieron.

Otro día entró también Cortés, mas no peleó, esperando que se rendirían.

Empero ellos no tenían tal pensamiento. Llegose a una albarrada, habló

a caballo con ciertos señores que conocía, diciendo que los podía muy

bien acabar en chico rato, mas que de lástima lo dejaba y porque los quería

mucho; que hiciesen con el señor se diesen, y serían bien recibidos y tratados,

y tendrían qué comer. Con estas y otras razones semejantes les hizo llorar.

Respondieron que bien conocían su error y sentían su daño y perdición;

pero que habían de obedecer a su rey y a sus dioses, que así lo querían;

mas que se esperase allí, que iban a decirlo a su señor Cuahutimoccín. Fueron,

y de allí a un rato volvieron, diciendo cómo por ser ya tarde no venía el

señor, mas que luego al otro día vendría sin duda ninguna, a hora de comer,

a le hablar en la plaza.

Con tanto, se tornó Cortés a su real muy alegre, pensando que en las vistas

se concertarían. Mandó aderezar el teatro de la plaza con estrado, a la

usanza de los señores mexicanos, y de comer para otro día. Fue con muchos

españoles muy apercibidos. No vino el rey, sino envió cinco señores muy

principales que tratasen en conciertos, y que le disculpasen por enfermo.

Pesó a Cortés que el rey no viniese; empero holgose mucho con aquellos

señores, creyendo por su medio acabar la paz. Comieron y bebieron como

hombres que tenían necesidad; llevaron algún refresco, y prometieron de

tornar, porque Cortés se los rogó, y les dijo que sin la presencia del rey no se

podía dar ni tomar asiento ninguno. Volvieron de allí a dos horas; trajeron

de presente unas mantas de algodón muy buenas, y dijeron cómo en ninguna

manera el rey vendría, que tenía vergüenza y miedo; fuéronse, que ya era

noche. Volvieron otro día aquellos mismos a decir a Cortés que se fuese al

mercado, que le quería hablar Cuahutimoc. Fue, y esperó más de cuatro

horas, y nunca el rey vino.

Viendo la burla, envió Cortés a Sandoval con los bergantines por una

parte, y él por otra combatió las calles y albarradas en que estaban fuertes

los enemigos; y como halló poca resistencia, que no tenían piedras ni flechas,

entró e hizo lo que quiso. Pasaron de cuarenta mil personas las que fueron aquel día muertas y presas, y más tuvieron que hacer los españoles

en no estorbar que sus amigos no matasen, que en pelear. El saco no se lo

estorbaron. Era tanto el llanto de las mujeres y niños, que quebraba los corazones

a los españoles; y tan grande la hediondez de los cuerpos que ya estaban

muertos, que se retiraron luego. Propusieron aquella noche, Cortés

de acabar otro día la guerra y Cuahutimoc de huir, que para eso se metió en

una canoa de veinte remos. Luego pues por la mañana tomó Cortés su gente

y cuatro tiros, y fuese al rincón do los enemigos estaban acorralados.

Dijo a Pedro de Alvarado que se estuviese quedo hasta oír una escopeta, y

a Sandoval que entrase con los bergantines a un lago de entre las casas,

donde estaban recogidas todas las barcas de México, y que mirase por el

rey y no le matasen. Mandó a los demás que echasen al enemigo hacia los

bergantines; subiose a una torre, y preguntó por el rey. Vino Xihuacoa,

gobernador y capitán general, hablole y no pudo acabar con él que se diesen.

Todavía se salieron muchos, y los más eran viejos y muchachos y mujeres;

y como eran tantos y traían prisa, unos a otros se rempujaban y se echaban

al agua y se ahogaban.

Rogó Cortés a los señores indios que mandasen a los suyos no matasen

aquella mezquina gente, pues se daba. Empero no pudieron tanto, que no

matasen y sacrificasen más de quince mil de ellos. Tras esto hubo grandísimo

rumor entre la gente menuda de la ciudad, porque el señor quería huir,

y ellos ni tenían ni sabían adonde ir; y así, procuraron todos de meterse en

barcas, y como no cabían, caían al agua y ahogábanse. Muchos hubo que se

escaparon nadando. La gente de guerra se estaba arrimada a las paredes de

las azoteas, disimulando su perdición. La nobleza mexicana y otros muchos

estaban en canoas con el rey. Cortés hizo soltar la escopeta para que Pedro

de Alvarado acometiese por su parte, y luego se tiró la artillería al rincón,

donde estaban los enemigos. Diéronles tanta prisa, que en chico rato lo ganaron,

sin dejar cosa por tomar. Los bergantines rompieron la flota de las

barcas, sin que ninguna se defendiese. Antes echaron todas a huir por do

mejor pudieron, y abatieron el estandarte real.

Garcí Holguín, que era capitán de un bergantín, dio tras una canoa

grande de veinte remos y muy cargada de gente. Díjole un prisionero que

llevaba consigo cómo eran aquéllos del rey, y que podía ser ir él allí. Diole entonces caza, y alcanzola. No quiso embestir con ella, sino encarole tres

ballestas que tenía. Cuahutimoc se puso en pie en la popa de su canoa para

pelear; mas como vio ballestas armadas, espadas desnudas y mucha ventaja

en el navío, hizo señal que iba allí el señor, y rindiose. Garcí Holguín, muy

alegre con tal presa, lo llevó a Cortés, el cual le recibió como a un rey, hízole

buen semblante, y llegole a sí. Cuahutimoc entonces echó mano al puñal de

Cortés, y díjole: “Ya yo he hecho todo mi poder para me defender a mí y a

los míos, y lo que obligado era para no venir a tal estado y lugar como estoy;

y pues vos podéis agora hacer de mí lo que quisiéredes, matadme, que es lo

mejor”. Cortés lo consoló y le dio buenas palabras y esperanza de vida y señorío.

Subiole a una azotea y rogó mandase a los suyos que se diesen; él lo

hizo, y ellos, que serían obra de setenta mil, dejaron las armas en viéndole.

Toma de Tecnotitlan 13/8/1521

De la manera que dicho queda ganó Fernando Cortés a México Tenuchtitlan,

martes a 13 de agosto, día de San Hipólito, año de 1521. En remembranza

de tan gran hecho y victoria hacen cada año, semejante día, los de la

ciudad fiesta y procesión, en que llevan el pendón con que se ganó.

Duró el cerco tres meses. Tuvo en él doscientos mil hombres, novecientos

españoles, ochenta caballos, diez y siete tiros de artillería, y trece

bergantines y seis mil barcas. Murieron de su parte hasta cincuenta españoles

y seis caballos, y no muchos indios. Murieron de los enemigos cien mil, y

a lo que otros dicen, muy muchos más; pero yo no cuento los que mató la

hambre y pestilencia. Estaban a la defensa todos los señores, caballeros y

hombres principales; y así, murieron muchos nobles. Eran muchos, comían

poco, bebían agua salada, dormían entre los muertos y estaban en perpetua

hedentina; por estas cosas enfermaron y les vino la pestilencia, en que

murieron infinitos; de las cuales también se colige la firmeza y esfuerzo que

tuvieron en su propósito, porque llegando a extremo de comer ramas y cortezas,

y a beber agua salobre, jamás quisieron paz.

Ellos bien la quisieran a la postre; mas Cuahutimoc no la quiso, porque

al principio la rehusaron contra su voluntad y consejo, y porque muriéndose todos no dieran señal de flaqueza, se tenían los muertos en casa porque

sus enemigos no los viesen. De aquí también se conoce cómo los mexicanos,

aunque comen carne de hombre, no comen la de los suyos, como algunos

piensan; que si la comieran, no murieran ansí de hambre. Alaban

mucho las mujeres mexicanas, y no porque se estuvieron con sus maridos y

padres, sino por lo mucho que trabajaron en servir los enfermos, en curar

los heridos, en hacer hondas y labrar piedras para tirar, y aun en pelear desde

las azoteas; que tan buena pedrada daban ellas como ellos.

Diose México a saco, y españoles tomaron el oro, plata, pluma, y los indios

la otra ropa y despojo. Cortés hizo hacer muchos y grandes fuegos en

las calles, por alegrías y por quitar el mal hedor que los encalabriaba. Enterró

los muertos como mejor pudo. Herró muchos hombres y mujeres por

esclavos con el hierro del rey; los demás dejó libres. Varó los bergantines en

tierra; dejó en guarda de ellos a Villafuerte con ochenta españoles, porque

no los quemasen los indios. Estuvo en esto cuatro días, y luego pasó el real a

Culuacán, donde dio las gracias a los señores y pueblos amigos que le habían

ayudado. Prometioles de se los gratificar, y dijo que se fuesen con Dios

los que quisiesen, pues al presente no tenía más guerra, y que los llamaría si

la hubiese. Con tanto, se fueron casi todos ricos, y muy contentos en haber

destruido a México, y por ir amigos de españoles y en gracia de Cortés.

Em busca del tesoro de Moctezuma

No se halló todo el oro en México que primero tuvieron los nuestros; ni rastro

del tesoro de Moteczuma, que tenía gran fama; de que mucho se dolían

los españoles, que pensaban, cuando acabaron de ganar a México, hallar un

gran tesoro, a lo menos que hallaran cuanto perdieran al huir de México.

Cortés se maravillaba cómo ningún indio le descubría oro ni plata. Los soldados

aquejaban a los vecinos por sacarles dineros. Los oficiales del rey

querían descubrir el oro, plata, perlas, piedras y joyas, para juntar mucho

quinto; empero nunca pudieron con mexicano ninguno que dijese nada,

aunque todos decían cómo era grande el tesoro de los dioses y de los reyes;

así que acordaron dar tormento a Cuahutimoc y a otro caballero y su privado.

El caballero tuvo tanto sufrimiento, que, aunque murió en el tormento

de fuego, no confesó cosa de cuantas le preguntaron sobre tal caso, o porque

no lo sabía, o porque guardan el secreto que su señor les confía constantísimamente.

Cuando lo quemaban miraba mucho al rey, para que, habiendo

compasión de él, le diese licencia, como dicen, de manifestar lo que

sabía, o lo dijese él. Cuahutimoc le miró con ira y lo trató vilísimamente,

como flaco y de poco, diciendo: “¿estoy yo en algún deleite o baño?”. Cortés

quitó del tormento a Cuahutimoc, pareciéndole afrenta y crueldad, o

porque dijo cómo echara en la laguna, diez días antes de su prisión, las piezas

de artillería, el oro y plata, las piedras, perlas y ricas joyas que tenía, por

haberle dicho el diablo que sería vencido.

Acusaron esta muerte a Cortés en su residencia como cosa fea e indigna

de tan gran rey, y que lo hizo de avaro y cruel; mas él se defendía con que

se hizo a pedimento de Julián de Alderete, tesorero del rey, y porque pareciese

la verdad, que decían todos que se tenía él toda la riqueza de Moteczuma,

y no quería atormentarle porque no se supiese. Muchos buscaron

este tesoro en la laguna y en tierra, por lo que dijo Cuahutimoc, mas nunca

se halló; y es cosa notable haber escondido tanta cantidad de oro y plata y

no decirlo.

El quinto del rey, envio para España

Hicieron fundición de los despojos de México. Hubo ciento y treinta mil

castellanos, que se repartieron según el servicio y méritos de cada uno.

Cupo al quinto del rey veintiséis mil castellanos. Cupiéronle también muchos

esclavos, plumajes, ventalles, mantas de algodón y mantas de pluma;

rodelas de mimbre aforradas en pieles de tigres y cubiertas de pluma, con la

copa y cerco de oro; muchas perlas, algunas como avellanas, pero algo negras

las más, de como queman las conchas para sacarlas y aun para comer la

carne. Sirvieron al emperador con muchas piedras, y entre ellas, con una

esmeralda fina, como la palma, pero cuadrada, y que se remataba en punta

como pirámide, y con una gran vajilla de oro y plata, en tazas, jarros, platos,

escudillas, ollas y otras piezas de vaciadizo, unas como aves, otras como peces,

otras como animales, otras como frutas y flores; y todas tan al vivo, que

había mucho de ver. Diéronle asimismo muchas manillas, zarcillos, sortijas,

bezotes y otras joyas de hombres y de mujeres, y algunos ídolos y cerbatanas

de oro y de plata; todo lo cual valía ciento y cincuenta mil ducados,

aunque otros dicen dos tanto.

Enviáronle, sin esto, muchas máscaras mosaicas de piedrecitas finas,

con las orejas de oro y con los colmillos de hueso fuera de los labios. Muchas

ropas de sacerdote, frontales, palios y otros ornamentos de templos; lo

cual era de pluma, algodón y pelos de conejo. Enviaron también algunos

huesos de gigantes que se hallaron allí en Culuacán, y tres tigres, uno de los

cuales se soltó en la nao, y arañó seis o siete hombres, y aun mató dos, y

echose a la mar; mataron la otra porque no hiciese otro tanto mal. Otras cosas

enviaron, pero esto es lo sustancial; y muchos enviaron dineros a sus

parientes, y Cortés envió cuatro mil ducados a sus padres con Juan de Ribera,

su secretario. Trujeron esta riqueza Alonso de Ávila y Antonio de Quiñones,

procuradores de México, en tres carabelas. Pero tomó las dos carabelas

que traían el oro Florin, corsario francés, más acá de las Azores, y aun

también tomó entonces otra nao que venía de las islas, con setenta y dos mil

ducados, seiscientos marcos de aljófar y perlas, y dos mil arrobas de azúcar.

Escribió el cabildo al emperador en alabanza de Cortés, y él suplicaba

por los conquistadores, para que les confirmase los repartimientos, y que

enviase una persona docta y curiosa a ver la mucha y maravillosa tierra que

había conquistado, y que tuviese por bien que se llamase Nueva-España.

Que enviase obispos, clérigos y frailes para entender en la conversión de los

indios; y labradores con ganados, plantas y simientes, y que no permitiese

pasar allá tornadizos, médicos ni letrados.

Resumen de la anterior 2 relacion

Y en lo último de la dicha relación hice saber a Vuestra Majestad cómo después que los indios de la cibdad de Temixtitán nos habían echado por fuerza della yo había venido sobre la provincia de Tepeaca, que era subjeta a ellos y estaba rebelada, y con los españoles que habían quedado y con los indios nuestros amigos le había hecho la guerra y reducido al servicio de Vuestra Majestad; y que como la traición pasada y el grand daño y muertes de españoles estaban tan recientes en nuestros corazones, mi determinada voluntad era revolver sobre los de aquella gran cibdad que de todo había seído la causa, y que para ello comenzaba a hacer trece bergantines para por la laguna hacer con ellos todo el daño que pudiese si los de la cibdad perseverasen en su mal propósito. Escribí a Vuestra Majestad que entre tanto que los dichos bergantines se hacían y yo y los indios nuestros amigos nos aparejábamos para volver sobre los enemigos, enviaba a la dicha Española por socorro de gente y caballos y artellería y armas, y que sobre ello escribía a los oficiales de Vuestra Majestad que allí residen y les enviaba dineros para todo el gasto y espensas que para el dicho socorro fuese nescesario.

Y certefiqué a Vuestra Majestad que hasta conseguir vitoria contra los enemigos no pensaba tener descanso ni cesar de poner para ello toda la solicitud posible, posponiendo cuanto peligro, trabajo y costa se me pudiese ofrecer, y que con esta determinación estaba aderezando de me partir de la dicha provincia de Tepeaca.

Ansimismo hice saber a Vuestra Majestad cómo al puerto de la villa de la Vera Cruz había llegado una carabela de Francisco de Garay, teniente de gobernador de la isla de Jamaica, con mucha nescesidad, la cual traía hasta treinta hombres, y que había dicho que otros dos navíos eran partidos para el río de Pánuco, donde habían desbaratado a un capitán del dicho Francisco de Garay, y que temían que si allá aportasen habían de recebir daño de los naturales del dicho río.

Y ansimismo escribí a Vuestra Majestad que yo había proveído luego de enviar una carabela en busca de los dichos navíos para les dar aviso de lo pasado, y después que aquello escribí plugo a Dios que el uno de los navíos llegó al dicho puerto de la Vera Cruz, en el cual venía un capitán con obra de ciento y veinte hombres, y allí se informó cómo los de Garay que antes habían venido habían sido desbaratados, y hablaron con el capitán que se halló en el desbarato y se les certeficó que si iba al dicho río de Pánuco no podía ser sin recibir mucho daño de los indios, y estando ansí en el puerto con determinación de se ir al dicho río comenzó un tiempo y viento muy recio e hizo la nao salir, quebradas las amarras, y fue a tomar puerto doce leguas la costa arriba de la dicha villa a un puerto que se dice Sant Juan, y allí, después de haber desembarcado toda la gente y siete u ocho caballos y otras tantas yeguas que traían, dieron con el navío a la costa porque hacía mucha agua.

Y como esto se me hizo saber yo escribí luego al capitan dél haciéndole saber como a mí me había pesado mucho del lo que le había sucedido, y que yo había inviado a decir al teniente de la dicha villa de la Veracruz que a él y a la gente que consigo traía hiciese muy buen acogimiento y les diesen todo lo que habían menester y que viesen qué era lo que determinaban, y que si todos o algunos dellos se quisiesen volver en los navíos que alli estaban, que les diese licencia y los despachase a su placer. Y el dicho capitán y los que con él vinieron deteminaron de se quedar y venir adonde yo estaba. Y del otro navío no hemos sabido hasta agora, y como ha ya tanto tiempo tenemos harta duda de su salvamento. Plega a Dios lo haya llevado a buen puerto.

Rebelion en Cecatami y Xalazingo

Estando para me partir de aquella provincia de Tepeaca supe cómo dos provincias que se dicen Cecatami y Xalazingo, que son subjetas al señor de Temixtitán, estaban rebeladas, y que como de la villa de la Vera Cruz para acá es por allí el camino, habían muerto en ellas algunos españoles, y que los naturales estaban rebelados y de muy mal propósito. Y por asegurar aquel camino y hacer en ellos algún castigo si no quisiesen venir de paz, despaché un capitán con veinte de caballo y docientos peones y con gente de nuestros amigos, al cual encargué mucho y mandé de parte de Vuestra Majestad que requiriese a los naturales de aquellas provincias que viniesen de paz a se dar por vasallos de Vuestra Majestad como antes lo habían hecho, y que tuviese con ellos toda la templanza que fuese posible; y que si no quisiesen recibirle de paz, que les hiciese la guerra, y que fecha y allanadas aquellas dos provincias, se volviese con toda la gente a la cibdad de Tascaltecal adonde le estaría esperando.

Y ansí se partió entrante el mes de diciembre de quinientos y veinte y siguió su camino para las dichas dos provincias, que están de allí veinte leguas. Acabado esto, Muy Poderoso Señor, mediado el mes de diciembre del dicho año me partí de la villa de Segura la Frontera, que es en la provincia de Tepeaca, y dejé en ella un capitán con sesenta hombres porque los naturales de allí me lo rogaron mucho. Y envié toda la gente de pie a la cibdad de Tascaltecal adonde se hacían los bergantines, que está de Tepeaca nueve o diez leguas, y yo con veinte de caballo me fue aquel día a dormir a la cibdad de Cholula porque los naturales de allí deseaban mi venida, porque a cabsa de la enfermedad de las viruelas, que también comprehendió a los destas tierras como a los de las Islas, eran muertos muchos señores de allí y querían que por mi mano y con su parecer y el mío se pusiesen otros en su lugar.

Y llegados allí, fuemos dellos muy bien recibidos, y después de haber dado conclusión a su voluntad en este negocio que he dicho y haberles dado a entender cómo mi camino era para ir a entrar de guerra por las provincias de Méxyco y Temixtitán, les rogué que, pues eran vasallos de Vuestra Majestad y ellos como tales habían de conservar su amistad con nosotros y nosotros con ellos hasta la muerte, que les rogaba que para el tiempo que yo hobiese de hacer la guerra me ayudasen con gente, y que a los españoles que yo enviase a su tierra y fuesen y viniesen por ella les hiciesen el tratamiento que como amigos eran obligados. Y después de habérmelo prometido ansí y haber estado dos o tres días en su cibdad me partí para la de Tascaltecal, que está a seis leguas.

Tascaltecal

Y llegado a ella, hallé allí juntos todos los españoles y los de la cibdad y hobieron mucho placer con mi venida. Y otro día todos los señores desta cibdad y provincia me vinieron a hablar y me decir cómo Magiscacin, que era el prinicipal señor de todos ellos, había fallecido de aquella enfermedad de las viruelas y bien sabían que por ser tan mi amigo me pesaría mucho, pero que allí quedaba un hijo suyo de hasta doce o trece años y que a aquél pertenecía el señorío del padre, que me rogaban que a él, como a heredero, gelo diese. Y yo en nombre de Vuestra Majestad lo hice ansí y todos ellos quedaron muy contentos. Cuando a esta cibdad llegué hallé que los maestros y carpinteros de los bergantines se daban mucha priesa en hacer la ligación y tablazón para ellos y que tenían hecha razonable obra. Y luego proveí de enviar a la villa de la Vera Cruz por todo el fierro y clavazón que hobiese, y velas y jarcia y otras cosas nescesarias para ellos. Y proveí, porque no había pez, la hiciesen ciertos españoles en una sierra cerca de allí, por manera que todo el recabdo que fuese nescesario para los dichos bergantines estuviese aparejado, para que después que, placiendo a Dios, yo estuviese en las provincias de Méxyco y de Temixtitán, pudiese enviar por ellos desde allá, que serían diez o doce leguas, hasta la dicha cibdad de Tascaltecal.

Y en quince días que en ella estuve no entendí en otra cosa salvo en dar priesa en los maestros y en aderezar armas para dar orden en nuestro camino. Dos días antes de Navidad llegó el capitán con la gente de pie y de caballo que habían ido a las provincias de Zacatami y Xalazingo, y supe cómo algunos naturales dellas habían peleado con ellos y que al cabo, dellos por voluntad, dellos por fuerza, habían venido de paz. Y trujéronme algunos señores de aquellas provincias, a los cuales, no embargante que eran muy dignos de culpa por su alzamiento y muertes de cristianos, porque me prometieron que de ahí adelante serían buenos y leales vasallos de Su Majestad yo en su real nombre los perdoné y los envié a su tierra. Y así se concluyó aquella jornada en que Vuestra Majestad fue muy servido, ansí por la pacificación de los naturales de allí como por la seguridad de los españoles que habían de ir y venir por las dichas provincias a la villa de la Vera Cruz.

El segundo día de la dicha Pascua de Navidad hice alarde en la dicha cibdad de Tascaltecal, y hallé cuarenta de caballo y quinientos y cincuenta peones, los ochenta dellos ballesteros y escopeteros, y ocho o nueve tiros de campo con bien poca pólvora. E hice de los de caballo cuatro cuadrillas de diez en diez cada una y de los peones hice nueve capitanías de a sesenta españoles cada una.

Discurso a las tropas españolas

Y a todos juntos en el dicho alarde les hablé y dije que ya sabían cómo ellos y yo por servir a Vuestra Sacra Majestad habíamos poblado en esta tierra, y que ya sabían cómo todos los naturales della se habían dado por vasallos de Vuestra Majestad y como tales habían perserverado algúnd tiempo recibiendo buenas obras de nosotros y nosotros dellos, y cómo sin causa ninguna todos los naturales de Culúa, que son los de la grand cibdad de Temixtitán y los de todas las otras provincias a ella subjetas, no solamente se habían rebelado contra Vuestra Majestad, mas aun nos habían muerto muchos hombres deudos y amigos nuestros y nos habían echado fuera de toda su tierra; y que se acordasen de cuántos peligros y trabajos habíamos pasado y viesen cuánto convenía al servicio de Dios y de Vuestra Majestad tornar a recobrar lo perdido, pues para ello teníamos de nuestra parte justas causas y razones: lo uno por pelear en abmento de nuestra fee y contra gente bárbara, y lo otro por servir a Vuestra Majestad, y lo otro por seguridad de nuestras vidas, y lo otro porque en nuestra ayuda teníamos muchos de los naturales nuestros amigos, que eran causas potísimas para animar nuestros corazones; por tanto, que les rogaba que se alegrasen y esforzasen, y que porque yo en nombre de Vuestra Majestad había fecho ciertas ordenanzas para la buena orden y cosas tocantes a la guerra, las cuales luego allí fice pregonar públicamente, y que también les rogaba que las guardasen y compliesen porque dello redundaría mucho servicio a Dios y a Vuestra Majestad.

Y todos prometieron de lo facer y cumplir así, y que de muy buena gana querían morir por nuestra fee y por servicio de Vuestra Majestad o tornar a recobrar lo perdido y vengar tan grand traición como nos habian fecho los de Temixtitán y sus aliados, y yo en nombre de Vuestra Majestad se lo agradescí. Y así con mucho placer nos volvimos a nuestras posadas aquel día del alarde.

Discurso a los Txaltecas

Otro día siguiente, que fue día de Sant Juan Evangelista, fice llamar a todos los señores de la provincia de Tascaltecal. Y venidos, díjeles que ya sabían cómo yo me había de partir otro día para entrar por la tierra de nuestros enemigos y que ya vían cómo la cibdad de Temixtitán no se podía ganar sin aquellos bergantines que allí se estaban faciendo, que les rogaba que a los maestros dellos y a los otros españoles que allí dejaba les diesen lo que hobiesen menester y les ficiesen el buen trata miento que siempre nos habían hecho, y que estuviesen aparejados para cuando yo desde la cibdad de Tasayco, si Dios nos diese vitoria, inviase por la ligazón y tablazón y otros aparejos de los dichos bergantines.

Y ellos me prometieron que ansí lo farían y que también querían agora inviar gente de guerra conmigo, y que para cuando fuesen con los bergantines ellos todos irían con toda cuanta gente tenían en su tierra, y que querían morir donde yo muriese o vengarse de los de Culúa, sus capitales enemigos. Y otro día, que fueron veinte y ocho de deciembre, día de los Inocentes, me partí con toda la gente puesta en orden y fuimos a dormir a seis leguas de Tascaltecal en una población que se dice Teznoluca que es de la provincia de Guasocingo, los naturales de la cual han siempre tenido y tienen con nosotros la mesma amistad y alianza que los naturales de Tascaltecal, y allí reposamos aquella noche. En la otra relación, Muy Católico Señor, dije cómo había sabido que los de las provincias de Méxyco y Temixtitán aparejaban muchas armas y hacían por toda su tierra muchas cavas y albarradas y fuerzas para nos resistir la entrada porque ya ellos sabían que yo tenía voluntad de revolverlo sobre ellos.

Camino de Tenoctitlan

Y yo, sabiendo esto y cuán mañosos y ardides son en las cosas de la guerra, había muchas veces pensado por dónde podríamos entrar para tomarlos con algúnd descuido. Y porque ellos sabían que nosotros teníamos noticia de tres caminos o entradas por cada una de las cuales podíamos dar en su tierra acordé de entrar por éste de Tezmoluca, porque como el puerto dél es más agro y fragoso que los de las otras entradas tenía creído que por allí no temíamos mucha resistencia ni ellos no estarían tan sobre aviso. Y otro día después de los Inocentes, habiendo oído misa y encomendándonos a Dios, partimos de la dicha población de Tezmoluca. Y yo tomé la delantera con diez de caballo y sesenta peones ligeros y hombres diestros en la guerra, y comenzamos a seguir nuestro camino el puerto arriba con toda la orden y concierto que nos era posible. Y fuemos a dormir a cuatro leguas de la dicha población en lo alto del puerto, que era ya término de los de Culúa, y aunque hacía grandísimo frío en él con la mucha leña que había nos remediamos aquella noche. Y otro día, domingo por la mañana, comenzamos a seguir nuestro camino por el llano del puerto e invié cuatro de caballo y tres o cuatro peones para que descubriesen la tierra. Y yendo nuestro camino comenzamos de bajar el puerto, y yo mandé que los de caballo fuesen delante y luego los ballesteros y escopeteros y ansí en su orden la otra gente, porque por muy descuidados que tomásemos los enemigos bien teníamos por cierto que nos habían de salir a rescibir al camino por tenernos ordida alguna celada u otro ardid para nos ofender.

Y como los cuatro de caballo y los cuatro peones siguieron su camino halláronle cerrado de árboles y rama, y cortados y atravesados en él muy grandes y gruesos pinos y cipreses que parescía que entonces se acababan de cortar. Y creyendo que el camino adelante no estaría de aquella manera procuraron de seguir su camino, y cuanto más iban más cerrados de pinos y de rama le hallaban. Y como por todo el puerto iba muy espeso de árboles y matas grandes y el camino hallaban con aquel estorbo, pasaban adelante con mucha dificultad. Y viendo que el camino estaba de aquella manera hobieron muy grande temor y creían que tras cada árbol estaban los enemigos, y como a causa de las grandes arboledas no se podían aprovechar de los caballos, cuanto más adelante iban más el temor se les aumentaba. Y ya que desta manera habían andado gran rato uno de los cuatro de caballo dijo a los otros: «Hermanos, no pasemos adelante, si os paresce que será bien, y volvamos a decir al capitán el estorbo que hallamos y el peligro grande en que todos venimos por no nos poder aprovechar de los caballos.

Y si no, vamos adelante, que ofrescida tengo mi vida a la muerte también como todos hasta dar fin a esta jornada.» Y los otros respondieron que bueno era su consejo pero que no les parescía bien volver a mí hasta ver alguna gente de los enemigos o saber qué tanto duraba aquel camino. Y comenzaron a pasar adelante, y como vieron que turaba mucho detuviéronse, y con uno de los peones hiciéronme saber lo que habían visto. Y como yo traía la avanguarda con la gente de caballo, encomendándonos a Dios, seguimos por aquel mal camino adelante.

E invié a decir a los de la retroguarda que se diesen mucha priesa y que no tuviesen temor porque presto saldríamos a lo raso, y como encontré a los cuatro de caballo comenzamos a pasar adelante, aunque con harto estorbo y dificultad. Y al cabo de media legua plugo a Dios que abajamos a lo raso y allí me reparé a esperar la gente. Y llegados, díjeles a todos que diesen gracias a Nuestro Señor pues nos había traído en salvo hasta allí, de donde comenzamos a ver todas la provincias de Méxyco y Temixtitán que están en las lagunas y en torno dellas.

Y aunque hobimos mucho placer en las ver, considerando el daño pasado que en ellas habíamos rescibido representósenos alguna tristeza por ello y prometimos todos de nunca della salir sin vitoria o dejar allí las vidas, y con esta determinación íbamos todos tan alegres como si fuéramos a cosa de mucho placer.

Los mexicas detectan a los españoles

Y como ya los enemigos nos sintieron comenzaron de improviso a hacer muchas y grandes ahumadas por toda la tierra, y yo torné a rogar y encomendar mucho a los españoles que hiciesen como siempre habían hecho y como se esperaba de sus personas, y que nadie no se desmandase y que fuesen con mucho concierto y orden por su camino.

Y ya los indios comenzaban a darnos grita de unas estancias y poblaciones pequeñas, apellidando a toda la tierra para que se juntase gente y nos ofendiesen en unas puentes y malos pasos que por alli había. Pero nosotros nos dimos tanta priesa que sin que tuviesen lugar de se juntar ya estábamos abajo en todo lo llano. Y yendo ansí, pusiéronse adelante en el camino ciertos escuadrones de gente de indios, y yo mandé a quince de caballo que rompiesen por ellos, y así fueron alanceando en ellos y mataron algunos sin rescebir ningúnd peligro.

Y comenzamos a seguir nuestro camino para la cibdad de Tesuico, que es una de las mayores y más hermosas que hay en todas estas partes. Y como la gente de pie venía algo cansada y se hacía tarde dormimos en una población que se dice Coatepeque, que es subjeta a esta cibdad de Tesuico y está della tres leguas, y hallámosla despoblada. Y aquella noche tuvimos pensamiento que como esta cibdad y su provincia, que se dice Aculuacan, es muy grande y de tanta gente – que se puede bien creer que había en ella a la sazón más de ciento y cincuenta mill hombres – que quisieran dar sobre nosotros.

Y yo con diez de caballo comencé la vela y ronda de la prima e hice que toda la gente estuviese muy apercibida. E otro día lunes al último de diciembre seguimos nuestro camino por la orden acostumbrada, y a un cuarto de legua desta población de Coatepeque, yendo todos en harto peligro [y] perplejidad y razonando con nosotros si saldrían de guerra o paz los de aquella cibdad, teniendo por más cierta la guerra, salieron al camino cuatro indios prencipales con una bandera de oro en una vara pequeña que pesaba cuatro marcos de oro. Y por ella daban a entender que venían de paz, la cual Dios sabe cuánto deseábamos y cuánto la habíamos menester por ser tan pocos y tan apartados de cualquier socorro y metidos en las fuerzas de nuestros enemigos.

Camino de Tesuico

Y como vi aquellos cuatro indios, al uno de los cuales yo conoscía, hice que la gente se detuviese y llegué a ellos. Y después de nos haber saludado dijéronme que ellos venían de parte del señor de aquella cibdad y provincia el cual se decía Ganacacin, y que de su parte me rogaban que en su tierra no hiciese ni consintiese hacer daño alguno porque de los daños pasados que yo había rescebido los culpantes eran los de Temixtitán y no ellos, y que ellos querían ser vasallos de Vuestra Majestad y nuestros amigos porque siempre guardarían y conservarían nuestra amistad, y que nos fuésemos a la cibdad y que en sus obras conosceríamos lo que teníamos en ellos.

Yo les respondí con las lenguas que fuesen bien venidos, que yo holgaba con toda paz y amistad suya, y que ya que ellos se escusaban de la guerra que me habían dado en la cibdad de Temixtitán, que bien sabían que a cinco o seis leguas de allí de la cibdad de Tesuico en ciertas poblaciones a ella subjetas me habían muerto la otra vez cinco de caballo y cuarenta y cinco peones y más de trecientos indios de Tascaltecal que venían cargados y nos habían tomado mucha plata y oro y ropas y otras cosas; que por tanto, pues no se podían escusar desta culpa, que la pena fuese volvernos lo nuestro, y que desta manera, aunque todos eran dinos de muerte por haber muerto tantos cristianos, yo quería paz con ellos pues me convidaban a ella, pero que de otra manera yo había de proceder contra ellos por todo rígor.

Ellos me respondieron que todo lo que allí se había tomado lo habían llevado el señor y los prencipales de Temixtitán, pero que ellos buscarían todo lo que pudiesen y me lo darían. Y preguntáronme si aquel día iría a la cibdad o me aposentaría en una de dos poblaciones que son como arrabales de la dicha cibdad, las cuales se dicen Coatinchan y Buaxuta , que están a una legua y a media della y siempre va todo poblado, lo cual ellos deseaban por lo que adelante suscedió. Y yo les dije que no me había de detener hasta llegar a la dicha cibdad de Tesuico, y ellos dijeron que fuese en buen hora y que se querían ir adelante a adrezar la posada para los españoles y para mí, y ansí se fueron.

Y llegando a estas dos poblaciones saliéronnos a recebir algunos prencipales dellas y a darnos de comer, y a hora de mediodía llegamos al cuerpo de la cibdad donde nos habíamos de aposentar, que era en una casa grande que había sido de su padre de Quacaguacin, señor de la dicha cibdad. Y antes que nos aposentásemos, estando toda la gente junta, mandé apregonar so pena de muerte que ninguna persona sin mi licencia saliese de la dicha casa y aposentos, la cual es tan grande que aunque fuéramos doblados españoles nos pudiéramos aposentar bien a placer en ella. Y esto hice porque los naturales de la dicha cibdad se asegurasen y estuviesen en sus casas, porque me parecía que no víamos la décima parte de la gente que solía haber en la dicha cíbdad ni tampoco veíamos mujeres ni niños, que era señal de poco sosiego.

Este día que entramos en esta cíbdad, que fue víspera de año nuevo, después de haber entendido en nos aposentar, todavía algo espantados de ver poca gente y ésa que víamos muy rebotados, teníamos pensamiento que de temor dejaban de parescer y andar por su cíbdad, y con esto estábamos algo descuidados. Y ya que era tarde ciertos españoles se subieron a algunas azoteas altas de donde podían sojuzgar toda la cíbdad, y vieron cómo todos los naturales della la desamparaban y unos con sus haciendas se iban a meter en la laguna con sus canoas, que ellos llaman acales, y otros se subieron a las sierras. Y aunque yo luego mandé proveer en estorbarles la ida, como era ya tarde y sobrevino luego la noche y ellos se dieron mucha priesa no aprovechó cosa ninguna, y así el señor de la dicha cibdad, que yo deseaba como a la salvación haberle a las manos, con muchos prencipales della se fueron a la cibdad de Temixtitán, que está de allí por la laguna seis leguas, y llevaron consigo cuanto tenían.

Y a esta causa, por hacer a su salvo lo que querían, salieron a mí los mensajeros que arriba dije para me detener algo y que no entrase haciendo daño, y por aquella noche nos dejaron así a nosotros como a su cibdad. Después de haber estado tres días desta manera en esta cibdad sin haber recuentro alguno con los indios, porque por entonces ni ellos osaban venirnos a acometer ni nosotros curábamos de salir lejos a los buscar, porque mi final intención era siempre que quisiesen venir de paz, recebirlos y a todos tiempos requerirlos con ella, veniéronme a fablar el señor de Coatinchan y Guaxuta y el de Autengo, que son tres poblaciones bien grandes y están, como he dicho, encorporadas y juntas a esta cibdad.

Y dijéronme llorando que los perdonase porque se habían absentado de su tierra y que en lo demás ellos no habían peleado conmigo, a lo menos por su voluntad, y que ellos prometían de hacer de ahí adelante todo lo que en nombre de Vuestra Majestad les quisiese mandar. Yo les dije por las lenguas que ya ellos habían conoscido el buen tratamiento que siempre les hacía, y que en dejar su tierra y en lo demás, que ellos tenían la culpa; y que pues me prometían ser nuestros amigos, que poblasen sus casas y trujesen a ellas sus mujeres e hijos, y que como ellos hiciesen las obras así los trataría. Y así se volvieron, a nuestro parescer no muy contentos. Como el señor de Méxyco y Temixtitán y todos los otros señores de Culúa – que cuando este nombre de Culúa se dice se ha de entender por todas las tierras y provincias destas partes subjetas a Temixtitán – supieron que aquestos señores de aquellas poblaciones se habían venido a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad, inviáronles ciertos mensajeros a los cuales mandaron que les dijesen que lo habían fecho muy mal; y que si de temor era, que bien sabían que ellos eran muchos y tenían tanto poder que a mí y a todos los españoles y a todos los de Tascaltecal nos habían de matar y muy presto, y que si por no dejar sus tierras lo habían hecho, que las dejasen y se fuesen a Temixtitán y allá les darían otras mayores y mejores poblaciones donde viviesen.

Llegan mensajeros de Tenoctitlan

Y estos señores de Coatinchan y Guaxuta tomaron los mensajeros y atáronlos y trujéronmelos, y luego confesaron que ellos habían venido de parte de los señores de Temixtitán, pero que había sido para les decir que fuesen allí para como terceros, pues eran mis amigos, entender en las paces entre ellos y mí. Y los de Guaxuta y Coatinchan dijeron que no era así y que los de Méxyco y Temixtitán no querían sino guerra. Y aunque yo les di crédito y aquélla era la verdad, porque deseaba atraer a los de la cibdad a nuestra amistad, porque della dependía la paz o la guerra de las otras provincias que estaban alzadas, fice desatar aquellos mensajeros y díjeles que no tuviesen temor porque yo les quería tornar a inviar a Temixtitán, y que les rogaba que dijesen a los señores que yo no quería guerra con ellos aunque tenía mucha razón, y que fuésemos amigos como antes lo habíamos sido. Y por más les asegurar y atraer al servicio de Vuestra Majestad les invié a decir que bien sabía que los prencipales que habían sido en hacerme la guerra pasada eran ya muertos, y que lo pasado fuese pasado y que no quisiesen dar causa a que destruyese sus tierras y cibdades porque me pesaba mucho dello.

Y con esto solté a estos mensajeros, y se fueron prometiendo de me traer respuesta. Los señores de Coatichan y Guaxuta y yo quedamos por esta buena obra más amigos y confederados, y yo en nombre de Vuestra Majestad les perdoné los yerros pasados y así quedaron contentos. Después de haber estado en esta cibdad de Tesuico siete u ocho días sin guerra ni rencuentro alguno, fortaleciendo nuestro aposento y dando orden en otras cosas nescesarias para nuestra defensión y ofensa de los enemigos, y viendo que ellos no venían contra mí salí de la dicha cibdad con ducientosespañoles, en los cuales había diez y ocho de caballo y treinta ballesteros y diez escopeteros y con tres o cuatro mill indios nuestros amigos.

Camino de Yztapalapa

Y fue por la costa de la laguna hasta una cibdad que se dice Yztapalapa, que está por el agua dos leguas de la gran cibdad de Temixtitán y seis désta de Tesuico, la cual dicha cibdad será de hasta diez mill vecinos y la mitad della y aun las dos tercias partes puestas en el agua. Y el señor della, que era hermano de Muteeçuma, a quien los indios después de su muerte habían alzado por señor, había sido el prencipal que nos había fecho la guerra y echado fuera de la cibdad. Y así por esto como porque había sabido que estaban de muy mal propósito los desta cibdad de Yztapalapa, determiné de ir a ellos. Y como fui sentido de la gente della bien dos leguas antes que llegase luego parescieron en el campo algunos indios de guerra y otros por la laguna en sus canoas, y así fuimos todas aquellas dos leguas revueltos peleando así con los de la tierra como con los que salían del agua fasta que llegamos a la dicha cibdad. Y antes, casi dos tercios de legua, abrían una calzada como presa que está entre la laguna dulce y la salada, segúnd que por la figura de la cibdad de Temixtitán que yo invié a Vuestra Majestad se podrá haber visto.

Y abierta la dicha calzada y presa, comenzó con mucho ímpitu a salir agua de la laguna salada y correr hacia la dulce, aunque están las lagunas desviadas la una de la otra más de media legua. Y no mirando en aquel engaño, con la codicia de la vitoria que llevábamos pasamos muy bien y seguimos nuestro alcance fasta entrar dentro revueltos con los enemigos en la dicha cibdad. Y como estaban ya sobre el aviso, todas las casas de la tierra firme estaban despobladas y toda la gente y despojo dellas metido en las casas de la laguna. Y allí se recogieron los que iban huyendo y pelearon con nosotros muy reciamente, pero quiso Nuestro Señor dar tanto esfuerzo a los suyos que les entramos fasta los meter por el agua a las veces a los pechos y otras nadando, y les tomamos muchas casas de las que están en el agua y murieron dellos más de seis mill ánimas entre hombres y mujeres y niños, porque los indios nuestros amigos, vista la vitoria que Dios nos daba, no entendían en otra cosa sino en matar a diestro y a siniestro. Y porque sobrevino la noche recogí la gente y puse fuego a algunas de aquellas casas.

Primera trampa

Y estándolas quemando paresció que Nuestro Señor me inspiró y trujo a la memoria la calzada o presa que había visto rota en el camino, y representóseme el gran daño que era. Y a más andar, con mi gente junta me torné a salir de la cibdad ya noche bien oscura. Cuando llegué a aquella agua, que serían casi las nueve de la noche, había tanta y corría con tanto ímpitu que la pasamos a volapié,y se ahogaron algunos indios de nuestros amigos y se perdió todo el despojo que en la cibdad se había tomado. Y certifico a Vuestra Majestad que si aquella noche no pasáramos el agua o aguardáramos tres horas más, que ninguno de nosotros escapara, porque quedábamos cercados de agua sin tener paso por parte ninguna. Y cuando amanesció vimos cómo el agua de la una laguna estaba en el peso de la otra y no corría más, y toda la laguna salada estaba llena de canoas con gente de guerra creyendo de nos tomar allí.

Y aquel día me volví a Tesuico peleando algunos ratos con los que salían de la mar, aunque poco daño les podíamos hacer porque se acogían luego a las canoas. Y llegando a la cibdad de Tesuico hallé la gente que había dejado muy segura y sin haber habido recuentro alguno, y hobieron mucho placer con nuestra venida y vitoria. Y otro día que llegamos fallesció un español que vino herido, y aun fue el primero que en campo los indios me han muerto fasta agora.

Otro día siguiente vinieron a esta cibdad ciertos mensajeros de la cibdad de Otumba y otras cuatro cibdades que están junto a ella, las cuales están a cuatro y a cinco y a seis leguas de Tesuico, y dijéronme que me rogaban les perdonase la culpa si alguna tenían por la guerra pasada que se me había fecho. Porque allí en Otumba fue donde se juntó todo el poder de Méxyco y Temixtitán cuando salíamos desbaratados della, creyendo que nos acabaran. Y bien vían éstos de Otumba que no se podían relevar de culpa aunque se escusaban con decir que habían sido mandados, y para me inclinar más a benevolencia dijéronme que los señores de Temixtitán les habían inviado mensajeros a les decir que fuesen de su parcialidad y que no ficiesen ninguna amistad con nosotros, si no, que vernían sobre ellos y los destruirían; y que ellos querían ser antes vasallos de Vuestra Majestad y facer lo que yo les mandase.

Y yo les dije que bien sabían ellos cuán culpables eran en lo pasado, y que para que yo les perdonase y creyese lo que me decían, que me habían de traer primero atados aquellos mensajeros que decían y a todos los naturales de Méxyco y Temixtitán que estuviesen en su tierra, y que de otra manera yo no los había de perdonar; y que se volviesen a sus casas y las poblasen e hiciesen obras por donde yo conosciese que eran buenos vasallos de Vuestra Majestad. Y aunque pasamos otras razones no pudieron sacar de mí otra cosa, y así se volvieron a su tierra, certificándome que ellos harían siempre lo que yo quisiese.

Y de ahí adelante siempre han sido y son leales y obidientes al servicio de Vuestra Majestad. En la otra relación, Muy Venturoso y Exelentísimo Príncipe, dije a Vuestra Majestad cómo al tiempo que me desbarataron y echaron de la cibdad de Temixtitán sacaba conmigo un hijo y dos hijas de Muteeçuma, y al señor de Tesuico, que se decía Cacamacin, y a dos hermanos suyos y a otros muchos señores que tenía presos; y cómo a todos los habían muerto los enemigos aunque eran de su propria nación y sus señores algunos dellos, excepto a los dos hermanos del dicho Cacamacin, que por grand ventura se pudieron escapar. Y el uno destos dos hermanos, que se decía Ypacsuchil, y en otra manera Cucascacin, al cual de antes yo en nombre de Vuestra Majestad y con parescer de Muteeçuma había fecho señor desta cibdad de Tesuico y provincia de Aculuacan, al tiempo que yo llegué a la provincia de Tascaltecal, teniéndolo en son de preso se soltó y se volvió a la dicha cibdad de Tesuico.

Y como ya en ella habían alzado por señor a otro hermano suyo que se dice Guanacacin, de que arriba se ha fecho mención, dicen que fizo matar al dicho Cuacascacin, su hermano, desta manera: que como llegó a la dicha provincia de Tesuico, las guardas lo tomaron e ficiéronlo saber a Guanacacin, su señor, el cual también lo fizo saber al señor de Timixtitán. El cual, como supo que el dicho Cucascacin era venido, creyó que no se pudiera haber soltado y que debía de ir de nuestra parte para desde allá darnos algúnd aviso, y luego invió a mandar al dicho Guanacacin que matase al dicho Cucascacin, su hermano, el cual lo fizo ansí sin lo dilatar. El otro, que era hermano menor que ellos, se quedó conmigo, y como era mochacho imprimió más en él nuestra conversación y tornó se cristiano, y pusímosle nombre don Fernando.

Y al tiempo que yo partí de la provincia de Tascaltecal para éstas de Méxyco y Temixtitán dejéle allí con ciertos españoles, y de lo que con él después suscedió adelante haré relación a Vuestra Majestad. El día siguiente que vine de Yztapalapa a esta cibdad de Tesuico acordé de inviar a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor de Vuestra Majestad, por capitán con veinte de caballo y ducientos hombres de pie, entre ballesteros y escopeteros y rodeleros, para dos efetos muy nescesarios: el uno para que echasen fuera desta provincia a ciertos mensajeros que yo inviaba a la cibdad de Tascaltecal para saber en qué término andaban los trece bergantines que allí se hacían y proveer otras cosas nescesarias así para los de la villa de la Veracruz como para los de mi compañía; y el otro para asegurar aquella parte para que pudiesen ir y venir los españoles seguros, porque por entonces ni nosotros podíamos salir desta provincia de Alculuacan sin pasar por tierra de los enemigos ni los españoles que estaban en la villa y en otras partes podían venir a nosotros sin mucho peligro de los contrarios.

Y mandé al dicho alguacil mayor que después de puestos los mensajeros en salvo llegase a una provincia que se dice Calco que confina con ésta de Aculuacan, porque tenía certificación que los naturales de aquella provincia aunque eran de la liga de los de Culúa, se querían dar por vasallos de Vuestra Majestad, y que no lo osaban hacer a cabsa de cierta guarnición de gente que los de Culúa tenían puesta cerca dellos. Y el dicho capitán se partió, y con él iban todos los indios de Tascaltecal que nos habían traído nuestro fardaje y otros que habían venido a ayudarnos y habían habido algúnd despojo en la guerra.

Y como se adelantaron un poco adelante, el dicho capitán, creyendo que en venir en la rezaga los españoles los enemigos no osarían salir a ellos, como los vieron los contrarías que estaban en los pueblos de la laguna y en la costa della dieron en la rezaga de los de Tascaltecal y quitáronles el despojo y aun mataron algunos dellos. Y como el dicho capitán llegó con los de caballo y con los peones dieron muy reciamente en ellos y alancearon y mataron muchos, y los que quedaron desbaratados se acogieron a la laguna y a otras poblaciones que están cerca della.

Batalla en Calco

Y los indios de Tascaltecal se fueron a su tierra con lo que les quedó y también los mensajeros que yo inviaba. Y puestos todos en salvo, el dicho Gonzalo de Sandoval siguió su camino para la dicha provincia de Calco, que era bien cerca de allí. Y otro día de mañana juntóse mucha gente de los enemigos para los salir a rescebir, y puestos los unos y los otros en el campo, los nuestros arremetieron contra los enemigos y desbaratáronles dos escuadrones con los de caballo en tal manera que en poco rato les dejaron el campo y fueron quemando y matando en ellos. Y fecho esto y desembarazado aquel camino, los de Calco salieron a rescebir a los españoles, y los unos y los otros se holgaron mucho. Y los prencipales dijeron que me querían venir a ver y hablar, y así se partieron y vinieron a dormir a Tesuico.

Y llegados, vinieron ante mí aquellos prencipales con dos hijos del señor de Calco y diéronnos obra de trecientos pesos de oro en piezas. Y dijéronme cómo su padre era fallescido, y que al tiempo de su muerte les había dicho que la mayor pena que llevaba era no verme primero que muriese y que muchos días me había estado esperando, y que les había mandado que luego como yo a esta provincia viniese, me viniesen a ver y me tuviesen por su padre; y que como ellos habían sabido de mi venida a aquella cibdad de Tesuico luego quisieran venir a verme pero que por temor de los de Culúa no habían osado, y que tampoco entonces osaran venir si aquel capitán que yo había inviado no hobiera llegado a su tierra, y que cuando se hobiese de volver a ella les había de dar otros tantos españoles para los volver en salvo.

Y dijéronme que bien sabía yo que nunca en guerra ni fuera della habían sido contra mí, y que tambien sabía cómo al tiempo que los de Culúa combatían la fortaleza y casa de Timixtitán y los españoles que yo en ella había dejado cuando me fui a ver a Cempoal con Narváez que estaban en su tierra dos españoles en guarda de cierto maíz que yo les había mandado recoger en su tierra, y los había sacado fasta la provincia de Guaxocingo porque sabían que los de allí eran nuestros amigos, porque los de Culúa no los matasen como hacían a todos los que fallaban fuera de la dicha casa de Temixtitán. Y todo esto y otras cosas me dijeron llorando, y yo les agradescí mucho su voluntad y buenas obras y les prometí que haría siempre todo lo que ellos quisiesen y que serían muy bien tratados. Y fasta agora siempre nos han mostrado muy buena voluntad y están muy obidientes a todo lo que de parte de Vuestra Majestad se les manda. Estos fijos del señor de Calco y los que vinieron con ellos estuvieron allí un día conmigo y dijéronme que porque se querían volver a su tierra, que me rogaban que les diese gente que les pusiese en salvo. Y Gonzalo de Sandoval con cierta gente de caballo y de pie se fue con ellos, al cual dije que después de los haber puesto en su tierra se llegase a la provincia de Tascaltecal y que trujese consigo a ciertos españoles que allí estaban y aquel don Hernando, hermano de Cacamacin, de que arriba he fecho minción.

Y dende a cuatro o cinco días el dicho alguacil mayor volvió con los españoles y trajo al dicho don Fernando conmigo. Y dende a pocos días supe cómo por ser hermano de los señores desta cibdad le pertenescía a él el señorío aunque había otros hermanos, y así por esto como porque esta provincia estaba sin señor a cabsa que Guanacocin, señor della, su hermano, la había dejado e ídose a la cibdad de Temixtitán, y así por estas causas como porque era muy amigo de los cristianos, yo en nombre de Vuestra Majestad fice que lo rescibiesen por señor. Y los naturales desta cibdad, aunque por entonces había pocos en ella, lo ficieron así y de ahí adelante le obedescieron, y comenzaron de venirse a la dicha cibdad y provincia de Aculucan muchos de los que estaban absentes y huidos y obedescían y servían al dicho don Fernando, y de ahí adelante se comenzó a reformar y poblar bien la dicha cibdad.

Dende a dos días que esto se hizo vinieron a mí los dichos señores de Coatinchan y Guajuta y dijéronme que supiese de cierto cómo todo el poder de Culúa venía sobre mí y sobre los españoles y que toda la tierra estaba llena de los enemigos, y que viese si traerían a sus mujeres e hijos donde yo estaba o si los llevarían a la sierra, porque tenían grande temor. Y yo los animé y dije que no hobiesen ningúnd miedo y que se estuviesen en sus casas y no hiciesen mudanza, y que no holgaba de cosa más que de verme con los de Culúa en campo, y que estuviesen apercibidos y pusiesen sus velas y escuchas por toda la tierra, y en viendo o sabiendo que venían los contraríos, me lo hiciesen saber, y ansí se fueron llevando muy a cargo lo que les había encomendado. Y yo aquella noche apercebí toda la gente y puse muchas velas y escuchas en todas las partes que era necesarío, y en toda la noche nunca dormimos ni entendimos sino en esto, y ansí estuvimos esperando toda esta noche y día siguiente creyendo lo que nos habían dicho los de Buajuta y Cuatinchan.

Y otro día supe cómo por la costa de la laguna andaban algunos de los enemigos haciendo saltos y esperando tomar algunos de los indios de Tascaltecal que iban y venían por cosas para el servicio del real, y supe cómo se habían confederado con dos pueblos subjetos a Tesuico que estaban allí junto al agua para dende allí facer todo el daño que pudiesen, y facían para fortalecerse en ellos albarradas y acequias y otras cosas para su defensa. Y como supe esto otro día tomé doce de caballo y ducientos peones y dos tiros pequeños de campo y fui allí donde andaban los contraríos, que sería legua y media de la cibdad.

Y en saliendo della topé con ciertas espías de los enemigos y con otros que estaban en salto, y rompimos por ellos y alcanzamos y matamos algunos dellos y los que quedaron se echaron al agua, y quemamos parte de aquellos pueblos, y ansí nos volvimos al aposento con mucho placer y vitoria. Y otro día tres prencipales de aquellos pueblos vinieron a pedirme perdón por lo pasado y a rogarme que no los destruyese más y que ellos me prometían de no rescebir más en sus pueblos a ninguno de los de Temixtitán. Y porque éstos no eran personas de mucho caso y eran vasallos de don Fernando, yo los perdoné en nombre de Vuestra Majestad.

Y luego otro día ciertos indios desta población vinieron a mí medio descalabrados y maltratados y dijéronme cómo los de Méxyco y Temixtitán habían vuelto a su pueblo, y como en ellos no hallaron el rescibimiento que solían los habían maltratado y llevado presos algunos dellos, y que si no se defendieran llevaran a todos; que me rogaban que estuviese sobre aviso para los socorrer si otra vez allí volviesen, porque tenían por cierto que habían de volver con más gente a los destruir. Y yo los aseguré y dije que estuviesen muy sobre el aviso, por manera que cuando los de Temixtitán volviesen yo lo pudiese saber a tiempo que los pudiese ir a socorrer, y así se partieron para su pueblo.

La gente que había dejado en la provincia de Tascaltecal haciendo los bergantines tenían nuevas cómo al puerto de la villa de la Vera Cruz había llegado una nao en que venían sin los marineros treinta o cuarenta españoles y ocho caballos y algunas ballestas y escopetas y pólvora. Y como no habían sabido cómo nos iba en la guerra ni había seguridad para pasar a nosotros tenían mucha pena, y estaban allí detenidos algunos españoles que no osaban venir aunque deseaban traerme tan buena nueva. Como sintió un criado mío que había dejado allí que algunos se querían atrever a venir donde yo estaba, mandó apregonar so graves penas que nadie saliese de allí fasta que yo lo inviase a mandar. Y un mozo mío, como vio que con cosa del mundo no habría [yo] más placer que con saber la venida de la nao y del socorro que traía, aunque la tierra no estaba segura de noche se salió y vino a Tesuico, de que nos espantamos mucho haber llegado vivo.

Y hobimos mucho placer con las nuevas porque teníamos estrema nescesidad de socorro. Este mismo día, Muy Católico Señor, llegaron allí a Tesuico ciertos hombres de bien mensajeros de los de Calco y dijéronme cómo a cabsa de haberse venido a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad todos los de Méxyco y Temixtitán venían sobre ellos para los destruir y matar, y que para ello habían convocado y apercebido a todos los cercanos a su tierra; y que me rogaban que los socorriese y ayudase en tan gran nescesidad, porque pensaban verse en grandísimo estrecho si ansí no lo hacía. Y certifico a Vuestra Majestad que, como en la otra relacion escribí, allende de nuestro trabajo y nescesidad, la mayor fatiga que tenía era no poder ayudar y socorrer a los indios nuestros amigos que por ser vasallos de Vuestra Majestad eran molestados y trabajados de los de Culúa, aunque en esto yo y los de mi compañía poníamos toda nuestra posibilidad, porque nos parescía que en ninguna cosa podíamos más servir a Vuestra Cesárea Majestad que en favorescer y ayudar a sus vasallos.

Y por la coyuntura en que éstos de Calco me tomaron no pude hacer con ellos lo que yo deseaba, pero díjeles que porque yo a la sazón quería inviar por los bergantines y para ello tenía apercebidos a todos los de la provincia de Tescaltecal, de donde se habían de traer en piezas, y tenía nescesidad de inviar para ello gente de caballo y de pie, que ya sabían que los naturales de las provincias de Buaxocingo y de Churultecal y Buacachula eran vasallos de Vuestra Majestad y amigos nuestros, que fuesen a ellos y de mi parte les rogasen, pues vivían muy cerca de su tierra, que les viniesen a ayudar y socorrer e inviasen allí gente de guarnición con que pudiesen estar seguros en tanto que yo les socorría, porque otro remedio al presente yo no les podía dar. Y aunque ellos no quedaron tan satisfechos como si les diera algunos españoles agradesciéronmelo, y rogáronme que porque fuesen creídos les diese una carta mía y también para que con más segurídad se lo osasen rogar, porque entre éstos de Calco y los de dos provincias de aquéllas, como eran de diversas parcialidades, habían siempre diferencias. Y estando ansí dando orden en esto llegaron acaso ciertos mensajeros de las dichas provincias de Guajocingo y Guacachula.

Y estando presentes los de Chalco di jeron cómo los señores de aquellas provincias no habian visto ni sabido de mí después que habia partido de la provincia de Tascaltecal, como quiera que ellos siempre tenían puestas sus velas por las sierras y cerros que confinan con su tierra y sojuzgan las de Méxyco y Temixtitán, para que viendo muchas ahumadas, que son las señales de la guerra, me viniesen a ayudar y favorescer con su gente y vasallos; y que porque de poco acá habían visto más ahumadas que nunca, venían a saber cómo estaba y si tenía nescesidad para luego proveer de gente de guerra. Y yo se lo agradescí mucho y les dije que, bendito Nuestro Señor, los españoles y yo estábamos buenos y siempre habíamos habido vitoria contra los enemigos; y que demás de holgar mucho con su voluntad y presencia que holgaba más por los confederar y hacer amigos con los de Calco, que estaban presentes, y que así les rogaba, pues los unos y los otros eran vasallos de Vuestra Majestad, que fuesen buenos amigos y se ayudasen y socorriesen contra los de Culúa que eran malos y perversos, especialmente agora que los de Calco tenían nescesidad de socorro porque los de Culúa querían venir sobre ellos.

Y así quedaron muy amigos y confederados, y después de haber estado dos días allí conmigo los unos y los otros se fueron muy alegres y contentos y se ayudaron y socorrieron los unos a los otros. Dende a tres días, porque ya sabíamos que los trece bergantines estarían acabados de labrar y la gente que los había de traer apercebida, envié a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con quince de caballo y ducientos peones para los traer, al cual mandé que destruyese y asolase un pueblo grande sujeto a esta cibdad de Tesuico que alinda con los términos de la provincia de Tascaltecal, porque los naturales dél me habían muerto cinco de caballo y cuarenta y cinco peones que venían de la villa de la Vera Cruz a la cibdad de Temixtitán cuando yo estaba cercado en ella, no creyendo que tan grand traición se nos había de hacer.

Y como al tiempo que esta vez entramos en Tesuico hallamos en los adoratorios y mesquitas de la cibdad los cueros de los cinco caballos con sus pies y manos y herraduras cosidos y tan bien adobados como en todo el mundo lo pudieran hacer, y en señal de vitoria ellos y mucha ropa y cosas de los españoles ofrescido a sus ídolos, y hallamos la sangre de nuestros compañeros y hermanos derramada y sacrificada por todas aquellas torres y mesquitas, fue cosa de tanta lástima que nos renovó todas nuestras tribulaciones pasadas. Y los traidores de aquel pueblo y de otros a él comarcanos al tiempo que aquellos cristianos por allí pasaron hiciéronles buen rescibimiento para los asegurar y hacer en ellos la mayor crueldad que nunca se hizo, porque abajando por una cuesta y mal paso todos a pie, trayendo los caballos de diestro de manera que no se podían aprovechar dellos, puestos los enemigos en celada de una parte y de otra del mal paso los tomaron en medio, y dellos mataron y dellos tomaron a vida para traer a Tesuico a sacrificar y sacarles los corazones delante de sus ídolos.

Y esto paresce que fue así porque cuando el dicho alguacil mayor por allí pasó ciertos españoles que iban con él en una casa de un pueblo que está entre Tesuico y aquél donde mataron y prendieron los cristianos hallaron en una pared blanca escritas con carbón estas palabras: «aquí estuvo preso el sin ventura de Juan Yuste», que era un hidalgo de los cinco de caballo, que sin duda fue cosa para quebrar el corazón a los que lo vieron. Y llegado el dicho alguacil mayor a este pueblo, como los naturales dél conoscieron su grand yerro y culpa comenzaron a ponerse en huida, y los de caballo y los peones españoles e indios nuestros amigos siguieron el alcance y mataron muchos y prendieron y cativaron muchas mujeres y niños que se dieron por esclavos, aunque movido a compasión, no quiso matar ni destruir tanto cuanto pudiera, y aun antes que de allí partiese hizo recoger la gente que quedaba y que se viniese a su pueblo, y así está hoy muy poblado y arrepentido de lo pasado.

Traslado de los trece bergantines

El dicho alguacil mayor pasó adelante cinco o seis leguas a una población de Tascaltecal que es la más junta a los términos de Culúa y allí halló a los españoles y gente que traían los bergantines. Y otro día que llegó partieron de allí con la tablazón y ligazón dellos, la cual traían con mucho concierto más de ocho mill hombres, que era cosa maravillosa de ver y así me paresce que es de oír llevar trece fustas diez y ocho leguas por tierra, que certifico a Vuestra Majestad que dende la avanguarda a la retroguarda había bien dos leguas de distancia. Y como comenzaron su camino llevando en la delantera ocho de caballo y cient españoles y en ella y en los lados por capitanes de más de diez mill hombres de guerra a Yutecad y Teutipil, que son dos señores de los prencipales de Tascaltecal, y en la rezaga venían otros ciento y tantos españoles con otros ocho de caballo, y en ella venía por capitán con otros diez mill hombres de guerra muy bien adreszados Chichimecatecle, que es de los prencipales señores desta provincia, con otros capitanes que traía consigo, el cual al tiempo que partió della llevaba la delantera con toda la tablazón, y la rezaga traían los otros dos capitanes con la ligazón. Y como entraron en tierra de Culúa los maestros de los bergantines mandaron llevar en la delantera la ligazón dellos y que la tablazón se quedase atrás, porque era cosa de más embarazo si algo les acaesciese, lo cual, si fuera, había de ser en la delantera.

Y Chichimecatecle, que traía la dicha tablazón, como siempre fasta allí con su gente de guerra había traído la delantera tomólo por afrenta, y fue cosa recia de acabar con él que se quedase en la retroguarda, porque él queria llevar el peligro que se pudiese rescibir. Y como ya lo concedió tampoco queria que en la rezaga se quedasen en guarda ningunos españoles, porque es hombre de mucho esfuerzo y queria él ganar aquella honra. Y llevaban estos capitanes dos mill indios cargados con su vitualla, y ansí con esta orden y concierto fueron su camino, en el cual se detuvieron tres días, y al cuarto entraron en esta cibdad con mucho placer y estruendo de atabales. Y yo los salí a rescebir y, como arriba digo, estendíase tanto la gente que dende que los primeros comenzaron a entrar hasta que los postreros hobieron acabado se pasaron más de seis horas sin quebrar el hilo de la gente. Y después de llegados y agradescido a aquellos señores las buenas obras que nos hacían, hícelos aposentar y proveer lo mejor que ser pudo.

Y ellos me dijeron que traían deseo de se ver con los de Culúa y que viese lo que mandaba, que ellos y aquella gente venían con voluntad de se vengar o morir con nosotros, y yo les di las gracias y les dije que reposasen y que presto les daria las manos llenas. Y después que toda esta gente de guerra de Tascaltecal hobo reposado en Tesuico tres o cuatro días, que cierto era para la manera de acá muy lucida gente, hice aprescebir veinte y cinco de caballo y trecientos peones y cincuenta ballesteros y escopeteros y seis tiros pequeños de campo, y sin decir a persona alguna adonde íbamos salí desta cibdad a las nueve del día, y conmigo salieron los capitanes ya dichos con más de treinta mill hombres por sus escuadrones muy bien ordenados segúnd la manera dellos. Y a cuatro leguas desta cibdad ya que era tarde encontramos un escuadrón de gente de guerra de los enemigos, y los de caballo rompimos por ellos y desbaratámoslos, y los de Tascaltecal como son muy ligeros siguiéronnos y matamos muchos de los contrarios. Y aquella noche dormimos en el campo muy sobre aviso. Y otro día de mañana seguimos nuestro camino, y yo no había dicho aún adónde era mi intención de ir, lo cual hacía porque me recelaba de algunos de los de Tesuico que iban con nosotros que no diesen aviso de lo que yo quería hacer a los de Méxyco y Temixtitán, porque no tenía aún ninguna seguridad dellos.

Y llegamos a una población que se dice Xaltoca que está asentada en medio de la laguna, y alderredor della hallamos muchas y grandes acequias llenas de agua y alderredor hacían la dicha población muy fuerte, porque los de caballo no podían entrar a ella. Y los contraríos daban muchas grítas tirándonos muchas varas y flechas, y los peones aunque con trabajo entráronles dentro y echáronlos fuera y quemaron mucha parte del pueblo. Y aquella noche nos fuimos a dormir una legua de allí, y en amaneciendo tomamos nuestro camino y en él hallamos los enemigos, y de lejos comenzaron a grítar como lo suelen hacer en la guerra, que cierto es cosa espantosa oírlos. Y nosotros comenzamos de seguillos, y siguiéndolos allegamos a una grande y hermosa cibdad que se dice Guanticlan , y hallámosla despoblada, y aquella noche nos aposentamos en ella.

Tacuba

Otro día siguiente pasamos adelante y llegamos a otra cibdad que se dice Tenaynca en la cual no hallamos resistencia alguna, y sin nos detener pasamos a otra que se dice Acapuzalco, que todas están alderredor de la laguna. Y tampoco nos detuvimos en ella porque deseaba mucho llegar a otra cibdad que estaba allí cerca que se dice Tacuba, que está muy cerca de Temixtitán. Y ya que estábamos junto a ella fallamos también alderredor muchas acequias de agua y los enemigos muy a punto, y como los vimos, nosotros y nuestros amigos arremetimos a ellos y entrámosles la cibdad, y matando en ellos los echamos fuera della. Y como era ya tarde aquella noche no hecimos más de nos aposentar en una casa que era tan grande que cupimos todos bien a placer en ella. Y en amanesciendo, los indios nuestros amigos comenzaron a saquear y a quemar toda la cibdad salvo el aposento donde estábamos, y pusieron tanta deligencia que aun dél se quemó un cuarto. Y esto se hizo porque cuando salimos la otra vez desbaratados de Temixtitán, pasando por esta cibdad los naturales della juntamente con los de Temixtitán nos hicieron muy cruel guerra y nos mataron muchos españoles.

En seis días que estuvimos en esta cibdad de Tacuba ninguno hobo en que no tuviésemos muchos recuentros y escaramuzas con los enemigos. Y los capitanes de la gente de Tascaltecal y los suyos hacían muchos desafíos con los de Temixtitán y peleaban los unos con los otros muy hermosamente y pasaban entre ellos muchas razones amenazándose los unos con los otros y diciéndose muchas injurias, que sin duda era cosa para ver. Y en todo este tiempo siempre morían muchos de los enemigos sin peligrar ninguno de los nuestros, porque muchas veces los entrábamos por las calzadas y puentes de la cibdad, aunque como tenían tantas defensas nos resistían reciamente, y muchas veces fingían que nos daban lugar para que entrásemos dentro diciéndonos: «entrad, entrad a holgaros». Y otras veces nos decían: «¿pensáis que hay agora otro Muteczuma para que haga todo lo que vosotros quisiéredes?» y estando en estas pláticas, yo me llegué una vez cerca de una puente que tenían quitada, y estando ellos de la otra parte hice señal a los nuestros que estuviesen quedos, y ellos también como vieron que yo les quería hablar hicieron callar a su gente.

Y díjeles que por qué eran locos y querían ser destruidos, y si había allí entre ellos algúnd señor prencipal de los de la cibdad, que se llegase allí, porque le quería hablar. Y ellos me respondieron que toda aquella multitud de gente de guerra que por allí veía que todos eran señores, por tanto, que dijese lo que quería. Y como yo no respondí cosa alguna comenzáronme a deshonrar. Y no sé quién de los nuestros díjoles que se morían de hambre y que no les habíamos de dejar salir de allí a buscar de comer, y respondieron que ellos no tenían nescesidad, y que cuando la tuviesen, que de nosotros y de los de Tascaltecal comerían. Y uno dellos tomó unas tortas de pan de maís y arrojólas hacia nosotros diciendo: «tomad y comed si tenéis hambre, que nosotros ninguna tenemos», y comenzaron luego a gritar y pelear con nosotros. Y como mi venida a esta cibdad de Tacuba había sido prencipalmente para haber plática con los de Temixtitán y saber qué voluntad tenían y mi estada allí no aprovechaba ninguna cosa, al cabo de los seis días acordé de me volver a Tesuico para dar priesa en ligar y acabar los bergantines para por la tierra y por la agua ponerles cerco.

Y el día que partimos venimos a dormir a la cibdad de Goatitan, de que arriba se ha fecho minción, y los enemigos no hacían sino seguirnos, y los de caballo de cuando en cuando revolvíamos sobre ellos y así nos quedaban algunos entre las manos. Y otro día comenzamos a caminar, y como los contrarios vían que nos veníamos creían que de temor lo hacíamos, y juntóse grand número dellos y comenzáronnos a seguir. Y como yo vi esto mandé a la gente de pie que se fuese adelante y que no se detuviese y que en la rezaga dellos fuesen cinco de caballo. Y yo me quedé con veinte y mandé a seis de caballo que se pusiesen en una cierta parte en celada y a otros seis en otra ya otros cinco en otra y yo con otros tres en otra, y que como los enemigos pasasen pensando que todos íbamos juntos adelante, en oyéndome el apellído de Señor Santiago saliesen y les diesen por las espaldas. Y como fue tiempo salimos y comenzamos a lancear en ellos, y turó el alcance cerca de dos leguas todas llanas como la palma, que fue muy hermosa cosa. Y ansí murieron muchos dellos a nuestras manos y de los indios nuestros amigos. Y se quedaron y nunca más nos siguieron, y nosotros nos volvimos y alcanzamos a la gente.

Y aquella noche dormimos en una gentil población que se dice Aculman que está dos leguas de la cibdad de Tesuico, para donde otro día nos partimos. Y a mediodía entramos en ella y fuimos muy bien rescebidos del alguacil mayor que yo había dejado por capitán y de toda la gente, y holgaron mucho con nuestra venida porque dende el día que de allí habíamos partido nunca habían sabido de nosotros y de lo que nos había suscedido, y estaban con muy grandísimo deseo de lo saber. Y otro día que hobimos llegado, los señores y capitanes de la gente de Tascaltecal me pidieron licencia y se partieron para su tierra muy contentos y con algúnd despojo de los enemigos. Dos días después de entrados a esta cibdad de Tesuico llegaron a mí ciertos indios mensajeros de los señores de Calco y dijéronme cómo les habían mandado que me hiciesen saber de su parte que los de Méxyco y Temixtitán iban sobre ellos a los destruir, y que me rogaban les inviase socorro como otras veces me lo habían pedido. Y yo proveí luego de inviar con Gonzalo de Sandoval veinte de caballo y trecientos peones, al cual encargué mucho que se diese priesa, y llegado, trabajase de dar todo el favor y ayuda que fuese posible a aquellos vasallos de Vuestra Majestad y nuestros amigos. Y llegado a Calco, halló mucha gente junta así de aquella provincia como de las de Guaxocingo y Guacachula que le estaban esperando, y dando orden en lo que se había de hacer partiéronse y tomaron su camino para una población que se dice Guastepeque, donde estaba la gente de Culúa en guarnición y de donde hacían daño a los de Calco.

Lucha por Guastapeque

Y a un pueblo que estaba en el camino salió mucha gente de los contrarios, y como nuestros amigos eran muchos y tenían en ventaja a los españoles y a los de caballo todos juntos rompieron por ellos y desampararon el campo y matando en ellos siguieron a los enemigos, y en aquel pueblo que está antes de Guastepeque reposaron aquella noche. Y otro día se partieron, y ya que llegaban junto a la dicha población de Guastepeque, los de Culúa comenzaron a pelear con los españoles, pero en poco rato los desbarataron, y matando en ellos los echaron fuera del pueblo. Y los de caballo se apearon para dar de comer a sus caballos y aposentarse, y estando así descuidados de lo que suscedió, llegan los enemigos hasta la plaza del aposento apellidando y gritando muy fieramente y echando muchas piedras y varas y flechas. Y los españoles dieron alarma, y ellos y nuestros amigos dándose mucha priesa salieron a ellos y echáronlos fuera otra vez, y siguieron el alcance más de una legua y mataron muchos de los contrarios, y volviéronse aquella noche bien cansados a Guastepeque, adonde estuvieron reposando dos días.

Lucha por Acapitchla

En este tiempo el alguacil mayor supo como en un pueblo más adelante que se dice Acapichtla había mucha gente de guerra de los enemigos y determinó de ir allá a ver si se darían de paz y a les requerir con ella. Y este pueblo era muy fuerte y puesto en una altura y donde no pudiesen ser ofendidos de los de caballo, y como llegaron los españoles los del pueblo sin esperar a cosa alguna empezaron a pelear con ellos y dende lo alto echar muchas piedras. Y aunque iba mucha gente de nuestros amigos con el dicho alguacil mayor, viendo la fortaleza de la villa no osaban acometer ni llegar a los contrarios, y como esto vio el dicho alguacil mayor y los españoles, determinaron de morir o subilles por fuerza a lo alto del pueblo, y con el apellido de Señor Santiago comenzaron a subir. Y plugo a Nuestro Señor dalles tal esfuerzo que aunque era mucha la defensa y resistencia que se les hacía les entraron, aunque hobo muchos heridos. Y como los indios nuestros amigos los siguieron y los enemigos se vieron de vencida, fue tanta la matanza dellos a manos de los nuestros y dellos despeñados de lo alto que todos los que allí se hallaron afirman que un río pequeño que cercaba casi aquel pueblo por más de una hora fue teñido en sangre y les estorbó de beber por entonces, porque como facía mucha calor tenían nescesidad dello.

Lucha en Calco

Y dado conclusión a esto y dejando al fin estas dos poblaciones de paz, aunque bien castigados por haberla al prencipio negado, el dicho alguacil mayor se volvió con toda la gente a Tesuico. Y crea Vuestra Católica Majestad que esta fue una bien señalada vitoria y donde los españoles mostraron bien señaladamente su esfuerzo. Como los de Méxyco y Temixtitán supieron que los españoles y los de Calco habían fecho tanto daño en su gente acordaron de inviar sobre ellos ciertos capitanes con mucha gente, y como los de Calco tuvieron aviso desto, inviaron a rogarme a mucha priesa que les inviase socorro. Y yo torné luego a despachar al dicho alguacil mayor con cierta gente de pie y de caballo, pero cuando llegó ya los de Culúa y los de Calco se habían visto en el campo y habían peleado los unos y los otros muy reciamente, y plugo a Dios que los de Calco fueron vencedores y mataron muchos de los contrarios y prendieron bien cuarenta personas dellos, entre los cuales había un capitán de los de Méxyco y otros dos prencipales, los cuales todos entregaron los de Calco al dicho alguacil mayor para que me los trujese, el cual me invió dellos y dellos dejó consigo, porque por seguridad de los de Calco estuvo con toda la gente en un pueblo suyo que es frontera de los de Méxyco. Y después que les paresció que no había nescesidad de su estada se volvió a Tesuico y trajo consigo a los otros prisoneros que le habían quedado.

En este medio tiempo hobimos otros muchos rebatos y recuentros con los naturales de Culúa, y por evitar prolijidad los dejo de especificar, Como ya el camino para la villa de la Vera Cruz dende esta cibdad de Tesuico estaba seguro y podían ir y venir por él los de la villa, tenían cada día nuevas de nosotros y nosotros dellos, lo cual antes cesaba. Y con un mensajero inviáronme ciertas ballestas y escopetas y pólvora con que hobimos grandísimo placer, y dende a dos días me inviaron otro mensajero con el cual me hicieron saber que al puerto habían llegado tres navíos y que traían mucha gente y caballos, y que luego los despacharían para acá. Y segúnd la nescesidad que teníamos, milagrosamente nos invió Dios este socorro. Yo buscaba siempre, Muy Poderoso Señor, todas las maneras y formas que podía para traer a nuestra amistad a éstos de Temixtitán, lo uno porque no diesen causa a que fuesen destruidos, y lo otro por descansar de los trabajos de todas las guerras pasadas, y prencipalmente porque dello sabía que redundaba servicio a Vuestra Majestad.

Cortes con los prisioneros tomados en Calco

Y dondequiera que podía haber alguno de la cibdad gelo tornaba a inviar para les amonestar y requerir que se diesen de paz, y el Miércoles Santo, que fueron veinte y siete de marzo del año de quinientos y veinte y uno, hice traer ante mí a aquellos principales de Temixtitán que los de Calco habían prendido y díjeles si querían algunos dellos ir a la cibdad y hablar de mi parte a los señores della y rogalles que no curasen de tener más guerra conmigo y que se diesen por vasallos de Vuestra Majestad como antes lo habían fecho, porque yo no les quería destruir sino ser su amigo. Y aunque se les hizo de mal, porque tenían temor que yéndoles con aquel mensaje los matarían, dos de aquellos prisoneros se determinaron de ir y pidiéronme una carta. Y aunque ellos no habían de entender lo que en ella iba sabían que entre nosotros se acostumbraba y que llevándola ellos los de la cibdad les darían crédito. Pero con las lenguas yo les dí a entender lo que en la carta decía, que era lo que yo a ellos les había dicho.

Y así se partieron y yo mandé a cinco de caballo que saliesen con ellos hasta los poner en salvo.

Otra vez Calco

El Sábado Santo los de Calco y otros sus aliados y amigos me inviaron a decir que los de Méxyco venían sobre ellos, y mostráronme en un paño blanco grande la figura de todos los pueblos que contra ellos venían y los caminos que traían, que me rogaban que en todo caso les inviase socorro. Y yo les dije que dende a cuatro o cinco días se lo inviaría, y que si entretanto se vían en nescesidad, que me lo hiciesen saber y que yo los socorrería. Y el tercero día de Pascua de Resurrección volviéronme a decir que me rogaban que brevemente fuese el socorro, porque a más andar se acercaban los enemigos. Yo les dije que yo quería ir a les socorrer, y mandé apregonar que para el viernes siguiente estuviesen apercebidos veinte y cinco de caballo y trecientos hombres de pie.

El jueves antes vinieron a Tesuico ciertos mensajeros de las provincias de Tazapan y Mascalcingo y Nautan y de otras cibdades que están en su comarca y dijéronme que se venían a dar por vasallos de Vuestra Majestad y a ser nuestros amigos porque ellos nunca habían muerto ningúnd español ni se habían alzado contra el servicio de Vuestra Majestad, y trujeron cierta ropa de algodón. Yo se lo agradescí y les prometí que si fuesen buenos se les haría buen tratamiento, y así se volvieron contentos. El viernes siguiente, que fueron cinco de abril del dicho año de quinientos y veinte y uno, salí desta cibdad de Tesuico con los treinta de caballo y trecientos peones que estaban apercebidos, y dejé en ella otros veinte de caballo y otros trecientos peones y por capitán a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, y salieron conmigo más de veinte mill hombres de los de Tesuico, y en nuestra ordenanza fuimos a dormir a una población de Calco que se dice Talmalco donde fuimos bien rescebidos y aposentados.

Y allí, porque está una buena fuerza, después que los de Calco fueron nuestros amigos siempre tenían gente de guarnición porque es frontera de los de Culúa, y otro día llegamos a Calco a las nueve del día, que no nos detuvimos más de hablar a los señores de allí y decirles mi parescer e intención, que era dar una vuelta en torno de las lagunas, porque creía que acabada esta jornada, que importaba mucho, fallaría fechos los trece bergantines y aparejados para los echar al agua, y como hobe hablado a los de Calco, partímonos aquel día a vísperas, y llegamos a una población suya donde se juntaron con nosotros más de cuarenta mill hombres de guerra nuestros amigos, y aquella noche dormimos allí.

Y porque los naturales desta dicha población me dijeron que los de Culúa me estaban esperando en el campo mandé que al cuarto del alba toda la gente estuviese en pie y apercebida, y otro día, en oyendo misa, comenzamos a caminar, y yo tomé la delantera con veinte de caballo y en la rezaga quedaron diez, y ansí pasamos por entre unas sierras muy agras. Y a las dos después de mediodía llegamos a un peñol muy alto y agro, y encima dél estaba mucha gente de mujeres y niños y todas las laderas llenas de gente de guerra. Y comenzaron luego a dar muy grandes alaridos haciendo muchas ahumadas, tirándonos con hondas y sin ellas muchas piedras y flechas y varas, por manera que en llegándonos cerca rescibíamos mucho daño.

Lucha por el peñol

Y aunque habíamos visto que en el campo no nos habían osado esperar, parescíame, aunque era otro camino el nuestro, que era poquedad pasar adelante sin hacerles algúnd mal sabor, y porque no creyesen nuestros amigos que de cobardía lo dejábamos de hacer comencé a dar una vista en torno del peñol, que había casi una legua, y cierto era tan fuerte que parescía locura queremos poner en ganárselo, y aunque les pudiera poner cerco y hacerles darse de pura nescesidad yo no me podía detener. Y así estando en esta confusión, determiné de les subir el risco por tres partes que yo había visto, y mandé a Cristóbal Corral, alférez de sesenta hombres de pie que yo traía siempre en mi compañía, que con su bandera acometiese y subiese por la parte más agra y que ciertos escopeteros y ballesteros le siguiesen; y a Juan Rodriguez de Villafuerte y a Francisco Verdugo, capitanes, que con su gente y con otros ciertos ballesteros y escopeteros subiesen por la otra parte; y a Pedro Dircio y Andrés de Monjaraz, capitanes, que acometiesen por la otra parte con otros pocos ballesteros y escopeteros; y que en oyendo soltar una escopeta, todos determinasen de subir y haber la vitoria o morir. Y luego en soltando el escopeta, comenzaron a subir y ganaron a los contrarios dos vueltas del peñol, que no pudieron subir más porque con pies y manos no se podían tener, porque era sin comparación la aspereza y agrura de aquel cerro.

Y echaban tantas piedras de lo alto con las manos y rodando que aun los pedazos que se quebraban y sembraban hacían infinito daño. Y fue tan recia la ofensa de los enemigos que nos mataron dos españoles e hirieron más de veinte, y en fin en ninguna manera pudieron pasar de allí. Y yo, viendo que era imposible poder más hacer de lo hecho y que se juntaban muchos de los contrarios en socorro de los del peñol, que todo el campo estaba lleno dellos, mandé a los capitanes que se volviesen. Y abajados los de caballo, arremetimos a los que estaban en lo llano y echámoslos de todo el campo alanceando y matando en ellos. Y duró el alcance más de hora y media, y como era mucha gente los de caballo derramáronse a una parte y a otra. Y después de recogidos, de algunos dellos fui informado cómo habían llegado obra de una legua de allí y habían visto otro peñol con mucha gente pero que no era tan fuerte, y que por lo llano cerca dél había mucha población y que no faltarían dos cosas que en este otro nos habían faltado: la una era agua, que no la había acá; y la otra, que por no ser tan fuerte el cerro no habría tanta resistencia y se podía sin peligro tomar la gente.

Cambio de planes, lucha por otro peñol

Y aunque con harta tristeza de no haber alcanzado vitoria, partimos de allí y fuimos aquella noche a dormir cerca del otro peñol, adonde pasamos harto trabajo y nescesidad porque tampoco fallamos agua ni en todo aquel día la habíamos bebido nosotros ni los caballos, y así nos estuvimos aquella noche oyendo hacer a los enemigos mucho estruendo de atabales y bocinas y gritas. Y en siendo el día claro, ciertos capitanes y yo comenzamos a mirar el risco, el cual nos paresció casi tan fuerte como el otro, pero tenía dos padrastros más altos que no él y no tan agros de subir, y en éstos estaba mucha gente de guerra para los defender. Y aquellos capitanes y yo y otros hidalgos que allí estaban tomamos nuestras rodelas y fuemos a pie hasta allá – porque los caballos los habían llevado a beber una legua de allí – no para más de ver la fuerza del peñol y por dónde se podría combatir.

Y la gente, como nos vieron ir, aunque no les habíamos dicho cosa alguna siguiéronnos. Y como llegamos al pie del peñol, los que estaban en el padrastro dél creyeron que yo quería acometer por el medio, y desamparáronlos por socorrer a los suyos. Y como yo vi el desconcierto que habían fecho y que tomados aquellos dos padrastros se les podría hacer dellos mucho daño, sin hacer mucho bollicio mandé a un capitán que de presto subiese con su gente y tomase él un padrastro de aquéllos más agro que habían desamparado, y así fue luego fecho. Y yo con la otra gente comencé a subir el cerro arriba allí donde estaba la más fuerza de la gente, y plugo a Dios que les gané una vuelta dél y posímonos en una altura que casi igualaba con lo alto de donde ellos peleaban, lo cual parescía que era cosa imposible podelles ganar, a lo menos sin infinito peligro. Y ya un capitán había puesto su bandera en lo más alto del cerro y de allí comenzó a soltar escopetas y ballestas en los enemigos, y como vieron el daño que rescebían y considerando el porvenir, hicieron señal que se querían dar y pusieron las armas en el suelo.

Y como mi motivo sea siempre dar a entender a esta gente que no les queremos hacer mal ni daño por más culpados que sean, especialmente queriendo ellos ser vasallos de Vuestra Majestad, y es gente de tanta capacidad que todo lo entienden y conoscen muy bien, mandé que no se les ficiese más daño. Y llegados a me hablar, los rescebí bien. Y como vieron cuán bien con ellos se había hecho, hiciéronlo saber a los del otro peñol, los cuales aunque habían quedado con vitoria determinaron de se dar por vasallos de Vuestra Majestad y viniéronme a pedir perdón por pasado. En esta población de cabe el peñol estuve dos días, y de allí invié a Tesuico los heridos.

Regreso a Guatespeque

Y yo me partí y a las diez del día llegamos a Guastepeque, de que arriba he fecho mención, y en la casa de una huerta del señor de allí nos aposentamos todos, la cual huerta es la mayor y más fermosa y fresca que nunca se vio, porque tiene dos leguas de circuito y por medio della va una muy gentil ribera de agua, y de trecho a trecho, cantidad de dos tiros de ballesta, hay aposentamientos y jardines muy frescos e infinitos árboles de diversas frutas y muchas yerbas y flores olorosas, que cierto es cosa de admiración ver la gentileza y grandeza de toda esta huerta. Y aquel día reposamos en ella, donde los naturales nos hicieron el placer y servicio que pudieron. Y otro día nos partimos, y a las ocho horas del día llegamos a una buena población que se dice Yautepeque, en la cual estaban esperándonos mucha gente de guerra de los enemigos. Y como llegamos, paresció que quisieron hacernos alguna señal de paz o por el temor que tuvieron o por nos engañar, pero luego incontinente sin más acuerdo comenzaron a huir desamparando su pueblo. Y yo no curé de deternerme en él, y con los treinta de caballo dimos tras ellos bien dos leguas fasta los encerrar en otro pueblo que se dice Gilutepeque, donde alanceamos y matamos muchos.

Y en este pueblo hallamos la gente muy descuidada porque llegamos primero que sus espías, y murieron algunos y tomáronse muchas mujeres y mochachos, y todos los demás huyeron. Y yo estuve dos días en este pueblo creyendo que el señor dél se viniera a dar por vasallo de Vuestra Majestad, y como nunca vino, cuando partí fice poner fuego al pueblo. Y antes que dél saliese vinieron ciertas personas del pueblo antes, que se dice Yactepeque, y rogáronme que les perdonase y que ellos se querían dar por vasallos de Vuestra Majestad. Yo los rescebí de buena voluntad porque en ellos se habían hecho ya buen castigo.

Guerra en Coadnabaced

Aquel día que me partí a las nueve del día llegué a vista de un pueblo muy fuerte que se llama Coadnabaced, y dentro dél había mucha gente de guerra y era tan fuerte el pueblo y cercado de tantos cerros y barrancas que algunas había de diez estados de hondura. Y no podía entrar ninguna gente de caballo salvo por dos partes y éstas entonces no las sabíamos, y aun para entrar por aquéllas habíamos de rodear más de legua y media. Y también se podía entrar por puentes de madera, pero teníanlas alzadas y estaban tan fuertes y tan a su salvo que aunque fuéramos diez veces más no nos tuvieran en nada. Y llegándonos hacia ellos, tirábannos a su placer muchas varas y flechas y piedras. Y estando así muy revueltos con nosotros, un indio de Tascaltecal pasó de tal manera que no le vieron por un paso muy peligroso, y como los enemigos le vieron ansí de súpito creyeron que los españoles les entraban por allí. Y así, ciegos y espantados, comienzan a ponerse en huida y el indio tras ellos. Y tres o cuatro criados míos y otros dos de una capitanía, como vieron pasar al indio, siguiéronle y pasaron de la otra parte, y yo con los de caballo comencé a guiar hacia la sierra para buscar entrada al pueblo.

Y los indios nuestros enemigos no hacían sino tirarnos varas y flechas porque entre ellos y nosotros no había más de una barranca como cava, y como esta ban embebecidos en pelear con nosotros y éstos no habían visto los cinco españoles, llegan de improviso por las espaldas y comienzan a darles de cochilladas. Y como los tomaron de tan sobresalto y sin pensamiento que por las espaldas se les había de facer alguna ofensa, porque ellos no sabían que los suyos habían desamparado el paso por donde los españoles y el indio habían pasado, estaban espantados y no osaban pelear, y los españoles mataban en ellos. Y desque cayeron en la burla comenzaron a huir, y ya nuestra gente de pie estaba dentro en el pueblo y le comenzaban a quemar y los enemigos todos a le desamparar. Y así huyendo se acogieron a la sierra, aunque murieron muchos dellos y los de caballo siguieron y mataron muchos. Y después que hallamos por dónde entrar al pueblo, que sería mediodía, aposentámosnos en las casas de una huerta porque lo hallamos ya casi quemado todo.

Y ya bien tarde, el señor dél y algunos otros prencipales, viendo que en cosa tan fuerte como su pueblo no se habían podido defender, temiendo que allá en la sierra los habíamos de ir a matar, acordaron de se venir a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad después de les haber quemado, y yo los rescebí por tales y prometiéronme de ahí adelante ser siempre nuestros amigos. Estos indios y los otros que venían a se dar por vasallos de Vuestra Majestad después de los haber quemado y destruido sus casas y haciendas nos dijeron que la causa por que venían tarde a nuestra amistad era porque pensaban que satisfacían sus culpas con consentir primero hacerles daño, creyendo que hecho, no terníamos después tanto enojo dellos.

Guerra en Suchimilco

Aquella noche dormimos en aquel pueblo, y por la mañana seguimos nuestro camino por una tierra de pinares despoblada y sin ninguna agua, la cual y un puerto pasamos con grandísimo trabajo y sin beber, tanto que muchos de los indios que iban con nosotros perescieron de sed. Y a siete leguas de aquel pueblo en unas estancias paramos aquella noche. Y en amanesciendo tomamos nuestro camino y llegamos a vista de una gentil cibdad que se dice Suchimilco, que está edificada en la la guna dulce. Y como los naturales della estaban avisados de nuestra venida tenían hechas muchas albarradas y acequias, y alzadas las puentes de todas las entradas de la cibdad, la cual está de Timixtitán tres o cuatro leguas, y estaba dentro mucha y muy lucida gente y muy determinados de se defender o morir. Y llegados y recogida toda la gente y puesta en mucha orden y concierto, yo me apeé de mi caballo y seguí con ciertos peones hacia una albarrada que tenían hecha, y detrás estaba infinita gente de guerra. Y como comenzamos a combatir el albarrada y los ballesteros y escopeteros les hacían daño, desamparáronla, y los españoles se echaron al agua y pasaron adelante por donde hallaban tierra firme, y en media hora que peleamos con ellos les ganamos la prencipal parte de la cibdad.

Y retraídos los contrarios, por las calles del agua y en sus canoas pelearon hasta la noche. Y unos movían paces y otros por eso no dejaban de pelear, y moviéronlas tantas veces sin ponerlas por obra hasta que caímos en la cuenta, porque ellos lo hacían para dos efetos: el uno, para alzar sus haciendas en tanto que nos detenían con la paz; el otro, por dilatar tiempo en tanto que les venía socorro de México y Temixtitán.

Y este día nos mataron dos españoles porque se desmandaron de los otros a robar y viéronse con tanta nescesidad que nunca pudieron ser socorridos. Y en la tarde pensaron los enemigos cómo nos podrían atajar de manera que no pudiésemos salir de su cibdad con las vidas y juntos mucha copia dellos, determinaron de venir por la parte que nosotros habíamos entrado. Y como los vimos venir tan de súpito, espantámonos de ver su ardid y presteza, y seis de caballo y yo que estábamos más a punto que los otros arremetimos por medio dellos. Y ellos de temor de los caballos pusiéronse en huida, y ansí salimos de la cibdad tras ellos matando muchos, aunque nos vimos en harto aprieto, porque como eran tan valientes hombres, muchos dellos osaban esperar a los de caballo con sus espadas y rodelas.

Problemas de Cortes en la guerra

Y como andábamos revueltos con ellos y había muy grand pieza, el caballo en que yo iba se dejó caer de cansado. Y como algunos de los contrarios me vieron a pie revolvieron contra mí, y yo con la lanza empecéme a defender dellos. Y un indio de los de Tascaltecal, como me vio en necesidad llegóse a me ayudar, y él y un mozo mío que luego llegó levantamos el caballo. Y ya en esto llegaron los españoles y los enemigos desampararon todo el campo, y yo con los otros de caballo que entonces habían llegado, como estábamos muy cansados nos volvimos a la cibdad. Y aunque era ya casi noche y sazón de reposar mandé que todas las puentes alzadas por do iba el agua se cegasen con piedra y adobes que había allí porque los de caballo pudiesen entrar y salir sin estorbo ninguno en la cibdad, y no me partí de allí fasta que todos aquellos pasos malos quedaron muy bien adreszados. Y con mucho aviso y recaudo de velas pasamos aquella noche.

Ataque de los mexicas en Suchimilco

Otro día, como todos los naturales de la provincia de México y Temixtitán sabían ya que estábamos en Suchimilco, acordaron de venir con grand poder por el agua y por la tierra a nos cercar, porque creían que no podíamos ya escapar de sus manos. Y yo me subí a una torre de sus ídolos para ver cómo venía la gente y por dónde nos podían acometer, para proveer en ello lo que nos conveniese, y ya que en todo había dado orden llega por el agua una muy grande flota de canoas, que creo que pasaban de dos mill, y en ellas venían más de doce mill hombres de guerra. Y por la tierra llega tanta multitud de gente que todos los campos cubrían, y los capitanes dellos que venían delante traían sus espadas de las nuestras en las manos, y apellidando sus provincias decían: ¡México, México! ¡Temixtitán, Temixtitán!», y decíannos muchas enjurias y amenazándonos que nos habían de matar con aquellas espadas que nos habian tomado la otra vez en la cibdad de Temixtitán. Y como ya había proveído adónde había de acudir cada capitán, y porque hacia la tierra firme había mucha copia de enemigos, salí a ellos con veinte de caballo y con quinientos indios de Tascaltecal y repartímonos en tres partes. Y mandéles que desque hobiesen rompido, que se recogiesen al pie de un cerro que estaba media legua de allí, porque también había allí mucha gente de los enemigos. Y como nos dividimos cada escuadrón siguió a los enemigos por su cabo, y después de desbaratados y alanceados y muertos muchos, recogímonos al pie del cerro. Y yo mandé a ciertos peones criados míos que me habían servido y eran bien sueltos que por lo más agro del cerro trabajasen de lo subir, y que yo con los de caballo rodearía por detrás, que era más llano, y los tomaríamos en medio. Y ansí fue, que como los enemigos vieron que los españoles les subian por el cerro, volvieron las espaldas, creyendo que huían a su salvo, y topan con nosotros, que seríamos quince de caballo. Y comenzamos a dar en ellos y los de Tascaltecal ansimesmo, por manera que en poco espacio murieron más de quinientos de los enemigos, y todos los otros se salvaron y fuyeron a las sierras. Y los otros seis de caballo acertaron a ir por un camino muy ancho y muy llano alanceando en los enemigos, y a media legua de Suchimilco dan sobre un escuadrón de gente muy lucida que venía en su socorro, y desbaratáronlos y alancearon algunos.

Quema de Suchimilco

Y ya que nos hobimos juntado todos los de caballo, que serían las diez del día, volvimos a Suchimilco. Y a la entrada hallé muchos españoles que deseaban mucho nuestra venida y saber lo que nos había acontecido, y contáronme cómo se habían visto en mucho aprieto y habían trabajado todo lo posible por echar fuera los enemigos, de los cuales habían muerto mucha cantidad, y diéronme dos espadas de las nuestras que les habían tomado y dijéronme cómo los ballesteros no tenían saetas ni almacén alguno. Y estando en esto, antes que nos apeásemos asomaron por una calzada muy ancha un grand escuadrón de los enemigos con muy grandes alaridos y de presto arremetimos a ellos, y como de la una parte y de la otra de la calzada era todo agua lanzáronse en ella, y así los desbaratamos. Y recogida la gente, volvimos a la cibdad bien cansados y mandéla quemar toda expceto aquello donde estábamos aposentados. Y así estuvimos en esta cibdad tres días que en ninguno dellos dejamos de pelear, y al cabo, dejándola toda quemada y asolada, nos partimos.

Y cierto era mucho para ver, porque tenía muchas casas y torres de sus ídolos de cal y canto. Y por no me alargar dejo de particularizar otras cosas bien notables desta cibdad. El día que me partí me salí fuera a una plaza que está en la tierra firme junto a esta cibdad que es donde los naturales hacen sus mercados. Y estaba dando orden cómo diez de caballo fuesen en la delantera y otros diez en medio de la gente de pie y yo con otros diez en la rezaga, y los de Suchimilco, como vieron que nos encomenzábamos a ir, creyendo que de temor suyo era, llegan por nuestras espaldas con mucha grita. Y los diez de caballo y yo volvimos a ellos y seguímoslos hasta meterlos en el agua en tal manera que no curaron más de nosotros, y así nos volvimos nuestro camino.

Llegada a Cuyoacan

Y a las diez del día llegamos a la cibdad de Cuyoacan, que está de Suchimilco dos leguas, y de las cibdades de Temixtitán y Culuacan y Uchilubuzco e Yztapalapa y Cuytaguapa y Mizqueque, que todas están en el agua – la más lejos déstas está una legua y media – , y hallámosla despoblada. Y aposentámosnos en la casa del señor y aquí estuvimos el día que llegamos y otro. Y porque en siendo acabados los bergantines había de poner cerco a Temixtitán, quise primero ver la disposición desta cibdad y las entradas y salidas y por dónde los españoles podían ofender o ser ofendidos, y otro día que llegué tomé cinco de caballo y ducientos peones y fuime hasta la laguna, que estaba muy cerca, por una calzada que entra a la cibdad de Temixtitán. Y vimos tanto número de canoas por el agua y en ellas gente de guerra que era infinito, y llegamos a una albarrada que tenían fecha en la calzada y los peones comenzáronla a combatir. Y aunque fue muy recia y hobo mucho resistencia e hirieron diez españoles, al fin se la ganaron y mataron muchos de los enemigos, aunque los ballesteros y escopeteros quedaron sin pólvora y sin saetas. Y dende alli vimos cómo iba la calzada derecha por el agua hasta dar en Temixtitán bien legua y media, y ella y la otra que va a dar a Yztapalapa llenas de gente sin cuento. Y como yo hobe considerado bien lo que convenía verse, porque aquí en esta cibdad había de estar una guarnición de gente de pie y de caballo, hice recoger los nuestros, y así nos volvimos quemando las casas y torres de sus ídolos.

Regreso a Tacuba

Y otro día nos partimos desta cibdad a la de Tacuba, que está dos leguas, y llegamos a las nueve del día alanceando por unas partes y por otras porque los enemigos salían de la laguna por dar en los indios que nos traían el fardaje, y hallábanse burlados y ansí nos dejaban ir en paz. Y porque, como he dicho, mi intención prencipal había sido procurar de dar vuelta a todas las lagunas por calar y saber mejor la tierra y también por socorrer aquellos nuestros amigos, no curé de pararme en Tacuba. Y como los de Temixtitán – que está allí muy cerca, que casi se estiende la cibdad tanto que llega cerca de la tierra firme de Tacuba – como vieron que pasábamos adelante cobraron mucho esfuerzo, y con gran denuedo acometieron a dar en medio de nuestro fardaje. Y como los de caballo veníamos bien repartidos y todo por allí era llano aprovechábamosnos bien de los contrarios sin rescebir los nuestros ningúnd peligro, y como corríamos a unas partes y a otras y unos mancebos críados míos me siguían algunas veces, aquella vez dos déllos no lo hicieron y halláronse en parte donde los enemigos los llevaron, donde creemos que les darían muy cruel muerte como acostumbran, de que sabe Dios el sentimiento que hobe, ansí por ser cristianos como porque eran valientes hombres y le habían servido muy bien en esta guerra a Vuestra Majestad.

Y salidos desta cibdad, comenzamos a seguir nuestro camino por entre otras poblaciones cerca de allí y alcanzamos a la gente. Y allí supe entonces cómo los indios habían llevado aquellos mancebos, y por vengar su muerte y porque los enemigos nos seguían con el mayor orgullo de mundo, yo con veinte de caballo me puse detrás de unas casas en celada. Y como los indios vían a los otros diez con toda la gente y fardaje ir adelante, no hacían sino seguillos por un camino adelante que era muy ancho y muy llano, no se temiendo de cosa ninguna. Y como vimos pasar ya algunos, yo apellidé en nombre del apóstol Santiago y dimos en ellos muy reciamente, y antes que se nos metiesen en las acequias que había cerca habíamos muerto dellos más de cient prencipales y muy lucidos, y no curaron de más nos seguir. Este día fuimos a dormir dos leguas adelante a la cibdad de Coatinchan bien cansados y mojados, porque había llovido mucho aquella tarde, y hallámosla despoblada. Y otro día comenzamos de caminar alanceando de cuando en cuando a algunos indios que nos salían a gritar, y fuemos a dormir a una población que se dice Gilotepeque, y hallámosla despoblada. Y otro día llegamos a las doce horas del día una cibdad que se dice Aculman, que es del señorío de la cibdad de Tesuico, a donde fuemos aquella noche a dormir.

Y fuemos de los españoles bien rescebidos y se holgaron con nuestra venida como a la salvación, porque después que yo me había partido dellos no habían sabido de mí fasta aquel día que llegamos, y habían tenido muchos rebatos en la cibdad, y los naturales della les decían cada día que los de México y Temixtitán habían de venir sobre ellos en tanto que yo por allá andaba. Y así se concluyó con la ayuda de Dios esta jornada, y fue muy grand cosa y en que Vuestra Majestad rescibió mucho servicio por muchas causas que adelante se dirán.

Casas de granjeria

Al tiempo que yo, Muy Poderoso e Invitísimo Señor, estaba en la cibdad de Temixtitán, luego a la primera vez que a ella vine, proveí, como en la otra relación hice saber a Vuestra Majestad, que en dos o tres provincias aparejadas para ello se hiciesen para Vuestra Majestad ciertas casas de granjerías en que hobiese labranzas y otras cosas conforme a la calidad de aquellas provincias. Y a una dellas que se dice Chinanta invié para ello dos españoles. Y esta provincia no es subjeta a los naturales de Culúa, y en las otras que lo eran al tiempo que me daban guerra en la cibdad de Temixtitán mataron a los que estaban en aquellas granjerías y tomaron lo que en ellas había, que era cosa muy gruesa segúnd la manera de la tierra. Y destos españoles que estaban en Chinanta se pasó casi un año que no supe dellos, porque como todas aquellas provincias estaban rebeladas ni ellos podían saber de nosotros ni nosotros dellos. Y estos naturales de la provincia de Chinanta, como eran vasallos de Vuestra Majestad y enemigos de los de Culúa, dijeron a aquellos cristianos que en ninguna manera saliesen de su tierra, porque nos habían dado los de Culúa mucha guerra y creían que pocos o ningunos de nosotros había vivos, y así se estuvieron estos dos españoles en aquella tierra.

Y el uno dellos, que era mancebo y hombre para guerra, hiciéronle su capitán, y en este tiempo salía con ellos a dar guerra a sus enemigos y las más veces él y los de Chinanta eran vencidores. Y como después plugo a Dios que nosotros volvimos a nos rehacer y haber alguna vitoria contra los enemigos que nos habían desbaratado y echado de Temixtitán, éstos de Chinanta dijeron a aquellos cristianos que habían sabido que en la provincia de Tepeaca había españoles, y que si querían saber la verdad, que ellos querían aventurar dos indios, aunque habían de pasar por mucha tierra de sus enemigos, pero que andarían de noche y fuera del camino hasta llegar a Tepeaca. Y con aquellos dos indios el uno de aquellos españoles, que era el más hombre de bien, escríbió una carta cuyo tenor es el siguiente:

Nobles señores: Dos o tres cartas he escrípto a vuestras mercedes, y no sé si han aportado allá o no. Y pues de aquéllas no he habido respuesta, también pongo en duda habella désta. Hágoos, señores, saber cómo todos los naturales desta tierra de Culúa andan levantados y de guerra. Y muchas veces nos han acometido, pero siempre, loores a Nuestro Señor, hemos sido vencidores. Y con los de Tuxtepeque y su parcialidad de Culúa cada día tenemos guerra. Los que están en servicio de Sus Altezas y por sus vasallos son siete villas de los Tenez. Y yo y Nicolás siempre estamos en Chinanta, que es la cabecera. Mucho quisiera saber adónde está el capitán para le poder escrebir y hacer saber las cosas de acá. Y si por ventura me escribiéredes de dónde él está e inviáredes veinte o treinta españoles, irme ía con dos naturales prencipales de aquí que tienen deseo de ver y fablar al capitán. Y sería bien que viniesen, porque como es tiempo agora de coger el cacao, estórbanlo los de Culúa con las guerras. Nuestro Señor guarde las nobles personas de vuestras mercedes como desean. – De Chinantla, a no sé cuántos del mes de abríl de mill y quinientos y veinte y uno años. A servicio de vuestras mercedes. – Fernando de Barrientos.

Y como los dos indios llegaron con esta carta a la dicha provincia de Tepeaca, el capitán que yo allí había dejado con ciertos españoles inviómela luego a Tesuico. Y rescebida, todos rescebimos muy grand placer, porque aunque siempre habíamos confiado en la amistad de los de Chinanta, teníamos pensamiento que si se confederaban con los de Culúa, que habrían muerto aquellos dos españoles. A los cuales yo luego escribí dándoles cuenta de lo pasado y que tuviesen esperanza, que aunque estaban cercados de todas partes de los enemigos, presto, placiendo a Dios, se verían libres y podrían salir y entrar seguros.

Preparativos para el asalto final

Después de haber dado vuelta a las lagunas, en que tomamos muchos avisos para poner el cerco a Temixtitán por la tierra y por el agua, yo estuve en Tesuico fornesciéndome lo mejor que pude de gente y de armas y dando priesa en que se acabasen los bergantines y una zanja que se hacía para los llevar por ella fasta la laguna, la cual zanja se comenzó a facer luego que la ligazón y tablazón de los bergantines se trujeron en una acequia de agua que iba por cabe los aposentamientos fasta dar en la laguna. Y desde donde los bergantines se ligaron y la zanja se comenzó a hacer hay bien media legua fasta la laguna, y en esta obra anduvieron cincuenta días más de ocho mill personas cada día de los naturales de la provincia de Aculuacan y Tesuico, porque la zanja tenía más de dos estados de hondura y otros tantos de anchura e iba toda chapada y estacada , por manera que el agua que por ella iba la pusieron en el peso de la laguna, de forma que las fustas se podían llevar sin peligro y sin trabajo fasta el agua, que cierto que fue obra grandísima y mucho para ver.

Y acabados los bergantines y puestos en esta zanja, a veinte y ocho de abril del dicho año fice alarde de toda la gente y hallé ochenta y seis de caballo, y ciento y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y setecientos y tantos peones de espadas y rodela, y tres tiros gruesos de hierro, y quince tiros pequeños de bronce y diez quintales de pólvora. Acabado de hacer el dicho alarde, yo encargué y encomendé mucho a todos los españoles que guardasen y cumpliesen las ordenanzas que yo había hecho para las cosas de la guerra en todo cuanto les fuese posible, y que se alegrasen y esforzasen mucho, pues que vían que Nuestro Señor nos encaminaba para haber vitoria de nuestros enemigos, porque bien sabían que cuando habíamos entrado en Tesuico no habíamos traído más de cuarenta de caballo, y que Dios nos había socorrido mejor que lo habíamos pensado y habían venido navíos con los caballos y gente y armas que habían visto; y que esto y prencipalmente ver que peleábamos en favor y augmento de nuestra fee y por reducir al servicio de Vuestra Majestad tantas tierras y provincias como se le habían rebelado les había de poner mucho ánimo y esfuerzo para vencer o morir.

Y todos respondieron y mostraron tener para ello muy entera voluntad y deseo. Y aquel día del alarde pasamos con mucho placer y deseo de nos ver ya sobre el cerco y dar conclusión a esta guerra, de que dependía toda la paz o desasosiego destas partes.

Peticion de ayuda a los aliados para el ataque final

Otro día siguiente fice mensajeros a las provincias de Tascaltecal, Guaxocingo y Churultecal a les facer saber cómo los bergantines eran acabados y que yo y toda la gente estábamos apercebidos y de camino para ir a cercar la grand cibdad de Temixtitán; por tanto, que les rogaba, pues que ya por mí estaban avisados y tenían su gente apercebida, que con toda la más y bien armada [gente] que pudiesen, se partiesen y se viniesen allí a Tesuico donde yo les esperaría diez días, y que en ninguna manera excediesen desto, porque sería grande desvío para lo que estaba concertado. Y como llegaron los mensajeros y los naturales de aquellas provincias estaban apercebidos y con mucho deseo de se ver con los de Culúa, los de Guaxocingo y Chorultecal se vinieron a Calco porque yo se lo había ansí mandado, porque junto por allí había de entrar a poner el cerco. Y los capitanes de Tascaltecal con toda su gente muy lucida y bien armada llegaron a Tesuico cinco o seis días antes de Pascua de Espíritu Santo, que fue el tiempo que yo les asigné. Y como aquel día supe que venían cerca, salílos a rescebir con mucho placer. Y ellos venían tan alegres y bien ordenados que no podía ser mejor, y segúnd la cuenta que los capitanes nos dieron pasaban de cincuenta mill hombres de guerra, los cuales fueron por nosotros muy bien rescebidos y aposentados.

Organización del ataque

El segundo día de Pascua mandé salir a toda la gente de pie y de caballo a la plaza desta cibdad de Tesuico para la ordenar y dar a los capitanes la que habían de llevar para tres guarniciones de gente que se habían de poner en tres cibdades que están en torno de Temixtitán.

A)Y de la una guarnición hice capitán a Pedro de Alvarado, y dile treinta de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y cincuenta peones de espada y rodela y más de veinte y cinco mill hombres de guerra de los de Tascaltecal. Y éstos habían de asentar su real en la cibdad de Tacuba. De Tacuba pasa una calzada para Tecnotitlan y estan las fuentes del agua dulce que abastece la ciudad.

B)De la otra guarnición fice capitán a Cristóbal de Olid, al cual di treinta y tres de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y sesenta peones de espada y rodela y más de veinte mill hombres de guerra de nuestros amigos. Y éstos habían de asentar su real en la cibdad de Cuyoacan. De Cuyocan parte otra calzada para Tecnotitlan.

C)De la otra tercera guarnición fice capitán a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, y díle veinte y cuatro de caballo, y cuatro escopeteros, y trece ballesteros y ciento y cincuenta peones de espada y rodela – los cincuenta dellos mancebos escogidos que yo traía en mi compañía – y toda la gente de Guaxocingo y Chururtecal y Calco, que había más de treinta mill hombres. Y éstos habían de ir por la cibdad de Yztapalapa a destruirla y pasar adelante por una calzada de la laguna con favor y espaldas de los bergantines, y juntarse con la guarnición de Cuyoacan, para que después que yo entrase con los bergantines por la laguna el dicho alguacil mayor asentase su real donde le paresciese que más convenía.

D)Para los trece bergantines con que yo había de entrar por la laguna dejé trecientos hombres, todos los más gente de la mar y bien diestra, de manera que en cada bergantín iban veinte y cinco españoles y cada fusta llevaba su capitán y veedor y seis ballesteros y [seis] escopeteros.

A+B)Dada la orden susodicha, los dos capitanes que habían de estar con la gente en las cibdades de Tacuba y Cuyoacan (Alvarado y Olid), después de haber rescebido las instruciones de lo que habían de hacer, se partieron de Tesuico a diez días de mayo, y fueron a dormir dos leguas y media de allí a una población buena que se dice Aculman. Y aquel día supe cómo entre los capitanes había habido cierta diferencia sobre el aposentamiento, y proveí luego esa noche para lo remediar y poner en paz y yo invié una persona para ello que los reprehendió y apaciguó. Y otro día de mañana se partieron de allí y fueron a dormir a otra población que se dice Gilotepeque, la cual hallaron despoblada porque era ya tierra de los enemigos. Y otro día siguiente siguieron su camino en su ordenanza y fueron a dormir a una cibdad que se dice Guatitlan de que antes desto he fecho relación a Vuestra Majestad, la cual ansimesmo hallaron despoblada. Y aquel día pasaron por otras dos cibdades y poblaciones que tampoco hallaron gente en ellas. Y a hora de vísperas entraron en Tacuba, que también estaba despoblada, y aposentáronse en las casas del señor de allí, que son muy hermosas y grandes. Y aunque era ya tarde, los naturales de Tascaltecal dieron una vista por la entrada de dos calzadas de la cibdad de Temixtitán y pelearon dos o tres horas valientemente con los de la cibdad. Y como la noche los despartió, volviéronse sin ningúnd peligro a Tacuba.

Otro día de mañana los dos capitanes acordaron, como yo les había mandado, de ir a quitar el agua dulce que por caños entraba a la cibdad de Temextitán. Y el uno dellos con veinte de caballo y ciertos ballesteros y escopeteros fue al nascimiento de la fuente, que estaba un cuarto de legua de allí, y cortó y quebró los caños, que eran de madera y de cal y canto. Y peleó reciamente con los de la cibdad que se lo defendían por la mar y por la tierra, y al fin los desbarató y dio conclusión a lo que iba, que era quitarles el agua dulce que entraba a la cibdad, que fue muy grande ardid. Este mismo día los capitanes ficieron adreszar algunos malos pasos y puentes y acequias que estaban por allí alderredor de la laguna porque los de caballo pudiesen libremente correr por una parte y por otra. Y hecho esto, en que se tardaría tres o cuatro días en los cuales se hobieron muchos recuentros con los de la cibdad en que fueron heridos algunos españoles y muertos hartos de los enemigos y les ganaron muchas albarradas y puentes y hobo hablas y desafíos entre los de la cibdad y los naturales de Tascaltecal que eran cosas bien notables y para ver, el capitán Cristóbal de Olid con la gente que había de estar en guarnición en la cibdad de Cuyoacan, que está dos leguas de Tacuba, se partió.

B) Olid parte para Cuyocan

Y el capitán Pedro de Alvarado se quedó en guarnición con su gente en Tacuba, donde cada día tenía escaramuzas y peleas con los in dios. Y aquel día que Cristóbal de Olid se partió para Cuyoacan él y la gente llegaron a las diez del día y aposentáronse en las casas del señor de allí y hallaron despoblada la cibdad. Y otro día de mañana fueron a dar una vista a la calzada que entra en Temixtitán con hasta veinte de caballo y algunos ballesteros y con seis o siete mill indios de Tascaltecal, y hallaron muy apercebidos los contrarios y rota la calzada y hechas muchas albarradas, y pelearon con ellos y los ballesteros hirieron y mataron algunos. Y esto continuaron seis o siete días que en cada uno dellos hobo muchos recuentros y escaramuzas.

Y una noche a media noche llegaron ciertas velas de los de la cibdad a gritar cerca del real y las velas de los españoles apellidaron alarma, y salió la gente y no hallaron ninguno de los enemigos porque dende muy lejos del real habían dado la grita, la cual les había puesto algúnd temor. Y como la gente de los nuestros estaba dividida en tantas partes, los de las dos guarniciones deseaban mi llegada con los bergantines como la salvación, y con esta esperanza estuvieron aquellos pocos días hasta que yo llegué, como adelante diré.

Y en estos seis días los del un real y del otro se juntaban cada día y los de caballo corrían la tierra como estaban cerca los unos de los otros, y siempre alanceaban muchos de los enemigos y de la sierra cogían mucho maíz para sus reales, que es el pan y mantenimiento destas partes y hace mucha ventaja a lo de las Islas. En los capítulos precedentes dije cómo yo me quedaba en Tesuico con trecientos hombres y los trece bergantines porque, en sabiendo que las guarniciones estaban en los lugares donde habían de asentar sus reales, yo me embarcase y diese una vista a la cibdad e ficiese algun daño en las canoas.

Y aunque yo deseaba mucho irme por la tierra por dar orden en los reales, como los capitanes eran personas de quien se podía muy bien fiar lo que tenían entre manos y lo de los bergantines importaba mucha importancia y se requería grand concierto y cuidado, determiné de me meter en ellos porque la más aventura y ries go era la que se esperaba por el agua, y aunque por las personas prencipales de mi compañía me fue requerido en forma que me fuese con las guarniciones, porque ellos pensaban que ellas llevaban lo más peligroso.

C)Ataque a Yztapalapa

Y otro día después de la fiesta de Corpus Christi, viernes, al cuarto del alba fice salir de Tesuico a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con su gente y que se fuese derecho a la cibdad de Yztapalapa, que estaba de allí seis leguas pequeñas. Y a poco más de mediodía llegaron a ella y comenzaron a quemarla y a pelear con la gente della, y como vieron el grand poder que el alguacil mayor llevaba, porque iban con él más de treinta y cinco o cuarenta mill hombres nuestros amigos, acogéronse al agua en sus canoas. Y el alguacil mayor con toda la gente que llevaba se aposentó en aquella cibdad y estuvo en ella aquel día esperando lo que yo le había de mandar y me suscedía.

D)Como hobe despachado al alguacil mayor luego me metí en los bergantines y nos hecimos a la vela y al remo, y al tiempo que el alguacil mayor combatía y quemaba la cibdad de Yztapalapa llegamos a vista de un cerro grande y fuerte que está cerca de la dicha cibdad y todo en el agua. Conoscieron que yo entraba ya por la laguna, y el dicho cerro estaba muy fuerte y había mucha gente en él ansí de los pueblos de alderredor del agua como de Temixtitán, porque ya ellos sabían que el primer recuentro había de ser con los de Yztapalapa y estaban allí para defensa suya y para nos ofender si pudiesen. Y como vieron llegar la flota comenzaron a apellidar y a hacer grandes ahumadas, porque todas las cibdades de las lagunas lo supiesen y estuviesen apercebidas.

Y aunque mi motivo era ir a combatir la parte de la cibdad de Yztapalapa que está en el agua, revolvimos sobre aquel cerro y peñol y salté en él con ciento y cincuenta hombres, y aunque era muy agro y alto con mucha dificultad le comenzamos a subir y por fuerza les ganamos las albarradas que en lo alto tenían hechas para su defensa, y entrá moslos de tal manera que ninguno dellos se escapó expceto las mujeres y niños.

Y en este combate me hirieron veinte y cinco españoles, pero fue muy hermosa vitoria. Como los de Yztapalapa habían hecho ahumadas desde unas torres de ídolos que estaban en un cerro muy alto junto a su cibdad, los de Temixtitán y de las otras cibdades que están en el agua conoscieron que yo entraba ya por la laguna con los bergantines, y de improviso juntóse tan grand flota de canoas para nos venir acometer y a tentar qué cosa eran los bergantines, y a lo que pudimos juzgar pasaban de quinientas canoas.

Guerra contra las canoas

Y como yo vi que traían su derrota derecha a nosotros, yo y la gente que habíamos saltado en aquel cerro grande nos embarcamos a mucha priesa y mandé a los capitanes de los bergantines que en ninguna manera se moviesen, porque los de las canoas se determinasen a nos acometer y creyesen que nosotros de temor no osábamos salir a ellos. Y así comenzaron con mucho ímpetu de caminar su flota hacia nosotros, pero a obra de dos tiros de ballesta reparáronse y estuvieron quedos. Y como yo deseaba mucho que el primer recuentro que con ellos hobiésemos fuese de mucha vitoria y se hiciese de manera que ellos cobrasen mucho temor de los bergantines, porque la llave de toda la guerra estaba en ellos y donde ellos podían rescebir más daño y aun nosotros también era por el agua, plugo a Nuestro Señor que, estándonos mirando los unos a los otros, vino un viento de la tierra muy favorable para embestir con ellos, y luego mandé a los capitanes que rompiesen por la flota de las canoas y siguiesen tras ellos fasta los encerrar en la cibdad de Temixtitán.

Y como el viento era muy bueno, aunque ellos huían cuanto podían, embestimos por medio dellos y quebramos infinitas canoas y matamos y ahogamos muchos de los enemigos, que era la cosa del mundo más para ver. Y en este alcance los seguimos bien tres leguas grandes fasta los encerrar en las casas de la cibdad, y así plugo a Nuestro Señor de nos dar mayor y mejor victoria que nosotros habíamos pedido y deseado. Los de la guarnición de Cuyoacan, que podían mejor que los de la cibdad de Tacuba ver cómo veníamos con los bergantines, como vieron todas las trece velas por el agua y que traíamos tan buen tiempo y que desbaratábamos todas las canoas de los enemigos, segúnd después me certificaron, fue la cosa del mundo de que más placer hobieron y que más ellos deseaban.

Porque, como he dicho, ellos y los de Tacuba tenían muy grand deseo de mi venida y con mucha razón, porque estaba la una guarnición y la otra entre tanta multitud de enemigos que milagrosamente los animaba nuestro Señor y enflaquecía los ánimos de los enemigos para que no se determinasen a los salir acometer a su real, lo cual si fuera, no pudiera ser menos de rescebir los españoles mucho daño, aunque siempre estaban muy apercebidos y determinados de morir o ser vencedores como aquéllos que se hallan apartados de toda manera de socorro salvo de aquél que de Dios esperaban.

Así como los de las guarniciones de Cuyoacan nos vieron seguir, las canoas tomaron su camino y los más de caballo y de pie que allí estaban para la cibdad de Temixtitán, y pelearon muy reciamente con los indios que estaban en la calzada y les ganaron las albarradas que tenían hechas y les tomaron y pasaron a pie y a caballo muchas puentes que tenían quitadas. Y con el favor de los bergantines que iban cerca de la calzada los indios de Tascaltecal nuestros amigos y los españoles seguían a los enemigos, y dellos mataban y dellos se echaron al agua de la otra parte de la calzada por do no iban los bergantines.

Así fueron con esta vitoria más de una grand legua por la calzada hasta llegar donde yo había parado con los bergantines, como abajo haré relación. Como los bergantines fuimos bien tres leguas dando caza a las canoas, las que se nos escaparon allegáronse entre las casas de la cibdad, y como era ya después de vísperas mandé recoger los bergantines y llegamos con ellos a la calzada. Y allí determiné de saltar en tierra con treinta hombres por les ganar unas dos torres de sus ídolos pequeñas que estaban cercadas con su cerca baja de cal y canto. Y como saltamos allí pelearon con nosotros muy reciamente por nos las defender, y al fin con harto peligro y trabajo ganámoselas.

Y luego hice sacar en tierra tres tiros de hierro gruesos que yo traía, y porque lo que restaba de la calzada desde allí a la cibdad, que era media legua, estaba todo lleno de los enemigos y de la una parte y de la otra de la calzada que era agua todo lleno de canoas con gente de guerra, fice asentar el un tiro de aquéllos y tiró por la calzada adelante y fizo mucho daño en los enemigos, y por descuido del artillero en aquel mismo punto que tiró se nos quemó la pólvora que allí teníamos, aunque era poca.

Y luego esa noche proveí un bergantin que fuese a Yztapalapa adonde estaba el alguacil mayor, que sería dos leguas de allí, y que trujese toda la pólvora que había. Y aunque al principio mi intención era luego que entrase con los bergantines irme a Cuyoacan y dejar proveído cómo anduviesen a mucho recaudo haciendo todo el más daño que pudiesen, como aquel día salté allí en la calzada y les gané aquellas dos torres, determiné de asentar allí real y que los bergantines se estuviesen allí junto a las torres, y que la mitad de la gente de la guarnición de Cuyoacan y otros cincuenta peones de los del alguacil mayor se viniesen allí otro día. Y proveído esto, aquella noche estuvimos a mucho recaudo porque estábamos en grand peligro y toda la gente de la cibdad acudía allí por la calzada y por el agua.

Y a media noche llega mucha multitud de gente en canoas y por la calzada a dar sobre nuestro real, y cierto nos pusieron en grand temor y rebato, en especial porque era de noche y nunca ellos a tal tiempo suelen acometer ni se ha visto que de noche hayan peleado, salvo con mucha sobra de vitoria. Y como nosotros estábamos muy apercebidos comenzamos a pelear con ellos, y dende los bergantines, porque cada uno traía un tiro pequeño de campo, comenzaron a soltarlos y los ballesteros y escopeteros a hacer lo mismo, y desta manera no osaron llegar más adelante ni llegaron tanto que nos hiciesen ningúnd daño, y así nos dejaron lo que quedó de la noche sin nos acometer más.

Otro día en amaneciendo llegaron al real de la calzada donde yo estaba quince ballesteros y escopeteros y cincuenta hombres de espada y rodela y siete u ocho de caballo de la guarnición de Cuyoacan. Y ya cuando ellos llegaron los de la cibdad en canoas y por la calzada peleaban con nosotros, y era tanta la multitud que por el agua y por la tierra no víamos sino gente, y daban tantas gritas y alaridos que parescía que se hundía el mundo. Y nosotros comenzamos a pelear con ellos por la calzada adelante y ganámosles una puente que tenían quitada y una albarrada que tenían hecha a la entrada, y con los tiros y con los de caballo hecimos tanto daño en ellos que casi los encerramos hasta las primeras casas de la cibdad.

Pasan cuatro bergantines a la otra parte de la calzada

Y porque de la otra parte de la calzada como los bergantines no podían pasar andaban muchas canoas y nos facían daño con flechas y varas que nos tiraban a la calzada, hice romper un pedazo della junto a nuestro real e hice pasar de la otra parte cuatro bergantines, los cuales como pasaron, encerraron las canoas todas entre las casas de la cibdad en tal manera que no osaban por ninguna vía salir a lo largo. Y por la otra parte de la calzada los otros ocho bergantines peleaban con las canoas, y las encerraron entre las casas y entraron por entre ellas aunque hasta entonces no lo habían osado hacer porque había muchos bajos y estacas que les estorbaban. Y como hallaron canales por donde entrar seguros, peleaban con los de las canoas, y tomaron algunas dellas y quemaron muchas casas del arrabal. Y aquel día todo despendimos en pelear de la manera ya dicha.

Comienza el ataque por la segunda calzada que sale de Cuyoacan

Otro día siguiente el alguacil mayor con la gente que tenía en Yztapalapa, así españoles como nuestros amigos, se partió para Cuyoacan. Y dende allí para tierra firme viene una calzada que tura obra de legua y media, y como el alguacil mayor comenzó a caminar, a obra de un cuarto de legua llegó a una cibdad pequeña que tambien está en el agua y por muchas partes della se puede andar a caballo. Y los naturales de allí comenzaron a pelear con él, y él los desbarató y mató muchos y les destruyó y quemó toda la cibdad. Y porque yo había sabido que los indios habían rompido mucho de la calzada y la gente no podía pasar bien, inviéles dos bergantines para que les ayudasen a pasar, de los cuales hicieron puente por donde los peones pasaron, y desque hobieron pasado se fueron a aposentar a Cuyoacan. Y el alguacil mayor con diez de caballo tomó el camino de la calzada donde teníamos nuestro real, y cuando llegó hallónos peleando, y él y los que venían con él se apearon y comenzaron a pelear con los de la calzada con quien nosotros andábamos revueltos. Y como el dicho alguacil mayor comenzó a pelear los contrarios le atravesaron un pie con una vara, y aunque a él y a otros algunos nos hirieron aquel día, con los tiros gruesos y con las ballestas y escopetas hecimos mucho daño en ellos, en tal manera que ni los de las canoas ni los de la calzada no osaban llegarse tanto a nosotros y mostraban más temor y menos orgullo que solían.

Y desta manera estuvimos seis días en que cada día teníamos combate con ellos y los bergantines iban quemando alderredor de la cibdad todas las casas que podían. Y descubrieron canal por donde podían entrar alderredor y por los arrabales de la cibdad y llegar a lo grueso della, que fue cosa muy provechosa e hizo cesar la venida de las canoas, que ya no osaba asomar ninguna con un cuarto de legua a nuestro real.

Calzada de escape de los mexicas

Otro día Pedro de Alvarado, que estaba por capitán de la gente que estaba en guarnición en Tacuba, me hizo saber cómo por la otra parte de la cibdad, por una calzada que va a unas poblaciones de la tierra firme y por otra pequeña que estaba junto a ella, los de Temixtitán entraban y salían cuando querían, y que creía que viéndose en aprieto, se habían de salir todos por allí. Aunque yo deseaba más su salida que no ellos, porque muy mejor nos pudiéramos aprovechar dellos en la tierra firme que no en la fortaleza grande que tenían en el agua, pero porque estuviesen todos cercados y no se pudiesen aprovechar en cosa ninguna de la tierra firme, aunque el alguacil mayor estaba herido le mandé que fuese a asentar su real a un pueblo pequeño a do iba a salir la una de aquellas dos calzadas, el cual se partió con veinte y tres de caballo y cient peones y diez y ocho ballesteros y escopeteros y me dejó otros cincuenta peones de los que yo traía en mi compañía. Y en llegando, que fue otro día, asentó su real adonde yo le mandé, y dende allí en delante la cibdad de Temixtitán quedó cercada por todas las partes que por calzadas podían salir a la tierra firme. Yo tenía, Muy Poderoso Señor, en el real de la calzada ducientos peones españoles en que había veinte y cinco ballesteros y escopeteros, éstos sin la gente de los bergantines, que eran más de ducientos y cincuenta.

Entrada a la ciudad por la calzada pequeña

Y como teníamos algo encerrados a los enemigos y teníamos mucha gente de guerra de nuestros amigos, determiné de entrar por la calzada a la cibdad todo lo más que pudiese y que los bergantines al fin de la una parte y de la otra se estuviesen para hacrnos espaldas. Y mandé que algunos de caballo y peones de los que estaban en Cuyoacan se viniesen al real para que entrasen con nosotros, y que diez de caballo se quedasen a la entrada de la calzada haciendo espaldas a nosotros y a algunos que quedaban en Cuyoacan, porque los naturales de las cibdades de Suchimilco y Culuacan e Yztapalapa y Chilobusco y Mixicalcingo y Cuitaguacad y Mizque, que están en el agua, estaban rebellados y eran en favor de los de la cibdad.

Y queriendo éstos tomarnos las espaldas, estábamos seguros con los diez o doce de caballo que yo mandaba andar por la calzada y otros tantos que siempre estaban en Cuyoacan y más de diez mill indios nuestros amigos. Ansimesmo mandé al alguacil mayor y a Pedro de Alvarado que por sus estancias acometiesen aquel día a los de la cibdad, porque yo quería por mi parte ganalles todo lo que más pudiese. Y ansí salí por la mañana del real y seguimos a pie por la calzada adelante y luego hallamos los enemigos en defensa de una quebradura que tenían hecha en ella tan ancha como una lanza y otro tanto de hondura, y en ella tenían hecha una albarrada. Y peleamos con ellos y ellos con nosotros muy valientemente y al fin se la ganamos, y seguimos por la calzada adelante hasta llegar a la entrada de la cibdad donde estaba una torre de sus ídolos y al pie della una puente muy grande alzada y por ella atravesaba una calle de agua muy ancha con otra muy fuerte albarrada.

Y como llegamos comenzaron a pelear con nosotros, pero como los bergantines estaban de la una parte y de la otra ganámosela sin peligro, lo cual fuera imposible sin ayuda dellos. Y como comenzaron a desamparar el albarrada, los de los bergantines saltaron en tierra y nosotros pasamos el agua y también los de Tascaltecal y Guaxocingo y Calco y Tesuico, que eran más de ochenta mill hombres. Y entretanto que cegábamos con piedra y adobes aquella puente los españoles ganaron otra albarrada que estaba en la calle que es la prencipal y más ancha de toda la cibdad, y como aquélla no tenía agua fue muy facil de ganar. Y siguieron el alcance tras los enemigos por la calle adelante hasta llegar a otra puente que tenían alzada salvo una viga ancha por donde pasaban, y puestos por ella y por el agua en salvo, quitáronla de presto. Y de la otra parte de la puente tenían hecha otra grande albarrada de barro y adobes, y como llegamos a ella y no podimos pasar sin echarnos al agua y esto era muy peligroso los enemigos peleaban muy valientemente, y de la una parte y de la otra de la calle había infinitos dellos peleando con mucho corazón desde las azoteas. Y como se llegaron copias de ballesteros y esco peteros y tirábamos con dos tiros por la calle adelante hacíamosles mucho daño, y como lo conoscimos ciertos españoles se lanzaron al agua y pasaron de la otra parte, y turó en ganarse más de dos horas. Y como los enemigos los vieron pasar, desampararon el albarrada y las azoteas y pónense en huida por la calle adelante, y así pasó toda la gente.

Y yo hice luego comenzar a cegar aquella puente y desfacer el albarrada, y entretanto los españoles y los indios nuestros amigos siguieron el alcance por la calle adelante bien dos tiros de ballesta hasta otra puente que está junto a la plaza de los prencipales aposentamientos de la cibdad. Y esta puente no la tenían quitada ni tenían hecha albarrada en ella porque ellos no pensaron que aquel día se les ganara ninguna cosa de lo que se les ganó ni aun nosotros pensamos que fuera la mitad. Y a la entrada de la plaza asestóse un tiro y con él rescebían mucho daño los enemigos, que eran tantos que no cabían en ella. Y los españoles como vieron que allí no había agua, de donde se suele rescebir peligro, determinaron de les entrar la plaza, y como los de la cibdad vieron su determinación puesta en obra y vieron mucha multitud de nuestros amigos y aunque dellos sin nosotros no tenían ningúnd temor, vuelven las espaldas, y los españoles y nuestros amigos dan en pos dellos hasta los encerrar en el circuito de sus ídolos, el cual es cercado de cal y canto.

Y como en la otra relación se habrá visto, tiene tan grand circuito como una villa de cuatrocientos vecinos. Y este fue luego desamparado dellos, y los españoles y nuestros amigos se lo ganaron y estuvieron en él y en las torres un buen rato. Y como los de la cibdad vieron que no había gente de caballo, volvieron sobre los españoles y por fuerza los echaron de las torres y del patio y circuito, en que se vieron en muy grande aprieto y peligro.

Y como iban más que retrayéndose, hicieron rostro debajo de los portales del patio, y como los aquejaban tan reciamente, los desampararon y se retrujeron a la plaza y de allí los echaron por fuerza hasta los meter por la calle adelante, en tal manera que el tiro que allí estaba lo desampararon. Y los españoles como no podían sufrir la fuerza de los enemigos se retrajeron con mucho peligro, el cual de hecho rescebieran, sino que plugo a Dios que en aquel punto llegaron tres de caballo y entran por la plaza adelante, y como los enemigos los vieron creyeron que eran más y comienzan a huir, y mataron algunos dellos y ganáronles el patio y circuito que arriba dije. Y en la torre más prencipal y alta dél, que tiene ciento y tantas gradas hasta llegar a lo alto, ficiéronse fuertes allí diez o doce indios prencipales de los de la cibdad, y cuatro o cinco españoles subiérongela por fuerza, y aunque ellos se defendían bien gela ganaron y los mataron a todos.

Y después vinieron otros cinco o seis de caballo, y ellos y los otros echaron una celada en que mataron más de treinta de los enemigos. Y como ya era tarde yo mandé recoger la gente y que se retrujesen, y al retraer cargaba tanta multitud de los enemigos que si no fuera por los de caballo fuera imposible no rescebir mucho daño los españoles, pero como todos aquellos malos pasos de la calle y calzada donde se esperaba el peligro al tiempo del retraer yo los tenía muy bien adreszados y adobados y los de caballo podían por ellos muy bien entrar y salir; y como los enemigos venían dando en nuestra retroguarda los de caballo revolvían sobre ellos, que siempre alanceaban o mataban algunos; y como la calle era muy larga, hobo lugar de facerse esto cuatro o cinco veces. Y aunque los enemigos vían que rescebían daño venían los perros tan rabiosos que en ninguna manera los podíamos detener ni que nos dejasen de seguir, y todo el día se gastara en esto, sino que ya ellos tenían tomadas muchas azoteas que salen a la calle y los de caballo rescebían a esta causa mucho peligro, y ansí nos fuemos por la calzada adelante a nuestro real sin peligrar ningúnd español, aunque hobo algunos heridos. Y dejamos puesto fuego a las más y mejores casas de aquella calle, porque cuando otra vez entrásemos dende las azoteas no nos hiciesen daño.

Este mismo día el alguacil mayor y Pedro de Alvarado pelearon cada uno por su estancia muy reciamente con los de la cibdad, y al tiempo del combate estaríamos los unos de los otros a legua y media y a una legua, porque se estiende tanto la población de la cibdad que aun diminuyo la distancia que hay. Y nuestros amigos que estaban con ellos, que eran infinitos, pelearon muy bien y se retrujeron aquel día sin rescebir ningúnd daño.

Ayuda de los indios de Tesuico y Aculuacan

En este comedio don Hernando, señor de la cibdad de Tesuico y provincia de Aculuacan de que arríba he hecho relación a Vuestra Majestad, procuraba de traer a todos los naturales de su provincia y cibdad, especialmente los prencipales, a nuestra amistad, porque aún no estaban tan confirmados en ella como después lo estuvieron. Y cada día venían al dicho don Fernando muchos señores y hermanos suyos con determinación de ser en nuestro favor y pelear con los de Mésico y Temixtitán. Y como don Hernando era mochacho y tenía mucho amor a los españoles y conoscía la merced que en nombre de Vuestra Majestad se le había hecho en darle tan grande señorío, habiendo otros que le precedían en el derecho dél, trabajaba cuanto le era posible cómo todos sus vasallos viniesen a pelear con los de la cibdad y ponerse en los peligros y trabajos que nosotros.

Y habló con sus hermanos, que eran seis o siete, todos mancebos bien dispuestos, y díjoles que les rogaba que con toda la gente de su señorío viniesen a me ayudar. Y a uno dellos, que se llama Ystrisuchil, que es de edad de veinte y tres o veinte y cuatro años, muy esforzado, amado y temido de todos, invióle por capitán. Y llegó al real de la calzada con más de treinta mill hombres de guerra muy bien adrezados a su manera, y a los otros dos reales irían otros veinte mill. Y yo los rescebí alegremente agradeciéndoles su voluntad y obra. Bien podrá Vuestra Cesárea Majestad considerar si era buen socorro y buena amistad la de don Fernando y lo que sinterían los de Temixtitán en ver venir contra ellos a los que ellos tenían por vasallos y por amigos y parientes y hermanos y aun padres e hijos. Dende a dos días el combate de la cibdad se dio, como arriba he dicho.

Y venida ya esta gente en nuestro socorro, los naturales de la cibdad de Suchimilco, que está en el agua, y ciertos pueblos de utumíes, que es gente serrana y de más copia que los de Suchimilco y eran esclavos del señor de Timistitán, se vinieron a ofrescer y dar por vasallos de Vuestra Majestad rogándome que les perdonase la tardanza. Y yo los rescebí muy bien y folgué mucho con su venida, porque si algúnd daño podían rescebir los de Cuyoacan era de aquéllos.

Distribucion de los bergantines

Como por el real de la calzada donde yo estaba habíamos quemado con los bergantines muchas casas de los arrabales de la cibdad y no osaba asomar canoa ninguna por todo aquello, parescióme que para nuestra seguridad bastaba tener en torno de nuestro real siete bergantines, y por eso acordé de inviar al real del alguacil mayor y al de Pedro de Alvarado cada tres bergantines. Y encomendé mucho a los capitanes dellos que porque por la parte de aquellos dos reales los de la cibdad se aprovechaban mucho de la tierra en sus canoas y metían agua y frutas y maíz y otras vituallas, que corriesen de noche y de día los unos y los otros del un real al otro, y que demás desto aprovecharían mucho para hacer espaldas a la gente de los reales todas las veces que quisiesen entrar a combatir la cibdad.

Y así se fueron estos seis bergantines a los otros reales, que fue cosa nescesaria y provechosa, porque cada día y cada noche hacían con ellos saltos maravillosos y tomaban muchas canoas y gente de los enemigos.

Plan de ataque definitivo

Proveído esto y venida en nuestro socorro y de paz la gente de que arriba he fecho mención, habléles a todos y díjeles cómo yo determinaba de entrar a combatir la cibdad dende a dos días, por tanto, que todos viniesen para entonces muy a punto de guerra y que en aquello conoscería si eran nuestros amigos, y ellos prometieron de lo complir ansí. Y otro día fice adreszar y apercebir la gente y escribí a los reales y bergantines lo que tenía acordado y lo que habían de hacer. Otro día por la mañana, después de haber oído misa e informados los capitanes de lo que habían de facer, yo salí de nuestro real con quince o veinte de caballo y trecientos españoles y con todos nuestros amigos, que era infinita gente.

Y yendo por la calzada adelante, a tres tiros de ballesta de real estaban ya los enemigos esperándonos con muchos alaridos, y como en los tres días antes no se les había dado combate habían desfecho cuanto habíamos cegado del agua, y teníanlo muy más fuerte y peligroso de ganar que de antes. Y los bergantines llegaron por la una parte y por la otra de la calzada, y como con ellos se podían llegar muy cerca de los enemigos con los tiros y escopetas y ballestas hacíanles mucho daño, y conosciéndolo, saltan en tierra y ganan el albarrada y puente. Y comenzamos a pasar de la otra parte y dar en pos de los enemigos, los cuales luego se fortalecían en las otras puentes y albarradas que tenían hechas, las cuales aunque con más trabajo y peligro que la otra vez les ganamos, y les echamos de toda la calle y de la plaza de los aposentamientos grandes de la cibdad.

Y de allí mandé que no pasasen los españoles, porque yo con la gente de nuestros amigos andaba cegando con piedra y adobes toda el agua, que era tanto de hacer que aunque para ello ayudaban más de diez mill indios, cuando se acabó de adreszar era ya hora de vísperas. Y en todo este tiempo siempre los españoles y nuestros amigos andaban peleando y escaramuzando con los de la cibdad y echándoles celadas en que murieron muchos dellos. Y yo con los de caballo anduve un rato por la cibdad y alanceábamos por las calles do no había agua los que alcanzábamos, de manera que los teníamos retraídos y no osaban llegar a lo firme. Viendo que éstos de la cibdad estaban rebeldes y mostraban tanta determinación de morir o defenderse, colegí dello dos cosas: la una, que habíamos de haber poca o ninguna de la riqueza que nos habían tomado; y la otra, que daban ocasión y nos forzaban a que totalmente los destruyésemos.

Y desta postrera tenía más sentimiento y me pesaba en el alma, y pensaba qué forma ternía para los atemorizar de manera que viniesen en conoscimiento de su yerro y del daño que podían rescebir de nosotros. Y no hacía sino quemalles y derrocalles las torres de sus ídolos y sus casas, y porque lo sintiesen más este día fice poner fuego a estas casas grandes de la plaza donde la otra vez que nos echaron de la cibdad los españoles y yo estábamos aposentados – que eran tan grandes que un príncipe con más de seiscientas personas de su casa y servicio se podía aposentar en ellas – y otras que estaban junto a ellas, que aunque algo menores eran muy más frescas y gentiles y tenía en ellas Muteezuma todos los linajes de aves que en estas partes había.

Y aunque a mí me pesó mucho dello, porque a ellos les pesaba mucho más determiné de las quemar, de que los enemigos mostraron harto pesar y también los otros sus aliados de las cibdades de la laguna, porque éstos ni otros nunca pensaron que nuestra fuerza bastara a les entrar tanto en la cibdad, y esto les puso harto desmayo. Puesto fuego a estas casas, porque ya era tarde recogí la gente para nos volver a nuestro real. Y como los de la cibdad veían que nos retraíamos cargaban infenitos dellos y venían con mucho ímpitu dándonos en la retroguarda, y como toda la calle estaba buena para correr los caballos volvíamos sobre ellos y alanceábamos de cada vuelta muchos dellos, y por eso no nos dejaban de nos venir dando grita a las espaldas. Este día sintieron y mostraron mucho desmayo, especialmente viendo entrar por su cibdad quemándola y destruyéndola y peleando con ellos los de Tesuico y Calco y de Suchimilco y los otumíes, y nombrándose cada uno de dónde era; y por otra parte los de Tascaltecal, que ellos y los otros les mostraban los de su cibdad hechos pedazos, diciéndoles que los habían de cenar aquella noche y almorzar otro día, como de hecho lo hacían.

Y así nos venimos a nuestro real a descansar, porque aquel día habíamos trabajado mucho. Y los siete bergantines que yo tenía entraron aquel día por las calles del agua de la cibdad y quemaron mucha parte della. Los capitanes de los otros reales y los seis bergantines pelearon muy bien aquel día, y de lo que les acaesció me pudiera muy bien alargar, y por evitar prolejidad lo dejo, más de que con vitoria se retrujeron a sus reales sin rescebir peligro ninguno. Otro día siguiente luego por la mañana, después de haber oído misa, torné a la cibdad por la misma orden con toda la gente, porque los contrarios no tuviesen lugar de descegar las puentes y hacer las albarradas. Y por bien que madrugamos, de las tres partes y calles de agua que atraviesan la calle que va del real fasta las casas grandes de la plaza las dos dellas estaban como los días antes, que fueron muy recias de ganar, y tanto que duró el combate desde las ocho horas fasta la una después de mediodía, en que se gastaron casi todas las saetas, almacén y pelotas que los ballesteros y escopeteros llevaban. Y crea Vuestra Majestad que era sin comparación el peligro en que nos víamos todas las veces que les ganábamos estas puentes, porque para ganarlas era forzado echarse a nado los españoles y pasar de la otra parte, y esto no podían ni osaban facer muchos porque a cuchilladas y a botes de lanza resistían los enemigos que no saliesen a la otra parte. Pero como ya por los lados no tenían azoteas de donde nos hiciesen daño y desta otra parte los asaeteábamos – porque estábamos los unos de los otros un tiro de herradura – y los españoles tomaban de cada día mucho más ánimo y determinaban de pasar, y también porque vían que mi determinación era aquélla y que cayendo o levantando no se había de hacer otra cosa, parescerá a Vuestra Majestad que pues tanto peligro rescebíamos en el ganar destas puentes y albarradas, que éramos negligentes, ya que las ganábamos, [en] no las sostener, por no tornar cada día de nuevo a nos ver en tanto peligro y trabajo, que sin duda era grande.

Y cierto así parescerá a los absentes, pero sabrá Vuestra Majestad que en ninguna manera se podía facer,porque para ponerse así en efeto se requería dos cosas: o que el real pasáramos allí a la plaza y circuito de las torres de los ídolos, o que gente guardaran las puentes de noche. Y de lo uno y de lo otro se rescibiera grand peligro y había posibilidad para ello, porque teniendo el real en la cibdad cada noche y cada hora, como ellos eran muchos y nosotros pocos nos dieran mill rebatos y pelearan con nosotros y fuera el trabajo incomportable y podían darnos por muchas partes. Pues guardar las puentes gente de noche, quedaban los españoles tan cansados de pelear el día que no se podía sufrir poner gente en guarda dellos, y a esta causa nos era forzado ganarlas de nuevo cada día que entrábamos en la cibdad. Aquel día, como se tardó mucho en ganar aquellas puentes y en las tornar a cegar no hobo lugar de hacer más, slavo que por otra calle prencipal que va a dar a la cibdad de Tacuba se ganaron otras dos puentes y se cegaron y se quemaron muchas y buenas casas de aquella calle.

Y con esto se llegó la tarde y hora de retraernos, donde recebíamos siempre poco menos peligro que en el ganar de las puentes, porque en viéndonos retraer era tan cierto cobrar los de la cibdad tanto esfuerzo que no parescía sino que habían habido toda la vitoria del mundo y que nosotros íbamos huyendo. Y para este retraer era nescesario estar las puentes bien cegadas y lo cegado igual al suelo de las calles, de maners que los de caballo pudiesen li bremente correr a una parte y a otra. Y así en el retraer, como ellos venían tan golosos tras nosotros algunas veces fingíamos ir huyendo y revolvíamos los de caballo sobre ellos y siempre tomábamos doce o trece de aquellos más esforzados, y con esto y con algunas celadas que siempre les echábamos continuo llevaban lo peor. Y cierto verlo era cosa de admiración, porque por más notorio que les era el mal y daño que al retraer de nosotros rescebían, no dejaban de nos seguir hasta nos ver salidos de la cibdad. Y con esto nos volvimos a nuestro real.

Y los capitanes de los otros reales nos hicieron saber cómo aquel día les había suscedido muy bien y habían muerto mucha gente por la mar y por la tierra. Y el capitán Pedro de Alvarado, que estaba en Tacuba, me escribió que había ganado dos o tres puentes, porque como era en la calzada que sale del mercado de Temixtitán a Tacuba y los tres bergantines que yo le había dado podían llegar por la una parte a zabordar en la mesma calzada, no había tenido tanto peligro como los días pasados. Y por aquella parte de Pedro de Alvarado había más puentes y más quebradas en la calzada, aunque había menos azoteas que por las otras partes.

Mas refuerzos de los indios

En todo este tiempo los naturales de Yztapalapa y Oichilobuzco y Mexicacingo y Culuacan y Mezquique y Cuitaguaca, que, como he fecho relación, están en la laguna dulce, nunca habían querido venir de paz ni tampoco en todo este tiempo habíamos rescebido ningúnd daño dellos. Y como los de Calco eran muy leales vasallos de Vuestra Majestad y vían que nosotros teníamos bien que hacer con los de la grand cibdad, juntáronse con otras poblaciones que están alrededor de las lagunas y hacían todo el daño que podían a aquéllos del agua. Y ellos viendo cómo de cada día habíamos vitoria contra los de Temixtitán y por el daño que rescebían y podrían rescebir de nuestros amigos acordaron de venir, y llegaron a nuestro real y rogáronme que les perdonase lo pasado y que mandase a los de Calco y a los otros sus vecinos que no les hiciesen mas daño. Y yo les dije que me placía y que no tenía enojo dellos salvo de los de la cibdad, y que para que creyese que su amistad era verdadera, que les rogaba que porque mi determinación era de no levantar el real hasta tomar por paz o por guerra a los de la cibdad y ellos tenían muchas canoas para me ayudar, que hiciesen apercebir todas las que pudiesen con toda la más gente de guerra que en sus poblaciones había para que por el agua viniesen en nuestra ayuda de ahí en delante.

Y también les rogaba que porque los españoles tenían pocas y ruines chozas y era tiempo de muchas aguas, que hiciesen en el real todas las más casas que pudiesen y que trujesen canoas para traer adobes y madera de las casas de la cibdad que estaban más cercanas al real. Y ellos dijeron que las canoas y gente de guerra estaban apercebidas para cada día. Y en el facer de las casas sirvieron tan bien que de una parte y de la otra de las dos torres de la calzada donde yo estaba aposentado hicieron tantas que dende la primera casa hasta la postrera había más de tres o cuatro tiros de ballesta. Y vea Vuestra Majestad qué tan ancha puede ser la calzada que va por lo más hondo de la laguna que de la una parte y de la otra iban estas casas y quedaba en medio hecha calle, que muy a placer a pie y a caballo íbamos y veníamos por ella. Y había a la continua en el real con españoles e indios que les servían más de dos mill personas, porque toda la otra gente de guerra nuestros amigos se aposentaban en Cuyoacan, que está legua y media del real. Y también éstos destas poblaciones nos proveían de algunos mantenimientos de que teníamos harta nescesidad, especialmente de pescado y de cerezas, que hay tantas que pueden bastecer en cinco o seis meses del año que turan a doblada gente de la que en esta tierra hay.

Como dos o tres días arreo habíamos entrado por la parte de nuestro real en la cibdad – sin otras tres o cuatro que habíamos entrado – y siempre habíamos vitoria contra los enemigos y con los tiros y ballestas y escopetas matábamos infinitos, pensábamos que de cada hora se movieran a nos acometer con la paz, la cual deseábamos como a la salvación. Y ninguna cosa nos aprovechaba para los atraer a este propósito, y por los poner en más nescesidad y ver si los podría constreñir de venir a la paz propuse de entrar en la cibdad cada día y combatíles con la gente que llevaba por tres o cuatro partes. Y fice venir toda la gente de aquellas cibdades del agua en sus canoas y aquel día por la mañana había en nuestro real más de cient mill hombres nuestros amigos, y mandé que los cuatro bergantines con la mitad de canoas, que serían fasta mill y quinientas, fuesen por la una parte y que los tres con otras tantas que fuesen por otra y corriesen todo lo más de la cibdad en torno y quemasen y ficiesen todo el más daño que pudiesen.

Entrada a la ciudad y comunicación con los otros reales

Y yo entré por la calle prencipal adelante y fallámosla toda desembarazada fasta las casas grandes de la plaza, que ninguna de las puentes estaba abierta, y pasé adelante a la calle que va a salir a Tacuba en que había otras seis o siete puentes. Y de allí proveí que un capitán entrase por otra calle con sesenta o setenta hombres y seis de caballo fuesen a las espaldas para los asegurar, y con ellos iban más de diez o doce mill indios nuestros amigos, y mandé a otro capitán que por otra calle ficiese lo mismo.

Y yo con la gente que me quedaba seguí por la calle de Tacuba adelante y ganamos tres puentes, las cuales se cegaron, y dejamos para otro día las otras porque era tarde y se pudiesen mejor ganar , porque yo deseaba mucho que toda aquella calle se ganase porque la gente del real de Pedro de Alvarado se comunicase con la nuestra y pasasen del un real al otro y los bergantines ficiesen lo mesmo. Y este día fue de mucha vitoria así por el agua como por la tierra, y hóbose mucho despojo de los de la cibdad. En los reales del alguacil mayor y Pedro de Alvarado se hobo también mucha vitoria. Otro día siguiente volví a entrar en la cibdad por la orden que el día pasado, y diónos Dios tanta vitoria que por las partes donde yo entraba con la gente no parescía que había ninguna resistencia, y los enemigos se retraían tan reciamente que parescía que les teníamos ganado las tres cuartas partes de la cibdad.

Y también por el real de Pedro de [Al]varado les daban mucha priesa, y sin duda el día pasado y aquéste yo tenía por cierto que vinieran de paz, de la cual yo siempre con vitoria y sin ella hacía todas las muestras que podía, y nunca por esto en ellos hallábamos ninguna señal de paz. Y aquel día nos volvimos al real con mucho placer, aunque no nos dejaba de pesar en el alma por ver tan determinados de morir a los de la cíbdad. En estos días pasados Pedro de Alvarado había ganado muchas puentes, y por las sustentar y guardar ponía velas de pie y de caballo de noche en ellas, y la otra gente íbase al real que estaba tres cuartos de legua de allí. Y porque este trabajo era incomportable acordó de pasar el real al cabo de la calzada que va a dar al mercado de Temixtitán, que es una plaza harto mayor que la de Salamanca y toda cercada de portales a la redonda. Y para llegar a ella no le faltaban de ganar sino otras dos o tres puentes, pero eran muy anchas y pelígrosas de ganar, y así estuvo algunos días que siempre peleaba y había vitoria. Y aquel día que digo en el capítulo antes déste, como vía que los enemigos mostraban flaqueza y que por donde yo estaba les daba muy continuos y recios combates, cebóse tanto en el sabor de la vitoria y de las muchas puentes y albarradas que les había ganado que determinó de les pasar y ganar una puente en que había más de sesenta pasos desfechos de la calzada, todo de agua de hondura de estado y medio y dos.

Error de Alvarado, españoles presos y sacrificados

Y como acometieron aquel mesmo día y los bergantines ayudaron mucho pasaron el agua y ganaron la puente y siguen tras los enemigos que iban puestos en huida. Y Pedro de Alvarado daba mucha priesa en que se cegase aquel paso porque pasasen los de caballo y también porque cada día por escrito y por palabra le amonestaba que no ganase un palmo de tierra sin que quedase muy seguro para entrar y salir los de caballo, porque éstos facían la guerra. Y como los de la cibdad vieron que no había más de cuarenta o cincuenta españoles de la otra parte y algunos amigos nuestros y que los de caballo no podían pasar, revuelven sobre ellos tan de súpito que los ficieron volver las espaldas y echar al agua, y tomaron vivos tres o cuatro españoles que luego fueron a sacrificar y mataron algunos amigos nuestros.

Y al fin Pedro de Alvarado se retrajo a su real. Y como aquel día yo llegué al nuestro y supe lo que le había acaescido fue la cosa del mundo que más me pesó, porque era ocasión de dar esfuerzo a los enemigos y creer que en ninguna manera les osaríamos entrar. La cabsa porque Pedro de Alvarado quiso tomar aquel mal paso fue, como digo, ver que había ganado mucha parte de la fuerza de los indios y que ellos mostraban alguna flaqueza, y prencipalmente porque la gente de su real importunaban que ganasen el mercado, porque aquél ganado, era toda la cibdad casi tomada, y toda su fuerza y esperanza de los indios tenían allí. Y como los del dicho real de Alvarado vían que yo continuaba mucho los combates de la cibdad, creían que yo había de ganar primero que ellos el dicho mercado, y como estaban más cerca dél que nosotros tenían por caso de honra no le ganar primero, y por esto el dicho Pedro de Alvarado era muy importunado.

Y lo mesmo me acaescía a mí en nuestro real, porque todos los españoles me ahincaban muy recio que por una de tres calles que iban a dar al dicho mercado entrásemos, porque no teníamos resistencia y ganado aquél, temíamos menos trabajo. Y yo desimulaba por todas las vías que podía por no lo hacer aunque les encubría la causa, y esto era por los inconvinientes y peligros que se me representaban, porque para entrar en el mercado había infinitas azoteas y puentes y calzadas rompidas, y en tal manera que cada casa por donde habíamos de ir estaba hecha como isla en medio del agua.

Como aquella tarde que llegué al real supe del desbarato de Pedro de Alvarado, otro día de mañana acordé de ir a su real para le reprehender lo pasado y para ver lo que había ganado y en qué parte había pasado el real, y para le avisar de lo que fuese más nescesario para su seguridad y ofensa de los enemigos. Y como yo llegué a su real sin duda me espanté de lo mucho que estaba metido en la cibdad y de los malos pasos y puentes que les había ganado. Y visto, no le imputé tanta culpa como antes parescía tener, y platicado cerca de lo que había de hacer, yo me volví a nuestro real aquel día. Pasado esto, yo fice algunas entradas en la cibdad por las partes que solía. Y combatían los bergantines y canoas por dos partes y yo por la cibdad por otras cuatro, y siempre habíamos vitoria y se mataba mucha gente de los contrarios, porque cada día venía gente sin número en nuestro favor.

Y yo dilataba de me meter más adentro en la cibdad, lo uno por ver si revocarían el propósito y dureza que los contrarios tenían; y lo otro porque nuestra entrada no podía ser sin mucho peligro, porque ellos estaban muy juntos y fuertes y muy determinados de morir. Y como los españoles veían tanta dilación en esto y que había más de veinte días que nunca dejaban de pelear, importunábanme en gran manera, como arriba he dicho, que entrásemos y tomásemos el mercado, porque ganado, a los enemigos les quedaba poco lugar por donde se defender; y que si no se quisiesen dar, que de hambre y sed se morerían porque no tenían qué beber sino agua salada de la laguna. Y como yo me escusaba, el tesorero de Vuestra Majestad me dijo que todo el real afirmaba aquello y que lo debía de hacer. Y a él y a otras personas de bien que allí estaban les respondí que su propósito y deseo era muy bueno y que yo lo deseaba más que nadie, pero que yo lo dejaba de hacer por lo que con importunación me hacían decir, que era que aunque él y otras personas lo hiciesen como buenos, como en aquello se ofrescía mucho peligro habría otros que no lo hiciesen.

Plan para tomar el mercado

Y al fin tanto me forzaron que yo concedí que se haría en este caso lo que yo pudiese, concertándose primero con la gente de los otros reales. Otro día me junté con algunas personas prencipales de nuestro real y acordamos de hacer saber al alguacil mayor y a Pedro de Alvarado cómo otro día siguiente habíamos de entrar en la cibdad y trabajar de llegar al mercado. Y escribíles lo que ellos habían de hacer por la parte de Tacuba, y demás de lo escribir, para que mejor fuesen informados inviéles dos criados míos para que les avisasen de todo el negocio. Y la orden que habían de tener era que el alguacil mayor se viniese con diez de caballo y cient peones y quince ballesteros y escopeteros al real de Pedro de Alvarado y que en el suyo quedasen otros diez de caballo; y que dejase concertado con ellos que otro día que había de ser el combate se pusiesen en celada tras unas casas y que hiciesen alzar todo el fardaje como que levantaban el real, porque los de la cibdad saliesen tras dellos y la celada les diese en las espaldas; y que el dicho alguacil mayor con los tres bergantines que tenía y con los otros tres de Pedro de Alvarado ganase aquel paso malo donde desbarataron a Pedro de Alvarado y diese mucha priesa en lo cegar, y que pasasen adelante y que en ninguna manera se alejasen ni ganasen un paso sin lo dejar primero ciego y adreszado; y que si pudiesen sin mucho riesgo y peligro ganar hasta el mercado, que lo trabajasen mucho, porque yo habían de hacer lo mesmo; que mirasen que aunque esto les inviaba a decir, no era para los obligar a ganar un paso solo de que les pudiese venir algúnd desbarato o desmán.

Y esto les avisaba porque conoscía de sus personas que habían de poner el rostro donde yo les dijese, aunque supiesen perder las vidas. Despachados aquellos dos criados míos con este recabdo, fueron al real y hallaron en él a los dichos alguacil mayor y a Pedro de Alvarado, a los cuales significaron todo el caso segúnd que acá en nuestro real lo teníamos concertado. Y porque ellos habían de combatir por sola una parte y yo por muchas inviéles a decir que me inviasen setenta u ochenta hom Page 394 missing partes. Y demás destos tres combates que dábamos a los de la cibdad, era tanta la gente de nuestros amigos que por las azoteas y por otras partes les entraban, que no parescía que había cosa que nos pudiesen ofender. Y como les ganamos aquellas dos puentes y albarradas y la calzada los españoles, nuestros amigos siguieron por la calle adelante sin se les amparar cosa ninguna. Y yo me quedé con obra de veinte españoles en una isleta que allí se hacía porque vía que ciertos amigos nuestros andaban envueltos con los enemigos y algunas veces los retraían hasta los echar al agua y con nuestro favor revolvían sobre ellos.

Y demás desto guardábamos que por ciertas traviesas de calles los de la cibdad no saliesen a tomar las espaldas a los españoles que habían seguido la calle adelante, los cuales en esta sazón me inviaron a decir que habían ganado mucho y que no estaban muy lejos de la plaza del mercado, que en todo caso querían pasar adelante porque ya oían el combate que el alguacil mayor y Pedro de Alvarado daban por su estancia. Y yo les invié a decir que en ninguna manera diesen paso adelante sin que primero las puentes quedasen muy bien ciegas, de manera que si tuviesen nescesidad de se retraer el agua no les ficiese estorbo ni embarazo alguno, pues sabían que en todo aquello estaba el peligro. Y ellos me tornaron a decir que todo lo que habían ganado estaba bien reparado, que fuese allí y lo vería si era así. Y yo con recelo que no se desmandasen y dejasen ruin recabdo en el cegar de las puentes fue allá y hallé que habían pasado una quebrada de la calle que era de diez o doce pasos en ancho, y el agua que por ella pasaba era de hondura de más de dos estados. Y al tiempo que la pasaron habían echado en ella madera y cañas de carrizo, y como pasaban pocos a pocos y con tiento no se había hundido la madera y cañas. Y ellos con el placer de la vitoría íban tan embebecidos que pensaban que quedaba muy fijo, y al punto que yo llegué a aquella puente de agua quitada vi que los españoles y muchos de nuestros amigos venían puestos en muy grand huida y los enemigos como perros dando en ellos.

Y como yo vi tan grand desmán comencé a dar voces: itener, tener! Y ya que yo estaba junto al agua ha lléla toda llena de españoles e indios y de manera que no parescía que en ella hobiesen echado una paja, y los enemigos cargaron tanto que matando en los españoles se echaban al agua tras ellos. Y ya por la calle del agua venían canoas de los enemigos y tomaban vivos los españoles, y como el negocio fue tan de súpito y vi que me mataban la gente, determiné de que darme allí y morir peleando. Y en lo que más aprovechábamos yo y los otros que allí estaban conmigo era en dar las manos a algunos tristes españoles que se ahogaban para que saliesen afuera, y los unos salían heridos y los otros medio ahogados y otros sin armas, e inviábalos que se fuesen adelante. Y ya en esto cargaba tanta gente de los enemigos que a mí y a otros doce o quince que conmigo estaban nos tenían por todas partes cercados.

Y como yo estaba muy metido en socorrer a los que se ahogaban, no miraba ni me acordaba del daño que podía rescebir, y ya me venían a asir ciertos indios de los enemigos, y me llevaran si no fuera por un capitán de cincuenta hombres que yo traía siempre conmigo y por un mancebo de su compañía, el cual después de Dios me dio la vida, y por dármela como valiente hombre perdió allí la suya. En este comedio los españoles que salían desbaratados íbanse por aquella calzada adelante, y como era pequeña y angosta e igual a la agua -que los perros la habían hecho ansí de industria – e iban por ella también desbaratados muchos de los nuestros amigos, iba el camino tan embarazado y tardaban tanto en andar que los enemigos tenían lugar de llegar por el agua de la una parte y de la otra y tomar y matar cuantos querían. Y aquel capitán que estaba conmigo, que se dice Antonio de Quiñones, díjome: «Vamos de aquí y salvemos vuestra persona, pues sabéis que sin ella ninguno de nosotros puede escapar».

Y no podía acabar conmigo que me fuese de allí. Y como esto vio asióme de los brazos para que diésemos la vuelta, y aunque yo holgara más con la muerte que con la vida, por importunación de aquel capitán y de otros compañeros que allí estaban nos comenzamos a retraer peleando con nuestras espadas y rodelas con los enemigos que venían heriendo en nosotros. Y en esto llega un criado mío a caballo e hizo algúnd poquito de lugar, pero luego dende una azotea baja le dieron una lanzada por la garganta, que le hicieron dar la vuelta. Y estando en este tan grand conflito esperando que la gente pasase por aquella calzadilla a ponerse en salvo y nosotros deteniendo los enemigos, llegó un mozo mío con un caballo para que cabalgase, porque era tanto el lodo que había en la cazaldilla de los que entraban y salían por el agua que no había persona que se pudiese tener, mayormente con los empellones que los unos y otros se daban por salvarse.

Y yo cabalgué, pero no para pelear, porque allí era imposible poderse hacer a caballo, porque si pudiera ser antes de la calzadilla en una isleta se habían hallado los ocho de caballo que yo había dejado y no habían podido hacer menos de se volver por ella, y aun la vuelta era tan peligrosa que dos yeguas en que iban dos criados míos cayeron de aquella calzadilla en el agua, y la una mataron los indios y la otra salvaron unos peones. Y otro mancebo criado mío que se decía Cristóbal de Guzmán cabalgó en un caballo que allí en la isleta le dieron para me lo llevar, en que me pudiese salvar. Y a él y al caballo antes que a mí llegase mataron los enemigos, la muerte del cual puso a todo el real en tanta tristeza que fasta hoy está reciente el dolor de los que lo conoscían. Y ya con todos nuestros trabajos plugo a Dios que los que quedamos salimos a la calle de Tacuba, que era bien ancha.

Y recogida la gente, yo con nueve de caballo me quedé en la retroguarda, y los enemigos venían con tanta vitoria y orgullo que no parescía sino que ninguno habían de dejar a vida. Y retrayéndome lo mejor que pude, invié a decir al tesorero y al contador que se retrujesen a la plaza con mucho concierto. Lo mesmo invié a decir a los otros dos capitanes que habían entrado por la calle que iba al mercado. Y los unos y los otros habían peleado valientemente y ganado muchas albarradas y puentes que habían muy bien cegado, lo cual fue causa de no rescebir daño al retraer. Y antes que [los d]el tesorero y contador se retrujesen ya los de la cibdad por encima del albarrada donde peleaban les habían echado dos o tres cabezas de cristianos, aunque no supieron por entonces si eran de los del real de Pedro de Alvarado o del nuestro. Y recogidos todos a la plaza, cargaba por todas partes tanta gente de los enemigos sobre nosotros que teníamos bien que hacer en los desviar, y por lugares y partes donde antes deste desbarato no osaran esperar a tres de caballo y a diez peones. E incontinente en una torre alta de sus ídolos que estaba allí junto a la plaza pusieron muchos perfumes y sahumerios de unas gomas que hay en esta tierra, que paresce mucho a anime, lo cual ellos ofrescen a sus ídolos en señal de vitoria.

Y aunque quisiéramos mucho estorbárselo no se pudo hacer, porque ya la gente a más andar se iban hacia el real. En este desbarato mataron los contrarios treinta y cinco o cuarenta españoles y más de mill indios nuestros amigos, e hirieron más de veinte cristianos y yo salí herido en una pierna. Perdióse el tiro pequeño de campo que habíamos llevado y muchas ballestas y escopetas y armas. Los de la cibdad, luego que hobieron la vitoria, por hacer desmayar al alguacil mayor y Pedro de Alvarado, todos los españoles vivos y muertos que tomaron los llevaron al Tatabulco, que es el mercado, y en unas torres altas que allí estaban desnudos los sacrificaron y abrieron por los pechos y les sacaron los corazones para ofrescer a los ídolos, lo cual los españoles del real de Pedro de Alvarado pudieron ver bien de donde peleaban, y en los cuerpos desnudos y blancos que vieron sacrificar conoscieron que eran cristianos. Y aunque por ello hobieron grand tristeza y desmayo, se retrajeron a su real, habiendo peleando aquel día muy bien y ganado casi hasta el dicho mercado, el cual aquel día se acabara de ganar si Dios, por nuestros pecados, no permitiera tan gran desmán. Nosotros fuemos a nuestro real con grand tristeza algo más temprano que los otros días nos solíamos retraer, y también porque nos decían que los bergantines eran perdidos porque los de la cibdad con las canoas nos tomaban las espaldas, aunque plugo a Dios que no fue ansí, puesto que los bergantines y las canoas de nuestros amigos se vieron en harto estrecho, y tanto que un bergantín se erró poco de perder e hirieron al capitán y maestre dél. Y el capitán murió dende a ocho días.

Aquel día y la noche siguiente los de la cibdad hacían muchos regocijos de bocinas y atabales, que parescía que se hundía el mundo, y abrieron todas las calles y puentes del agua como de antes las tenían y llegaron a poner sus fuegos y velas de noche a dos tiros de ballesta de nuestro real. Y como todos salimos tan desbaratados y heridos y sin armas, había nescesidad de descansar y rehacemos. En este comedio los de la cibdad tuvieron lugar de inviar sus mensajeros a muchas provincias a ellos subjetas a decir como habían habido mucha vitoria y muerto muchos cristianos y que muy presto nos acabarían, que en ninguna manera tratasen paz con nosotros. Y la creencia que llevaban eran las dos cabezas de caballos que mataron y otras algunas de los cristianos, las cuales anduvieron mostrando por donde a ellos parescía que convenía, que fue mucha ocasión de poner en más contumacia a los rebelados que de antes. Mas con todo, porque los de la cibdad no tomasen más orgullo ni sintiesen nuestra flaqueza, cada día algunos españoles de pie y de caballo con muchos de nuestros amigos iban a pelear a la cibdad, aunque nunca podían ganar más de algunas puentes de la primera calle antes de llegar a la plaza.

Ayuda a Quamaguaras

Dende a dos días del desbarato, que ya se sabía por toda la comarca, los naturales de una población que se dice Quamaguaras que eran subjetos a la cibdad y se habían dado por nuestros amigos vinieron al real y dijéronme como los de la población de Marinalco, que eran sus vecinos, les hacían mucho daño y les destruían su tierra, y que agora se juntaban con los de la provincia de Coisco , que es grande, y querían venir sobre ellos a los matar porque se habían dado por vasallos de Vuestra Majestad y nuestros amigos; y que decían que después dellos destruidos, habían de venir sobre nosotros. Y aunque lo pasado era tan de poco tiempo acaescido y teníamos nescesidad antes de ser socorridos que de dar socorro, porque ellos me lo pedían con mucha instancia determíné de se lo dar. Y aunque tuve mucha contradición y decían que me destruía en sacar gente del real, despaché con aquéllos que pedían socorro ochenta peones y díez de caballo con Andrés de Tapia, capítán, al cual encomendé mucho que ficiese lo que más convenía al servicio de Vuestra Majestad y nuestra seguridad, pues vía la nescesi dad en que estábamos, y que en ir y volver no estuviese más de diez días. Y él se partió, y llegado a una poblacíón pequeña que está entre Marinalco y Coadnaoacad, halló a los enemigos que le estaban esperando, y él con la gente de Coadnaoacad y con la que llevaba comenzó su batalla en el campo. Y pelearon tan bien los nuestros que desbarataron los enemigos y en el alcance los siguieron fasta los meter en Marinalco, que está asentado en un cerro muy alto y donde los de caballo no podían subir. Y viendo esto, destruyeron lo que estaba en el llano y volviéronse a nuestro real con esta vitoria dentro de los diez días. En lo alto desta población de Marinalco hay muchas fuentes de muy buena agua, y es muy fresca cosa. En tanto que este capitán fue y vino a este socorro, algunos españoles de pie y de caballo, como he dicho, con nuestros amigos entraban a pelear a la cibdad fasta cerca de las casas grandes que están en la plaza.

Y de allí no podían pasar, porque los de la cibdad tenían abierta la calle de agua que está a la boca de la plaza y estaba muy honda y ancha, y de la otra parte tenían una muy grande y fuerte albarrada. Y allí peleaban los unos con los otros fasta que la noche los despartió. Un señor de la provincia de Tascaltecal que se dice Chichimecatecle, de que atrás he fecho relación, que trujo la tablazón que se hizo en aquella provincia para los bergantines, desde el prencipio de la guerra residía con toda su gente en el real de Pedro de Alvarado. Y como vía que por el desbarato pasado les españoles no peleaban como solían, determinó sin ellos de entrar él con su gente a combatir los de la cibdad.

Dejando cuatrocientos flecheros de los suyos a una puente quitada de agua bien peligrosa que ganó a los de la cibdad, lo cual nunca acaescía sin ayuda nuestra, pasó adelante con los suyos, y con mucha grita, apellidando y nombrando su provincia y señor, pelearon aquel día muy reciamente, y hobo de una parte y de otra muchos heridos y muchos y algunos muertos. Y los de la cibdad bien tenian creído que los tenían asidos, porque como es gente que al retraer aunque sea sin vitoria siguen con mucha determinación, pensaron que al pasar del agua, donde suele ser cierto el peligro, se habían de vengar muy bien dellos. Y para este efeto y socorro Chichimecatecle había dejado junto al paso del agua los cuatrocientos flecheros. Y como ya se venían retrayendo los de la cibdad cargaron sobre ellos muy de golpe, y los de Tascaltecal echáronse al agua y con el favor de los flecheros pasaron. Y los enemigos con la resistencia que en ellos fallaron se quedaron y aun bien espantados de la osadía que había tenido Chichitelaque. Dende a dos días que los españoles vinieron de hacer guerra a los de Marinalco, segúnd que Vuestra Majestad habrá visto en los capítulos antes déste, llegaron a nuestro real diez indios de los utumíes, que eran esclavos de los de la cibdad.

Y como he dicho, habíanse dado por vasallos de Vuestra Majestad y cada día venían en nuestra ayuda a pelear. Y dijéronme cómo los señores de la provincia de Matalcingo, que son sus vecinos, les facían guerra y les destruían su tierra y les habían quemado un pueblo y llevádoles alguna gente, y que venían destruyendo cuanto podían y con intención de venir a nuestros reales y dar sobre nosotros porque los de la cibdad saliesen y nos acabasen. Y a lo más desto dimos crédito, porque de pocos días a aquella parte cada vez que entrábamos a pelear nos amenazaban con los desta provincia de Matalcingo, de la cual aunque no teníamos mucha noticia, bien sabíamos que era grande y que estaba veinte y dos leguas de nuestros reales. Y en la queja que estos utumíes nos daban de aquellos sus vecinos daban a entender que les diésemos socorro, y aunque lo pedían en muy recio tiempo, confiando en el ayuda de Dios y por quebrar algo las alas a los de la cibdad que cada día nos amenazaban con éstos y mostraban tener esperanza de ser dellos socorridos y este socorro de ninguna parte les podía venir si déstos no, determiné de inviar allá a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, con diez y ocho de caballo y cient peones en que había solo un ballestero, el cual se partió con ellos y con otra gente de los utumíes nuestros amigos.

Y Dios sabe el peligro en que todos ellos iban y aun el en que nosotros quedábamos, pero como nos convenía mostrar más esfuerzo y ánimo que nunca y morir peleando, desimulábamos nuestra flaqueza así con los amigos como con los enemigos, pero muchas y muchas veces decían los españoles que pluyese a Dios que con las vidas los dejasen y se viesen vencedores contra los de la cibdad aunque en ella ni en toda la tierra no hubiesen otro interese ni provecho, por do se conocerá la aventura y nescesidad estrema en que teníamos nuestras personas y vidas. El alguacil mayor fue aquel día a dormir a un pueblo de los otumíes, que está frontero de Matalcingo. Y otro día muy de mañana se partió y fue a unas estancias de los dichos otumíes, las cuales halló sin gente y mucha parte dellas quemadas. Y llegando más adelante junto a una ribera, halló mucha gente de guerra de los enemigos que habían acabado de quemar otro pueblo, y como le vieron, comenzaron a dar la vuelta. Y por el camino que llevaban en pos dellos hallaban muchas cargas de maíz y de niños asados que traían para su provisión, los cuales habían dejado como habían sentido ir los españoles. Y pasado un río que allí estaba más adelante en lo llano, los enemigos comenzaron a reparar, y el alguacil mayor con los de caballo rompió por ellos y desbaratólos. Y puestos en huida, tiraron su camino derecho a su pueblo de Matalcingo que estaba cerca de tres leguas de allí, y en todas duró el alcance de los de caballo fasta los encerrar en el pueblo.

Y allí esperaron a los españoles y a nuestros amigos, los cuales venían matando en los que los de caballo atajaban y dejaban atrás, y en este alcance murieron más de dos mill de los enemigos. Llegados los de pie donde estaban los de caballo y nuestros amigos, que pasaban de sesenta mill hombres, comenzaron a ir hacia el pueblo, donde los enemigos hicieron rostro en tanto que las mujeres y los niños y sus haciendas se ponían en salvo en una fuerza que estaba en un cerro muy alto que estaba allí junto. Pero como dieron de golpe en ellos hiciéronlos también retraer a la fuerza que tenían en aquella altura, que era muy agra y fuerte, y quemaron y robaron el pueblo en muy breve espacio. Y como era tarde, el alguacil mayor no quiso combatir la fuerza, y también porque estaban muy cansados porque todo aquel día habían peleado. Los enemigos toda la más de la noche despendieron en dar alaridos y hacer mucho estruendo de atabales y bocinas. Otro día de mañana el alguacil mayor con toda la gente comenzó a guiar para sobirles a los enemigos aquella fuerza, aunque con temor de se ver en trabajo en la resistencia. Y llegados, no vieron gente ninguna de los contrarios, y ciertos indios amigos nuestros descendían de lo alto y dijeron que no había nadie y que al cuarto del alba se habían ido todos los enemigos.

Y estando ansí, vieron por todos aquellos llanos de la redonda mucha gente, y eran los utumíes. Y los de caballo, creyendo que eran los enemigos, corrieron hacia ellos y alancearon tres o cuatro. Y como la lengua de los otumíes es diferente desta otra de Culúa no los entendían más de como echaban las armas y se venían para los españoles, y todavía alancearon tres o cuatro, pero ellos bien entendieron que había sido por no lo conoscer. Y como los enemigos no esperaron los españoles acordaron de se volver por otro pueblo suyo que también estaba de guerra, pero como vieron venir tanto poder sobre ellos saliéronle de paz. Y el alguacil mayor habló con el señor de aquel pueblo y díjole que ya sabía que yo rescebía con buena voluntad a todos los que se venían a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad, aunque fuesen muy culpados, que le rogaba que fuese a hablar con aquéllos de Matalcingo para que se viniesen a mí. Y profirióse de lo facer ansí y de traer de paz a los de Marinalco, y así se volvió el alguacil mayor con esta vitoria a su real.

Y aquel día algunos españoles estaban peleando en la cibdad y los cibdadanos habían inviado a decir que fuese allá nuestra lengua porque querían hablar sobre la paz, la cual, segúnd paresció, ellos no querían sino con condición que nos fuésemos de toda la tierra, lo cual ficieron a fin que los dejásemos algunos días descansar y fornescerse de lo que habían menester, aunque nunca dellos alcanzamos dejar de tener voluntad de pelear siempre con nosotros. Y estando así platicando con la lengua muy cerca los nuestros de los enemigos – que no había sino una puente quitada en medio – , un viejo dellos allí a vista de todos sacó de su mochilla muy despacio ciertas cosas que comió por nos dar a entender que no tenían nescesidad, porque nosotros les decíamos que allí se habían de morir de hambre.

Y nuestros amigos decían a los españoles que aquellas paces eran falsas, que peleasen con ellos. Y aquel día no se peleó más porque los prencipales dijeron a la lengua que me hablase. Dende a cuatro días que el alguacil mayor vino de la provincia de Matalcingo, los señores della y de Marinalco y de la provincia de Cuiscon, que es grande y mucha cosa y estaban también rebelados, vinieron a nuestro real y pidieron perdón de lo pasado y ofresciéronse de servir muy bien, y ansí lo ficieron y han fecho fasta agora. En tanto que el alguacil mayor fue a Matalcingo, los de la cibdad acordaron de salir de noche y dar en el real de Alvarado. Y al cuarto del alba dan de golpe, y como las velas de caballo y de pie lo sintieron, apellidaron de llamar alarma y los que allí estaban arremetieron a ellos. Y como los enemigos sintieron los de caballo, echáronse al agua, y en tanto llegan los nuestros y pelearon más de tres horas con ellos. Y nosotros oímos en nuestro real un tiro de campo que tiraba, y como teníamos recelo no los desbaratasen yo mandé armar la gente para entrar en la cibdad para que aflojasen en el combate de Alvarado.

Y como los indios fallaron tan recios a los españoles acordaron de se volver a su cibdad, y nosotros aquel día fuemos a pelear a la cibdad. En esta sazón ya los que habíamos salido heridos del desbarato estábamos buenos. Y a la Villa Rica había aportado un navío de Juan Ponce de León que habían desbaratado en la tierra o isla Florida, y los de la villa inviáronme cierta pólvora y ballestas, de que teníamos mucha nescesidad. Y ya, gracias a Dios, por aquí a la redonda no teníamos tierra que no fuese en nuestro favor. Y yo, viendo como éstos de la cibdad estaban tan rebeldes y con la mayor muestra y determinación de morir que nunca generación tuvo, no sabía qué medio tener con ellos para quitarnos a nosotros de tantos peligros y trabajos y a ellos ni a su cibdad no los acabar de destruir, porque era la más hermosa cosa del mundo.

Y no nos aprovechaba decilles que no habíamos de levantar los reales ni los bergantines habían de cesar de les dar guerra por el agua ni que habíamos destruido a los de Matalcingo y Marinalco, y que no tenían en toda la tierra quien los podiese socorrer ni tenían de donde haber maíz ni carne ni frutas ni agua ni otra cosa de mantenimiento. Y cuanto más destas cosas les decíamos, menos muestra víamos en ellos de flaqueza, mas antes en el pelear y en todos sus ardides los hallábamos con mas ánimo que nunca.

Decision de destruir la ciudad

Y yo, viendo que el negocio pasaba desta manera y que había ya más de cuarenta y cinco días que estábamos en el cerco, acordé de tomar un medio para nuestra seguridad y para poder más estrechar a los enemigos, y fue que como fuésemos ganando por las calles de la cibdad, que fuesen derrocando todas las casas dellas del un lado y del otro, por manera que no fuésemos un paso adelante sin lo dejar todo asolado y lo que era agua hacello tierra firme, aunque hobiese toda la dilación que se pudiese seguir.

Y para esto yo llamé a todos los señores y prencipales nuestros amigos y díjeles lo que tenía acordado, por tanto, que hiciesen venir mucha gente de sus labradores y trujesen sus coas, que son unos palos que se aprovechan tanto como los cavadores en España de azada. Y ellos me respondieron que ansí lo harían de muy buena voluntad y que era muy buen acuerdo, y holgaron mucho con esto porque les paresció que era manera para que la cibdad se asolase, lo cual todos ellos deseaban más que cosa del mundo.

Entretanto que esto se concertaba, pasáronse tres o cuatro días. Los de la cibdad bien pensaron que ordenábamos algunos ardides contra ellos. Y ellos también, segúnd después paresció, ordenaban lo que podían para su defensa, segúnd que también lo barruntábamos. Y concertado con nuestros amigos que por la tierra y por la mar los habíamos de ir a combatir otro día de mañana después de haber oído misa tomamos el camino para la cibdad. Y en llegando al paso del agua y albarrada que estaba cabe las casas grandes de la plaza, queriéndola combatir, los de la cibdad dijeron que estuviésemos quedos, que querían paz.

Y yo mandé a la gente que no pelease y díjeles que viniese allí el señor de la cibdad a me hablar y que se daria orden en la paz. Y con decirme que ya le habían ido a llamar me detuvieron más de una hora, porque en la verdad ellos no tenían gana de la paz y ansí lo mostraron, porque luego en estando nosotros quedos nos comenzaron a tirar flechas y varas y piedras. Y como yo vi esto comenzamos a combatir el albarrada y ganámosla, y en entrando en la plaza hallámosla toda sembrada de piedras grandes porque los caballos no pudiesen correr por ella – porque por lo firme éstos son los que les hacen la guerra – y hallamos una calle cercada con piedra seca y otra también llena de piedras porque los caballos no pudiesen correr por ellas. Y dende este día en adelante cegamos de tal manera aquella calle del agua que salía a la plaza que nunca después los indios la abrieron, y de allí en delante comenzamos a asolar poco a poco las casas y cerrar y cegar muy bien lo que teníamos ganado del agua.

Y como aquel día llevamos más de ciento y cincuenta mill hombres de guerra fizose mucha cosa, y así nos volvimos aquel día al real. Y los bergantines y canoas de nuestros amigos hicieron mucho daño en la cibdad y volviéronse a reposar. Otro día siguiente por la misma orden entramos en la cibdad. Y llegados a aquel circuito y patio grande donde estaban las torres de los ídolos, yo mandé a los capitanes que con su gente no hiciesen sino cegar las calles de agua y allanar los pasos malos que teníamos ganados, y que nuestros amigos, deIlos quemasen y allanasen las casas y otros fuesen a pelear por las partes que solíamos, y que los de caballo guardasen a todos las espaldas.

Y yo me subí en una torre más alta de aquéllas porque los indios me conoscían y sabía que les pesaba mucho de verme subido en la torre, y de allí animaba a nuestros amigos y hacíales socorrer cuando era nescesario, porque como peleaban a la continua a veces los contrarios se retraían y a veces los nuestros, los cuales luego eran socorridos con tres o cuatro de caballo que les ponían infinito miedo y a los nuestros ánimo para revolver sobre ellos.

Y desta manera y por esta orden entramos en la cibdad cinco o seis días arreo, y siempre al retraer echábamos a nuestros amigos delante y hacíamos [que] algunos de los españoles se metiesen en celada en unas casas, y los de caballo quedábamos atrás y hacíamos que nos retraíamos de golpe por sacarlos a la plaza, y con esto y con las celadas de los peones cada tarde alanceábamos algunos. Y un día déstos había en la plaza siete u ocho de caballo y estuvieron esperando que los enemigos saliesen, y como vieron que no salían hicieron que se volvían. Y los enemigos con recelo que a la vuelta no los alanceasen como solían estaban puestos por unas paredes y azoteas, y había infinito número dellos. Y como los de caballo revolvían tras ellos, que eran ocho o nueve, y ellos les tenían tomada de lo alto una boca de la calle, no podieron seguir tras los enemigos que iban por ella y hobiéronse de retraer.

Y los enemigos con favor de cómo los habían fecho retraer venían muy encarnizados, y ellos estaban tan sobre aviso que se acogían donde no rescebían daño y los de caballo rescebían de los que estaban puestos por las paredes. Y hobiéronse de retraer e hirieron dos caballos, lo cual me dio ocasión para les ordenar una buena celada, como adelante haré relación a Vuestra Majestad. Y aquel día en la tarde nos volvimos a nuestro real con dejar bien seguro y allanado todo lo ganado y a los de la cibdad muy ufanos, porque creían que de temor nos retraíamos.

Y aquella tarde fice un mensajero al alguacil mayor para que antes del día viniese allí a nuestro real con quince de caballo de los suyos y de los de Pedro de Alvarado. Otro día por la mañana llegó el alguacil mayor con los quince de caballo, y yo tenía de los de Cuyoacan allí otros veinte y cinco, que eran cuarenta. Y a diez dellos mandé que luego por la mañana saliesen con toda la otra gente y que ellos y los bergantines fuesen por la orden pasada a combatir y a derrocar y ganar todo lo que pudiesen, porque yo, cuando fuese tiempo de retraerse, iría allá con los otros treinta de caballo; y que pues sabían que teníamos mucha parte de la cibdad allanada, que cuanto pudiesen siguiesen de tropel a los enemigos hasta los encerrar en sus fuerzas y calles de agua, y que allí se detuviesen con ellos hasta que fuese hora de retraer y yo y los otros treinta de caballo sin ser vistos pudiésemos meternos en una celada en unas casas grandes que estaban cerca de las otras grandes de la plaza.

Y los españoles lo ficieron como yo les avisé, y a la una hora después de mediodía tomé el camino para la cibdad con los treinta de caballo. Y allegados, dejélos metidos en aquellas casas y yo me fue y me sobí en la torre alta, como solía. Y estando allí, unos españoles abrieron una sepoltura y hallaron en ella en cosas de oro más de mill y quinientos castellanos. Y venida ya la hora de retraer, mandéles que con mucho concierto se comenzasen de retraer, y que los de caballo, desque estuviesen retraídos en la plaza, ficiesen que acometían y que no osaban llegar, y esto se ficiese cuando viesen mucha copia de gente alderredor de la plaza. Y en ella los de la celada estaban ya deseando que se llegase la hora, porque tenían deseo de facello bien y estaban ya cansados de esperar.

Y yo metíme con ellos, y ya se venían retrayendo por la plaza los españoles de pie y de caballo y los indios nuestros amigos que habían entendido ya lo de la celada. Y los enemigos venían con tantos alaridos que parescía que consiguían toda la vitoria del mundo, y los nueve de caballo hicieron que arremetían tras ellos por la plaza adelante y retraíanse de golpe, y como hobieron fecho esto dos veces los enemigos traían tanto favor que a las ancas de los caballos les venían dando fasta los meter por la boca de la calle donde estábamos en la celada. Y como vimos a los españoles pasar delante de nosotros y oímos soltar un tiro de escopeta que teníamos por señal, conoscimos que era tiempo de salir, y con el apellido de «señor Santiago» damos de súpito sobre ellos y vamos por la plaza adelante alanceando y derrocando y atajando muchos que por nuestros amigos que nos seguían eran tomados, de manera que desta celada se mataron más de quinientos, todos los más prencipales y esforzados y valientes hombres.

Y aquella noche tuvieron bien que cenar nuestros amigos, porque todos los que se mataron tomaron y llevaron hechos piezas para comer. Fue tanto el espanto y admiración que tomaron en verse tan de súpito ansí desabarata dos que ni hablaron ni gritaron en toda esa tarde ni osaron asomar en calle ni en azotea donde no estuviesen muy a su salvo y seguros. Y ya que era casi noche, que nos retraímos, paresce que los de la cibdad mandaron a ciertos esclavos suyos que mirasen si nos retraíamos o qué hacíamos. Y como se asomaron por una calle arremetieron diez o doce de caballo y siguiéronlos, de manera que ninguno se les escapó. Cobraron desta nuestra vitoria los enemigos tanto temor que nunca más en todo el tiempo de guerra osaron entrar en la plaza ninguna vez que nos retraíamos aunque sólo uno de caballo no más viniese, y nunca osaron salir a indio ni a peón de los nuestros, creyendo que de entre los pies se les había de levantar otra celada. Y ésta deste día y vitoria que Dios Nuestro Señor nos dio fue bien prencipal causa para que la cibdad más presto se ganase, porque los naturales della rescebieron mucho desmayo y nuestros amigos doblado ánimo.

Y ansí nos fuemos a nuestro real con intención de dar mucha priesa en hacer la guerra y no dejar de entrar ningúnd día fasta la acabar. Y aquel día ningúnd peligro hobo en los de nuestro real, expceto que al tiempo que salimos de la celada se encontraron unos de caballo y cayó uno de una yegua y ella fuese derecha a los enemigos, los cuales la flecharon. Y bien herida, como vio la mala obra que rescebía se volvió hacia nosotros, y aquella noche se murió. Y aunque nos pesó mucho porque los caballos y yeguas nos daban la vida, no fue tanto el pesar como si muriera en poder de los enemigos, como pensamos que de hecho pasara, porque si ansí fuera ellos hobieran más placer que no pesar por los que les matamos.

Los bergantines y las canoas de nuestros amigos hicieron grande estrago en la cibdad aquel día sin rescebir peligro alguno. Como ya conoscimos que los indios de la cibdad estaban muy amedrentados, supimos de unos dos dellos de poca manera, que de noche se habían salido de la cibdad y se habían venido a nuestro real, que se morían de hambre, que salían de noche a pescar por entre las casas de la cibdad y andaban por la parte que della les teníamos ganada buscando leña y yerbas y raíces que comer. Y porque ya teníamos muchas calles de agua cegadas y adreszados muchos malos pasos, acordé de entrar al cuarto del alba y hacer todo el daño que pudiésemos. Y los bergantines salieron antes del día, y yo con doce o quince de caballo y ciertos peones y amigos nuestros entramos de golpe. Y primero posimos ciertas espías, las cuales, siendo de día, estando nosotros en celada, nos ficieron señal que saliésemos. Y dimos sobre infinita gente, pero como eran de aquellos más miserables y que salían a buscar de comer, los más venían desarmados y eran mujeres y muchachos, y fecimos tanto daño en ellos por todo lo que se podía andar de la cibdad, que presos y muertos pasaron de más de ochocientas personas.

Y los bergantines tomaron también mucha gente y canoas que andaban pescando y ficieron en ellas mucho estrago. Y como los capitanes y prencipales de la cibdad nos vieron andar por ella a hora no acostumbrada, quedaron tan espantados como de la celada pasada y ninguno osó salir a pelear con nosotros, y así nos volvimos a nuestro real con harta presa y manjar para nuestros amigos. Otro día de mañana entramos en la cibdad, y como ya nuestros amigos vían la buena orden que llevábamos para la destruición della, era tanta la multitud que de cada día venían que no tenían cuento.

Y aquel día acabamos de ganar toda la calle de Tacuba y de adobar los malos pasos della, en tal manera que los del real de Pedro [de] Alvarado se podían comunicar con nosotros por la cibdad. Y por la calle prencipal que iba al mercado se ganaron otras dos puentes y se cegó muy bien el agua y quemamos las casas del señor de la cibdad, que era mancebo de edad de diez y ocho años que se dicia Guatimuci, que era el segundo señor después de la muerte de Muteeçuma. Y en estas casas tenían los indios mucha fortaleza, porque eran muy grandes y fuertes y cercadas de agua. También se ganaron otras dos puentes de otras calles que van cerca désta del mercado y se cegaron muchos pasos, de manera que de cuatro partes de la cibdad las tres estaban ya por nosotros, y los indios no hacían sino retraerse hacia lo más fuerte, que era a las casas que estaban más metidas en el agua.

Otro día siguiente, que fue día del apóstol Santiago, entramos en la cibdad por la orden que antes, y seguimos por la calle grande que iba a dar al mercado y ganámosles una calle muy ancha de agua en que ellos pensaban que tenían muchas seguridad, aunque se tardó gran rato y fue peligrosa de ganar y en todo este día no se pudo – como era muy ancha – de acabar de cegar por manera que los de caballo pudiesen pasar de la otra parte. Y como estábamos todos a pie y los indios vían que los caballos no habían pasado, vinieron de refresco sobre nosotros muchos dellos muy lucidos, y como les ficimos rostro y teníamos muchos ballesteros dieron la vuelta a sus albarradas y fuerzas que tenían, aunque fueron hartos asaeteados.

Y demás desto todos los españoles de pie llevaban sus picas, las cuales yo había mandado facer después que me desbarataron, que fue cosa muy provechosa. Aquel día por los lados de la una parte y de la otra de aquella calle prencipal no se entendió sino en quemar y allanar casas, que era lástima cierto de ver, pero como no nos convenía hacer otra cosa éranos forzado seguir aquella orden. Los de la cibdad, como vían tanto estrago, por esforzarse decían a nuestros amigos que no ficiesen sino quemar y destruir, que ellos se las harían tornar a hacer de nuevo, porque si ellos eran vencedores ya ellos sabían que había de ser ansí; y si no, que las habian de hacer para nosotros.

Y desto postrero plugo a Dios que salieron verdaderos, aunque ellos son los que las tornan a hacer. Otro día luego de mañana entramos en la cibdad por la orden acostumbrada. Y llegados a la calle de agua que habíamos cegado el día antes, fallámosla de la manera que la habíamos dejado y pasamos adelante dos tiros de ballesta. Y ganamos dos acequias grandes de agua que tenían rompidas en lo sano de la misma calle y llegamos a una torre pequeña de sus ídolos, y en ella hallamos ciertas cabezas de los cristianos que nos habían muerto que nos pusieron harta lástima. Y dende aquella torre iba la calle derecha – que era la misma adonde estábamos – a dar a la calzada del real de Sandoval, y a la mano izquierda iba otra calle a dar al mercado, en la cual ya no había agua ninguna excepto una que nos defendían.

Y aquel día no pasamos de allí, pero peleamos mucho con los indios. Y como Nuestro Señor cada día nos daba vitoría ellos siempre llevaban lo peor. Y aquel día ya que era tarde nos volvimos al real. Otro día siguiente, estando aderezando para tomar a entrar en la cibdad, a las nueve horas del día vimos de nuestro real salir humo de dos torres muy altas que estaban en el Tatebulco o mercado de la cibdad, que no podíamos pensar qué fuese. Y como parescía que era más que de sahumeríos que acostumbran los indios hacer a sus ídolos, barruntamos que la gente de Pedro de Alvarado había llegado allí, y aunque así era la verdad no lo podíamos creer.

Y cierto aquel día Pedro de Alvarado y su gente lo ficieron valientemente, porque teníamos muchas puentes y albarradas de ganar y siempre acudían a las defender toda la más parte de la cibdad. Pero como él vio que por nuestra istancia íbamos estrechando a los enemigos, trabajó todo lo posible para entrarles al mercado porque allí tenían toda su fuerza, pero no pudo más de llegar a vista dél y ganalles aquellas torres y otras muchas que están junto al mesmo mercado, que es tanto casi como el circuito de las muchas torres de la cibdad. Y los de caballo se vieron en harto trabajo y les fue forzado retraerse, y al retraerse les hirieron tres caballos, y así se volvieron Pedro de Alvarado y su gente a su real.

Y nosotros no quesimos ganar aquel día una puente y calle de agua que quedaba no más para llegar al mercado, salvo allanar y cegar todos los malos pasos. Y al retraer nos apretaron reciamente, aunque fue a su costa. Otro día entramos luego por la mañana en la cibdad, y como no había por ganar fasta llegar al mercado sino una traviesa de agua con su albarrada que estaba junto a la torrecilla que he dicho, comenzámosla a combatir. Y un alférez y otros dos españoles echáronse al agua, y los de la cibdad desampararon luego el paso y comenzóse a cegar y adreszar para que pudiésemos pasar con los caballos. Y estándose adreszando, llegó Pedro de Alvarado por la mesma calle con cuatro de caballo, que fue sin comparación el placer que hobo la gente de su real y del nuestro, porque era camino para dar muy breve conclusión en la guerra.

Y Pedro de Alvarado dejaba recaudo de gente en las espaldas y lados, así para conservar lo ganado como para su defensa. Y como luego se adreszó el paso yo con algunos de caballo me fue a ver el mercado, y mandé a la gente de nuestro real que no pasase adelante de aquel paso. Y después que anduvimos paseándonos un rato por la plaza mirando los portales della, los cuales por las azoteas estaban llenos de enemigos, y como la plaza era muy grande y vían por ella andar los de caballo, no osaban llegar. Y yo subí en aquella torre grande que estaba junto al mercado, y en ella también y en otras hallamos ofrecidas ante sus Ídolos las cabezas de los cristianos que nos habían muerto y de los indios de Tascaltecal nuestros amigos, entre quien siempre ha habido muy cruel y antigua enemistad.

Y yo miré dende aquella torre lo que teníamos ganado de la cibdad, que sin duda de ocho partes teníamos ganadas las siete. Y viendo que tanto número de gente de los enemigos no era posible sufrirse en tanta angostura, mayormente que aquellas casas que les quedaban eran pequeñas y puesta cada una dellas sobre sí en el agua, y sobre todo la grandísima hambre que entre ellos había y que por las calles hallábamos roídas las raíces y cortezas de los árboles, acordé de los dejar de combatir por algúnd día y movelles algúnd partido por do no peresciese tanta multitud de gente, que cierto me ponía en mucha lástima y dolor el daño que en ellos se facía.

Y continuamente les facía acometer con la paz, y ellos decían que en ninguna manera se habían de dar, y que uno solo que quedase había de morir peleando, y que de todo lo que tenían no habíamos de haber ninguna cosa y que lo habían de quemar y echar en el agua donde nunca paresciese. Y yo, por no dar mal por mal, desimulaba en no les dar combate. Como teníamos muy poca pólvora, habíamos puesto en plática más había de quince días de hacer un trabuco. Y aunque no había maestros que supiesen hacerle, unos carpinteros se profirieron de hacer uno pequeño. Y aunque yo tuve pensamiento que no habíamos de salir con esta obra, consentí que lo ficiesen, y en aquellos días en que teníamos tan arrinconados los indios acabóse de hacer y llevóse a la plaza del mercado para lo asentar en uno como teatro que está en medio della fecho de cal y canto, cuadrado, de altura de dos estados y medio y de isquina a isquina habrá treinta pasos, el cual tenían ellos para cuando hacían algunas fiestas y juegos, que los representadores dellos se ponían allí porque toda la gente del mercado y los que estaban en bajo y encima de los portales pudiesen ver lo que se hacía.

Y traído allí, tardaron en lo asentar tres o cuatro días. Y los indios nuestros amigos amenazaban con él a los de la cibdad diciéndoles que con aquel ingenio los habíamos de matar a todos, y aunque otro fruto no hiciera – como no hizo – sino el temor que con él se ponía, por el cual pensábamos que los enemigos se dieran, era harto. Y lo uno y lo otro cesó, porque ni los carpinteros salieron con su intención ni los de la cibdad, aunque tenían temor, movieron ningúnd partido para se dar. Y la falta y defeto del trabuco desimulámosla con que, movidos de compasión, no los queríamos acabar de matar. Otro día después de asentado el trabuco volvimos a la cibdad, y como ya había tres o cuatro días que no los combatíamos, hallamos las calles por donde íbamos llenas de mujeres y niños y otra gente miserable que se morían de hambre. Y salían traspasados y flacos que era la mayor lástima del mundo de los ver, y yo mandé a nuestros amigos que no les ficiesen mal ninguno, pero de la gente de guerra no salía ninguno adonde pudiesen rescebir daño, aunque los víamos estar encima de sus azoteas cubiertos con sus mantas que usan y sin armas.

Y fice este día que se les requiriese con la paz, y sus respuestas eran disimulaciones. Y como lo más del día nos tenían en esto invié a decirles que les quería combatir, que ficiesen retraer toda su gente; si no, que daría lícencia que nuestros amigos los matasen. Y ellos dijeron que querían paz, y yo les repliqué que yo no vía allí el señor con quien se había de tratar; que venido, para lo cual le daría todo el seguro que quisiesen, que hablaríamos en la paz. Y como vimos que era burla y que todos estaban apercebidos para pelear con nosotros, después de se la haber muchas veces amonestado, por más los estrechar y poner en más estrema nescesidad mandé a Pedro de Alvarado que con toda su gente entrase por la parte de un grand barrio que los enemigos tenían, en que habría más de mill casas, y yo por la otra parte entré a pie con la gente de nuestro real, porque a caballo no nos podíamos por allí aprovechar.

Y fue tan recio el combate nuestro y de nuestros amigos que les ganamos todo aquel barrio, y fue tan grande la mortandad que se hizo en nuestros enemigos que muertos y presos pasaron de doce mill ánimas, con los cuales usaban de tanta crueldad nuestros amigos que por ninguna vía a ninguno daban la vida, aunque más reprehendidos y castigados de nosotros eran. Otro día siguiente tornamos a la cibdad y mandé que no peleasen ni ficiesen mal a los enemigos. Y como ellos vían tanta multitud de gente sobre ellos y conoscían que los venían a matar sus vasallos y los que ellos solían mandar y vían su estrema nescesidad, y como no tenían donde estar sino sobre los cuerpos muertos de los suyos, con deseo de verse fuera de tanta desventura decían que por qué no los acabábamos ya de matar, y a mucha priesa dijeron que me llamasen, que me querían hablar.

Y como todos los españoles deseaban que ya esta guerra se concluyese y habían lástima de tanto mal como se hacía, holgaron mucho pensando que los indios querían paz, y con mucho placer viniéronme a llamar e importunar que me llegase a una albarrada donde estaban ciertos prencipales porque querían hablar conmigo. Y aunque yo sabía que había de aprovechar poco mi ida, determiné de ir, comoquiera que bien sabía que el no darse estaba solamente en el señor y otros tres o cuatro principales de la cibdad, porque la otra gente muertos o vivos deseaban ya verse fuera de allí. Y llegado a la albarra da, dijéronme que pues ellos me tenían por hijo del sol y el sol en tanta brevedad como era en un día y una noche daba vuelta a todo el mundo, que porqué yo así brevemente no los acababa de matar y los quitaba de penar tanto, porque ya ellos tenían deseos de morir e irse al cielo para su Ochilobus que los estaba esperando para descansar.

Y este ídolo es el que en más veneración ellos tienen. Yo les respondí muchas cosas para los atraer a que se diesen y ninguna cosa aprovechaba, aunque en nosotros vían más muestras y señales de paz que jamás ningunos vencidos mostraron, siendo nosotros, con el ayuda de Nuestro Señor, los vencedores.

Puestos los enemigos en el último estremo, como de lo dicho se puede colegir, para los quitar de su mal propósito como era la determinación que tenían de morir, hablé con una persona bien prencipal entre ellos que teníamos preso, al cual dos o tres días antes había prendido un tío de don Fernando, señor de Tesuico, peleando en la cibdad. Y aunque estaba muy herido le dije que si se quería volver a la cibdad, y él me respondió que sí. Y como otro día entramos en ella, inviéle con ciertos españoles, los cuales lo entregaron a los de la cibdad. Y a este prencipal yo le había fabIado largamente para que fablase con el señor y con otros prencipales sobre la paz, y él me prometió de facer sobre ello todo lo que pudiese. Los de la cibdad lo rescibieron con mucho acatamiento, como a persona prencipal, y como lo llevaron delante de Guatimucin, su señor, y él le comenzó a hablar sobre la paz, diz que luego lo mandó matar y sacrificar.

Y la respuesta que estábamos esperando nos dieron con venir con grandísimos alaridos diciendo que no querían sino morir, y comienzan a nos tirar varas, flechas y pie dras y a pelear reciamente con nosotros, y tanto que nos mataron un caballo con un dalle que uno traía hecho de una espada de las nuestras. Y al fin les costó caro, porque murieron muchos dellos. Y así nos volvimos a nuestros reales aquel día. Otro día tornamos a entrar en la cibdad, y ya estaban los enemigos tales que de noche osaban quedar en ella de nuestros amigos infinitos dellos. Y llegados a vista de los enemigos, no quesimos pelear con ellos sino andamos paseando por su cibdad, porque teníamos pensamiento que cada hora y cada rato se habían de salir a nosotros. Y por los inclinar a ello yo me llegué cabalgando cabe una albarrada suya que tenían bien fuerte y llamé a ciertos prencipales que estaban detrás, a los cuales yo conoscía, y díjeles que pues se vían tan perdidos y conoscían que si yo quisiese en una hora no quedaría ninguno dellos, que porqué no venía a me hablar Guatrimicin, su señor, que yo le prometía de no hacelle ningúnd mal, y que queríendo él y ellos venir de paz, que serían de mí muy bien rescebidos y tratados.

Y pasé con ellos otras razones con que los provoqué a muchas lágrímas. Y llorando me respondieron que bien conoscían su yerro y perdición, y que ellos querían ir a hablar a su señor y me volverían presto con la respuesta, y que no me fuese de allí. Y ellos se fueron, y volvieron dende a un rato y dijéronme que porque ya era tarde su señor no había venido, pero que otro día a mediodía vernía a me hablar en todo caso en la plaza del mercado, y así nos fuemos a nuestro real. Y yo mandé para otro día que estuviese adreszado allí en aquel cuadrado alto que está en medio de la plaza para el señor y prencipales de la cibdad un estrado como ellos lo acostumbran, y que también les tuviesen aderezado de comer, y ansí se puso por obra.

Otro día de mañana fuemos a la cibdad. Y yo avisé a la gente que estuviese apercebida porque si los de la cíbdad acometiesen alguna traición no nos tomasen descuidados, y a Pedro de Alvarado, que estaba allí, le avisé de lo mesmo. Y como llegamos al mercado, yo invié a decir y hacer saber a Guatimucin cómo le estaba esperando, el cual, segúnd paresció, acordó de no venir e invióme cinco de aquellos señores prencipales de la cibdad cuyos nombres, porque no hacen mucho al caso, no digo aquí. Los cuales llegados, dijeron que su señor me inviaba a rogar con ellos que le perdonase porque no venía, que tenía mucho miedo de parescer ante mí y también estaba malo, y que ellos estaban allí, que viese lo que mandaba, que ellos lo harían. Y aunque el señor no vino, holgamos mucho que aquellos prencipales viniesen, porque parescía que era camino de dar presto conclusión a todo el negocio.

Yo los rescebí con semblante alegre y mandéles dar luego de comer y beber, en lo cual mostraron bien el deseo y nescesidead que dello tenían. Y después de haber comido díjeles que hablasen a su señor y que no tuviese temor ninguno, y que le prometía que aunque ante mi viniese, que no le sería hecho enojo ninguno ni sería detenido, porque sin su presencia en ninguna cosa se podía dar buen asiento ni concierto. Y mandéles dar algunas cosas de refresco que llevasen para comer. Y prometiéronme de hacer en el caso todo lo que pudiesen, y ansí se fueron. Y dende a dos horas volvieron y trajéronme unas mantas de algodón buenas de las que ellos usan, y dijéronme que en ninguna manera Guatimucin, su señor, vernía ni quería venir, y que era escusado hablar en ello. Y yo les torné a repetir que no sabía la cabsa porque él se recelaba venir ante mí, pues vía que a ellos, que yo sabía que habían sido los cabsadores prencipales de la guerra y que la habían sustentado, les hacía buen tratamiento, que los dejaba ir y venir seguramente sin rescebir enojo alguno; que les rogaba que le tornasen a fablar y mirasen mucho en esto de su venida, pues a él le convenía y yo lo hacía por su provecho.

Y ellos respondieron que ansí lo harían y que otro día me volverían con la respuesta, y así se fueron ellos, y también nosotros a nuestros reales. Otro día bien de mañana aquellos principales vinieron a nuestro real y dijéronme que me fuese a la plaza del mercado de la cibdad, porque su señor me quería ir a hablar allí. Y yo, creyendo que fuera así, cabalgué y tomamos nuestro camino, y estúvele esperando donde quedaba concertado más de tres o cuatro horas, y nunca quiso venir ni parescer ante mí. Y como yo vi la burla y que era ya tarde y que los otros mensajeros ni el señor venían, invié a llamar a los indios nuestros amigos que habían quedado a la entrada de la cibdad casi una legua de donde estábamos, a los cuales yo había mandado que no pasasen de allí porque los de la cibdad me habían pedido que para hablar en las paces no estuviese ninguno dellos dentro.

Y ellos no se tardaron ni tampoco los del real de Pedro de Alvarado, y como llegaron comenzamos a combatir unas albarradas y calles de agua que tenían – que ya no les quedaba otra mayor fuerza y entrámosles ansí nosotros como nuestros amigos todo lo que quesimos. Y al tiempo que yo salí del real había proveído que Gonçalo de Sandoval entrase con los bergantines por la otra parte de las casas en que los indios estaban fuertes por manera que los tuviésemos cercados, y que no los combatiese fasta que viese que nosotros combatíamos, por manera que por estar así cercados y apretados no tenían paso por donde andar sino por encima de los muertos y por las azoteas que les quedaban, y a esta causa ni tenían ni hallaban flechas ni varas ni piedras con que nos ofender, y andaban con nosotros nuestros amigos a espada y rodela. Y era tanta la mortandad que en ellos se hizo por la mar y por la tierra que aquel día se mataron y prendieron más de cuarenta mill ánimas, y era tanta la gríta y lloro de los niños y mujeres que no había persona a quien no quebrase el corazón.

Y ya nosotros teníamos más que hacer en estorbar a nuestros amigos que no matasen ni hiciesen tanta crueldad que no en pelear con los indios, la cual crueldad nunca en generación tan recia se vio ni tan fuera de toda orden de naturaleza como en los naturales destas partes. Nuestros amigos hobieron este día grand despojo, el cual en ninguna manera les podíamos resistir, porque nosotros éramos obra de nuevecientos españoles y ellos más de ciento y cincuenta mill hombres, y ningúnd recaudo ni deligencia bastaba para los estorbar que no robasen, aunque de nuestra parte se hacía lo posible. Y una de las cosas porque los días antes yo rehusaba de no venir en tanta rotura con los de la cibdad era porque tomándolos por fuerza habían de echar lo que tuviesen en el agua; y ya que no lo ficiesen, nuestros amigos habrían de robar todo lo más que hallasen. Y a esta cabsa temía que se habría para Vuestra Majestad poca parte de la mucha ríqueza que en esta cibdad había y segúnd la que yo antes para Vuestra Alteza tenía. Y porque ya era tarde y no podíamos sufrír el mal olor de los muertos que había de muchos días por aquellas calles, que era la cosa del mundo mas pestilencial, nos fuemos a nuestros reales.

Y aquella tarde dejé concertado que para otro día siguiente que habíamos de volver a entrar se aparejasen tres tiros gruesos que teníamos para llevarlos a la cibdad, porque yo temía que como estaban los enemigos tan juntos y que no tenían por dónde se rodear, queriéndoles entrar por fuerza, sin pelear podrían entre sí ahogar los españoles. Y quería dende acá hacerles con los tiros algúnd poco de daño porque se saliesen de allí para nosotros. Y al alguacil mayor mandé que asimesmo para otro día que estuviese apercebido para entrar con los bergantines por un lago de agua grande que se hacía entre unas casas donde estaban todas las canoas de la cibdad recogidas. Y ya tenían tan pocas casas donde poder estar que el señor de la cibdad andaba metido en una canoa con ciertos prencipales, que no sabían qué hacer de sí.

Y desta manera quedó concertado que habíamos de entrar otro día por la mañana. Siendo ya de día, hice aprescebir toda la gente y llevar los tiros gruesos. Y el día antes había mandado a Pedro de Alvarado que me esperase en la plaza del mercado y no diese combate fasta que yo llegase. Y estando ya todos juntos y los bergantines apercebidos todos por detrás de las casas del agua donde estaban los enemigos, mandé que en oyendo soltar una escopeta que entrasen por una poca parte que estaba por ganar y echasen a los enemigos al agua hacia donde los bergantines habían de estar a punto. Y aviséles mucho que mirasen por Guautimucin y trabajasen de lo tomar a vida, porque en aquel punto cesaría la guerra.

Y yo me sobí encima de una azotea y antes del combate hablé con algunos de aquellos prencipales de la cibdad que conoscía y les dije qué era la cabsa porque su señor no quería venir, que pues se vían en tanto estremo, que no diesen causa a que todos peresciesen, y que lo llamasen y no hobiese ningúnd temor. Y dos de aquellos prencipales paresció que lo iban a llamar, y dende a poco volvió con ellos uno de los más prencipales de todos ellos que se llamaba Ciguacoacin y era el capitán y gobernador de todos ellos y por su consejo se siguían todas las cosas de la guerra.

Y yo le mostré toda buena voluntad porque se asegurase y no tuviese temor, y al fin me dijo que en ninguna manera el señor vernía ante mí, y antes quería por allá morír; y que a él pesaba mucho desto, que hiciese yo lo que quisiese. Y como vi en esto su determinación yo le dije que se volviese a los suyos y que él y ellos se aparejasen porque los quería combatir y acabar de matar, y así se fue. Y como en estos conciertos se pasaron más de cinco horas y los de la cibdad estaban todos encima de los muertos y otros en el agua y otros andaban nadando y otros ahogándose en aquel lago donde estaban las canoas, que era grande, era tanta la pena que tenían que no basta juicio a pensar cómo lo podían sufrir. Y no hacían sino salirse infinito número de hombres y mujeres y niños hacia nosotros, y por darse priesa al salir unos a otros se echaban al agua y se ahogaban entre aquella multitud de muertos, que, segúnd paresció, del agua salada que bebían y de la hambre y mal olor había dado tanta mortandad en ellos que murieron más de cincuentas mill ánimas, los cuerpos de las cuales porque nosotros no alcanzásemos su nescesidad ni los echaban al agua, porque los bergantines no topasen con ellos, ni los echaban fuera de su conversación, porque nosotros por la cibdad no los viésemos.

Y así por aquellas calles en que estaban hallábamos los montones de los muertos, que no había persona que en otra cosa pudiese poner los pies. Y como la gente de la cibdad se salía a nosotros yo había proveído que por todas las calles estuviesen españoles para estorbar que nuestros amigos no matasen a aquellos tristes que se salían, que eran sin cuento, y también dije a todos los capitanes de nuestros amigos que en ninguna manera consintiesen matar a los que se salían. Y no se pudo estorbar, como eran tantos, que aquel día no mataron y sacrificaron más de quin ce mill ánimas.

Y en esto todavía los prencipales y gente de guerra de la cibdad se estaban arrinconados y en algunas azoteas y casas y en el agua, donde ni les aprovechaba disimulación ni otra cosa, porque no viésemos su perdición y su flaqueza muy a la clara. Viendo que se venía la tarde y que no se querían dar, fice asentar los dos tiros gruesos hacia ellos para ver si se darían, porque más daño rescibieran en dar licencia a nuestros amigos que les entraran que no de los tiros, los cuales hicieron algúnd daño. Y como tampoco esto aprovechaba mandé soltar la escopeta, y en soltándola luego fue tomado aquel rincón que tenían y echados al agua los que en él estaban. Otros que quedaban sin pelear se rindieron. Y los bergantines entraron de golpe por aquel lago y rompieron por medio de aquella flota de las canoas, y la gente de guerra que en ellas estaba ya no osaban pelear.

Y plugo a Dios que un capitán de un bergantín que se dice Garcí Holguín llegó en pos de una canoa en la cual le paresció que iba gente de manera. Y como llevaba dos o tres ballesteros en la proa del bergantín e iban encarando en los de la canoa ficiéronles señal que estaba allí el señor, que no tirasen. Y saltaron de presto y prendiéronle a él y a aquel Guautimoucin y a aquel señor de Tacuba y a otros principales que con él estaban. Y luego el dicho capitán Garcí Holguín me trajo allí a la azotea donde estaba, que era junto al lago, al señor de la cibdad y a los otros prencipales presos, el cual, como le fice sentar no monstrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había fecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos fasta venir en aquel estado, que agora ficiese déllo que yo quisiese. Y puso la mano en un puñal que yo tenía, deciéndome que le diese de puñaladas y lo matase.

Y yo le animé y le dije que no tuviese temor ninguno. Y así, preso este señor, luego en ese punto cesó la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión martes, día de Santo Hipólito, que fueron trece de agosto de mill y quinientos y veinte y un años, de manera que desde el día que se puso cerco a la cibdad, que fue a treinta de mayo del dicho año, fasta que se ganó, pasaron setenta y cinco días, en los cuales Vuestra Majestad verá los trabajos, peligros y desventuras que estos sus vasallos padescieron, en los cuales mostraron tanto sus personas que las obras dan buen testimonio dello. Y en todos aquellos setenta y cinco días del cerco ninguno se pasó que no se tuviese combate con los de la cibdad, poco o mucho. Aquel día de la presión de Guautimucin y toma de la cibdad, después de haber recogido el despojo que se pudo haber nos fuemos al real, dando gracias a Nuestro Señor por tan señalada merced y tan deseada vitoria como nos había dado.

Allí en el real estuve tres o cuatro días dando orden en muchas cosas que convenían, y después nos venimos a la cibdad de Cuyoacan, donde hasta agora he estado entendiendo en la buena orden, gobernación y pacificación destas partes. Recogido el oro y otras cosas, con parecer de los oficiales de Vuestra Majestad se hizo fundición dello. Y montó lo que se fundió más de ciento y treinta mill castellanos, de que se dio el quinto al tesorero de Vuestra Majestad, sin el quinto de otros derechos que a Vuestra Majestad pertenescieron de esclavos y otras cosas, segúnd más largo se verá por la relación de todo lo que a Vuestra Majestad pertenesció, que irá firmado de nuestros nombres. Y el oro que restó se repartió en mí y en los españoles segúnd la manera y servicio y calidad de cada uno. Demás del dicho oro se hobieron ciertas piezas y joyas de oro, y de las mejores dellas se dio el quinto al dicho tesorero de Vuestra Majestad. Entre el despojo que se hobo en la dicha cibdad hobimos muchas rodelas de oro y penachos y plumajes y cosas tan maravillosas que por escrito no se pueden significar ni se pueden comprehender si no son vistas.

Y por ser tales parescióme que no se debían quintar ni dividir, sino que de todas ellas se hiciese servicio a Vuestra Majestad, para lo cual yo fice juntar todos los españoles y les rogué que tuviesen por bien que todas aquellas cosas se inviasen a Vuestra Majestad, y que de la parte que a ellos venía y a mí sirviésemos a Vuestra Majestad. Y ellos folgaron de lo hacer de muy buena voluntad, y con tal ellos y yo inviamos el dicho servicio a Vuestra Majestad con los procuradores que los concejos desta Nueva España invían.

Como la cibdad de Temixtitán era tan prencipal y nombrada por todas estas partes, paresce que vino a noticia de un señor de una muy grand provincia que está setenta leguas de Timixititán que se dice Mechuacan cómo la había destruido y asolado. Y considerando la grandeza y fortaleza de la dicha cibdad, al señor de aquella provincia le paresció que pues que aquélla no se nos había defendido, que no habría cosa que se nos amparase. Y por temor o por lo que a él le plugo invióme ciertos mensajeros, y de su parte me dijeron por los intérpetres de su lengua que su señor había sabido que nosotros éramos vasallos de un grand señor, y que si yo tuviese por bien, él y los suyos lo querían también ser y tener mucha amistad con nosotros.

Y yo le respondí que era verdad que todos éramos vasallos de aquel grand señor que era Vuestra Majestad, y que a todos los que no lo quisiesen ser les habíamos de facer guerra, y que su señor y ellos lo habían fecho muy bien. Y como yo de poco acá tenía alguna noticia de la Mar del Sur, informéme también dellos si por su tierra podían ir allá, y ellos me respondieron que sí. Y roguéles que porque pudiese informar a Vuestra Majestad de la dicha mar y de su provincia, lleváse consigo dos españoles que les daría. Y ellos dijeron que les placía de muy buena voluntad, pero que para pasar al mar había de ser por tierra de un grand señor con quien ellos tenían guerra, y que a esta cabsa por agora no podían llegar a la mar.

7/7/20 los mexicas persiguen a Cortes. Batalla de Otumba

Batalla de Otumba

Después de que Hernán Cortés se viera obligado a evacuar la ciudad de Tenochtitlan durante la lluviosa Noche Triste (30 de junio de 1520), en la que los aztecas mataron casi la mitad de las fuerzas españolas en la ciudad, el nuevo emperador mexica Cuitláhuac decidió perseguir a los españoles con el fin de destruirlos antes de que pudieran refugiarse dentro de las tierras de sus aliados tlaxcaltecas. Un impresionante ejército de casi 40.000 guerreros mexicas (en su mayoría tenochcas, pero también tepanecas, xochimilcos y miembros de otras tribus sometidas o aliadas) les alcanzó en los llanos de Otompan (Otumba), donde les cortó el paso. Sabedores de que los aztecas siempre sacrificaban a sus prisioneros, los alrededor de 500 españoles y sus miles de aliados tlaxcaltecas se decidieron a luchar o morir, a pesar de no disponer de artillería y haber perdido buena parte de sus caballos y arcabuces tras la derrota sufrida durante la huida de la capital azteca.

Los aztecas rodearon enseguida a los españoles, que resistieron durante horas intercambiando flechas por disparos de ballesta, los mosquetes y la escasa artillería se habían perdido en las zanjas de Tenochtitlan . Hernán Cortés, aconsejado por la Malinche, decidió entonces jugar su última carga atacando al tepuchtlato (portaestandarte/caudillo) Cihuacóatl Matlatzincátzin, el más alto y adornado de los guerreros aztecas y por tanto indicio claro de que era el jefe supremo de su ejército. Por primera vez en la historia de la Conquista de México, los españoles realizaron una modesta carga de caballería formada por 13 jinetes que se abalanzaron sobre Cihuacóatl al grito de «¡SANTIAGO!».

El tepuchtlato jefe fue pillado desprevenido (pues hasta ese momento sólo había visto a los caballos siendo usados como medio de transporte y carga, no como arma de guerra). Cortés lo derribó de las andas y fue rematado de un espadazo por el soldado Juan de Salamanca, quien también se hizo con su insignia, agitándola en señal de victoria. Al ver esto, el temor se apoderó del ejército azteca, que rompió filas y huyó en desbandada, siendo perseguido por la caballería española. Fue un suceso donde intervino la fortuna, como en muchos casos de diferentes partes del mundo a lo largo de la historia.

..»Llevaban a la guerra los más ricos vestidos y joyas que tenían. El capitán general, vestido ricamente, con una devisa de plumas sobre la cabeza, estaba en mitad del exército, sentado en unas andas, sobre los hombros de caballeros principales; la guarnición que alrededor tenía era de los más fuertes y más señalados; tenían tanta cuenta con la bandera y estandarte, que, mientras la veían levantada, peleaban, y si estaba caída, como hombres vencidos, cada uno iba por su parte. Esto experimentó el muy valeroso y esforzado capitán don Fernando Cortés en aquella gran batalla de Otumba»..

«Crónica de la Nueva España», Francisco Cervantes de Salazar [1]
Sin lugar a dudas este acontecimiento fue una pieza clave en la historia de México y del continente americano. Por ello a Otumba se le llega a denominar «La Heróica Otumba».

Tras esta victoria que inicialmente parecía imposible, los españoles pudieron retirarse a la ciudad aliada de Tlaxcala sin ser perseguidos más. Días después el emperador Cuitláhuac envió emisarios a los tlaxcaltecas proponiéndoles la paz a cambio de la entrega de Cortés y sus hombres, pero éstos rechazaron su idea y en su lugar acordaron una nueva alianza con los españoles para reconquistar Tenochtitlan.

Existen versiones del lugar especifico de la batalla, y la cantidad de guerreros que participaron en los dos bandos, se comenta que texcoco fiel aliado de Cortes, envio miles de ellos para auxiliarlo, mismos que fueron confundidos y atacados por él, sus cansadas tropas, y aliados tlaxcaltecas, y que para no tener problemas al llegar a tlaxcala y explicar porque sus guerreros habian sido casi exterminados inventaron la cantidad de aztecas que participaron y omitieron el apoyo recibido de texcoco.

El presente lugar fue tomado de un estudio extranjero, de repente la información dada por los medios oficiales es poco precisa y en muchos casos parcial hacia uno u otro bando, entre tanto seguire buscando mas registros e imagenes.

Saludos

Adrián Rojas
tomahawk7848@hotmail.com

Aqui dejo otra cronica, aunque con cieros razgos de parcialidad.

Batalla de Otumba


Los hombres de Cortés se retiraban hacia Tlaxcala. Fue una marcha lenta y agotadora, constantemente atacados por partidas de indios, agresivas pero descoordinadas. De los cuatrocientos que eran al salir, sólo quedaron trescientos cuarenta. El resto murió por sus heridas. En muchas poblaciones por las que pasaron, los vecinos habían huido a las montañas, dejando algunos víveres olvidados en sus almacenes, que sirvieron de precario sustento para los hombres de Cortés. Cuando en uno de los encontronazos los aztecas les mataron un caballo, aprovecharon para asarlo y comérselo.

Mientras los castellanos pasaban esas penalidades, las gentes de Tenochtitlán festejaban su victoria en la «batalla de los puentes». Los cuerpos de los enemigos muertos se colocaron en hilera como señal de triunfo, y muchos castellanos y tlaxcaltecas fueron llevados a la piedra de sacrificio en sus complicados rituales. Sus cráneos pelados adornaron el tzompantli del templo, mientras sus muslos eran devorados por los guerreros.


La gran victoria azteca en la Noche Triste llenó de optimismo a sus guerreros. Era posible vencer a los extranjeros, e iban a pagar caro su atrevimiento. Guerrero águila, sacerdote y guerrero jaguar. Ilustración de Angus McBride

En las calzadas y las aguas de sus alrededores encontraron cientos de armas españolas. Algunas, como las espadas, se volvían a utilizar, bien en manos de oficiales destacados o engastadas en astas de madera. Por el contrario, arrojaron los cañones a lo más hondo del lago. Las calles se limpiaron y se recogieron los escombros, para que todo tornara a ser como antes de la llegada de los teules, que nunca volverían a amenazar la capital.

Los castellanos llevaban dos semanas de marcha, bordeando el lago por su orilla norte. Numerosos contingentes indígenas permanecían en sus cercanías, acosándoles con dardos y ofreciendo algún que otro encontronazo con la caballería. Nada decisivo, hasta el siete de julio, en que los extranjeros llegaron al valle de Otumba.

Era previsible que pasaron por aquel lugar en su retorno a Tlaxcala. Allí se concentraron las fuerzas de la Tripe Alianza para darles el golpe definitivo. Los aztecas ya no estaba dominados por la furia, ni luchaban improvisadamente por salvar su preciada capital. La fecha era propicia y se habían hecho los rituales adecuados. La victoria era segura. Lo importante era capturar vivos al máximo número posible de extranjeros y ofrecer sus palpitantes corazones al ansia implacable de Huitzilopochtli. Muchos combatientes tenochcas habrían cruzado el lago en canoa para unirse al enorme contingente que aguardaba en el valle. Los caballeros de las cofradías del águila y del jaguar se agruparían para buscar los sitios más honorables de la batalla. Los campesinos y la demás gente humilde de los calpulli se darían animo con cánticos. Agitarían sus macanas y sus escudos de madera, que sus madres o esposas habrían adornado con plumas de colores. Como en los mejores tiempos, nobles y oficiales lucirían sobre las espaldas sus grandes enseñas y banderolas, señal de su rango y de su valor demostrado capturando prisioneros. Algunos de ellos llevarían espadas españolas, sacadas de los canales. Al mando de aquella multitud estaba el brazo derecho del emperador, sumo sacerdote y primer ministro a la vez: el ciuacoatl.


El ciuacoatl iba adornado con una impresionante armadura de algodón que representaba a la divinidad de la «Mujer Serpiente». Su estandarte era considerado el de todo el ejército. Cortés explotó la lógica bélica mesoamericana aprendida en sus campañas. «Si pierden su comandante, pierden su corazón». Le acompañan un guerrero águila (izquierda) y un capitán de las fuerzas aliadas, blandiendo un pesado «cuauhololli» de dos manos. primera Ilustración

Todos los ojos estarían pendientes del ciuacoatl y su estandarte. Para la mayoría de los combatientes de la Triple Alianza, gentes del pueblo llano, no era un hombre el que los guiaba, era una divinidad, salida de los oscuros subterráneos del templo. Cien veces habían visto a Tlaloc, a Huitzilopochtli, a Tezcatlipoca, sobre las altas plataformas de sus pirámides, asistiendo a los complejos rituales. El que se tratase de sacerdotes vestidos con los atavíos sagrados era algo secundario, que no restaba ningún valor al hecho. En aquella batalla, los dioses estaban con ellos, con su pueblo.

Muchos hombres serían de las poblaciones ribereñas del lago, de Tacuba, de Texcoco, que apenas habrían visto a los teules. Mientras esperaban hablarían con los tenochcas, que los conocían bien. Los totonacas mentían, los teules no era dioses. Bien lo habría demostrado la mucha sangre que habían vertido para sus dioses, roja y caliente, como la de los hombres. No eran más que una partida de bandoleros, unos invasores tan despreciables como los salvajes chichimecas del norte. Su orgullo y su bravura se habían quedado en los de Tenochtitlán, de donde habían huido como ladrones. Iban derrotados, muchos menos de los que llegaron desde la costa. Sólo eran unos pocos, acompañados por un centenar de ruines tlaxcaltecas. El doble de esa cantidad se había quedado en la capital, y sus cráneos se blanqueaban en el tzompantli. También se habían muerto la mayoría de sus bestias de batalla, que bestias eran, y no dioses ni espíritus. Todas juntas no llegaban a veinte. Los alargados tubos de cuyas barrigas salía fuego estaban ahora silenciosos en el fondo del lago.

Alguno se preguntaría si no les acompañaría aún la temible «Mujer Blanca», la que colocaron sobre lo alto del templo mayor, la que luchaba por ellos en las batallas. En algunos corrillos se decía que la habían visto, marchando con las armas en la mano entre sus filas de soldados.

Los exploradores llegaron agitados y los oficiales de altos estandartes se irguieron para mirar a lo lejos. Al ruido de tambores y caracolas, la enorme masa de los indios, la ingente multitud de guerreros, se puso en pie y se agitó. Ante las vanguardias, sobre la colina, se recortó la figura de un jinete. Luego otro. Se pararon en seco al contemplar lo que les esperaba, cerrando el valle de parte a parte. Algunos se santiguaron. Luego volvieron grupas y retornaron con el resto de sus compañeros.

La mayor batalla librada en suelo americano

Otumba es, con toda probalidad, la mayor batalla librada en el continente americano. Ni la batalla de las llanuras de Abraham entre ingleses y franceses en el siglo XVIII, ni la batalla de Saratoga en la Guerra de Indepedencia de los Estados Unidos, ni las batallas de Chacabuco y Maypú en la emancipación de las colonias latinoamericanas vieron jamás tan titánico y desigual choque.

Pero, extrañamente, es una batalla olvidada. Los hagiógrafos de Cortés maximizan su significado y los historiadores «neoindigenistas» la barnizan de anecdótica, la minimizan o la omiten en sus obras. ¿Por qué esta batalla despierta tantas filias y fobias? Realmente, los aztecas tuvieron muchas oportunidades para acabar con los hombres de Cortés: el asedio al palacio de Axayácatl y la Noche Triste, entre otras. Pero fue en Otumba donde toda la expedición pudo fracasar. 340 españoles cansados, desnutridos, malheridos, sin cañones y sin armas de alcance (las cuerdas de las ballestas y la pólvora mojada les impedían usarlas) se enfrentaban al ejército de la Triple Alianza, Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán. Probablemente unos 75.000 combatientes.


La batalla

Allí habrían de morir, seguro. No había huida posible, ni más camino que aquel. Cortés y los demás capitanes eran conscientes de lo desesperado de la situación. Pero eran hidalgos de Castilla, y no estaban hechos a dejarse amedrentar, y menos delante de sus hombres. Si iban a morir, lo harían con la espada en la mano. En silencio se agruparon los soldados. Al clamor que venía de los indios sólo contestaba el monótono redoblar del tambor. Buen temple tenía que tener el joven Rodrigo de Sandoval, que volviéndose hacia sus hombres, les dijo: «Ea, señores, que hoy es el día en que hemos de vencer, tened esperanza, que saldremos de aquí vivos, para algún buen fin nos guarda Dios».

La infantería se agrupó lo mejor que pudo, formando un pequeño cuadro. Todo el que podía empuñar un arma ocupó su lugar, incluidas las mujeres, como la andaluza María Estrada, que desde la batalla de los puentes iba con lanza y adarga. No es extraño que los exploradores aztecas la confundieran con la mítica «Mujer Blanca». Abrumados por el número de sus enemigos, fue la caballería la que tomó la iniciativa, a la manera medieval.

Antes de que los indios los cercaran por completo, los de a caballo arrancaron contra lo más denso de los escuadrones aztecas. Los cascos de sus monturas resonaron sobre la tierra, levantando piedras y nubes de polvo a su paso. La inercia de la carrera los llevaba muy adentro de la formación, con las lanzas hiriendo a sus enemigos en el rostro. Como habían aprendido en sus otros combates contra los indígenas, no se paraban ni un momento. Los dardos rebotaban contra sus rodelas de metal y las cuchillas de obsidiana se mellaban al chocar contra los quijotes de acero que guardaban sus piernas. Cuando parecía que los indios iban a conseguir por fin rodearles y dar con ellos en tierra, hacían un giro y desaparecían, dejando tan sólo un reguero de polvo y sangre. No se iban muy lejos, lo justo para reagruparse y buscar con la vista el lugar donde su siguiente ataque podría hacer más daño.

Los de la infantería lo llevaban peor, aguantando a pie firme las cargas y arremetidas de los indios. Por mucho que les empujaran los guerreros aztecas, los españoles permacían apretados unos con otros, sin romper la formación de la que dependían sus vidas. Antes de cada carga, los infantes lanzaban el grito de guerra castellano: ¡Santiago!, ¡Cierra España! Los mexicas intetaban golpearles con el filo de sus espadas de madera o con sus pesadas macanas, levantándolas sobre su cabeza. A veces lo conseguían, poniendo a prueba la solidez de rodelas y borgoñotas, pero las más de las ocasiones no les daba tiempo, pues, antes, las hojas de acero les atravesaban la armadura de algodón y las tripas con ella. Pero por un indio que caía, dos saltaban sobre el compañero muerto para ocupar su lugar, bravos, valientes, encarando la muerte con el coraje de un pueblo de guerreros, para lanzarse sobre los invasores barbudos que se ocultaban tras su muro de hierro. A veces los teules flaqueaban y retrocedían, como un dique a punto de romperse. Pero entonces aparecían los jinetes, rompiendo por el flanco y desbaratando los escuadrones aztecas, lo justo para que los de a pie tomaran fuerzas y arremetieran de nuevo contra los indios. A su lado luchaban los guerreros de Tlaxcala, infatigables, disfrutando de la batalla.

Esto se repitió muchas veces. Al mediodía los soldados españoles estaban agotados y llenos de heridas, con el sudor de y la sangre corriendo a chorros por el interior de sus armaduras. Centenares de indios yacían muertos a sus pies, pero no se veía merma alguna en el número de guerreros que tenían enfrente. Escuadrones y más escuadrones bajaban por las colinas, gritando y blandiendo sus armas. Los castellanos no podrían aguantar mucho más. Si aquello seguía así, antes de caer la tarde estarían todos muertos.



Los jinetes se reagruparon tras una de sus cargas. Aprovechaban el momento para alzar la visera del almete y respirar a pleno pulmón, llenándose los ojos con la inmensidad del ejército enemigo. Sobre una pequeña colina, tras varias filas de emplumados guerreros, se veía un grupo de altos oficiales. Sus estandartes eran más aparatosos que el resto, en especial el de uno, de pie sobre unas lujosas parihuelas. Cortés lo señaló. Cinco jinetes iban con él cuando rompieron al galope: Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila, Cristóbal de Olid, Rodrigo de Sandoval y Juan de Salamanca.

Poner la mano sobre un comandante azteca no era fácil. Para ello había que atravesar todo el ejército, hasta llegar a la retaguardia. Aquellos seis hombres lo lograron, no sólo por la superioridad que les daban sus caballos, sino también por lo muy desbaratadas que tenian que estar las fuerzas aztecas tras largas horas de lucha. Juan de Salamanca, natural de Fontiveros, se fue contra el que parecía más importante y lo mató con su lanza. Era el mismísimo ciuacoatl, cuyo estandarte pasó de mano en mano entre los jinetes españoles, que lo alzaban sobre sus cabezas mientras pasaban al galope entre las filas de indios.



Algo se quebró en el ejército azteca. Su jefe había muerto y su bandera estaba en manos del enemigo. Esa era la señal de la derrota en las guerras mesoamericanas, y así lo entendieron aquellos hombres. Pero puede que hubiera algo más. Habían visto como aquellos espantosos centauros tiraban por tierra al sumo sacerdote, al representante de la terrible «Mujer Serpiente», si no su encarnación viva. Durante siglos, los poderosos habían gobernado atenazando a las gentes con el temor a los dioses. Dioses que venían caer bajo el ataque de los teules extranjeros, que los despreciaban, que se reían de ellos, sin que ningún castigo llegara de los cielos para destruirles. Allí estaba aquel horrible jinete barbudo, gritando cosas incomprensibles con el estandarte de su diosa en la mano, desafiante, invencible. La superstición y el miedo deberion recorrer las filas de los mexicas, Unos se retiraron, otros corrieron. Lo que quedaba de sus formaciones se disgregó. Ante un enemigo como la gente de Cortés, no podían haber hecho nada peor.

La batalla aún no había terminado. No era costumbre de Castilla dejar que un ejército enemigo se retirase sin pagar un alto precio. Los que un momento antes estaban a punto de derrumbarse, recobraron sus bríos al ver flaquear al enemigo. Ya no les dolían las heridas ni les atosigaba la sed. Ahora les tocaba a ellos. Los tambores tocaron el siniestro toque «a degüello», que durante cien años temieron los enemigos de la monarquía hispana. Avanzaron por el valle, gritando, dando estocadas y tajos, empujando con las rodelas, aplastando. Ya no había quien los parase, mientras se cobraban con su odio los padecimientos que habían sufrido, en el asedio, en la «Noche Triste», vengando a sus muchos compañeros muertos. La tarde cayó al fin, y los castellanos, con sus aliados tlaxcaltecas, estaban solos en el campo de Otumba, mientras las aves carroñeras volaban sobre sus cabezas.


La muerte del comandante azteca propició uno de los triunfos bélicos más apretados e impresionantes de la historia militar mundial. Otumba fue un punto de inflexión para los castellanos. Comenzaba la caida del imperio azteca.

Coordenadas: 19°45’57″N 98°45’37″W

Ciudades cercanas: Área conurbada de la ciudad de Pachuca, Distrito Federal, Zona Metropolitana del Valle de México

4/9/20 funda Segura de la Frontera hace la 2 carta de relación

Cortes prepara el ataque final. Construye 13 bergantines

«… El 13 de agosto de 1521, luego de setenta y cinco días de sitio, la legendaria Tenochtitlan sucumbió ante el embate de los españoles y los miles de indígenas que se unieron al conquistador para terminar con el yugo del imperio azteca. No quedó piedra sobre piedra. Cortés avanzó difícilmente entre los escombros de las casas señoriales y palacios que lo habían maravillado en noviembre de 1519. La muerte impregnaba el ambiente.

Cientos de cadáveres tapizaban las calles de tierra; las de agua estaban anegadas. Conforme se fue desarrollando el sitio, los españoles tomaron calle por calle y casa por casa. Destruyeron todo a su paso para crear tierra firme en donde sólo corría agua. Un año antes, la tristemente célebre “Noche Triste” había marcado a los españoles. En la retirada muchos murieron ahogados en los canales al no encontrar caminos de tierra firme por donde huir. Al iniciar el sitio, Cortés cuidó hasta el último detalle y no olvidó la amarga experiencia: ordenó destruir las construcciones tomadas y arrojar los escombros sobre las acequias para garantizar una rápida retirada, sobre terreno sólido, en caso de que fuera necesario.

El hedor era insoportable. Se llegó a decir que los indios habían decidido no sepultar a sus muertos para utilizar la putrefacción de los cadáveres y sus fétidos olores como un arma contra los españoles. El aspecto general de la ciudad era lamentable, difícil se hacía la respiración por el aire contaminado, no había suministro de agua potable –el acueducto estaba destruido desde los primeros días del sitio– ni alimentos y en las pocas acequias que todavía corrían por la ciudad en ruinas se combinaban agua y sangre. Aquel 13 de agosto de 1521, Tenochtitlan era prácticamente inhabitable 

Nos vamos a la parte I

Capitanes de Cortes

Pedro de Alvarado

Alonso de Ávila

Alonso Hernández Portocarrero

Diego de Ordás

Francisco de Montejo

Francisco de Morla

 Francisco de Saucedo

Juan de Escalante

Juan Velázquez de León

Cristóbal de Olid 

Gonzalo de Sandoval

Gonzalo de Sandoval (Medellín 1497, – Niebla 1528) fue un conquistador español de Nueva España (México). Era hijo de Juan de Sandoval. Pasó a Cuba, donde permanecía como capitán en 1518. El año siguiente inició la conquista de México con su primo Hernán Cortés. Durante algún tiempo fue cogobernador de la colonia mientras Cortés estuvo lejos de la capital (del 2 de marzo al 22 de agosto de 1527).

Sandoval llega con Hernán Cortés a la Nueva España en 1519, siendo el más joven de los capitanes de éste. Después de la subyugación de Moctezuma Xocoyotzin, Cortés lo nombra alguacil mayor de Villa Rica de Vera Cruz. Sandoval apresó a los mensajeros de Pánfilo de Narváez que exigían la rendición del pueblo, y se los envió a Cortés. En la batalla subsiguiente, fue Sandoval quien capturó a Pánfilo de Narváez.

Sandoval condujo la vanguardia de la retirada española durante la Noche Triste en 1520. También encabezó operaciones contra los aztecas, cerca de Tepeaca donde posteriormente los conquistadores españoles fundaron la villa de Segura de la Frontera. Dirigió la expedición de castigo contra los mexicas en la población de Jalacingo por su ataque a soldados españoles que habían llegado con las fuerzas de Pánfilo de Narváez.

Dirigió la construcción de algunos bergantines para ser utilizados durante el ataque por agua de la ciudad de México-Tenochtitlan.

Por el camino mientras transportaba los bergantines, se le ordenó tomar un pueblo que los españoles llamaban «el pueblo morisco» en Calpulalpa o Sultepec. Sandoval destruyó la ciudad, y luego volvió a su tarea de transportar los navíos para el ataque sobre Tenochtitlán.

En Tenotchitlan se ocupó del ataque desde el Este. En el primer asalto apoyó el intento de Pedro de Alvarado de conquistar el mercado de Tlatelolco. Durante el asalto a Tenochtitlán, García Holguín uno de sus hombres, capturó al Tlatoani Cuauhtémoc, a quien Holguín y Sandoval llevaron ante Hernán Cortés.

En diciembre de 1521, Sandoval conoce a Cristóbal de Tapia, quien había sido enviado por la Corona para relevar a Cortés. Sandoval fue el padrino de Citlalpopocatzin, un noble de Tlaxcala, quien fue bautizado con el nombre de Bartolomé.

Más tarde Sandoval fue enviado a la región de Coatzacoalcos, pacificando HuatuscoOrizabaTuxtepec y Oaxaca.1​ Posteriormente fundó la ciudad de Medellín en Tatatetelco, cerca de Huatusco y al sur de la actual Veracruz; completó la pacificación de Coatzacoalcos; funda el puerto de Espíritu Santo sobre el Océano Pacífico; capturó el mejor pueblo (Guaspaltepeque) para sí; y consolidó la subyugación de CentlaChinantla y Tabasco. En Pánuco reprimió una insurrección indígena.

A mediados de abril del año 1528, regresó a España en el mismo viaje que Hernán Cortés. Durante el viaje enfermó, falleciendo en 1528 en Niebla al poco tiempo de llegar a España. Sus restos fueron enterrados en la iglesia de San Martín, de Niebla.

Bernal Díaz del Castillo, su amigo y compañero de batalla, escribió que Sandoval fue un juez bueno y un buen administrador, amén de excelente soldado.